House: todo el mundo miente
César Mallorquí
Fue un caso de amor a primera vista.
La conocí en un tráiler promocional, una breve escena en la que un médico cojo y deslenguado entra en la sala de espera donde aguardan sus pacientes y, en apenas un minuto, adivina las supuestas dolencias de cada uno de ellos (básicamente nimiedades). Acto seguido, derrochando ironía y sarcasmo, soluciona sus problemas; todo muy rápido porque tiene prisa por acabar. Me bastó con ver esa secuencia para saber que esa serie era mi serie.
Así fue mi primer contacto conHouse, quizá la serie de TV en abierto más subversiva jamás emitida.
Pero comencemos por el principio. Los creadores deHouse —David Shore y Bryan Singer, entre otros— se propusieron desarrollar una serie basada en un médico genial especializado en diagnosticar enfermedades misteriosas, una especie de Sherlock Holmes de la medicina. De hecho, la vocaciónholmesiana de la serie queda patente en las muchas similitudes que existen entre ambas ficciones. Los apellidos «Holmes» y «House» son parecidos. El mejor amigo de Holmes se llama John Watson, y el de House, James Wilson. House vive en el apartamento 221B, el mismo número de Baker Street donde vive Holmes. Holmes toca el violín; House, el piano. Holmes se droga con cocaína y morfina; House, con Vicodin, un opiáceo. Las similitudes son múltiples, pero afortunadamente no pasan de lo anecdótico.
¿Hasta qué punto un personaje de ficción puede ser cambiado y seguir siendo el mismo personaje? Yo diría que hasta que se modifique alguno de sus rasgos fundamentales, y uno de los atributos básicos de Sherlock Holmes es la frialdad casi inhumana. Pero House es en el fondo pasional, así que no se trata de un mero pastiche de Holmes, sino de un personaje con entidad propia. Afortunadamente, repito, porque el eje y la razón de ser de la serie es Gregory House M. D.
Y aquí es donde aparece el británico Hugh Laurie. Cuentan que cuando los productores vieron su audición, supieron instantáneamente que era el actor perfecto para interpretar al protagonista de la serie. No se equivocaban; pocas veces se ha dado una comunión tan absoluta entre un actor y el papel que interpreta. Greg House es Hugh Laurie, y me temo que Laurie es, y siempre será, Greg House. No es la primera vez que esa simbiosis se produce; en TV encontramos otros ejemplos: Patrick Macnee/John Steed (Los Vengadores), Peter Falk/Colombo o James Gandolfini/Tony Soprano. Pero creo que la identificación entre actor y personaje jamás ha llegado tan lejos como en este caso. Es como si Laurie hubiese estado incompleto hasta encontrar a House; y prueba de ello es que si repasamos los films donde ha intervenido, comprobaremos que pasa totalmente inadvertido (¿alguien recuerda que fue el coprotagonista deStuart Little?). Sin embargo, basta con que House entre en escena para que toda nuestra atención se centre en él.
Una confesión: jamás me han gustado las series de médicos. Nunca he seguidoCentro médico, niUrgencias, niHospital Central, niAnatomía de Grey, y por una razón muy sencilla: las agujas, las sondas y los escalpelos me dan grima, no soporto los hospitales. Entonces, ¿por qué me entusiasmaHouse? Pues porque, en mi opinión,House no es una serie de médicos. Lo parece; superficialmente lo es, sin duda, pero en el fondo se trata de otra cosa, incluso de todo lo contrario.
De hecho, el principal argumento de sus detractores es la naturaleza repetitiva de la serie: llega al hospital un paciente aquejado de alguna misteriosa enfermedad; House y su equipo se reúnen y, tras unos cuantos diagnósticos erróneos, cuando el paciente está a punto de morir, House tiene un rapto de inspiración, descubre el origen de la enfermedad y le cura. Ciertamente, así ocurre en la mayor parte de los episodios; pero quedarse ahí es arañar la superficie, porque ese esquema no es más que el lienzo en blanco donde se desarrolla la auténtica narración. ¿Y cuál es el verdadero relato?
