Vivir con optimismo - Marta Guerri - E-Book

Vivir con optimismo E-Book

Marta Guerri

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Beschreibung

Para ser optimistas primero deberíamos saber qué es la felicidad; descubrir qué elementos hacen que nos sintamos felices y entender las razones por las cuales nos sentimos desdichados en tantas ocasiones 
Desde tiempo inmemorial, el ser humano ha aspirado a alcanzar la felicidad. Pero, curiosamente, no encontraremos dos personas que sean dichosas exactamente de la misma manera. En realidad, el concepto de felicidad es algo bastante relativo y tremendamente subjetivo. Entonces, ¿cuál es la verdadera clave de la felicidad? Aristóteles nos enseñó que los procesos de motivación sobre los que nos movemos todos están guiados por dos polos: el dolor y el placer. Nuestra mente nos guía hacia el placer y rechaza o nos separa del dolor. Aprender a vivir con optimismo, a pesar de estar siempre en ese tira y afloja con el dolor, es un arte. Un arte que todos deberíamos controlar, ya que nuestra felicidad depende de ello. 
Este libro, eminentemente práctico, pretende acercarte las herramientas con las que construir un presente y un futuro basado en el optimismo, en la fe absoluta de encontrar la verdadera felicidad que siempre has buscado. ¿Aceptas el reto?

AUTOR:

Marta Guerri. A lo largo de su trayectoria profesional ha escrito artículos y elaborado tests para diferentes revistas, pero principalmente se ha dedicado a crear y gestionar diversas páginas web de gran éxito como PsicoActiva.com, donde se ofrecen contenidos de divulgación psicológica y que con más de tres millones de visitas al mes ha sido escogida por Google como referente de éxito.

SOBRE LA COLECCIÓN SUPÉRATE Y TRIUNFA

Vivimos en una época de estrés y de depresión profunda a causa de la crisis mundial que nos azota. Hemos perdido, en cierta manera, el norte como sociedad y vamos dando bandazos, caminando por la vida sin ilusiones, con una tendencia negativa que se refleja en nuestro rostro, en las relaciones con los demás y nuestros trabajos. Este planeta se ha convertido en un mundo gris, triste y desamparado. Cada día escuchamos decenas de historias que nos encogen el corazón y muy pocas que nos hagan emitir una sonrisa. Es una realidad.

Por eso, desde Mestas Ediciones buscamos cada día una manera de revertir esta situación, aportando nuestro pequeñito grano de arena. De ahí nace esta colección, Supérate y Triunfa, que contiene una serie de libros con los cuales queremos añadir optimismo y todas las demás herramientas necesarias para conseguir una vida plenamente feliz, en todos los aspectos posibles. De ahí el carácter heterogéneo de la colección, que tocará temas tan importantes como el económico, el amor, la salud, entre otros muchos. Y lo haremos de la mano de autores de primer orden, formados con gurús y conferencistas motivacionales mundialmente reconocidos, coaches tan importantes como Anthony Robbins, T. Harv Eker o John Demartini. Esperamos que os guste y que os sirva para disfrutar de la vida con la máxima pasión diaria y sonreír cuantas más veces, mejor.

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Prólogo

No es ningún secreto que, desde tiempo inmemorial, el ser humano ha aspirado a alcanzar la felicidad. Éste es un sentimiento bastante general, por no decir unánime, ya que todos, de una manera o de otra, deseamos ser felices. Sin embargo, el concepto de felicidad es algo bastante relativo y tremendamente subjetivo. Si lo analizamos un poco, veremos que no encontraremos dos personas que sean dichosas exactamente de la misma manera. Además, si quisiéramos hacer una comparación entre nosotros y nuestros abuelos o, peor aún, entre nuestros antepasados de hace quinientos años, la diferencia se convertiría en abismo, y es que a lo largo de la historia la felicidad no ha significado siempre lo mismo, pues este concepto, al igual que muchos otros, es una convención social y se rige por las normas imperantes de nuestro momento histórico y situación geográfica.

