Yucatán - Sergio Quezada - E-Book

Yucatán E-Book

Sergio Quezada

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Historia que sintetiza a grandes rasgos las etapas históricas desde que el ser humano se hizo presente en la península de Yucatán hasta el año 2008. Los capítulos de este libro corresponden a cada una de las grandes etapas históricas de la región, caracterizadas por sus procesos políticos y económicos, y sus valores sociales, culturales e ideológicos. Los acontecimientos que se narran aparecen entrelazados sobre la base de los grandes periodos de la historia de Yucatán, pero cuando los fenómenos sociales lo exigen, los sucesos se refieren y relacionan con contextos más amplios.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 448

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



SERGIO QUEZADA. Doctor en historia por El Colegio de México e investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán. ES miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha escrito nueve libros sobre Yucatán en la época colonial y en el siglo XIX.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

YUCATÁN

SERGIO QUEZADA    

Yucatán

HISTORIA BREVE

EL COLEGIO DE MÉXICO FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2010 Segunda edición, 2011    Primera reimpresión, 2012 Primera edición electrónica, 2016

Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

D. R. © 2010, Fideicomiso Historia de las Américas D. R. © 2010, El Colegio de México Camino al Ajusco, 20; 10740 Ciudad de México

D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4065-9 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Presidenta y fundadora delFideicomiso Historia de las Américas

 

INTRODUCCIÓN

ESTA HISTORIA BREVE DE YUCATÁN sintetiza a grandes rasgos las etapas históricas desde que el ser humano se hizo presente en la península de Yucatán hasta el año 2008. El objetivo de un libro de esta naturaleza es despertar en los lectores la inquietud de saber cómo hombres y mujeres, nuestros antepasados mediatos e inmediatos, enfrentaron y resolvieron múltiples escollos para forjar la sociedad a la que hoy pertenecemos y que aún lleva la impronta de los contrastes sociales. Como todo grupo social que recibe una rica y vasta herencia de las generaciones pasadas, los yucatecos actuales tienen la enorme responsabilidad de invertirla en bien de sus semejantes. Así, este libro invita al lector a reflexionar acerca de las experiencias de nuestros ancestros y a aprender de sus aciertos y desaciertos para legar una mejor sociedad a sus descendientes. Desde esta perspectiva, la presente historia no se conforma con ser una narración de hechos y anécdotas del pasado; aspira a desempeñar un papel transformador de la conciencia y generar una actitud crítica del lector ante los procesos y fenómenos sociales presentes y pasados.

En este orden de ideas, en el presente libro el hacedor o protagonista de la historia son grupos sociales claramente identificados, y los grandes personajes, sin perderse de vista, aparecen dibujados como figuras cuyas propuestas económicas, políticas, sociales y culturales tuvieron, en su momento, una función importante en la definición del desarrollo histórico de Yucatán. Como toda historia, este libro tiene un principio y un fin. El comienzo no tiene una fecha precisa: es sólo una alusión cronológica vaga que se remonta a mucho antes de la era cristiana. Concluye en un año exacto, 2008; aunque hay que tener presente que el desenlace de los procesos sociales que actualmente vive Yucatán, y de los cuales somos en ciertos casos actores de grado o por fuerza, y en otros simples espectadores, no depende de nuestra voluntad y, por tanto, no se le puede poner punto final.

Los capítulos de este libro corresponden a cada una de las grandes etapas históricas de la región, que se caracterizan por sus procesos políticos y económicos, y sus valores sociales, culturales e ideológicos. Los acontecimientos que se narran aparecen entrelazados y entretejidos sobre la base de los grandes periodos de la historia de Yucatán, pero cuando los fenómenos sociales lo exigen, los sucesos se refieren y relacionan con contextos más amplios: coloniales, nacionales o internacionales. En algunos capítulos se hace hincapié en los acontecimientos de carácter político; en otros, en los de naturaleza social o económica. Es uno de los imponderables de un texto de síntesis, pues, a pesar de la amplia y abundante bibliografía regional, dependemos de los intereses intelectuales de terceros.

Muchas personas me ayudaron en la elaboración de este texto. Los comentarios y las observaciones, producto de una paciente y acuciosa lectura de Alicia Hernández Chávez, resultaron invaluables, y como amiga siempre tuvo las palabras de aliento para que concluyera con la redacción de esta obra. También deseo reconocer el apoyo de Isaura Inés Ortiz Yam, Alicia Canto Alcocer, Elda Moreno Acevedo y Silvana Hernández Ortiz. En diferentes momentos, y a veces de manera simultánea, ellas caminaron junto a mí hasta verla finalizada. A las cuatro, mi agradecimiento inestimable. Con Othón Baños Ramírez, Luis A. Ramírez Carrillo y Arcadio Sabido Méndez como especialistas del Yucatán contemporáneo estoy en deuda. Ellos me aclararon dudas y respondieron los interrogantes de los procesos sociales, políticos, económicos y culturales que, por distintas circunstancias, aún no han sido motivo de investigaciones y de los que por tanto no existe bibliografía. Con Manuel Martín Castillo adquirí una enorme deuda, pues con la generosidad que lo caracteriza me permitió consultar los resultados preliminares de sus estudios sobre la economía yucateca y el sector agropecuario de 2005 y 2008, respectivamente. A Raúl García Velarde, responsable de la biblioteca de la Unidad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Yucatán, le debo la generosidad de su tiempo. Su paciencia fue puesta a prueba cada vez que me “urgía” un texto, y con su innata eficiencia se las ingeniaba para proveerme, en cuestión de horas, del material requerido. No me resta más que señalar que asumo de manera exclusiva la responsabilidad de mis dichos.

S. Q.

Mérida, Yucatán3 de noviembre de 2008

I. EL TERRITORIO PENINSULAR

EL SURGIMIENTO DE LA PENÍNSULA

HABLAR EN TÉRMINOS GEOLÓGICOS de los diferentes periodos de la evolución de una parte de nuestro planeta, íntimamente ligados al desarrollo del ser humano como especie, se puede antojar hasta cierto punto fuera de lugar porque, como se trata de millones de años, los humanos no existían en la faz de la Tierra. Sin embargo, se justifica porque resulta necesario saber cuándo emergió el territorio de la península de Yucatán y cuál era su geografía para entender el nacimiento y la evolución de la sociedad que nos precedió, y así valorar desde una perspectiva histórica cómo logró el grado de desarrollo alcanzado hoy.

