Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos - Giuseppe Cafiero - E-Book

Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos E-Book

Giuseppe Cafiero

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Virginia y Vita. Gran Bretaña, 1928. Un amor marcado por sentimientos ambiguos. Una historia que parece cierta cuando la ficción se convierte en protagonista de una esperanza que no es. Si una novelista ha inspirado a otros escritores es Adeline Virginia Stephen. Esta controvertida figura de la literatura británica y universal, conocida como Virginia Woolf, ha protagonizado numerosos escritos, entre ellos el que tienes ante ti: Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos. Un escape de la cotidianidad para explorar emociones y adentrarse en su relación con la evasiva Vita Sackvillewest. Vita transita amores cual ninfa sáfica y fugaz. Virginia se debate en la soledad, la perplejidad, la ansiedad y los sentimientos imaginados; perdida tras el escultural cuerpo de su compañera. La Europa de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y sus contrastes sociales enmarca este relato protagonizado también por la ambigüedad, los fantasmas de la locura, el amor como salvación y la muerte como certeza.

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Giuseppe Cafiero

VIRGINIA WOOLF

o la ambigüedad de los sentimientos

© Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos

© Giuseppe Cafiero

Noviembre 2021

ISBN papel: 978-84-685-6338-1

ISBN ePub: 978-84-685-6339-8

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

I

“Suponte que partiéramos el sábado 22… Saulieu, Auxerre, Semur, Vézelay… todas ellas cercanas… una noche en París… Brantôme está demasiado lejos… ¿Viajar en 1˚ o en 2˚ clase? Los viajeros de la primera clase son siempre viejos y gordos, y apestan a agua de colonia… lo que me hace vomitar… ya estoy en un estado de gran agitación… ¿Qué vestidos me llevo? Ninguno, espero… ¿Un abrigo de pieles?... ¡Podríamos visitar las ruinas al claro de luna, ir a los cafés a bailar… vagabundear entre los viñedos!1”

Correr entonces con la memoria a cuando los viajes eran sobretodo “el coronamiento de una vida dedicada a la enseñanza2” de manera que fuese posible ver todo aquello que, hasta entonces, se había sólo imaginado con grande y fantástica dedicación. Examinarse incluso a sí misma, inventarse otra. Ofrecer la mano a una “adorable criatura3”. Estrechar aquella mano. Sugestiones amorosas, dulcísimas. Melancolía y alegría parecían así caminar juntas.

Borgoña entonces. 1928. Moverse a la sombra de presuntos Caballeros, los del Templo, entre arquitecturas sacras, desde que en marzo de 1098, día del equinoccio de primavera, día en el que caía la fiesta de San Benedicto, San Roberto de Molesmes, con algunos monjes, se había desplazado hasta Borgoña para fundar un nuevo monasterio. Convertirlo, después, en destacamento para los frentes de guerra, con acogedoras hospederías y fortines conventuales. Acercarse, por lo tanto, a signos y magias para ahuyentar, quizás, la ambigüedad de los sentimientos, también las sobrecogedoras angustias. Se había intentado, de esta manera, descifrar los símbolos esotéricos celados en las representaciones esculpidas sobre las fachadas de esplendidas iglesias. Quedar, después, impresionadas por el sobrecogimiento al descubrir, aquí y allá, huellas bastardas de las culturas druida y romana que sin duda habían generado juntas ejemplos inconfundibles, con una fuerte e irreparable influencia cabalística.

Pasar luego por Vézelay, la tierra de los heduos, de los mandubios, de los sécuanos, de los lingones hasta la ocupación de los galos, cuando se afirmó una Constitutio que repudió aquella Lex Romana Burgundionum que se había basado en anotaciones fundamentalistas e instrumentales del derecho romano. Fueron los reyes burgundios quienes la elaboraron a su gusto. Gundebaldo y Segismundo, efectivamente. Hasta 180 capítulos. Simplemente esquemas glosados extraídos del Código Teodosiano, del Gregoriano y del Hermogeniano. Un amasijo de cláusulas en realidad. La invención, a fin de cuentas, de astutos paradigmas, que pudieran salvaguardar únicamente a los ciudadanos romanos. Llegó luego una estirpe que la Santa Romana Iglesia definió “elegida”. Convertir incluso a la fuerza. “… Un gran sepulcro, donde vi un escrito/ «Aquí el PapaAnastasio está encerrado/ que Fotino apartó del buen camino.»4”. Jamás aceptar una fe diferente. Clodoveo, el rey, hizo lo que era justo hacer para obtener reconocimientos y ventajosas ganancias. Borgoña, por supuesto.