Parece ser que encaminar nuestros pensamientos y acciones a alcanzar esta ansiada felicidad nos ha hecho sobrevivir y ser quienes somos, pues (según dicen muchos científicos), si la mayoría de individuos de nuestra especie no hubieran obtenido satisfacciones de algún tipo y no hubieran luchado por mantenerlas e incluso aumentarlas, nos habríamos autodestruido, ya que hubiéramos perdido el interés los unos por los otros, así como por todas las cosas de nuestro alrededor.

Sin embargo, el concepto de felicidad es algo bastante más abstracto de lo que parece. En numerosas ocasiones se confunde el medio con el fin. Por ejemplo, si preguntamos a las personas de nuestro alrededor sobre lo que es para ellos la felicidad, muchas nos contestarán explicándonos qué creen ellos que necesitan para ser felices: tener dinero, una casa bonita, un buen trabajo, amor, hijos, etc. Pero esto no es la felicidad, sólo son los medios que consideramos necesarios para alcanzar la plenitud. Como dijo ya en el siglo XVIII el filósofo alemán Immanuel Kant “el concepto de felicidad es tan indeterminado que aunque todo el mundo desee conseguirla, nadie puede decir de forma definitiva y firme qué es lo que realmente desea y persigue”.

Alguno de los ejemplos más claros de las distintas percepciones de la felicidad las podemos encontrar en la historia, por ejemplo en la Edad Media. En esa época para un caballero su felicidad radicaba en su honor, aunque no tuviera casi nada para comer. Pero sin ir tan lejos, nuestros abuelos y bisabuelos han sobrevivido trabajando desde edades muy tempranas (muchos de ellos siendo niños) en condiciones muy austeras, duras, con poca comida, ropa precaria y maltrecha, sin calefacción, pasando por guerras, epidemias y hambruna, sin concebir siquiera lo que podían ser unas simples vacaciones. Pero con todo, parece que su sensación de felicidad no era tan distinta a la actual, y eso teniendo en cuenta que ahora contamos con innumerables comodidades y ventajas de todo tipo.

Entonces, ¿cuál es la verdadera clave de la felicidad? Tener honor, sentir la libertad, la seguridad, el dinero, el trabajo, comer lo que queramos, estar delgados, sentirnos amados…

Es más, ¿qué ocurre cuando nos encontramos con personas (supuestamente) afortunadas, que disponen, aparentemente, de facilidades para conseguir todo lo que desean, pero son infelices? ¿Qué pensarían nuestros antepasados si nos vieran con tantas “comodidades” pero quejándonos todo el día? No tenemos tantas dificultades como antaño, de hecho disponemos de comida a diario en abundancia y muchas veces acabamos tirándola a la basura porque “no nos gusta” o nos caduca en la nevera; no vamos con ropa remendada ni nos faltan lujos como tener un coche, móvil, televisión… Parece que todo está a nuestro alcance, ¿cuál es el problema entonces? ¿Por qué los estudios revelan que los países europeos como Dinamarca, Islandia, Irlanda y Suiza, u otros situados en el continente americano, como Canadá y Estados Unidos, todos ellos considerados entre los más felices del mundo, son también los países donde más suicidios se producen?

Según parece la respuesta está en el nivel de felicidad de los demás. Efectivamente, el mayor factor de riesgo de depresión y ansiedad en las personas es el hecho de juzgarnos y concluir que no estamos a la altura de nuestros congéneres y pensar que los demás son “más felices” que nosotros. Porque las personas tienden a juzgar su propio bienestar en comparación con el de las personas que les rodean, así, si los demás tienen pocos ingresos, les cuesta hacer frente a las necesidades diarias o les ocurren desgracias de algún tipo, nuestra vida nos parece menos mala, por el contrario, si nuestros vecinos son (o parecen) muy felices y poseedores de grandes ventajas, nos sentimos mucho más desdichados. Para que luego digan que no nos importa lo que piensan los demás de nosotros, cuando somos nosotros mismos los que nos autojuzgamos en relación a ellos. ¿Por qué nos complicamos tanto la vida?

