40 noches en el desierto - Julián Gutiérrez Conde - E-Book

40 noches en el desierto E-Book

Julián Gutiérrez Conde

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Beschreibung

"El desierto te enfrenta con la evidencia. El largo camino por las abrasadoras arenas aleja de lo banal y de lo necio. La sabiduría del desierto enseña que malgastar energías en estupideces es, además de insensato, imprudente. Retirarse al desierto es un modo de adelgazar el entorno, de apreciar lo que es realmente importante y quedarse con la esencia de la vida. Las mentes más valiosas llevan el desierto consigo". Julián Gutiérrez Conde emprendió un viaje al desierto. Allí conoció a El Z'Geurt, un beduino del Sahara. Durante 40 noches ambos conversaron sobre la vida, la muerte, el liderazgo, el poder, los valores... 40 reflexiones que sorprenden por su enorme sabiduría y la comprensión que destilan de la naturaleza humana y de los valores esenciales que nutren la vida.

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40 noches en el desierto

Lo que un dueño del todo aprendió de los amos de la nada

Julián Gutiérrez Conde

Categoría: Directivos y líderes

Colección: Liderazgo con valores

Título original: 40 noches en el desierto

Primera edición: Septiembre 2019

© 2019 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Julián Gutiérrez Conde

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Sergio Santos Palmero

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

ISBN: 978-84-17566-80-7

Depósito legal: M-26441-2019

Impreso en España

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

A mis entrañables amigos Sjues Nunes y Jack Mc Ocdaas.Ellos saben muy bien quienes son.

Prólogo

Lo que cuento aquí fue una de esas cosas de la vida que te suceden sin saber muy bien cómo ni por qué, pero de repente te encuentras viviendo una de tus más enriquecedoras experiencias. Supongo que mi estrella tuvo mucho que ver con que mi vida adoptara este rumbo.

Doy gracias a Dios o a Allah, que al fin y al cabo son lo mismo, por permitirme acercarme y escuchar la voz del desierto. Su lenguaje no es como el nuestro; se expresa de modo diferente. No es claro y rotundo, sino que siempre precisa de interpretación. Así es como construye sus diálogos con quien desea atenderle.

El Z’Geurt dice siempre que sus palabras no son suyas. Que si alguna sabiduría hay en ellas, esa procede de la voz del desierto.

El desierto siempre habla, siempre deja la huella de su sabiduría, pero no todos somos capaces de escucharlo. Se esconde y disipa ante la agitación.

He podido aprender muchas cosas que ni siquiera sospechaba que existían durante esas jornadas de mi vida en aquella solitaria inmensidad aparentemente inerte. El fuego y el firmamento te dejan limpio de pensamientos. Te abandonas y simplemente observas.

Yo, que había sido un hijo de las prisas y el agobio, me encontré repentinamente invadido por el sosiego. Fue algo desconocido que alentó mi ser y aumentó mi fe. Todo lo que se puede decir es «in sha Allah». Si Dios quiere.

África

Comienza la aventura

Era muy temprano cuando abrí los ojos aquel día. Aún no había amanecido, aunque en pocos minutos lo haría. La cristalera de mi ventana permitía que la vista se deslizara con facilidad hacia el exterior y se expandiera hasta el horizonte sin que nada la perturbara. La ciudad aún estaba en calma. Permanecí algún tiempo observando como la luz se iba haciendo hueco entre la oscuridad de la noche. Lentamente las nubes dejaron que los rayos del sol coparan todo el espacio diáfano. Se anunciaba un día radiante.

Tenía una vida confortable y podía considerarme un privilegiado al que la vida le sonreía. No obstante, hacía un tiempo que empezaba a notar una molestia interior que me resultaba desconocida.

Al principio no le di importancia alguna ni me preocupé por ella. Supuse que era consecuencia del exceso de trabajo y del cansancio acumulado.

