Zoncoipacha - Mariela Tulián - E-Book

Zoncoipacha E-Book

Mariela Tulián

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Beschreibung

A través de un recorrido histórico rigurosamente documentado de las luchas del pueblo comechingón por los derechos sobre sus territorios, Tulián actualiza los reclamos y explica las diferencias de cosmovisión entre su pueblo y la civilización occidental. Francisco Tulián, ascendiente de la autora, mantuvo un pleito por los territorios de su comunidad, en el pueblo de San Marcos Sierras (Córdoba, Argentina) durante el último período del Virreinato del Río de la Plata. Mariela Tulián recupera cada una de las instancias judiciales que marcaron la disputa; interpreta, explica, presenta evidencias. Zoncoipacha, sin embargo, no es solamente el fruto de esa tarea de historiadora. Es también un intento de visibilzar los problemas históricos de las poblaciones originarias de América, así como actualizar sus legítimos reclamos y explicar una visión del mundo que la conquista y los Estados resultantes de la independencia americana no han comprendido y han tratado sistemáticamente de aniquilar.

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Mariela Tulián

Zoncoipacha

«Desde el corazón del territorio»

El legado de Francisco Tulián

 

Zoncoipacha

Mariela Tulián, 2016

 

1a edición por este sello, 2021

ISBN: 978-987-47727-5-6

 

Este libro no cuenta con dispositivos que limiten su uso (DRM). No obstante, la autora y el editor conservan los derechos sobre su comercialización. Antes de compartirlo, evalúa el costo de una descarga legal y piensa que tu compra ayudará a la publicación y circulación de este y otros libros como este.

 

Zoncoipacha fue editado por primera vez, en papel, por la editorial Ciccus, en 2016

 

Villa Los Aromos

www.edicionesacapela.wordpress.com

[email protected]

Tulián, Mariela

Zoncoipacha : desde el corazón del territorio : el legado de Francisco Tulián / Mariela Tulián. - 1a ed. - Villa Los Aromos : Ediciones A capela, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo digital: descarga

ISBN: 978-987-47727-5-6

1. Pueblos originarios. Título.

CDD 305.898

A Lautaro

Porque no se puede encarcelar el corazón de un guerrero

Un día de agosto te acurrucaste

en el corazón de nuestra Madre.

Te entregué con todo el amor de mi alma,

porque nunca fuiste sólo mío.

Siempre fuiste del viento.

Mi pícaro colibrí que se detuvo un momento,

vuelve a volar por los cielos

y entre los ancestros.

Porque también le perteneces a la lluvia,

al trueno, al río,

ahora en su vientre sigues empapando tus pies

en los charcos del tiempo.

Porque le perteneces al fuego

a pesar de ser niño, abuelo niño,

le diste su justo valor a lo sagrado

y te fuiste en agosto.

Porque nunca fuiste sólo mío,

mi pequeño puma que vuelve a su monte.

Forjaste tu última travesura

y te marchaste con la Pacha.

Índice de contenido
Cubierta
Zoncoipacha
Arabela protegiendo a su guerrero
Primer prólogo
Segundo prólogo
Tercer prólogo
Introducción
I. Territorio
II. El pueblo del Tulián Cabiche
III. Nuestra resistencia
IV. Contexto histórico. El porqué y el cómo de este juicio
Contexto histórico
El porqué y el cómo de este juicio
V. El juicio
La mensura de nuestro territorio
Lo que la Iglesia dijo
Mensura del viento sureste, el corazón de nuestro territorio
El interrogatorio
El 17 de marzo de 1806
Una posesión que se dilata
Nuestro casqui curaca Francisco Tulián
Nuestro molino en la quebrada
VI. Nueva patria y nuevo despojo
VII. Jurisprudencia
VIII. Conciencia colectiva, la construcción de un nuevo hombre
IX. Algunas reivindicaciones pendientes
X. Diálogo entre los pueblos originarios y el Vaticano
Mensaje de los pueblos al papa Francisco
Sobre la autora
Notas

Arabela protegiendo a su guerrero

En la imagen de tapa Arabela protegiendo a su guerrero, están representados la mujer-águila blanca o dorada: Arabela y el hombre puma, el Uturunko.

Arabela era una joven admirada por su gente, sobre todas las cosas, por el radiante amor que profesaba a un valiente guerrero del clan. La pareja era el espejo de amor en el que todos querían reflejarse. Pero aquel guerrero era también uno de los mejores estrategas del escuadrón de defensa de aquella familia, en la época de la colonización de nuestro territorio.