Al final del Cretácico, es decir, hace 65 millones de años, la base de lo que actualmente es la península ya había emergido del mar, pero una capa de agua de aproximadamente 50 cm de profundidad aún la cubría hasta Umán (cabecera municipal ubicada a unos cuantos kilómetros al sur de la ciudad de Mérida). En ese entonces la flora terrestre, particularmente las coníferas, similares a los pinos y abetos actuales, se habían extendido por todo el globo terráqueo. La fauna marina era rica en variedades de moluscos; los vertebrados —los grandes reptiles— habían colonizado todos los medios ecológicos —terrestres, aéreos y acuáticos (dulces y salados)—, y los dinosaurios eran los señores del planeta. En este medio hostil aparecieron los primeros diminutos mamíferos.

Estas flora y fauna, especialmente los grandes reptiles, desaparecieron de forma brusca. Aunque se han sugerido como hipótesis el enfriamiento generalizado del planeta, radiaciones cósmicas letales, variaciones en la rotación de la Tierra o en la gravedad, en la actualidad se ha extendido la teoría de que hace 65 millones de años, al final del Cretácico, un objeto celeste se impactó cerca de lo que millones de años más tarde sería el puerto de Chicxulub, en la costa norte de Yucatán. Para algunos científicos este cuerpo extraterrestre era un meteorito de unos 10 km de diámetro que viajaba a una velocidad de 20 km/seg; otros suponen que fue un cometa de 15 km de diámetro que se desplazaba a una velocidad de 60 km por segundo.

Fuese uno u otro, la cuestión es que cuando chocó con la Tierra liberó energía equivalente a 300 millones de bombas de hidrógeno, cada una 70 veces más poderosa que la que destruyó Hiroshima. La intensidad del impacto dio lugar a una temperatura instantánea de más de 11 000°C, formó olas de 130 m de altura, terremotos de magnitud 12° en la escala de Richter en centenares de kilómetros a la redonda y un cráter cuyo diámetro oscila entre 180 y 300 km, actualmente sepultado en su parte más profunda a 1 100 m. Asimismo, se levantó una impresionante nube de polvo y vapor de agua que por largo tiempo impidió a los rayos solares llegar a la faz de la Tierra, la temperatura descendió y el proceso de fotosíntesis se interrumpió. A raíz de este cataclismo, más de dos tercios de los seres vivos, entre ellos los dinosaurios, que a lo largo de 100 millones de años habían sido los señores del planeta, comenzaron a extinguirse.

Como consecuencia de esta hecatombe se abrió, al decir de los científicos, una “brecha ecológica” por la que, a lo largo de la Era Terciaria (hace 65 a 2.5 millones de años), proliferaron las coníferas y palmáceas. Con los cambios en la flora, la fauna evolucionó y las especies se adaptaron a las nuevas formas de su hábitat. La extinción de la gran mayoría de los reptiles gigantescos posibilitó durante el transcurso de esos millones de años que los mamíferos alcanzaran su gran apogeo en número y diversidad de especies, entre los cuales el mastodonte alcanzó un notable desarrollo. En otras palabras, las formas de vida terrestre y acuática se hicieron más parecidas a lo que conocemos hoy. Las masas continentales de Europa y Asia estaban separadas por el mar, y el zócalo europeo aún estaba unido a Norteamérica. Durante esta era se completó la separación entre África y Sudamérica, y esta última se convirtió en un bloque aparte que durante intervalos se unía a la América Septentrional por medio del Istmo de Panamá. Esto posibilitó el intercambio de flora y fauna entre el norte y el sur, y lo mismo aconteció entre América y Asia por el Estrecho de Bering, pues muchas especies siberianas pasaron a Norteamérica. Al final de la Era Terciaria, los mamíferos se habían extendido por todos los continentes, y Yucatán prácticamente había concluido su salida del agua. Dicho de otra manera, fue la evolución de todo un medio; para que se llevara a cabo fue necesario remontarse millones de años hasta que comenzó a emerger la actual península, pero aún sin vida humana.

Para los especialistas en la materia, desde hace 2.5 millones de años vivimos en la Era Cuaternaria. En su inicio y hasta hace unos 10 000 años, es decir, durante el periodo del Pleistoceno, hubo una etapa glacial y capas de hielo intermitentes que cubrieron gran parte de Eurasia y Norteamérica, es decir, el hemisferio norte, mientras que en las regiones tropicales y subtropicales hubo periodos de lluvias intensas alternados con etapas de sequías. Durante esos años alcanzaron su máximo desarrollo los homínidos, esto es, las primeras especies de nuestros antepasados más remotos. Sus restos fósiles más antiguos se registran en lo que hoy es África y Asia. El primer humano propiamente dicho fue el Homo sapiens, del cual se han hallado numerosos restos en Europa, Asia y el norte de África. Hacia el final del Pleistoceno los Homo sapiens, o sea el hombre con los rasgos anatómicos y la capacidad intelectual propios de los contemporáneos, pasaron a América a través del Estrecho de Bering. Sin embargo, con los grandes cambios climáticos sobrevino la deglaciación, las capas de tierra retrocedieron y comenzó la Antigüedad. Pero lo importante es que el hombre ya poblaba el Nuevo Mundo, y la península de Yucatán estaba conformada como la conocemos en los mapas actuales.

LA GEOGRAFÍA PENINSULAR

La península de Yucatán está rodeada al norte y al oeste por el Golfo de México, y al este, por el Mar Caribe; su frontera terrestre se define, desde el punto de vista geográfico, por una línea recta que se extiende desde el Golfo de Honduras hasta el límite oeste de la Laguna de Términos, en el estado de Campeche, espacio que abarca el territorio actual de Belice, gran parte de la región de El Petén en Guatemala, una pequeña parte del apéndice oriental de Tabasco, casi todo el estado de Campeche, y los estados de Yucatán y Quintana Roo.