Sus estudios habían sido precisos, incluso eruditos gracias a los conocimientos adquiridos en lecturas juveniles arrancadas a los volúmenes que un padre custodiaba y protegía celosamente en una concurrida biblioteca. La historia parecía así detenerse al ser grabada, a través de las letras, sobre las páginas blancas. Jugar también con sucesos y aventuras. Memorizar lo que se deseaba recordar. Con fechas o sin ellas. Por puro interés. A menudo la historia no era banalmente oscura. “Se bebía café, se escuchaba la banda, llegaban barcos, los viejos escupían en el suelo, no se dormía por las noches por culpa de las chinches5”.

“Supón que tú y yo partiéramos el sábado 22…” así le escribió, el 8 de septiembre de 1928, a Vita Sackeville-West desde Rodmell, desde la Monk’s House. Modesta residencia desvencijada. Sin agua corriente, gas o electricidad. Estufa y horno de petróleo. Un baño a la turca detrás de un seto de laurel real. Alrededor, apenas dos acres de jardín. Fue necesario efectuar las debidas reformas para obtener un alojamiento en el que vivir con alguna comodidad. Marido y mujer. Leonard y… Luego tuvieron incluso el agua y un cuarto de baño con retrete. Comprar, cuando fue posible, un campo colindante para que se pudiese preservar la vista hacia Mount Caburn, más allá de las turberas subyugadas por los normandos del Rey Esteban. Y entonces poder imaginar “Las emociones de un joven robusto que llegaba junto a su mujer y sus hijos y una carrera en la City6“. A veces mirando al cielo surgía una nube roja que parecía señorear y “arrastrando su ancla, se movía con gran lentitud a través del cielo y desaparecía más allá de Mount Caburn7”.

Nunca, desde luego, despreciar la propia y recóndita esencia “urbana”. Vivir la ciudad. ¿Acaso no habían ido ellas, en tiempos pasados, a vagabundear y pelegrinar por una ciudad asomada al Támesis para la revista Good Housekeeping? Entonces vieron “la torre de Londres, los alabarderos, las cabezas decapitadas de Temple Bar, y las joyerías de la ciudad8”. Luego “al declinar el sol, todas las cúpulas, agujas, torrecillas y pináculos de Londres se erguían negros como tinta, contra las furiosas nubes coloradas del poniente9”.

Recorrer, queriendo, también las riberas del gran río que habían determinado una civilización. Ir a los muelles. “Mercantiles, vapores, barcazas llenas de carbón… que… transportaban ladrillos desde Harwich o cemento desde Colchester ya que allí todo era trabajo10”. La Levers Brothers11, por entonces, ya había lanzado su campaña “Clean Hands” en favor de la salud infantil. Era justo que los niños se mantuviesen alejados de la suciedad y los gérmenes. Se exhortaba imperiosamente a lavarse las manos antes de la comida, de la cena y a la vuelta del colegio. La madre patria había, mientras tanto, con oportuna y desacostumbrada generosidad, renunciado a su propio inmenso imperio. Generando, como sustituto, la Commonwealth donde wealth debía ser entendido como bienestar.

Los muelles dejaban al descubierto “almacenes escuálidos de aspecto ruinoso12”. ¿Casi cómo el East End? Fas et nefas13. “Ciudad enana de casas obreras14”. Consecuencia también de una guerra nefasta. Novecientos mil caídos. Más de un millón de parados. Mientras tanto las altas y neblinosas chimeneas de algún confortable barco se confundían con aquellas imponentes de las fábricas. Y allí el trabajo precario. Mejorar la Poor Law15. Pasar de 15 a 20 chelines a la semana. Poner en práctica el birth control16 para que fuesen menos las bocas que alimentar. El Maltusianismo17 se había convertido, mientras, en una doctrina célebre entre la working class.