Indefectiblemente el joven murió en una contienda. Arabela buscó descargar su desconsuelo reemplazando a su amado en el campo de batalla. Por más que intentó, la comunidad no supo hacer entender a la joven, que la esencia de nuestro pueblo es el amor. Porque según nuestra cosmovisión, los dos sentimientos opuestos que pueden dominar a un ser, son el amor o el miedo, la maldad como sentimiento no existe, podemos actuar haciendo daño, como acto de autodefensa, cegados por el miedo podemos equivocarnos, pero de esa manera erramos el camino del guerrero.

Su amado batallaba por amor a los suyos, en cambio ella estaba siendo dominada por el miedo que la ausencia de su amor le provocaba.

Su actitud conmovió a la comunidad, de pronto parecía incluso haber cambiado corporalmente, el rencor y el miedo reflejados en su mirada alejaban a sus seres queridos. Y los espíritus también dieron cuenta de este cambio. Al morir igualmente en batalla, los espíritus la transformaron en un águila blanca o dorada, ave característica de esta zona, para que su historia perdure.

Cuando sea el tiempo y Arabela comprenda y asuma su esencia de amor, va a volver a nacer como niña; y dicen los abuelos que va a traer consigo el retorno a la paz. Y ese retorno a la paz va a tener la forma del retorno al territorio para nuestro pueblo. Es por eso que esperamos con ansia, el tiempo de Arabela.

El Uturunko u Hombre puma es el protector del territorio y por sobre todas las cosas protege a las mujeres de la Comunidad. Tiene la capacidad de mirar y conocer nuestro corazón, por lo cual jamás va a hacer daño a un hermano.

Se transforma en Uturunko quien decide entregar su vida por completo a Yastay, el espíritu del guerrero ancestral, y asume la responsabilidad de hacer justicia por mano propia. Los Uturunkos fueron ancestralmente las autoridades de las comunidades, con la llegada del español a nuestros territorios, quien decidiera asumir ser Uturunko, se alejaba de la vida cotidiana de su familia y se internaba en cuevas de las sierras para que sus seres queridos no recibieran las represalias por sus acciones, públicamente se decía que «habían enloquecido», nosotros sabíamos que era una decisión consciente y era responsabilidad de las familias llevar alimentos a estas personas, ayudarlos en todo lo que fuera posible.

Primer prólogo

A veces la vida nos honra con privilegios respecto de los cuales, simplemente, no estamos a la altura de las circunstancias, siendo que, en mi caso, la posibilidad de prologar esta obra resulta ser uno de ellos, y sólo obedece a la generosidad de su autora, Mariela Tulián.

Zoncoipacha. Desde el corazón del territorio. El legado de Francisco Tulián constituye mucho más que el fascinante relato de la historia del juicio promovido en el año 1803 en representación de su pueblo por el cacique Francisco Tulián –posiblemente el primer abogado indígena argentino— contra la corona española, a través del cual obtuvo para su comunidad el expreso reconocimiento y la restitución de la posesión y de la propiedad de una parte de su territorio ancestral, de las cuales habían sido privados en el marco del genocidio y saqueo del mal llamado continente americano, perpetrado durante siglos por diversas potencias europeas.

En este aspecto, cabe destacar que, conforme lo señala la autora en la obra que me honra prologar, luego de la independencia de nuestro país del yugo español y de la conformación y consolidación de la nación argentina, dicha ilegítima dominación y expoliación persistió en términos similares, resultando cabal prueba de ello el hecho que en el año 1881 el gobierno de la provincia de Córdoba, en el marco de la eufemísticamente llamada «Campaña del Desierto», mediante ley provincial N° 854 disolvió las comunidades indígenas de la provincia y dispuso la apropiación de sus territorios, siendo que en la realidad de los hechos, dicho arbitrario despojo aún subsiste hasta nuestros días, extremo que, en alguna medida, motiva la realización y la publicación de este trabajo.

Ahora bien, en principio, el libro presenta los resultados de una impecable investigación historiográfica, desarrollada con inobjetable rigor científico, a pesar de los enormes obstáculos burocráticos opuestos por el poder de turno, los cuales sólo pueden hallar una explicación en el temor a las serias consecuencias políticas y patrimoniales que su concreción y difusión le podría ocasionar en un futuro no muy lejano.

Sin embargo, el trabajo elaborado por Mariela Tulián va mucho más allá de dicha investigación, pues además de los pormenores del peculiar proceso legal en cuestión, logra acabadamente el principal y más relevante objetivo de esta obra: compilar las enseñanzas, las experiencias y los saberes transmitidos de generación en generación mediante la memoria oral de su comunidad, cotejarlos con la historiografía oficial, que invariablemente cuenta los hechos desde la perspectiva de los vencedores y, de esa manera, reconstruir de manera fidedigna la historia de su nación, o al menos la historia más reciente de la misma, si consideramos que la existencia del mal llamado pueblo Comechingón data de entre 13.000 y 16.000 años.