«Necesito unas vacaciones», pensé. Sin embargo, las molestias no cedieron y poco a poco fueron adquiriendo intensidad. Y una desconocida inquietud interior se fue apoderando de mí.

No se trataba de nada físico sino de un malestar interno que me desconcertaba. Era un sentimiento de desacomodamiento frente a lo que vivía y cómo lo vivía.

Comencé a sentirme fuera de mi mundo; como una especie de extraterrestre recién llegado. Mi sociedad empezó a parecerme ajena.

«¿Qué les pasa? o ¿qué me pasa a mí?», me preguntaba. Y llegué a temer estar volviéndome loco.

Poco a poco, lo que empezó como un malestar interior se fue extendiendo y comenzó a interferir en mi salud física. Empecé a notar algunas molestias y a tener dificultades para conciliar el sueño, lo que me procuró mayores dificultades.

Sentía que en la sociedad en la que vivía cada vez se descuidaba más la educación en valores mientras se acosaba más y más a niños y adultos desde los medios con falsos mensajes de libertad a la vez que se los instrumentalizaba. El confort y la comodidad eran la pantalla que justificaba todo y cada vez los apresaba más, al tiempo que los inducía a sentirse diferentes e incapaces de elegir el rumbo de sus vidas.

Me encontraba perplejo y desconcertado. Necesitaba espacio. Volver a sentirme dueño de mi vida, y sobre todo de mi mente. Tener la posibilidad de respirar aire puro.

Decidí que podía dedicar una parte de mis ahorros a mí mismo. Tenía el presentimiento de que sería una buena inversión y me planteé tomarme un año sabático. En mi despacho la decisión causaría cierta sorpresa pero lo aceptarían sin duda.

Y así comenzó aquella aventura que se inició en mi mente y que, sin saber cómo, tomó cuerpo hasta hacerse realidad.

Fue de ese modo y por esas causas que un día me vi frente al volante de mi querido Land Rover iniciando un camino diferente para explorar otros mundo y opciones.

La primera sensación al sentarme en mi Defender y no tener ni prisas ni un destino me sorprendió. Era algo inusual y desconcertante.

Los vehículos con los que me cruzaba estaban ocupados por hombres y mujeres que se dirigían nerviosos a sus trabajos o llevaban los niños al colegio. ¿Por qué había salido yo sin necesidad a aquella hora punta en la que el tráfico estaba congestionado? No había razón alguna para ello; simplemente el hábito me había empujado a levantarme a la misma hora y a comportarme como siempre lo había hecho.

Ya no llevaba mi traje habitual sino que iba en mangas de camisa. Cuando atravesé la ciudad me encontré circulando en dirección contraria a la masa de vehículos que se dirigían hacia el centro, mientras que los carriles de salida se mostraban bastante despejados.

Había recorrido pocos kilómetros cuando decidí tomar un desvío y continuar por carreteras secundarias. La circulación por allí estaba ya tranquila y empecé a cruzarme con alguno de los enormes tractores que utilizan nuestros agricultores.

Conducía despacio; viajar en un Defender permite ese privilegio pues nadie espera que un vehículo así circule a gran velocidad. Muchos pensarían que se trataba de un vecino de alguna de las granjas cercanas que se acercaba cargado de aperos a su lugar de trabajo. Por otra parte, sus dimensiones y robusta apariencia impresionaban lo suficiente como para que otros compañeros de ruta se acercaran a él con prudencia.

Para obtener unos ingresos complementarios había decidido alquilar mi vivienda a un buen amigo que estaba buscando lugar donde alojarse durante unos meses. Habíamos concertado una renta razonable y el compromiso de que si yo decidía regresar en cualquier momento él seguiría allí alojado durante un periodo de hasta un mes más que le permitiera encontrar otro lugar donde acomodarse. Supuse que ya estaría haciendo su traslado y que todo iría bien. Lo había aleccionado sobre el funcionamiento de la casa y él sabía con quien contactar en el caso de que surgiera algún inconveniente.

