17 cimas - Héctor Oliva - E-Book

17 cimas E-Book

Héctor Oliva

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Beschreibung

Héctor Oliva nos ofrece 17 historias magistrales muy entretenidas. Porque, aun siendo un libro sobre montañas, este libro va más allá del montañismo. El autor nos toma de la mano y nos lleva de excursión por los rincones de nuestra geografía, y mientras se encarama a cada una de las cumbres, nos transporta a otras épocas y otras dimensiones. Y así, a la vez que subimos montes, nos trasladamos a los años en que el wolframio convirtió las montañas gallegas en la clave de la Segunda Guerra Mundial; nos retrotraemos a los días en que las Alpujarras fueron el último reducto de Al-Andalus; y recuperamos las historias de los pasos de montaña y de las viejas hospederías del Pirineo.

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Héctor Oliva

17 cimas

Viaje a la cumbre más alta de cada comunidad

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para descargar los tracks de las 17 ascensiones ir a: http://17cimas.librooks.es

Héctor Oliva

17 cimas

Viaje a la cumbre más alta de cada comunidad

 

17 cimas

Viaje a la cumbre más alta de cada comunidad

Primera edición: Barcelona, abril de 2013

Edición epub: enero 2023

© Héctor Oliva

Autor representado por Silvia Bastos, S.L. Agencia Literaria

© De esta edición:

LIBROOKS BARCELONA, S.L.L.

Bailén 95, 1º 1ª - 08009 Barcelona

Tel. +34 93 184 09 60

www.librooks.es

Dirección editorial: Cèlia Pujals

Diseño y maquetación: Quim Gual, Blank Estudi

Foto de cubierta © Tomás Suárez

Vista hacia poniente desde la cumbre de Torrecerredo, en Picos de Europa

Fuente de los mapas topográficos: Instituto Geográfico Nacional

ISBN: 978-84-126415-9-2

Producción del ePub: booqlab

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor.

Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, Ministerio de Cultura y Deporte Financiado por la Unión Europea-Next Generation EU

 

 

 

 

 

A Carme Ocaña, resbalada, deslizada, herida y renacida en el glaciar del Aneto.

 

A todas las personas que me han acompañado a alguna o algunas de estas diecisiete cimas, porque en estos tiempos líquidos quizá solo la montaña es capaz de dar a la amistad la solidez de la roca:Claudia Acevedo (¡siete techos!), Iñigo Aranburu, Fernando Conchello, Jordi Honey, Santi Sobrequés, Xavi Valldeperas, Gartzen Martínez, Miren Elósegui, Quiliano Jaraíz, Mònica Coll, José Ramón Pasalodos, José Antonio Lozano (Polas), Tomás González y Carlos Chamoso.

 

 

 

 

 

Hagas lo que hagas, ámalo,como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño.

Alfredo a Totó, en la estación de GiancaldoCinema Paradiso

 

¡La puta! ¡Que vale la pena estar vivo!

Héctor Alterio, rodeado de montañas, tras lograr su objetivoCaballos salvajes

Sumario

Prólogo

Edurne Pasaban

Introducción

Un país en 3D

Pequeñas aclaraciones sobre los datos

Puigmajor. Illes Balears

La montaña de Eisenhower

Pica d’Estats. Catalunya

La montaña concurrida

Aneto. Aragón

La montaña de hielo

Mesa Tres Reyes. Navarra

La montaña fronteriza

Alto de las Barracas. Comunitat Valenciana

La montaña aislada

Macizo de Revolcadores. Murcia

La montaña confusa

Aitxuri. Euskadi

La montaña blanca

San Lorenzo. La Rioja

La montaña del viento

Mulhacén. Andalucía

La montaña árabe

Pico del Lobo. Castilla-La Mancha

La montaña que brilla

Peñalara. Madrid

La montaña real

Torre Blanca. Cantabria

La montaña de Cabaña Verónica

Torrecerredo. Asturias

La montaña vertical

Almanzor. Castilla y León

La montaña del circo

Calvitero / Torreón. Extremadura

La montaña de los cerezos

Peña Trevinca. Galicia

La montaña del wólfram

Teide. Canarias

La montaña de fuego

Picos de Europa

Prólogo

Edurne Pasaban

Cuando leí la introducción de 17 cimas inmediatamente me sentí reflejada. En un montón de cosas. Héctor dice que el nuestro es un país de montañas. Yo siempre lo he vivido así. Desde pequeña disfruto paseando por la playa, y entonces y también ahora, de mayor, siempre tengo la sensación de que toda nuestra tierra es una montaña que surge del mar. Así lo vivía yo de niña, en Tolosa, un lugar en el que mires donde mires te encuentras rodeada de cumbres. Quizá pequeñas, pero cumbres al fin y al cabo. Esas cimas te servían para orientarte, para saber dónde estabas. Y aún hoy sigo sintiendo que las montañas te sirven para saber dónde estás. En mi caso, con el tiempo, me han servido para mucho más. No solo para saber dónde estoy, sino para saber quién soy.

Ese regalo que me han hecho las grandes cumbres del mundo —remotas e inhóspitas— lo hacen también las montañas que nos rodean —cotidianas y familiares—. Unas y otras nos sirven para descubrirnos a nosotros mismos, para conocernos mejor y para encontrar cierta armonía con el mundo. Porque en definitiva eso son las montañas: son el mundo, la realidad, la naturaleza. Y en contacto con ellas, descubriéndolas, descubrimos nuestra identidad, nuestro modo de ser.

