Sueños de verano - Carole Matthews - E-Book

Sueños de verano E-Book

Carole Matthews

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Beschreibung

¿Qué pasa cuando tus sueños se hacen realidad?   Nell McNamara tiene una vida feliz: su novio la adora, su hija de cuatro años es el centro de su mundo y tiene un trabajo estable en el fish & chips local. Cuando le surge la oportunidad de dar rienda suelta a su creatividad no lo duda. Inspirada por lo que puede lograr -y animada por los mejores amigos que una chica puede tener- Nell se decide a probar algo nuevo. Pone en marcha un negocio con su propia línea de bolsos, ¡que pronto se convierten en un rotundo éxito! Al parecer, los sueños de Nell finalmente se van a hacer realidad, pero el éxito tiene un precio. En poco tiempo, Nell tendrá que plantearse si realmente es posible tenerlo todo…   —    «Un verdadero abrigo invernal. ¡Disfrútenlo!» Woman   «Envuelto en romance y risas.» Womans's Way   «Justo algo para hacerte sentir bien una tarde de invierno.» Take a Break

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Sueños de verano

Sueños de verano

Título original: Summer Daydreams

© 2012, Carole Matthews (Ink) Ltd. Reservados todos los derechos.

© 2024 Skinnbok. Reservados todos los derechos.

ePub: Skinnbok

ISBN: 978-9979-64-631-0

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencia.

––

Para mi querida amiga y peluquera durante muchos años, Sue, que nos ha dejado demasiado, demasiado pronto. Te echaremos de menos más de lo que se puede expresar con palabras, maravillosa mujer.

Susan Margaret MacGregor Perry

27 de marzo de 1955 — 20 de julio del 2011

Capítulo 1

—¿Dos de bacalao con patatas? —Levanto la vista desde el mostrador.

—Sí, por favor, querida. —El hombre me dedica una amable sonrisa.

Es la hora del almuerzo, viernes, y deberíamos estar más ocupados. Mucho más ocupados. Ha habido un goteo continuo de gente, pero la cola normal de Live and Let Fry lleva semanas sin formarse, puede que hasta meses. Sirvo las patatas, doradas y calientes, y las cubro con dos filetes de bacalao, recién cocinados, con un crujiente rebozado chisporroteante.

—¿Sal? ¿Vinagre?

—Tal como están —dice el cliente. Ya se está relamiendo. Está claro que el pescado con patatas de Phil no es lo que está ahuyentando a los clientes.

Lo envuelvo en papel, le doy su paquete y el cliente se marcha caminando con brío.

Phil Preston, mi jefe y freidor de pescado sin parangón, mira el reloj.

—¿Cuántos han venido hoy, Nell?

—No muchos. —Hago una mueca compasiva. Un puñado como mucho.

—El frío suele traer a la gente en manada. —Phil se frota las manos aunque aquí dentro hace tanto calor como siempre.

Además del mostrador de comida para llevar, también tenemos una pequeña cafetería restaurante que suele tener mucho éxito. Hoy, solo hay dos personas disfrutando de su almuerzo. Jenny, mi compañera de trabajo, que hoy es la camarera, se ha pasado la mayor parte del tiempo hojeando la revista Heat.

—Podría salir fuera con unas patatas para que el viento esparza el olor —ofrece Jenny amable mientras desvía su atención de los últimos numeritos de los famosos.

—No va a ser tan fácil. —Phil niega con la cabeza—. No podemos seguir echándole la culpa de todo a la crisis crediticia.

—¿Y qué pensáis de la venta sugestiva? —continúa Jen—. Como hacen en las cafeterías: «¿Quiere también una tarta? ¿Guarnición de guisantes? ¿Huevo encurtido? ¿Pepinillo?».

Todos nos reímos.

—Haces de eso un arte, Jen —le digo.

—Lo voy a probar esta noche —insiste—. Ya verás.

Robo una patata y la mordisqueo distraídamente. Llevo trabajando en la freiduría más de un año. Hago los turnos de la hora del almuerzo (de doce a dos) y luego vuelvo otra vez por la tarde (de seis a diez). Significa que mi novio, Olly, y yo podemos compartir el cuidado de nuestra hija, Petal. No digo que sea fácil, quizá ambos podríamos conseguir trabajo en el circo con todos los malabarismos que tenemos que hacer para pasar la semana, pero no hay más remedio. Todo el mundo tiene que hacerlo, ¿verdad? Petal solo tiene cuatro años y aunque quiero disfrutar de su vida, estoy deseando que empiece el colegio. Espero que cuando lo haga la vida no sea tan frenética como ahora.

—¿Qué voy a hacer? —pregunta Phil, mientras se pasa la mano por el pelo—. Esto va de mal en peor.

El pensamiento tácito es que si sigue así no necesitará mantener tantos empleados. Phil no ha despedido a nadie hasta ahora únicamente porque Jenny, nuestra otra compañera, Constance, y yo llevamos aquí mucho tiempo y por el hecho de que todos congeniamos tan bien. Es un momento preocupante.

Miro la cafetería de arriba abajo. Las mesas son de pino de color naranja brillante, las paredes están pintadas de color melocotón y hay una cenefa de flores a la altura de la cintura que está más levantada que pegada a la pared.

—Este sitio está un poco destartalado, Phil —aventuro—. Permíteme decírtelo.

—¿Tú crees?

—Eres un tío —le recuerdo—. Vosotros no os dais cuenta de estas cosas.

—Parece un poco ochentero —añade Jenny.

—¿De verdad? —Phil mira a su alrededor como si estuviese viendo la cafetería con otros ojos—. Yo soy un inútil con la brocha. Podría llamar a un decorador para que nos diera presupuesto si creéis que necesita un arreglo.

—Ahora lo llaman transformación, Phil. Quizá no estaría de más —digo. Hay que reconocer que ha pasado mucho tiempo desde que mi jefe se gastó algo de dinero en el interior de este lugar.

Phil chasquea la lengua.

—¿Cuánto creéis que costaría? Efectivo es lo único que no me sobra.

—Dame algo de dinero —digo antes de que mi cerebro lo procese del todo—. Yo lo haré.

Phil se ríe.

—Tú mismo has dicho que no te puedes permitir que lo hagan profesionales. Yo lo podría hacer mucho más barato. Todos podemos arrimar el hombro. Después de todo, son nuestros trabajos los que están en juego si este sitio se hunde.

—Sí, pero...

—Soy una gran decoradora —protesto antes de que exponga sus objeciones—. Has estado en mi casa.

—Lo sé. Es... ¿cuál es la palabra?

—Única —contesto—, y divertida. Y todo lo he hecho yo misma. —Mi sala de estar está empapelada de color rosa y blanco y hace juego con las sillas de puntitos. Yo misma lijé y pinté el suelo de madera e hice unos cojines que parecen enormes pasteles—. Podríamos hacer algo así aquí. Darle vidilla a este sitio.

Phil se anima.

—¿Tú crees?

Me encojo de hombros.

—¿Por qué no? Haré un panel de estímulo visual esta noche.

—¿Panel de estímulo visual? —Jenny y Phil se miran perplejos.

—Puedo empezar mañana cuando cerremos.

Ahora Phil parece sorprendido, si no un poco aterrorizado.

—¿Mañana?

—No hay nada como el presente.

—Yo no tengo nada que hacer mañana por la noche, por desgracia —se ofrece Jenny.

Ahora mismo no tiene ningún hombre, algo bastante raro. Mi amiga es una morena voluptuosa con abundantes atractivos y, como tal, tiene mucho éxito con los caballeros. Aunque los canallas y los sinvergüenzas salen mucho en el menú y ninguno de ellos se queda mucho tiempo.