Me sentía extraño al no recibir llamadas. A esas horas mi teléfono móvil ya debería estar echando humo. Pero había cambiado de número y el nuevo lo tenían muy pocas personas; solo la familia y los amigos íntimos, que sabían y entendían cuál era mi propósito con aquel viaje. Estarían a mi disposición cuando necesitara llamarles y ellos se interesarían por mí, pero solo de cuando en cuando. Respetarían mi retiro.

El teléfono profesional se lo había traspasado a uno de mis colaboradores y mis clientes importantes habían sido avisados de que yo me tomaría una temporada de retiro pero que estarían perfectamente atendidos. Me constaba que así sería.

Sin embargo, aquella sensación de «aislamiento telefónico» me incomodaba. No estaba aún acostumbrado a una nueva forma de vida. Y tampoco lo estaba mi mente. De vez en cuando mis pensamientos volaban hacia algunos de los asuntos de mis clientes y me era difícil desecharlos y asumir que ya no eran mi problema, al menos por un tiempo.

«Tendré que acostumbrarme a escuchar mi respiración», me dije. Eso requeriría el mismo esfuerzo que una clase de yoga para un novato.

Yo, que durante toda mi vida había sido una persona de empuje, ahora me encontraba con serias dificultades para gestionarme a mí mismo.

Siempre me habían fascinado aquellas carreteras de tercer orden que recorrían la campiña, los lagos y las montañas, así que eso me ayudó a transportarme lentamente hacia el nuevo modo de vida que acababa de iniciar.

Llevaba en el vacío asiento del acompañante un mapa y de vez en cuando paraba para reconocer mi posición, aunque la verdad es que me daba un poco igual. Lo único que tenía claro es que no más tarde de las 16:00 h habría decidido dónde alojarme. Una posibilidad que no descartaba era la de acampar o incluso tenderme a dormir dentro del Land Rover en algún lugar. Para eso había añadido a mi equipaje una ligera tienda de campaña y un saco de dormir.

Según pasaron los días, el tiempo tenía cada vez menos sentido. Los minutos y las horas me importaban poco. Nada me apremiaba salvo el hecho de disfrutar de cada momento con aquellos lugares y acontecimientos que la vida me ofrecía.

Me deslizaba por ella haciendo que mi mente buscara lo mejor de cada situación. Al principio tuve que entrenarme en ese ejercicio personal pero al cabo fui capaz de incorporar esa actitud a mi modo habitual de vivir. Estaba aprendiendo a ser feliz y eso me llenaba de satisfacción. Fue entonces cuando vi con claridad que muchas veces las personas ansiamos conseguir algo pero realmente trabajamos o nos esforzamos en un sentido equivocado.

A pesar de llevar ya meses viajando por los lugares más recónditos evitando acercarme siquiera a las zonas de influencia de las grandes ciudades, Europa seguía siendo Europa y por todas partes se percibía esa vocación oficial reguladora que tiene el viejo continente. Un ansia por mantener todo ordenado, normativizado y estandarizado. Aquel ser humano espontáneo, capaz de encontrar y usar por sí mismo los recursos necesarios para vivir en base a su talento, sus ingeniosas habilidades o su imaginación había desaparecido o se encontraba amenazado. Ahora todo estaba monetarizado y hasta el trueque de productos entre vecinos era perseguido por normas. El Estado protector asediaba la autonomía de las personas y había creado un círculo de acero en torno a él, al que todos nos habíamos acostumbrado. Además, los medios de comunicación habían adquirido una capilaridad e intensidad tales que vivir al margen de las noticias –la mayoría de ellas estúpidas e intranquilizadoras– era una misión imposible. El hombre medio aparecía por todos lados sometido a los mandatos de la moda, que le hacían parecer copia de otros.

Todo aquello me hizo sentirme de otra raza. Mi educación y mis experiencias de la niñez y juventud me trajeron recuerdos muy diferentes. Fue como si de repente me encontrara tan desfasado como un miembro de otra civilización.