Trabajo sucio - Larry Brown - E-Book

Trabajo sucio E-Book

Larry Brown

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Trabajo sucio es la primera novela de Larry Brown, la historia de dos hombres, dos extraños, uno negro y otro blanco. Ambos nacieron y se criaron en los duros campos de Mississippi. Ambos combatieron en Vietnam y ambos regresaron a casa de milagro heridos de gravedad. Hoy, veintidós años después del retiro de las tropas, los dos hombres, o lo que queda de ellos, ocupan camas adyacentes de un remoto hospital de veteranos. Cuentan con un buen alijo oculto de cervezas y marihuana y, a lo largo de toda una jornada, se lanzan a rememorar sus dolorosas experiencias. En el proceso cada uno se verá irrevocablemente tocado y transformado por la vida del otro. Con asombrosa clarividencia, humor y coraje, Larry Brown escribe sobre el triunfo de la compasión y la ternura en medio del horror y los despojos de la guerra. «Jamás ha existido una novela bélica del calibre de Trabajo sucio de Larry Brown.» The New York Times «Un libro maravilloso… los diálogos rápidos e intuitivos de Brown estallan como una mina antipersona y dejan al lector atontado por el impacto.» The Kansas City Star «Un desgarrador cruce entre Alguien voló sobre el nido del cuco y Johnny cogió su fusil.» The Cleveland Plain Dealer

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LARRY BROWN nació en 1951 en Yocona, Mississippi, cerca de Oxford, en pleno condado de Yoknapatawpha, territorio de los indios chickasaw, bajo la sombra cansina e insorteable de William Faulkner. Antes de entrar a formar parte del cuerpo de bomberos, sirvió un par de años en los marines y se ganó la vida como pintor, limpiador de alfombras, leñador y carpintero. En 1990 decidió dedicarse por entero a la literatura. Para entonces ya había escrito alrededor de cien relatos, cinco novelas y una obra de teatro que, en su mayor parte, acabaron en el cubo de la basura. Su obra, galardonada con numerosos premios, es un fiel reflejo del Sur profundo. Un crisol de vidas solitarias caracterizadas por el alcoholismo, la pobreza y la desesperación. Falleció a causa de un ataque al corazón en noviembre de 2004. Bebía, pescaba y odiaba las ciudades. Nunca consiguió un bestseller. No obstante, Harry Crews lo tuvo claro desde el principio (nosotros también): «Escriba lo que escriba, lo leeré».

TRABAJO SUCIO

TRABAJO SUCIO

Larry Brown

Traducción Javier Lucini

 

 

 

Título original:Dirty Work

Algonquin Books of Chapel Hill, North Carolina, 1989A division of Workman Publising, New York

Primera edición:Junio 2015

© Mary Annie Brown, 1989© 2015 de la traducción: Javier Lucini© 2015 de esta edición: Dirty Works S.L.Asturias, 33 - 08012 Barcelonawww.dirtyworkseditorial.com

Diseño y maquetación: Rosa van Wyk y Nacho ReigIlustración: Iban Sainz Jaio

Desde Dirty Works queremos darle las gracias, por la ayuda, la inspiración y el entusiasmo, a Servando Rocha, un auténtico caballero sureño.

Así mismo, el traductor desea expresar su agradecimiento a Tomás González Cobos, por su ojo crítico y sus buenos consejos; gracias, Tom.

ISBN: 978-84-121128-9-4Producción del ePub: booqlab

 

 

 

Para papá, que sabe lo que la Guerra les hace a los hombres.

 

 

 

Este es el viaje que emprendí aquel día, el día que trajeron a Walter. Esto es lo que podrían haber sido las cosas de no haberse presentado aquellos traficantes de esclavos hace cerca de trescientos años. Si la historia hubiese sido distinta. Si yo hubiese vivido en África y tenido un hijo y sido el rey de mi país:

Muchacho, baja al río. Hazte con una lanza y llévate un poco de cecina de impala, búscate un hormiguero, tiéndete ahí y guarda silencio. Y no me importa cuántos bichos te muerdan el culo, mantente quieto y escucha. Y ten los ojos bien abiertos, no te vayas a dormir.

No pienso salir con esas cosas ahí fuera, papá. Esas cosas me devorarán.

Ahora mismo lo que están devorando son mis vacas. Así es que quiero que bajes al río y te pongas a vigilar. Esos leones ya han comido demasiada carne mía. No puedo perder más vacas. Se piensan que lo único que tienen que hacer es acercarse por aquí y quitarme una cada vez que se les antoja. Hay que darles una lección.