—No soy precisamente una experta con la brocha —admite—, pero puedo ayudar y hacer té.

—A mí me suena bien —digo.

Las dos miramos a Phil expectantes.

—Yo tampoco tengo nada que hacer —confiesa mientras se encoge de hombros.

Phil tiene poco más de sesenta años, diría yo, y su mujer le dejó hace unos cinco por un hombre más joven que le ha estado dando problemas desde entonces. No sale mucho a no ser que lo arrastremos hasta el pub o a la pizzería. Live and Let Fry es prácticamente su vida. Pero tiene buen aspecto para su edad. Elegante, se podría decir. Está un poco corpulento debido a su dieta basada sobre todo en patatas fritas, y todas bromeamos con que le clarea un poco el pelo en la parte de arriba. Pero estar calvo ya no es nada malo, ¿verdad? Jenny siempre está intentando emparejarlo con diversas mujeres, pero él no parece muy interesado. Creo que en el fondo le preocupa acabar con alguien como Jenny. Y ella es demasiada mujer para él.

Phil frunce los labios mientras piensa.

—¿Cuánto crees que costaría?

—Ni idea. —Normalmente tengo que suplicar, robar o pedir prestada la pintura si la necesidad de redecorar se apodera de mí, así que no estoy al día de la actual lista de precios de B amp;Q. La mayor parte de nuestra casa está pintada con latas robadas del garaje de mis padres. Creo que Phil querrá un enfoque un poco más sofisticado—. Pero ¿digamos que apoquinas trescientas libras y vemos lo que podemos hacer con eso? —Sé que la pintura ahora es cara, ¿qué no lo es? Pero la cafetería es pequeña—. Si empezamos el sábado por la noche, podríamos trabajar el domingo todo el día y abrir de nuevo el negocio el lunes.

Phil parece un poco emocionado.

—¿Te han dicho alguna vez que eres un tesoro, Nell McNamara?

—Todo el tiempo —digo, esquivando el cumplido antes de que Phil se ponga a lloriquear del todo y me haga empezar a mí también.

—Puede que me pongáis de los nervios la mayoría del tiempo —bromea— pero sois como de la familia. No sé lo que haría sin vosotras.

—Si no conseguimos que entren más clientes seguramente lo averiguarás —le recuerdo. Y yo, por mi parte, necesito este trabajo. Así que si eso significa pasar mi precioso fin de semana dando brochazos, me parece bien.

Capítulo 2

Como de costumbre cuando cerramos la freiduría, es un gran placer liberar mi larga melena rubia de debajo del gorro y robar diez minutos de mi tiempo para recorrer a pie una enrevesada ruta hasta casa, pasando por mi tienda favorita. Hoy me envuelvo en el crepitar de las hojas del otoño y disfruto de estar al aire libre, respirando el aroma del café que emana de una docena de cafeterías distintas por las que paso.

Vivimos en el pequeño pueblo de Hitchin, en el corazón del hermoso condado de Hertfordshire. Es un lugar lo suficientemente bonito como para vivir, aunque estoy segura de que paso por alto algunos de sus encantos después de haber vivido aquí durante tantos años. Das ese tipo de cosas por sentado, ¿no es así? Creo que si vinierais aquí de visita os encantaría, pero para mí, bueno, es solo el lugar donde vivo. No te paras a mirar a tu alrededor y a pensar lo fabuloso que es.

Mi amor, Olly Meyers, y yo nacimos y crecimos aquí y a veces pienso que deberíamos mudarnos a algún otro lugar más moderno, más creativo, como Brighton o..., bueno, cualquier otro sitio donde pasen más cosas. A Petal también le gustaría vivir junto al mar. Aunque este lugar no es precisamente un desierto cultural en lo que a estilo se refiere. Hay algunas boutiques modernas independientes que venden cosas raras, extravagantes y maravillosas que me encantan. Tanto Olly como yo somos muy fans de los sesenta, de la música, las películas, la ropa, y si hay algo que puedo decir de Hitchin es que estamos bien servidos en lo que respecta a nuestra pasión.

Hay un estupendo mercado que ha estado aquí desde el principio de los tiempos. Consigo mucha ropa barata del puesto vintage que está siempre ahí, y el resto la hago rápidamente en mi leal máquina de coser. También hay un par de puestos fantásticos de mercería que son excelentes para conseguir lazos, botones y demás a muy buen precio. La parada favorita de Olly es el puesto de discos de segunda mano y tenemos una montaña de vinilos en nuestro cuarto de invitados. Hay una tienda de motos, propiedad de uno de los colegas de Olly, la otra obsesión de mi amado, y un par de magníficas tiendas retro que nos suministran muebles baratos.

La freiduría está situada en una de las pequeñas galerías comerciales que se extienden desde la calle Market Place. Puede que sea victoriana, no tengo ni idea, pero está decorada con bonita forja y tiene el techo de cristal en forma de arco. Maravilloso para que se instalen las palomas, pero es pintoresco y con mucha personalidad. Al lugar no le falta su buena ración de las antiestéticas monstruosidades de los sesenta que la mayoría de pueblos ingleses albergan, pero de hecho buena parte del centro se las ha arreglado para sobrevivir intacto a las locuras del ayuntamiento.

Me marcho de Market Place, reniego del brote de franquicias y me dirijo a la parte antigua del pueblo donde las tiendas están en pequeños callejones, aún estrujadas todas juntas en pintorescos edificios de madera, sin orden ni concierto. Aquí es donde está metida mi tienda favorita. Betty the Bag Lady es un oasis para mí. Cuando la gente está estresada puede que vayan a clase de yoga o a nadar o a tomarse una copa de un buen Pinot Grigio. Yo, me dirijo a Betty the Bag Lady.

Betty en cuestión no es una señora mayor canosa como su nombre puede sugerir. Esta Betty es joven y moderna. Es hasta más pequeña que yo y no soy precisamente una amazona. Mi madre me compró la chaqueta del uniforme de la escuela un poco suelta para que «la fuera llenando» cuando tenía once años y aún me venía grande cuando cumplí dieciséis. Mi madre era demasiado optimista sobre la talla que acabaría teniendo. Betty lleva el pelo inmaculadamente alisado y teñido de rubio platino, mientras el mío es de un color rubio dorado y a menudo lo llevo recogido para que nadie se encuentre una muestra en las patatas. Betty puede que tenga unos veinticinco años, y yo ya estoy cerca de los treinta: tengo que reconocer que estoy terriblemente celosa de ella. ¡Imagínate tener tu propia tienda! Oh, creería que he muerto y estoy en el cielo.

Está claro que Betty prestó atención en la escuela e hizo sus deberes y continuó haciendo «cosas buenas». Yo me quedaba mirando por la ventana soñando despierta y pensaba en lo diferente que sería nuestro uniforme si no fuese de nailon y hubiese sido de bonitos tonos rosas en vez de verde botella. Entonces perdía mis deberes de camino a casa, me quedaba en el parque con los chicos y, por lo tanto, nunca llegué a nada. Quería aprender, de verdad que sí, pero no quería aprender el Teorema de Pitágoras o los meandros o los mártires de Tolpuddle. Yo quería aprender cosas «interesantes», aunque no tenía ni idea de cuáles podían ser. Solo sé que me sentía como un pez fuera del agua. Así que dejé el colegio a los dieciséis, ignoré las súplicas de mis padres y sus gritos de «¡universidad!», y me fui a la deriva. Trabajé en Tesco y en una tienda de zapatos y tuve una docena de empleos sin futuro antes de estabilizarme en Live and Let Fry. Algunos días desearía haberme esforzado más. Algunos días me encanta mi trabajo. Admitámoslo, ¿en cuántos trabajos te dan patatas gratis?