Suelo decir que lo que siento por las montañas es amor. Y hay a quien le suena extraño. Pero no lo puedo esconder, porque en realidad es así. En las montañas me encuentro feliz y me siento viva. Estoy segura de que podréis encontrar esa sensación en cada una de las 17 cumbres que este libro propone. Y no solo en ellas, sino en todas las montañas que nos rodean. Hay que ir al monte. Y, como Héctor hace en sus excursiones, no ir únicamente para ascender a la cima, sino también para pasear, conocer, observar, saborear… Para vivir, al fin y al cabo. Para eso está el monte ahí, esperando. Mientras yo escribo esto, mientras tú lo lees, las montañas están ahí, abiertas al cielo y al viento, libres, esperando a que las caminemos.

Estoy segura de que disfrutarás este libro, porque hay en él mucho sentimiento y mucho conocimiento. Pero, sobre todo, espero que disfrutes del monte y encuentres en él la felicidad que a mí me ha dado. Ve a buscarla y disfrútala.

El Teide desde los Roques de García

Un país en 3D

Vendimos España como un país de sol y playa y el problema es que nos lo terminamos creyendo. Porque en realidad era solo un truco para que los turistas vinieran a tostarse por delante y por detrás. Y en cambio, más que un país de sol y playa, somos, sobre todo, un país de sol y montaña. Porque si hay algo que nos distingue del resto de Europa es precisamente nuestra orografía. Playas las hay por todas partes (Italia, Croacia, Grecia, Francia, Portugal y si me apuran incluso en las Islas Británicas y en Escandinavia), pero ¿y montañas? Si en Europa hay un país en 3D, ese es sin duda España.

Si somos el país más montañoso de Europa es, entre otras cosas, porque el continente es, sobre todo, una gran llanura. La mayor altura de Dinamarca alcanza ¡ciento setenta metros sobre el nivel del mar! Ni un pedazo de los tres países bálticos está por encima de los cuatrocientos metros. Los países del Benelux a duras penas rebasan esas cotas. Con la condición de que dejemos los Alpes a nuestra derecha, podríamos cruzar todo el continente y viajar desde Burdeos hasta el pie de los Urales sin elevarnos nunca por encima de los trescientos metros sobre el nivel del mar. Con sus contadas excepciones, Europa es un territorio en dos dimensiones.

En la universidad tuve un profesor llamado Urabayen. De él recuerdo sus lanzamientos de txapela al respaldo de la silla (nunca acertaba) y su comentario sobre las carreteras de España. Decía Urabayen que, tras quedarse dormido en el coche, él era capaz de distinguir si estaba en Francia o en España, porque en las carreteras francesas el paisaje siempre muere en el horizonte, y, en cambio, en España, tan poblada de montañas, siempre que miremos a los lados encontraremos una cresta dibujando el perfil de la tierra por la que transitamos.

La verdad es que de su asignatura apenas recuerdo nada, pero cuántas veces me acuerdo de Urabayen cuando, manos al volante, giro la cabeza a un lado y otro para toparme, siempre, como si fueran centinelas del camino, con las eternas cordilleras de la Península Ibérica.

Alguien podría decir que Francia tiene montañas más altas que España y estaría en lo cierto. Pero lo que caracteriza España no es tanto la altura de sus montañas como su ubicuidad. España es montañosa porque sus montañas están en todas partes. En todas sus regiones y en todos sus rincones. Este libro no tendría sentido en Francia, donde más de la mitad de las regiones no llegan siquiera a los mil metros y tres cuartas partes del país son una inmensa y monótona llanura. Tampoco en Estados Unidos, donde no tendríamos nada que contar de numerosos estados, porque su máxima elevación es un campo de maíz o, en el caso de Florida, el Four Seasons Hotel de Miami.

Tomemos el más bajo de los techos españoles: el Puigmajor (1.445 m), en Mallorca. Más de la mitad de los cincuenta estados de los Estados Unidos no alcanzan esa altura. Tampoco el Reino Unido, Irlanda, ni muchos cantones suizos. Se toma a menudo Suiza como el país más montañoso de Europa. Pero también en la equiparación con Suiza, España aparece como más montañosa. De los veintiocho cantones suizos, nueve no alcanzan el más bajo de los techos españoles. En Suiza hay once cantones que no superan los dos mil metros y cinco que no llegan a los mil. En España solo hay tres regiones que no alcancen los dos mil metros y todas las comunidades rebasan, de largo, la cota de los mil. Por otra parte, con el permiso de Andorra la Vella, Madrid es la capital más alta del continente.

Mi amigo Jordi suele contar una anécdota de Hernán Cortés. Cuando este regresó de México y los reyes le preguntaron cómo era la nueva tierra, el caballero tomó un papel, hizo una bola, la desarmó y, mostrándoles la hoja arrugada, les dijo: «Así es, Majestad». Pues exactamente lo mismo podríamos decir en nuestro caso, un enorme papel arrugado, con todo lo que en esa frase pueda haber de metáfora y lo que pueda haber de verdad orográfica.

Pero vayamos más allá. La ubicuidad de las montañas es algo más que un hecho geográfico: las montañas han conformado nuestro carácter. ¿Por qué España tiene la riqueza y la diversidad cultural que no poseen otros países de Europa? Por sus montañas. Los valles nos unifican y las montañas nos diversifican. Por eso no es extraño que España, siendo el lugar más montañoso de Europa, sea el más diverso en su cocina, sus tradiciones, sus danzas, sus construcciones y sus lenguajes.

Fue la orografía lo que permitió que, a lo largo de siglos de ebullición a fuego lento, fueran madurando esas costumbres, esa manera distinta de condimentar los alimentos, esa manera distinta de pronunciar el final de una palabra.