¿Y en qué clase de lección estás pensando?

Escúchame bien. Cuando yo tenía tu edad salí y me maté un león. Lo abatí. Hice que me atacara. Se la hundí en la garganta y lo maté.

Bah, siempre me estás contando lo que hiciste cuando tenías mi edad. Yo nunca te he visto clavarle una lanza a uno.

No tengo por qué. Ya clavé la mía. Tú aún no has clavado la tuya. Y tienes que clavar la tuya antes de que te hagas con una de esas vírgenes. ¿Lo entiendes? Tienes que clavársela a uno de esos antes de clavársela a una de esas.

Bueno, ¿y qué si no lo hago?

¿Si no haces qué?

¿Si no se la clavo a una de esas sin habérsela clavado antes a uno de esos? ¿Qué me van a hacer, eh?

¿Qué te van a hacer? Te van a llevar hasta allí y te van a poner en ese pequeño corral y te van a convertir en una mujer.

¿Y cómo van a hacer eso?

Con un cuchillo.

¿Qué?

Como lo oyes. Así que vamos. Baja ahí ahora mismo y ponte a vigilar las vacas.

¿Y si veo a uno? ¿Qué hago entonces?

Lo matas.

¿Lo mato? ¿Con esto?

Con eso. La misma que utilicé yo.

Oh, vamos. ¿Esta cosa vieja y oxidada?

No estaría oxidada si te hubieses ocupado de limpiarla. Ahí has dado en el clavo. Nunca estuvo oxidada. La razón por la que ahora está oxidada es que la has estado dejando tirada en el barro. Y cuando uno de esos malditos leones te esté mordiendo el trasero desearás haberla mantenido bien afilada.

Esas cosas no me van a perseguir. No es a mí a quien acechan. Van detrás de esas vacas. A mí no me quieren.

¿Cómo sabes qué andan acechando? ¿Cómo sabes que no andan acechando carne fácil?

¿Carne fácil? ¿Qué quieres decir con eso de carne fácil?

Quiero decir que tú vas a ser más fácil de cazar que cualquiera de esas vacas. El león es listo. El león no va a correr ningún riesgo a no ser que se le cabree. Va a quedarse ahí quieto y va a observarlo todo antes de decidirse. No va a lanzarse contra un toro joven y fuerte con cuernos. No, no. Lo que quiere es una vaca vieja, lenta y gorda, que no pueda hacerle daño. O un niño pequeño y gordo que nunca ha hecho nada más arduo con la lanza de su padre que lanzarla una y otra vez contra el barro. Crees que estoy de broma, pero no. El león es silencioso. Se lanza sobre ti antes de que te des cuenta. Se lanza sobre ti aunque estés despierto. Va avanzando paso a paso por el polvo con esas zarpas suyas. Del mismo color que el pasto. Si no vigilas tu espalda, ahí mismo estará. Le bastará con morderte una vez la cabeza y sanseacabó. Una vez vi a uno sacar de un zarpazo a un jabalí de una madriguera. Un viejo león enorme. Con una melena enorme y negra. Tenían ese hoyo al que corrían a refugiarse en esta orilla. El viejo león ni se alteró. No hizo más que quedarse tan tranquilo en la parte superior de la orilla. Se puso a esperar, ¿entiendes? Quería carne fácil. El viejo león se quedó ahí tan campante. Parecía como si estuviera pensando en echarse una siestecita. Ni siquiera estaba prestando atención. Sabía que los jabalíes no aguantarían. Sabía que tarde o temprano uno de ellos asomaría la cabeza para ver si ya se había ido. Así es que se limitó a quedarse ahí fuera, tendido. Y en seguida uno de esos viejos jabalíes asomó el hocico. Se puso a husmear por ahí fuera. No hay cosa más tonta que un cerdo. El viejo león estaba ahí tendido, mirándole. Se levantó sobre su vientre y se dispuso a entrar en acción. El viejo jabalí sacó un poco más la cabeza y el viejo león fue avanzando la zarpa en su dirección de un modo casi imperceptible. El jabalí estaba husmeando los alrededores pero solo miraba hacia arriba. Le llevó como un minuto decidirse que todo estaba en orden, que el viejo león se había largado. Sacó toda la cabeza del hoyo y el león aquel lanzó la pata, le enganchó con la garra por debajo del mentón y sacó su culo de allí a una velocidad de vértigo. El viejo jabalí no debía pesar más de ciento ochenta kilos. Pero ahí acabó la cosa. Y eso es lo que te estoy diciendo. Contigo será igual, solo que mucho más fácil. Tú ni siquiera tienes colmillos. Lo único que tienes es una lanza. Y te va a venir uno de esos y vas a tratar de hundírsela en la garganta, pero no está afilada y no va a quedar ni el menor rastro de ti cuando me toque salir a buscarte, salvo quizá un pie. Así que ahora vas a hacer lo que yo te diga. Vas a coger esa roca y vas a limpiar esa lanza y le vas a dejar una buena punta y vas a bajar a la orilla y vas a vigilarme las vacas. Ve, ahora. No quiero oír ni una palabra más. ¿Cómo te piensas que vas a llegar a ser rey un día de estos? ¿Cómo vas a dar órdenes si nunca has tenido que acatar una?