Aunque sea sobradamente conocido, hablemos un poco de Gregory House. Se trata de un hombre de mediana edad, extremadamente inteligente y culto, un genio de la medicina. Es prepotente, misántropo, sarcástico, radicalmente racional, cínico, políticamente incorrecto, escéptico, excéntrico, egoísta y caprichoso; posee un ácido sentido del humor; es alérgico, no ya al sentimentalismo, sino a los meros sentimientos, y contempla a la humanidad con ojos de entomólogo, pero de un entomólogo al que no le gustaran los insectos. Un accidente le provocó un infarto muscular en la pierna derecha, lo que le causa dolor crónico (que combate con generosas dosis de Vicodin) y le obliga a caminar con bastón. Cabría pensar que ésa es la causa de su áspero carácter, pero su ex-esposa —Stacy Warner, interpretada por Sela Ward— lo desmiente: «Greg ya era así antes del accidente».
Bien, ése es el personaje. ¿Un arquetipo?; puede, pero complejo en cualquier caso. No obstante, aún falta algo, la esencia de su filosofía, una simple frase que dio título al episodio piloto y constituye el leitmotiv de la serie: «Todo el mundo miente». Los pacientes mienten, los médicos mienten, la enfermedad miente. Y ahí reside la obsesión de House, su razón de ser: apartar los velos de la mentira y dejar la verdad al descubierto. House no se dedica en cuerpo y alma a la medicina para salvar vidas, sino como desafío intelectual. No le interesan los pacientes como seres humanos, sino como problemas abstractos; por eso procura no verlos. Como él mismo dice: «¿Preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que le ignore mientras mejora? Aunque yo creo que lo peor sería uno que te ignore mientras te mueres».
Pero la fidelidad de House a la verdad no se limita al ejercicio de la medicina, sino que abarca por completo su visión del mundo, de la gente y de sí mismo. House rechaza cualquier versión «buenista» de la realidad, no acepta los convencionalismos, ni los eufemismos, ni las mentiras piadosas, ni la moral estándar. No cree que los seres humanos son buenos, ni malos, sino egoístas, mentirosos y con frecuencia idiotas. House contempla el mundo con absoluta crudeza y lo que ve no le gusta; pero en vez de convertirlo en un drama, opta por la comedia, transformándolo todo en un juego intelectual, a veces surrealista, en el que él, a su manera, siempre gana.
¿Quiere eso decir que House nunca miente? En absoluto, lo hace con frecuencia, porque como él mismo le espeta a la Dra. Cuddy: «¿Sabes por qué miente la gente? ¡Porque funciona!». Es decir, House emplea la mentira de forma utilitarista, para conseguir algo, y una vez conseguido no tiene el menor reparo en confesar el engaño. De hecho, disfruta haciéndolo; es parte del juego.
Supongo que a estas alturas habrá quedado claro que, en esta serie, el dios absoluto es House. Los demás pueden admirarle, u odiarle, o amarle, o despreciarle, o intentar ignorarle, pueden hacer lo que sea, pero siempre en función de House. Dicho de otra forma:House (serie) es absolutamente House (personaje).
Aunque hay secundarios, por supuesto. El equipo de médicos que trabajan con y para House estaba compuesto inicialmente por el doctor Foreman (Omar Epps), el doctor Chase (Jesse Spencer) y la preciosa doctora Cameron (Jennifer Morrison). Más tarde, a partir de la cuarta temporada, se añadirán otros nombres, como el doctor Kutner (Kal Penn), el doctor Taub (Peter Jacobson) o la aún más preciosa doctora Hadley, también llamada Trece (Olivia Wilde). Todos estos personajes se relacionan entre sí, tienen sus propias historias, trabajan y viven sus vidas. Pero siempre, siempre, contemplados desde la óptica de House. Y esto supone una diferencia radical.
¿De qué van las series de médicos? Dejando aparte lassitcoms, se centran en los sentimientos humanos: en los buenos sentimientos con, por lo general, un elevado tono dramático. Tratan sobre las tragedias de los pacientes y sus familiares, sobre la heroica dedicación de los médicos, y sobre las relaciones entre el personal hospitalario, sus afectos, rencillas y amoríos. Pues bien, todo eso está enHouse; pero, y es un pero importante, siempre pasado por el tamiz de su protagonista.
En la serie se exponen todos los tópicos del género, pero diseccionados por el ácido escalpelo de House; es decir, despojados de todo rastro de sentimentalismo y melodrama, y reinterpretados desde un punto de vista racional, escéptico y sarcástico. A lo largo de la serie, y cito de memoria, House ha cuestionado el amor romántico, la religión, las ONG’s, la paternidad, las minorías étnicas, la familia, el estamento médico, la fidelidad marital, el amor maternal, la abnegación, el prestigio social, la caridad, la política, la solidaridad... No hay asunto, por sagrado que sea (a decir verdad, cuanto más sagrado mejor), que House no esté dispuesto a pasar por su trituradora.
