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La infidelidad es siempre el dolor de una traición. Se rompe un acuerdo, descubrimos un engaño. Enfrentamos la mentira de la persona que creíamos conocer y perdemos la confianza... se abren heridas tan profundas que pueden terminar con la pareja. Patricia Faur, psicóloga especialista en dependencia emocional y autora de los exitosos libros No soy nada sin tu amor y El amor real huele a tostadas, nos invita a reflexionar sobre uno de los temas más difíciles y polémicos del vínculo amoroso.
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Seitenzahl: 164
Veröffentlichungsjahr: 2024
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@editorialelateneo
A las personas honestas.
A quienes no tienen miedo de decir lo que sienten.
A quienes tienen miedo, pero lo dicen igual.
A quienes le dan valor a la palabra.
A quienes nos hacen sentir que podemos creer.
Que podemos confiar.
Que, en algún lugar, hay un refugio seguro para salvar el amor.
Si estás buscando tips para superar, reconocer o evitar una infidelidad, este no es tu libro.
Si esperas que digamos cómo deberían ser las “buenas parejas”, no encontrarás un manual para clasificarlas.
No vamos a juzgar, no vamos a demonizar a nadie ni a aventurarnos con diagnósticos.
Este libro intenta echar un poco de luz de una manera explicativa y descriptiva sobre uno de los temas que más dolor causan en las relaciones de pareja actuales.
Quiero contarte algunas de las conclusiones y revelaciones que, como psicóloga, voy teniendo en mi consulta diaria y, por supuesto, lo que nos cuentan las investigaciones académicas sobre el tema.
Aprendo de mis pacientes, de mis colegas, de mis profesores y de las personas más jóvenes, que aportan su mirada fresca y atrevida, sus planteos osados, sus cuestionamientos lícitos.
Solo se trata de entender para poder ser más libres y elegir.
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido.
“La casada infiel”, Federico García Lorca
Pasaron muchos años desde la aparición de la “píldora” y el comienzo del amor libre. La década de los sesenta nos sacudió con un viento de libertad que permitió elegir por amor y separar el sexo de la reproducción. Empezamos a hablar de placer, de deseo, de orgasmos. Los matrimonios arreglados, el amor “para toda la vida” y el “hasta que la muerte nos separe” se empezaron a quebrar.
El mundo siguió adelante, y la posmodernidad nos sumergió en una sociedad de renuncias difíciles y gratificaciones inmediatas. Trabajar la pareja y construir el amor se transformaron en propuestas pesadas para un mundo donde las relaciones parecían durar lo que dura la efímera pasión. Las redes sociales y las app de citas multiplicaron oportunidades de encuentro de todas las categorías; la virtualidad acercó realidades distantes; la pandemia dibujó escenarios nuevos en los vínculos.
En medio de la sociedad de lo liviano, de los amores líquidos, del poliamor y de los nuevos acuerdos de relaciones abiertas, las infidelidades empezaron a pensarse de otro modo. Sí, en plural. Ya no podemos pensar en el concepto de “infidelidad” de una manera unívoca.
Como psicóloga que trabaja con conflictos de pareja desde hace varias décadas, tuve el privilegio de observar esos cambios desde una ventana que me mostraba en primer plano la metamorfosis de los vínculos.
Sin embargo, hay algo que no cambió: el dolor de una traición. Romper un acuerdo, descubrir un engaño, enfrentar la mentira de quien creías conocer siguen siendo heridas que lastiman una relación, muchas veces, de muerte.
Lo que cambia es nuestra comprensión del tema, las causas, las consecuencias. Hay infidelidades que humillan, que exponen, que denigran y que transgreden los límites de lo perdonable. Hay otras que son casi previsibles, una crónica de un final anunciado. Las hay buscadas; otras se encuentran sin planearlo. Las hay con amor y con sexo, solo con sexo, virtuales, amoríos, aventuras, doble vida. Ya no son patrimonio de género ni vienen en el ADN como algunos pretenden.