No parecía gran cosa cuando le trajeron. Yo regresé cuando le trajeron, abandoné mi viaje. No se ve mucha sangre nueva por aquí. Lo tenían amarrado con correas a una camilla. Lo tenían noqueado. El pelo le tapaba los ojos. Pero aun así pude verle la cara. La mayor parte se la habían volado y estaban intentando recomponérsela. Probablemente una RPG. Granada propulsada por cohete. Por si eso fuera poco, parecía como si alguien le hubiese dado una paliza. Estaba lleno de costras. El caso es que cuando le vendaron junto a mí pude ver la carga de mierda que le había caído encima. Todo el mundo lleva una carga encima. Solo que unos cargan más que otros. Me quedé ahí tumbado mirándole. No alcanzaba a comprender por qué no le había visto antes. No sabía si eso era lo que me inquietaba de él. Aparte de su rostro, no había nada más. Conservaba todos los dedos de las manos y de los pies. Pensé que quizá le estaban sujetando para la caja acolchada. Aunque le quitaron las correas. Le sacaron de la camilla y le pusieron sobre una cama. No llevaba nada enganchado. Le mirabas y pensabas que estaba muerto. Se las vieron negras para moverle porque era un tipo enorme. Debía pesar cerca de ciento diez kilos.

Los muchachos que lo trajeron dijeron: Te hemos traído compañía, Braiden.

Yo dije: Mal de muchos, consuelo de tontos.

Hice lo más inteligente. Me desperté antes de abrir los ojos. Me limité a quedarme tendido, no me moví. No había margen para más errores. Así que me puse a escuchar. Me dije para mis adentros: Así sería la cosa si te hubieses quedado ciego.

Oscuridad total. Mi cabeza sobre una almohada. Una sábana por encima. Se me había ocurrido que me observaban para ver si estaba realmente dormido. Así que decidí engañarles. Decidí quedarme ahí tumbado con los ojos cerrados y no mover ni un solo músculo hasta saber exactamente dónde me hallaba y qué estaba sucediendo. Sabía que si me quedaba quieto el tiempo suficiente alguien vendría a atenderme. Vendrían a tomarme la tensión o el pulso. Pero no tendrían ni idea de que ya estaba despierto. Y si eran dos los que venían se pondrían a debatir acerca de mí. Eso era lo que yo esperaba: un debate sobre mí.

Era difícil mantener los ojos cerrados. Deseaba saber dónde me encontraba. Estaba claro que era un lugar diferente. Los sonidos eran diferentes. Se trataba de un sitio tranquilo, pero había una televisión encendida. Podía escuchar al gilipollas de no sé qué serie soltando sus chascarrillos y las risas enlatadas que le respondían. Mamá podía pasarse todo el santo día delante del televisor escuchando esa mierda. Sentarse, mecerse y ver la tele. Y el crujido de su vieja mecedora. Crujido y balanceo, balanceo y crujido. Todo el santo día y a veces hasta bien entrada la noche. Crujido, balanceo.

No me extraña que deseara morir. Si lo único que hiciese fuera ver un culebrón o una reposición de Dallas yo también estaría listo para la muerte.

Quienquiera que estuviese viendo la tele dondequiera que fuese no estaba viendo nada bueno. Lo más seguro es que me estuviesen viendo a mí. Y lo primero que tenía que hacer era averiguar si seguía amarrado sin que resultara obvio que ya estaba despierto.

