Vuelve a quererme - Brenda Novak - E-Book
SONDERANGEBOT

Vuelve a quererme E-Book

Brenda Novak

0,0
5,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

En Whiskey Creek todo el mundo recordaba a Sophia DeBussi como a una adolescente mezquina. Especialmente Ted Dixon, cuyo amor ella despreció una vez. Pero Sophia había tenido que pagar un alto precio por todas sus transgresiones de juventud. Se había casado con un hombre rico y poderoso que había resultado ser un maltratador. Un buen día, su marido desapareció y Sophia no tardó en descubrir que lo había hecho huyendo de una investigación del FBI sobre su firma de inversiones. Y no solo se marchó dejando a Sophia en la miseria, sino obligándola a enfrentarse sola a todas las personas del pueblo a las que había estafado. Para pagar las cuentas y mantener a su hija no le quedó más remedio que aceptar un puesto de trabajo como empleada de hogar de Ted, convertido con los años en un exitoso escritor de novelas de misterio. Ted no podía darle la espalda, aunque se negaba a involucrarse sentimentalmente con ella…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 520

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Brenda Novak, Inc.

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Vuelve a quererme, n.º 89 - octubre 2015

Título original: Take Me Home for Christmas

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7218-9

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Reparto de personajes de Whiskey Creek

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Si te ha gustado este libro…

Para Sandra Standley y su madre, Diane.

Creo que las dos habéis leído cada libro que he escrito.

¡Gracias por vuestro tremendo entusiasmo y apoyo!

Reparto de personajes de Whiskey Creek

Personajes principales

Sophia DeBussi: dejó plantado a Ted Dixon para casarse con Skip DeBussi, gurú financiero y el hombre más rico del pueblo.

Cheyenne Christensen: ayuda a Eve Harmon a dirigir la posada Little Mary (antiguamente llamada Gold Nugget). Está casada con Dylan Amos, propietario del taller de chapa y pintura Amos Auto Body.

Gail DeMarco: es la propietaria de una agencia de relaciones públicas de Los Ángeles. Está casada con el actor de cine Simon O’Neal.

Ted Dixon: escritor superventas de novelas de suspense.

Eve Harmon: directora de la posada Little Mary, propiedad de su familia.

Kyle Houseman: Propietario de un negocio de placas solares. Estuvo casado con Noelle Arnold.

Baxter North: corredor de bolsa en San Francisco.

Noah Rackhman: ciclista profesional y propietario de la tienda de bicicletas Crank It Up. Está casado con Adelaide Davies, chef y directora de Just Like Mom’s, el restaurante de su abuela.

Riley Stinson: contratista.

Callie Vanetta: fotógrafa. Está casada con Levi McCloud/Pendleton, veterano de la guerra de Afghanistán.

Personajes secundarios

Los hermanos Amos: Dylan, Aaron (que tuvo una relación con Presley), Rodney, Grady y Mack.

Olivia Arnold: es el verdadero amor de Kyle Houseman, pero está casada con Brandon Lucero, el hermanastro de Kyle.

Presley Christensen: hermana de Cheyenne.

Joe DeMarco: hermano mayor de Gail DeMarco, propietario de la gasolinera Whiskey Creek Gas-n-Go.

Phoenix Fuller: está encarcelada. Es la madre de Jacob Stinson, que está siendo criado por su padre, Riley.

Capítulo 1

El marido de Sophia Debussy se había ido. Estaba… desaparecido. No aparecía por ninguna parte. Con sus noventa pies de eslora, el Legado era un yate grande… Skip nunca compraba nada que no fuera lo mejor… pero no tanto como para que se perdiera en él. Su tripulación de seis miembros acababa de ayudar a Sophia y a su hija de trece años a registrar hasta el último centímetro cuadrado del barco.

Aparte de su teléfono móvil, que no respondía, las cosas de Skip estaban donde debían estar, solo que él no.

Recogiéndose su larga melena, Sophia guiñó los ojos contra el reflejo del sol en el agua, intentando distinguir la costa de Brasil a unas pocas millas a estribor. ¿Sería posible que su marido se hubiera zambullido para un baño tempranero y hubiera acabado llegando a tierra?

Era una posibilidad, aunque remota. ¿Por qué se habría ido solo? Hacía un día demasiado ventoso para disfrutar de la playa. Y aunque había hecho negocios por todo el mundo, nunca había oído que conociera a alguien en Río de Janeiro.

Además, había planeado aquel viaje por su decimotercero aniversario de boda, porque quería pasar tiempo con la familia. Sophia no podía imaginarse que estuviera trabajando, no cuando supuestamente aquellas vacaciones iban a servir para empezar de cero, para salvar su problemático matrimonio. Le había dicho que no aceptaría ni una llamada de teléfono. Si le hubiera hecho aquella promesa únicamente a ella, Sophia no se habría fiado. Él ya le había dicho aquellas cosas antes y no las había cumplido. Pero también se lo había prometido a su hija, y Alexa y él estaban muy unidos.

Entonces… ¿dónde estaba?

Sophia contempló el agua. ¿Se habría caído por la borda y ahogado en el agitado océano Atlántico?

El pensamiento le provocó una punzada de alivio. Era macabro desear la muerte a alguien, pero solo si Skip desaparecía para siempre podría ella escapar de él. Había vivido con Skip el tiempo suficiente como para saber que nunca la dejaría marchar de buen grado. Se lo había dicho él mismo.

En el momento en que Alexa se acercó a la barandilla para situarse a su lado, la culpa ocupó el lugar del alivio que había estado sintiendo. Su pobre hija podía haber perdido a su padre. ¿Cómo podía ella alegrarse de algo así?

–¿Qué ha pasado, mamá? –preguntó Lexi, con sus enormes ojos azules llenos de lágrimas.

Sophie pasó un brazo por los finos hombros de su hija.

–No lo sé, corazón –seguía rebobinando mentalmente las últimas veinticuatro horas, pero no lograba identificar nada fuera de lo normal. Skip se había acostado la noche anterior a las once, como siempre. Había reclamado sexo, como siempre. Cuando estaba con ella, insistía en conseguir algún favor sexual como poco una vez al día. Ella estaba segura de que se acostaba con otras mujeres cuando viajaba, sobre todo cuando se ausentaba por una semana o más tiempo. Pero ella nunca había intentado controlarlo. Cuando él estaba en casa, ella simplemente hacía lo que tenía que hacer para tener la fiesta en paz, para sobrevivir. Sabía cómo reaccionaba él cuando ella se negaba. Cuando no la pegaba, podía permanecer enfurruñado durante días.

Si no hubiera sido por la vergüenza de tener que contarle a todo el mundo, incluida su hija, que se había tropezado contra una puerta, o frenado en seco y golpeado contra el volante del coche, lo del enfurruñamiento lo habría odiado más. A veces duraba todavía más que los moratones.

Alexa se enjugó las mejillas húmedas por las lágrimas.

–¿De verdad que no te acuerdas de cuándo se levantó esta mañana?

Ya habían hablado de aquello. Sophia no se acordaba. Ella no se levantaba tan temprano como él. Skip no le había permitido nunca tener un empleo. En un día de colegio, solía volverse a la cama después de que se marchaba Alexa, y se quedaba allí hasta las diez o así. Luego se levantaba lentamente, se ocupaba de su aspecto, que siempre era tan importante para Skip, y se pasaba el día bebiendo. El alcohol era la única cosa capaz de embotar su decepción, para no hablar del aburrimiento, con la que convivía cotidianamente.

Pero también le proporcionaba a Skip un arma que usar contra ella, cada vez que la necesitaba.

«Yo creía estar viviendo algo especial cuando me casé contigo. Eras alguien, ¿recuerdas? La hija única del alcalde. La chica más popular del instituto. Y ahora mírate. No eres más que una borracha perezosa».

