80 recomendaciones para evitar los tóxicos - Nicolás Olea - E-Book

80 recomendaciones para evitar los tóxicos E-Book

Nicolás Olea

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Beschreibung

¿Sabías que ya se han detectado microplásticos en la leche materna, el cerebro humano o el semen? Vivimos rodeados de sustancias químicas que alteran nuestro equilibrio hormonal sin que apenas seamos conscientes. En esta guía práctica imprescindible, el doctor Nicolás Olea —referente mundial en disrupción endocrina— nos explica, con un lenguaje claro y sin alarmismos, cómo protegernos de los tóxicos presentes en objetos cotidianos, alimentos y en nuestros hogares y espacios públicos. 80 pautas para informarse, actuar y exigir un entorno más saludable.

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Seitenzahl: 296

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

Preámbulo

Parte 1

Disruptores endocrinos

Plásticos, microplásticos y nanoplásticos

Hijas del petróleo

Parte 2

Recomendaciones generales para protegerse de la exposición a DE y plásticos

Uso práctico de la guía: la regla de los 21 días

Recomendaciones referentes al agua de bebida

Recomendaciones referentes a la producción de alimentos

Recomendaciones sobre el envasado de los alimentos

Recomendaciones sobre la preparación de alimentos

Recomendaciones sobre cosméticos

Recomendaciones para el hogar

Recomendaciones sobre tu ropa

Recomendaciones para el medioambiente

Agradecimientos

Notas

NOTA IMPORTANTE: en ocasiones las opiniones sostenidas en «Los libros de Integral» pueden diferir de las de la medicina oficialmente aceptada. La intención es facilitar información y presentar alternativas, hoy disponibles, que ayuden al lector a valorar y decidir responsablemente sobre su propia salud, y, en caso de enfermedad, a establecer un diálogo con su médico o especialista. Este libro no pretende, en ningún caso, ser un sustituto de la consulta médica personal.

Aunque se considera que los consejos e informaciones son exactos y ciertos en el momento de su publicación, ni los autores ni el editor pueden aceptar ninguna responsabilidad legal por cualquier error u omisión que se haya podido producir.

© del texto: Nicolás Olea Serrano.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en libro electrónico: octubre de 2025

REF.: OBEO007

ISBN: 978-84-9118-324-2

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

A Nicolás, Emilia y Teresa

A María Jesús

En apariencia somos ricos, pero en realidad pertenecemos a una clase terriblemente empobrecida, que ha acumulado basura y no sabe cómo hacer uso o deshacerse de ella, y ha construido prisiones de plata y oro.

Henry David Thoreau (1854)

Preámbulo

Corría el año 2019 a. C. —a. C. se refiere a «antes del COVID19», el año que marcó un antes y un después, y que recordaremos siempre— cuando vio la luz el libro Libérate de tóxicos. Guía para evitar los disruptores endocrinos.1 Desde entonces tengo mucho que contarte. Aunque, en primer lugar, lo que quiero es agradecer a los lectores no solo la buena acogida con que han recibido el libro, sino también su interés. Su lectura, en efecto, ha generado cientos de preguntas que me han ido llegando poco a poco y de manera constante desde el mismo momento de su publicación, ya sea por correo electrónico o directamente en forma de preguntas que me han planteado las personas que asistían a los muy variados foros en que hemos difundido la obra, centrada en esa pesadilla que es la exposición humana a los disruptores endocrinos (a los que de ahora en adelante llamaremos por sus siglas, DE), es decir, los contaminantes ambientales que interfieren en la actividad hormonal de nuestro organismo.

Con el libro en la mano, hemos visitado las ferias de productos ecológicos, los foros de practicantes de la agricultura convencional, las AMPA, los comedores escolares y los institutos de enseñanza media, así como también los foros de discusión científica y social, los congresos sanitarios tanto de profesionales generalistas de la salud como de especialistas, las asociaciones de consumidores, las tribunas abiertas y, cómo no, los centros de decisión política y técnica. Incluso, pudimos practicar ese nuevo arte que llaman «la incidencia política» o, lo que es lo mismo, pedir a los partidos políticos y a los responsables de la Administración gobernante que incorporen en sus propuestas y decisiones opiniones derivadas del conocimiento científico que, os recuerdo, la propia Administración ha ayudado a generar mediante financiación pública y competitiva de proyectos e investigaciones muy variadas.