Ya no podemos pensar que una buena pareja “inmuniza” contra la infidelidad. Es uno de los tantos mitos que se han ido derrumbando. Tampoco es tan cierto “que se busca afuera lo que no se tiene adentro”. La nuestra es una sociedad que tiene mucho y quiere más: consume de una manera voraz, no quiere frustrarse ni decir que “no” frente a nada.
También hay otras infidelidades y traiciones que no tienen que ver con lo sexual. Parejas que se ocultan cuentas de dinero, que estafan en secreto al otro, que rompen acuerdos coparentales luego de una separación, que se transforman en enemigos después de haber compartido su intimidad durante años. Hay infidelidades emocionales en las que se utiliza información confidencial como amenaza para hacer daño o extorsionar al otro como si fuera un arma.
Por supuesto, ser infiel es una decisión. Nadie es “víctima” ni lo hace sin darse cuenta. Mantener un acuerdo en una pareja, sea cual fuere, también es una decisión. Una decisión que provee confianza, que evita la angustia, la incertidumbre, y permite construir sobre bases más firmes.
Este libro es una invitación a pensar sobre uno de los temas que más duelen en el mundo de las relaciones amorosas. Sin juicios ni bajadas de línea, sin recetas rápidas para que no ocurra ni para reparar las heridas. Se trata de un intento de entender y descifrar las creencias de nuestro tiempo.
Seguimos apostando al amor, a construir vínculos más sólidos y ciertos, a dejar de ser detectives de la vida del otro y a disfrutar de la libertad de elegirnos. Necesitamos creer. En algo, en alguien y, por supuesto, en nosotros mismos.
Y, para ser libres, hay que comprender y entender. Solo así podremos elegir la vida y las relaciones que queremos.
Patricia Faur
He mentido tanto que, cuando he dicho la verdad, no me he creído.
“Mi vida huele a flor”, Elvira Sastre
¿Por qué hablo de “infidelidades” en este libro? ¿Hay más de una?
Hasta hace unas décadas, no cabía ninguna duda. La infidelidad aludía a una relación oculta por fuera de una pareja: se trataba del engaño y punto. Poco importaba que fuera romántica, sexual, un affaire de un día, una doble vida o sexo pago. No existían las redes sociales ni el WhatsApp ni el sexting. A lo sumo, había alguna confusión en cuanto a la dimensión de la falta si se encontraba una revista Playboy con mujeres desnudas en poses insinuantes escondida debajo de la cama. Por supuesto, la infidelidad era masculina y era cosa de cabarets, saunas o bares de copas. Si se jugaba fuera del ámbito del sexo pago, la cuestión era más grave: una cita, un hotel alojamiento, una relación que incluía algo más que un desliz. Se referían a ella como “la otra”. El lugar de la amante era denostado: se trataba de mujeres hermosas, jóvenes y elegantes que buscaban un beneficio social o económico a cambio de esa “fidelidad incondicional” que las condenaba a los días de semana sin fiestas ni vacaciones. La mística imaginaria les adjudicaba costosos regalos, como autos, tapados de visón y “pisos” en la Avenida Libertador.
De más está decir que los “favores sexuales” de la amante eran mucho más osados y menos convencionales que los de las “aburridas” esposas. Las amantes podían hacer cosas en la cama que llevaban al éxtasis a aquellos varones que mantenían un sexo tibio y poco frecuente con sus mujeres. Jamás se cuestionaba el hecho de que, además del engaño, esas esposas habían pasado décadas sin saber lo que era un orgasmo ni disfrutar de una previa con todos los ingredientes del deseo. O sea, era un sufrimiento por partida doble, uno por acción y otro por omisión. Recalcamos la cuestión de género porque era muy marcada: el deseo era algo privativo de los hombres, y las amantes eran las encargadas de satisfacerlo.
