¿Y yo qué? - Juana Presman - E-Book

¿Y yo qué? E-Book

Juana Presman

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Beschreibung

En "¿Y yo qué? Cuando los adolescentes nos hablan?" Juana Presman recupera testimonios y enseñanzas que extrajo de un trabajo de décadas en el acompañamiento médico a los adolescentes y sus familias. Se trata además de un llamado a la comprensión y la empatía frente a los desafíos existenciales que afronta toda persona joven, pero vinculándolos a temas concretos: por qué salen, por qué toman, qué buscan en las redes sociales… Este libro en cierto sentido se complementa con otra de sus obras publicadas: "Decir que no".

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Seitenzahl: 143

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Juana Presman

¿Y yo qué?

Cuando los adolescentes nos hablan

Saga

¿Y yo qué?

 

Copyright © 2018, 2022 Juana Presman and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726903287

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A los adolescentes y jóvenes que nos muestran nuestras faltas y nos anuncian el futuro.

Advertencia

Este, mi segundo libro, intenta preguntar y reflexionar sobre nuevos aspectos de la vida del adolescente. Temas que fueron surgiendo como interrogantes en los diversos encuentros con padres, docentes y jóvenes.

En este libro me he ubicado del lado del adolescente, de su mirada, de lo que nos devuelve. Al igual que Decir que no, no es un manual de autoayuda, aunque comparte cierta intención. No es un libro científico aunque se basa en hechos y fenómenos de las ciencias médicas. No es un libro para profesionales pero puede ser útil para ellos. Es un libro para el público en general. Su objetivo es ayudar a entender y, mejor, acompañar a los adolescentes, cuya lógica y estilos de vida nos desorientan. Y como es un libro singular, es decir, desde mi particular mirada y opinión, es por lo tanto discutible.

Quiero agradecer a mis queridos pacientes, a sus familias y a las escuelas donde tuve el placer de trabajar, haberme permitido el privilegio de compartir su intimidad y este tramo de la vida.

Capítulo 0. ¿Cómo son los adolescentes de hoy?

ADOLESCERE: del latín. Crecer.

¿Cuántos son?

Según el informe de Unicef de junio, 2017, en Argentina hay más de 5 millones y medio de adolescentes de entre 10 y 18 años.

 

¿Cómo son?

La adolescencia, “la segunda década de la vida” según la OMS, suele dividirse en temprana, media y tardía. No es lo mismo un adolescente de 11 años (adolescencia temprana) que uno de 18 (adolescencia tardía). De hecho un adolescente o joven de 18 años considera a un congénere de 13 años prácticamente de otra generación. Gustos, música, lenguaje y códigos totalmente diferentes.

 

“Los jóvenes –dice nuestro maestro– son concupiscentes de carácter y les encanta hacer siempre lo que desean. Son muy seguidores de las pasiones venéreas. Son variables y se hartan con facilidad, son fuertemente concupiscentes, pero sus deseos son agudos, no prolongados, pues se les pasa la pasión de prisa, como la sed y el hambre de los enfermos. Son apasionados, de cólera pronta, y se dejan llevar con facilidad por los impulsos. Se dejan llevar por la ira, no soportan ser tenidos en poca consideración y se irritan sobremanera si se consideran víctimas de la injusticia. Les gusta el honor, la victoria, el sobresalir. En cambio, no son codiciosos, porque nunca han pasado necesidad. No son malvados de carácter sino más bien cándidos, porque les falta la experiencia, el no haber visto muchas maldades. Son confiados por no haber sido engañados muchas veces. Y son bien esperanzados, como los borrachos, porque a ellos también los caldea, si no el vino, sí su propia naturaleza. Y viven por la mayor parte llenos de esperanza, porque la esperanza es lo propio del futuro, como el recuerdo es lo propio del pasado, y resulta que los jóvenes tienen ante sí un largo futuro y tras de sí un muy breve pasado. Son fáciles de engañar porque esperan con facilidad, y son sobremanera valerosos porque están llenos de esperanza. Son vergonzosos, pues todavía no conciben otros bienes sino los de su convencional educación. Son magnánimos porque la vida todavía no los ha humillado suficientemente y porque por eso mismo están aún llenos de esperanza. Se lanzan a hacer el bien con más facilidad que a llevar a cabo lo que les conviene, pues viven más de acuerdo con su carácter que con su reflexiva razón, ya que prefieren la virtud de lo bueno al cálculo de lo conveniente. Son más amigos de sus amigos y compañeros de sus compañeros que los que tienen edad más avanzada, porque les complace y hasta embelesa la convivencia y nunca piensan en la utilidad ni, por tanto, tampoco, cuando escogen a los amigos. Se pasan en todo, todo lo hacen exageradamente, lo suyo es por doquier la demasía, pecan por exceso, aman con exceso, odian por exceso, no tienen término medio. Se creen que lo saben todo y hacen siempre afirmaciones contundentes, de lo que deriva su conducta exorbitante y descomedida. Son compasivos por creer que todos los demás son buenos y aún mejores que ellos mismos, dado que miden al prójimo con la carencia de maldad que a ellos mismos les es propia. Les encanta la risa y la chanza, pues la chanza no es sino la insolencia educada” (Aristóteles. La Retórica).