En este sentido,House no es una serie de médicos, sino todo lo contrario: una anti-serie de médicos. El irónico reverso de los estereotipos del género.
He dejado para el final a los dos únicos personajes secundarios que tienen auténtica relevancia: Lisa Cuddy —interpretada por la estupenda Lisa Edelstein—, directora del hospital, y James Wilson —a cargo del entrañable Robert Sean Leonard—, oncólogo y mejor (¿único?) amigo de House. La doctora Cuddy es la única persona capaz de controlar mínimamente a House, y la razón de que no le hayan despedido hace mucho tiempo. Entre ambos existe una peculiar «tensión sexual no resuelta», que acabará resolviéndose en la séptima temporada. Por ella, House intentará convertirse en un hombre «normal»; huelga decir que no lo consigue. En cuanto al doctor Wilson, uno no puede evitar preguntarse por qué es amigo de House. Pero es que Wilson es un buenazo; contra toda evidencia, está convencido de que detrás de la áspera fachada de su amigo hay un ser humano con sentimientos normales. Y, como se demuestra en el episodio final de la serie, estaba en lo cierto: House tiene sentimientos, aunque, como no podía ser de otra manera, nada convencionales, sobre todo en su modo de expresarlos.
En realidad, Cuddy y Wilson representan todos los tópicos de las series de médicos, y sólo les redime —les singulariza— su relación con House. Ellos serían, por así decirlo, los abogados defensores de la causa humana, mientras que House adoptaría el papel de fiscal. Y es que, en definitiva, ése es el auténtico tema central deHouse; no médicos y pacientes, sino la condición humana, nuestras miserias, mezquindades y mentiras contempladas desde la descarnada óptica de un irónicooutsider. Todo el mundo miente; ése es el lema, no lo olvidemos.
Un momento, ¿no serán demasiado abstractas estas reflexiones?; a fin de cuentas, estamos hablando de TV, de cultura popular. Es cierto, aunque no veo por qué un producto comercial no puede tener cierta profundidad. Pero, en efecto, los espectadores no buscábamos en la serie un tratado filosófico. Buscábamos los «momentos House»; porque, por mediocre que fuese el capítulo que estábamos viendo, teníamos la certeza de que al menos habría uno de esos momentos para alegrarnos la vida.
Los «momentos House» se producen cuando, en mitad de una situación dramática y conmovedora, House abre la boca y suelta una atrocidad. Pero no una atrocidad gratuita, sino una salvajada que, por monstruosa que parezca, cuando reflexionamos un poco advertimos que es, si no la Verdad con mayúsculas, sí al menos una versión sólida y coherente de la verdad. Son esos momentos, que descolocan tanto al resto de los personajes como al espectador, lo que nos fascina. Terrorismo verbal, por así decirlo. Lo cierto es que resulta de lo más tonificante ver cómo, ante la afilada lengua de House, caen los tópicos y se desploman los estereotipos. Lo políticamente correcto no tiene cabida aquí; y, si la tiene, sólo es para que el protagonista proceda a demolerlo.
No obstante, dudo que ésa sea la principal causa de la extraordinaria popularidad que tuvo la serie. Como hemos dicho y repetido,House es 100% House, así que en última instancia la clave de su éxito reside en el personaje. ¿Y qué es House? Una fantasía; de hecho, aunque no lo parezca, una «fantasía de poder».
Echémosle un vistazo a nuestras propias vidas. ¿Cuántas veces hemos tenido que agachar la cabeza ante un jefe (o funcionario, o profesor, o la figura autoritaria que sea) imbécil y/o arbitrario? ¿Cuántas veces hemos tenido que aguantar, por educación, a un pesado? ¿Cuántas veces nos hemos visto obligados a realizar tareas ingratas? ¿Cuántas veces las convenciones sociales nos han hecho cerrar la boca? ¿Cuántas veces tenemos que fingir algo distinto a lo que de verdad somos? Carecemos de libertad, estamos atados por cadenas invisibles, así que sublimamos nuestras frustraciones mediante fantasías.