Recorra usted Alemania de punta a punta y encontrará el mismo modo de cocinar las salchichas; cruce las Islas Británicas y encontrará el mismo cheddar en cada despensa; atraviese el Midwest y hallará las mismas hamburguesas en cada mall; y aquí, en cada pueblo, en cada casa, no solo le cocinarán un plato diferente, sino que tendrá centenares de variedades para una misma receta. No hay dos valles con un mismo queso, ni dos pueblos donde cocinen igual los productos del cerdo. Haga la prueba: junte a diez personas de distintos lugares de España y hágales esta pregunta: «¿Qué es la longaniza?»; obtendrá diez respuestas distintas. Y esa riqueza la debemos a nuestras montañas, porque es en las alturas donde se sustenta nuestra diversidad.

Se recogen en este libro diecisiete montes. Diecisiete picos. Diecisiete excursiones. Son los más altos de cada comunidad autónoma. Quizá no son, en todos los casos, los más representativos: en la Comunitat Valenciana, el Peñagolosa es mucho más referente que el Alto de las Barracas; y en la sierra de Ayllón, en Guadalajara, el Ocejón es más característico que el Pico del Lobo. Quizá tampoco son los más difíciles: el Naranjo de Bulnes y los Besiberris son significativamente más complicados que sus vecinos respectivos, Torrecerredo y Aneto. Son, sencillamente, los más altos. Los más altos del territorio al que pertenecen. Y por ello se hallan aquí reunidos. Porque gobiernan desde lo alto cada uno de los diecisiete territorios que componen la España actual.

Resulta pedagógico comprobar como, de los quince techos regionales que se encuentran en la Península, nueve conforman límite político de estado o de comunidad autónoma. Y de los otros seis, únicamente uno —el Mulhacén— está claramente enclavado en el interior del territorio de su región, suficientemente alejado de su perímetro. Así, catorce de los quince techos peninsulares se encuentran en el límite de su región o muy próximos a él. Esto no es una casualidad. Más bien es un dato que nos habla de lo bien definidas que están las regiones desde el punto de vista geográfico. Y es un dato que nos revela también que estos picos no son lugares de paso, sino más bien estaciones terminales y finales de trayecto.

Estamos, pues, ante diecisiete lugares remotos. Diecisiete parajes a los cuales jamás iríamos a parar si no hubiéramos puesto el dedo en ese punto del mapa. Y precisamente por ello, en la mayoría de los casos, son excursiones solitarias, de una gran riqueza natural y paisajística. En definitiva, un fantástico ejercicio para conocer los confines de España.

La montaña es un lugar slow. Y por eso este es un libro slow. Lo reconozco, me pone nervioso esa enfermedad contagiosa que se ha propagado en los últimos tiempos y que consiste en subir y bajar montes con un cronómetro. La montaña es un espacio sensacional para hacer ejercicio. Pero si el deporte nos quita las cosas bellas que se pueden practicar en el monte: contemplar, respirar, escuchar, andar, parar, remojarse los pies en un lago, comer a la sombra de una encina, tumbarse a ver las estrellas, mirar de frente una cabra montés… entonces, es mucho más simple, mucho menos bello.

Por eso en este libro no corremos. Ni tenemos prisa por llegar. Nos gusta la montaña y por eso la disfrutamos, con todos sus colores, todas sus formas y todos sus sentidos. ¿Es que acaso nos escapamos de las prisas de la ciudad para continuar cargando con ellas en el monte? Las prisas me gusta dejarlas al pie de la montaña, junto con la cobertura del móvil y todo lo que me ate a las obligaciones. Desprovistos de todo, para dejarnos seducir por la magia de la montaña.

La cumbre del Mulhacén en primer término y, al fondo, la Alcazaba

Mi amigo Cholo, que regenta una fantástica casa rural al pie de Peña Trevinca, el techo de Galicia, dice que hay que distinguir entre el montañés, el montañista y el montañero. El montañés es la persona que vive de la montaña, como el pastor. El montañista es el personaje que utiliza la montaña como quien va a un gimnasio al aire libre. Su objeto es básicamente de carácter deportivo, ya sea para hacer un tiempo o para alcanzar un reto, de tal modo que no coronar la montaña significaría un fracaso en la excursión. El montañero tiene una concepción más completa de la montaña: de ella saca ejercicio, retos, pero también silencio, formas, paisajes, energía, el sonido del deshielo, los troncos retorcidos, el vuelo del buitre leonado, el apareamiento de los rebecos y tantas otras bellezas que ofrece el monte. Desengañémonos, para el montañero no hacer cumbre también es una lata, pero todo lo que ha disfrutado, compensa con creces, así que… «que nos quiten lo bailao».

Más allá de sus encantos, la montaña es hoy uno de los últimos reductos del compañerismo y la amistad. En un mundo en el que no conocemos a nuestros vecinos, en el que nuestro tiempo para los amigos se reduce a una línea en la pantalla del móvil, la montaña emerge como el escenario para reencontrarse con los demás, ya sean conocidos o desconocidos. Es quizás el único lugar que saca de nosotros nuestro lado más humano. En el monte somos capaces de hacer cosas que en la ciudad, inhumana, nos parecen descabelladas: cantar, saludar a desconocidos, abrazarlos, o incluso, acudir en rescate de alguien y desandar un camino de tres horas en busca de auxilio. ¿Alguien haría semejantes locuras sobre el asfalto? Quizá por eso mi amigo Agustín Faus dice que las amistades más sólidas son las de la montaña.

Por eso, porque la montaña conserva esa magia de lo humano y del compañerismo, me desagrada esa moda de ponerse a competir para llegar antes que el resto.