En ese sentido, y tal como lo explica la autora, lejos de ser un fin en sí mismo, la reconstrucción de la historia reciente de su comunidad constituye el primer paso para la ulterior recuperación de su cultura, religión y cosmovisión ancestrales, las cuales fueron combatidas a sangre y fuego durante la conquista, reducidas a su mínima expresión durante la forzosa imposición de un culto basado en el temor a un dios único y todopoderoso, y ninguneadas y/o bastardeadas por la sociedad capitalista contemporánea, a la cual, como consecuencia de su inefable materialismo, hedonismo y trivialidad, y a pesar de la terminal crisis ética, social, económica, política y ambiental por la que atraviesa, le resultan difícilmente comprensibles conceptos tan esenciales como «propiedad comunitaria» o «territorio», entendido éste último, conforme enseña la autora, como un ser vivo, con partes diferenciadas y ensambladas entre sí, del cual todos los hombres y las mujeres formamos parte y que, en definitiva, resulta ser la fuente de toda vida.

Finalmente, la obra desarrolla con notable solvencia técnica un completo decálogo de la normativa nacional e internacional vigente en nuestro país, de jerarquía legal, supra legal y constitucional, que reconoce a los pueblos indígenas argentinos su preexistencia étnica y cultural respecto del estado moderno, les garantiza el pleno ejercicio de los derechos humanos universalmente establecidos y, muy especialmente, les reconoce la posesión y propiedad comunitaria de las tierras que ancestralmente ocupan e, incluso, de otras que la comunidad requiera para su pleno desarrollo humano, transformándose así en una herramienta basal para el efectivo reconocimiento por parte del estado argentino de dichos fundamentos e irrenunciables derechos, como así también, un faro sumamente idóneo para guiar e iluminar las luchas análogas de todas las comunidades indígenas de nuestro país.

En suma, Mariela Tulián, una mujer excepcional, joven autoridad y representante de la Comunidad Tulián de San Marcos Sierras, brillante educadora por vocación, notable historiadora, investigadora, escritora y jurista por necesidad y convicción, y a pesar de los terribles golpes que le ha propinado la vida, nos ofrece una obra sincera, valiente, profunda, promisoria e imprescindible, la cual constituye un eslabón más —el primero en el rubro literario— en el marco de su inclaudicable y, por cierto, extenuante y riesgosa lucha por la promoción, protección y reconocimiento de los derechos humanos y ancestrales de su comunidad, en particular, y de los pueblos indígenas de su país y de toda América, en general.

 

Matías Isequilla

Abogado. Docente de la UBA. Escritor.

Segundo prólogo

(…) Que las cosas escapen de sus formas,

que las formas escapen de sus cosas

y que vuelvan a unirse de otro modo.

El mundo se repite demasiado.

Es hora de fundar un nuevo mundo.

Roberto Juarroz, Poesía vertical VIII

 

Adentrarse en Zoncoipacha nos enseña mucho y, sobre todo, nos invita a pensar. Mariela Tulián recorre con sagacidad y discernimiento la historia no solo de la comunidad Tulián y el pueblo de San Marcos Sierras, sino también parte de la historia de los pueblos originarios de América y de la patria que nos cobija pero que también nos duele. En la voz y en la pluma de Mariela resuenan las voces de muchos otros… de aquellos que habitaban ancestralmente el territorio, de los Casqui-Curacas que supieron defender la comunidad con tesón e inteligencia así como otras voces que —tanto en la época colonial como republicana— buscaron dominar, invisibilizar y negar la presencia indígena.

Podemos leer Zoncoipacha como dividida en dos grandes períodos históricos: el colonial y el republicano. Pero creo que otro modo de abordar la lectura de este libro es reparando en diferentes tipos de lenguajes que permiten trazar puentes entre lo que podrían parecer, a priori, dos irreconciliables etapas históricas. Uno es el lenguaje jurídico al que la autora acude para describir el juicio contra la corona española que llevan adelante Francisco Tulián y su hermano Leandro para defender el territorio. Es el juicio que la Comunidad originaria del Pueblo de Indios de «San Jacinto» inicia contra la Corona Española en el año 1804. El extenso expediente de este juicio, hallado por la propia comunidad Tulián en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba, permite reconstruir el contexto de las estancias y los pueblos de indios de la zona, en qué leyes se basaron para el reclamo territorial y el largo proceso judicial que abarca mensuras y deslindes, testimonios de los habitantes de aquella época y alegatos de diferentes actores sociales que defendían sus intereses, individuales y colectivos.