La superficie de la península carece de accidentes topográficos notables, excepto una pequeña sierra conocida como el Puuc, cuya altitud oscila entre 100 y 170 msnm. Las rocas son calizas y relativamente planas, y la capacidad del suelo es casi inexistente. Las costas son bajas y rectilíneas, salvo un tramo de alrededor de 15 km al sur, desde el puerto de Campeche, que es alto, con salientes y ensenadas rocosas. La costa norte tiene una franja litoral arenosa y amplia que se extiende de este a oeste. En el interior de este borde hay una especie de laguna, denominada ciénaga. En la banda oriental de la península se encuentran de norte a sur las bahías de Ascensión, Espíritu Santo y Chetumal, y en la base sureste la de Amatique. La circulación superficial de las aguas es muy escasa y, aparte del Río Champotón, los verdaderos ríos se encuentran ubicados solamente en la base peninsular. Por la banda oriental los ríos Hondo y Nuevo desembocan en la Bahía de Chetumal, y el Balis y el Sibún fluyen al Mar Caribe; por la banda occidental corren el San Pedro, el Candelaria y el Mamantel, con dirección al Golfo de México.

La naturaleza caliza de la Península de Yucatán determina que la mayor parte de las aguas que provienen de las lluvias se filtren hasta constituir mantos freáticos que se mueven de manera lenta hasta desembocar como fuentes gigantescas bajo el nivel del mar. El fenómeno más importante de la circulación subterránea de las aguas es el hundimiento parcial o total de las bóvedas de las grutas. Después del hundimiento, el fondo de la caverna queda por debajo del nivel freático de las aguas subterráneas, aparecen anchos pozos naturales de contornos más o menos circulares y paredes más bien verticales que reciben el nombre de cenotes, plural de una corrupción española del vocablo maya dzonot.

El Petén está en la base de la península en una cuenca interior que mide aproximadamente 100 km de largo por 30 de ancho, circundada por una cadena de cerros que se extiende de este a oeste. En la parte norte de esta cuenca se encuentran 13 o 14 lagos que durante la temporada de lluvias se unen. El más importante es el Petén Itzá. Su clima es extremadamente caluroso; llueve casi todo el año, por lo que, desde las colinas del norte de la cuenca y en los valles del este y el oeste, se extienden grandes y espesos bosques tropicales con árboles de hasta 40 m de altura. Es rico y abundante en especies y géneros de animales (venados, jaguares, corzos, pecaríes, monos); sus aves (loros, guacamayas, tucanes, garzas y colibríes) son famosas por sus exquisitos plumajes multicolores; también cuenta con una gran variedad de serpientes (nauyaca o cuatro narices, cantil, cascabel, coral); el lagarto habita en las lagunas y pantanos, y se ve gran cantidad de insectos, como hormigas de toda clase, abejorros, abejas silvestres, mariposas, garrapatas, pulgas y luciérnagas, entre otros.

A medida que se avanza desde El Petén hacia el norte de la península, la selva se va haciendo baja de manera imperceptible y alcanza en promedio entre 25 y 35 m de altura. Este tipo de vegetación cubre el norte de Belice y El Petén, sur y centro del estado de Campeche, casi todo Quintana Roo y una parte del sur del estado de Yucatán. Por tal característica, esta región se conoce como Las Montañas. Su fauna es abundante (jaguares, pumas y otros felinos; venados, pecaríes, puercos de monte, monos y otros mamíferos menores); hay serpientes, lagartos y aves (faisanes, pavos de monte, guacamayas, loros y tucanes), así como innumerables insectos, pero sin duda el que más abundó fue la abeja.

En el norte de la península la vegetación se vuelve más baja y el clima se hace seco. La espesa selva tropical cede su lugar a un bosque con árboles menos altos, a los arbustos y a los matorrales que crecen entre las piedras. El gato montés, el jaguar, el pizote, el venado, el puerco espín, el puerco de monte, la comadreja, el oso hormiguero, el topo, la ardilla, el zorrillo, el agutí, el armadillo y la tuza forman parte de la fauna de estos montes. Sus aves más representativas son el gorrión, la lechuza, la pava, la paloma, las codornices, las picazas, los tordos y los papagayos. Los reptiles que abundan son el lagarto, la iguana y las víboras.

II. LOS MAYAS PREHISPÁNICOS

LOS PRIMEROS MAYAS

ÉSTE ERA EL HÁBITAT CUANDO LLEGARON los primeros hombres a la península. Los restos más antiguos de la presencia de los mayas datan de hace 9 000 años y fueron encontrados en Guatemala, Belice, Maní y Loltún, asociados a fauna pleistocénica. Eran grupos de cazadores y recolectaban en gran escala semillas, raíces y plantas silvestres, y deambulaban por todo el territorio. Contaban con fuentes de agua naturales y habían adaptado las llamadas aguadas y construido incipientes sistemas de conducción y almacenamiento de agua. Hacia el año 2000 a.C. se convirtieron en agricultores y controlaban la producción de maíz, frijol, calabaza y chile.

EL PRECLÁSICO Y EL CLÁSICO MAYAS

Entre 2500-2000 a.C. y 300 d.C., periodo conocido como Preclásico, los mayas comenzaron sus grandes avances tecnológicos. A lo largo de esos años desarrollaron una marcada especialización del trabajo apoyada en una sólida estratificación social y un control definido sobre sus recursos humanos y su ambiente. En un alto grado dependieron de la naturaleza, sin embargo también la adaptaron de manera armoniosa a sus necesidades y lograron los avances que perduran hasta ahora en sus monumentales construcciones, como el famoso arco falso o techo abovedado de sus habitaciones; la escritura jeroglífica; el urbanismo de sus asentamientos (Dzibilchaltún, Izamal, Cobá, Ekbalam, Tikal, Edzná y Calakmul, entre otros); la técnica de construcción de sus edificios; la elaboración y decoración de sus utensilios rituales, cotidianos y suntuarios; los peculiares y funcionales calendarios que inventaron para contar el tiempo; sus avances en materia de astronomía, y otras cosas más. Consolidados estos avances, a partir del año 300 a.C. los mayas entraron en un largo periodo de florecimiento y avance cultural, sostenido hasta el lapso comprendido entre los años 900 y 1000 de nuestra era, época conocida como el Clásico o gran clímax de la civilización maya. Los centros urbanos (Uxmal, Izamal, Cobá, Calakmul, Ekbalam y Chichén Itzá) expandieron su poder e influencia política a ciudades de mediana y menor jerarquía (Edzná, Dzibilchaltún, Tzeme, Okop, Xel-há, Sayil, Labná, Kabah, Xlapak) mediante alianzas políticas y matrimoniales y enfrentamientos bélicos, entre otros medios. El aparato sacerdotal se hizo más complejo con el fin de legitimar a la nobleza en su derecho divino para gobernar, y adoptó nuevas prácticas religiosas (los sacrificios humanos). Los mercaderes, sin ser nobles de nacimiento, adquirieron riqueza y un poder que les permitió tener acceso a puestos relevantes en la rígida organización gubernamental. En las estelas los escultores narraban la historia oficial de las hazañas y obras del gobernante en turno. En ellas registraron nacimientos, matrimonios, ascensos y transmisión del poder; alianzas con otras urbes importantes; guerras, construcción de edificios monumentales y las fechas de esos acontecimientos. Los escribas dedicaron sus esfuerzos a contar los hechos históricos, proféticos y astronómicos. Construyeron los famosos sacbeob —en maya, el sufijo ob designa el plural—, o caminos blancos, que comunicaban Yaxuná con Cobá (100 km), Uxmal con Kabah (40 km) y Cobá con Ixil (16 km). La arquitectura alcanzó su mayor exquisitez ornamental en el Clásico Tardío y en el Terminal —el mejor ejemplo es el estilo puuc de la Casa del Gobernador en Uxmal—; la construcción de sus edificios llegó, a diferencia de siglos previos (como los estilos petén, río bec, chenes), a su mayor grado de perfeccionamiento.