Intentó enterrar aquellas odiosas palabras en el fondo de su mente, allá donde residían. La hacían desear un gin tonic, pero era demasiado temprano para eso. De todas formas no podía tomar ninguno, se recordó. No solamente acababa de pasar treinta días en rehabilitación, tal como le había prometido a Skip como parte de su «comienzo de cero»: esa vez había dejado la bebida para siempre. Él la había amenazado con ingresarla en una institución psiquiátrica, como aquella en la que estaba internada su madre, si no lo hacía. No estaba segura de cómo se las arreglaría para hacerla pasar por loca, pero no dudaba de que podría hacerlo. El estado mental de su propia madre, el dato de que hubiera una enfermedad mental en la familia, no trabajaba precisamente en su favor.

–¿Mamá? –preguntó Lexi.

Sophia se obligó a salir del remolino de sus pensamientos.

–No me despertó, cariño. Lo siento. Y tampoco me dijo que se marchaba. Me habría acordado.

–¿Estás segura? Él dice que te olvidas de las cosas. Que, si pudieras, vivirías dentro de una botella.

A menudo la criticaba con Lexi. Él era el padre fantástico que siempre le estaba haciendo extravagantes regalos. El padre que le había prometido a Lexi un Porsche por su decimosexto cumpleaños. Nunca tenía que alzar la voz para insistir en que hiciera los deberes, se terminara la cena o mejorara sus notas, porque él nunca estaba el tiempo suficiente con ella.

–He dejado de beber –dijo Sophia en voz baja–. Fue por eso por lo que estuve fuera, ¿recuerdas? Cuando tú tuviste que quedarte con los abuelos.

Alexa no siguió con aquella vieja discusión. Estaba demasiado perpleja por la desaparición de su padre.

–Es que es todo tan… raro.

–Es raro –Sophia sabía que tanto el capitán como la tripulación estaban de acuerdo en aquello. Les había oído preguntarse unos a otros si alguien había visto al señor DeBussi en cubierta durante las horas de madrugada. Nadie le había visto. Ni tampoco habían sabido nada de él. Pero con el motor en marcha y las olas chocando contra el casco del barco, ¿alguien se habría dado cuenta si se hubiera caído por la borda?

–Sigo pensando que tiene que estar en alguna parte –vestida con unos vaqueros cortos y un top blanco, Alexa se apoyó en la barandilla mientras sus ojos tristes barrían la cubierta, el bar, las escaleras que se perdían en el puente–. Estoy tan preocupada…

Sophia no quería que su hija tuviera que aceptar todavía lo peor. No quería que sufriera. Alexa era la única razón por la que había seguido con su desgraciado matrimonio. Skip le había dicho que nunca más volvería a ver a su hija si ella se marchaba, y Sophia le creía. Con su propia madre diagnosticada como esquizofrénica y su padre muerto, no tenía a nadie.

–Puede que aparezca.

Una lágrima rodó por la mejilla de Lexi.

–Pero ya oíste al capitán. Dijo que era imposible que papá hubiera alcanzado la costa. Nadie podría llegar nadando tan lejos.

El capitán podría haber tenido razón si se hubiera referido a cualquier otro. Pero él no conocía a Skip, no como ella. Skip podía hacer cualquier cosa que se empeñara en hacer. Sophia nunca había conocido a nadie con una voluntad tan fuerte. Ni a nadie tan controlador.

Dio un abrazo a su hija.

–Hemos contactado con el consulado de los Estados Unidos, y ellos han avisado a la policía. Atracaremos en Río a esperar mientras registran la ciudad y las playas. No nos marcharemos sin él. No renunciaremos a la esperanza tan pronto.

La cabeza de Alexa chocó contra el pecho de Sophia mientras asentía, pero obviamente estaba haciendo verdaderos esfuerzos por creer que aquellas medidas podían servir para algo. Ella no se imaginaba a su padre saltando del barco en mitad de la noche y nadando hasta la costa. Y Sophia tampoco.

El capitán se aproximó a ellas.

–Hemos asegurado un punto de atraque en la marina de Gloria, señora Debussy –dijo–. Deberíamos llegar a puerto en menos de media hora.

–Gracias, capitán Armstrong.

Su asentimiento tuvo el mismo efecto que un saludo militar. Se dispuso a volverse, pero se detuvo.

–¿Hay algo más? –le preguntó ella.

–Yo solo… quería advertirla.

Un estremecimiento la congeló a pesar de la temperatura de casi cuarenta grados.

–¿Sobre?

–La policía. Cuando hablé con ellos por radio, ellos… ellos me preguntaron si… –se aclaró la garganta mientras sus ojos volaban hacia Alexa, y ella empujó suavemente a su hija hacia las escaleras.

–Alexa, ¿por qué no vas abajo y revisas nuestro dormitorio una vez más, quieres? Asegúrate de que todo lo de papá está ahí, incluso sus útiles de afeitado.

–Sabemos que está ahí –protestó.

Sophia le dio otro pequeño empujón.

–Revísalo otra vez, ¿quieres?

Reacia, su hija se dirigió a las escaleras, mirando ceñuda por encima del hombro antes de desaparecer.

–¿Qué pasa, capitán Armstrong? –preguntó Sophia.

–Me hicieron preguntas sobre su matrimonio, señora Debussy. Si los había visto discutir a los dos, esas cosas.

Él no le había visto discutir con ella. Nadie lo había hecho. Skip mantenía siempre las apariencias a toda costa. Su reputación como hombre de éxito que lo tenía todo significaba para él mucho más que algo tan maleable como era la verdad. Nunca se ponía violento cuando alguien más estaba cerca, y eso incluía a Lexi. Si se enfadaba, simplemente castigaba a Sophia después.

Pero alguien astuto podía sin duda percibir la tensión. Sophia le tenía verdadero terror. Incluso cuando Skip no se mostraba abiertamente como un maltratador, ella tenía que soportar sus numerosas represalias, tan pequeñas como perversas.

–¿Y usted que les dijo? –el corazón le latía tan rápido que temió que él pudiera escucharlo. A Skip no le habría gustado aquella intrusión en sus vidas personales, pero entonces, ¿por qué la había dejado tan vulnerable a aquel riesgo?

–Que yo no sabía nada sobre su vida privada. Pero… quiero asegurarle que, aunque lo hubiera sabido, no les habría dicho nada.

Sophia encontró reconfortante su lealtad, sobre todo porque nunca había contado con ella. No lo conocía, apenas había hablado con él. No importaba que fuera lo suficientemente mayor como para ser su padre, o que estuviera casado. Su marido era demasiado celoso. Cualquier interacción con ella por parte del capitán habría puesto en peligro su trabajo.

–Gracias, capitán Armstrong.

–De nada. Tengo el máximo respeto por usted, señora DeBussi, pero…

Sophia se ciñó el vaporoso pañuelo blanco que hacía juego con su entallado vestido de verano.

–¿Sí?

Él bajó la voz.

–Deberá estar preparada. Le preguntarán a usted lo mismo.

De repente comprendió el motivo por el cual le estaba diciendo aquello.

–¿No querrá decir…? ¿Ellos no pensarán que yo he podido hacer algún daño al señor DeBussi? –la ironía de que cualquiera la considerara a ella sospechosa de hacerle daño a Skip casi la hizo reír.

–Tienen que descartar esa posibilidad.

Podía entender la razón, por supuesto. ¿Pero cómo podría convencerlos? Aunque el consulado de los Estados Unidos estaba de su lado, ella tendría que lidiar con una policía extranjera; ni siquiera hablaba su lengua. ¿Y si la detenían?

Su cara debió de haber traicionado su pánico, porque el capitán la tomó de un codo y la llevó hasta un diván. No era algo que él se hubiera arriesgado a hacer en presencia de su marido, pero ella se sintió agradecida por aquella amabilidad.