Pero éste no es el único juicio del que la autora nos habla. Ya desde la época republicana, un conjunto importantísimo de leyes internacionales, nacionales y provinciales nos van dando la pauta no solo de cómo se pensaba la «cuestión indígena» en todo América y Argentina desde inicios de siglo XIX hasta hoy, sino también de cómo los pueblos y organizaciones indígenas fueron los gestores y coconstructores de estas mismas herramientas legales y jurídicas para visibilizar sus luchas, hacer escuchar sus demandas y lograr victorias que fueron sentando precedentes y trazando huellas. En este sentido, todas las normativas, leyes y fallos judiciales que se citan aquí nos permiten entender que este conjunto de herramientas legales y de procesos judiciales que atañen e involucran a los pueblos indígenas no son solo producto de políticas estatales, gubernamentales y de organismos internacionales, sino también el resultado de largas luchas de éstos a lo largo y ancho de nuestro continente. En esta dirección, el puente que podemos trazar entre lo que puede parecer muy distante —un juicio de época colonial y el conjunto de casos de tiempos más recientes— radica en la búsqueda de la justicia; entendida no solo como un proceso institucional e institucionalizado sino también como la búsqueda de una justicia social que abarque el reconocimiento a la presencia de los pueblos indígenas por parte de la sociedad toda y el reconocimiento de la deuda histórica que, sobre todo, los estados nacionales mantienen con éstos.

El otro lenguaje al que recurre la autora es el que se nutre de las memorias colectivas y orales, los relatos de las familias, de los abuelos y abuelas y de los miembros actuales de las comunidades comechingonas y sanavironas que antes y ahora continúan transmitiendo todo aquello que los documentos, archivos y mapas a veces no dicen, tergiversan u ocultan. Las memorias colectivas hacen sentido en el hoy al ser no solo un cúmulo de recuerdos y transmisiones sino marcos interpretativos que todos los grupos sociales re-actualizan permanentemente; no solo para interpretar lo que ocurre sino también para definir estrategias de lucha y resistencia, y fortalecer sus sentidos de pertenencia. Así es como ese lenguaje de las memorias se entrelaza al discurso del hoy, a este libro de Mariela y la comunidad Tulián que nos recuerda que «la resistencia indígena, se basa en pocas palabras, en la lucha por seguir existiendo».

Desde hace un tiempo a esta parte, con algunos colegas de la Universidad Nacional de Córdoba, encaramos un proyecto de mapeo colaborativo y re-construcción territorial en conjunto con las comunidades comechingonas y sanavironas en San Marcos Sierras. Enmarcados en ese proyecto, venimos conociendo y recorriendo diversos sitios, caminos y hogares que además de la relevancia arqueológica, histórica y patrimonial que detentan, son también percibidos, recordados y experimentados como lugares afectivos y espirituales. Este trabajo, aun en ciernes, se verá enormemente enriquecido con la lectura de Zoncoipacha. En primer lugar, porque nos enseña cómo piensan el territorio, cómo lo perciben y habitan, dimensiones que están íntimamente relacionadas a porqué y cómo lo defendieron antes y ahora. Pero, además, el ejercicio de un trabajo colaborativo como el que iniciamos nos invita a un desafío aún más ambicioso: aquel de aportar a la construcción de un nuevo contrato social que nos permita revisar qué anhelamos para nuestra patria y cómo vamos a llevar adelante el proyecto de un mundo donde quepan muchos mundos.

 

Carolina Álvarez Ávila

Antropóloga (IDACOR/CONICET- Museo de Antropología/FFyH, UNC) Docente en la Universidad Nacional de Córdoba

Tercer prólogo

Conocí a Mariela Tulián algunos años después de venir investigando, desde la antropología y la geografía, los procesos reivindicativos de algunas comunidades indígenas comechingón de la Provincia de Córdoba. En esa ocasión, ella y un grupo de originarios de diversos sectores de la Argentina se reunieron en el marco de una visita que un importante cardenal de la Iglesia Católica del Vaticano había hecho con motivo de un «diálogo» en San Marcos Sierras. Mientras el cardenal ofrecía una conversación vinculada a cuestiones filosóficas y metafísicas que, a priori, poco parecían vincularse con el lugar, Mariela y sus compañeros apuntalaron a la necesaria reparación histórica de la Iglesia con los Pueblos indígenas. Estas reivindicaciones ponían en tensión la concepción de territorio, de historia, de cultura, civilización, de memoria y de espiritualidad, entre muchas otras.