LA DECLINACIÓN CULTURAL

A fines del siglo VIII la sociedad maya de las tierras bajas del sur (Palenque, Copán) entró en un proceso de lenta declinación que, de manera gradual, se fue extendiendo hacia el norte de la península hasta culminar con la caída y el abandono de las ciudades del Puuc, en el siglo X, y el desplome del poderío político de Chichén Itzá una centuria después. A lo largo de esos años abandonaron paulatinamente el núcleo de sus grandes centros urbanos y comenzaron a ocupar las periferias, pero esto no significó su abandono total. Construyeron agregados arquitectónicos, modificaron algunos espacios y edificaron nuevos centros, como Mayapán, el mal llamado Chichén Itzá nuevo, Tulum y Xcaret en la costa oriental, pero no alcanzaron el esplendor de los siglos previos. Los sacbeob comenzaron a ser invadidos por la selva, la elaboración de estelas desapareció y la historia oficial se plasmó de distintas maneras. La producción de cerámica y bienes suntuarios decreció en calidad y cantidad, las prácticas agrícolas especializadas (terrazas, campos de cultivo en ciertas regiones peninsulares) se modificaron y la milpa se convirtió en sinónimo de agricultura. Aparecieron las órdenes militares (Águila y Jaguar). Para algunos estudiosos, estas nuevas tradiciones se introdujeron desde el centro de México; para otros, fue resultado de la presencia de distintos grupos mayenses. En pocas palabras, el avance tecnológico, los conocimientos y la producción material y cultural, mas no la etnia, se derrumbaron.

LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA DEL POSCLÁSICO

A mediados del siglo XV, a raíz de las pugnas entre los xiu y los cocom, Mayapán fue destruida, el gobierno confederado se desintegró y comenzó el colapso final. La caída de ese centro político generó un vacío de poder; la élite maya fue incapaz de conformar una nueva estructura política que centralizara el poder, y cada señor, según la tradición indígena recogida por Landa, fue “yéndose […] a su tierra”, y desde su respectiva capital comenzó a regirla con el título de halach uinic o gran señor. Poco sabemos de cuántas capitales surgieron con la caída de Mayapán, pero cuando los españoles comenzaron a merodear las costas, en el primer cuarto del siglo XVI, existían las siguientes: Calkiní, Ekbalam, Calotmul, Hocabá, Can Pech, Maní, Chancenote, Motul, Chauac-há, Popolá, Chetumal, Sací, Chichén Itzá, Sotuta, Cozumel, Tihosuco, Dzidzantún y Belma.

En estos centros políticos residían los halach uinicob y de ellos dependían, por vínculos sociales más que territoriales, conjuntos de batabob o caciques, quienes dispersos por los montes gobernaban sus respectivas poblaciones. Los mayas llamaron a esta gama de relaciones políticas y sociales cúuchcabal, y los españoles, desde su particular concepción, provincia. Sin embargo, estos grandes señores no pudieron someter a un sinnúmero de batabob, quienes, hasta la invasión española, gobernaron sus poblaciones de manera independiente. Ellos ocuparon un lugar importante en el espacio peninsular. Unos estaban asentados en el rincón noroccidental, en una región denominada chakán, o sabana. Otros se encontraban en los alrededores de Tizimín, en un área conocida como chikinchel o monte oriental. Un tercer grupo ocupaba la zona que se extendía desde la parte central del actual estado de Campeche hasta el norte de El Petén en Guatemala, región conocida como el Cehache, término maya que expresa la idea de “abundancia de venados”. Finalmente, un cuarto grupo se encontraba en el norte y el centro del actual Belice, en un espacio conocido como el Dzuluinicob.

La estructura política indígena constaba de tres niveles. El primero era la unidad residencial, integrada por un conjunto de casas que agrupaban, cada una, hasta seis familias, que los españoles llamaron parcialidad o barrio. La parcialidad proveía de fuerza de trabajo y productos a la élite. Sus hombres formaban los ejércitos. El segundo nivel era el batabil o señorío, el cual estaba bajo el dominio del batab o cacique. Él sujetaba política y administrativamente a un grupo de parcialidades, y residía en una de ellas, denominada cabecera por los españoles. Los barrios se encontraban dispersos por los montes y para la administración de cada uno el cacique nombraba a un funcionario llamado ah cuch cab.

El batab recibía y usufructuaba parte de los excedentes tributarios de fuerza de trabajo y productos, y por medio del ah cuch cab convocaba a la población de sus parcialidades para la guerra y las festividades y ceremonias tutelares. El tercer nivel lo encarnaba el halach uinic, que residía en la capital. De él dependían los caciques, quienes tenían la función de unir a su población con aquél. El cargo de halach uinic era hereditario por línea paterna y sus funciones eran religiosas, militares, judiciales y políticas.