–No serán capaces de demostrar nada, señora DeBussi –le dijo–. Simplemente necesitará mantenerse firme y fuerte.

¿No serán capaces de demostrar nada? ¿Qué significaba eso? ¿Que él sospechaba de ella… pero no la culpaba? No se atrevió a pedirle que se explicase. Forzando una sonrisa, repuso:

–Por supuesto.

Ojalá pudiera mantenerse «fuerte». Ella había sido fuerte una vez, incluso voluntariosa y rebelde. Se arrepentía de muchísimas cosas de aquellos años, tantas que había estado purgando sus pecados desde entonces. Pensó que vivir con Skip era como una parte de su penitencia. Pero la única cualidad de aquel entonces que lamentaba no haber conservado era su espíritu luchador.

Quizá ese espíritu siguiera aún presente en ella, en alguna parte. Pero tener una niña la había dejado completamente inerme.

Capítulo 2

Sophia se deslizó fuera de la habitación de Alexa. Se había quedado dormida y ella se sentía agradecida por ello. Había sido un día largo y difícil. Aunque apenas podía creerlo, seguía sin tener noticias de Skip. Según lo prometido, la policía se había entrevistado con ella a mediodía, cuando atracaron en la marina. Mientras un puñado de agentes de homicidios examinaba el barco, buscando muestras de sangre o cualquier otra pista, un inspector había estado hablando con ella. Con un marcado acento portugués, le había hecho todas las preguntas que habían sido de esperar en aquellas circunstancias.

Y Sophia había mentido en respuesta a casi todas ellas.

–¿Qué le hizo decidir hacer un viaje a Río?

–¿Qué mejor lugar para celebrar nuestro aniversario? Llevábamos meses queriendo escaparnos.

–¿Considera que usted y su marido son una pareja feliz?

–Oh, sí. Nunca hemos estado más enamorados.

–¿Hay alguien, quizá algún miembro de la tripulación, que pudiera haber estado enfadado con su marido?

–Por supuesto que no. Skip es maravilloso, cae bien a todo el mundo.

Le habían dolido los músculos por la tensión, pero no se había atrevido a decir la verdad, sobre todo cuando le preguntaron quién habría querido verlo muerto. Estaba segura de que ella era la única. Los oficiales del capitán Armstrong eran recién contratados. Antes de aquel viaje nunca habían coincidido con Skip, de modo que habían dispuesto de muy poco tiempo para conocerlo. Y aunque era posible que el capitán, el cocinero y la asistenta lo encontraran tan avasallador y egoísta como ella, de no haber sido por él no habrían conseguido el empleo. Ninguno de ellos habría tenido ninguna razón para empujarlo al mar.

Entonces, ¿a dónde había ido? No tenían más respuestas que antes de atracar. Pero, gracias a Dios, el día había terminado y disponía de toda la noche para intentar recuperarse.

Inspirando hondo para tranquilizar sus nervios, subió al puente y contempló la ciudad. Río estaba iluminada como un parque de atracciones, pero la vista era solitaria contemplada desde allí, en el Legacy, tan lejos de California, mientras se preguntaba por lo que le había sucedido a su marido.

Su teléfono móvil descansaba sobre una mesa cercana. Aquel día, Carlotta, la mujer que limpiaba la casa y atendía sus necesidades personales, la había ayudado con la operadora de telefonía para poder tener servicio mientras estuviera fuera de los Estados Unidos. No dudaba de que el móvil de Skip había tenido acceso a llamadas internacionales desde el principio, pero, hasta el momento, ella no había tenido necesidad de utilizarlo. Rara vez hablaba con alguien que no fuera de Whiskey Creek.

Después de mirarlo durante varios minutos, como si fuera una serpiente lista para atacar, lo recogió. Había intentado llamar a Skip antes, por el teléfono del capitán. Luego, cuando la policía estuvo en el barco, habían llamado juntos. Skip no había respondido, por supuesto, pero eso no significaba que no fuera a hacerlo ahora.

–Está hablando con Skip DeBussi de DeBussi Worldwide Investments. No estaré localizable hasta el 23 de octubre. Mi ayudante, Kelly Petruzzi, se encargará de atender cualquier asunto laboral durante mi ausencia…

Sophie colgó antes de escuchar la información de contacto de Kelly. Había llamado al ayudante de Skip varias veces a lo largo de ese día. Kelly tampoco había sabido nada de su marido, lo cual no tenía ningún sentido. Kelly siempre sabía dónde localizarlo cuando surgía una emergencia.

Si Skip estaba vivo, tendría que reaparecer en cualquier momento. Nunca iba a ninguna parte sin su móvil, y en el barco no se lo había dejado.

Decidida a poner fin a lo que se le antojaba una extravagante pesadilla, Sophia probó a llamarlo otra vez. Y otra más, y otra. Si la policía revisaba las llamadas recibidas de Skip, parecería como si estuviera desesperada por hablar con él. Pero, en el fondo de su corazón, sabía que simplemente estaba intentando confirmar que no iba a responder.

Las llamadas iban directamente a su buzón de voz. Aunque esperaba cada vez a escuchar su voz grabada, solamente dejó un mensaje:

–¿Skip? ¿Dónde estás?

–¿Señora DeBussi?

La voz no pertenecía a su marido. Sobresaltada, dio un respingo y pulsó el botón de finalización de llamada.

–¿Sí, capitán Armstrong?

El capitán del Legacy se acercó, con su alta figura tapando momentáneamente las luces de la ciudad que se extendía a su espalda.

–Ha cenado muy poco. ¿Puedo traerle un plato de queso y galletas? ¿O una copa de vino?

Definitivamente quería una copa. Un chardonnay la ayudaría a relajarse, a intentar superar lo que prometía ser una difícil noche de preguntas y esperas. Pero sabía que no sería capaz de detenerse en una sola copa. Y necesitaba mantener la cabeza clara. Su hija dependía de su concentración y de su fortaleza emocional. Lo último que quería era fallarle a Alexa o demostrar que Skip tenía razón: que no era más que una borracha perezosa.

–Estoy bien. Gracias.

Él pareció decepcionado por su rechazo. No sabía que había salido muy recientemente de una clínica de rehabilitación, ya que en ese caso nunca le habría ofrecido un vino. Skip, avergonzado por su adicción, había mantenido en secreto su estancia en la clínica New Beginnings de Los Ángeles, ocultándosela a todo el mundo excepto a sus padres, que se habían hecho cargo de Alexa para que él pudiera trabajar durante su ausencia.

–Debería alimentarse bien para poder estar fuerte –insistió el capitán.

Sophia deseaba comer por esa misma razón, pero era incapaz de tragar un bocado.

–Estoy bien, de verdad.

Él asintió con la cabeza y se dirigió hacia las escaleras.

–Me vuelvo al puente, entonces.

Solo eran las nueve de la noche, ¿pero por qué no debería disfrutar aquel hombre de un pequeño descanso? No había nada que hacer para cambiar la situación, excepto esperar y ver si Skip volvía. Aunque la policía había intentado localizarlo rastreando su teléfono móvil, no había recibido ninguna señal. Según ellos, no había recibido ninguna llamada desde la tarde anterior, cuando estuvo hablando con su oficina.

–Buenas noches, señor Armstrong –le dijo ella– y descanse usted. No hay nada de lo que necesite preocuparse un capitán de barco mientras estemos atracados en la marina.

–Este capitán de barco está preocupado por usted –repuso él.

Ella alzó la mirada. La luz de la luna le permitió leer la compasión en su rubicundo rostro.

–Lo siento, pero me recuerda usted a mi hija –explicó él–. No puedo evitar este sentimiento protector.