Como vemos, poco han cambiado. Solo que ahora sabemos que esto es así por el efecto de las hormonas y la maduración neurológica.

Las hormonas aumentan: ocho veces el estrógeno (hormona femenina) y dieciocho veces la testosterona (hormona masculina). Esto se debe a cambios en el cerebro. El cerebro deja de inhibir a las hormonas y estas se disparan. Pero no solo el área del control hormonal se modifica (hipotálamo). Sabemos por los estudios de neurociencias que el cerebro continúa madurando hasta los 25 años. Esta maduración significa que van aumentando las conexiones entre las neuronas, la sustancia gris. Algunas conexiones que no se usan, se podan, determinadas por las experiencias y los estímulos. Se produce así un proceso de arborización y poda.

Pero no todo el cerebro madura igual. La zona prefrontal, que controla los impulsos y la capacidad de planificar y organizarse, demora más. La zona del placer también tarda en lograr su correcta regulación. Este sustrato neurológico explicaría las conductas de los adolescentes desde Aristóteles hasta este siglo.

Por ello algunas cosas no cambian.

Me pregunto qué pasará en las próximas generaciones con los estímulos de la tecnología: circuitos nuevos que se abren y otros, como las lecturas prolongadas sin atractivo visual que quizás se “poden”.

Volveremos sobre este aspecto neurobiológico de la conducta al hablar de las sustancias que ingieren los adolescentes. Su etapa evolutiva determina la dificultad en regular los consumos y cómo estos pueden afectar su cerebro en formación.

Los adolescentes, como colectivo, son un grupo heterógeneo. En primer lugar, esto se debe a la inequidad presente en Argentina. Esto se refleja en el lugar donde viven, la alimentación a su alcance, la educación y las oportunidades que se les brindan.

Reconozco que este libro comenta, describe y discute la situación de los adolescentes urbanos, que asisten a la escuela o universidad, con alimentación suficiente y oportunidades económicas. Es decir que nos referimos a la mitad de los adolescentes, la mitad no pobre (Unicef informa que uno de cada dos adolescentes de 13 y 17 años es pobre).

 

Hay dos preguntas que me inquietan en especial: qué rol tienen los adolescentes en nuestra cultura, qué nos aportan y qué rol cumplimos los adultos en el desarrollo de nuestros adolescentes.

La primera es de alguna manera sorprendente, ya que los medios de comunicación y la sociedad en general, a través de sus distintas manifestaciones, nos transmiten que los adolescentes son una molestia, algo así como un mal necesario, ese colectivo de la “edad del pavo” que hay que soportar, sobrevivir y esperar a que maduren para volver a tener un vínculo “civilizado”.

Pero qué pasa si invertimos la ecuación y vemos que los adolescentes nos muestran nuestras faltas, nos increpan con su bronca, nos abofetean con sus ideales y sueños, nos fascinan con su creatividad.

Los adolescentes nos aportan siempre lo nuevo, el futuro hecho presente con sus logros y miserias.

 

Respecto a la segunda pregunta, el licenciado en Psicología, Daniel Levy, comenta que los adultos deberían sostener y soportar el proceso de subjetivación. Es decir, cual palenque donde apoyarse, acompañar ese profundo trabajo de transformación que sufren estos seres intentando construir una identidad.