Como si fuera poco, estos enunciados cristalizados en conceptos verbalizados y escritos se hacían cuerpo en diferentes facetas y prácticas cotidianas de la autora. Ese día por ejemplo, asistimos a la orilla del río San Marcos allá debajo de las Sierras de Cuniputo. En un sitio sagrado, al lado de unos morteros ancestrales, Mariela y un abuelo mapuche guiaron una inmemorable ceremonia cuyo efecto apaciguó hasta los animales más energéticos de la zona. El lugar era parte de una serie de sitios espirituales conectados que testimonian una importante presencia indígena en el territorio y cuya entidad es no solo perceptible por nuestro sentido (europeo) de la vista sino por la conexión sensorial. Animales, monte, espíritus y humanos participan, circulan y dan vida a lo que Mariela y sus abuelos llaman el territorio. Un sistema vivo, cuerpo híbrido en movimiento, masculino y femenino, cuyo encuentro con él (y ella al mismo tiempo) se puede entender desde la vivencia, la vinculación, la apertura a la interacción en disposición abierta y plena a las sensorialidades que ofrece nuestro sentir como seres corpóreos. Estas dimensiones son también las que relata Mariela en la historia del Pueblo Tulián desde el Taypichin, sin embargo son también las que nos demuestra ella y sus hermanos y hermanas Tulián a partir de su uso territorial actual.

Mis visitas al Taypichin, al territorio histórico Tulián, me llevaron entonces, necesariamente, no solo a intelectualizar la narrativa histórica y territorial, sino a sentirlo y por ello a vivenciarlo. Más «vivo» que nunca, y lejos de todos esos procesos de resistencia –que irá contando Mariela en los primeros capítulos– y su comunidad nos ofrecieron, caminando, encontrando sitios, hierbas, piedras, morteros, conanas y un sin fin de elementos, su interacción plena, como por ejemplo en la actual recolección de la algarroba y en sus múltiples usos e infusiones. Lejos entonces el territorio de ser un objeto, pasivo de ser apropiado y delimitado por el hombre-blanco-occidental, que con sus figuras geométricas (puntos, líneas, polígonos) y su metafísica (estática y estable) ejerce soberanía, el territorio puede pensarse como un sistema vivo. Estas concepciones inscriptas en los modos de vida indígena, que Mariela relata a lo largo de su obra, son las que nos invitan a los académicos a revisar las propuestas teórico filosóficas y morales con las que pensamos el territorio. En ese sentido, nos damos cuenta que la idea de territorio como tierra (propiedad, mercancía) o terreno (como un área o polígono) están más próximas a un ideal de control espacial que de la apertura y conexión a la vida. Y (no tan) casualidades mediante, inscripta en la demora reglamentaria de la tan añorada ley 26.160, cuya aprobación en la Provincia de Córdoba todavía es puro misterio.

El libro de Mariela ofrece innumerables aportes teórico/epistemológicos y políticos. En primer lugar, relata y recopila testimonios orales que describen una heterogeneidad de perspectivas y acontecimientos vinculados con la presencia indígena en San Marcos. En segundo lugar, articula los relatos con un sistemático y difícil trabajo en el Archivo Histórico Provincial de Córdoba, donde las fuentes coloniales y republicanas paradójicamente dan testimonio de las luchas históricas. Estos dos puntos ofrecen entonces elementos en donde las memorias subalternas muestran sus tensiones pero también diálogos con los procesos de historización hegemónicas. En tercer lugar, describe con precisión clínica un importante antecedente para la necesaria lucha actual de la propiedad comunal de las tierras en Córdoba. Se trata del reclamo histórico que encara Francisco Tulián en 1804 y que felizmente es devuelto en 1806, pero que curiosamente ha quedado silenciado en la historia regional a pesar de su caso ser jurisprudencia a nivel nacional. En cuarto lugar, traza la apertura a pensar y sentir el territorio desde los sabios aportes de los ancestros comechingones y sanavirones. Y en este sentido, una novedosa manera de mirar el género en su profundidad histórica y territorial.

Es este libro entonces un importante aporte a la recopilación de memorias y trayectorias indígenas de una de las zonas más cuantiosas del pueblo camiare del Norte de la Provincia de Córdoba. Al difícil y accidentado trabajo en «el archivo», a la permanente escucha y toma de nota de los abuelos y, a la reconstrucción, por un lado del dibujado concepto de territorio, por el otro, a alumbrar la potencialidad de la territorialidad indígena. Pero este libro es, sobre todo, el reflejo de la re-existencia, como pueblo indígena invisibilizado, oprimido, inaudibilizado; y como mujer, que incansablemente trabaja día a día para revivir y reivindicar los derechos humanos que como sociedad nos atañe.

Como miembros de espacios académicos, especialmente de la Universidad Nacional de Córdoba, es nuestra responsabilidad entonces continuar caminos para vincularnos con las experiencias históricas y el «diálogo de saberes» (o de vivires) entre la ciencia y la experiencia histórica de memorias, cuya riqueza ha sido negada e invisibilizada por los dueños de la tierra (muchos de ellos, dueños del conocimiento). Con este tipo de aportes enérgicos no solo será nuestra responsabilidad trabajar con ellos, sino el placer de poder aprender de ello.