Sophia se habría sentido sorprendida si no hubiera sido porque ejercía aquel efecto en la mayoría de los hombres, y no solamente en los tipos paternales. Su madre solía reírse de ello. «Eres como una muñequita de porcelana», le había dicho. «Perfecta pero frágil. No hay combinación más potente para atraer al sexo opuesto».

Skip, por supuesto, tenía un punto de vista más crítico. «Eres como Marilyn Monroe. Tienes la clase de sex-appeal que vuelve locos a los hombres. Constantemente los tienes olisqueando a tu alrededor, como perros detrás de una hembra en celo».

La primera vez que Skip la había pegado fue después de un concurso de cocina patrocinado por sus acaudalados padres. El primo de Skip, de visita procedente de Denver, le había sacado galantemente una silla, y eso fue todo lo que él necesitó para estallar; una vez que volvieron a casa, por supuesto. En aquella ocasión la acusó de flirtear, de hacer creer a su primo que lo encontraba atractivo.

–Agradezco su preocupación –le dijo a Armstrong–, pero… ya superaré esto de alguna manera.

–¿Y si no vuelve su marido? ¿Será capaz de superar eso?

Su vida sería muchísimo más fácil si él no volvía. Pero eso no podía admitirlo.

–Me esforzaré todo lo que pueda por el bien de mi hija.

–Espero que no tenga que llegar a eso.

Ella no dijo nada, simplemente sonrió mientras él se marchaba. Luego llamó a Kelly para saber si había habido alguna noticia.

–¿Señora DeBussi?

El ayudante de su marido, de unos treinta y pocos años, parecía impaciente, afectado. Al principio Sophia se sintió culpable, imaginando que la habría molestado a una hora intempestiva. Allí donde estaba era de noche, pero luego recordó que en California sería por la tarde.

–Lamento molestarle de nuevo –empezó, ligeramente desconcertada, pero él la interrumpió antes de que pudiera continuar.

–No, me alegro de saber de usted. Es un alivio, de hecho. En realidad, me disponía a llamarla.

Una tensa bola de nervios se le formó en el estómago. Él nunca se había mostrado tan contento de recibir noticias suyas. Durante sus breves conversaciones, incluidas las que habían mantenido temprano ese mismo día, la había tratado con profesional cortesía y nada más. Skip mantenía una completa separación entre sus negocios y su vida personal. Apenas hablaba con ella de su trabajo o de los lugares a los que viajaba, a no ser que fuera para alardear del multimillonario contrato de turno que había cerrado.

–Ha recibido noticias de mi marido –dijo ella.

–Ninguna en absoluto. Pero necesito hablar urgentemente con él. ¿No ha vuelto todavía?

Sophia habría podido alegrarse de que seguía sin recibir noticias del hombre al que había llegado a odiar tanto, pero lo angustia de la voz de Kelly la puso alerta.

–No. ¿Qué pasa?

–El FBI está aquí. Le están buscando.

¿Tan pronto? No había imaginado que la policía brasileña contactaría con el FBI. No se lo habían dicho. ¿Se involucraba el FBI en cada caso de desaparición de un ciudadano americano? Quizá si desaparecía fuera de su país.

–Qué rápido. Si solo lleva desaparecido quince horas o así.

La tensión de la voz de su interlocutor subió un punto.

–No están aquí por la razón que usted supone. Traen una orden de registro.

Sophia se levantó.

–¿Qué quiere decir eso?

–Están reclamando acceso a las oficinas, los archivos, todo –evidentemente, el estado emocional de Kelly estaba rozando el pánico. Pero aparte de alguna que otra multa por exceso de velocidad, algo habitual cuando conducía su Ferrari por capricho, dado que tenía un chófer para ir y volver de sus oficinas de San Francisco, Skip nunca había tenido problema alguno con la ley.

–¿Por qué?

–Supongo… supongo que es objetivo de una investigación. Piensan presentar cargos contra él.

Sophia se quedó tan impresionada que no podía hablar.

–¿Señora DeBussi?

Después de aclararse la garganta, logró encontrar la voz.

–Sí, sigo aquí. ¿Qué tipo de cargos?

–Hay toda una lista. Un momento, acaban de darme algo…

Sophia oyó un tembloroso suspiro, y luego un revolver de hojas de papel antes de que él volviera a ponerse el teléfono.

–Aquí está. Se enfrenta a varios cargos de conspiración para cometer fraude informático y telefónico, fraude en títulos de bolsa e implicación en transacciones económicas de propiedades derivadas de actividad ilícita especificada.

Al final de un día agitado, la noche era, por lo general, tranquila. Pero Sophia no se sentía nada tranquila por dentro. Actividad ilícita… o lo que fuera. Aquellos cargos parecían un batiburrillo de malas palabras.

–Y, por lo que tengo entendido –continuó Kelly–, podría ir a prisión por el resto de su vida.

Debilitadas las rodillas, Sophia palpó el aire en busca de una silla y se dejó caer en ella.

–No puede ser tan malo…

–Alegan tener pruebas –repuso él–, y confían en descubrir más cosas en su investigación.

–¿Alegan? –repitió ella–. ¿Es cierto? ¿Podría ser cierto? Si él hubiera hecho algo tan… tan horrible, ¿acaso no lo habría sabido usted?

–¿Cómo habría podido saberlo? Él solo me cuenta lo que quiere que sepa, y de fraude nunca me ha dicho una sola palabra. Pero… –bajó la voz– , últimamente se ha estado comportando de una manera bastante extraña.

De alguna forma, aquello a Sophia le había pasado completamente desapercibido. Pero ella había pasado en rehabilitación un mes entero, durante el cual Skip pudo haber hecho casi cualquier cosa. Durante las dos primeras semanas, ni siquiera le habían permitido hablar con él. Y desde entonces, ella había estado absolutamente concentrada en mantenerse sobria.

–¿De qué manera?

–Distraído. Preocupado.

–¿Por qué no me lo ha dicho antes? –preguntó consternada.

–Estaba intentando llevar lo mejor posible el negocio desde aquí y manejarlo como él esperaba que hiciera. Yo nunca imaginé… Bueno, sí que sabía que un contrato en concreto podía no estar marchando bien, pero siempre hay altibajos en el mundo de las inversiones. Lo que no imaginaba era que sus problemas fueran tan serios.

Kelly había mencionado la palabra «prisión». En un pueblo del tamaño de Whiskey Creek, la humillación de una denuncia penal sería devastadora: no solo para Skip, para ella y para sus padres, que siempre habían estado tan orgullosos de él, sino para Alexa, que había tenido todo lo que era posible comprar con dinero y que estaba acostumbrada a sentirse importante y admirada.

–Esos cargos que mencionó… fraude informático… y fraude en títulos de bolsa. No se trata de ningún homicidio. Esas cosas no son nada… violentas. Si consigue un buen abogado, será capaz de evitar la prisión, ¿no?

–Es un delito de guante blanco, pero los cargos son graves.

Sophia se frotó las sienes. Tenía un terrible dolor de cabeza. Necesitaba una copa, pero se negaba a sucumbir a la presión. ¿Cómo podría manejar aquella situación estando bebida? «Lexi me necesita».

–No irán también a por usted…

–No han dicho nada, pero no creo. Lo único que tienen que hacer el seguir el rastro de un dinero en el que yo sé que no he estado involucrado.

Pero su empleo peligraba. Y eso no sería fácil de asimilar, sobre todo cuando se producía tan de repente.

–Sigo sin tener claro que ha hecho él –dijo ella–. O lo que dicen que ha hecho.

–Ha robado dinero, señora DeBussi.

Pero siempre había ganado tanto... ¿Para qué habría necesitado robarlo?

–¿A quién?

–A sus inversores.

«Oh, Dios», exclamó para sus adentros.