Gracias a Dios, siempre existen personas cuya forma de ver e interpretar el mundo no depende tanto de las opiniones ajenas como la de ellos mismos. Son aquellos que construyen su existencia alrededor de lo que tienen, viendo el lado positivo de lo que poseen sin ansiar continuamente lo que, quizás, les es inalcanzable. Estas personas viven en positivo, ven la oportunidad en cada ocasión, incluso en los momentos difíciles, son los llamados optimistas. Por suerte para todos, está demostrado que la mayoría de la gente es optimista por naturaleza, sino fijémonos en cómo éramos de pequeños. Los niños están mucho más dispuestos a reírse que los adultos, de hecho, de pequeños nos reímos un promedio de trescientas veces al día, mientras de mayores lo hacemos entre quince y cien. Hasta los niños más pobres ríen, pues su mente no pasa por tantos filtros y deja escapar su optimismo con más facilidad. Es el aprendizaje el que muchas veces nos corta las alas conforme nos vamos haciendo mayores. Este libro pretende ayudarte a volver a reencontrarte con ese optimismo, a conectar con nuestro niño interior. ¿Te interesa?

Parte 1¿QUÉ SABEMOS DEL PENSAMIENTO?

NUESTRO CARÁCTER NACE O SE HACE

¿Quién soy? Estoy tratando de averiguarlo.

Jorge Luis Borges

Ya en la antigua Grecia, Aristóteles creía que los procesos de conocimiento humano se producen a través de la captación que hacemos con los cinco sentidos, y que la mente o psique es el acto primero de todas las cosas, es lo que hace posible que sintamos y percibamos. Sostenía que la mente en el momento del nacimiento es como una tabla rasa (como una especie de lienzo en blanco), carece de ideas innatas y todo depende del aprendizaje. Postulaba que aprender depende directamente de la memoria, que trabaja en base a la semejanza (relacionando cosas parecidas), el contraste (observando diferencias) y la contigüidad (recordamos cosas que están juntas en espacio y tiempo). En resumen, somos lo que vivimos, las experiencias que tenemos.

Aristóteles también afirmaba que los procesos de motivación sobre los que nos movemos todos están guiados por dos polos: agrado y desagrado. Nuestra mente nos guía hacia el agrado y rechaza o nos separa del desagrado. De manera que, el fin último de cualquier motivación es la felicidad y ésta se consigue con la búsqueda del auto-perfeccionamiento; ser más perfectos y completos. Todas estas parecen ideas muy simples, pero no carecen de verdad, al final las personas nos regimos por sentimientos y emociones bien sencillas, y parece ser que Aristóteles hace tres mil años ya lo supo plasmar de forma genial.

Pero la verdad es que con el tiempo se ha podido demostrar que las inclinaciones y necesidades de las personas no se basan únicamente en el aprendizaje, no somos ninguna “tabla rasa” y no todo es adiestrable en nosotros, de lo contrario, todas las personas con la misma educación crecerían teniendo las mismas creencias, necesidades, personalidad y formas de sentir, cosa que no es así.

Posteriormente las teorías biológicas nos dijeron que toda o gran parte de nuestra personalidad viene determinada genéticamente. O sea, que independientemente de nuestra educación, tenemos una forma de ser que viene prefijada desde el momento de nuestro nacimiento y que apenas se puede cambiar. Como ya sabemos, esto tampoco es cierto.

Hoy en día se sabe que los individuos no forman parte de una naturaleza humana fija o biológicamente dada, ni de unos estímulos ambientales concretos, sino que resultan del proceso de interacción entre ambos. La naturaleza humana, por tanto, no es ni la suma total de los impulsos innatos fijados por la biología, ni tampoco el resultado exclusivo de las formas culturales a las cuales se adapta de una manera uniforme y fácil; es el producto de la evolución en ambos sentidos, y la proporción o “peso” que cada uno ejerce para forjar la personalidad de un individuo todavía es un misterio.

Lo que sí parece claro es que existen ciertos factores en la naturaleza del hombre que aparecen fijos e inmutables: la necesidad de satisfacer los impulsos biológicos (comer, dormir, reproducirse…) y la necesidad de evitar el aislamiento y la soledad moral. Pero hasta la fecha, el individuo debe aceptar el modo de vida arraigado en el sistema de producción y distribución propio de una sociedad determinada. En el proceso de adaptación a la cultura, se desarrollan un cierto número de impulsos que motivan las acciones y los sentimientos de los individuos. Estos pueden o no tener conciencia de tales impulsos, pero en todos los casos son intensos y exigen ser satisfechos una vez que se han desarrollado. Se transforman así en fuerzas poderosas que a su vez contribuyen de una manera efectiva a forjar el proceso social tan exclusivo de la humanidad.

