Zona de confort - Bruno De Santis - E-Book

Zona de confort E-Book

Bruno De Santis

0,0

Beschreibung

Hablar de confort en el conurbano bonaerense puede resultar un tanto extraño, la idea que tenemos sobre esta región del país nos describe una situación muy diferente. Sin embargo, es posible hablar de la aparición de zonas de confort en donde los individuos buscan espacios de placer efímeros y toda opción que los aleje de estereotipos que representan situaciones de peligro. Vivir en una de estas zonas dentro del conurbano equivale a vivir en un espacio con dispositivos controlados, sofisticados, en un barrio o área segura en términos de delitos, fuera del acecho de infecciones sorpresivas, donde el sacrificio ajeno es percibido como una amenaza constante a perder calidad de vida. La vida en el conurbano bonaerense parece inclinarse hacia la construcción de barreras inteligentes con el objetivo de que algunos habitantes nunca sean víctimas de una situación de pánico colectivo, producto y culpa de haberse aventurado a un entorno dominado por el azar. Este libro nos propone reflexionar acerca de la dimensión que le hemos otorgado a esa construcción omnipresente de barreras inteligentes, al punto tal de cuestionarnos si realmente nos otorgan el verdadero sentido que queremos dar a nuestras vidas en las grandes urbes latinoamericanas.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 344

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



ZONA DE CONFORT

Hablar de confort en el conurbano bonaerense puede resultar un tanto extraño, la idea que tenemos sobre esta región del país nos describe una situación muy diferente. Sin embargo, es posible hablar de la aparición de zonas de confort en donde los individuos buscan espacios de placer efímeros y toda opción que los aleje de estereotipos que representan situaciones de peligro. Vivir en una de estas zonas dentro del conurbano equivale a vivir en un espacio con dispositivos controlados, sofisticados, en un barrio o área segura en términos de delitos, fuera del acecho de infecciones sorpresivas, donde el sacrificio ajeno es percibido como una amenaza constante a perder calidad de vida.

 

La vida en el conurbano bonaerense parece inclinarse hacia la construcción de barreras inteligentes con el objetivo de que algunos habitantes nunca sean víctimas de una situación de pánico colectivo, producto y culpa de haberse aventurado a un entorno dominado por el azar.

 

Este libro nos propone reflexionar acerca de la dimensión que le hemos otorgado a esa construcción omnipresente de barreras inteligentes, al punto tal de cuestionarnos si realmente nos otorgan el verdadero sentido que queremos dar a nuestras vidas en las grandes urbes latinoamericanas.

 

 

Bruno De Santis. Licenciado en Sociología en la Universidad de Buenos Aires (2003). Magíster en Métodos cuantitativos de investigación de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Actualmente trabaja como consultor en programas del Banco Mundial y es docente universitario. Ha escrito varios artículos y textos sobre temas relacionados a la sociología y a la investigación. Es autor de Los desertores (2012) y Buscando a Moria (2021).

BRUNO DE SANTIS

ZONA DE CONFORT

Historias del conurbano

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaDedicatoriaAgradecimientosIntroducciónZona de confort y delitoUno. Delito, pánico y autoencierroDos. Televisión, noticia policial y morboTres. ¿La opinión pública puede ser homicida? El caso Candela RodríguezTecnología y segmentaciónUno. Plataformas, datos y algoritmosDos. Me gusta, pero más me gusto yo: narcisismo juvenil en las redesTres. Adicción a las calificacionesCuatro. La muerte de la ficciónCinco. Barrio ArzenoSeis. Nordelta: ¿contacto con la naturaleza o hipervigilancia?Siete. Guernica: tomando tierras en las fronteras del conurbanoZona de confort y pandemiaUno. Despertando a Émile de la tumba: un breve análisis de los testeos masivosDos. Fobia y distanciamiento en pleno conurbanoTres #quedatencasa: pandemia y totalitarismo coolA modo de cierreBibliografíaMás títulos de Editorial BiblosCréditos

A Rufi.

Siempre encontraré en tus ojos el brillo del sol

Agradecimientos

En primer lugar, quería agradecer el gran apoyo que recibí del ingeniero Carlos “Charly” Muñoz, por tanta ayuda con la visita a Guernica. Gran conocedor y humilde baqueano de esa zona, donde se confunde el mundo rural con el paisaje del conurbano. Y en segundo lugar, también quiero agradecer al doctor Sergio Pignuoli Ocampo, ya que conté con su enorme ayuda en la revisión de dos importantes capítulos de este libro. Su aporte fue por demás valioso.

Introducción

El título Zona de confort se ha utilizado repetidas veces en libros de autoayuda o en trabajos de psicología sin verdadero rigor científico. Es probable que el lector lo encuentre en un abrir y cerrar de ojos, tan solo con acercarse a la vidriera de cualquier librería: allí seguramente habrá algún libro de tapa estridente y armoniosa maquetación que hable sobre la zona de confort. Esto llevó a que la elección del título del libro me generara una serie de suspicacias. Sabía que no estaba utilizando una frase muy original. Sin embargo, al repetirla una y otra vez en voz baja, la frase sonaba lapidaria y consistente. Este resultado se debe a que zona de confort no solo es una excusa para darle un título al libro, sino que una vez finalizada la redacción sigue teniendo una presencia abrumadora en cada escenario urbano que se me hace presente. Aunque ahora convencido de que es una simple frase que actúa como disparador de ideas.