Ya en mi libro anterior comento que a través del conocimiento de ese extraño y diferente mundo juvenil es que podemos acompañar, guiar y cuidar. Hay un marco de este universo que es insoslayable:

Los cambios hormonales que producen la maduración sexual hacen que la sexualidad tiña pensamientos, deseos y acciones. Pero el sexo no es lo que era y la diversidad sexual tampoco. Se redefinen los vínculos con padres y pares. Y los padres, que ahora han constituido nuevos modelos familiares generan un desafío de adaptación. El contexto de la sociedad de consumo, que nos inunda con su oferta sin límite. “Desde luego, hasta ahora no se había visto nunca un mundo en el que los viejos trabajan y los jovenes duermen” (Michele Serra. Los cansados). El desarrollo tecnológico, que hace que el tiempo se defina si estás on line (conectado) u off line, determinado por la nueva madre de todo lo bueno y de todo lo malo: Internet. Gracias a dichos medios, se impone una nueva dimensión del cuerpo y de la imagen. Y también en este nuevo contexto, desde lo social han aparecido leyes que cambian las reglas de juego entre adultos y adolescentes.

Intentemos entender, entonces, la nueva realidad de estos jóvenes y sus prioridades, ya que si no lo logramos quedarán solos y sin interlocutores en esta compleja y cambiante realidad.

1. Díganme no

Uno no es joven como quiere sino como puede

Miguel había decidido dejar de consumir marihuana, “el vicio”, como él mismo le decía. Estaba consumiendo mucho. Sin parar, sin control. Y se cansó. Quería estar más alerta para el estudio, no tener más accidentes con la moto, no tener que mentirles a sus padres. Le expliqué que para ayudarlo le haría controles de droga en orina en un laboratorio. Noté que se sonrojaba cuando le di la orden. Sospeché que seguía consumiendo pero, para mi sorpresa, me dijo que prefería que le hiciera dopajes con tiras reactivas al azar, sin avisarle.

Si le daba la orden del análisis, él podía decidir cuándo realizar el dopaje y evitar un resultado positivo. Ya lo había hecho. Esta vez no quería engañar a nadie. Esta vez quería un verdadero control.

Me quedé pensando, Miguel quería que realmente yo no le permitiera consumir. Me estaba pidiendo a gritos que NO lo dejara solo… con la droga. Me estaba diciendo que no me dejara engañar.

 

Marta había bajado de peso hasta llegar a sus 30 años con 30 kilos. Había logrado hacer una vida normal engañando a todos. Se ponía ropa suelta, estudiaba, era amable. Su contextura pequeña la ayudaba. Comía muchas verduras y frutas.

Cuando le dije que se iba a morir si no recuperaba peso, quedó shockeada y empezó a comer mejor. Recuperó diez kilos pero en un momento se estancó. Le faltaban unos cinco kilos para llegar a un peso saludable. Y yo ignoraba que ella le tenía terror a pasar del número cuarenta.

Concurría al tratamiento, leía su registro de comidas, se dejaba pesar, pero… el fiel de la balanza no se movía. Antes de que pudiéramos averiguar lo que pasaba, la naturaleza le jugó una mala pasada y tuvo una complicación clínica que casi la lleva a la muerte.

Fue entonces que, internada, confrontada con esa realidad, confesó que mentía, que dibujaba su registro de comidas, que se atoraba de agua y verduras antes del pesaje y que luego vomitaba.

Sentí que me había pedido que la descubriera y yo no vi las señales.

 

Los pedidos de ayuda de los adolescentes pueden ser crípticos, oscuros, encubiertos. Pocos dicen: quiero llamar la atención, quiero que me ayuden.

Siempre exponen su cuerpo, sin límites, en este desesperado SOS.

Las manifestaciones son diversas: dejar de comer, seleccionar la comida, comer a escondidas, aislarse, consumir alguna sustancia, estar ausente o distraído, agresivo, irritable, arriesgarse demasiado. La variedad es amplia.

Se juegan todo por el todo, sienten que no tienen nada que perder. Poder interpretar y ayudar exige un esfuerzo enorme de nuestro lado, del lado adulto.

Hay que reescribir la historia, ganarse la confianza, acompañar y transmitir que vale la pena seguir, sin necesidad de tan alto costo. Transmitir que se puede vivir sin hacerse daño.

Ellos no siempre están dispuestos a hablar. Somos nosotros los que tendremos que poner en palabras dichos actos para tender un puente en la comunicación. Eso implica estar atentos, dedicar cierto tiempo, hacernos preguntas, consultar.

Y debemos aprender a tolerar la frustración. El camino de la verdad es zigzagueante, con valles y quebradas, con caídas y nuevos comienzos.

