7 mejores cuentos de Felisberto Hernández - Felisberto Hernández - E-Book

7 mejores cuentos de Felisberto Hernández E-Book

Felisberto Hernández

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La serie de libros "7 mejores cuentos" presenta los grandes nombres de la literatura en lengua española. En este volumen traemos a Felisberto Hernández. Felisberto Hernández fue un escritor, compositor y pianista uruguayo. Uno de los cuentistas latinoamericanos más originales, es reconocido por sus extraños relatos en los que individuos tranquilamente desquiciados inyectan sus obsesiones en la vida cotidiana. Este libro contiene los siguientes cuentos: - Cartas a los muertos; - El acomodador; - La envenenada; - Muebles "El canario"; - Nadie encendía las lámparas; - Elsa; - El corazón verde.

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El Autor

 

 

 

Nació a principios del siglo XX en el barrio Atahualpa. Fue el mayor de los cuatro hijos de Prudencio Hernández, natural de Tenerife, Islas Canarias, y Juana Silva, de la ciudad de Rocha.

A los nueve años comenzó sus estudios de piano que profundizaría más tarde con el profesor Clemente Colling, quien le enseñó composición y armonía. Debido a dificultades económicas, a los 16 años comenzó a dar clases particulares de piano y a ilustrar musicalmente películas, trabajando de pianista en varias salas de cine mudo. A los 20 años comenzó a dar recitales en los que interpretó también algunas obras de su creación. Tres años más tarde, tomó clases de piano con Guillermo Kolischer, convirtiéndose en un buen instrumentista.

En 1925 contrajo matrimonio con María Isabel Guerra, con quien tuvo su primera hija, Mabel. Se divorciaron en 1935 y dos años después se casó con la pintora Amalia Nieto, con quien tuvo a su hija Ana María al año siguiente.

Hasta 1942 fue pianista itinerante entre Uruguay y Argentina, alternando entre la orquesta del café La Giralda, en Montevideo, como pianista y director de una orquesta en el café — concierto de Mercedes, Teatro Albéniz de Montevideo y Teatro del Pueblo de Buenos Aires.

En 1943 se separó de Amalia y viajó a París, en su momento de mayor esplendor, donde conoció a María Luisa de las Heras (alias de África de las Heras), española, veterana de la Guerra Civil y agente de la KGB a quien se le encomendó seducirlo. En 1949 se casaron e instalaron en Montevideo, donde ella trabajó como modista y comerciante de antigüedades, actividades que encubrían su red de espionaje. Al año se divorciaron, sin que él supiera el papel que había desempeñado.

Sobre sus complicadas relaciones con las mujeres (se casó cuatro veces), existen dos testimonios de interés: el libro Felisberto Hernández y yo de Paulina Medeiros, con quien mantuvo una relación entre 1943 y 1947 tras la cual continuaron escribiéndose, y ¿Otro Felisberto? de la pedagoga Reina Reyes con quien estuvo sentimentalmente vinculado de 1954 a 1958.

Integró el círculo de amigos que frecuentaban las tertulias en casa de Alfredo y Esther de Cáceres, junto a Carlos Vaz Ferreira, Jules Supervielle, José Pedro Bellán y Joaquín Torres García, entre otros intelectuales y artistas de la época.

Comenzó a publicar a los 23 años, aunque en vida sus obras nunca alcanzaron una repercusión masiva. Tras la última etapa como músico itinerante, abandonó la carrera de pianista dedicándose exclusivamente a la literatura.

Se diferencian tres etapas en su producción literaria: desde 1925 a 1941 publica en diarios e imprentas del interior del país, como el “Libro sin tapas” (porque no tenía tapas); desde 1941 a 1946, define su estilo humorístico y fantástico en dos extensas narraciones; desde 1947 a 1960, muestra una mirada extravagante en libros como “Nadie encendía las lámparas” y “La casa inundada”.

Citaba dos nombres recurrentes en sus lecturas: Henri Bergson y Marcel Proust (también a Kafka). Sus cuentos y novelas cortas recrean el mundo de su infancia y juventud, evocan personas que conoció y barrios de Montevideo. Su narrativa se basa en el recuerdo como motor de la escritura, pero sin seguir la línea proustiana.4 Una magdalena, una calle, un tren, un piano, pueden encerrar recuerdos y hacer revivir sensaciones. La construcción de gran parte de sus cuentos se apoya en la reivindicación de lo lateral, como en La cara de Ana. Una temática recurrente e interesante es el lugar primordial que le dio a los objetos inertes (como sucede en El vestido blanco, Las hortensias o El caballo perdido, entre otros).

Aunque su trabajo de escritor eclipsó su carrera de pianista, su obra entera está impregnada de música, tanto en los temas evocados (un profesor de piano, un recital, un bandoneón), como en la forma de contar, al sugerir emociones con palabras de cierta sonoridad, transformando el sentido de las palabras en función de los sonidos, al construir partes de su relato como variaciones de un mismo tema musical. Sin embargo, desde el punto de vista de la prosa "podría pensarse de una límpida musicalidad, sería un juicio erróneo. Felisberto Hernández fuerza las construcciones gramaticales de un modo tan anómalo como personal para que comuniquen lo que él pretende transmitir". Esto hizo que relevantes críticos literarios como Emir Rodríguez Monegal lo criticasen muy duramente por la incorrección de su prosa. El análisis crítico de la obra de Hernández se encuentra ligado a su carácter inclasificable. Sus cuentos no poseen la rigurosa economía de Horacio Quiroga, no pretenden la cerebral perfección de Jorge Luis Borges, ni anticipan los relatos de Juan Carlos Onetti. Cortázar en Historia de cronopios y de famas y en Rayuela, será el único en recoger, al menos en parte, el legado de Hernández.