AYER Y HOY DEL PENSAMIENTO

El hombre ha creado un mundo no acorde a su naturaleza y es en él un desconocido.

Alexis Carrell

El ser humano no sólo ha evolucionado físicamente a través del tiempo, sino que lo ha hecho también intelectualmente. Desde la más remota antigüedad, ha sabido desarrollar la extraordinaria capacidad de generar procesos cognitivos y pensamientos complejos. Casi sin darse cuenta de los alcances y ventajas que esto tenía para él, supo hacer buen uso de la razón para formular estrategias y lograr metas inalcanzables para otros. Pensemos que, las diversas situaciones que se le presentaban en la vida diaria, como la necesidad de buscar alimento, cazar, conseguir protección y refugio, sobrevivir al fin y al cabo, el hombre supo realizarlas ingeniándoselas mejor que cualquier otro ser vivo, logrando modificar el entorno en su beneficio, en vez de ser un mero espectador del mismo.

Algunos de los factores que han permitido este fantástico desarrollo de las distintas formas de pensamiento humano han sido, sin lugar a dudas, los tipos de razonamiento que hemos formulado ante nuestras emociones, sentimientos y experiencias vividas. Nuestra capacidad de interiorizar y razonar sobre el entorno, sobre nuestros semejantes, además de nuestra potente memoria y, por supuesto, nuestro lenguaje, son clave en nuestra evolución. Las palabras y las acciones diarias de un sujeto son el reflejo y espejo de sus pensamientos, sentimientos y emociones, que a la vez forman parte de su conducta y personalidad.

Todo esto ha favorecido que surgiera un tipo de convivencia grupal entre los humanos cada vez mayor y más extensiva, un tipo de convivencia, eso sí, jerarquizada, en los que cada miembro tiene su función específica para lograr un bien común y de este modo seguir avanzando en el arduo camino de la vida y la evolución.

Paralelamente, a lo largo de su historia, la humanidad ha vivido grandes cambios y transformaciones desde el punto de vista psicológico y social, algunos más importantes que otros. Pero, un punto de inflexión crucial en el pensamiento humano, que produjo un antes y un después en el concepto de individuo como persona única y autónoma, se generó en el siglo XIX tras la aparición del capitalismo. Hasta entonces el hombre se consideraba miembro o parte de un grupo de iguales, no como individuo independiente.

En contraste con el sistema imperante hasta entonces, bajo el cual cada uno poseía un lugar fijo dentro de una estructura social ordenada y perfectamente clara, la economía capitalista abandonó al individuo completamente a su suerte: lo que lograba en su vida era por su propio mérito, no porque le hubiera “tocado” vivir dentro de una determinada y estática escala social.

Bajo este nuevo sistema social, el individuo tiene ahora la oportunidad, a pesar de las muchas limitaciones, de triunfar de acuerdo con sus propios méritos y acciones. Además la humanidad ha conseguido establecer en los últimos tiempos un nuevo paradigma de “igualdad” en el que todos tenemos los mismos derechos y deberes (en teoría), por lo que nadie es (o debería) ser menos que nadie.

El capitalismo y la globalización han liberado al hombre de sus vínculos tradicionales y han contribuido poderosamente al aumento de su libertad y al crecimiento de un individuo activo, crítico y responsable.

Con todos estos cambios, aparentemente positivos, se consigue generar un sentimiento de individualismo sin precedentes en la sociedad, lo cual, contradictoriamente ha traído consigo un nuevo sentimiento de soledad y aislamiento que no se había visto anteriormente.

Por fortuna, el nuevo individuo se ha sentido respaldado a partir de ese momento por factores como la posesión de propiedades, el prestigio, la admiración de los demás y el poder, sosteniendo así a un (a menudo) inseguro Yo individual.