Decidí hacer como si hubiese cinco neurocirujanos observándome. Me retorcí un poco. Les brindé ahí mismo un pequeño temblor de manos. Lo podían dejar pasar como efecto de una pesadilla. Podían decir: Está teniendo una pesadilla, tío. Observa su MOR.

No siento ninguna correa.

Estar ahí tendido de esa manera, tratando de engañarles en el caso de que realmente estuvieran ahí, me hizo recordar la segunda semana en Parris Island1 y en lo que llegó a hacer un tío para salir de allí. Una mañana no se levantó, sin más. Se quedó en su litera con los ojos cerrados y no respondió cuando encendieron las luces y se pusieron a lanzar los orinales por todas partes y a babear como una jauría de perros locos. Se quedó ahí sin más. En la litera de arriba. No movió ni un músculo cuando el instructor le acercó la boca a la oreja y le dijo: Bueno, querido. ¿No pudiste dormir lo suficiente anoche? Nadie más se manifestó. Nunca hablábamos donde pudieran oírnos. Escuchamos hasta la última palabra que le soltó.

Nos gustaría que te levantaras y que te vinieses a desayunar con nosotros.

No podemos dejarlo pasar y permitir que vayas cuando te convenga.

¿O deberíamos hacer que te traigan una bandeja y dejarte comer en la cama?

¿Eso te parecería bien, querido?

¿Qué sintió aquel tipo aquella mañana, allí tendido, con las luces encendidas, aquel instructor gritándole a la oreja, los ojos cerrados a cal y canto y todo el pelotón a la escucha, sabiendo que se lo iban a llevar y que no volvería a vernos jamás?

No tenía correas en las manos. Hinché el pecho todo lo que pude. Tampoco me lo habían amarrado con una de esas putas tiras de cuero.

No sé lo que debió sentir. Pero permaneció bloqueado de aquella manera hasta que vinieron dos del hospital de la armada, lo alzaron de la litera como si fuera un tablero y lo pusieron sobre una camilla, lo ataron con correas y se lo llevaron rodando por la puerta. En ningún momento se movió ni abrió los ojos. Jamás volvimos a verle. Probablemente lo mandaron de vuelta a casa con licencia deshonrosa. Pero eso fue hace mucho tiempo. Hace cerca de veinte putos años. Un hombre puede superar algo así en veinte años.

Quizá aquel tipo era más listo que yo. Pero no me gusta pensar en la inteligencia relacionada con el honor y el deber y toda esa mierda, así que lo dejo. Uno cumple o no cumple. Yo estaba del todo seguro de que no me habían amarrado. Pero no estaba preparado para abrir los ojos. Quería mantenerlos cerrados y pensar en Beth. Lo que quería era escuchar cómo se acercaba a mi cama y sentir sus manos sobre mi cuerpo.

Pero no podrían hablarme y decirme lo que había pasado si estaba dormido. Así que abrí los ojos. Ese fue mi primer error.

1 Base militar del Cuerpo de Marines ubicada en Carolina del Sur (N. del T.).

Sabía que no estaba dormido. Vi cómo se le crispaban las manos. Estaba ahí tendido escuchándolo todo, intentando determinar dónde estaba. Era el tío que la noche pasada jodió a los colegas de la tercera planta. David me lo contó. Y también él es bastante tocho. Así es que me puse a decirle algo. Pero quería ver cuánto tiempo iba a esperar. Quería ver hasta dónde llegaba su paciencia. Quería ver lo inteligente que era. Solo mirarle me hacía sonreír. Entonces ni siquiera quería evadirme a ninguna parte. En aquel momento tenía algo con lo que entretenerme, en lugar de esa televisión que dejan puesta a todas horas dando la tabarra con sus detergentes y sus duchas vaginales y no sé qué más. Y joder ahora con el viejo Rex que lleva veintisiete años comiéndose toda esa comida para perros, ha perdido todos los piños y tiene que aplastarla con las encías, pero eso para ti y para mí ascendería a ciento noventa y dos tacos. Mierda. Me pone enfermo escuchar todas esas gilipolleces. Tratan de venderte lo que sea, día y noche. Si no están azotándole el culo a algún bebé, están limpiando los retretes o encerando suelos o intentando venderte un televisor nuevo para que puedas seguir mirando sus mierdas. Quieren que te compres un disco de Slim Whitman. ¿Por qué no venden a los Temptations o a Jackie Wilson? Joder, ¿por qué no venden algo de Otis Redding?