Betty, además, se relaciona con la gente de Londres, mientras yo me ennovié joven y senté la cabeza. Ella conoce a gente influyente. Yo no conozco a nadie. Si volviera a nacer, creo que querría ser Betty.

Esta tarde, Betty the Bag Lady está abierta. La tienda lleva aquí alrededor de un año y en mi humilde opinión, es una gran incorporación a la oferta comercial de Hitchin. Por la noche, cuando he terminado mi turno y la tienda está cerrada, aprieto la nariz contra el escaparate y sueño con cómo me podrían haber ido las cosas.

Los bolsos de Betty no son simples bolsos sino verdaderas obras de arte y, como tales, están completamente fuera de mi alcance. Puede que sea una visitante frecuente aquí, pero no soy muy buena clienta. Me limito a mirar, pero a Betty no parece importarle mucho. Entro a arrullar y ronronear a los bolsos, pero siempre tengo que volverlos a dejar en la estantería.

—Hola, Nell —dice Betty mientras empujo la puerta—. ¿Cómo estás?

—Bien. —La tienda es un oasis de calma. Si pudiera tener mi propia tienda algún día, este es el ambiente que me gustaría crear. Está decorada como una sala de estar y puedo sentir cómo me relajo en cuanto cruzo el umbral. Lo único que me preocupa es que hasta que no me meto en la ducha, llevo conmigo el persistente olor a bacalao y patatas—. ¿Qué tal?

—Fíjate en estos —contempla extasiada y acaricia un bolso que no he visto antes—. Nuevos, de hoy. Se los he comprado a un diseñador en Manchester.

Los bolsos son todos de fieltro hechos a mano, de estilo vintage, y cubiertos de botones de distintas formas, tamaños y colores. Son exquisitos y me enamoro al instante. Elijo uno maxi de diferentes tonos relucientes, rojo, amarillo, verde, azul, naranja, púrpura, y me lo cuelgo del brazo. Es hipnótico. Y me queda perfecto.

Desde que era una niña me encantan los bolsos. Mi primer recuerdo es sacar los de mi madre de su armario y desfilar por la casa con cada uno de ellos por turnos. Parece que heredé el gen de la adicción a los bolsos de ella. Espero pasárselo también a mi propia hija.

Mi madre es la responsable de mi interés por la moda, ya que comparados con los padres de mis amigos, los míos eran un pelín bohemios y divertidos. Cada sábado cuando era pequeña, íbamos a la ciudad a mirar las novedades de las tiendas. Aunque no pudiésemos comprar nada, pasábamos horas probándonos cosas. A menudo me hacía ella la ropa así que nunca iba igual que las demás niñas y me enseñó a coser y a tejer, a hacer patchwork y ganchillo. Pasábamos horas juntas pintando en nuestro viejo cobertizo en el porche, algo que me gustaría hacer con Petal si ella no tuviese la paciencia de Atila el Huno. Es una lástima que apenas vea a mi madre ahora que soy mayor y se ha mudado. Jubilarse en un pequeño pueblo de Norfolk es algo que no me esperaba de ella, pero le encanta.

Mi extensa colección de bolsos está en un armario en nuestro cuarto de invitados, lo cual vuelve loco a Olly porque le gustaría apropiarse de todo el espacio para su preciosa colección de discos de vinilo. A veces saco los bolsos solo para mirarlos. De vez en cuando dejo a Petal jugar con ellos, igual que mi madre hizo conmigo. Los hombres no entienden lo de los bolsos, ¿a qué no? Aunque les viene muy bien cuando quieren que les llevemos sus cosas. ¿Verdad? Todos mis bolsos están en sus propias bolsas de tela, cada uno con felices recuerdos guardados. Una mujer nunca puede tener demasiados bolsos.

—Me encanta —digo en voz baja, mientras me miro desde todos los ángulos en el espejo de cuerpo entero que tengo delante.

—Te queda bien —asiente Betty.

—Ni siquiera me atrevo a preguntar cuánto vale.

—Cien —dice ella. Entonces, tras mi honda respiración añade—. Podría hacerte un descuento. Como clienta habitual.

No puntualiza que soy una clienta habitual que no compra nada.

—Ni con el descuento lo puedo considerar —digo de mala gana. Aunque es mucho más barato que muchos de sus bolsos, es como si me hubiese pedido un millón de libras—. Olly me mataría. —De una forma particularmente dolorosa.

Mi compra de bolsos se ha visto restringida en los últimos años. De hecho, ni siquiera me acuerdo de la última vez que compré uno. Pero me viene a la cabeza con facilidad la montaña de facturas que esperan en nuestro aparador: gas, electricidad, impuestos del ayuntamiento. Toca pagar el alquiler y como siempre, Petal necesita más zapatos. Lo último que me puedo permitir es derrochar el dinero en un extravagante bolso.

—¿Quieres que te guarde uno? —me engatusa Betty—. Puedo guardarlo un par de semanas si dejas una señal. Diez libras son suficientes.

Puedo sentir cómo me debilito. Llevo un billete de diez en el monedero. El último. En mi armario tengo el conjunto perfecto para ponerme con este bolso. Si hay una tentación más grande que el bolso perfecto, a mí desde luego no se me ocurre. Paso los dedos por los botones y me muerdo el labio. Seguro que a mi hija no le importaría aguantar con los zapatos destrozados un poco más de tiempo por el bien común.

Entonces entro en razón.

—No puedo, Betty. Por mucho que quiera. —Me quito el bolso del hombro y se lo devuelvo de mala gana.

—Otra vez será —dice ella.

—Sí. —Salgo de la tienda, hecha polvo. Otra vez será. En otra vida.

Capítulo 3

Cuando por fin llego a casa, Olly está jugando a tomar el té con Petal. Están los dos sentados en el suelo de la sala de estar, la manta de picnic extendida, rodeados de muñecas. Petal está vertiendo el té imaginario con una tetera naranja de plástico y Olly le sigue la corriente comiéndose una galleta Jammie Dodger en un plato infantil imitando a la reina. Hasta nuestro perro, Dude, el perro al que menos sacan a pasear del planeta, está metido en el juego, con una servilleta de cuadros atada alrededor del cuello. Mira las galletas con anhelo.

—Papá, comparte tu galleta con Dude —ordena Petal mientras entro por la puerta.

Olly le hace caso y Dude aúlla aliviado. A nuestro perro le gusta mucho comer y trata cada comida como si fuera la última después de haber sido abandonado en un refugio, muerto de hambre. La chica de la perrera nos lo describió como «el perro más espantoso que había visto nunca». Por supuesto, eso nos hizo enamorarnos de él al instante. Es negro, de no sé qué raza, con una mancha blanca en el pecho y una cara que parece haber visto el lado oscuro de la vida. Por suerte, esos días ya los dejó atrás y aparte del tema de los paseos, lleva una vida de comodidad, tranquilidad, comidas regulares y Jammie Dodgers ocasionales.

—Hola —digo—. La trabajadora vuelve.

—Estaba a punto de llamar —contesta Olly cuando me ve—. Pensé que te habías perdido, cariño.

—Necesitaba un poco de terapia —le digo.

—Ah, el emporio de bolsos de Betty.

Me dejo caer en un puf.

—Sí —afirmo con un melancólico suspiro.

—Petal y yo hemos comido pasta al pesto —me comenta—. Te he dejado un cuenco para que lo pongas luego en el microondas.