Parecía que incluso Hannover Square, Bond Street y Regant’s Park sufriesen irritantes y oscuras miserias. Fastidiosa, efectivamente, la pesadilla de un murmullo chismoso, atestado de existencias dedicadas a corrosivos esnobismos. Fastidio para quien se alejaba de Londres, algo preocupado, con el temor de no poder pescar más salmones o de no poder hacer más fotografías a causa del mal tiempo. Para quien asistía a los almuerzos en Harley Street con ocho o nueve cubiertos. Para quien pretendía ser bien aceptado porque tenía una renta anual de doce mil esterlinas. Para quien estaba satisfecho de poder moverse entre criadas con delantalito y cofia de encaje, entre cristalerías y plata de Sheffiel. Para quien exigía reservar, obligatoriamente, una hora al reposo después del almuerzo. Para quien, al fin y al cabo, amaba más sus propias rosas que cualquier otro ser que no fuese inglés. Quizás, eran sólo las manifestaciones de soledades mal celadas. ¿Suspirar entonces por aquella ciudad de la memoria?

El 16 de septiembre, había creído oportuno escribir de nuevo a Vita: “Tengo dos billetes de primera clase y una cabina para una noche, en el barco… alterno melancolía yexaltación. Suponte que partiéramos el sábado 22…Saulieu, Auxerre, Semur, la estación de Vézelay… ¿Te aburrirás conmigo?... como experimento este viaje me interesa muchísimo18”.

¿Ansiedad perdida en la inconsciencia de un delirio consumido en sí misma? En el fondo, idolatrar la frivolidad de ciertas señoras esnob con su porte real, que atravesaban, sofocadas y alteras, los salones en las agradables y lluviosas tardes londinenses. Era apropiado, efectivamente, admirar todo aquello que implicaba una sumisa devoción hacia los deberes de las personas bien casadas. Difícil, pues, conseguir analizar los propios sentimientos sin ceder, inevitablemente, a impertinentes necesidades, traicionadas por íntimas indecisiones, tal vez porque se sentía inadecuada siendo ella de Kensintong, hacia el West End. ¡No solamente por eso, quizás!

Seguir entonces escoltando un amor de innata realeza. Ser subyugados por una fascinación. Un juego al que Virginia se había doblegado desde la infancia. Su enamoramiento juvenil de Magde Vaughan. Era “encantadora, un temperamento de artista que heroicamente se ponía manos a la obra… aunque era imposible imaginar una vida más escuálida19”. Magde, efectivamente. Era como “un pájaro hambriento, y era muy triste verla así, tan ansiosa de hablar. Rebosante de ideas sobre las que había que guardar silencio apenasWill, su hermano, entraba en la habitación definiendo sus conversaciones morbosas20” Sólo besos y caricias. Una prima. Marcharse, entonces. Perderse en otro lugar. En una Francia ya conocida. Como había sucedido aquella vez en Cassis, entre Tolosa y Marsella, en las bocas del Ródano, asomados al Mediterráneo entre “metepatas estrepitosos, verbosos como Garrow Tomlin y mariquitas como Hugh Anderson21”.

Alegres alardes por aquel entonces. Y molestas borracheras entre manjares exquisitos, viñedos con sus brotes, olivos en flor. Así como el acantilado que le permitía acomodarse para poder escribir entre las mareas. Caminos pedregosos para agotadores paseos. Y el calor que dejaba florecer los tulipanes. Y luego los colores. Los rojos y los blancos. Sábanas de colores. Y barcas anaranjadas rompiendo el azul del mar. ¡Ese era el Mediterráneo! 1925 entonces. Ahora descubrir Borgoña, la Yonne. Disolver angustias y disipar también los humores de su último trabajo literario. Una “biografía que se había inspirado, hasta un cierto punto, en la historia de una familia inglesa real… una obra toda de fantasía, escrita con gran simplicidad22”. Se trataba de “Orlando” apenas terminado y escrito para descifrar vínculos linfáticos, afectivos. Sino otra cosa, “la carta de amor más larga de la historia23”.