Máscara de Sol en Izamal

SOCIEDAD Y ECONOMÍA DURANTE EL POSCLÁSICO

Los mayas estaban divididos en estamentos. Los nobles o almehenob estaban organizados en linajes y monopolizaban los cargos de batab y halach uinic. Los linajes gobernantes se constituyeron en una burocracia cerrada y corporativa que por medio del lenguaje zuyuá o conocimiento adivinatorio controlaba el acceso a dichos cargos. Ellos transmitían este conocimiento y su significado de padre a hijo, por lo que dichos cargos eran patrimoniales. En el uso de este mecanismo y sustentados en sus tradiciones ancestrales, controlaron el poder, excepto cuando no había sucesor —hijo o tío paterno—, circunstancia en que los sacerdotes y los principales realizaban el proceso electivo.

Los linajes nobles no sustentaron su poder en la propiedad territorial, pues en la concepción maya del universo la tierra —dadora de la vida por hacer crecer el monte y dar sustento a los animales y al hombre— no era susceptible de privatizarse, ni mucho menos objeto de compraventa. Más aún, los linajes gobernantes no controlaban el acceso al monte; era prerrogativa de la deidad llamada Yumbalam permitir al agricultor sacrificar el jabín y los cedros para hacer la milpa. El monte renace en la milpa, y cuando el suelo se agota, el milpero se retira, para que el monte cumpla los compromisos de su ciclo. Los mayas no pensaban en la propiedad de la tierra; éste era un concepto desconocido para ellos.

La nobleza maya dirigía los ejércitos, y sus miembros eran los mercaderes y agricultores más ricos. Para los nobles era motivo de orgullo descender de alguno de los grupos que desde el Altiplano Central habían llegado a Yucatán a fines del siglo X, o de alguna familia de Mayapán. Landa decía que tenían “mucha cuenta con el saber el origen de sus linajes, especialmente si vienen de alguna casa de Mayapán; […] y jáctanse mucho de los varones señalados que ha habido en sus linajes”.

La prerrogativa económica más importante del batab y el halach uinic fue el uso de la fuerza de trabajo del yalba uinic o macegual, término náhuatl usado por los españoles para caracterizar a esa clase social, la más numerosa. Ésta hacía y reparaba las casas y las milpas de dichos personajes, y servía en la guerra. Además, tributaba en pequeñas cantidades maíz, gallinas, miel y tejidos de algodón. Sus miembros eran agricultores, artesanos, pescadores, entre otros. No hay evidencias de que tuvieran acceso a los cargos u oficios políticos y religiosos. Los esclavos eran, en general, los capturados en la guerra. A los nobles apresados se les sacrificaba. Según Landa, los ladrones, aunque el hurto fuese de escasa cuantía, eran hechos esclavos. Asimismo, quienes se casaban con una esclava o embarazaban a alguna de ellas, se convertían en esclavos. Esta clase social se dedicaba a las actividades agrícolas más fatigosas, eran pescadores, trabajaban en las salinas y eran los cargadores de los mercaderes.

Los mayas, con una tradición agrícola construida a lo largo de varios milenios, en un medio no favorable, a decir de innumerables investigadores, se convirtieron en verdaderos expertos de las características del monte como recurso agrícola y de las variedades del maíz. En torno a estos conocimientos organizaron su sistema de milpa. Primero seleccionaban el terreno, lo desmontaban con hachas de pedernal, lo quemaban y posteriormente procedían a la siembra. Para ello dividían la superficie de acuerdo con el tipo de suelo. Una la destinaban al maíz, chile, frijol y calabaza, y la otra al algodón. En mayo sembraban maíz y un mes después algodón. Los milperos cargaban un taleguillo en el hombro, donde llevaban la simiente, y con la ayuda del xul, un palo puntiagudo, hacían un hoyo y depositaban la semilla. Sembraban hasta tres milpas. Complementaban la producción de la milpa con la del tancabal o huerto familiar, donde sembraban árboles frutales, achiote, henequén y balché, de cuya corteza elaboraban su vino. Criaban gallinas, palomas, tórtolas y patos, de los que, a decir de Landa, “se aprovechan de su pluma para tejer en sus vestidos, y también los comen, y es buena comida”.

Efectuada la cosecha, el maíz, el chile, el frijol y la calabaza se almacenaban para consumir durante todo el año. El algodón seguía un proceso distinto en manos de las mujeres. Le quitaban las pepitas y la basura, lo aplanaban hasta dejarlo como una tortilla y lo colocaban sobre un petate para golpearlo con dos palos lisos a fin de evitar que se deshiciese o se enredase. Después lo cortaban en tiras, lo hilaban y lo remojaban en agua. Una vez seco, lo teñían con productos naturales. Concluidas estas tareas, la mujer procedía a la confección del tejido en un telar denominado “de cintura”, empleado en toda Mesoamérica. Utilizaban pelo de conejo y plumas de pato, de quetzal y otros plumajes multicolores para dar vistosidad y elegancia a sus tejidos, los cuales se destinaban sobre todo a la vestimenta. Estos textiles también tenían una función ritual, pues cierto tipo de mantillas se utilizaban para envolver a sus ídolos. Asimismo, la ropa de algodón se comerciaba en Ulúa y Tabasco, y las mantas eran productos tributados a la élite gobernante.

Los recursos marinos de la península de Yucatán fueron ampliamente aprovechados por los mayas. Pescaban con anzuelos de concha o de cobre, redes, lanzas, arcos y flechas. La nobleza era la poseedora de las canoas, hechas de cedro y caoba, y sus esclavos eran los pescadores. El pescado que no se consumía de manera inmediata se salaba o se secaba al sol. Las espinas de ciertos peces se utilizaban para los autosacrificios, y los dientes para ofrendas o puntas de flechas. Las salinas se extendían a lo largo de las costas occidental y norte. Recogían la sal durante la época de secas y, apilada en la orilla, le prendían fuego en los alrededores con el fin de que formara una dura capa y la lluvia no la penetrase. Los halach uinicob que controlaban el acceso a las costas permitían que su población dependiente cosechara la sal a cambio de la entrega de una parte del producto. La apicultura era una actividad importante. Conocían dos clases de abejas: una la criaban en colmenas hechas con troncos de árboles huecos, de donde extraían miel y cera negra; la otra era la abeja silvestre.

 

MAPA II.1. Ciudades-Estados de la civilización maya clásica

FUENTE: Michael Coe, Dean Snow y Elizabeth Benson, Atlas of Ancient America, Facts on File, Nueva York, 1986.