Mientras tanto, en casa, la esposa se ocupaba del cuidado de los hijos y de las tareas domésticas. La sexualidad conyugal era pobre, limitada a encuentros sin gracia ni juego. Las mujeres no conocían casi nada sobre su propio deseo, y la anticoncepción era un logro recién estrenado.
Escribo estas palabras y me parece que hablo de hace tres siglos, pero esto ocurría hasta hace pocas décadas —y todavía hoy— en parejas más conservadoras, cuando las cuestiones de género, las luchas de las mujeres y los temas de la diversidad, el abuso y el acoso no ocupaban ni una línea en los periódicos.
En 2022, se estrenó una película de Sophie Hyde protagonizada por Emma Thompson, Good Luck, Leo Grande, en la que una viuda en sus “sesenta” contrata a un trabajador sexual porque quiere tener la experiencia de un orgasmo que no ha podido experimentar en sus 30 años de matrimonio.
Con un claro tono feminista, el cine solo nos muestra de una manera tragicómica algo que hemos visto por años en la consulta.
Las cuestiones del deseo —incluso en el cine— siempre estuvieron ligadas a pasiones prohibidas, a personas jóvenes y a cuerpos perfectos y sensuales.
Descubrir una infidelidad era un escándalo que podía terminar con un matrimonio o una condena en la que había que soportar el dolor de la humillación. No era tan frecuente tener la evidencia; nadie espiaba celulares ni seguidoras de Instagram: una mancha de labial en el cuello de una camisa, una nota en un bolsillo de un traje, el aroma de un perfume diferente o un cabello olvidado en una prenda eran las sugestivas huellas de la traición.
La palabra “infidelidad” proviene del latín infidelitas. El prefijo “in-” marca la negación, es decir que es la falta de fe, la traición, la pérdida de la confianza. Esta última es justamente lo opuesto y también lleva en su raíz el verbo latino fidere. Confiar es tener fe. La infidelidad trata, entonces, de la ruptura de la fe, de la deslealtad en un vínculo.
Es muy diferente de la palabra “adulterio” —hoy casi en desuso—, que servía más en el terreno legal como causal de divorcio. El adulterio alude a la alteración o falsificación y tiene connotaciones más religiosas y morales.
Esa marca religiosa persiste hasta nuestros días en un vocabulario que incluye frases como estas: “confesó una infidelidad” o “cometió una traición”. La ofensa está muy cerca del pecado.
Nos llevaría una eternidad mencionar los cambios en el lenguaje para referirnos al engaño. Ocultar, mentir, flirtear, tener un affaire, “meter los cuernos” y cientos de expresiones solo en nuestro idioma que marcan la evolución de un concepto y de los lugares en el triángulo. La persona engañada suele ser la que genera más empatía; quien engaña es el traidor o la traidora y son demonizados. La tercera persona del triángulo corre distintas suertes en función del género. Las mujeres, aún hoy, son descriptas como las amantes, “fatos”, las brujas que destruyen hogares, que merecen lo peor por su poca sororidad y por meterse con hombres casados. Los hombres, hasta hace unos años y, en ciertos ámbitos, todavía en nuestros días, son más perdonados como si la infidelidad masculina fuera un defecto de fábrica inevitable y que viene en el cromosoma XY. Respecto de la infidelidad en las parejas homosexuales, no hubo tanta prensa ni tantos estudios hasta hace un par de décadas.
Es necesario agregar que el contexto cultural no se define solo por la época, sino también por el lugar. No es lo mismo ser infiel en Europa que en Estados Unidos o en América Latina; no es lo mismo según la franja de edades o las creencias sociales o religiosas.
Todo esto nos sirve para poder entender la complejidad del tema que vamos a abordar y para centrarnos en nuestro tiempo y en nuestra cultura occidental.
Redes sociales, tecnología, los cambios que introdujo el feminismo y la diversidad de género, la independencia económica de las mujeres, como así también las infinitas maneras de definir una relación amorosa, son solo algunas de las aristas que debemos tener en cuenta.