Personalmente, las diecisiete cimas han sido un fantástico ejercicio de reencuentro con viejas amistades. Un fin de semana perfecto del reto diecisiete picos está compuesto, al menos, por cinco momentos estelares: salir el viernes hacia un destino lejano con la radio emitiendo los sonidos cubanos y hawaianos del inconfundible Melodías Pizarras de Radio 3; el reencuentro con un amigo, cómo te va, qué fue de Pilar la de clase, la que te llevaste una noche al rompeolas, se casó con Mario de la pizzería, no me digas, casada y con tres hijos, no jodas, está muy gorda, si la vieras…; planificación de la excursión, subiremos por aquí, en este punto hay que tener cuidado, a esta altura habrá que ponerse los crampones, podemos bajar por este sendero, has mirado la previsión del tiempo…; ascensión, dándolo todo, sin prisa, porque el monte es slow, pero sin demasiada pausa, que nos pilla la noche y olvidamos el frontal, y si hacemos cumbre es un éxito, y si no es una lata, pero tanto da porque volveremos a repetir este magnífico día y esta magnífica montaña…; y, lo más importante de todo, entregarse a los merecidos placeres después del esfuerzo, porque los esfuerzos deben tener su recompensa: chuletón, migas, vino o sidra a escoger según el lugar, buena ducha calentita, un buen porrete y, sobre todo, cama grande y durita para reponer.

Las excursiones que aquí se cuentan podemos agruparlas en dos bloques: las diez lomas y las siete grandes. Las diez lomas son asequibles y accesibles para todo el mundo. No digo que no se requiera un mínimo de preparación, pero en su mayoría están al alcance de cualquiera que se lo proponga: basta con tener ganas, curiosidad y la suficiente capacidad de sacrificio para conquistar cimas como Peñalara, San Lorenzo o Peña Trevinca. Todo el mundo, aun con poca experiencia en el monte, es capaz de subir la mayor parte de las diez lomas si se lo propone.

Sin embargo, hay un grupo de cimas que, por su altitud, su larga excursión o su dificultad técnica, entrañan complicaciones de importancia y debemos dejarlas para montañeros experimentados. O quizá son también para nosotros, pero cuando tengamos más experiencia. Estoy refiriéndome al Teide, al Mulhacén, al Almanzor, a la Pica d’Estats, a Torre Blanca y sobre todo a Torrecerredo y al Aneto. Estas siete grandes hay que afrontarlas con el triángulo de preparación bien afilado por sus tres vértices: capacidad física, capacidad mental y equipo completo y en perfecto estado. Con este triángulo debemos ser especialmente meticulosos en las dos cimas que considero más exigentes: Torrecerredo y Aneto. Además, estas siete grandes suelen realizarse en excursiones de dos días.

Tomados uno a uno, los datos de las excursiones no son especialmente destacados. Pero si tomamos el conjunto de los diecisiete techos de España, las cifras que arroja el reto no son nada despreciables: 300 kilómetros de excursión, más de 16.000 metros de ascensión, y cerca de 20.000 metros de ascensión acumulada. O sea, algo así como subir dos veces la altura del Everest desde el nivel del mar. Dicho así, ya suena a palabras mayores.

Cumbre nevada del San Lorenzo

Pero lo que aquí contamos no son excursiones al uso. Intentamos ir más allá para, además de subir montes, hacer un recorrido histórico, geográfico y cultural por cada uno de estos lugares. Por eso no son solamente excursiones a una cima: mientras nos encaramamos a cada una de las cumbres, nos transportamos en el tiempo a otras épocas y a otras dimensiones.

Más allá de las excursiones, entonces, pretendemos introducirnos en cada uno de los entornos naturales de estas diecisiete cimas para desentrañar su riqueza natural, geográfica e histórica. Y así, a la vez que subimos a Trevinca, nos introducimos en la época en que el wolframio convirtió las montañas gallegas en la clave de la Segunda Guerra Mundial; a la vez que coronamos el Mulhacén, nos retrotraemos a los días en que las Alpujarras fueron el último reducto de al-Ándalus; ascendemos al San Lorenzo riojano mientras viajamos al tiempo de los orígenes del español en San Millán de la Cogolla; y nos encaramamos al Aneto recuperando las viejas historias de los pasos de montaña y del viejo Hospital de Benasque. Y así, uno tras otro.

Más allá de las amistades, el compañerismo, los paisajes, la evasión… hay una razón de peso para volver la mirada a las alturas. La montaña es gratis. ¡Gratis! Y, a menos que el gobierno se lo proponga, continuará siéndolo. Frente al centro comercial, el cine, la discoteca, la exposición, el fútbol, el apartamento playero, el fin de semana en Praga o incluso el chiquipark, la montaña tiene un argumento que, en tiempos de crisis, la hace invencible. Pasear por el monte no solo es bello y fantástico y te carga las pilas para toda la semana, sino que además te permite llegar a fin de mes.

Antes de abordar estas diecisiete cimas, solo una reflexión final. Cuando creímos en el país de sol y playa, terminamos arruinando la riqueza natural de nuestra costa y convirtiéndola en un parque temático de bloques de hormigón. Ahora que ya sabemos que la singularidad de lo nuestro es la montaña, no podemos permitirnos el lujo de echar también esto a perder. Quienes estén dispuestos a cuidar la montaña como el más preciado de nuestros tesoros, que suban. Y la disfruten. De lo contrario, que se queden en la ciudad… con su estrés, su cobertura y su mundo rápido y voraz.

Pequeñas aclaraciones sobre los datos

Situación: coordenadas geográficas de la localización del pico sobre la superficie terrestre. La latitud (N o S) marca la distancia de un punto con el Ecuador, hasta un máximo de 90 grados. La longitud (E o W) marca la distancia de un punto con el meridiano de Greenwich hasta un máximo de 180 grados. Las coordenadas vienen expresadas en grados, minutos y segundos, siguiendo el sistema sexagesimal tanto en los minutos como en los segundos. Hay muchos GPS que expresan minutos y segundos en sistema decimal, o incluso los minutos en sexagesimal y los segundos en decimal. La localización tal como la expresamos aquí corresponde a un cuadrado de aproximadamente treinta metros de lado.