—La comida de papá está más buena que la tuya —me informa Petal.

Eso es porque todo lo que yo le doy de comer sale de una lata.

—Por eso soy tan buena y dejo que papá cocine tanto.

—Gracias —dice Olly—. Eres todo corazón. —Los dos nos reímos y, aunque ya llevamos juntos más de diez años, nunca me canso de ese sonido—. Voy a terminarme esta deliciosa Jammie Dodger que Petal ha preparado para mí y luego tengo que ver a un hombre para hablar de una discoteca.

—No olvides que yo vuelvo a entrar a las seis.

—Cómete una galleta, mamá. —Petal me acerca una—. Son buenas para ti.

—Espero que Petal no haya aprendido eso sobre esas galletas de dudoso valor nutritivo de mí.

—No —dice Olly—. Volveré a tiempo. Puede que haya un nuevo puesto de trabajo en un bar punk que van a abrir.

—¿En Hitchin?

—No lo critiques. Somos una comunidad muy diversa.

—¿No es un poquito tarde para el punk?

—Dicen que está resurgiendo. —Olly se encoge de hombros perplejo por cómo está el mundo. Pero para ser justos, nosotros aún sentimos un apego enfermizo por todo lo que sea de los sesenta. Supongo que algunas personas nunca fueron capaces de tirar sus collares de perro y sus pantalones de cremalleras.

—Pero ¿tú sabes algo de música punk? —Me fijo en la camisa de botones blanca almidonada y los pantalones de pana de Olly.

—Sex Pistols. Clash. Buzzcocks, eh...

—Bob y sus Amigos —añade Petal.

—Bob y sus Amigos —asiente Olly—. Esos punkis.

—¿Qué es un punki, papá?

—Es alguien que salta mucho arriba y abajo.

Así que, por supuesto, mi hija tiene que probarlo. Y el perro también.

—Me piro —dice Olly.

—Claro —respondo—. Gracias por dejarme con una niña y un perro sobrexcitados. Ve y déjalos muertos con tus extensos conocimientos sobre punk.

—Necesitamos el dinero, Nell, si eso significa que tengo que convertirme en un moderno experto en punk rock, que así sea.

—Lo sé. Era broma. —Me inclino hacia Olly y le doy un beso—. Eres maravilloso. ¿Tienes turno esta noche?

—Sí. Estaré listo para irme en cuanto llegues a casa.

Y en realidad así se resume nuestra vida. Dos barcos que nos cruzamos en la noche para pasarnos a nuestra hija. Sé que el dinero no lo es todo, pero la vida es mucho más dura si no lo tienes.

Olly hace el turno de noche en una fábrica de pizzas, lo que le viene bien para cuidar de Petal y, además, le cuadra con mis turnos, aunque significa que sus horas de sueño suelen ser aleatorias e insuficientes. Paga las facturas, pero eso no es vivir la vida. Como mi trabajo, viene con comida gratis. Sin embargo, uno solo puede comer una cierta cantidad de pizza en su vida.

Olly coge a Petal, lo que la hace parar de botar de momento, aunque Dude lo hace con más fuerza para compensar, y la estruja.

—Pórtate bien con mamá.

Ella le mira como si de eso nunca hubiese duda.

—Ven a darme un abrazo —digo, y mi inquieta hija se viene conmigo al puf. Y el perro también.

El pelo de Petal huele a champú de fresa. Olly debe habérselo lavado hoy, y la beso tiernamente. Mi niña es igualita que su padre. Pelo oscuro y rebelde, ojos color chocolate, piernas de jugador de rugby.

—¿Sabes que eres la mejor niñita del mundo entero?

—Sí —dice Petal—. ¿Puedo comerme otra Jammie Dodger?

Será mejor intentarlo mientras esté de tu parte, pienso.

—Sí. Luego puedes ayudar a mamá a hacer un panel de estímulo visual. Va a decorar la tienda del tío Phil. —Recuerdo que se me ha olvidado por completo mencionarle esto a Olly o el hecho de que, como resultado, tendrá que encargarse del cuidado infantil durante todo el fin de semana. Espero que no se haya comprometido a hacer horas extras como hace bastante a menudo.

—Rosa —sugiere Petal—. Pon la tienda rosa.

Y sabes qué, a lo mejor lo hago.

Capítulo 4

Nunca estoy más feliz que cuando hago estas cosas. El suelo de la sala de estar está cubierto de retales de tela, recortes, abalorios y botones que he coleccionado a lo largo de los años de Dios sabe dónde.

—Recórtame esta, por favor —le digo a mi pequeña ayudante.

Petal está concentrada con su diminuta lengua rosa fuera y recorta fotos de mi colección de revistas viejas y maltrechas con sus tijeras infantiles de plástico y pone sumo cuidado. Yo las pego como una posesa y mis ideas para la gran transformación del Live and Let Fry están cristalizando muy bien.

La puerta se abre y Olly asoma la cabeza.

—¿Supongo que a mi señora le gustaría una taza de té antes de irse a trabajar?

—¿Trabajar? —Echo un vistazo al reloj—. Oh, Dios mío, ¿qué hora es? —Han pasado horas. No me he duchado, ni comido, ni ocupado de las tareas domésticas. Todo lo que he hecho esta tarde es juguetear con este panel—. Me tengo que ir volando.

—¿Qué estás haciendo?

—Olvidé decirte que me he prestado voluntaria para decorar el restaurante de Phil este fin de semana. Nos va bastante mal el negocio, Olly. Pensé que es lo menos que podía hacer.

—Guay.

—Eso significa que eres el padre de guardia otra vez.

Él se encoge de hombros.

—¿Y cuándo no soy el padre de guardia?

—Pronto cumplirá veintidós y podremos tomarnos un día libre —le prometo.

—Lo estoy deseando.

—¿Cómo ha ido la reunión?

—Bien —dice con una sonrisa de medio satisfacción—. De aquí al miércoles tengo que convertirme en el Malcolm McLaren de Hitchin que les he convencido que soy.

Me levanto y le doy un abrazo.

—Tienes un papá pero que muy listo, Petal.

—Pues vale —dice nuestra hija. Incluso hace un gesto de desdén con la mano. No sé quién le ha enseñado esto.

—Le he preguntado a Stu Stapleton. Tiene un loft lleno de vinilos de punk que puedo tomar prestados.

—Eso está bien. No sabía que Stu fuese un punk en el armario.

—Todos tenemos oscuros secretos —dice Olly—. Ahora —me da una fuerte palmada en el trasero—, ve a ducharte mientras yo hago té y te preparo esta pasta.

—Puedo comer patatas en la tienda.

—No puedes vivir a base de patatas, mujer —contesta—. Si vas a renunciar a todo el fin de semana por Phil, seguro que no le importará que llegues diez minutos tarde.

A Phil, pobrecito, nunca le importa que lleguemos tarde. No creo que nadie le haya dicho nunca que a veces los jefes pueden de hecho controlar a sus empleados. Espero que nadie lo haga porque le queremos tal como es.

—Yo también iré a echaros una mano.

—¿Y Petal?

—Petal ya tiene edad para aprender cómo funciona una brocha.

—Tiene cuatro años. —Aunque parece que quiera tener treinta y cuatro.

—En otros tiempos habría estado limpiando chimeneas a su edad.

—Conociendo a nuestra hija, seguro que le habría gustado.

—Sé que estáis hablando de mí —dice Petal sin levantar la vista.

Olly y yo sonreímos. Que Dios nos proteja cuando tenga dieciséis.

Mi amado tira de mí hasta el pasillo y me rodea con sus brazos.