Cuando los barcos europeos comenzaron a merodear la península de Yucatán, la costa oriental y los ríos de Belice, la costa sur de Campeche y la zona del lago de Petén Itzá, estos sitios estaban en una fase de florecimiento sustentado en una intensa actividad mercantil. El comercio era una actividad ampliamente difundida entre los mayas yucatecos. Existían dos tipos de comerciantes: el ah ppolom, o gran mercader, y el ah ppolom yok, o tratante que comerciaba de pueblo en pueblo. Conocían perfectamente los caminos y las rutas, y durante sus largas travesías se orientaban según la posición de Xaman ek o estrella Polar. En Champotón comerciaban con los chontales y en Chetumal con dirección a Honduras con los itzaes, manchés y mopanes. El conocimiento de las rutas, integradas por tramos terrestres y marítimos, y de los lugares adecuados para resguardarse de las inclemencias imprevistas, era clave en el funcionamiento de esta actividad.

El florecimiento económico y cultural alcanzado por los mayas de las costas se refleja en la importancia que alcanzó Chauac-há. Ésta era, aparte de una capital política, un centro hacia el cual confluían los mercaderes de la alta nobleza hablante de mopán, chol, manché, chontal, itzá y, posiblemente, náhuatl. Pero más que una ciudad mercado, era un lugar donde las ideas se intercambiaban y se comunicaban con novedosas expresiones lingüísticas, y los comerciantes transmitían sus costumbres, gustos, maneras y formas propias de su alcurnia. Los grandes mercaderes realizaban sus intercambios comerciales en Cachi, pueblo dependiente de Chauac-há. A ese lugar concurrían los tratantes con sus caravanas; transportaban la producción excedente de los pueblos con el fin de intercambiarla por otras mercaderías. La miel, el copal, los esclavos y los ricos y exquisitos tejidos de algodón debieron de ser, entre otros, los artículos de mayor circulación y más codiciados por los ah ppolom.

III. DE LA CONQUISTA A LA COLONIZACIÓN (1527-1687) 

CUANDO LOS ESPAÑOLES INICIARON la conquista de los mayas yucatecos, nunca se imaginaron que su empresa estaría plagada de sinsabores, amarguras, sufrimientos y desencantos. Tardaron casi 175 años en dominar a los indígenas, y lo hicieron en dos grandes etapas. Una la iniciaron en 1527, y después de dos intentos, finalmente en 1547 lograron establecerse en el noroeste peninsular. La otra comenzó a fines del siglo XVI, cuando invadieron el territorio comprendido desde la sierrita Puuc hasta el Petén. A pesar de varios fracasos, lograron establecerse de manera precaria a fines del siglo XVII y principios de la siguiente centuria.

EL PRIMER INTENTO DE CONQUISTA

En 1527, unos años después de que Francisco Hernández de Córdoba descubriera Yucatán, Francisco de Montejo, el Adelantado, llegó con sus soldados a la isla de Cozumel. Fueron bien recibidos por el cacique Naum Pat, y esta señal los motivó para cruzar a tierra firme; cerca de Xel-há fundaron una villa llamada Salamanca, en memoria de la ciudad del antiguo reino de León, donde el Adelantado había nacido. Pero las dificultades aparecieron. Los víveres comenzaron a escasear y una epidemia atacó a su ejército. La desesperación se acrecentó por la hostilidad de los mayas, cansados de las exigencias españolas. Estas circunstancias hicieron decaer los ánimos hasta el grado de querer abandonar la empresa. Pero Montejo, firme en su decisión de conquistar Yucatán, destruyó las naves para evitar la deserción. A partir de ese momento comenzó su recorrido invasor por la parte noreste de la península.

La expedición española marchó a Polé, donde nuevamente una epidemia causó estragos al ejército. Una veintena de soldados se quedó en ese sitio y los demás continuaron su recorrido hasta llegar a Xaman-há. Allí otra vez se encontraron con Naum Pat, quien les ofreció provisiones y mediación ante los caciques de tierra firme. En su recorrido pasaron por los pueblos de Mochi y Belma. Después de un descanso, continuaron la marcha hasta llegar a Conil, donde se abastecieron para seguir al oeste y llegar a Cachi y Sinsimato.

Durante ese recorrido, la expedición no encontró resistencia hasta Chauac-há, donde fue atacada por los mayas, pero los españoles lograron dispersarlos. Los conquistadores continuaron hacia el suroeste, y al llegar al pueblo de Dzonotaké tuvo lugar el enfrentamiento más importante de este primer intento de conquista. La victoria sobre los mayas logró un cambio en la actitud de los indígenas de la región, y a partir de ese momento evitaron a la fuerza invasora. Concluido el recorrido de la parte noreste de la península, Montejo regresó a Salamanca, seis meses después de haber partido.

En Salamanca encontró a 12 compañeros sobrevivientes, pues los pobladores de Xel-há y Zamá los habían provisto de alimentos. Pero los que se quedaron en Polé no corrieron la misma suerte: murieron a manos de los indígenas. Desde Salamanca, el Adelantado decidió dirigirse al sur. Dividió la expedición. Un grupo, al mando de Alonso Dávila, partió a pie con destino a Chetumal. El otro, encabezado por Montejo, viajó por mar. Exploró la Bahía de la Ascensión y llegó a Chetumal, donde recibió la nueva del fallecimiento de Dávila y el exterminio de su tropa. Esa noticia era una mentira inventada por Gonzalo Guerrero, náufrago español que luchó al lado de los mayas contra los invasores. La misma noticia fue recibida por Dávila respecto de Montejo.

En ese momento Dávila regresó a Salamanca, y como consideró que las condiciones en las que se encontraba no eran propicias, la trasladó al sitio de Xaman-há. En el ínterin Montejo navegó hacia Honduras, hasta la región poblada del Río Ulúa, y retornó a Xel-há. Pero al no encontrar señal alguna continuó su derrotero hasta Cozumel, donde se enteró de la nueva situación. Para el verano de 1528 la expedición, diezmada por las enfermedades y la falta de bastimentos, cansada de las guerras y sin pertrechos de combate, abandonó Yucatán.