–Entonces, ¿qué es eso del fraude informático?

–No sé muy bien cómo encaja eso, exactamente. Es uno de los cargos. Según un agente especial de nombre Freeman, su marido ha estado recibiendo fondos de inversores y derivándolos a cuentas personales y compañías privadas, en lugar de ingresarlos en el Fondo de Desarrollo SLD. Quizá ellos le mandaban los pagos por Internet. El FBI me está haciendo un montón de preguntas, pero sin darme apenas respuestas.

¿Derivar dinero a cuentas personales? ¿Por qué Skip habría de cometer una deshonestidad semejante?

–Él nunca estafaría a nadie. Debe de haber tomado prestado el dinero. Lo devolverá.

–Imposible.

–¿Perdón?

La voz susurrada de Kelly subió de volumen.

–¿Tiene alguna idea de las cantidades de las que estamos hablando?

Le quemaban los ojos por las lágrimas no derramadas. Quería estar de regreso en casa para poder encontrar algún consuelo en un ambiente familiar.

–No. ¿Cuánto?

–Sesenta millones de dólares.

Sophia sintió que se desmayaba.

–Esa es una cantidad enorme –incluso para ella, que estaba acostumbrada a oír a Skip hablar de cifras altas.

–Más de lo que será capaz de devolver nunca.

–Entonces… ¿quién ha salido perjudicado? ¿Qué inversores?

–Cualquiera que invirtiera dinero en el Fondo SLD.

–¿Y qué es el Fondo SLD?

–El dinero que supuestamente debía ser invertido en un amplio surtido de recursos y acciones que cotizaban en bolsa.

«Un momento», se dijo Sophia. Aquello le sonaba. Había oído a Skip hablar del Fondo SLD con diversa gente del pueblo. La gran oportunidad de hacer mucho dinero que había estado persiguiendo durante el último año.

–¿Me está diciendo que esos inversores han perdido su dinero? ¿Que no hay manera de devolvérselo?

–Ahora lo está entendiendo –repuso Kelly–. Supongo que no lo habría tomado si no lo hubiera necesitado, pero eso tampoco lo justifica. Llevaba meses esforzándose por cubrir gastos. Yo pensaba que terminaría cuadrando las cuentas en cuanto cerrara el próximo contrato. Eso es lo que me dijo él. Que tenía un gran contrato en ciernes. Pero ahora… Me pregunto si no me habría estado diciendo todo eso para ganar tiempo, para que yo me quedara hasta el final ayudándolo a guardar las apariencias.

–Habla usted como si… como si DeBussi Investments hubiera finiquitado. ¡Arruinado!

–Es lógico. Porque a no ser que él posea algún alijo secreto de dinero en alguna parte, es cierto.

–Eso no puede ser.

Skip siempre había tenido dinero. Aunque había entrado en el mundo de los negocios recién salido del instituto y no había pasado un solo día en la universidad, era ya un joven acaudalado para cuando ella se casó con él, con veintidós años. Y se había hecho todavía más rico con el transcurso de los años. No hacía mucho tiempo que California Business, una prestigiosa revista, lo había presentado como el mejor consultor financiero del estado.

–Pero si no hay dinero en DeBussi Investments, ¿qué pasa con nuestras finanzas personales? –preguntó–. Quizá yo pueda devolver una parte –al menos a la gente que conociera.

–No tengo la menor idea de cómo están sus cuentas personales –dijo Kelly.

Eso le dio a Sophia alguna esperanza, pero no tardó en descubrir que ella no sería capaz de arreglar los desaguisados de Skip. Cuando a la mañana siguiente intentó comprar combustible para el Legacy, se encontró con que el FBI había bloqueado todas sus cuentas corrientes y de crédito.

Capítulo 3

Sophia guiñaba los ojos contra el fuerte sol de la tarde. Nunca había estado encariñada con sus suegros, sobre todo con la madre de Skip. Por lo general la trataban con una especie de tranquila indiferencia y ella fingía no notarlo, pero de cuando en cuando detectaba un verdadero desdén. Solo podía suponer que su marido se había quejado de ella con ellos, al igual que solía hacer con Lexi. Ella nunca había dicho o hecho nada que hubiera podido ponerlos en su contra… pero estaba el problema de la bebida. La desaprobación y la frialdad que le demostraban hacía que le resultara difícil acudir a ellos, incluso en aquella hora de necesidad. Aquel día les había llamado porque se merecían saber que su hijo había desaparecido. Estaba bastante unido a ellos, y ella necesitaba dinero para volar a casa con Alexa. Porque a sus padres no podía pedirles ayuda. Hacía doce años que su padre había fallecido de cáncer de próstata, y catorce desde que su madre fue hospitalizada de manera indefinida.

–¿De qué estás hablando? –le espetó Sharon–. Eso no puede ser cierto.

Sophia acababa de decirle que Skip no estaba en el barco cuando ella se había despertado la mañana anterior y que no había vuelto a verlo desde entonces. Había decidido no mencionarles lo del FBI. Imaginaba que enterarse de que su hijo había desaparecido y que probablemente estaba muerto ya era lo suficientemente duro; ya asimilarían el resto cuando ella estuviera de regreso en casa y contara con mayor información. Pese a la dura realidad de su actual situación económica, o precisamente por ello, Sophia seguía esperando que hubiera una explicación lógica… aparte de aquella que los hechos parecían sugerir.

–Sharon, es cierto –dijo–. No tengo ni idea de dónde puede estar. He contactado con la policía brasileña, por supuesto, y llevan buscándolo desde entonces. Pero han pasado ya treinta y dos horas y no hay señal alguna de él.

–¿Has llamado a su móvil?

–Una y otra vez.

–Debe de tener negocios en Río –dijo su madre con su habitual brusquedad de modales. Siempre se comportaba como si lo supiera todo y tuviera todas las respuestas–. Ya sabes cómo es. Trabaja sin parar.

–¿Me estás diciendo que se fue nadando a su cita de negocios? Porque esa es la única manera en que pudo haber llegado allí… a no ser que se nos pasara desapercibido que un barco apareciera para recogerlo en mitad de la noche.

Un silencio acogió su respuesta. Sharon había detectado el sarcasmo, pero en aquel momento en particular, Sophia no podía soportar la arrogante actitud de su suegra. Ya estaba teniendo suficientes problemas para dominarse. Aunque había logrado superar la noche entera sin probar una gota de alcohol, no había dormido. Sentía los ojos como si fueran de papel de lija, le dolía la cabeza y el estómago y tenía algunas horribles verdades a las que enfrentarse: verdades que iban a cambiar toda su vida. Si Skip no volvía, si no arreglaba el desastre que había creado, ella no tendría manera alguna de sobrevivir, y mucho menos de cuidar bien de su hija.

Se quedó mirando fijamente su desnudo dedo anular. En su décimo aniversario de bodas, Skip había sustituido su alianza de matrimonio por un diamante de cinco quilates que valía más de doscientos mil dólares. Pero cuando ella entró en la clínica de rehabilitación, él se lo había quitado, diciéndole que quería hacerlo tasar a efectos del seguro…

A la luz de lo que había estado oyendo durante el último par de días, sospechaba que no había caído precisamente en manos de un tasador.

–Lo siento –escondió la mano para que no volviera a recordarle el anillo, y se esforzó por recuperar el control de sus emociones–. Estoy… estoy muy afectada, como te podrás imaginar. Como te dije, no tengo la menor idea de lo que ha sucedido, cómo es que Skip no está aquí o dónde podría estar. Espero que se encuentre bien, y que todo termine bien y pronto. Pero deseo desesperadamente volver a casa. Tengo que regresar a casa. Puedo esperarlo allí.

–Comprendo que ha debido de ser un día muy… duro para ti. Pero no puedes perder las esperanzas y abandonar tan rápidamente a tu marido.