El título del libro también asoma en una entrevista a Zygmunt Bauman en el diario El País de España. Allí –poco tiempo antes de su muerte– este autor utiliza el concepto de zona de confort para describir el avance de las redes sociales en la vida privada de las personas. Concluye brevemente que la zona de confort inhibe a los seres humanos a la hora de entablar relaciones comunitarias sólidas en un contexto donde los intereses colectivos parecen estar en franco descenso. Sostiene entonces que la zona de confort licua todo intento de comunidad ya que los individuos se encierran allí sin capacidad más que escucharse y verse a sí mismos.

Como vemos, la idea de zona de confort es harto conocida y hasta por momentos puede sonar algo trillada. ¿Qué es entonces la zona de confort? Podría definirse como ese espacio geográfico y social que delimita un lugar de pertenencia individual y que difiere significativamente del espacio externo. En rigor, la zona de confort se crea en el momento preciso en que los individuos observan un marcado contraste entre su mundo propio y el mundo de afuera. Para que exista zona de confort, es necesario que previamente se genere ese notorio contraste entre dos mundos que se muestran diferentes, cuando no antagónicos. Estas zonas de confort toman mucha más relevancia en el mundo contemporáneo, en particular en el contexto de las grandes ciudades, donde las interacciones con desconocidos son por demás frecuentes. Pero a ello hay que agregarle que no solo lo desconocido se da con los individuos, sino también desde el punto de vista socioespacial. A las interacciones con otros desconocidos habrá que añadirle la existencia de zonas y áreas urbanas desconocidas. En las grandes ciudades, muchas personas ignoran una innumerable cantidad de barrios y localidades que pueden estar próximas a su lugar de residencia, pero muy distantes conceptualmente. Posiblemente, aquel vecino que vive en la localidad de Adrogué nunca en su vida haya ido a la localidad de Ramos Mejía, a pesar de que la distancia entre ambas localidades no es mayor a los treinta kilómetros. Es quizá el aumento del tráfico, la cantidad de localidades más próximas o la falta de referencia que los individuos tienen sobre esas localidades lo que genere y consolide esa distancia conceptual. Al vecino que vive en la zona sur del conurbano tal vez le resulte imposible mudarse a la zona oeste, puesto que las referencias que tiene de esa zona son casi nulas, a no ser que allí tenga familiares o amigos que disipen esa falta de referencias.

Sin embargo, la distancia conceptual puede darse dentro de trayectos mucho más pequeños. Puede ser dentro de un mismo municipio del conurbano, incluso dentro de una misma localidad. La distancia conceptual puede llegar a ser una diferencia de diez o quince cuadras. Definitivamente, hay habitantes del Barrio Inglés de Temperley que no conocen ni nunca han circulado por un barrio periférico de su partido, el de Lomas de Zamora. Muchos residentes de las localidades de Monte Grande o Canning –también ubicadas en el sur del conurbano– jamás han caminado por las calles de la localidad de El Jagüel ni mucho menos por las de la localidad de 9 de Abril, a pesar de la proximidad que existe entre estas localidades. La explicación es que los barrios periféricos son percibidos como el espacio donde se concentran todos los atributos negativos que una gran urbe puede detentar. Los barrios periféricos son concebidos como los lugares donde abundan el delito y el tráfico ilegal. Donde también abundaría la contaminación ambiental. Los lugares donde la basura no se recoge con frecuencia. Barrios que también mostrarían dificultades a la hora de su acceso: muchos de estos barrios no tienen calles asfaltadas y, en caso de caer una fuerte lluvia, sufren todo tipo de anegaciones en sus calles. A ello se le podría agregar que son barrios con servicios deficientes: líneas de colectivos en peores condiciones, ausencia de cloacas y agua corriente. La realidad es que muchas zonas opulentas del conurbano también muestran serias deficiencias. También han sido víctimas del abandono estatal. Algunas de ellas no tienen aún agua corriente, no tienen cloacas y hasta son propensas a las altas tasas de delito. Sin embargo, la posibilidad de concebir allí un espacio exclusivo, provisto de una innumerable cantidad de recursos materiales y propios, le generará al residente de esas zonas de confort una sensación de seguridad que convertirá dicho espacio en un entorno de apariencia amena y acogedora. Aquellos que viven cerca o fuera de los centros opulentos apelarán a todo tipo de estrategias para desligarse de ese territorio hostil y refugiarse en cuanto ámbito privado pueda abstraerlos de la imagen nociva que tiene su barrio de residencia.

Sería exagerado para mis pretensiones encarar el análisis de la zona de confort tomando los fenómenos que se desarrollan a escala global, en países europeos o en Estados Unidos. Por ello la intención es acercarse al contexto latinoamericano donde los contrastes sociales en las grandes urbes son incluso más pronunciados que en países desarrollados. De manera que lo que busco en el presente libro es retomar este concepto de zona de confort y centrarme en el caso específico del conurbano bonaerense. Y ello se debe no solo a la experiencia de campo que tengo en dicho territorio, sino también porque es un escenario que durante las últimas décadas ha sido víctima de la desindustrialización y el abandono de los espacios públicos, dando así lugar para que proliferara la creación de zonas de confort que exigen construir un mundo interno cada vez con más requisitos y admisiones excluyentes.