Seguía ahí tendido como si estuviera sobando. No quería que nadie supiese que estaba despierto. Yo lo sabía, lo notaba. Había visto llegar toda clase de hombres. También había visto lo mucho que se les podían torcer las cosas. Un auténtico basural, este sitio. Te plantan aquí cuando no pueden hacer nada más contigo. Cuando nadie más te quiere, cuando tu familia no te quiere, cuando tu mamá se ha ido y no te queda nadie más a quien recurrir.

Este tío no encajaba. Salvo por su cara, para mí era como un rompecabezas. Claro que el mundo entero es para mí como un rompecabezas. ¿Por qué tiene que ser como es? No creo que el Señor pretendiese que fuera así en un principio. Creo que las cosas se le fueron de las manos.

Era un hermano y me estaba mirando. Estudiándome cuando abrí los ojos. Como si hubiera estado observándome un montón de tiempo solo para ver cuánto iba a durar. De alguna manera, sus ojos sonreían. Pero tuve que respirar bien hondo cuando vi el resto de su cuerpo.

No tenía brazos ni piernas, solo protuberancias. Como Johnny cogió su fusil.

Me guiñó un ojo, lenta y prolongadamente. Dijo: Eh, tío. ¿Qué pasa? Yo sacudí la cabeza. No tenía ni idea de lo que pasaba. Ni de lo que había pasado. Estaba un poco mareado y cuando traté de incorporarme sentí como que la cabeza me daba vueltas. Como si no tuviese el menor control sobre mi cabeza. Así es que volví a posarla en la almohada.

Me inyectaron no se qué mierda, evidentemente algo para calmarme y para que me comportase como un buen chico. Me pregunté si quizá no había sido un buen chico. Me pregunté si la había jodido. Lo más probable es que sí. Suelo hacerlo bastante a menudo. Por lo general, a diario. Así voy yo por la vida.

Sabía que tenía que quedarme tumbado hasta que la mierda se pasase, fuera lo que fuese. No estaba mal aquella droga. Una especie de agradable entumecimiento. Volví a mirar al tipo. Había girado la cabeza y me estaba observando. Tenía una mirada muy apacible. Nada hostil. Le pregunté si sabía qué clase de mierda me habían metido y me dijo que probablemente ketamina. Me detuve a pensarlo un segundo y, acto seguido, le dije que me apostaba a que eso podía hacer que tu viejo gato se pusiera a ronronear. Mi comentario le hizo sonreír, yo también sonreí. Me sentía un poco raro y como desconectado. Pero al mismo tiempo me pregunté cómo podía estar de tan buen rollo. Al final me dijo que me estaba tomando el pelo y que lo que me habían dado era algo para relajarme, ninguna mierda. Yo no sabía de qué hablaba y me dijo que había sido un mal chico y que no había querido seguir el programa.

Permanecí un rato ahí tendido tratando de imaginarme qué había hecho. No sabía si quería o no averiguarlo. Así es que no pregunté. Quiero decir que no pregunté eso. Lo que pregunté fue una auténtica lindeza. Que cuánto tiempo llevaba él así.

Me dijo que veintidós años.

Cerré los ojos. Intenté no concentrarme en él. Intenté concentrarme en mí, en mi situación, y traté de recordar todas las cosas que habían dicho todos los médicos. ¿Y si el tejido cicatrizante de la cabeza me provocaba convulsiones? ¿Cómo iban a saber que no podría vivir con eso el resto de mi vida? ¿Acaso la gente no superaba el cáncer? ¿No sobrevivía a infartos masivos y vivía tras sufrir terribles accidentes aéreos? Desde luego que sí. Y además la gente lo volvería a hacer. Solo porque estés sentenciado a muerte no significa que te tengas que morir. Todo depende de cada individuo. No todos estamos hechos de la misma pasta. Hay gente que puede superar cosas que otros no.

Estaba acojonado. Te despiertas en un sitio como este, un sitio que has estado tratando de evitar durante años, y no sabes qué ha ocurrido ni por qué estás ahí… resulta aterrador. Y estás solo. Eso es lo principal. Solo.

Al final abrí los ojos y le miré. Le dije que me llamaba Walter y que era de Mississippi. Él meneó la cabeza y sonrió, me dijo que él se llamaba Braiden Chaney y que era de Clarksdale. Dijo que había recolectado un montón de algodón allí abajo en Clarksdale. Y se disculpó por no poder estrecharme la mano.