Nosotros también tenemos que poner el cuerpo. Cansa, requiere perseverancia, es una nueva parición, la última.

2. Cuando el adolescente no quiere venir a la consulta

“Doctora, María no quiere venir, ¿qué hago? No puedo agarrarla de los pelos, tiene 17 años”.

“Marcos no quiere venir, se me escapa. Dice que es su vida, que no quiere hacer ningún tratamiento, que a su cuerpo lo cuida él”.

 

Estas y otras frases similares son frecuentes en un consultorio de adolescentes y jóvenes. Sus padres, a veces otros familiares, están alarmados y preocupados por las conductas de los jóvenes. Suele suceder con más frecuencia cuando de trastornos de alimentación o de consumo de sustancias se trata.

Imagino lo que podrían estar pensando estos jóvenes:

“Ya sé que estoy muy flaca y no menstrúo, pero no siento ningún malestar, es más, me siento mucho mejor que antes, cuando me decían que estaba gorda. Si el costo de este bienestar es no menstruar, pues bien, así será. Me doy cuenta de que esto no es normal, pero estar enferma es preferible al riesgo de engordar. Y ese empecinamiento de mamá es peor, una persecución para ir a un médico o psicólogo. ¿Por qué no me dejan en paz?”.

 

“Fumo marihuana, y sí, todos los días. Se volvió una costumbre, una necesidad. A la tardecita me junto con amigos, tomamos una cerveza y fumamos algunos porros. He bajado el rendimiento en la escuela y la caída en la moto no fue casual. Tampoco voy a negar que empecé a probar de vez en cuando otras “cosas”. Pero por qué debería dejarlo, es mi vida. Nunca estuve tan relajado, tan desinhibido, tan integrado con otros chicos. Mamá me taladra la cabeza, me busca de noche, me persigue, es hartante”.

 

Y entonces ¿qué hacer?

Primero ver, tomar conciencia quién es el que está conflictuado, quién empieza a percibir que algo no va. Entonces son los padres, sin el joven, quienes pueden consultar.

En la consulta empieza a desplegarse la historia familiar. Y siempre, pero siempre, aparece la punta del ovillo.

 

La mamá de María hacía dietas de adolescente y todavía está muy pendiente del peso. En la casa todo es light y el papá siente desprecio por los gordos. Siempre quisieron tener una hija perfecta, una princesita, y en algún momento la llevaron a la nutricionista. La estética siempre fue un valor importante en la casa.

En general los problemas familiares se han resuelto solos, sin ahondar demasiado y sobre todo sin sacar demasiados trapitos al sol, como se dice.

La mamá de María se ocupó mucho de su hija, siempre detrás, ayudándola en todo, acompañándola siempre, fue una mezcla de guardaespaldas y secretaria amorosa.

¿Y Marcos? El padre de Marcos toma, todas las noches y mucho más los fines de semana. No es agresivo. Tiene inestabilidad en sus trabajos y muchas veces Marcos ha tenido que traerlo o acompañarlo porque estaba borracho. La mamá de Marcos se acostumbró a esto, él es bueno y de alguna manera es un buen padre. En la casa de Marcos cada uno hace la suya, son muy independientes. No hay demasiadas reglas y todo transcurre en forma automática. No se habla demasiado.

Ahora este adolescente hace la suya, elige un camino para sobrevivir, para estar mejor, para no sufrir, para enfrentar los desafíos del presente y del futuro, la calle, los otros. Pero ese camino, el mejor que encontró, le hace daño. Y al mismo tiempo molesta a sus padres, los provoca, les muestra cual espejo sus faltas.

Entonces, ha llegado el momento de no insistir, al menos mientras la vida no esté en riesgo real o el deterioro sea importante.

Ha llegado el momento de revisar nuestras conductas, de mirarnos para dentro, de cambiar las reglas de juego de nuestra familia. Cambiar el entorno, tomar otras decisiones. Guardar la culpa y los remordimientos en un bolsillo y empezar a actuar. Dejarse ayudar.

La mamá de María tendría que renunciar al poder de guardaespaldas/secretaria/transportista/multitask y pasar a retiro. Y el papá de Marcos asumir su alcoholismo y buscar ayuda.

Tarde o temprano (pero más temprano que tarde) comenzarán a cambiar las conductas de María y Marcos.

Muchas veces la resistencia es ir a un profesional de salud mental, por lo que a veces recurrir a la excusa y necesidad de un control médico permite acceder al joven.