Hay varios comentarios que creo necesario traer a colación en este preámbulo. El primero es referente a si hemos tenido que desmontar algunas de las recomendaciones e hipótesis que se presentaban en el primer libro y que nos toca ahora ejercer el derecho a retractación y pedir perdón por alguna presunción.

La respuesta es contundente: no.

Es más, sabemos que nos quedamos cortos en muchas de las previsiones. Estos seis años nos han dado una nueva una lección sobre la debilidad de la respuesta política y legislativa a muchas de las propuestas que hacíamos en 2019. No podemos olvidar en este sentido que la tragedia del COVID-19 transformó nuestras vidas y se llevó por delante muchas de las buenas intenciones de políticos y legisladores.

El miedo creado por la pandemia generó una respuesta social inaudita, nos hizo ver el poder del Estado y asistimos boquiabiertos a las maniobras de muchos oportunistas, que vieron su ocasión para lucrarse con negocios de lo más variado: se vendían masivamente mascarillas de polipropileno afieltrado para taparnos la boca o se ponían en el mercado superempaquetados de plástico y agua plastificada. Estas ventas fueron tan masivas que han llegado a hacer fundir e, incluso, casi desaparecer el esperanzador Reto Verde Europeo2, que ha quedado reducido a un remedo patético de lo que Europa, a pecho abierto, iba a defender como modelo de sociedad para 2030 primero, y como horizonte lejano para 2050.

La orgía del plástico heredada del COVID-19 tiene, hoy día, su expresión más patente en los cientos de trabajos publicados sobre la presencia de microplásticos y nanoplásticos en tejidos y órganos tanto de humanos como de cualquier tipo de animales. De hecho, las mijitillas de polipropileno son el microplástico más abundante en la biopsia y lavado bronquial de la población mundial, y su frecuencia es muy superior a la de cualquier otro tipo de plástico presente en la pared intestinal, hígado o corazón. ¿Qué esperabas tras dos años respirando a través de esa mascarilla de polipropileno afieltrado?

También nos quedamos cortos en muchas de las previsiones. De todas ellas, en la que más erramos fue en el grado de exposición global a los contaminantes químicos presentes en el agua, los alimentos, el aire interior y los contaminantes atmosféricos. Los estudios de biomonitorización humana que identifican y cuantifican la presencia de contaminantes ambientales en fluidos biológicos humanos (como sangre, orina y leche materna) han demostrado que todos estamos expuestos a todo.

Como la propia Unión Europea admite, los europeos estamos expuestos a muchos contaminantes químicos, en altas concentraciones y en un nivel alarmante.

¿Muchos? ¿Cuántos? ¿Decenas?, ¿miles?

Espero que no estés leyendo este libro de pie; mejor siéntate: las revisiones más actuales2 admiten que el número oficioso de compuestos químicos de síntesis registrados se aproxima a los 340.000, doscientos mil más de los que mencionábamos en 2019.

En resumen, los trabajos de biomonitorización han demostrado que los sistemas de protección de la población no han funcionado adecuadamente. Estamos mucho más expuestos de lo que preveíamos al residuo de pesticidas o a los componentes del plástico.

Durante estos años, además, parece haberse desinflado gran parte del mensaje que el Pacto Verde Europeo3 nos ofrecía. Ya fuese COVID-19, la guerra en el propio Viejo Continente o porque, definitivamente, el Pisuerga pasa por Valladolid, lo cierto es que hemos asistido al desmonte de las promesas. Te pongo un ejemplo de cómo han cambiado (para mal) las normativas: hemos pasado en la UE de proponer la reducción del consumo de pesticidas en un 50% para 2030 no solo a tragarnos esa propuesta, sino a pedir que el cereal importado de América venga con unos niveles de residuos de pesticidas no permitidos para los propios agricultores europeos. Una enorme decepción.

También hemos visto, todos nosotros, a miles de tractores en las carreteras de toda Europa pidiendo precios justos para la producción agroalimentaria, pero la respuesta de los políticos y legisladores ha ido por otro camino: entre otras cosas, han suprimido las restricciones a la industria química y permitido su intromisión plena en la agricultura convencional.

Herbicidas, fungicidas e insecticidas por un tubo.