Algunos colegas también me plantearon la posibilidad de incluir a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dentro del análisis de la zona de confort. Es cierto que en la ciudad de Buenos Aires también se desarrollan estas zonas de confort, aunque con importantes matices. Pues la existencia de una significativa clase media hace que las zonas de confort no aparezcan con tanta claridad. En verdad, resultaría forzado decir que en la Capital Federal existan contrastes sociales muy marcados. De hecho, el Estado local cuenta con una batería de recursos de las que el conurbano bonaerense carece. En la ciudad de Buenos Aires, el Estado local tiene una injerencia más similar a lo que sería una ciudad de Europa meridional como Barcelona, Madrid o Roma. En aquellas ciudades también las clases medias son predominantes, al igual que sucede en la Capital Federal. De hecho, las localidades más castigadas de la ciudad en términos de pobreza y exclusión –como por ejemplo Villa Soldati, Nueva Pompeya o el bajo Flores– se ubican cerca del límite con el primer anillo del conurbano bonaerense y no son necesariamente los barrios más poblados. El barrio de Palermo, que cuenta con la mayor cantidad de habitantes, está localizado algo distante de esas localidades y concentra una gran proporción de clase media y media alta. Cruzando hacia los límites del Riachuelo o de la avenida General Paz, el paisaje urbano tiende a modificarse y asemejarse mucho más a ciudades como Bogotá, Lima, Caracas o cualquier otra ciudad latinoamericana. Por tanto, quizá el desarrollo de este trabajo pueda encontrar muchas coincidencias con cualquiera de estos últimos ejemplos.

 

* * *

 

Este libro consta de tres partes. En la primera, desarrollaremos los aspectos vinculados a las zonas de confort con relación al delito. Los elementos que suenan atractivos para combatir la delincuencia serán todos aquellos en que se vinculen directamente con las zonas de confort en el hogar, dispositivos que no hacen referencia a un problema social complejo. Por lo contrario, el delito es presentado y pensado como un fenómeno que puede combatirse desde el plano individual, sin necesidad de abandonar la comodidad que, en el caso opuesto, implicaría asumir un sacrificio personal que filosóficamente es muy repudiado. Botones de pánico, cámaras de seguridad, teléfonos inteligentes y una gran cantidad de elementos que analizaremos y que dan cuenta de cómo el vecino del conurbano ha ido incorporándolos sin tomar conciencia de que nos interpelan con esta filosofía que reniega de cualquier reflexión comprometida y solo busca amenguar la ansiedad y el temor frente al delito.

En la segunda parte analizaremos el papel que juega el uso de la tecnología y el rol que ha tenido en la segmentación social. Ya lo hemos dicho antes: las zonas de confort solo tienen capacidad para consolidarse en cuanto existan contrastes y la segmentación social construya muros infranqueables, casi imposibles de derribar. A diferencia de lo que nos sugeriría nuestro sentido común, no hablamos aquí de muros elaborados sobre la base de concreto. Los muros de hormigón y extendidos en una inmensa superficie –como supo ser el muro de Berlín– ya no son tan necesarios y hasta pueden observarse como elementos obsoletos. O para usarse en casos particulares. En una frontera con otro país o en la división de un barrio cerrado respecto del afuera. Los muros que abundan en el siglo XXI son muros inteligentes. Muros smarts. Muros materialmente invisibles, intangibles, pero con una implacable capacidad para marcar las divisiones entre ricos y pobres o entre gente “de bien” y potenciales delincuentes. Las redes sociales y las nuevas tecnologías buscarán maximizar esa zona de confort, pues es que para comunicarse o intercambiar experiencias con los otros ya puede prescindirse del contacto físico. Así se logra que, a través de la tecnología y las aplicaciones digitales, el afuera pasa a ser innecesario y el interior del hogar o del barrio de residencia redunda en casi la única experiencia que los residentes conciben como útil, logrando así que no solo se consoliden las desigualdades sociales, sino que suceda algo más silencioso y a la vez alarmante: que ricos y pobres prácticamente no tengan contacto físico alguno. Se puede decir que los sectores más acomodados del conurbano bonaerense no tienen casi referencias físicas ni materiales de aquellos que se encuentran en la base de la pirámide social. El conocimiento del mundo de los excluidos, de los marginados, pasa a un plano más ficticio que real.