¿Querer ensañarse consigo misma a través de un gesto de lesa majestad? Llevar a cabo, tal vez, una cauta, aunque descifrable, irónica venganza. Era también un regalo, cómo si un duendecillo andrógino encontrase la manera de halagar su propia e innata torpeza al compararse con algunas esplendidas mujeres de la nobleza. Adorarlas por su inefable esnobismo. Por la evidente indiferencia ante los comportamientos irreflexivos. Por ocuparse solamente de un meticuloso y atento cuidado estético. ¿Y Vita Sackville-West que asignaba una importancia preminente al linaje y a la riqueza? ¿Vita Sackville-West con su indecible, convencido y desmesurado antisemitismo? ¿Esconder por lo tanto a un marido con rasgos judaicos, cómo lo era Leonard Woolf, que como “un pobre diablo pagaba el deplorable error de haber nacido judío y a quien estaba delegada toda la gestión de la vida matrimonial24?”.¿Y las demás? Tantos los afectos. Afecto ético y seductor. Aristocracia seguramente. Otra clase social. Conocidos de sus años jóvenes y relaciones útiles para afinar, quizás, una íntima voluntad y un profundo deseo de imitación. Especialmente Lady Katie Cromer, Lady Beatrice Thynne y Lady Nelly Cecil que representaban un mundo lánguido y mágico en el que sentirse protegidas. La primera, Lady Katie Cromer, “con su frente serena, franca y majestuosa que semejaba más que nunca la venus del Louvre…no parecía enferma, sólo pálida25”. La otra, Lady Beatrice Thynne, “patética tras haber alcanzado lamadurez anticipadamente sin haber conocido ni afectos ni amistades26”. Y la última, Lady Nelly Cecil, que era “la mejor de entre los ancianos aristócratas… siempre sincera en cualquier cosa tuviera que decir… y que tenía varias criadas que no trataba con arrogancia27”. ¡Afectos pasados, claramente!

Esquivando los recuerdos Virginia se brindaba, todavía insegura, para un viaje oscuro pero fuertemente deseado. A pesar de la confusa ambigüedad de los propios deseos, de la frágil complicidad de las miradas, de los recuerdos, y desde que se habían reconfortado “con leves ternuras junto al camino, mientras Vita estaba acurrucada en la alfombra a sus pies… Vita que tenía el cuerpo y el cerebro de una divinidad griega28”. Su relato “Seducers in Ecuador”, “había gustado muchísimo… tanto que habían sido verdaderamente felices de poderlo publicar y estaba muy conmovida y orgullosa, con su incondicional e infantil afecto, de que hubiese querido dedicárselo29”.

Estás eran memorias apenas transcurridas. Desde 1925, era cierto. Furioso el enamoramiento cuando descubrió en Vita “una cierta voluptuosidad… parecida a la uva madura, y de ningún modo reflexiva30”. Poseía también un instinto bien educado. Jamás Vita se habría abandonado como una bedint, como una vulgar y escuálida burguesilla. Gentuza despreciable y ordinaria aquella. Vita era dignamente aristocrática, soberbiamente refinada, intencionalmente manierista. No conocía, sin embargo, los límites más allá de los cuales no era lícito andar. Había osado, de hecho, ir a París acompañada por Violet Trefusis, vestida de hombre. Había dejado a su marido, Harold Nicolson, con el que se había casado en 1913, para coquetear de manera oportunamente indecente. Amor apasionado hacia otras mujeres. Advertir cómo se despiertan los sentidos. El roce ligero. Un sofá. Pálido el rostro entre revueltos cabellos cobrizos. Sentirse atraída. Besarse. Acostase juntas. Una cama a la francesa. Lánguidas caricias. Pasó… Así, a veces “antes de dormirme, a fuerza de desearte, termino sintiendo tu cuerpo tendido a mi lado, todo el calor de tu carne estremecida, los besos de tu boca y las caricias de tus dedos, y desfallezco31”.

París había sido un lugar extraordinariamente acogedor. Vita y Violet: solas. ¿Cómo olvidar entonces a Safo? “Ponte la túnica blanquísima/ y ven hacia mí…/ así vestida, haces temblar quienes miran; / y yo gozo32”. París. Vestirse como un joven caballero. Monsieur, Monsieur. La frente coronada por una venda. Las manos y el rostro oscurecidos. Hacerse llamar Julián. Escuchar rumores. Llevarse, entonces, Violet hasta algún café o a cualquier bistró. Incluso a los salones de baile. Pasar luego las noches encerradas en la habitación de un hotel. Sentirse libres. Despojadas de cualquier convención. “Has llegado: hiciste bien: yo te bramaba. Al alma mía, que arde de pasión, has dado refrigerio33”.