—Hueles a patatas fritas.

—Lo siento —me disculpo—. Estaba tan ensimismada que ni siquiera me he duchado todavía.

—A mí me pone bastante —me susurra al oído.

—Oh, ¿de verdad?

—Mmm. ¿Cuándo exactamente fue la última vez que tú y yo tuvimos una noche de pasión?

—¿Eh? ¿Cuando concebimos a Petal?

—Ah, sí —dice él—. Lo recuerdo bien.

Pero, bromas aparte, ha pasado un tiempo considerable desde que nuestros cuerpos estuvieron en posición horizontal sin tener a una niña pequeña encajada entre ellos.

—Te prometo que lo enmendaré muy pronto.

—¿Ah, sí? —Sus preciosos ojos marrones brillan con malicia—. Te tomo la palabra.

Está claro que no será este fin de semana porque el único desnudo que tengo en mente es el de quitarle la cenefa de los ochenta a las zarrapastrosas paredes de la tienda.

Capítulo 5

—¿Esto es? —A Phil se le ponen los ojos como platos al ver mi colorido panel—. ¿Estás segura?

—Confía en mí —digo—. Quedará fabuloso.

—¿Qué es eso? —Señala uno de los recortes.

—Un adornito —le informo—. Nada de lo que debas preocuparte.

—Adornito —dice entre dientes—. ¿Desde cuándo tiene adornitos una freiduría?

—Relájate, Phil —añade Jenny—. Nell sabe lo que hace.

Y luego me digo a mí misma, lo sabes, ¿verdad?

Doy un dramático suspiro.

—Oh, hombres de poca fe.

Esta mañana he ido a comprar la pintura antes de mi turno del almuerzo, después de haberle sacado a mi jefe las prometidas trescientas libras. También he comprado brochas, bandejas, aguarrás y todas las demás cosas que se necesitan para decorar. Al menos espero tenerlo todo. Ahora, a las diez en punto, la tienda está cerrada una hora antes de lo normal y el pequeño pero perfectamente armado ejército de dispuestos trabajadores de Phil está a punto de ponerse manos a la obra.

Me alegro mucho de que Jenny haya aparecido porque si hubiese tenido una oferta mejor de un tío atractivo o incluso de uno más o menos pasable, se lo habría pensado.

Nuestra compañera de trabajo, Constance, también está aquí. Es bastante mayor que Jen y yo, quizá tenga cincuenta y tantos, y lleva con Phil desde que abrió la tienda, que debió ser hace más de veinte años. Tiene muy buen tipo, el pelo pelirrojo, aunque no es su color natural, y predilección por las mallas con estampado de leopardo, por los jerséis ajustados y los tacones de aguja, y ese es, de hecho, el conjunto con el que se ha presentado para pintar. Como lo veía venir y, con la intención de proteger su ropa, he comprado batas de papel para todos en Poundland. Ahora que nos las hemos puesto, parecemos una especie de equipo de expertos investigadores forenses en lugar de desventurados decoradores aficionados.

Phil hace palanca para quitar la tapa del primer bote de pintura y palidece. Es el tono de rosa más clarito que he encontrado. Pensad en el interior de una concha, almendras confitadas, el tutú de una bailarina.

—¿Rosa?

—No hagas preguntas —le digo—. Solo pinta.

Constance tiene las uñas de dos centímetros y medio, pintadas del rojo más brillante que existe, pero eso no la detiene para coger una espátula y ponerse con la mugrienta cenefa con energía. En cuestión de segundos, los trozos están junto a sus tacones.

—Vosotros lavad a fondo las paredes primero con jabón y luego nos pondremos a pintar —les digo a Phil y a Jenny—. ¿Vale?

Los dos se encogen de hombros con conformidad y cogen las esponjas y los cubos baratos que he comprado y empiezan a lavar las paredes. Ya hemos cubierto los azulejos negros y blancos del suelo con periódicos y agrupado los muebles en el centro de la habitación. Mientras ellos limpian, yo empiezo a quitar el barniz de las mesas y sillas de pino de color naranja brillante, lo que va a ser un trabajo largo y sucio.

Constance hace una pausa en su labor de raspado para encender la radio. Suenan clásicos de música disco.

—Vamos a necesitar algo que nos ayude a continuar —dice. Así que todos cantamos «Fiebre del sábado noche». Incluso hacemos algunos pasos de baile con las esponjas.

Mientras lavamos y frotamos y raspamos alegremente, el borracho ocasional, al ver que todas las luces están encendidas, llama a la puerta en busca de patatas fritas, solo para llevarse una desilusión.

Llega la medianoche antes de que Phil moje su brocha en la pintura por primera vez. Cierra los ojos por un momento; el rosa fresco y brillante está listo para cubrir el prehistórico y mugriento melocotón.

—Para bien o para mal —dice.

—Vamos —le reprendo—. Va a quedar maravilloso.

—Rosa —dice entre dientes—. Rosa.

No le confieso que mi hija de cuatro años ha sido mi asesora de estilo.

—He terminado —dice Constance. Retrocede y admira su obra. Toda la cenefa ha desaparecido y ha lijado los restos de las paredes—. Y no me he roto ni una uña.

—Eres una estrella.

Suena mi móvil y me alegro mucho al ver que es Olly el que llama.

—Hola —digo—. ¿Me echas de menos?

—Como siempre. ¿Cómo va todo?

—Constance es la estrella de la noche y Phil está a punto de empezar a pintar. Yo no he hecho más que raspar y sudar toda la noche.

—Mmm..., eso me interesa —dice Olly—. Ojalá pudiera ir ahora.

—Lo sé. —Pensaba que Olly y Petal podrían venir aquí una hora o dos mañana, pero ya es demasiado caótico como para acomodar a Petal y lo más seguro es que se aburriera en diez minutos. Por otra parte echo de menos a Olly—. ¿Cómo está Petal?

—Profundamente dormida desde las ocho.

—¿Estás cansado?

—No especialmente. Me las he arreglado para echar una cabezada antes.

La capacidad de mi amado para subsistir solo a base de siestecitas regulares no deja de sorprenderme. Ha aprendido, por necesidad, a dormir un ratito cada vez que puede, muy a menudo en mitad de una conversación.

—Puedo ir y relevar a Olly si quiere venir aquí un par de horas —sugiere Constance—. Lo mismo me da estirarme en tu sofá que en cualquier otro sitio.

No es que consigamos salir muchas noches pero cuando lo hacemos, Constance siempre está dispuesta a echar una mano. Vive sola, no tiene cargas y adora a Petal y viceversa, así que se ha convertido en la yaya suplente de mi hija. Por desgracia, no tenemos familia que viva cerca para ayudarnos. El padre de Olly murió hace más de diez años, poco antes de que empezásemos a salir, y su madre ahora vive en España. Mi querido padre cogió la jubilación anticipada y, como he dicho antes, él y mi madre se mudaron a Norfolk hace ya años. Genial para las vacaciones pero no para mucho más. Así que nos apoyamos mucho en Constance cuando empiezan a salir grietas en nuestros complicados arreglos domésticos. Jenny también ha estado ahí cuando hemos necesitado un par de manos más.

—¿Quieres venir y enseñarnos tu maña con la brocha? —le pregunto a Olly—. Constance irá a casa.

—Claro.

Me dirijo a Constance.

—Dice que sí.

—Estaré ahí en cinco minutos. —Ya se ha quitado la horrenda bata.

Media hora después Olly se une a nosotros y solo la energía que trae cuando aparece nos levanta el ánimo a todos y seguimos pintando y lijando hasta bien entrada la noche. Él trabaja con Jenny, hace las partes que ella no puede alcanzar y es bueno escucharlos reír juntos. Siempre se han llevado de maravilla.