Esas dos partes del libro se nutrieron de los cambios generados durante las últimas dos décadas del siglo XXI. El año 2020 será crucial como argumento para el tercer capítulo. La aparición del coronavirus y la pandemia constituyó un hecho traumático para toda la población mundial. Más allá de la circulación del virus, la experiencia del confinamiento social resultó un tema de gran interés, pues todos aquellos temores contemporáneos se agudizaron a una escala inusitada. En la tercera parte trabajaremos todos los aspectos vinculados a la zona de confort y la pandemia. Mientras antes hablábamos de delito, de segmentación social, ahora debemos incluir el temor colectivo a infectarse del virus. El mundo que se instala a partir de la pandemia es un mundo que rechaza abiertamente las acciones espontáneas de los individuos. El azar será muy mal visto. Toda conducta azarosa no solo pone en alerta la presencia de potenciales delincuentes, marginados que estéticamente quedan desdibujados en espacios públicos de gran circulación, sino de transeúntes desinteresados de las nuevas normas sociales que aparecen en la pandemia. Palabras como distanciamiento social, burbujas sanitarias, aislamiento preventivo, testeos masivos pasan a formar parte de un vocabulario habitual que se incorpora con facilidad en los medios de comunicación y en las advertencias públicas. Pasada la etapa más traumática de la pandemia, el mundo ya no será más lo que era. Y este mundo nuevo advierte consecuencias sociales que hacen cada vez más cuesta arriba la vida en las grandes ciudades. Una sensación de pesadumbre y hastío sobrevuela en el ambiente de la mayoría de las ciudades occidentales, donde el temor latente a la adversidad lejos está de desaparecer. Y el conurbano bonaerense no es la excepción. Al igual que otras urbes de Latinoamérica, se expande día a día asimilando esta hostilidad casi con inercia hasta tanto un cuestionamiento profundo, alejado de ideales románticos, se plantee reconstruir los cimientos de aquel mundo perdido.

ZONA DE CONFORT Y DELITO

UNO Delito, pánico y autoencierro

Una publicidad arriesgada y de dudosa creatividad que vendía puertas blindadas fue la que empezó a seducirme a escribir este capítulo. La publicidad en cuestión intentaba poner a la luz la importancia de contar con una puerta blindada en casa. El mensaje subliminal al que acudía era bien concreto. Tal vez, un golpe bajo y certero que despertase del relajamiento a los más descreídos. El eslogan que solía anunciar la empresa era “la puerta o la vida”, poniendo bien claro que el mundo de la seguridad en las grandes urbes no admite grises. Es una cosa u otra. Blanco o negro. Por lo tanto, siguiendo la lógica que intentaba cimentar la empresa de puertas blindadas, los ciudadanos se ven en la obligación de elegir entre dos alternativas bien diferenciadas.

Analicemos entonces, la primera: “la puerta”. ¿Qué es lo que nos ofrece este llamado que nos insiste a que la adquiramos en el corto plazo? La puerta blindada nos ofrece un elemento sustancial que la aleja de otra puerta débil, menos sofisticada y, por lo visto, vulnerable. Tendríamos que destacar este último aspecto. La puerta tradicional, de madera, la puerta de chapa, inclusive la puerta de hierro común, se asemejarían a una puerta endeble, débil, fuera de condiciones para enfrentar los avatares que la publicidad anuncia. Esto es, a grandes rasgos, el peligro. Las puertas tradicionales, en su afán de acentuar el decoro y la elegancia de los hogares, han demostrado ser vulnerables y no pueden brindar la seguridad exigida y garantizada por las blindadas. La puerta tradicional se mostraría conocida y manipulable por parte de quienes quieren poner en riesgo nuestra integridad física. Aquí, entonces, los protagonistas esenciales aparecen en el relato: el delito o, mejor dicho, los delincuentes. Los delincuentes serían esos protagonistas del relato que rompen mucho más que las normas de convivencia. Son enemigos de entidad real que acechan los hogares, que están evaluando inescrupulosamente la manera de volver cada vez más vulnerable el ingreso a nuestro hogar. Por tanto, las puertas frágiles conforman la base del éxito de una futura redada delictiva. Si la puerta es de madera o de chapa y no tiene refuerzos en la base y los extremos, entonces los delincuentes planearán sus acciones delictivas con mayor probabilidad en estos hogares. Para ello apelarán a una serie de maniobras repetidas y de probada eficacia. Por ejemplo, si la cerradura no está reforzada, podrán palanquearla hasta que ceda. O bien, como sucede en épocas estivales, las puertas podrán ser derribadas de uno o de varios intentos cuando las casas están vacías. Todo esto parece funcionar bajo el clásico esquema de prueba y error. Los delincuentes se muestran como trabajadores expertos en materia de minimizar riesgos y evaluar aquellas zonas y regiones donde la presencia policial es mínima o cómplice.

Pero retomemos el ejemplo contrario: “la vida”. ¿Cómo comprender la vida bajo el relato que la publicidad propone? Para empezar, hay algo lógico en todo esto. La vida se protege con la puerta blindada que se ofrece. En caso de que los ciudadanos no la adquieran en el corto plazo, todo lo antes expuesto es lo que sucedería. En ese momento, esa publicidad cruda y virulenta utiliza una serie de recursos audiovisuales como, por ejemplo, gritos que se escuchan por detrás de las imágenes, una mujer que se prepara para salir de su casa y un hombre que se va encapuchando con un pasamontañas para ingresar al futuro lugar vulnerado. Es decir que, de no contar con una puerta de esta sobriedad y sofisticación, puede darse cualquier evento delictivo: un robo a mano armada, una violación, un secuestro o un asesinato. Y hay que soslayar otro aspecto importante. Esto ocurriría contra nuestros seres más queridos. No estaría en juego solo nuestra vida, sino también la de nuestros seres queridos, con quienes llevamos adelante y compartimos nuestras vidas. Hablamos de nuestras parejas, nuestros hijos, familiares cercanos, amigos, vecinos que justo en ese momento, el menos indicado, nos han venido a visitar y de repente han caído en la trampa de delincuentes con las peores intenciones.