Haciendo una mueca, procuró encontrar una explicación que no incluyera admitir que el FBI había presentado cargos contra Skip. Sabía el efecto que aquella noticia tendría sobre sus padres. Ellos le tenían en un altar. Siempre lo habían preferido a su hermano, que trabajaba como fontanero y tenía cinco niños con cuatro mujeres diferentes.

–No puedo quedarme aquí. Ha habido un… un problema con nuestras cuentas y no puedo cubrir los gastos de comida y de combustible, ni pagar a la tripulación.

–Dios mío, ¿y ahora me estás hablando de dinero? ¿Qué es lo que hay que hacer para encontrar a Skip antes de que sea demasiado tarde?

–Si pudieras mandarme el dinero suficiente para que volviera a casa con Alexa… Entonces te lo explicaría todo en persona, o al menos lo poco que sé.

Oyó una conversación de fondo.

–¿Sophia? –el teléfono había cambiado de manos. Se había puesto Dale, el padre de Skip.

Ella agarró el teléfono con fuerza.

–¿Qué diablos está pasando?

Como regla general, los hombres la trataban mejor que las mujeres. Era por eso por lo que ella solía preferirles. Pero su suegro era una llamativa excepción.

–Ya sé que es… es increíble –dijo, y le repitió lo que le había contado a Sharon.

–Mi hijo nunca dejaría a su familia de golpe y porrazo –comentó cuando ella hubo terminado–. Debe de tratarse de algún juego sucio, un… un secuestro.

–No ha habido nota de rescate alguna.

–Entonces ha tenido que ser otra cosa. Él nunca te abandonaría a ti y a Alexa en ese maldito barco por voluntad propia.

Una lágrima resbaló por su mejilla porque estaba completamente segura de que Skip había hecho exactamente eso, y lo sentía sobre todo por su hija. ¿Cómo había podido prometerle a Alexa unas maravillosas dos semanas en el mar en plan familiar… para luego desaparecer?

–Probablemente… probablemente tengas razón –dijo, pero solo para no discutir.

Cuánto más pensaba sobre la oportunidad de la desaparición de Skip, más se convencía de que se había fugado. Tenía que haber sabido que el FBI estaba detrás de su pista. O quizá alguno de sus inversores le había estado presionando para que le entregara los fabulosos beneficios que él les había prometido, y se le habían acabado las excusas.

–¿Tenía problemas con la tripulación? –le preguntó su suegro.

¿Estaba pensando en un asesinato?

–No, ninguno. La tripulación es magnífica. Nadie habría pensado en hacerle el menor daño.

–¡Pues alguien tiene que haberle hecho algo, por Dios! ¿Y ahora tú quieres marcharte, volverte a casa sin él? ¿Cuándo probablemente esté en graves problemas… quizá perdido en medio del mar? ¡Podría necesitar tu ayuda!

Sophia tuvo que hacer un esfuerzo para hablar por culpa del nudo que tenía en la garganta.

–Ya te lo he dicho, no tengo dinero para quedarme. Yo… yo ni siquiera puedo cubrir las necesidades de Lex. Piensa en tu nieta, por favor. Necesito que vuelva a casa.

–¿Cómo es que no tienes dinero? Todo este asunto apesta, Sophia. ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que no nos estás diciendo?

Ella dejó caer la cabeza, apoyándola en su mano libre. Se daba cuenta de que aquella conversación no podía esperar, después de todo.

–El FBI ha bloqueado nuestras cuentas bancarias, Dale.

–Suelta el teléfono –ordenó a su mujer. Luego volvió a hablar–. ¿Has dicho FBI?

Sophia suspiró.

–Eso me temo.

–¿Por qué habría de bloquear vuestras cuentas el FBI? El FBI no hace eso a no ser que… a no ser que…

–A no ser que tengan una razón para ello –terminó Sophia por él–. Dicen que Skip ha estado defraudando a sus inversores.

–¿Qué?

–Es cierto. Han bloqueado todo el dinero para devolver todo el que sea posible. Pero Kelly me dice que se trata de una cantidad mínima, si es que queda alguna.

–¡Tonterías! –explotó–. Mi chico nunca engañaría a nadie. Él no necesita estafar a nadie. Todo lo que toca lo convierte en oro. Tú has visto lo que ha hecho, lo mucho que te ha ayudado.

¿Habría estado vulnerando la ley durante todo el tiempo? ¿O solo recientemente?

–Espero que sea inocente, como tú dices. Y espero que podamos demostrarlo.

–¿De veras? Porque suenas como si ya te hubieras dado por vencida –graznó–. ¿Es que no tienes ninguna confianza en él?

–Yo solo sé lo que me ha dicho Kelly, Dale, y lo que me ha dicho es que los planes del FBI son acusar a Skip de fraude al Fondo SLD.

Se hizo un breve silencio.

–No puede ser. El Fondo SLD estaba haciendo mucho dinero. Vi el informe del mes pasado.

Una oleada de inquietud invadió a Sophia.

–¿Cómo es que leíste tú ese informe? Tú no tenías inversiones en ese fondo…

Skip nunca habría defraudado a sus propios padres. ¿O sí?

–Claro que sí –respondió orgulloso su suegro–. Metí los ahorros de toda una vida en ese fondo. Lo mismo hizo casi toda la población de Whiskey Creek. Y cuando vean la rapidez con que mi hijo doblará su dinero, se alegrarán enormemente de haberlo hecho.

Sophia empezó a reír. Una vez que empezó, ya no pudo parar. No hasta que terminó llorando.

–¿Sophia? ¡Sophia, para! –ladró Dale–. ¿Estás borracha?

–No –respondió–. No he bebido una sola gota de alcohol.

–¿Entonces qué te pasa?

Sorbiéndose la nariz, se secó los ojos.

–Te lo creas o no, tu hijo ha desaparecido –dijo–. Y con él todo el dinero que tú y todos los demás habéis invertido en ese fondo.

Capítulo 4

Dos días después, el domingo, tan pronto como pudieron arreglarlo todo, Sharon y Dale fueron a recibir a Sophia y a Alexa al aeropuerto. Sus suegros estaban pálidos y demacrados, y Sophia sabía que ella no tenía mucho mejor aspecto. Transportó su equipaje hasta el coche mientras su hija hacía lo mismo, con el pelo pegado a un lado de la cabeza de la postura en la que había intentado dormir en el avión, apoyada en la ventanilla.

–Gracias por habernos ayudado a volver –dijo Sophia–. Y por enviarnos dinero suficiente para que la tripulación volviera con el Legacy –no tenía duda de que el FBI confiscaría el yate una vez que tocara puerto.

El funcionario que había estado hablando con Kelly, el agente especial Freeman, se había puesto en contacto con ella cuando estaban a punto de abordar el avión. Ella le había dicho que no podía ayudarles a encontrar a Skip. Y él le había dicho que el gobierno se había incautado de todos sus bienes a excepción de la casa. Dado que no tenía acciones vinculadas, no les había merecido la pena incautarse de 910 de Wonderland Drive.

Sophia se alegraba de ello. Al menos Alexa y ella podrían quedarse en un entorno familiar hasta que el banco las desahuciara. Cuándo se produciría aquello era algo que ignoraba por completo. Tenía asuntos más urgentes de los que preocuparse antes de que llegara ese momento. La manera en que el agente Freeman la había interrogado le había hecho creer que la consideraba sospechosa de asociación con las actividades fraudulentas de Skip y, cuando colgó, no parecía haber cambiado de idea. No había dejado de preguntarle por lo que sabía sobre las actividades de su marido, insinuando que Skip no podía haber hecho todo lo que había hecho sin su conocimiento. La ley del Estado de California consideraba a la esposa responsable de cualquier deuda en la que hubiera incurrido su cónyuge, de modo que ella también iba a quedar arruinada.