Son las tres en punto cuando miro de nuevo el reloj. Entonces me doy cuenta de que Phil está flaqueando.

—Venga —le digo—. Quítate esa bata y vete a casa.

—Estoy un poco cansado —admite con desaliento, y me quiero morir por haberle dejado quedarse tanto tiempo. Se me había olvidado por completo que él ya lleva un día entero de trabajo—. ¿Vais a recoger vosotros también?

—Puede que nos quedemos un poco más. ¿Tú qué dices, Olly?

—A mí aún me queda mucha energía. —Mi otra mitad reprime un bostezo.

—Vete a casa —le digo a Phil—. Duerme unas cuantas horas y vuelve mañana, fresco y con ganas de trabajar.

—Mi cama me llama.

—La mía también —dice Jenny.

—Marcharos. Los dos. ¿Nos vemos mañana?

—A no ser que Robert Pattinson me llame y quiera morderme —dice Jen.

—¿Estáis seguros de que estaréis bien los dos solos? —pregunta Phil una vez más.

—¡Sí! —coreamos Olly y yo.

Levanta las manos.

—Ya me voy. Ya me voy.

Minutos más tarde, Olly y yo estamos solos. Apago la música disco y pongo la música soul de los sesenta que insisto en escuchar en la tienda. Un cd de lentas. Los suaves sonidos de Marvin Gaye y «I heard it through the grapevine» llenan la tienda. Hago una taza de té en la cocina, le pongo un par de terrones de azúcar para recuperar energías y se lo llevo a Olly, que sigue pintando. Para y nos sentamos juntos en el suelo. Mientras Smokey Robinson canta «The tracks of my tears», me pone el brazo alrededor de los hombros y me inclino hacia él. Dejamos que la suave música fluya sobre nosotros.

—Esto es casi como una cita —le digo.

—Es lo más parecido que hemos tenido en mucho tiempo.

—Te quiero —le digo—. Aunque no tengamos dinero, ni tiempo, ni sexo.

—Yo también te quiero. —Olly me besa y por un momento, me olvido de la pintura y de que estoy sentada en el suelo de una freiduría.

Capítulo 6

El lunes por la mañana estoy en la máquina de coser con el pie en el pedal, pasando la tela frenéticamente. Tengo que estar en el trabajo en una hora y quiero llegar pronto para ver la cara de Phil cuando abra.

—¿Ya está casi? —pregunta Olly.

—Lo último. —Saco la tela de la máquina y reviso mi obra.

—Phil va a alucinar.

—Eso espero. —Me levanto y guardo mi sorpresa final en una bolsa de plástico—. ¿Estarás bien haciéndote cargo de todo hasta que vuelva?

—Petal y yo vamos a ir al pueblo a ver los patos. ¿A que sí, Petalmeister?

—¡Sí! —grita mi hija y le doy un beso.

—Os quiero mucho a los dos —digo, y luego salgo corriendo por la puerta en dirección a Live and Let Fry.

Anoche eché a todo el mundo de la cafetería sobre las siete en punto. Pero lo que no le dije a Phil es que me iba a colar de madrugada para darle unos cuantos toques finales. He estado despierta casi toda la noche, pintando y planeando, cosiendo y blasfemando, y ahora estoy mareada con una vertiginosa mezcla de extremo cansancio y entusiasmo.

Cuando llego a la freiduría, Jenny y Constance ya me están esperando y se abalanzan sobre mí para abrazarme.

—¡No nos podemos creer lo que le has hecho a este lugar!

Las paredes están recién pintadas del más pálido de los rosas. Lo que una vez fueron muebles naranja brillantes ahora están aclarados y ligeramente pintados con un acabado blanco envejecido. Donde las mesas se apoyan en la pared, he pintado un candelabro con fina pintura negra rematado con velas rosa fuerte. En la pared junto a la puerta hay pintada una chimenea ornamental con un reloj encima, también en negro con toques de rosa fuerte. He puesto unos cuantos adornitos más alrededor del perchero. En la parte delantera del mostrador, hay tres ajetreadas camareras pintadas al estilo francés de los cincuenta, representándonos a Constance, a Jenny y a mí para la posteridad. O, al menos, hasta la próxima reforma. A sus pies, Dude está sentado expectante, con una gorguera en el cuello. Phil se ha transformado en un rechoncho propietario con la raya en medio y un bigote de malo de comedia.

—No puedes haber hecho todo esto anoche.

—Terminé a las cuatro de la mañana —confieso. Solo de pensar en mi maratón nocturno, el cansancio se apodera de mí—. ¿Os gusta?

—Ha quedado sensacional —dicen al unísono.

—¿Creéis que le gustará a Phil?

—Le encantará —me aseguran.

—Una sorpresa más. —Saco los frutos de mi trabajo de mi bolsa de plástico.

—Oh, Dios mío —dice Jenny—. Son fabulosos. ¿De verdad los has hecho tú?

—Rápido, rápido, ponéoslos. Phil llegará en cualquier momento. —Nos ayudamos las unas a las otras a atarnos los delantales y los gorros a cuadros blancos y rosas con volantes en los que me he pasado trabajando toda la noche. Como les pedí, llevan blusas blancas y faldas tubo negras. En los bordes, los delantales y gorros tienen un encaje que llevaba dando vueltas por mi casa desde hace siglos. Compré la tela de cuadros barata del mercado para hacerle un nuevo edredón a Petal, pero nunca tuve tiempo de ponerme a ello. Sería genial si pudiese hacer cortinas de estilo cafetería de la misma tela para las ventanas, pero eso significaría pedirle a Phil más dinero además de las trescientas libras que ya se han esfumado.

—Míranos bien —dice Constance mientras admira su delantal. Ahora somos exactamente como las chicas del dibujo—. ¿Quién sería capaz de resistirse a las patatas de unas chicas tan atractivas?

—Esperemos que funcione. —Respiro hondo—. Si no estaremos en la cola del paro en unas semanas.

—¡Aquí está! ¡Aquí está! —grita Jen mientras el coche de Phil entra en el pequeño aparcamiento de enfrente.

Las tres saltamos nerviosas mientras le miramos cruzar la calle. No puedo evitar darme cuenta de lo cansando y exhausto que parece estar mi jefe mientras viene hacia nosotras. Esperemos que esto le devuelva la sonrisa.

Abre la puerta y suena la campanilla.

—¿Qué estáis haciendo aquí tan temprano? —Entonces se para en seco y mira alrededor—. Joder —dice Phil—. Joder, joder. —Se le saltan las lágrimas y, por supuesto, a nosotras también—. Miraos —añade cuando por fin se da cuenta de nuestro atuendo. Da vueltas y más vueltas, incapaz de asimilarlo todo. Señala la pintura de la parte delantera del mostrador con la boca abierta—. Apenas reconozco este lugar. Esto es fantástico.

Se queda quieto, mudo, mirando su transformada freiduría, hasta que Constance dice:

—Ven aquí, viejo tonto.

Viene y nos da un abrazo a todas.

—Gracias —dice, conmovido—. Muchísimas gracias.

—Es Nell a quien se lo tienes que agradecer —dice Jenny—. Nosotros solo hicimos un poco de trabajo pesado.

Phil se queda quieto delante de mí.

—¿Qué puedo decir?

—Vamos a ver si atrae a los clientes.

—¿Cómo no lo va a hacer? —Mi jefe me agarra y me abraza fuerte—. Eres una entre un millón, Nell McNamara. Una entre un millón.