No obstante, pasan los años y siempre se mantienen dos variables:
La infidelidad es la ruptura de un acuerdo de manera unilateral.La infidelidad siempre ocasiona un dolor.También podemos anticipar algunas evidencias de la clínica que vemos los terapeutas de pareja: el 80 % de las parejas no se separa por una infidelidad. Por supuesto, existen las variables de cómo, dónde, cuánto tiempo y la capacidad de reparación posterior. Y, ciertamente, un sesgo: hablamos de aquellas que lo cuentan y, aún más, de las que buscan ayuda.
Un cambio significativo es el borramiento de las diferencias de género. Los infieles de hoy pueden ser de cualquier género y en parejas hetero, homo o trans. También va a depender del tiempo y de la calidad de la relación, del proyecto y de las características del grupo al que pertenece.
Un aspecto que no podemos dejar de lado es cómo se vive la infidelidad en cada grupo de edades. No es lo mismo a los veinte que a los sesenta y no es lo mismo en una relación que recién comienza que en una pareja que lleva años de historia.
La virtualidad y la tecnología nos agregaron nuevos escenarios: ¿se siente lo mismo ante un engaño virtual que ante uno que fue consumado en carne y hueso?
Como vemos, sería imposible abordar en un solo libro el abanico de posibilidades que incluye hablar de infidelidad en nuestros días.
Por eso, lo decimos en plural: infidelidades.
No obstante, vamos a centrarnos en lo más frecuente guiados por algunas preguntas que te invito a responderte para empezar a pensar en el tema:
¿Qué es una infidelidad para ti?
¿Es lo mismo un engaño virtual que uno real?
¿Es lo mismo una “aventura sexual” que una relación romántica?
¿Perdonarías una infidelidad?
¿Te cuesta mucho recuperar la confianza?
¿Hay un límite que no podrías perdonar? ¿Cuál?
¿Cuáles de estas características te identifican más con el dolor del engaño?:
OfensaHumillaciónExposiciónRuptura de la confianzaDeslealtadMentiraOcultamientoHerida en la autoestimaEstafa moralResponderte estas preguntas te puede ayudar a establecer acuerdos con tu pareja. Quizás no son diálogos cómodos, pero te aseguro que son necesarios. Cada persona tiene su construcción sobre el tema y lo que a uno lastima al otro le puede parecer algo sin importancia.
Soy ese beso que se da sin que se pueda comentar. Soy ese nombre que jamás, fuera de aquí, pronunciarás. Soy ese amor que negarás para salvar tu dignidad. Soy lo prohibido.
“Soy lo prohibido”, Francisco Dino López Ramos y Roberto Cantoral García
Una de las cuestiones más llamativas en los cambios de los últimos 50 años es el aumento del porcentaje de infidelidad femenina: de cerca de un 10 % en 1970 al momento actual, en el que una de cada 3 mujeres dice haber tenido alguna relación por fuera de su pareja. Los cambios en la percepción de la pareja y la sexualidad, los movimientos del #Metoo, la conciencia en temas de violencia de género, la independencia laboral y económica y el fácil acceso a apps exclusivamente para mujeres casadas que quieran tener un affaire son solo algunas de las explicaciones que dan cuenta de este cambio cultural. No obstante, la cifra sigue siendo menor que los datos que refleja la infidelidad masculina.
¿Cuáles son las razones invocadas para tener una relación por fuera de la pareja? Para las mujeres —tanto hetero- como homosexuales—, la atracción física y sexual por otra persona seguida de la falta de atención y cuidado por parte de su pareja son las principales causas. No se trata de volver a sentir la pasión del principio ni del deseo de separarse, sino de sentirse halagadas, valiosas y reconocidas como mujeres frente a una pareja que, quizás como consecuencia del desgaste lógico de los años, no refuerza lo suficiente esta sensación.