Años de pasiones. Indefinibles ambigüedades ya que “permanecía sin palabras mirando la espléndida columna de marfil del cuello de su amada, los ojos como joyas brillantes, los labios voluptuosamente dibujados, apenas coloreados de rojo, como una mancha devino que se borra34”.E iba diciendo que “las mujeres eran las cosas más hermosas, con mucho, del mundo. Nada se les acerca y por eso tengo una admiración tan innata hacia mi propio sexo35”

Flirtear entonces, sin reparos. Escapar también. Vagar en el tiempo. 1918, cuando Vita comenzó a elegir a sus propias compañías. Fue en Knole. Liberar los sentidos, sí. Abrazos que iban más allá de un afecto indiferente. Violar los cuerpos. Un vínculo carnal. “Los labios que todavía quemaban por los besos36”. Vita, Vita que les robaba la existencia a otras mujeres. Superando toda convención. Ciudades y países. Escuchar rumores. En París y Londres se difundían escabrosos chismes. Se murmuraba que… ¿Qué? Vicios y pocas virtudes. Mujeres enamoradas. Violet llegó a pactar un matrimonio. Una necesidad impelente. Pasó de soltera a casada. Nada cambió. París, Carcasona, Saint Raphaël, Montecarlo. Derrochar en el casino, jugar al tenis. Una existencia dispendiosa. Violet y Vita. Después ir a Lincoln, la que fuera la Colonia Domitiana Lindemsium, entre los ríos Trent y Witham. ¿Y el Saracen’s Head Hotel? Fidelidad e infidelidad. Ser salvada. Un deseo. Harold, el marido, se llevó a Vita. “Que penas horrorosas/ sufrimos, oh Safo. Realmente contra mi voluntad te dejo37”.

Mientras tanto la Monk’s House, allí en el Sussex, la casa que había sido comprada el primer día de julio de 1919 en una subasta en Lewes por 700 esterlinas tras haber vendido la Round Hause por 320, para consagrar el séptimo aniversario de matrimonio con Leonard Woolf, el judío, había concedido a Virginia una íntima tranquilidad. Incluso equilibradas y afianzadoras señales que fluían, con melancólica dulzura, en la quietud del alma, en los colores tostados de la campiña, en el frío de un otoño, en la solitaria belleza de una antigua construcción.

Monk’s House se presentaba, efectivamente, eclesial, silenciosa, hospitalaria. Casi como “un viejo monasterio con sinuosas hornacinas para el agua santa y una gran chimenea, pero lo mejor era el jardín38”. Un lugar reservado para una necesaria y misteriosa paz en el antiguo priorato de Lewes, para llegar hasta el cual eran necesarios, desde Monk’s House, tres peniques de autobús. Monk’s House estrechaba también en un abrazo “un prado, un frutal, un granero y dos edificios. Era hermoso por lo tanto sentarse en la ventana y ver a los propios amigos paseando por la propiedad… componiendo y descomponiendo armoniosas figuras en la lejanía39”.

Los siglos habían sedado ya el fragoroso rumor de las armas del año 1264. Batalla de Lewes. A partir de ese momento se estableció un nuevo orden. El priorato se entregó a Simón V de Montfort, sesto conde de Leicester. La tranquilidad desde entonces volvió a ser franca en el priorato. Había caído un rey. ¿Enrique III de Inglaterra? Fueron hechos prisioneros además un hijo y un hermano de rey. Enrique III de Inglaterra con su hijo Eduardo y su hermano Juan se habían doblegado a los vencedores. Segunda guerra de los barones. Lewes pasó así a la historia. Nadie, sin embargo, conocía entonces Monk’s House, ni podía conocerla.

Mientras tanto, desdeñando las querelles de los coronados Enrique, Eduardo y Juan, Virginia había concebido Monk’s House solamente como guarida para fugas amorosas. De Long Barn sobre todo con su espléndido jardín, en el Kent, donde vivía Vita. Allí siete eran los dormitorios. Cuatro los cuartos de baño. Un salón de quince metros. Tres criados y dos jardineros para gobernar la casa y el jardín. Tres noches de amor. 17 de diciembre de 1925. “Cálidas y largas cuando las rosas estaban florecidas y el jardín escondía la lujuria mientras las abejas reinaban zumbando sobre los setos de asparagus”. ¿Algo más? Fueron muchos los cotilleos que estaba permitido narrar, sobre todo por carta. “Serconsiderada de salud delicada”; reputar “Leonard, el judío, un metepatas espantoso”; estar continuamente afligida “por un dolor de cabeza insoportable”; “que Leonard el judío “se agitaba y perdía la cabeza”; que ella, la mujer de Leonard el Judío, “cuandohabía reposado lo suficiente estaba mucho mejor”; que ella, la mujer de Leonard el judío, iba amenazando de “que no era posible librarse de ella”; que Vita con sus bellas piernas “era una de las mujeres más simpáticas que existían40”.