—Bueno —contesto—. No he sido solo yo.

—¡Constance! Corre al supermercado, querida. Tenemos que hacer un brindis —dice Phil—. ¡Necesitamos champán!

¡Champán, claro que sí! Como si fuera a discutirle eso.

Capítulo 7

En una semana, las colas de Live and Let Fry llegan hasta la calle. Está claro que la noticia de nuestro nuevo look se ha extendido y la cafetería está llena a todas horas. Tanto, que tenemos que echar a la gente a la hora de cerrar. Phil dice que desde la semana que viene, abriremos toda la tarde. A decir verdad, nunca lo había visto sonreír tanto. Constance no deja de quejarse de lo mucho que le duelen los pies y eso solo sirve para que Phil sonría más. Lo pasa tan mal que incluso está pensando en cambiar sus característicos tacones de aguja por unos zapatos planos.

Phil está tan contento con la transformación que ya me ha dado el dinero para las cortinas de cuadros a juego y voy a hacerlas este fin de semana. También habla de tirar la casa por la ventana y comprar una lámpara de araña negra para la cafetería para complementar los candelabros que pinté y creo que eso quedaría genial.

Al cerrar el negocio, he perdido la cuenta de cuántas porciones de pescado con patatas he repartido. Los pies de Constance no son los únicos que duelen. Creo que todo el entusiasmo se me está viniendo encima y me pregunto si podré convencer a Petal de que se eche una siesta esta tarde para que podamos acurrucarnos juntas una hora. Con suerte, Olly habrá hecho algo con ella y estará cansada. Estoy doblando mi bonito delantal de cuadros cuando Phil me coge del brazo y me arrastra hasta la cocina.

—Tengo algo para ti —dice, volviéndose vergonzoso de repente y sacando una lujosa bolsa que me resulta familiar de detrás de la espalda.

—¿De Betty?

Phil sonríe tiernamente.

—Te he visto mirar ese escaparate semana sí, semana también, Nell.

—¿De verdad?

—Hay cosas de las que sí me doy cuenta —me reprende—. Aunque sea un tío. —Sujeta la bolsa frente a mí—. Solo es un regalito. Para darte las gracias. Por todo.

—Es demasiado —le digo.

—Ni siquiera has visto lo que hay dentro.

Cojo la elegante bolsa de papel y echo un vistazo dentro.

—Betty dijo que era el que te gustaba.

Saco el bolso. Es el de fieltro, cubierto con preciosos botones con los colores del arcoíris. El que había codiciado desde la distancia.

—Sí que es —digo bajito. Mis dedos recorren los botones—. Es precioso. Pero no puedo aceptarlo. Todo lo que hice fue dar unos cuantos brochazos.

—Nell, has duplicado mi recaudación en una semana. No podía dormir pensando en cómo iba a pagar las facturas. Has resuelto todos mis problemas. Ahora me toca a mí mantenerlo.

—Pero...

—Quiero que aceptes el bolso, Nell. Acéptalo y disfrútalo. Te lo mereces.

—Es precioso, Phil —le agradezco—. No me lo esperaba.

—¿Puedo ofrecerte algo más, Nell? —dice—. ¿Un consejo?

Me encojo de hombros.

—No te quedes aquí. —Se le quiebra la voz de la emoción—. No quiero perderte, pero vales para mucho más que para servir pescado y patatas. Mira lo que has hecho. Míralo bien. Es asombroso.

Ahora me estoy poniendo colorada.

—Tienes que encontrar la forma de utilizar esa creatividad. No desperdicies tu talento. Ve a la academia de Bellas Artes o algo. No sé. Pero tienes que hacer algo con tu vida, Nell. Prométemelo.

—Vale —digo.

Pero ¿qué? ¿Qué puedo hacer? Phil ha dicho en alto lo que lleva algún tiempo asomándose en silencio en mi cabeza. Me encantaría hacer algo más creativo. Ser alguien especial. Pero ¿cómo? ¿Por dónde podría empezar? Tengo obligaciones. Con Olly, con Petal. Y por si fuera poco, estamos sin un duro. ¿Cómo puedo ser tan egoísta y pensar solo en mí?

Capítulo 8

Esta noche es una ocasión excepcional. Olly y yo estamos juntos en la cama... solos. Petal está profundamente dormida en la habitación de al lado y por una vez hasta el perro se ha quedado en su cama.

Tenemos alquilada una casa adosada muy pequeña, con dos habitaciones arriba y dos abajo, pero hemos hecho todo lo posible para convertirla en nuestro hogar. El casero es muy tolerante con nuestro ecléctico estilo de decoración. Lo único que dice cuando ve que hemos hecho todavía más trabajos manuales es: «Solo aseguraos de que se queda todo blanco magnolia cuando os vayáis». No puede ser más justo.

El lado negativo es que la casa está en una transitada carretera principal y todas nuestras conversaciones tienen de fondo el estruendoso ruido del tráfico. El lado positivo es que está muy cerca del centro, como mucho a diez minutos a pie, lo que nos viene perfecto porque ni Olly ni yo conducimos. Olly en realidad ha aprobado el examen mientras que yo no. A veces conduce una furgoneta para sus amigos para sacar algo de dinero extra, pero no podemos permitirnos mantener un coche. Tenemos una descalabrada pero queridísima Vespa como nuestro único medio de transporte. No es muy práctica ahora que tenemos a Petal, porque no podemos llevar a una niña pequeña en el asiento de atrás de una moto, pero Olly la tiene desde que tenía diecinueve años y creo que preferiría arrancarse un brazo antes que deshacerse de ella. Insiste en que fue su impresionante pericia con la moto lo que hizo que me enamorase de él. Incluso ahora él y Petal se sientan y la pulen juntos durante horas sin parar. Me acurruco junto a Olly. Mi resplandeciente bolso nuevo está sobre el tocador y lo admiro a la luz de la luna, viendo cómo brilla con su infinidad de colores.

—Phil me ha dicho que debería hacer algo más con mi vida —le digo.

—¿Como qué?

—Me ha dicho que pruebe en la academia de Bellas Artes.

Olly hace un sonido de «mmm» en la oscuridad. ¿Es un «mmm» de sí o un «mmm» de no? No estoy segura.

—Entoooonces me he llevado a Petal a la academia esta tarde —continúo—. Solo para ver los cursos que ofrecen.

Noto a Olly incorporarse ligeramente.

—¿Te lo estás pensando en serio?

—En realidad no lo sé —admito—. Pero me ha hecho considerarlo. Tal vez no debiera pasarme la vida en una freiduría.

—Pero te encanta.

—Sí —asiento—. Pero quizá podría gustarme aún más otra cosa. —No tengo palabras para expresar lo orgullosa que estoy de la transformación de la freiduría. Ha salido mucho mejor de lo que esperaba. Si puedo hacer algo así en un fin de semana con un presupuesto reducido, ¿qué más podría conseguir si de verdad me lo propusiera? Esperaba que Olly lo entendiera—. Quizá podría intentar lograr algo, ser un mejor ejemplo para Petal.

—Mmm. —Ese sonido otra vez

—Los dos deberíamos intentar hacer algo más. Construir una vida mejor.

—Nos va bien.

—No —le recuerdo—. En realidad no. Apenas podemos llegar a fin de mes. —Desde luego que no nos da para lujos—. No puedes querer pasar el resto de tu vida en una fábrica de pizzas.

—La verdad es que nunca lo he pensado —admite Olly.

—Bien, pues yo sí y quiero hacer algo al respecto. La academia tiene un curso de introducción al Arte y el Diseño que empieza en un par de semanas. Ya he hablado con los responsables de admisiones y les quedan unas cuantas plazas.