Altura: altura sobre el nivel del mar. En algunos casos, los datos de los distintos organismos públicos difieren de manera escandalosa sobre la altura de las montañas. En caso de incoherencias, hemos optado por la altura más difundida o bien la que marca el Instituto Geográfico Nacional.

Provincia: se indica la provincia que pertenece a la comunidad autónoma de la cual la montaña constituye techo. Pero no se incluyen otras provincias que puedan lindar en la cumbre. Así, por ejemplo, en el caso de Peña Trevinca, aparece Ourense, y no Zamora, porque la cima, aun ejerciendo de límite, constituye techo regional para Galicia y no para Castilla y León. Con el mismo criterio hemos actuado en otros casos como el Alto de las Barracas, Torre Blanca, etc.

Municipio: término municipal en el que se encuentra el punto más alto de la montaña.

Distancia al mar: distancia en línea recta desde la cima hasta el mar en su punto más próximo.

Ascenso + descenso: tiempo aproximado que se tarda en realizar el recorrido. Se incluye aquí tanto el tiempo en movimiento como el tiempo detenido, porque es evidente que en excursiones largas como las que aquí se describen hay innumerables momentos en que nos detenemos a descansar, a comer, a ponernos los crampones, a contemplar el paisaje, a remojarnos los pies en un río, y a tantas cosas bellas que podemos hacer en el monte aparte de caminar.

Es evidente que este es un dato relativo que hay que tomar con cautela: unos caminarán más rápido, otros más lento; unos se detendrán más a menudo, otros no pararán ni para esperar al grupo. Aquí expresamos, sencillamente, el tiempo que hemos invertido nosotros en la empresa, reconociendo, incluso, que puede haber diferencias de ritmo entre unas excursiones y otras, por la simple razón que a veces uno va solo y a veces en grupo; a veces se trata de una excursión con raquetas, sobre nieve, y a veces no hay ninguna complicación; a veces nos encontramos ligeros y otras más cargados, a veces hemos dormido bien y otras no tanto. Estas diferencias pueden ser incluso notables.

No está contabilizado el tiempo que pasamos en los refugios: es evidente que en los casos de excursiones de dos días, como al Aneto, al Teide u a otros, no contamos las horas que estamos cenando o pernoctando en el refugio. Tampoco hemos contabilizado el tiempo que estamos en la cima, porque eso modificaría mucho los datos. Con buen tiempo, podemos permanecer dos horas allí arriba disfrutando de las panorámicas de la naturaleza; con mal tiempo, se trata de pisar la cima y bajar lo antes posible.

Recorrido: longitud de la suma del tramo de ascenso y del tramo de descenso que se describen en la ruta. Obviamente, muchas montañas tienen distintas rutas de acceso. El dato que ofrecemos aquí es el que corresponde a las rutas que nosotros describimos.

Altura a inicio: altura sobre el nivel del mar en el punto donde iniciamos la excursión.

Ascenso: este dato corresponde al desnivel que salvamos en el tramo de ascenso. Es decir, la diferencia de altitud entre el punto de partida y la cumbre de la excursión.

Pendiente media: inclinación media del trayecto de ascenso de la excursión, resultante de dos datos, la longitud del recorrido y el desnivel salvado.

Ascenso acumulado: este dato corresponde a los metros que, de hecho, ascendemos en el trayecto de subida a la cumbre. Como suelen existir tramos de descenso durante el trayecto de subida, siempre suele haber desniveles que hacemos dos veces. Por eso, el ascenso acumulado suele ser algo mayor que el dato de ascenso. Si en una ascensión de 0 a 1.000 m tenemos un descenso de 100 m a media subida, el desnivel será de 1.000 m, pero el ascenso acumulado será de 1.100 m. Atención, en este dato no incluimos los metros de ascensión que realizamos durante el trayecto de descenso.

Waypoints e indicaciones: las indicaciones que ofrecemos para realizar estas excursiones, así como los waypoints marcados, deben tomarse como referencias útiles, pero debemos ser conscientes de que siempre estarán sujetas a variaciones y a las eventualidades propias de la montaña. Un hito puede desaparecer de un día para otro, una roca puede quedar cubierta por la nieve, una verja puede ser barrida por una ventisca y una fuente puede secarse según las lluvias o la época del año. Hemos intentado ofrecer unas indicaciones lo más estables posible, pero es evidente que los objetos y señales que nos sirven de orientación pueden cambiar de un año para otro. Y, sobre todo, las condiciones de visibilidad también cambian. Y no únicamente en 24 horas, sino a veces en cinco minutos.

MIDE (Método de Información de Excursiones): es un sistema de medición de excursiones que establece unos indicadores concretos para catalogar su nivel de dificultad. El sistema MIDE nos permite catalogar y clasificar las excursiones basándonos en cuatro conceptos: severidad del medio, orientación, desplazamiento y esfuerzo. Cada uno de estos cuatro conceptos recibe una catalogación de 1 (muy fácil) a 5 (muy difícil). La diversidad de conceptos es la clave del éxito del MIDE porque puede haber, por ejemplo, excursiones donde es muy fácil mantener la orientación pero que exigen mucho esfuerzo físico. Y viceversa.

Severidad del medio natural: aquí se tienen en cuenta variables como el frío, desprendimientos de piedras, el paso por glaciares, lejanía de algún lugar de socorro, viento, niebla o incluso la probabilidad de picaduras de insectos o serpientes.

Orientación: en este punto se valora la dificultad para mantenerse en el itinerario previsto, y se tienen en cuenta cuestiones como la existencia de señales, de camino marcado, la identificación de huellas y de accidentes geográficos, o la necesidad de trazar rumbos a puntos cardinales.

Desplazamiento: básicamente distingue el tipo de piso por el que avanzamos, desde pistas anchas (1) a pasos de escalada (5), pasando por niveles intermedios como senderos de gradas irregulares, pedreras inclinadas o zonas de trepada.