 

Lic. Lucas Palladino

Profesor asistente Departamento de Geografía Universidad Nacional de Córdoba Director del Proyecto de Extensión Universitaria: «Tierra de Comechingones. Reconstrucción territorial y mapeo colaborativo de sitios patrimoniales comechingones en San Marcos Sierras»

Introducción

La paz no es simplemente acabar con la guerra.

La paz llegará cuando se respeten los derechos indígenas a la tierra,

la cultura y la autodeterminación.

No puede haber paz por medio de la destrucción

o sumisión de la población indígena…

Sólo ven nuestra agua, nuestra tierra, nuestros árboles.

No les importamos.

Quieren la tierra, sin la gente que vive en ella.

Waldo Darío Gutiérrez Burgos[1]

 

A partir de la imposición del discurso de la historia oficial se asocia y aún hoy se relaciona el uso y la propiedad del territorio con el concepto de progreso. Cuando se plantea el concepto de progreso no se entiende al originario en ese contexto: eso sucede porque para los pueblos y los individuos naturales de este territorio, el progreso como tal no existe. Nosotros buscamos, aspiramos, seguimos el camino para el buen vivir, para lograr una vida plena tal como nosotros interpretamos qué es una vida plena. El hombre occidental entiende el progreso como incremento de su capital económico. Un originario aspira al crecimiento espiritual, a su realización plena como ser humano desde el punto de vista de la calidad de vida. Entre la calidad y la cantidad está la diferencia. Cuando hablamos de calidad de vida, decimos que necesitamos llegar a los más altos niveles de educación, porque necesitamos tener nuestros médicos, nuestros abogados, nuestros ingenieros… En definitiva, que se cumpla el derecho soberano a recibir un trato igualitario, conservando el derecho a ser diferente. Inclusive teniendo en cuenta que «buen vivir» no siempre es sinónimo de ser feliz.

Es importante también el respeto a nuestra autodeterminación, tanto como la libre determinación; y cuando menos, el derecho a participar en las gestiones de gobierno de nuestros territorios ancestrales, teniendo en consideración que estos territorios superan ampliamente los que hoy conservamos y habitamos.

El mundo occidental otorga al territorio un valor economicista, mientras que para nosotros éste simboliza la vida misma; nuestra soberanía alimentaria y, por ende, las herramientas para no padecer hambre; nuestra soberanía respecto de la medicina y el equilibrio psicoespiritual; la continuidad de nuestra cultura, de lo mejor de nuestras formas de vida. La posibilidad de vivir a pleno nuestros derechos.

Porque la reivindicación de nuestros territorios es solo el principio de la historia, a partir de la recuperación de éstos, de nuestro retorno a una vida con el derecho ancestral que nunca se debió haber perdido, y no el objetivo de nuestras acciones.

Pasar del diálogo a la construcción de un proyecto conjunto es el futuro en esta construcción social que debemos afrontar como país. Este proceso de transformación del discurso en proyecto, plasmado en una realidad posible y plausible, debería contemplar y abarcar todas las dimensiones que existen dentro de un proyecto de patria: educación, agricultura y soberanía alimentaria, comunicación, territorios, política, salud, cultura, etcétera.

Esta investigación intenta dar un marco de entendimiento al contexto histórico, social y espiritual del reclamo por el territorio ancestral de la comunidad indígena Tulián. Para ello, apelamos al resumen del expediente de un juicio, sumando por un lado algunas referencias a la espiritualidad y la historia oral de nuestro pueblo y, por otro, importantes aportes de historiadores y pensadores de la cuestión indígena.

No es fácil comenzar a hablar de nuestra historia, simplemente porque no poseemos un punto de partida claro. Tanto el sistema educativo como la historia oficial y los historiadores siempre mintieron, nos contaron una fábula. Hoy somos un país que se construyó sobre la base de un discurso tan bien planeado que la mayoría de la población actual piensa que el hecho de reconocer nuestra existencia significaría dar pasos hacia atrás, tanto en lo histórico como en lo cultural. Por eso es necesario que aclaremos algunas cuestiones que resultan ser fundamentales a la hora de contextualizarnos históricamente, fundamentar acciones y actitudes que con el paso del tiempo parecen haberse diluido en la deshumanización. Por eso es necesario que comencemos a contar desde el principio.

I. Territorio

¿Qué es una nación?

Un alma, un principio espiritual

forjado a lo largo del devenir histórico

de una herencia común.