Olly se incorpora de repente y enciende la lámpara de noche.

—¿Estás de broma?

—No.

—¿Cuánto cuesta?

Esta es la parte difícil. Glup.

—Casi dos mil quinientas incluyendo el material y las tasas del examen.

—Guau.

Y tanto que guau. Como con el precio del bolso, es como si hubiese dicho un millón de libras. Ahora que lo he soltado, me apresuro.

—Dan artes visuales, moda, tejidos, fotografía y técnicas de estampado.

Confieso que no he sido capaz de dejar de mirar el folleto desde que lo cogí.

—¿Y qué consigues al terminar? ¿Tiene muchas salidas?

—No lo sé.

—Dos mil quinientas libras es un montón de dinero para un «no lo sé».

Eso sí que lo sé.

Olly suspira.

—Es que no tenemos tanto dinero, Nell. ¿Cómo lo haríamos? ¿Tendrías que dejar tu trabajo?

—Puede que aún pudiese hacer algunos turnos. Estoy segura de que Phil me ayudaría todo lo que pudiese. Después de todo ha sido él el que me ha puesto esta idea en la cabeza. —O, para ser exactos, el que le ha dado voz.

—Guau —vuelve a decir Olly mientras se pasa las manos por el pelo—. Has estado pensando mucho en esto.

—Sí —admito—. Así es.

Me rodea con el brazo y me acerca a él.

—Tal vez el año que viene —dice—. Podemos ahorrar. Yo puedo hacer algo de trabajo extra.

Le miro fijamente.

—¿Lo dices en serio?

—Si es lo que quieres hacer. No hay forma de que podamos conseguir ese dinero en las próximas semanas, pero deberíamos poder hacerlo en un año.

Ignoro la irritante vocecita en mi cabeza que dice «¿cómo?». Nunca hemos tenido suficiente dinero como para ahorrar nada. ¿Qué va a cambiar a partir de ahora? En lugar de seguir cuestionándolo, le beso fuerte. Le gusta la idea de que haga este curso y eso es suficiente por ahora.

—Te quiero.

—Mmm —murmura y se inclina hacia mí—. ¿Cuánto me quieres?

—Mucho, mucho, mucho —digo con mi mejor voz seductora mientras me acomodo debajo de él.

Mi amado me besa por la garganta con ternura.

Entonces la puerta de nuestro dormitorio se abre de par en par.

—No puedo dormir —anuncia Petal.

—¡Ahora no, Petalmeister! —grita Olly.

Impasible tras haber interrumpido los intentos fallidos de romanticismo de sus padres, nuestra hija entra bruscamente.

—Hay un monstruo en mi armario y está comiendo patatas. Muy fuerte.

Olly suspira, se aparta rodando de mí y se deja caer de nuevo en la cama mientras que yo me aguanto la risa. Cualquier atisbo de pasión que hubiésemos tenido se desvanece.

—Necesito meterme en la cama con vosotros. Ahora. —Petal salta a la cama y se abre paso entre nosotros. Cuando nos ha apartado a los dos a empujones, se acomoda en medio. Para ser una persona tan pequeña ocupa un montón de espacio.

El perro, que se siente claramente desplazado, se ha liberado de los confines de la cocina y sube las escaleras a toda pastilla y salta también a la cama.

—¡Oh, Dude!

Petal no tiene muchas papeletas para tener un hermanito o una hermanita si las cosas siguen así.

En un tono cansado, Olly pregunta:

—¿Crees que podrías con los estudios y el trabajo y esto?

Mientras intento apartar el codo de Petal de mis costillas y mover la pierna para que el perro no me haga cosquillas, creo que sí podría. Si de verdad me lo propusiera.

Capítulo 9

Trabajo sin descanso durante cuatro horas en Live and Let Fry. La cola nunca es de menos de diez personas. Soy una máquina expendedora de patatas.

Tengo suerte de que mis ojos hayan aguantado abiertos. Petal debe ser la niña más inquieta de la cristiandad. No creo que ni Olly ni yo hayamos dormido más de un par de horas. Tiene los codos afilados y las rodillas afiladas y los utiliza de manera eficaz para conseguir más espacio. Oh, las maravillas de la paternidad. Lo único bueno es que no se tira tantos pedos como el perro.

En la freiduría cerramos las puertas a las cuatro, nuestro nuevo horario hasta que Phil pueda encontrar un empleado extra para llegar hasta las seis cuando normalmente empieza el turno de tarde.

Sentada en una de las mesas recién pintadas, me tomo la taza de té que tanto necesito y una ración pequeña de patatas. Phil viene y se sienta frente a mí con lo mismo.

—Aún no me puedo creer lo fantástico que ha quedado este lugar —dice—. Gracias, Nell.

—No empieces otra vez —bromeo—. Vas a hacer que se me suba a la cabeza y ya no quiera trabajar aquí.

Le pone dos cucharadas de azúcar a su té, a pesar de que Constance siempre le está dando la lata para que lo recorte.

—¿Has pensado en lo que te dije? —pregunta con un aire demasiado informal—. ¿Sobre la academia de Bellas Artes o algo?

—Sí. —Eso hace que salte en el asiento sorprendido—. Fui a la academia y cogí un folleto de sus cursos.

—¿Sí? —Phil ahora parece bastante satisfecho consigo mismo—. ¿Algo interesante?

Saco el folleto del bolsillo, lo abro por la página más manoseada y se lo paso.

—Me gustaría hacer un curso de introducción al Arte y el Diseño —confieso—. Lo he comentado con Olly y cree que podríamos permitírnoslo. No este año, claro, pero quizá sí el que viene.

Phil frunce el ceño.

—Son dos mil quinientas, Phil. No tenemos tanto dinero a mano. —Honestamente, ni siquiera tenemos dos libras y media a mano—. El curso de este año comienza en dos semanas, es demasiado pronto. Pero ahora que tengo un plan, podemos empezar a ahorrar.

—Deja que te preste el dinero.

—No. —Descarto la sugerencia agitando la mano—. No puedes hacer eso.

—Sí que puedo. —Phil pone la mano sobre la mía.

—¿Cómo conseguirías el dinero?

—Mira este lugar —dice—. Los ingresos aumentan cada semana. Puedo arreglármelas.

Me muerdo las uñas con nerviosismo.

—No desperdicies otro año, Nell. Hazlo ahora que estás decidida. Espera un año y encontrarás razones de todo tipo para no hacerlo. Coge el toro por los cuernos. Ahora.

—Solo les quedaban dos plazas cuando hablé con ellos. Puede que ya las hayan ocupado.

Constance y Jenny vienen y se sientan con nosotros. Constance suspira y se quita los zapatos a patadas con un suspiro de agradecimiento.

—Apuesto a que ni siquiera el jodido Ronald McDonald está tan ocupado como nosotros.

Phil sonríe.

—Le estaba diciendo a Nell que debería ir a la academia de Bellas Artes.

—Guau, Nell —dice Jenny—. Eso sería genial.

—Cuesta una aterradora cantidad de dinero —señalo.

—Pero te sacaría de aquí. Sin ánimo de ofender, Phil —añade apresurada.

Phil pone los ojos en blanco.

—No me ofende.

—Te mereces que te vaya bien, chica —añade Constance—. Mira este lugar, lo que puedes hacer. Ya no puedes llamarlo vertedero, Jen. Es como un palacio. —Mi amiga roba una de las patatas del jefe—. Phil tiene razón, querida. Tienes verdadero talento. No lo desperdicies aquí.