Los DeBussi abrazaron a Alexa y se volvieron inmediatamente para ayudar con el equipaje.

–Era lógico, ¿no? No íbamos a dejar tirada a nuestra nieta –repuso Dale con tono tenso.

Sophia intentó no sentirse dolida por el hecho de que no la hubieran recibido a ella con el mismo calor. Quizá no había sido la esposa perfecta. Nadie admiraba a una alcohólica. Pero había formado parte de la familia DeBussi durante trece años, poco después de descubrir que se había quedado embarazada de Lex. Se merecía al menos un poco de amabilidad.

–Dado que yo también adoro a Alexa, os lo agradezco –dijo.

Aparte de algún que otro comentario sobre el tiempo y la duración del viaje, recorrieron en silencio los doscientos kilómetros que los separaban del «Corazón del País del Oro». Sophia sabía que sus suegros no querían hablar de la situación de Skip en presencia de Lexi, y ella tampoco. No le había contado a Lexi que la policía buscaba a su padre. Simplemente le había dicho que había surgido un contratiempo en el trabajo y que debía de haberse marchado a alguna parte para ocuparse del problema.

–¿Crees que Alexa debería venirse a casa con nosotros? –le preguntó Sharon cuando llegaron a lo alto de la «DeBussi Hill» y entraron en el sendero circular.

A juzgar por la mirada que le lanzó su hija, Alexa no quería irse con ellos. Probablemente tenía tantas ganas de dormir en su propia cama como ella. Además, Sophia no quería estar sola. Todos aquellos cambios tan súbitos la habían dejado aturdida.

–Esta noche no.

Sharon se revolvió en su asiento.

–¿Por qué no?

Que su suegra desafiara su voluntad la hizo apretar los dientes por un momento. Sharon no le mostraba el debido respeto porque Skip siempre había despreciado su opinión, pero se las arregló para responder con voz tranquila:

–El viaje ha sido duro para las dos. Estamos muy preocupadas por Skip y hemos pensado que deberíamos quedarnos en casa en caso de que llame.

–De acuerdo, pero no bebas esta noche, ¿quieres? Con toda esa presión que estás soportando… –entrecerró los ojos–, no me gustaría que volvieras a las andadas.

¿Que volviera a las andadas? Sophia miró a su hija. Detestaba que Alexa escuchara aquello.

–No he tomado una sola copa desde que entré en New Beginnings.

–Eso dice ella –masculló Dale por lo bajo–. Si eso fuera cierto, quizá tendría un recuerdo más claro sobre… ciertos detalles.

Como por ejemplo a dónde había ido su hijo o lo que le había sucedido. Pero Sophia ignoró su comentario por temor a que él intentara empeorar las cosas. No quería que Alexa la culpara a ella, o que pensara que el alcohol era el motivo por el cual no tenía la menor idea de dónde podía estar Skip.

–Gracias de nuevo.

Cuando se marcharon, Sophia se quedó viendo el coche alejarse. Si Skip no volvía, tendría que continuar lidiando con sus padres ella sola. Y sabía que eso no sería más fácil que enfrentarse al FBI.

–¿Vienes? –preguntó Alexa mientras subía los escalones hasta la recargada puerta de madera labrada que Skip había adquirido en el extranjero.

–Ahora mismo –normalmente se habría detenido a admirar las decoraciones de Halloween que había colocado antes de marcharse. Adoraba las vacaciones, tanto las de Halloween como las de Navidad. Pero aquella noche nada de todo aquello le parecía importante.

Arrastró la maleta por los escalones porque estaba demasiada cansada para levantarla. La casa olía a zumo de uva y a mango de las caras velas que a Sophia le gustaba encender.

–Al fin en casa –suspiró.

–Ojalá estuviera papá con nosotros –murmuró Lexi y, con la cabeza baja, se dirigió a su habitación.

–¿No hay beso de buenas noches?

Dejando caer su maleta en el suelo de mármol con un fuerte golpe, Lexi regresó apresurada con ella.

–Perdona, mamá. Es solo que… duele. Tengo miedo de no volver a verlo.

–Lo sé –abrazó a su hija con fuerza, deseando poder amar a Skip tanto como ella. Al menos ahora quería que su marido volviera; por el bien de su hija y porque vivir con Skip, por muy difícil que fuese, probablemente sería más fácil que resolver los problemas que él había dejado atrás–. Durmamos un poco –dijo mientras se erguía.

Una vez que Alexa se hubo acostado, Sophia se fue a la cama diciéndose que todo se vería mejor por la mañana. Pero la llamada que la despertó en mitad de la noche le dijo que precisamente iba a empeorar.

Ted Dixon estuvo a punto de no asistir a la cita del café del viernes por la mañana con sus amigos. Era un ritual, algo que esperaba ansioso cada semana. Como novelista que era, se sentaba delante del ordenador varias horas cada día y no salía muy a menudo de casa. Y conocía a la mayoría de la gente con la que se reunía en el Black Gold desde que estaba en el instituto. Siempre disfrutaba viéndolos. Pero después de la terrible noticia que había corrido por el pueblo durante la última semana, fácilmente podía adivinar cuál sería el tema de conversación y no estaba muy seguro de que quisiera participar. Todo el mundo lo estaría observando, intentando adivinar su reacción, y aunque tenía mucha práctica en fingir que no estaba interesado en nada que tuviera que ver con su antiguo amor, tenía la sensación de que a algunos de sus amigos no podía engañarles.

Por otro lado, si no acudía, probablemente averiguarían el motivo. No aparecer revelaría más cosas que si se sumaba al grupo como si aquel viernes no fuera distinto de cualquier otro.

–Hey, has venido.

Callie Pendleton, la propietaria de la tienda de fotografía del pueblo, fue la primera en saludarlo. Había sufrido un transplante de hígado hacía un año y medio, pero nadie habría podido adivinarlo a primera vista. Seguía teniendo un aspecto tan sano y fuerte como cualquier mujer. Levi, su marido, le saludó a continuación junto con Riley Stinson, un contratista de obras que tenía un hijo de catorce años pero que nunca se había casado.

–¿Por qué no había de hacerlo? –preguntó, simulando no ser consciente del añadido interés que iba a tener que soportar.

–¿No te has enterado? –la pregunta la hizo Noah Rackham, sentado con un capuchino en las manos al lado de Adelaide, su esposa embarazada. Noah había abandonado recientemente su carrera como ciclista profesional, que antes solía llevarle a pasar la mitad del año compitiendo en Europa. Pero seguía siendo el propietario de la tienda de bicicletas del pueblo. Para ayudar a su abuela, Adelaide llevaba el restaurante Just Like Mom’s, toda una institución en Whiskey Creek.

Ted no había tenido mucho trato ni con Levi ni con Adelaide hasta que ambos empezaron a frecuentar la cafetería. Lo mismo podía decirse de Brandon Lucero y de su esposa Olivia. Eran más jóvenes, habían estado en cursos anteriores en el instituto. Callie, Riley, Kyle, Eve y Noah eran la gente con la que Ted había crecido, así como varios otros que acudían normalmente pero que ese día no habían aparecido.

–¿De qué? –Ted se acercó a la mesa y ocupó su asiento habitual–. No me digáis que Baxter no va a venir a la fiesta de Halloween.

Baxter era uno de sus mejores amigos, que solía tomar café con ellos cada semana, pero que se había mudado a San Francisco hacía unos meses.

–Este año la fiesta será en casa de Cheyenne y Dylan, ¿no? –preguntó Adelaide.

–Eso es lo último que he oído –dijo Callie–. No sé por qué no han venido hoy –miró hacia la entrada como esperando que aparecieran en cualquier momento.