Esfuerzo: nos indica el esfuerzo físico que nos exige la excursión, teniendo en cuenta datos básicos como longitud del recorrido, desnivel ascendente, desnivel descendente y tipo de terreno.

En la web montanasegura.com podemos calcular sin dificultad el MIDE de cualquier excursión que hagamos.

 

La cima más alta de las Islas Baleares divide su historia en dos fases: antes de Eisenhower y después de Eisenhower. Hasta finales de los cincuenta era un magnífico escenario virgen descabalgándose desde lo alto hasta el Mare Nostrum en un acantilado infinito. El Pentágono y la US Air Force convirtieron este entorno majestuoso en un bastión desde el que oponerse al Kremlin y desde el cual se podía mirar al otro lado del telón de acero.

El Puigmajor es la más baja de las cimas regionales españolas. Y, como consecuencia de esos años de Guerra Fría, es también la más contaminada y la más militarizada. Con todo, la herrumbre de la cima, localmente conocida como Ses Bolles, no debe empañar la majestuosidad y el misterio que rodean la Serra de Tramuntana, uno de los espacios más sorprendentes del Mediterráneo.

Es el techo más bajo de la geografía española. Y su cima (1.444 m) se sitúa bastante por debajo de la altura donde iniciamos otras excursiones como el Aneto, el Teide o el Almanzor. Además, si hemos de ser fieles a la realidad, de las siete grandes islas del Mediterráneo (Sicilia, Cerdeña, Chipre, Creta, Córcega, Eubea y Mallorca), es precisamente Mallorca la que alcanza una altura menor, lo cual nos da pistas de que la altura, en el Mare Nostrum, no es una excepción, sino la norma general. En Europa, el mundo atlántico suele ser llano y el mundo mediterráneo abrupto. ¿Quizá como las personas?

Pero aun siendo ciertos estos datos, cometeríamos un error si subestimáramos el Puigmajor. Es una excursión que requiere esfuerzo. Varios condicionantes nos ponen las cosas difíciles. Es una ascensión con una fuerte pendiente; de hecho, la mayor pendiente media de las diecisiete excursiones a las cimas de España. Hay tramos con desniveles superiores al 50%, donde nos vemos obligados a emplear las manos si no queremos irnos derechos hacia el mar. La falta de vegetación, de agua y el fuerte calor pueden convertirse también en una combinación nada halagüeña. Por otra parte, exige de nosotros una óptima orientación, ya que no encontramos señales en todo el recorrido. Además, la zona más alta del Puigmajor es territorio militar, y si no llevamos los supuestos papeles, nos pueden enviar para abajo. De tal modo que, en este caso, no se trata solo de alcanzar la cima, sino de hacerlo antes de que nos corte el paso cualquier efectivo del estamento militar. Vamos a jugar al gato y al ratón.

Supuestamente, toda persona que suba al Puigmajor debe hacerlo con permiso expreso del ejército. Para eso, al parecer, hay que enviar un fax al Acuartelamiento Aéreo del Puigmajor, esperar su respuesta y asunto arreglado. Pero esa es la teoría. La práctica, al menos en mi caso, consistió en cinco faxes al Acuartelamiento Aéreo, varias decenas de llamadas telefónicas, un par de faxes al excelentísimo señor General Jefe del JEMA (Jefatura del Estado Mayor del Aire) y un total de dieciocho meses de espera, de tal modo que lo que debía ser la primera cumbre de este libro se convirtió —cronológicamente— en la última.

Después de tantas gestiones y tanto silencio de los oficiales, a algún recluta despistado se le escapó al teléfono, en voz baja y sin querer, que lo que la gente hacía era subir jugando al gato y al ratón. Asumí que había hecho el ‘pringao’ durante un año y medio, y que ya bastaba de tanto uniforme y tanto excelentísimo. Al fin y al cabo, hace tiempo que los militares ya no mandan en este país.

El Puigmajor, ya lo dice su nombre, es la cima mayor (puig major) de la Serra de Tramuntana, el macizo que recorre de punta a punta, es decir, de Andratx a Formentor, la costa norte de la mayor de las Baleares. Su incomparable escenario natural, las particularidades de su proximidad al mar y, sobre todo, los activos culturales que atesora (Deià, Valldemossa, Pollença, los caminos de Sa Pedra en Sec, etc.) han hecho merecedor a este entorno del reconocimiento como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Aunque a más de uno pueda sonarle extraño, en términos geográficos, la Serra de Tramuntana no es más que la continuación de las Cordilleras Béticas, las cuales emergen a su paso por Mallorca después de haberse zambullido en el sureste de la Península.

La Serra de Tramuntana está físicamente unida a Sierra Nevada e incluso a la cordillera norteafricana del Rif; ocurre que el Mediterráneo se encarga de velarnos esa solución de continuidad que existe entre estos tres espacios. Se trata, pues, de un solo sistema montañoso que juguetea con el nivel del mar y, a nuestros ojos, se aparece con lugares, formas y nombres distintos. Una misma esencia y tres formas distintas. ¿Como la Santísima Trinidad que nos enseñaron en la escuela?

Tramuntana está físicamente unida a Sierra Nevada y a la cordillera del Rif

Especialmente características de la Serra de Tramuntana son sus construcciones de piedra seca (pedra en sec), es decir, unidas sin ningún tipo de argamasa. En sus ratos libres ‘haciendo pared’, mi amigo Gabriel sigue dedicándose a esta milenaria tradición. La pedra en sec no es, ciertamente, algo único de Mallorca, pues la encontramos en numerosas islas del Mediterráneo, desde Naxos a Ibiza, desde Pantelleria a Lesbos, pero aquí en Mallorca alcanza tales proporciones que hay un recorrido de más de un centenar de kilómetros (GR-221) que cruza la Serra de extremo a extremo pasando por las construcciones más características. Se llama precisamente el Camí de Sa Pedra en Sec, consta de ocho etapas, está jalonado por fantásticos refugios y nos permite conocer las entrañas de la isla de una manera diametralmente distinta a la tradicional receta de sol y playa. El refugio más cercano al Puigmajor es Tossals Verds, una magnífica finca agrícola reconvertida y situada a dos horas de camino del embalse de Cúber.