Para Onetti, quien lo admiraba, su libro más importante fue el autobiográfico Por los tiempos de Clemente Colling (1942), más que otros posteriores y famosos, en los que aparecía como más "ingenuo".

Especialista en el ámbito de la narrativa breve, sus obras han sido traducidas, tardíamente, a varios idiomas: alemán, francés, inglés, italiano, griego y portugués. En un viaje a París intentó publicar, sin éxito, pese al apoyo generoso del escritor Jules Supervielle, de origen montevideano. En España se difundió en 1974 — 1975 gracias al esfuerzo de Cristina Peri Rossi.

Para Julio Cortázar, es rechazable la mera etiqueta de 'fantástica' para su obra: "nadie como él para disolverla en un increíble enriquecimiento de la realidad total que no sólo contiene lo verificable sino que lo apuntala en el lomo del misterio". Ha sido considerado un maestro tanto por éste como por Gabriel García Márquez.

La extraña ficción de sus cuentos hace brotar un universo totalmente personal y que no puede ser comparado totalmente con los cuentos más urbanos, más intelectualizados, de Cortázar. Italo Calvino, quien prologó la versión italiana de Nadie encendía las lámparas (Nessuno accendeva le lampade, Giulio Einaudi Editore, Turín, 1974), lo definió como "un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un 'francotirador' que desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas".

 

Cartas a los muertos

 

 

 

Mi querido poeta:

He sabido que Ud. va a publicar un nuevo libro. Y me apresuro a advertirle que Ud. no puede hacer eso. La razón que, en mi responsabilidad de médico, me asiste para hacerle esta advertencia, es muy sencilla. Sin embargo, yo sé que Ud. –como todos los que se encuentran en su caso– se obstinará en no quererla comprender. Pero debe saber una vez por todas, que hace ya bastante tiempo que Ud. ha muerto. No cometeré la superficialidad de presentarle mis condolencias. Además yo trato a mis muertos no sólo con cariño, sino también con franqueza; su muerte me trajo sentimientos muy particulares. Como ciudadano casi puedo afirmarle que mis sentimientos fueron poco menos que indiferentes. En mí crecen otros sentimientos que ahogan a los del ciudadano. Y no vaya a creer por esto que voy contra la humanidad. Al contrario, pretendo otra cosa. Y aun en el caso de que la humanidad me fuera completamente indiferente, no sería imposible que mi pasión por la ciencia y por el conocimiento tuviera para los hombres consecuencias de un gran bien. Precisamente mi pasión por el conocimiento me llevó a estudiar a los poetas y a aprovechar de ellos los conocimientos que quedaron atrapados en sus poesías. Como gustador de poetas, me apresuro a decirle, que es como más lamento su muerte. Pero no exageremos demasiado; si por un lado pierdo los poemas que Ud. hubiera hecho si realmente viviera, por otro lado empiezo a gozar el sabor, más concentrado y misterioso, que uno encuentra en las poesías de un autor al cual uno ya no puede darle la mano como a un ser realmente vivo.

Como médico tengo mucho más que decirle. Primero tuve el sentimiento de sorpresa que me producen ciertas maneras de la muerte; después casi tuve con Ud. el sentimiento de un absoluto fracaso en cuanto a poderlo salvar. Y por fin su muerte me trajo la gran alegría de poderlo salvar casi completamente. Y esto es un gran triunfo para mí. Si hubo otros colegas que después de una muerte pudieron hacer marchar un corazón; o aprovechar un ojo o cualquier otra parte del cuerpo de un muerto para recomponer un vivo, yo, mi querido poeta, no sólo hago marchar a un muerto sino que casi casi está vivo del todo. Lo único que no puedo recomponer, óigalo bien, es su facultad de creación. Precisamente por estar seguro de que ahora Ud. carece de ella, es que lo doy por muerto. Y no crea que no siento este fracaso; aún más, me consideraría más satisfecho si hubiera podido matar, en un vivo artificial, algo que al morir quedó demasiado vivo en él: la vanidad de creerse un vivo natural; es decir, su capacidad de creación. Esa vanidad es la gran sobreviviente del hombre.

Y ahora lo ataco de frente. De esa vanidad tiene Ud. que cuidarse. En caso contrario, andará Ud. como un viejo que pretende tener una aventura. Si sigue Ud. con la pretensión de querer hacer nuevos poemas será el peor plagiario de sí mismo, arrojará una luz falsa sobre su poesía anterior y la desprestigiará. En cambio, piense en la satisfacción que dará a todos sus admiradores si les deja la ilusión de estrechar la mano que escribió aquellos poemas, un poco antes de que esa mano se seque del todo. Piense en la satisfacción que será para Ud. sobrevivir para recoger los halagos que merece. Si Ud. no se estropea con una ambición fuera de lugar, verá cómo se desarrollará la sensibilidad del triunfo; recuerde que esa sensibilidad nunca fue amplia; porque cuando Ud. era joven, si bien deseaba el triunfo, también tenía inquietudes que lo inhibieron en muchos instantes. Y aún más, ahora, sin esa auténtica inquietud, tiene Ud. también un estado físico más completo para recibir el triunfo; ahora Ud. podrá desarrollar más lo que yo llamo “sensibilidad de banquetes”: Ud. no sólo podrá comer más y gozar más rato de sus comidas, sino también estropear menos sus digestiones.