No supe qué decir a eso. Así que me limité a mirar lo que quedaba de él. No podía despegar los ojos de aquellas cuatro protuberancias negras. Tenía la cabeza pelada como un huevo. Era como un bebé gigante tendido sobre una sábana. Pero no era un bebé. Tenía cuarenta y tantos.

Sabía que no tenía que haberme puesto a hablar con él. No quería hablar con nadie. Lo único que quería era volver a casa, lejos de aquí. Lejos de lo que entonces me imaginaba que debía ser un hospital de veteranos en algún lugar del Sur.

Pero sabía que no me quedaba otra que hablar con él. No había manera de evitarlo. Le conté que había vivido en London Hill y que en casa, hacía muchísimo tiempo, también plantábamos algodón. Le conté que yo mismo había sido un experto recolector de algodón, pero que ya no había mucha gente que lo cultivase.

Asintió con la cabeza y se mostró de acuerdo conmigo. Dijo que toda la gente que conocía se dedicaba ahora a cultivar esa cosa verde. Dijo: Esa mierda. Dijo: Tío, hay más dinero en esa mierda que el que pudieses contar con los dedos. Dijo que tenía unos amigos, y entonces los ojos empezaron a darle vueltas. Bajó la voz y me dijo que me iba a dar una cosa, pero que tendríamos que esperar a que oscureciera.

Yo no sabía si estaba de coña. Le pregunté si se refería a la mota. A la ganja. A la hierba loca.

Hará que te partas la caja, me dijo. En ese momento sonreía como un diablo. Pero solo tenía seis o siete dientes repartidos por la boca. Imaginé que alguien tendría que cepillárselos.

Después de eso dejamos de hablar un rato. Yo sabía que una cosa conduciría a otra. Siempre es así. Me pregunté qué le podía haber destrozado de aquella manera, pero lo sabía. Una ametralladora, o una mina. Qué diablos, lo mismo una Claymore. Puede que incluso una de nuestras propias Claymore. Les encantaba deslizarse hasta los centinelas que se quedaban dormidos con un bote de pintura blanca y pintar de blanco la parte frontal que decía: ESTE LADO HACIA EL ENEMIGO, luego le daban la vuelta y despertaban a los centinelas de tal manera que las activaban y les estallaba cerca de kilo y medio de metralla en las narices.

Pero no quería hablar de eso. Ni de cohetes, ametralladoras, granadas de fragmentación o latas de cerveza explosivas. Esas eran las últimas cosas del mundo sobre las que deseaba hablar. Simplemente me quedé ahí sin decir esta boca es mía durante un rato. Pero en ningún momento dejó de observarme.

Mi hombre no quería hablar, eso lo entendí. Genial. Por dentro lo más probable es que estuviese estremeciéndose como un gato cagando huesos de melocotón. Joder, venir aquí, despertarse graznando como un pato fuera del agua. No conocer a nadie. No creo siquiera que supiese que tenía toda la cara arañada. Alguien con uñas se había cebado con él de lo lindo. Daba esa impresión. Y seguro que por ser tan grande le habían metido tanta droga en el cuerpo que su mente aún no regía. Así es que consideré que lo mejor sería seguir tumbado y tener paciencia.

Claro que después de tanto tiempo la vieja paciencia no resulta fácil. La vieja paciencia se va volando por la ventana después de tanto tiempo. Siempre aquí tumbado y aquí tumbado y aquí tumbado. Ver todos esos chochitos en la tele. Miss América. «Days Of Our Lives».2

Oh, Lance, por favor ¿podrías acercarte un momento y volver a inhalar mis magníficos pechos?

Oh, Lance, creo que me estás llevando al borde de un tremendo organismo. Sí. Oh, Lance, cariño, oh, oh, oh, ¡no me metas ese tubérculo!

Toma un poco de mi hueso del amor.

¡Espera un momento, Lance!

Sabes que lo has estado pidiendo a gritos.

Lance, aparta ahora mismo esa cosa de mí, eso es un arma. Vamos a hablarlo.