Algo hay que destacar en todo este suceso ficticio y narrado, pero que alude a hechos concretos y reales: en la acción delictiva se establece una relación de poder entre los delincuentes y las víctimas. En la dialéctica entre víctima y victimario, siempre está en juego una relación de poder. En el momento en que los ladrones logran sorprender y sortear las debilidades que presenta el hogar, la relación de poder se invierte. El delincuente, otrora observado como una persona fuera del sistema, sin ansias de progreso, un ser humano desinteresado de las normas de convivencia social, un marginado, se convierte en alguien poderoso, con un amplio margen para tomar decisiones respecto de la integridad y la vida de las familias que están bajo su acecho. Con los miembros del hogar sucede todo lo contrario. De ser miembros de una sociedad que los habilita a acumular riquezas, a progresar y atesorar bienes y servicios de alto valor en el hogar, pasan a ser víctimas, actores pasivos librados a la suerte y a las viles decisiones que en lo sucesivo tomen los delincuentes.

En este juego constante entre “la puerta o la vida”, la que por lejos cosecha la mejor performance es “la vida”. No prestar atención a “la puerta” es definitivamente mostrar poco interés y cuidado en “la vida” que nos toca vivir en las localidades del conurbano bonaerense. Equivale a dejar bajo la regla del azar una situación que puede ser fortuita, angustiante y penosa, como es la de ser víctima de un delito violento en nuestros propios hogares. La vida entonces incita a la compra de la puerta blindada, a plantearnos que la publicidad lejos está de ofrecernos una dulce estadía en el extranjero, descargar una aplicación de delivery o comprar un automóvil recién salido de fábrica. Esto es algo sustancialmente diferente y mucho más prioritario. Nada de lo que otra publicidad ofrezca en lo sucesivo tendrá relevancia si nos hundimos en la senda del descuido que nos ofrecen las puertas vulnerables. No se trata de placer, sino de darle entidad real al pánico, ese sentimiento que se observa en la publicidad y que el individuo podrá rescatar de imágenes en noticieros y en experiencias propias a la vez. Bajo este argumento, el azar es cómplice y amigo de los delincuentes, de los desinteresados y marginados de las reglas de convivencia social.

Cabe aclarar que este sentimiento de temor colectivo no solo es una estrategia de mercado. También es tema de interés de los gobiernos nacionales, provinciales y municipales. Lo atestigua un caso ejemplar, cuando un intendente del sur del conurbano bonaerense decidió tomar medidas de seguridad en su municipio. La popularidad de ese intendente pareció subir como la espuma en ocasión de la decisión de instalar en los hogares de los vecinos el llamado botón de pánico. Este servía para activar una señal conectada con una red inmediata que alertara a las autoridades municipales. El botón de pánico, en rigor, consistió en difundir el uso de una aplicación hecha exclusivamente para vecinos que posean celulares inteligentes que permite a los usuarios enviar una alerta inmediata a un centro de protección ciudadana. Una vez enviada la señal, un operador es el encargado de recibir el caso ante esta supuesta situación de emergencia. Se busca entonces que el operador calificado resuelva el problema de manera efectiva. Esto se logra también gracias a que la aplicación tiene la ventaja de registrar la localización del vecino denunciante, aspecto que ayudará –se deduce– a los efectivos policiales a apersonarse en el domicilio. Todo parece encajar de manera secuencial en la propuesta que las autoridades locales le ofrecen al vecino de una localidad del conurbano bonaerense en pos de reducir el delito y crear un nivel de seguridad que, es esperable, termine siendo un aspecto valioso para que el vecino valore la gestión que el gobierno ha hecho en materia de seguridad.

La conclusión directa que podríamos sacar de este análisis es que el vecino del conurbano bonaerense necesita dos elementos esenciales a la hora de combatir la inseguridad en su hogar. Primero, va a requerir la adquisición de la puerta blindada. La puerta de la empresa lo incita; más que incitar, le sugiere comprarla de manera inobjetable. Para ello el vecino del conurbano necesitará dinero. Son puertas caras. Muy caras. De acero inoxidable y reforzadas. Con ellas, ya no se trata de una cuestión dominada por el azar, sino de quiénes tienen recursos económicos y quiénes no. Quienes no los tienen, pues bueno, se la tendrán que rebuscar para proveerse de alguna puerta que pudiera asemejarse a la blindada. Reforzar una puerta de chapa, enrejar las ventanas que dan a la calle o, por qué no, alambrar o enrejar la entrada. En su caso, el vecino de bajos recursos fantaseará o soñará con la obtención de dicha puerta. En algún momento, existirá la posibilidad de poder comprarla. Mediante un préstamo, mediante un esquema de financiación que el mercado o la empresa les brinde a aquellos que, a pesar de los recursos, sientan que esas temerosas imágenes anunciadas por la publicidad puedan convertirse en una realidad concreta. En cambio, si atendemos al caso de los que sí poseen recursos, los impedimentos parecen ser inexistentes aquí. Como mucho tendrán que sacrificar ahorros o cancelar vacaciones, pero la posibilidad concreta de comprar una puerta blindada está bastante más al alcance de la mano. Además, varios vecinos del conurbano bonaerense cuentan con el botón de pánico. Ahí, a su alcance. Las autoridades locales no han propuesto grandes inversiones para su uso. Solo se necesitan teléfonos inteligentes.