De modo que, el hombre ha sido privado de la “seguridad” de que gozaba, del incuestionable sentimiento de pertenencia, y se ha visto arrancado de aquel mundo que había satisfecho sus anhelos sociales hasta ese momento. Ahora somos libres de obrar y pensar con independencia, de hacernos dueños de nosotros mismos y de hacer con nuestra propia vida todo lo que seamos capaces de hacer.

Pero nos encontramos con un carácter algo ambiguo en cuanto a beneficios personales: nos hemos liberado del sometimiento económico y social, pero a la vez hemos perdido aquellos vínculos que nos otorgaban seguridad y un sentimiento de pertenencia. La vida ya no transcurre en un mundo cerrado cuyo centro es el hombre; el mundo se ha vuelto ahora ilimitado y, al mismo tiempo, amenazador. Nuestras relaciones con los demás, ahora que cada uno es un competidor potencial, se han vuelto más lejanas y hostiles. Además nos encontramos ante una sensación inconsciente de conseguir una “igualdad” social para todos, lo cual nos empuja a la competencia más o menos manifiesta y feroz para conseguir tener lo mismo que nuestros vecinos.

Por suerte, para aquellos que poseen escasas propiedades y prestigio social, la familia constituye una fuente de seguridad individual. Aquí podemos sentirnos “alguien”, podemos ser esposo, padre, madre, hermano… además, y a parte de la familia, está el orgullo nacional (o incluso el orgullo de clase) que también contribuye a ofrecernos un sentimiento de importancia. Así, aun cuando no seamos “nadie” personal o profesionalmente, podemos sentirnos orgullosos de pertenecer a un grupo que se puede considerar de alguna forma valioso.

Pero como muy bien sabemos, las posibilidades de lograr el éxito económico individual son bastante restringidas. El sentimiento de inseguridad en este sentido empieza a aumentar vertiginosamente, sobre todo en los últimos años en los que la escena económica y política es cada vez más compleja y más vasta de lo que era antes. La desocupación de muchos millones de personas debido a la crisis en la estructura económica ha aumentado nuestro sentimiento de impotencia y soledad social. Nos vemos enfrentados a un mundo de dimensiones que escapan a nuestras capacidades reales y en comparación al cual nosotros no constituimos sino una pequeña partícula. Todo lo que podemos hacer ahora es ajustar nuestro paso al ritmo que se nos impone, a no ser que de una vez por todas, nos paremos a pensar y averigüemos cuál debería ser nuestro paso, para no dejarnos llevar tan fácilmente por el entorno y empezar a crear nuestro propio camino. Utilicemos nuestra fantástica individualidad de una forma emocionalmente más beneficiosa y efectiva, o no lograremos nunca la verdadera satisfacción personal.

¿QUÉ NOS HACE SER FELICES?

Somos animales sociales, el infierno son los demás.

Nassim Nicholas Taleb

Para un niño un juguete tiene valor si lo coge otro niño. Cuando ese niño llega a la edad adulta, sus inclinaciones son prácticamente las mismas, lo que ocurre es que se controla de no arrebatar el objeto deseado al otro por la fuerza (a no ser que tenga el oficio de ladrón) y no llorar (al menos en público) en el desgraciado caso de que no consiga ese preciado objeto.

Deseamos tener un móvil de última generación porque lo tiene nuestro amigo, queremos un bolso de marca porque lo lleva la famosa de la tele, anhelamos tener una casa tan bonita como la de nuestro vecino (o más, si puede ser); en cualquier caso, desearemos que sea más o menos grande y que tenga más o menos comodidades, dependiendo de en donde vivamos y con quién comparemos nuestro hogar. No desearemos la misma casa si vivimos en Somalia, en España, en Japón o en Canadá. Los demás importan, es así de simple.

Es algo parecido a los celos, que en realidad son fruto del miedo a perder una determinada cosa, objeto, función o relación, en detrimento de otra persona. O sea, que si nos desposeen de aquello considerado valioso por nosotros, entenderemos que la otra persona a partir de ahora tendrá más “valor” que nosotros mismos y este sentimiento de inferioridad subjetiva es algo tremendamente doloroso para los seres humanos. Obviamente, para que existan los celos resulta fundamental tener un sentimiento de propiedad. Por ejemplo, un niño puede sentir celos porque un amigo está jugando con un juguete que le pertenece o porque cree que su madre le da más atención a su hermano que a él, un adolescente puede experimentar celos porque su novia está hablando y riendo con su mejor amigo, un adulto puede experimentar celos porque su vecino se ha comprado un coche estupendo o porque sospecha que su mujer está con otro… Esto habitualmente nos genera una desagradable sensación de poco valor personal frente al otro, que demasiadas veces desemboca en ira y en agresividad más o menos controlada.