Ernest Renan[2]

 

Nuestro territorio es un ser vivo, un cuerpo con partes diferenciadas y ensambladas entre sí, como todo ser vivo.

En él, el primer elemento que encontramos es el viento, el primer elemento que viene hacia nosotros. El viento representa la voz de nuestros abuelos, nos trae el mandato que ellos deciden hacernos llegar. Este mandato que sale de lo más profundo de la Pacha (de la Madre Tierra) nos llega a nosotros como un murmullo que escuchamos a través de nuestra piel, que interpretamos genéticamente porque conocemos lo que dice; de esta manera despierta nuestra memoria genética.

Pero también existen dos tipos de viento: el viento del este, que es el aliento de vida, y el viento del sur, que es la fuerza que nos impulsa a cumplir ciclos vitales y alcanzar logros colectivos. El viento del este representa el primer elemento y el viento del sur el segundo elemento de nuestro territorio. El tercer elemento es el aire, como necesaria complementariedad de ausencia de movimiento, silencio y quietud para el equilibrio humano.

El viento influye directamente sobre todas las poblaciones, sean humanas, animales o vegetales, porque determina las rutas naturales de germinación de las plantas, la fertilidad del suelo, la temperatura del ambiente, la circulación de la energía.

Allí surge el cuarto elemento, el agua, porque el agua impulsa o atrae al viento, influye sobre él, lo modera, lo hace girar, seguir cursos de circulación, lo acelera o lo detiene. Para nosotros, las vertientes no son sólo cursos de agua: son manantes, yaco o han en nuestra lengua. De territorios masculinos, las vertientes que surgen nos traen sabiduría, yaco. De territorios femeninos, las manantes, además de sabiduría, nos traen sanación, la regeneración constante de la vida misma, han; es en esas mismas vertientes que las parteras bautizaban a los niños desde tiempos inmemoriales. De estos sitios surgen aguas que sanan el cuerpo y alimentan el espíritu, porque surgen de lo más profundo de nuestra madre, trayéndonos la sabiduría que ella nos regala. Esa sabiduría es el mandato que nos acerca el viento. Esa sabiduría es la misma energía que impregna todas cosas, las rocas, los animales y las plantas que habitamos nuestro territorio.

La circulación de la energía se ve afectada por cierta temperatura que emana de los cursos de agua subterránea. Así, podemos encontrar cambios bruscos de temperatura en ciertos lugares. Originario o no, quien sea medianamente sensible podrá sentir estos cambios de temperatura. Estas corrientes se deben a la circulación de las napas subterráneas y determinan barreras de circulación energética, el viento es impulsado desde los cursos de agua hacia los lugares donde no hay tanta humedad, desde zonas templadas hacia zonas frías, en movimientos siempre circulares. La temperatura –el calor, el fuego– es el quinto elemento en nuestro territorio.

A su vez, esta circulación se ve afectada por la geografía, las formas del territorio, por el clima en general, por los ciclos naturales y las épocas del año. El viento dibuja nuestro territorio y al mismo tiempo responde a sus formas: de esa manera se afianzan los ciclos naturales.

Así, la vegetación resulta ser el sexto elemento y los animales el séptimo. Los animales representan a los espíritus protectores de nuestro monte. Aunque las hierbas medicinales y algunas plantas también cumplen esa tarea. Pero, en general, el sexto elemento es más tierra y el séptimo, espíritu, espíritu que protege.

Estos elementos estuvieron en el territorio antes que el hombre, son independientes y existen por sí mismos.

El hombre, la mujer, representan el octavo elemento. Estamos constituidos por los siete elementos anteriores: sin ellos el hombre no existe; en cambio, éstos existieron antes del hombre y existen sin él.

Cada ser en nuestro territorio ocupa un lugar único, posee cierta energía propia y una historia singular. Cada animal, planta, hierba o roca es parte de un gran entramado de vida, donde todo se conoce y se auto reconoce, se respeta y se interrelaciona constantemente. Este entramado complejo es el territorio.

Y no es simple mística, si desde hace siglos la ciencia conoce este concepto e intenta darle una explicación desde diversas teorías. Vamos a intentar un recorrido simple por estas teorías que surgieron, entrelazando y replicando experimentos:

Aproximadamente 300 años antes de la era cristiana, Aristóteles comienza a describir el movimiento en términos de tendencias naturales y surge con él un concepto denominado «aether», hoy conocido como éter, que intenta darle nombre y explicación al vacío mismo, al espacio y todo lo que nos rodea, a la relación entre las cosas y los movimientos que se generan en ese éter. Plantea que el planeta está compuesto por cuatro elementos: aire, agua, fuego y tierra, y que el éter es un quinto elemento que forma el espacio exterior; sostiene que los elementos tienden a reunirse por la acción de distintas energías que los impulsan constantemente.