Los humanos llevamos siglos subiendo a lo alto de la Serra de Tramuntana. Y en cada época, ascendimos a buscar algún producto preciado. Quienes primero se encaramaron a las paredes de Tramuntana fueron los buscadores de urchilla.

La urchilla es un colorante natural, una planta que se convierte en púrpura cuando se moja. Cuenta la historia —o la leyenda— que un mercader florentino descubrió la milagrosa planta mientras hacía eso que nos gusta tanto hacer a los hombres en el monte: puntería mientras orinamos. El mercader hizo diana sobre una urchilla, apreció cómo la planta se tornaba violeta y, mientras se ataba los pantalones, ya había inventado un negocio.

Estamos en el siglo XII. En apenas unas décadas la Serra de Tramuntana se convirtió en el centro neurálgico del comercio de la urchilla, que servía para teñir tejidos, baldosas y teselas, y sobre todo para vestir a nobles y a cardenales, que, mira por dónde, eran los ‘purpurados’. La indumentaria pontificia dependía, por así decirlo, de los líquenes de la sierra mallorquina. Y así fue hasta el siglo XVI, cuando la nueva moda de los colorantes americanos, como la cochinilla o el carmín, desplazó a la urchilla mallorquina.

Cuando la urchilla inició su regresión, los mallorquines subieron a las alturas de su isla a buscar aquello que más escasea a nivel del mar. Aquello que, de niño, le mostró su padre al coronel Aureliano Buendía: hielo. La fabricación y la comercialización de hielo fue un pilar básico de la economía doméstica mallorquina durante cientos de años. Sin Pirineos, sin latitud suficiente, rodeados de mar y con mucho pescado y hortaliza para mantener frescos, los mallorquines tuvieron que ingeniárselas de lo lindo hasta que llegó la primera nevera eléctrica a la isla. Las fábricas de esa industria mallorquina de la nieve fueron las cases de neu, de las cuales hoy quedan fantásticos ejemplos, algunos de ellos en la misma excursión del Puigmajor.

Se conservan unas cuarenta cases de neu en la Serra de Tramuntana, todas ellas construidas con la técnica de la pedra en sec. Estos pozos disponían de unas cuantas aberturas (bombarderes), por donde el nevero (el hombre que se encargaba de llenarlo durante el invierno) iba llenando y prensando los bloques de nieve para que esta se mantuviera dura y, convenientemente tapada, no se derritiera.

Ahí se mantenía el hielo, bien cobijado, hasta que, iniciada la primavera y sobre todo en verano, empezaban a lloverle pedidos al empresario de la nieve. El negocio precisaba de buenos y rápidos caminos entre la montaña y el llano, pues no era cuestión que el calor echase a perder en unas pocas horas lo que tanto trabajo había costado de fabricar durante el invierno. El negocio fue boyante desde el siglo XIV hasta bien entrado el siglo XX. Entonces, la Kelvinator y la New Pol pusieron a los neveros en jubilación forzosa. Pero en el fondo creo que fue un cambio a mejor, ¿no?

Así que cuando la nieve se acabó, el mallorquín —siempre tan rápido en números y negocios— subió al Puigmajor a buscar la nueva gallina de los huevos de oro: turistas. La idea era construir en lo alto del Puigmajor un gran complejo turístico de ocio, con restaurantes, hoteles, chalets, casino, observatorio astronómico y hasta estación de esquí. Una mezcla de Eurovegas y Baqueira en la cima de Mallorca. El padre de la idea era Antoni Parietti, quien en 1933 lo tenía todo tan pensado que presentó públicamente los planos de todo el tinglado, incluida la construcción de un teleférico que llevara a los turistas desde la carretera de Sa Calobra hasta el punto más alto de la isla.

La idea era construir una mezcla de Eurovegas y Baqueira en la cima de Mallorca

Parietti fue el ingeniero que construyó una de las carreteras más imposibles y requebradas de España, la que actualmente se levanta desde Sa Calobra (al nivel del mar) hasta los 700 m. El lugar donde Parietti pensaba construir la puerta de acceso a todo ese paraíso de consumo y felicidad es precisamente el punto de arranque de nuestra excursión al Puigmajor: no por casualidad este punto es conocido por los excursionistas como Es Funicular. En 1936 ya había una constructora a punto de iniciar las obras, la cual, tratándose de Mallorca, no debe extrañarnos que fuera alemana: la Bleichord-Zueg SA. Las máquinas ya habían empezado a horadar cuando estalló la Guerra Civil y echó por los aires las fantasías del ambicioso ingeniero.

La cima del Puigmajor quedaba a salvo… pero sería por poco tiempo. Porque el mundo que salió tras la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial era otro. Era el mundo de la Guerra Fría. Y en ese nuevo contexto, el Pentágono y el presidente Eisenhower tenían un nuevo cometido para ese pequeño pico de esa pequeña isla mediterránea. En adelante el Puigmajor trabajaría al servicio de los Estados Unidos de América. Iba a servir para buscar enemigos. En otras palabras, para espiar al otro lado del telón de acero.