Hostia. No necesito eso. Solo pensarlo lleva demasiado tiempo. Tengo que inventarme algo como un programa de radio. Y emitir todas las noches. Estar en la FM y ser una voz en medio de las lucecitas azules. Estaría bien hacer algo para niños. Uno de esos programas de última hora que pudieran escuchar los niños antes de irse a la cama. Con los pijamas puestos y todo eso. Sombreros de cowboy. Me encantaría tener unos críos. Bebecitos desnudos que pudieras enjabonar en la bañera y todo eso. Te harían tan feliz que no sabrías ni qué hacer. Culitos negros correteando por toda la casa. Me pregunto si el Señor hizo al hombre negro a medianoche. Sabemos que Tú nos amas. Nosotros también te amamos. Y lo hacemos desde hace seis, siete mil años… pero lo mismo da, ¿no? En un futuro lejano va a estar todo el mundo tan mezclado que vamos a ser todos del mismo color, ¿a que sí? ¿Por qué no me has traído a este mundo cinco o seis mil años más tarde? Para entonces es posible que ya no tengan ni armas. Y yo podría agenciarme una lechera de Hamburgo que tenga una decimosexta parte polinesia y un tío en Nueva York con un hermano judío. No, ya lo sé, no puede ser. Quieres tenernos a todos separaditos. ¿Pero cómo es que no hay ni una sola palabra malsonante en el lenguaje de los negros para referirse a los blancos como la hay en el de los blancos para referirse a nosotros? ¿Por qué en su día no nos paramos a pensar un buen puñado de esas palabras en lugar de ponernos a recolectar todo su condenado algodón? Hemos perdido cerca de doscientos años recolectando el puto algodón.

Lo sé. Soy un pecador. Tengo pensamientos lascivos a cada momento. Porque lo echan por la tele. Bob Barker sale todo el rato con esas chicas. ¿Quién es esa… esa Janet Pennerton? No, la otra. La lánguida. Está buenísima. Una de ellas acaba de tener un bebé y ya no está tan buena. ¿Qué he hecho con el National Enquirer en el que salía esa foto suya? Nunca acabé de leer el relato sobre aquel niñito del espacio que entraba por la ventana de la gente y viajaba con dos cachorrillos de perros espaciales que iban con escafandras pero llevaban el ojete al aire. Joder, se lo han llevado hasta allí. A la otra punta de la habitación. Supongo que las malditas enfermeras han debido estar leyéndolo. Bueno, a la mierda. No os cortéis. Divertíos. Todo para vosotras. Buaaa. Buaaa. Bua.

Muy bien, hijoputa, ¿dónde está el maldito disco de Percy Sledge? Me estoy empezando a cansar de esta mierda. ¿Vais a dar ya los dos millones de dólares o vais a poner la puta película? Joder, esa ya la he visto tres veces. Es la del tío que mete a todos esos niños en una barca y se cruza a remo el Océano Pacífico con solo dos galletas saladas rancias para llevarse a la boca en toda la travesía. No quiero volver a ver esa mierda. Es tan mala como esa que pusieron la otra noche sobre el tío que tenía una enfermedad rarísima, una de esas películas de enfermedades raras. ¿Por qué no ponéis algo bueno? Tengo que ver a una señora blanca de culo gordo intentando ganarse un coche o lo que sea. Un viaje a México. No se os ocurrirá poner nada que esté a la altura de Humphrey Bogart haciendo girar en su mano esas pequeñas bolas de acero. El viejo Humphrey sabía cómo arreglárselas con las condenadas mujeres. Las tenía todas a sus pies. Era muy galán y muy elegante con ellas. Me gustó esa en la que llevaba a la vieja Katherine Hepburn en aquella barca y se llenaba de sanguijuelas y le entraba el tembleque cada vez que ella le arrancaba una. Ya no hacen películas como esa. Si esos cabrones marginados que están ahí a la espera de ser reasignados tuvieran algo de cultura se podría poner algo de National Geographic o alguna otra cosa educativa. En cualquier caso, ¿de qué va toda esa mierda de que si pinta en esto, que si llevo picas, que si otra mano? Me saca de quicio veros ahí dándole al póker como si fueseis unos jugadores de la hostia apostando cuatro perras gordas. Acercaos alguna vez por aquí si queréis saber lo que es jugar de verdad. Es posible que no pueda manejarme solito, pero bien sabe Dios que os puedo dar una lección si alguien me sostiene las cartas. Tengo la pasta. No. No os podéis comunicar conmigo. No estáis atascados aquí. Lo único que hacéis es venir por el día a hacer un montón de ruido y joderme la sesión de cine. Lo que pasa es que habéis fumado demasiada mierda, o habéis tenido un accidente con el coche a causa de no sé qué mierda a la que os enganchasteis al otro lado del charco y de la que todavía seguís colgados. Yo nunca fumé esa mierda porque hubiese que hacerlo. Vosotros no sabéis lo que es. El miedo. Te ayuda a andarte con mucho ojo. Sabes que en cualquier momento te pueden volar el trasero, así es que eliges tener los sentidos bien alerta. Cuando ese cable trampa es fino como un pelo y estás de rodillas y todos los que tienes a tu espalda están intentando guardar silencio y permanecer invisibles en la oscuridad, y no van a dar un solo paso hasta que tú les digas que los siguientes quince centímetros están despejados…