En 1661, Boyle relaciona la presión y el volumen de los gases a temperatura constante, las maneras de circulación, expansión y movimiento de estos elementos.

En 1678, Huygens desarrolla una teoría que intenta demostrar que la luz circula en movimientos ondulatorios, como el sonido.

En 1738, Bernoulli explica el comportamiento de los gases en términos de movimientos moleculares relacionados con la temperatura.

En 1747, Franklin sugiere la conservación del «fuego» eléctrico (la carga).

En 1780, Galvani descubre y demuestra la «electricidad animal».

Alrededor de 1800, los científicos creían interpretar la existencia de una «matriz» o red invisible que todo lo conecta y lo une, pero no tenían cómo probarlo científicamente. En 1887 se realizó un experimento llevado adelante por Michelson y Morley para definir si existía esta red o no. Los resultados fueron inconcluyentes, ya que al tratar de probar la existencia del «viento de éter» pareció probarse que, en definitiva, no existe tal red. Así surgieron y proliferaron las ciencias y las profesiones basadas en la creencia incorrecta de que este campo no existe, afianzando el concepto de la fragmentación del conocimiento. A pesar de aquel experimento fallido, los científicos no abandonaron la noción de «matriz» y muchos años después, en 1986, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos repitió este experimento. El resultado fue publicado en la revista Nature, en el número 322 de agosto de 1986: repitieron el mismo experimento pero con equipos más sofisticados y encontraron que el campo existe, exactamente como Michelson y Morley lo publicaron 100 años atrás.

Hace pocos años, el doctor Masaru Emoto probó la influencia de los estímulos sobre el agua, la capacidad de un elemento de la naturaleza para percibir y transmitir sentimientos, cuando es considerado un ser sin vida por la ciencia.

Cuando hablamos de territorio hablamos de todo eso, pero sin racionalizar la vida[3]. Personalmente considero que no importa si se utilizan términos como éter, matriz o energía: se está hablando de territorio. Pero como todo, el territorio no puede ser reducido a palabras o fragmentado para algún tipo de entendimiento mental. La intención de este enfoque no es generar debate científico o filosófico, sino relacionar estos términos y movilizar a las personas interesadas a averiguar más sobre el tema; para eso sirven los datos incluidos.

El hombre está herido, fragmentado en su espiritualidad, lo que le impide ver el todo, aceptar y comprender que es hijo de la Madre Tierra y del Padre Sol, y que convive con sus hermanos, árboles y animales, otros seres energéticos como las piedras, los minerales y los espíritus del monte ancestralmente vivos.

De esta fragmentación surgen conceptos socialmente instalados como el de «propiedad privada» y otros igualmente nefastos. Propiedad privada que resulta en límites, la imposición de fronteras que hacen peligrar, cuando no coartar, las rutas energéticas en nuestra Madre Tierra. Estas fronteras son los nuevos alambrados en los espacios sagrados, en nuestros centros ceremoniales, en las huertas de hierbas medicinales que nos regala Zupay (nuestra madre). Y decimos «nuestras» no con ánimo de propiedad sino con sentido de pertenencia; somos camis, «gente de las sierras», hijos y protectores de este territorio, «naturales» de esta tierra. Nacemos, crecemos y sólo somos felices aquí, en medio de las pencas, los quebrachos y algarrobos…

II. El pueblo del Tulián Cabiche

Nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones;

lo que ocurre es que cada cual llama barbarie

a lo que es ajeno a su costumbre.

Michel de Montaigne[4]

 

Es grandiosa la historia de mi pueblo, más allá de los sufrimientos que la conquista nos trajo, más allá del avasallamiento que todavía hoy vivimos y de lo que nos cuesta, en la mayoría de los casos, ser conscientes de lo que nos sucede como ciudadanos de una patria que no nos incluye. Es grandiosa la historia de mi pueblo.

El siguiente es el resumen del juicio de reclamo y devolución de territorio que la comunidad originaria del pueblo de indios de San Jacinto inicia en contra de la Corona española en el año 1804. Este juicio se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba, en el legajo 37 del año 1809, escribanía 4[5].

Este territorio ancestralmente fue denominado el pueblo de Tay Pitín, Tay Pichín o Tulián Cabiche, por ser la cabecera de la provincia Tulián, el lugar de residencia de los representantes políticos de la región. Por vivir aquí, los representantes políticos de los aillus o pequeños poblados indígenas que constituían la «provincia Tulián» fuimos la punta de lanza de la resistencia del pueblo comechingón. Esta resistencia comenzó siendo «resistencia armada» durante los primeros siglos de la conquista y fue cambiando de métodos y estrategias al pasar el tiempo.