De ahí surge James Bond, el macho-alfa, guapo, listo, fuerte, audaz y habilidoso que siempre sale triunfante, tanto en la guerra como el amor. Quizá ésta sea la fantasía de poder más primaria y cuenta con multitud de ejemplos, desde Aquiles hasta Superman, pasando por Lanzarote del Lago, Allan Quatermain o Indiana Jones. Todos esos héroes triunfan dentro del contexto del sistema, son sus paladines. Y por eso nos fascinan, porque fantaseamos poniéndonos en su lugar y sintiéndonos poderosos y admirados. Así, cuando Bond acaba con el Dr. No, en realidad somos nosotros propinándole una paliza al jefe insufrible o al funcionario despótico.
Pero ésa no es la única opción. También está el héroe que tiene el valor de salirse del sistema, de rechazar las normas y los convencionalismos, y no dejarse intimidar por los poderosos. Es decir, el antihéroe. Puede que esta clase de personajes no triunfe siempre, y desde luego nunca del todo (por eso son una fantasía menos popular que la anterior), pero jamás se rinden, nunca dan su brazo a torcer, son absolutamente íntegros. Hay menos ejemplos, pero significativos (sobre todo porque, salvo el primero, todos los nombres que voy a citar son arquetipos modernos): El Quijote, John Constantine, Tyrion Lannister, Jack Sparrow, Rorschach o Philip Marlowe.
Lo cierto es que son perdedores; pero perdedores con estilo, por así decirlo. En realidad, sus fracasos son éxitos, porque magnifican su valentía y honestidad. Ellos, a diferencia de nosotros, lo intentan, aunque no lo consigan, y logran salir más o menos íntegros del desastre; son los héroes románticos por excelencia, héroes que luchan por lo imposible y a quienes probablemente aguarda un destino trágico. Son personajes que se atreven a aceptar la verdad, por dura que sea, y a ser consecuentes con ella. Por eso los incorporamos a nuestras fantasías, para imaginar que un día vamos a la oficina y le decimos al jefe exactamente lo que pensamos de él. Nos despedirá, por supuesto, pero el triunfo moral será nuestro (luego vendrán los problemas del desempleo, aunque eso no importa; estamos hablando de una fantasía).
Huelga decir que House pertenece a esa segunda clase de personajes. Con una salvedad: House es un genio de la medicina, el hombre que puede salvar tu vida o la de tus seres queridos. Teniendo esto en cuenta, fácilmente puedes pasar por alto que es insoportable. De hecho, a eso se debe que House sea una fantasía de poder, pues su talento le hace prácticamente invulnerable y le permite el lujo de ser como es. Está fuera del sistema, pero el sistema no pude prescindir de él. Le necesita.
House es el personaje que se burla abiertamente de la autoridad, el que pone en su lugar a los pesados, el que nunca hace lo que no le apetece, salvo que quiera obtener algo a cambio, el que siempre dice lo que piensa sin importar las consecuencias, el que nunca deja de ser él sin necesidad de fingir nada. No es extraño, por tanto, que fantaseemos con ser House. Luego está su cojera, su dolor crónico, su adicción y su soledad, nada de lo cual nos gustaría experimentar; pero forma parte del aura romántica del personaje y, además, ya hemos dejado claro que se trata de una fantasía.
Por último, hay que contar con el atractivo erótico del actor/personaje. La verdad es que antes de la serie, nadie habría considerado a Hugh Laurie unsex symbol, ni siquiera un galán; pero ya hemos dicho que el actor estaba incompleto hasta encontrar a su personaje. House/Laurie le gusta a las mujeres porque tiene ese aire de chico malo que tan atractivo resulta, y cierta aura trágica de lo más romántica (aunque luego el personaje no lo sea en absoluto). Además, toca la guitarra y el piano. He oído a mujeres muy jóvenes comentar el atractivo de House, lo cual no deja de tener mérito, porque Laurie tenía 45 años cuando comenzó la serie y 53 al concluir. En cuanto a los hombres, también les gusta House/Laurie, porque es un perfecto arquetipo de la virilidad. House es rudo, incluso brutal, le gusta el sexo pero desconfía del amor, trata igual de mal a los hombres y a las mujeres, rechaza cualquier forma de compromiso (salvo el intelectual), bebe, se acuesta con putas, es aficionado al deporte y a las carreras demonster trucks, y conquista corazones. ¿Se puede ser más masculino sin tener un doble cero en la licencia?