Con estos dos elementos, el vecino pasó a convertirse en su propio guardián. En su propio policía. Se le dio la posibilidad de convertirse en comisario, en el sheriff implacable de su propio pánico al delito. Ahora, no es la policía quien gestiona el temor o la seguridad de los ciudadanos, sino el propio vecino junto con su tedioso acompañante llamado pánico. El vecino autogestiona sus temores, sus inseguridades y su incertidumbre frente al delito, como si tuviera capacidades reales y comprobables de hacer eficiente y racional su propio temor frente a una situación de tal magnitud. Un diagnóstico simple y memorioso nos indica, sin embargo, lo contrario. Es sabido que el pánico lejos está de generar una acción racional y fríamente calculada. Al contrario, el pánico y el miedo tienden a generar reacciones irracionales que difícilmente puedan poner control a la situación. Es decir, hay una especie de colapso, de alejamiento tácito de la posibilidad de actuar racionalmente. Es más bien la desesperación quien termina gobernando el comportamiento de las víctimas, y toda iniciativa que tienda a autoadministrar el pánico por actores no especializados en la materia, en lugar de generar una situación de tranquilidad o certidumbre, termina aumentándolo.

En conclusión, el botón de pánico y la puerta blindada lejos están de solucionar la cuestión de la inseguridad pública. Por lo contrario, en vez de actuar en detrimento del pánico, más bien lo acentúan. Ambos elementos son la frutilla de este postre insípido que ha dejado la sensación de inseguridad generalizada en el conurbano bonaerense. Y, por tanto, la eficacia de ambos elementos es generar sensaciones efímeras y superficiales del problema mencionado. El botón de pánico y la puerta blindada, antes que una medida efectiva para la disminución de la inseguridad y el delito, parecieran ser un mecanismo que actúa para expandir la creencia de que cada miembro del hogar tiene en sus propias manos la receta magistral frente al delito y la inseguridad.

Otro punto es el uso excesivo de la tecnología en aras de combatir el delito. El uso de los grupos virtuales está muy de moda hoy, no solo en las zonas como el conurbano bonaerense, sino también en zonas periurbanas y ciudades más pequeñas que se han visto afectadas por el temor al delito. Los grupos de este tipo parecieron conformarse con el objetivo de mancomunar fuerzas y estar alerta ante cualquier evento delictivo. Pero volvemos al problema de cabecera, tropezando nuevamente con la misma piedra. En estos grupos virtuales, el vecino no se encuentra aislado, autogestionando su propio pánico, sino que se trata de varios individuos a la vez. La intervención de muchos vecinos a la vez puede mostrarse como un método eficaz para combatir el delito. Sin embargo, compartir y viralizar imágenes confusas, información imprecisa, comentarios y diálogos con constantes cortocircuitos terminan generando una discusión que se aleja notablemente del hecho en sí. Pues lo que justamente está ausente es el diálogo horizontal entre pares. Pareciera valer más una imagen viralizada e imprecisa que un diálogo horizontal. Tal vez si existiera una forma de entablar un diálogo entre pares, las situaciones de pánico podrían tener una resolución más efectiva. Pero esta alternativa utópica y bienintencionada parece esfumarse rápidamente cuando la sospecha ante un probable delito aparece en los ojos de algún vecino. Entonces será el momento en que el vecino ya no tenga tiempo, que el tiempo se convierta en su propio enemigo y que ya no quiera dialogar con nadie, pues urge solucionar la situación utilizando los dispositivos de seguridad que tenga a mano ansiosamente.

En contraposición a esta situación de temor colectivo, el aumento significativo de las ventas de puertas blindadas parece dar signos más que prometedores. Hasta el momento, nada indica que dicha industria muestre signos de decadencia. Por el contrario, si tuviéramos que convencer a un empresario ávido de invertir en alguna industria en el conurbano bonaerense, quizá en un intento de osadía y futurismo le podríamos aconsejar que haría bien en invertir en alguna empresa que se dedique a fabricar estas robustas puertas blindadas. En caso de que esta industria esté saturada, concentrada o no muestre alternativas seductoras para la competencia, entonces un abanico amplio de posibilidades se le pueden abrir dentro de lo que podría denominarse como la industria de la inseguridad.