Incluso John Keats había amado una mujer. Virginia recordaba su poema preferido. La memoria corría, entonces tras las páginas escritas con fuerza. Momentos de amor, por fin. Sentirse en el fondo como Fanny Brawne41 a la que John había regalado un anillo de pedida. “Oh! ¡Déjame tenerte toda, toda, toda para mí! / Con tus bellas formas, en la dulce delicadeza / de un amor con besos, con manos y ojos divinos/ Con el cálido y blanco seno, colmo de un millón de placeres42”, había escrito John Keats.

Monk’s Hause parecía también un complaciente y amniótico hospicio donde era posible comer jamón frío y sentarse en la terraza a fumarse un puro en compañía de un par de viejas lechuzas. Olvidar el pasado. Olvidar los días marcados por el ansia. Frustrantes recuerdos. Edad poco diligente, entonces. 1913. Habitación oscura. Comidas sanas. Ninguna relación con familiares y amigos. Era necesario. “Burley”: el refugio de Miss Jean Thomas. En Cambridge Park. Twickenham. Una Casa de Reposo en la que Miss Thomas “parecía como atontada a causa de la religión. Concluía, de hecho, todas sus obligaciones con una oración43” ¿Qué más habría podido hacer Virginia que transcurría su vida “entre una asesina potencial a la que dar el alta y una aspirante suicida ingresada44”? A su alrededor mujeres a las que examinar, mujeres a las que tiranizar. ¿Qué otra cosa podía hacer durante aquellos tres meses sino “dormir, comer y ser vigilada por tres demonios de enfermeras45“? Encerrada en una habitación en penumbra. Era necesario, según había dicho el doctor George Savange. De ninguna manera en una habitación propia “llena de libros, en la que poderse encerrar sin ver a nadie y leer hasta calmarse completamente46”. ¿Concibió después una Jacob’s Room47? Pero eso fue en 1922. Reencontrarse consigo misma para recordar a un hermano muerto. Thoby48, efectivamente, que había sido “una criatura encantadora, grande, que encerraba en sí un torrente de cosas49”; Thoby “que transcurría una de cada dos noches bailando con encantadoras señoritas50”; Thoby que escribió y difundió, en Cambbridge, un panfleto contra la obligación de ir a misa… El olor se hizo bruscamente grávido. Thoby enfermo. Espeluznantes recuerdos. ¿De qué? Desinfectante. Bacinillas llenas de urticante orina. Sólo acido fenico. El diagnostico estaba equivocado. Fiebre tifoidea, sí. Bacilo de Eberth-Gaffky. Cuadro clínico morboso. Fiebre alta. Cansancio y debilidad. Septicemia. Y una perforación a causa de una hernia. Thoby adiós. Habitación de la muerte. 20 de noviembre de 1906. Fue un abandono. ¿Retirarse de la vida? Por eso inventó para Thoby una habitación imaginaria. Jacob’s Roon. Desollar secretos desconocidos. Imaginar lo que no se conocía. Existencia reconstruida a partir de una muerte. ¡Thoby adiós!