–Chey fue a visitar a su hermana esta mañana –les informó Eve. Eve y Chey trabajaban las dos en la pensión de los padres de Eve, así que mantenían un contacto muy estrecho–. Pero Dylan y ella irán a la fiesta de Halloween y lo mismo Baxter. Anoche le llamé. Me dijo que vendría.

–¿Cómo lleva su nueva situación? –preguntó Ted.

Noah intervino antes de que Eve pudiera responder.

–Oye, un momento. No volvamos otra vez sobre aquello. Ya sabes que no me estaba refiriendo a eso cuando te pregunté si te habías enterado de la noticia.

Ted miró a la multitud que se apelotonaba ante la caja registradora. No era hombre al que le sobrara la paciencia. Prefería sentarse a charlar hasta que encontrara un hueco y así no tener que esperar, pero ese día pensó que debería haberse sumado a la cola. De esa manera habría podido disfrutar de un respiro. Tal vez así habría dejado a sus amigos abordando la situación de Sophia y habrían pasado luego a otro tema de conversación para cuando él hubiera vuelto con su consumición habitual: una taza del mejor café solo del Black Gold.

–Si te refieres a Skip DeBussi, por supuesto que me he enterado.

–¿De que su cuerpo ha aparecido en la costa de Brasil? –preguntó Noah.

–Está en todos los periódicos, ¿no? –repuso Ted–. Y circula por Internet.

–¿Y? –insistió Noah–. ¿No tienes ninguna reacción?

–Lo lamento por sus padres y por su hija, si es eso lo que quieres escuchar.

Riley volvió de la barra con una gigantesca magdalena, un helado de fruta y yogur y una manzana. Aparentemente, pensaba comérselo todo él solo; su hijo estaba en el colegio, así que no lo compartiría con él como solía hacer durante los veranos.

–¿Lo lamentas por todo el mundo excepto por su mujer? –preguntó, sumándose rápidamente a la conversación.

Ted intentó no imaginarse el rostro de Sophia. Nunca había visto a una mujer más bella. Hacía que se volvieran las cabezas, incluida la suya, allá por donde iba. Detestaba que todavía siguiera teniendo el poder de afectarlo y a menudo se recordaba que su belleza era solamente superficial.

–Estoy seguro de que saldrá adelante. Parece que siempre cae de pie, como los gatos.

Callie frunció el ceño.

–Eres duro con ella. No discutiré que Sophia tenía un carácter algo… difícil en el instituto, pero…

–¿Un carácter algo difícil? –repitió él–. Era la chica más mala que el instituto Eureka ha visto nunca. Les robaba los novios a las otras chicas, jugaba con los chicos que escogía, manipulaba a todo aquel que se dejaba y utilizaba su poder y su popularidad para machacar a los menos afortunados. Podéis lamentarlo por ella todo lo que queráis, pero no nos olvidemos de los hechos.

No añadió que tenía también un montón de buenas cualidades. Que había sido una chica sexy, divertida, decidida y lo suficientemente misteriosa como para intrigarle. En aquella época, aquella chica había sido todo lo que él había querido. Esperó que alguien se lo recordara, pero nadie lo hizo.

–La gente madura –dijo Riley–. A mí me caía bien cuando venía a tomar café.

Porque no le habían dado la oportunidad de hacer otra cosa. Ted se alegraba de que ella hubiera cambiado de idea sobre lo de formar parte de aquel grupo. En su opinión, no había tenido ningún derecho a alternar con ellos después de haberse portado tan mal, y él mismo se había asegurado de que lo supiera.

–No te dejes encandilar por esos grandes ojos azules.

Callie la lanzó una mirada cargada de reproche.

–Ted, acaba de perder a su marido. ¿Es que no puedes tenerle un poco de compasión?

No. No podía. Necesitaba mantener alta la guardia, porque sabía a dónde podía llevarle cualquier enternecimiento. Ya había intentado rescatarla una vez antes. Habían transcurrido años desde entonces, pero había aprendido la lección.

–Como os he dicho, lo lamento por su hija y por los padres de Skip. Perder un hijo o un padre ya es duro. Pero descubrir que ha estafado a casi todo el pueblo para luego morirse intentando simular su propia muerte para poder empezar una nueva vida en otra parte…

Nunca le había gustado Skip, pero tampoco había esperado que pudiera llegar a hacer algo tan perverso.

–¿Que Skip murió intentando simular su propia muerte? –Levi se sentó con un café y un yogur que dejó delante de Callie–. Yo lo último que supe fue que se suponía que había sido un accidente… que se cayó del barco y se ahogó.

–No fue un accidente –respondió Ted–. Nadie se «cae» de un yate con un chaleco salvavidas provisto de un móvil desechable y no rastreable, una muda de ropa y cien mil dólares en efectivo atados a la espalda. Lo que escuchaste en las noticias debió de ser antes de que el FBI publicara sus conclusiones. Dudo que alguien se hubiera decantado por la hipótesis del accidente de haber conocido aquel pequeño detalle.

Brandon vertió el contenido de un sobre de azúcar en su café.

–Así que si se lanzó por la borda, fue porque estaba preparado para ello. ¿Pero por qué no sobrevivió?

Ted se encogió de hombros.

–Nadie lo sabe. Se especula con que llevaba algún tipo de artefacto de flotación que terminó perdiendo en algún momento. Quizá se encontró con un tiburón o con unas rocas, o se quedó dormido y se perdió. O tal vez lo soltó él mismo, pensando que así podría nadar con mayor rapidez. Quizá subestimó la distancia que lo separaba de la costa o su capacidad para luchar contra las corrientes.

Noah terminó su capuchino.

–Me lo imagino haciendo eso. Siempre fue un tipo excesivamente confiado.

–Lo que le ha hecho a todo el mundo es horrible –dijo Olivia mientras secaba la condensación que cubría su vaso de zumo–. Sobre todo a la pequeña Alexa. ¿Cómo le explicará Sophia que su padre murió intentando escapar de ellas?

Ted se hizo a un lado para poder cruzar las piernas sin molestar a nadie.

–Yo me alegro de no haber invertido nada, y espero que ninguno de vosotros lo haya hecho, tampoco.

Lo había dicho a la ligera. No había pensado realmente que alguno de sus amigos pudiera ser víctima de la estafa, pero al ver que Kyle y Noah cruzaban una mirada, se sentó muy derecho.

–No me digáis que vosotros sí.

–Él tenía labia –dijo Noah, poniéndose colorado–. Quiero decir, mira su casa. Mira los coches que conduce y los viajes que hace… o que solía hacer. Yo creía que sabía lo que estaba haciendo.

–¡Y bien que lo sabía! –replicó Ted con una carcajada–. Os convenció de que invirtierais, ¿no?

La expresión de Kyle era tan mustia como la de Noah, pero intentó defenderse.

–No seas tan engreído, Ted. La única razón por la que tú mantuviste las distancias fue porque no querías darle a Skip el placer de que pensara que podías apreciarlo o admirarlo.

Eso era cierto. Como casi todos los demás, él se había sentido tentado por la promesa de dinero fácil, sobre todo cuando tanta gente a la que respetaba parecía haber saltado ante la oportunidad. Era la conexión de Skip con Sophia lo que le había impedido hacerlo.

Por una vez, su historia con ella había terminado redundando en su favor.

–No importa por qué no lo hice, el caso es que no invertí –apoyó los codos sobre la mesa–. ¿Cuánto habéis perdido vosotros dos?

–No quiero hablar de ello –dijo Noah.

Kyle no respondió.

–No le darías mucho, ¿verdad?

En un obvio gesto de defensa del hombre al que amaba, Adelaide le pasó un brazo por los hombros.

–Tú no hiciste nada malo, cariño. Lo hizo él. Apuesto a que muchos en Whiskey Creek perdieron más que tú.