Cabe preguntarse qué le queda por hacer al vecino del conurbano que ha hecho caso omiso al ofrecimiento de las puertas blindadas y al uso del botón de pánico. En verdad, contar solo con estos elementos lejos está de dar una opción real para combatir al delito, porque no se han considerado otros aspectos para que el ciudadano decente e hijo del vecino se aprovisione para combatirlo. Además de la puerta, tiene que considerar las ventanas, los techos, las medianeras. Sin dejar de lado las entradas y salidas, la circulación diaria de los habitantes del hogar. Entonces, además de esta puerta compacta, aparecerán ofertas jugosas en lo que respecta a alarmas, cercos perimetrales, cámaras con circuito cerrado o electrificación de medianeras. Lo que antes era una casa con techo a dos aguas, una casa pintoresca cada vez con más detalles y agregados, ahora se ha convertido en una verdadera fortaleza. En una fortaleza que no quiere asimilar el decoro barrial, que ya no quiere distinguirse con su encanto y peculiaridad, como un chalet con impronta personal, sino que, muy por el contrario, se ha convertido en una fortaleza que tiene un único y claro objetivo: combatir la delincuencia. El decoro y el encanto tienen que pasar más inadvertidos. La ostentación tendrá que dar un presente oculto. Para ello, los muros a base de hormigón serán de gran utilidad.

Ya no resulta habitable un chalet con una fuente y un jardín sin rejas. Tampoco resulta seductor un frente que no esté resguardado de la libre circulación de los extraños. Por ello, debe interpretarse que los otros, los que no habitan el hogar, son extraños. Poner algún tipo de distinción entre estos extraños puede resultar una pérdida de tiempo. O, peor, un peligro. Da lo mismo quiénes son los otros. Los otros, los que están fuera de la zona de seguridad, los que viven fuera del circuito cerrado, lejos de esa fortaleza cada vez más atrincherada, son extraños e iguales a la vez. Pero iguales no en el sentido de ellos mismos. Sus cuerpos, sus vestimentas, sus movimientos delatan diferencias. Hasta contrastes. Aunque, desde la perspectiva de quien mira desde adentro, quienes residen en las entrañas de esta fortificación resguardada del mundo exterior son iguales y extraños. Los extraños pueden ser los temidos delincuentes o pueden ser transeúntes sin grandes recursos. O pueden ser personas a las que cada tanto los dueños de la gran fortificación han tenido la fortuna de cruzarse alguna vez, aunque fuera de la fortificación todo será improbable. Pueden ser vecinos con los que no se ha tenido la intención de mantener contacto. Bajo la prédica que el habitante de la fortificación se ha autoimpuesto, todos son extraños. Ninguna de esas distinciones parece advertirse dentro de la comodidad que ha ofrecido la fortificación que hace tiempo ha abandonado la identidad de una linda casa de barrio. La comodidad del entorno hogareño ofrece una sensación de placer, en tanto y en cuanto el habitante no decida cruzar las fronteras del azar y lo imprevisto, en cuyo caso el riesgo se hará presente y ninguno de los dispositivos adquiridos y dispuestos en la propiedad podrá garantizar la tan deseada tranquilidad.

Una vez dentro de la fortificación, encontramos un nuevo mundo del delito, que se configura de otra manera. Aquí no hay revólveres, no hay armas blancas, ni artefactos temerosos, ni tampoco actores temidos por su impronta tan agresiva. En este gran mundo de la virtualidad, los delincuentes son más sofisticados. Por empezar, tienen un nivel educativo que sería la envidia de los delincuentes presenciales. La mayoría de ellos tienen estudios en sistemas, incluso algunos de ellos son profesionales universitarios. Aparecen los hackers que violan los sistemas operativos de bancos, de cuentas personales de redes sociales, de información y bases de datos para los cuales deberán aparecer nuevos sistemas de seguridad online. Pero, por esas cosas extrañas, el ciudadano del conurbano bonaerense sabe que es preferible la inseguridad cibernética antes que la inseguridad fuera de su zona de confort. Sin embargo, ni el delito ni la sensación de inseguridad dejarán de existir. Aun en esos momentos, cada vez más frecuentes, en que decida vincularse con el mundo externo sin la necesidad de salir de su casa y abandonar la presencialidad.

DOS Televisión, noticia policial y morbo

Es un día más en el canal 5 que transmite las noticias. La gran ciudad se prepara para épocas estivales. Las noticias del prime time son lideradas por dos conductores; por dos hombres. Pero ante la llegada del calor y la insistencia de que haya paridad de género en el noticiero, los dos conductores se han enterado de la buena nueva. Pues sucede que la paridad de género ha recalado en el horario central y se integra una notera que se ha dedicado en estos últimos tiempos a dar información sobre el pronóstico y el clima. La notera se ha hecho muy popular en las redes sociales. Tiene cerca de un millón de seguidores. A decir verdad, no se trata de una notera que ha llegado al canal luego de una larga trayectoria en la profesión periodística, como otras tantas colegas que hay en el canal. Su popularidad se forjó basada en sus posteos en las redes sociales. Se puede hablar de ella como una especialista en redes que está haciendo sus primeras incursiones en un canal de televisión. Es sabido que, desde que ha ingresado por los pasillos del canal, sus intervenciones no han hecho más que acrecentar el rating. Y esto representa todo un logro para un canal de televisión relativamente nuevo y que necesita de este tipo de figuras para consolidarse en la audiencia.