Ahora, hagamos un pequeño esfuerzo mental e imaginémonos que vivimos en un país muy especial, en el país de “lo mínimo imprescindible”. En dicho país lo que está bien visto en todo momento es poseer lo mínimo imprescindible para vivir normalmente. O sea, que si necesitamos comida, bebida, algo de ropa y una vivienda normalita, será correcto que lo poseamos, pero si a alguien se le ocurre tener un jacuzzi, todos lo mirarán mal y lo despreciarán. Lo mismo ocurrirá con quien tenga ropa en exceso y la utilice para presumir, o quien posea un coche, cuando todo lo necesario se tiene a una distancia suficiente para ir andando a conseguirlo. Tampoco será bien recibido aquel que acumule dinero o riquezas para sí mismo, pues se supone que quien ya tiene lo suficiente para vivir, debe dar el resto a fines comunes, como fabricar escuelas, bibliotecas u otros centros sociales. Esto parece incluso el principio básico del comunismo o el socialismo. Pero lo diferente de esta situación es que no sería nada impuesto, el hecho es que para ser una persona apreciada por los demás, para estar integrados, para ser realmente amados, deberíamos obrar de este modo de forma natural, voluntaria y siempre. De hecho, todavía existen tribus en el Amazonas y en África que desprecian con muchísima más intensidad a las personas avariciosas y poco generosas con los demás, antes que a un asesino. A los primeros ni siquiera se les ofrece un entierro o funeral digno con sus congéneres y son rechazados, tanto cuando estaban con vida como en su muerte, lo cual es la mayor vergüenza posible.

En este país imaginario, el que desea sobresalir o poseer bienes materiales es alguien que no es admirado ni respetado, pues se sobreentiende que lo hace a costa de los recursos naturales y de los demás. Todos los habitantes de este país tan especial valoran sinceramente estos preceptos por encima de todo y de corazón, sin fachadas. Para ellos es algo natural y totalmente obvio. Si hubiéramos nacido aquí y viviéramos conforme a estas directrices, ¿ansiaríamos realmente tener un televisor o un coche? No, pues lo que realmente nos une a todos es el hecho de sentirnos valorados, de formar parte de un grupo al que llamar familia, pueblo, estado. Nos gusta sentirnos orgullos de aquello a lo que pertenecemos y nuestro sentimiento de pertenencia al grupo es algo que llevamos muy dentro de nosotros, casi podríamos decir que su origen es genético. De no ser así, la humanidad no habría avanzado, pues una persona en solitario nunca sería capaz de realizar proyectos de envergadura como los que hemos llevado a cabo a lo largo de nuestra historia.

Los primates ya lo saben, hasta parece que lo sepan las hormigas y las abejas; la fuerza está en el grupo y debemos cumplir sus normas sociales. En películas infantiles como Bichos, Antz o Bee Movie ya se razonaba abiertamente sobre esta cuestión y sobre el precio de la diferencia. Así, aunque en un momento dado aparezca algún “disidente”, éste se quedará solo rápidamente, no recibirá el apoyo, aprobación ni protección del grupo y para cuando lo consiga (si lo consigue), se reformularán las normas sociales para que el grupo de origen vuelva a reunirse restableciendo así el equilibrio y la harmonía general.

Somos lo que somos porque estamos donde estamos y en la época que estamos. Nosotros mismos si hubiéramos nacido en el siglo III a. C., o en el XV, o simplemente en otro país, seríamos completamente diferentes, y nuestras necesidades también.

Otro ejemplo de hasta qué punto las circunstancias de nuestro alrededor nos influyen sería el siguiente: imaginemos por un momento que tenemos la suerte de ganar un premio de lotería de 15.000 euros, inmediatamente experimentaremos una sensación de gran felicidad por