La historia del Puigmajor se divide en dos partes: antes de Eisenhower y después de Eisenhower. Estamos en los años cincuenta. La España franquista busca salir de su aislamiento mundial y encuentra en los Estados Unidos un aliado de primer orden frente al enemigo común: las hordas comunistas. Estados Unidos necesita aliados en el Mediterráneo para frenar la expansión de bases soviéticas. El Pentágono diseña para el territorio español una red de control aéreo cuyos puntos más destacados son la cima del Puigmajor y otros enclaves peninsulares como Aitana (Alicante) o Elizondo (Navarra). Esta red sería de importancia fundamental en caso de estallido de la guerra nuclear entre Washington y Moscú. El Puigmajor se convertirá en los ojos de Eisenhower en el Mediterráneo Occidental.

Enseguida se inician los trabajos de los bulldozers norteamericanos y en apenas unos meses tienen construida una carretera a la cumbre y, allí arriba, una base de la US Air Force. En 1959, Eisenhower y la OTAN ya tienen sus ojos en el Mediterráneo Occidental para evitar cualquier travesura que se le pudiera ocurrir al Kremlin. Durante esos años de la Guerra Fría, los radares instalados en el Puigmajor fueron conocidos entre el personal militar como la EVA-07 (séptima Estación de Vigilancia y Alerta), mientras que para el resto de la isla los radares esféricos de los gringos pasaron a tener un nombre mucho menos científico y más descriptivo: Ses Bolles.

Efectivos norteamericanos en la cumbre del Puigmajor los hubo hasta que desapareció la Unión Soviética. En 1992 todo el sistema de radares pasa íntegramente a manos españolas, y a partir del año 2000 el Ejército del Aire lleva a cabo una renovación de Ses Bolles para adaptarlas a los nuevos tiempos y, sobre todo, para redirigirlas, no ya hacia el Kremlin, sino hacia el Magreb. Hoy, Ses Bolles rastrean los cielos y las aguas del Mediterráneo en busca de pateras y terroristas, y sesenta años después de Eisenhower el Puigmajor continúa siendo una de las cumbres más maltratadas de España.

Como consecuencia de todos los tejemanejes de los militares, lo que en otras cimas es un dato diáfano, como su altura, en el Puigmajor es un término muy confuso. La cima actual debe estar en torno a 1.444 m sobre el nivel del mar, aunque el excursionista llega a un máximo de 1.424, y el vértice geodésico, que se encuentra en dirección NE a unos 400 m de distancia de la cima real, está a 1.414 m de altura. La bola que actualmente corona la cima no debe tener menos de veinte metros de altura. A su vez hay que tener en cuenta que los artificieros norteamericanos realizaron voladuras para aplanar la montaña en su punto más alto, de tal modo que redujeron su altura, según algunos cálculos, unos nueve metros.

Siempre me ha parecido muy reveladora la cuestión de qué pone la humanidad en la cima de las montañas. Creo que es algo que va con los tiempos. Hasta hace poco más de 150 años no poníamos nada, porque las cumbres no nos interesaban. Luego pusimos cruces, señalando las cimas como lugares sagrados y cultivando así la tradición clásica, que ya situaba a los dioses en la cumbre del Monte Olimpo. Después pusimos horribles artilugios al servicio de la ciencia y la comunicación: radares, antenas, postes de telecomunicaciones, como en el Puigmajor. Los vascos, que van aparte y son más tradicionales, cultivan la afición de poner buzones. Y hoy en día, metidos de lleno en la era de las redes sociales y las identidades, hace furor la práctica de poner una bandera y tomarse la foto de rigor para colgarla al instante en el perfil del Facebook.

Más allá del hielo, del color púrpura, de los turistas y de los enemigos, el hombre también ha subido al Puigmajor para buscar algo mucho más lejano: ¡Extraterrestres! Para los ufólogos más reputados, si es que alguno hay, el área de la Serra de Tramuntana en torno al Puigmajor es una «zona ventana» de primer orden. Es decir, avistamientos, abducciones y luces rojas están a la orden del día. Cuentan que existe una base submarina de naves extraterrestres en Cala Tuent, frente al Puigmajor. ¡Y nosotros sin saberlo! Al parecer, el contacto con el mundo extraterrestre es tan asiduo aquí que en una ocasión corrió la voz de que los extraterrestres iban a manifestarse y llegaron a concentrarse más de seis mil personas a orillas del embalse de Cúber, a los pies del Puigmajor, en espera de semejante acontecimiento. Corría 1978. Lástima que nadie apareciera, pero los congregados de buen conformar se fueron a las avenidas de Palma a ver el gran estreno de la temporada: Encuentros en la Tercera Fase.

Una última cuestión del Puigmajor me mantiene intrigado. ¿Por qué desde aquí se suele apreciar con relativa facilidad la Península, mientras que desde la Península es ciertamente complicado llegar a contemplar la silueta de Mallorca? Lo he preguntado a varias personas: montañeros, meteorólogos, mallorquines, catalanes… El resultado ha sido de múltiples hipótesis y pocas certezas. Unos dicen que es por la dirección en que gira el planeta. Otros apuntan que la altura no sirve tanto para ver como para ser visto, de tal modo que los Pirineos, más altos que la Tramuntana, son más accesibles al ojo humano desde Mallorca que en sentido inverso. Hay quien aduce explicaciones más sencillas: los mallorquines inventan más; o, simplemente, será que los valencianos y catalanes tienen peor vista. Alguno introduce la cuestión de la nieve: las cumbres nevadas son fácilmente visibles en los días claros de invierno, y nieve suele haber en mayor medida en las cumbres peninsulares que en Mallorca. No sé. Es una cuestión no resuelta. ¿No será que los extraterrestres sumergidos hacen de las suyas?

OTRA ASCENSIÓN EN LA COMUNIDAD

En la Serra de Tramuntana, relativamente cerca de Palma, se alza la silueta del Puig de s’Alcadena (813 m), como si se tratara de uno de los inexpugnables tepuyes de la gran sabana de Venezuela. Es una de las formas más inconfundibles de la isla de Mallorca.