En el caso de los hombres, la razón parece ser más fortuita: la oportunidad. La ocasión se presenta, y la atracción hace el resto.
De modo general y sin diferenciar por género, las causas más invocadas son la insatisfacción de pareja, la búsqueda de novedad, la pobre comunicación, una necesidad personal de refuerzo de la autoestima por inseguridad, la exploración de otros modos de sexualidad, el miedo al compromiso y la inmadurez afectiva y algún estado de vulnerabilidad que lleva a tapar el malestar emocional con una aventura.
Gleeden, una app creada por y para mujeres no monógamas que quieren mantener una relación extraconyugal con discreción, ya cuenta con más de 10 000 000 de usuarias en el mundo.
Lo llamativo es que, si bien en las encuestas se acepta que la infidelidad es natural, la mayoría no sabe si la perdonaría. Es decir, existe consenso en que la monogamia es muy difícil de sostener y que la mayoría de las personas quieren conocer la verdad y saber si fueron engañadas. No obstante, el tema de seguir adelante y perdonar genera sentimientos encontrados.
Las causas de la infidelidad en nuestros días desafían todos los preconceptos establecidos: no necesariamente tiene que ver con el malestar en la pareja y tampoco es tan seguro que tenga que ver con la búsqueda de la autoconfianza y la seguridad personal.
Pero, entonces, si en ocasiones no tiene que ver con la pareja ni con el individuo…, ¿por qué?, ¿qué se busca?
La infidelidad está cargada de contenido religioso: tentación, pecado, autocontrol, flagelo, culpa, brujas, hechizos. O bien de contenido patológico: las personas infieles tienen un problema. No existe la posibilidad de correr el hecho hacia un terreno que no sea el del conflicto.
Las causas siguen siendo importantes para la elaboración de la crisis en las parejas, pero, sobre todo, son importantes para un imaginario colectivo que piensa que, si conoce las razones que conducen a ella, podría prevenirla como si se tratara de un virus o una bacteria.
Y lo cierto es que no hay un manual de prevención ni otro para saber qué hay que hacer cuando ocurre. Cada situación, cada pareja, cada individuo, cada búsqueda y cada acuerdo son diferentes.
¿Cómo seguir adelante con una pareja que te ha sido infiel? ¿Qué dirán los que te conocen? ¿Es que te quieres tan poco que soportas la humillación?
Como vemos, una de las dificultades tiene que ver con la imagen de la persona engañada: “El entorno no perdona que perdone”. Es más, se felicita a la persona engañada que no volvió a caer en las redes de infieles arrepentidos: “Ahora que pague, que se arrepienta y vea lo que se perdió”.
Esta es solo una de las contradicciones de nuestro tiempo: más de la mitad de las personas admiten haber sido infieles o haber sufrido una infidelidad; sin embargo, el porcentaje de quienes perdonan es significativamente menor.
En nuestros días, surgen opciones que intentan abrir el juego: parejas abiertas, poliamor o la inclusión de terceros en algunas prácticas sexuales. Quienes se encolumnan detrás de estos modelos sostienen que, de esa manera, no existirá el dolor de la traición ni la ruptura de un acuerdo, ya que se trata de algo consensuado. No quieren tener vínculos deshonestos como los que han visto en el modelo de sus padres, de modo que ensayan relaciones que puedan quebrar la monotonía sexual y/o amorosa. Los resultados, hasta ahora, han corrido diversas suertes: en algunos casos, irrumpieron los celos y el sentimiento de exclusión a pesar del acuerdo.
La aproximación al tema no deja a nadie sin querer dar su opinión: la monogamia sexual y afectiva sigue instalada en el imaginario colectivo y se resiste a morir. La disociación de un mundo que cambia en su mapa relacional y los sentimientos que provocan esos cambios no siempre van de la mano.
Para una gran mayoría de personas, la fidelidad y la exclusividad sexual son no negociables:
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