EL SEGUNDO INTENTO DE CONQUISTA Y LA FUNDACIÓNDE LAS PRIMERAS CIUDADES Y VILLAS ESPAÑOLAS

A fines de 1530 o principios de 1531 el Adelantado nuevamente emprendió la conquista de los mayas. En esa ocasión entró en el territorio peninsular por la costa occidental. Para ello Francisco de Montejo, el hijo, fundó primero, en 1529, Salamanca de Xicalango. De allí partieron los soldados con destino a Acalán y a mediados de 1530 Alonso Dávila estableció Salamanca de Acalán en territorio de los mayas chontales, desde donde emprendieron la invasión de Yucatán. Sin embargo, como no se encontraba estratégicamente situada, la abandonó y se dirigió a Champotón a fines de 1530. El Adelantado se trasladó a ese puerto; posteriormente lo siguió su hijo. En esa ocasión la presencia española se prolongó cerca de cinco años y fundaron Salamanca de Campeche y Villa Real de Chetumal (1531), Ciudad Real de Chichén Itzá (1533) y Ciudad Real de Dzilam (1534), asentamientos desde los cuales pretendieron arrancar con el proceso colonizador.

Tampoco este segundo intento prosperó, por varias circunstancias. Una fue que la hueste española estaba integrada por aventureros, es decir, personas que tenían como único fin el enriquecimiento fácil y rápido. Pero sus expectativas se transformaron en frustraciones, pues la península, al ser una inmensa roca caliza, carece de metales preciosos. Así, en 1534, cuando llegaron noticias de las riquezas del Perú, los soldados empezaron a desertar. Además, el ejército era tan sólo de 300 hombres, y Montejo cometió el error de dividirlos desde Salamanca de Campeche en dos expediciones. Una, al mando de Dávila, se encaminó con destino a Chetumal, donde fundó la Villa Real. En 1532 fue expulsado de manera definitiva por los mayas de la región. El liderazgo de Gonzalo Guerrero al frente de los ejércitos indígenas fue importante en ese suceso. La otra, encabezada por Montejo el Mozo, se dirigió al norte y en Chichén Itzá fundó Ciudad Real. Todo parecía indicar que desde ese asentamiento el proceso colonizador arrancaría sin contratiempos, pues el Adelantado repartió los primeros pueblos en encomienda. Sin embargo, los indígenas los asediaron hasta finalmente expulsarlos hacia la costa norte, y en 1534 los españoles fundaron en Dzilam la nueva Ciudad Real, con el fin de reiniciar la colonización. Ante las adversidades, a fines de ese año o principios de 1535 abandonaron la empresa.

También influyó en el fracaso de ese intento de conquista la organización política de los mayas. Como vimos anteriormente, se caracterizaba por la existencia de varios centros políticos y de innumerables caciques independientes; es decir, no había un poder centralizador de la vida política peninsular.

Además, las alianzas del Adelantado con los señores mayas no tuvieron los resultados esperados, pues los pactos fueron más ficticios que reales. Desde luego, el clima, el terreno calcáreo y la carencia de víveres fueron asimismo causas que conspiraron en contra del éxito español.

LA CONQUISTA DEFINITIVA DEL NOROESTE

El Adelantado no cejó en sus afanes conquistadores y, con las lecciones aprendidas, años más tarde intentó por tercera vez someter a los mayas. En esa ocasión desarrolló un plan militar que consistió en avasallar a un conjunto de provincias indígenas, fundar un poblado español y organizar su cabildo, y así sucesivamente hasta abarcar toda la península. A partir de 1537, su hijo, quien gobernaba Tabasco, envió un grupo de soldados desde el Usumacinta a Champotón, donde estableció una base, y convirtió a Xicalango en centro de apoyo y abastecimiento. Para esos años el Adelantado ya no contaba con Alonso Dávila, quien había muerto en México en 1538. Sin embargo, su sobrino, llamado también Francisco de Montejo, se adhirió a las fuerzas conquistadoras y tomó el mando de la nueva población de San Pedro de Champotón, más tarde nombrada Salamanca.

Poco después Montejo, el hijo, designado por su padre teniente de gobernador y capitán general, arribó a Champotón, y a fines de 1540 trasladó el campamento a Campeche, donde un año más tarde fundó la villa de San Francisco con unos 30 soldados y procedió a repartir los pueblos en encomienda. Los conquistadores avanzaron hacia el norte y en Tuchicán, entre Calkiní y Maxcanú, establecieron una base. Allí se enteraron de que Ah Kin Chuy, sacerdote del pueblo de Pebá, estaba formando una coalición con Nachí Cocom, el halach uinic de Sotuta. Montejo, el sobrino, advertido por los mayas aliados, se adelantó en el ataque y capturó al sacerdote. Este éxito militar resultó alentador, y a mediados de 1541 el Mozo, con unos 300 soldados, avanzó hasta Tihó, donde fundó la ciudad de Mérida el 6 de enero de 1542, nombró su primer cabildo y repartió los pueblos en encomienda.

Ante el avance español, numerosos contingentes de mayas comandados por Nachí Cocom sitiaron Mérida. Los conquistadores los contraatacaron y dispersaron, y a partir de ese momento gran parte de los alrededores de la naciente ciudad y las provincias indígenas de Hocabá, Motul y Dzidzantún cayeron bajo su control. Montejo, el hijo, procedió a repartir los pueblos en encomienda y organizó la conquista de la provincia de Sotuta. Su victoria fue tan contundente que Nachí Cocom aceptó la derrota. Posteriormente avanzó hacia la provincia de Tihosuco, mientras que Montejo, el sobrino, guerreaba por el noreste de la península. En mayo de 1543 logró fundar en Chauac-há, cerca del puerto Conil, la villa de Valladolid y repartió los pueblos en encomienda. Mientras realizaba esa tarea, las provincias indígenas de Sací, Tihosuco, Popolá, Ekbalam y Chancenote organizaban una sublevación. El capitán Francisco López de Cieza atacó a los mayas sorpresivamente, tomó Sací, capturó a los líderes y sofocó el intento de alzamiento. Sin embargo, como el lugar donde habían erigido la villa era insalubre, en la primavera de 1544 los españoles decidieron trasladarla a Sací.

La conquista de la provincia de Chetumal fue encargada a Gaspar y Melchor Pacheco, quienes se caracterizaron por su crueldad y violencia hacia los nativos. Muchos indígenas emigraron al Petén, y la población maya, que permaneció exhausta y vencida, aceptó la presencia española. Con una paz obtenida de esa manera, ese mismo año de 1544 Melchor Pacheco fundó en un lugar cercano a la Laguna de Bacalar la villa de Salamanca y procedió a repartir los pueblos en encomienda. Después los Pacheco incursionaron por los pueblos del Dzuluinicob, pero su dominio resultó precario. Continuaron su expedición hasta el Golfo Dulce, en la Verapaz, pero ante las protestas de los frailes dominicos abandonaron el área.