Muchachos, no tenéis ni puta idea de lo que es eso. Ninguno de vosotros se ha criado con la amenaza de una guerra. Por aquel entonces estaban llamando a filas. Uno no se preocupaba de los chochitos. Lo que te preocupaba era tener que ir a la guerra y que te volaran el trasero. Sobre todo si tu culo era negro, como el mío. Sí. Oh, sí, ya lo sé, a todos os tocó cumplir el servicio militar. Pero nunca tuvisteis esa amenaza sobre vuestras cabezas. Mi madre, oh Señor, cómo lloró, daba por descontado que iba a pasarme algo horrible. Jamás volvería a ver a su niñito. Se arrodillaba y te rogaba que no me llevasen. No podía soportar verme partir. Cuanto más se aproximaba el momento, más lloraba. Todas las noches.

¿Qué se pensaba? ¿Qué se creía? ¿Que te ibas a interponer entre su bebé y el gobierno de Estados Unidos? Rezó lo bastante como para que así fuera, ¿no crees? Nunca vi a una mujer tan desconsolada. Entonces yo tenía un aspecto estupendo, ¿verdad, Señor? Cien kilos de pura sangre, hueso y músculo. Aquella anciana me crió a base de guisantes y bollos. Eso es lo que me daba de comer cuando iba a su casa. Me decía que comiera. La última vez que fui me acuerdo que estaba tumbado en mi cama y me desperté antes del amanecer. La luz de la cocina estaba encendida y pude oler los bollos dorándose en el horno. No era más que una chabola vieja y pequeña. Iba a construirle algo mejor más adelante. Me levanté, totalmente despierto. Ese mismo día tenía que irme. Tenía que embarcar en un avión que salía de Memphis, y recibir instrucción y armas de fuego antes de saltar. Lo que llamábamos dar el salto. Dar el salto fuera de este mundo. Tenía todo eso en la cabeza y me desperté en casa de mi madre que estaba haciéndome bollos para desayunar. Todas las mañanas el mismo aroma. Siempre el mismo aroma. Nunca tuvo que venir a despertarme. No hacía falta. Los bollos se encargaban de hacerlo. Le oía decirle a la gente: Ese muchacho puede oler esos bollos cuando duerme y en cuanto los huele se despierta. Mamá era muy buena conmigo.

Estaba allí tumbado aquella mañana. Tenía el uniforme colgado ahí mismo. Un soldado de la nación más poderosa del mundo. Y en lo único que podía pensar era: ¿Por qué?, ya sabes, ¿Por qué? Ni siquiera era capaz de comprender de qué iba la cosa. Tenía que ir porque era mi deber. Estoy seguro de que la mayoría fue sin comprender de qué iba la cosa. Solo fueron porque era su deber. Es mi país y voy a luchar por él. El sentimiento por Dios y la Patria era fuerte, muchachos, escuchadme bien. Todos nuestros padres estuvieron en la Segunda Guerra Mundial. Bueno, digamos que la mayoría de nuestros padres. Y ahora nos cuentan que nunca volveremos a entrar en una como aquella. Aquella nos dio una lección. No volveremos a meternos en guerras inútiles. Hasta que nos metimos de lleno en la de Oriente Medio. O en la de Nicaragua.

No hace falta que te den una lección de guerra, les basta con bombardearte como en Pearl Harbor o algo así. Después solo te queda devolvérsela y bombardearles como si no hubiera Dios, y luchar, y matar a un montonazo de gente y, al final, no conseguir otra puta cosa que arruinar la economía de tu país cuarenta años más tarde.

Todo eso me da por culo. El mundo va cada vez peor. Una vez hubo un tío que pudo haberlo parado. Por supuesto, tuvieron que matarle. Y después las cosas se fueron a la mierda. No tengo ni idea de por qué quieren ver esa mierda de «The Love Connection»3