La notera siempre juega con la censura. Ese ha sido su gran recurso en las redes sociales. En más de una oportunidad, desde la corporación que maneja su red social le bloquearon varios mensajes e historias muy jugadas, en donde incitaba constantemente a mostrarse desnuda. Fueron incontables posteos, imágenes y videos en que se la ve sobre el filo, al borde de la censura. Siente que es la heroína de la censura. Que todos la buscarán y se alistarán a seguirla sabiendo que hay que apurarse, pues en breve la censura de las redes sociales podrá aparecer con su afán de policía de los valores morales, y ya sea tarde para ver aquellas imágenes censuradas.

Vale decir que nuestra notera ha tenido cierta creatividad y perseverancia en el uso de un recurso más que trascendente. En varios de estos posteos, se asociaba este intento de censura con pronósticos fortuitos del clima en ciernes, siendo el verano y el calor su predilección. Hoy hay máxima de 36 grados Celsius con térmicas que rozaran los 42 grados. Para ello, la notera en cuestión utilizó mallas ajustadas, se ha puesto de espaldas tapándose las tetas o casi mostrándolas con el objetivo de que la temperatura de las imágenes fuera aún mayor que la alta sensación térmica anunciada. Y en los momentos de mayor calor, donde la sensación térmica finalmente tocará el valor pronosticado por nuestra notera en cuestión, es el momento en que aparecen los posteos y las imágenes más sugestivas. Por ejemplo, en un video se la observa de rodillas, en el balcón de su cómodo departamento, arrojándose un chorro de agua directo de la manguera y aprovechando para que el chorro de agua le caiga y se esparza por su lengua. La notera hace un juego erótico con su lengua que dura unos segundos. Mientras, mira a la cámara del celular y finaliza el breve video con una sonrisa. Posteriormente, en otro video que se presenta a continuación deja que ese incesante chorro de agua a bajas temperaturas también se esparza por sus tetas. Pero como las imágenes parecen viajar al ritmo del calor y la alta sensación térmica, nuestra notera tendrá aún más habilidades para seguir con esta seguidilla de videos que representen cabalmente el agobio que produce el calor en las ciudades. Aparece otro video donde da un efecto certero a la manguera para que el chorro de agua se esparza hacia arriba en una suerte de lluvia que asemeja a una fuente. Nuevamente al borde de la censura, la notera nos sorprende apenas tapándose con una mano mientras que con la otra se permite hacer el efecto de la fuente. Se ha convertido en la diosa Afrodita de las redes.

El efecto directo de este ascenso repentino de nuestra notera del clima es que uno de los conductores del noticiero es desplazado del horario central. Pues, como era de imaginarse, ella ha logrado tanta popularidad que a las autoridades del canal no les basta simplemente que se dedique al pronóstico y las altas temperaturas en la ciudad. Ahora tiene que ocupar el horario central con uno de los sobrevivientes de la poda de personal que esta nueva integrante ha generado. Al menos, las autoridades tienen piedad con él. Él siente que es el menos apuesto de los dos. El más fulero. El menos elegante. Deciden enviarlo a otra señal del holding mediático con otra conductora unos años mayor que él. No irá a las 20, sino en el horario del mediodía y por otra señal. No está mal, es cierto. Pero tiene que aceptar la dura realidad que el horario prime time está destinado para otras personas.

Nuestra notera dejará un tanto relegado su interés de manifestar corporalmente el clima y deberá comunicar otro tipo de asignaturas. En especial, aquellas que son las más frecuentes en el horario central. A partir de ahora, deberá hablar de inseguridad pública, de entraderas en casas ubicadas en el conurbano bonaerense, de secuestros, de homicidios, del asedio de los narcotraficantes en los barrios, de la aparición de virus mortales y cepas contagiosas. En cambio, el pronóstico lo dejará en manos de una fiel colaboradora.

El conductor sobreviviente intenta congeniar con la nueva conductora. Él también tiene mucho para proponer. De hecho, también ostenta una exitosa cuenta en una red social sobrada de halagos sobre su figura y su elegancia a la hora de vestir. Sin ir más lejos, tiene en su haber infinidad de seguidoras mujeres que darían cualquier cosa por pasar una noche con él. Él es un celebrity muy utilizado por las marcas de perfumes, calzoncillos y de trajes. Algún que otro comercial lo ha hecho incursionar en el mundo de los autos de alta gama. Inclusive para el propio segmento masculino, él es un verdadero ícono de la elegancia y la seducción. Al principio, ambos congenian. Pero todo redunda en que ella termina siendo la protagonista. Él sueña con ser la pareja del momento o la pareja eterna de la nueva conductora. Esto lo catapultará mucho más. No hay nada más redituable y narcisista que la posibilidad de convertirse en una pareja real de la exnotera del clima. Al principio el sueño del conductor es ser su pareja real. Siente un deseo auténtico por la conductora. Ella es por demás sensual. Es erótica, es porno, es audaz. Y él tiene otro tanto para no quedarse atrás. Además de su elegancia, siempre deja relucir sus trabajosos bíceps en camisas abiertas y sus brazos fornidos. Todo gracias al enorme esfuerzo que deja día a día con su personal trainer.

Sin embargo, el ida y vuelta fuera del set se hace muy cuesta arriba. Casi no hay intercambio de palabras entre ellos al momento del