En 1544 la presencia española todavía era débil. Las provincias de Sací, Popolá, Tihosuco, Sotuta, Chancenote, Chetumal y Chauachá esperaban pacientemente las condiciones para rebelarse. El día seleccionado fue el 5 Cimí (muerte) 19 Xul (fin), fecha que se puede interpretar como muerte del español y fin del dominio colonial, y que corresponde al 9 de noviembre de 1546. El movimiento maya se inició en la villa de Valladolid, la antigua capital indígena de Sací, y fue particularmente sangriento. Los españoles capturados fueron crucificados y colocados como blanco para flechas, o asados en los incensarios para copal, y otros más fueron sacrificados sacándoles el corazón. Además, como símbolo de victoria, los mayas enviaban las extremidades de los cadáveres a otros pueblos para incitarlos a unirse a la sublevación. Mataron a los animales y destruyeron las plantas importadas de Europa, y los indígenas sirvientes de los encomenderos fueron asesinados por considerarlos traidores a sus costumbres y dioses. Durante cuatro meses los españoles lucharon desesperadamente, hasta que, al final, en marzo de 1547 aplacaron al último pueblo rebelde. Los caciques y sacerdotes dirigentes fueron ejecutados o quemados. Una vez derrotados, muchos mayas se dispersaron y huyeron al sur. Algunos se establecieron en los pueblos de la región del Dzuluinicob, mientras que otros lo hicieron con los itzaes del Petén.

LA CONQUISTA DE LAS MONTAÑAS

Con la derrota de la rebelión, la primera gran etapa de conquista de los mayas yucatecos era un hecho consumado. Para esos años, o sea para fines de la primera mitad del siglo XVI, los españoles habían logrado fundar las villas de San Francisco de Campeche, Valladolid y Salamanca de Bacalar, y la ciudad de Mérida, organizar sus cabildos y repartir los pueblos en encomienda. Pero aún faltaba por conquistar a los mayas que vivían entre el Petén, la sierrita Puuc y la Laguna de Términos. Esta extensa región colindaba con los pueblos del sur de Salamanca y era un inmenso espacio cubierto por espesos bosques tropicales, conocido como Las Montañas. Sus habitantes usaban el pelo largo hasta las piernas y andaban armados con arcos y flechas. Se dedicaban a la milpa, así como a la recolección de pimienta, copal y cera de abejas silvestres, que abundaban en sus selvas. Anualmente, hacia Semana Santa, grupos de esos indígenas se acercaban a los límites de la región noroeste, es decir, a la colonizada, para intercambiar sus productos por hachas, machetes, cuchillos y sal.

A lo largo del periodo colonial, la región de Las Montañas se constituyó en refugio de los mayas fugitivos del noroeste, y durante el siglo XIX lo fue de los mayas rebeldes. Huían individualmente o en pequeños grupos, y durante las epidemias, sequías, plagas de langosta y hambres que azotaban la parte colonizada, numerosos contingentes emigraban hacia allá en busca de alimentos silvestres, vegetales y animales. Permanecían largas temporadas, mientras los encomenderos organizaban expediciones para retornarlos a sus pueblos de origen. Libres del dominio colonial, los indios regresaban a la adoración de sus “ídolos”, según los españoles.

A ojos de los europeos, los mayas avecindados en Las Montañas que no conocían el evangelio eran gentiles y los fugitivos idólatras, es decir, los que renunciaban a la fe católica, eran considerados apóstatas. Tanto a unos como a otros, los españoles los calificaron como cimarrones, silvestres, montaraces, o bien tipeches(plural de una corrupción española de la voz maya teppche). Desde la perspectiva hispana, ambos grupos eran un mal ejemplo para los mayas del noroeste, pues cuando éstos concurrían a Las Montañas para cazar y buscar cera silvestre, aprovechaban para practicar sus ritos e idolatrías.

LA CONQUISTA MILITAR (1602-1604)

Entretenidos durante la segunda mitad del siglo XVI en el proceso colonizador de los mayas del noroeste, los españoles no pudieron o no quisieron tomar cartas en los asuntos de los mayas de Las Montañas. No fue sino hasta la gubernatura de Diego Fernández de Velasco (1596-1604) cuando se plantearon el problema de conquistar a los teppcheob, tarea que les ocupó prácticamente una centuria. En un primer momento la solución fue la conquista militar, y entre 1602 y 1604 dos expediciones partieron con la decisión de someterlos. La primera, organizada en 1602 por Ambrosio de Argüello, salió por mar con destino a la Bahía de la Ascensión, pero al doblar el Cabo Catoche fue sorprendida por corsarios ingleses, quienes después de un breve enfrentamiento la derrotaron. Por supuesto, la incursión abortó. La segunda, comandada por Íñigo de Sugasti, marchó en mayo de 1604 desde Campeche, con destino al sur y sureste de Tixchel, al oeste de la Laguna de Términos. Pero los franciscanos enviaron una carta a los indígenas en la que les pedían no permitiesen que ningún español los capturase y molestase, por lo que los naturales huyeron al sur con dirección al Petén. Cuando Sugasti se enteró de la carta, no consideró conveniente continuar y regresó a Campeche.

LA CONQUISTA MISIONAL (1604-1615)

La carta creó una encendida polémica en torno a los procedimientos que se emplearían para conquistar a los teppcheob. Carlos de Luna y Arellano, gobernador de Yucatán desde agosto de 1604, apoyó la vía misional; es decir, se inclinó por una solución pacífica. Un año después los franciscanos ya habían fundado conventos en Ichbalché, Tzuctok y Chacuitzil, y en 1609 tenían misiones en Texán, Petcah y Sacalum con mayas huidos. Todo parecía indicar que el dominio español por medio de los religiosos se había impuesto en esa parte de Las Montañas. Pero la realidad era que los mayas no mostraban gran inclinación por aceptar la instrucción religiosa y continuaban con sus ritos y prácticas. Ante esos hechos, los franciscanos empezaron a adoptar medidas represivas y, en respuesta, los indígenas emprendieron nuevamente la huida a los montes.