El doctor George Savage había sido un deus ex machina. Recordar el tratamiento del Dr. Silas Weir Mitchell para “mujeres, que, generalmente son livianas y escasas de sangre”. ¿También para la mujer de Leonard el judío? Por lo tanto aislamiento, reposo, alimentación forzada, electroterapia, masajes y fricciones con sábanas mojadas. Curarse, así. Salir al fin de la prisión de “Buley” para recaer inevitablemente en la insania. Apenas unos meses después. Depresión y excitación. Incluso ayunos prolongados. Largos y lentos paseos a menudo seguidos por carreras excesivas. Indiferencia e irascibilidad. Ningún equilibrio. Ninguna conciencia de la realidad. Manías inconscientes. Un suicidio evitado. Ácido dietilbarbitúrico. Cien pastillas. Confusión mental, percepción alterada, disturbios de la palabra, alucinaciones, coma. Gastroclisis. ¿Una acción simulada? Desaliento y postración. Fue lo que pudo no haber sido. ¿Una mente alterada? Cuestión de familia. Por eso, a veces, recordaba a un primo suyo. Otra psicosis maniaco-depresiva. Alternancia entre estados emotivos diferentes. James Kenneth Stephen, llamado Jem, le daba fuerzas durante aquella locura. Disturbio bipolar. Un primo poeta. Lapsus Calami y Quo Musa Tendis. Escritos apreciados. El accidente fatal ocurrió en Felixtowe, en Suffolk. Una herida en la cabeza. La locura empezó entonces a cabalgar su innata misoginia. ¿Tuvo una relación homosexual con Su Alteza Real Albert Víctor Christian Edward de Gales, llamado Eddy, del que era tutor? Alguien lo indicó entonces como Jack el Destripador. Pero estaba en buena compañía, se dijo. ¿O tal vez fue un complot real? Desgraciados habían sido los amores de Eddy con Annie Crock, muchacha de los bajos fondos de Whitechapel. Remediar apresuradamente el nacimiento de una hija ilegítima. Fue opinable la intervención del médico real Sir William Gull. Según dijeron algunos. Otra versión sobre la que cotillear. ¿Voluntad homicida de suprimir a quienes tenían conocimiento de tan inicua relación? Eddy-Anny. Fueron tantas las mujeres asesinadas. Polly Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride. ¿O aquellas muertes eran sólo la consecuencia del amor quebrantado por Eddy que hirió la mente de James Kenneth Stephen, llamado Jem? ¿Quién era, entonces el Destripador? Un misterio nunca esclarecido caracterizado por circunstancias sospechosas. James Kenneth Stephen murió joven por inedia y por pandemia en el manicomio de St. Andrew, tras haber conocido la noticia de la muerte por pulmonía de Albert Víctor, a tan solo 28 años.

Olvidando las heridas de su familia Virginia recuperaba, mientras tanto, en Monk’s House un equilibrio satisfactorio. Sana la tensión física y mental. Eliminadas las desesperantes inquietudes de la ciudad, las brutales arrogancias, las opiniones malignas y punzantes de amigos y enemigos literatos, las estratagemas afectivas del matrimonio, y las angustias delirantes, y voluntariamente olvidadas, de una guerra apenas transcurrida. Cuantas muertes en aquella circunstancia. Escribir entonces acerca de las alucinaciones de Mr Septimus Werren Smith51 que Ms Clarissa Dalloway52 había encontrado mientras resolvía sus asuntos y llevaba a cabo sus deberes entre Bond Street y Oxford Street y mientras reflexionaba consigo misma sobre la pobreza de espíritu por la que se sentía afligida. Inspiración y locura. Necesarias para la sobrevivencia. A su alrededor una humanidad variopinta. He ahí un pobre exsoldado que sabía conferir dignidad a la vida. Tendría unos treinta años y la “tez pálida… nariz picuda…zapatos marrones y su abrigo raído53“. Marcado. ¿Problemas mentales? Mirar a un lado y a otro sin ver lo que era visible. Mirar a un lado y a otro y ver, sin embargo, lo que no se veía. Oír lo que nadie más podía oír. No oír, lo que los demás oyen. No comprender una realidad que parecía no recordar ya las heridas de la guerra. ¿Instinto de muerte? Apocalipsis. Dolor privado. Locura que convierte en salvaje. Ser un superviviente. Tal vez un dolor le había partido el alma. Había sucedido también a otros. Tiempo transcurrido. Una infancia y una juventud. Angustias suicidas. ¿Qué otra cosa podía hacer si se sentía afligido por un mundo autoritario similar al que había querido la guerra? Advertir también que era un peligro para la sociedad, ya que era el espejo que reflejaba las nefastas consecuencias de la guerra. Había combatido, pero no era un héroe, era sólo un superviviente, un desecho humano. Esconderse, desaparecer para que la gente pudiese pensar siempre en la grandeza del imperio británico.

Monk’s House, mientras tanto, se había revelado un lugar al que los años no habían agotado. Definido por un tiempo inmoto. Se nutrían principalmente de caza: faisanes o gallos cedrones. A veces incluso “pavo de Rodmell… con sus muslos enormes y lleno de carne debajo de las alas54”. Además, pudding a la crema y suflé. Lugar caracterizado también por los ladrillos y los helechos de la fachada. La pizarra del tejado. Escaleras estrechas. Habitaciones pequeñas. Un jardín colindante con el cementerio. Era casi un Patchwork