Pero, con independencia de todas estas consideraciones,House es un producto audiovisual, así que como tal hay que juzgarlo. En este sentido, la serie no destaca especialmente por su realización; salvo excepciones (contó con muchos realizadores, incluyendo a Bryan Singer, que dirigió los episodios 1 y 3), se trata de un producto correcto y eficaz, tan sólido técnicamente como suelen serlo las producciones estadounidenses. Su principal rasgo de estilo (lo vemos incluso en la cabecera) son los largostravellings consteadicam siguiendo la conversación de los personajes mientras caminan, lo que permite dar cierto dinamismo a un escenario tan limitado como un hospital. No obstante, este recurso tampoco es original, pues ya se había usado previamente en series comoEl ala oeste de la Casa Blanca oUrgencias.
Sin embargo, algunos episodios de House han ido mucho más lejos, convirtiéndose en obras maestras de la TV. En concreto, voy a referirme a dos: «Tres historias» (primera temporada, episodio 21), escrito por David Shore y dirigido por Paris Barclay, y «La cabeza de House» (cuarta temporada, episodio 15), escrito por Peter Blake, David Foster, Russel Friend, Garrett Lerner y Doris Egan, y dirigido por Greg Yaitanes.
En «Tres historias», House se ve obligado a dar una charla a un grupo de estudiantes de medicina, así que cuenta tres casos distintos en los que los pacientes tenían problemas en alguna de sus piernas. Pero, conforme avanza la exposición, las historias van entremezclándose, hasta el punto de que los pacientes se intercambian. Uno de ellos se repite constantemente, porque es Carmen Electra y, como dice House, está muy buena y prefiere hablar de ella (o, mejor dicho, con ella delante). Pero, en realidad, esas historias ocultan que nuestro ácido doctor está hablando de su propio caso clínico. Este episodio, que ganó un Emmy, es uno de los más brillantes y complejos ejercicios narrativos jamás vistos en TV.
«La cabeza de House» (primera parte de un episodio doble que va seguido por «El corazón de Wilson») cuenta cómo House, tras una fenomenal borrachera y un accidente de autobús, recuerda vagamente que alguien va a morir. Para intentar averiguar quién es esa persona, House se somete a una serie de técnicas con el objetivo de adentrarse en su subconsciente. En este episodio, House dialoga con sus fantasías, recuerdos y alucinaciones de una forma que recuerda, en cierto modo, al8½ de Fellini.
En mi opinión, estos dos capítulos son las más elevadas cumbres de la serie, pero no las únicas. Sin duda, tras 177 episodios los ha habido mejores y peores, pero la nota media es de notable y cada temporada nos ha ofrecido al menos un par de matrículas de honor. Esa ya es una buena razón para verHouse.
Pero hay más. Al principio de este artículo, decía queHouse quizá sea la serie de TV en abierto más subversiva jamás emitida. Lo es por lo atípico de su protagonista y por todas las cuestiones políticamente incorrectas que plantea. Pero sobre todo lo es por su sistemático proceso de demolición de todos los tópicos de uno de los géneros —el drama hospitalario— más populares del medio.
Y una última razón. House es un personaje en el filo de la navaja; si pierde el equilibrio, puede convertirse en un ser sencillamente monstruoso. Para evitarlo, la tentación de otorgarle cierta humanidad convencional, o al menos hacerle dudar de sus convicciones, debió de ser grande. Afortunadamente, nunca ocurrió; los responsables de la serie jamás traicionaron a su personaje. House es House desde el primer capítulo hasta el último.
Aun así, es precisamente en ese último capítulo donde House demuestra por primera vez hasta qué punto es en el fondo un ser humano con verdaderos sentimientos. Lo hace al abandonarlo todo, incluso su propia identidad, por un amigo. Pero lo hace siendo fiel a sí mismo, sin melodrama, con humor e ironía, convirtiendo la tragedia en una fiesta.
Lo hace al estilo House, que es el estilo que nos gusta.
CÉSAR MALLORQUÍ DEL CORRAL (Barcelona, 1953). Hijo del célebre escritor José Mallorquí, creador de El Coyote. Estudió Periodismo en la UCM. Fue colaborador en publicaciones como La Codorniz y guionista de radio (cadena SER). Trabajó como redactor y como director creativo en varias agencias multinacionales de publicidad. Hasta el momento ha publicado veintidós libros y ha recibido numerosos premios, como el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil porLa isla de Bowen (2012). Sus novelas más premiadas han sidoEl coleccionista de sellos(1996),El último trabajo del Señor Luna (1997),La cruz de El Dorado(1999),La catedral (2000) yLas lágrimas de Shiva (2002).