«Nicolás, no exageres», me dirás, «también hemos asistido a la aplicación de ciertas regulaciones restrictivas para algunos contaminantes cuyo uso clama al cielo por su toxicidad, persistencia y riesgo para la salud».

Es cierto, han sido regulados y prohibidos pesticidas como clorpirifós o mancozeb, pero estos se cuentan con los dedos de la mano frente a los más de 600 principios activos aún en el mercado.

El caso de la regulación de la exposición a bisfenol-A (BPA) —un conocido componente de los plásticos de policarbonato y resinas epoxi, con actividad como DE— es un buen ejemplo de la lentitud a la hora de establecer medidas protectoras para la población general. Explicábamos en Libérate de tóxicos que ya publicamos los primeros datos de BPA en las latas de conserva recubiertas con una resina plástica epoxídica en 1995. Pues bien, hemos tenido que esperar hasta el 31 de diciembre de 2024 para que la Autoridad Europea en Seguridad Alimentaria (EFSA) reduzca en 20.000 la cantidad máxima de BPA que se puede «comer» cada día, de manera que la ingesta máxima diaria pase de 4 microgramos de BPA/kg de peso corporal a 0,2 nanogramos/kg de peso corporal. Esperar treinta años para tomar esta decisión es un atentado contra la salud pública. ¿Cuánto daño se podría haber evitado si se hubiese puesto más diligencia y empeño a la hora de prohibir esta exposición? ¿Cuánta obesidad, infertilidad, déficit de atención, pubertad precoz o cáncer de mama se podría haber evitado? ¿Es que ninguno de los afectados por esta exposición silenciosa va a exigir responsabilidades? Vivir en el fango de la impunidad es muy desesperanzador.

La lista de compuestos químicos de interés toxicológico también ha crecido en estos seis años, y la investigación sobre toxicidad de algunos de ellos ha incorporado nuevos datos que preocupan enormemente a la comunidad investigadora, así como a la clínica y a la Administración. Quizás el caso más representativo es el de los compuestos perfluorados y polifluorados (PFAS). Su empleo masivo en múltiples aplicaciones y procesos —desde los materiales antiadherentes en los utensilios de cocina, como las sartenes, hasta su presencia en todo tipo de ropa y textiles, pasando por su presencia en pesticidas y espumas antiincendio— los han convertido en el mayor ejemplo de estupidez legislativa y fracaso de la regulación en el área de la toxicología. Ahora se admite que estos PFAS son muy persistentes, es decir, que una vez incorporados al organismo, no sabemos cómo metabolizarlos y eliminarlos. Esto, unido a su carácter como disruptores endocrinos y metabólicos, los ha erigido en una preocupación de orden global con consecuencias sanitarias impredecibles y con un coste económico en gasto médico que resulta, sencillamente, inimaginable.

Una demostración de esta preocupación se evidencia en que, en la afamada lista de los mayores tóxicos, que está enumerada en el Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes, adoptado en 2001, ya se incluye un perfluorado (PFOA). Seguro que aumentará, porque los perfluorados y polifluorados del catálogo industrial son más de 12.000. En otras palabras, se trata de compuestos químicos habituales y enormemente extendidos en su uso que han merecido acompañar a la relación de la «docena sucia» —del inglés Dirty Dozen—, formada por contaminantes orgánicos persistentes (COP) que fueron identificados por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) como especialmente peligrosos para la salud humana y el medioambiente. El Convenio de Estocolmo dio prioridad a la eliminación o restricción de estos compuestos por ser altamente tóxicos, persistir en el medioambiente, bioacumularse en los organismos vivos, transportarse a largas distancias por el aire, el agua o las especies migratorias, y biomagnificarse en las cadenas alimentarias.

Volviendo a los PFAS, es interesante recordar que, al igual que otros miles de compuestos disruptores endocrinos y metabólicos, no nacen de las plantas ni brotan espontáneamente entre las rocas. Seguro que ya sabes que la mayoría de ellos, si no todos, son compuestos de síntesis orgánica y provienen del petróleo y del gas natural. Me gustaría que vieras los números oficiales de los despachos de las multinacionales del gas y del petróleo. Más del 16% de su producción va a la llamada química fina, y cerca del 8 % se emplea en la fabricación de plásticos, ya sea de forma directa o indirecta. La previsión de crecimiento de la Unión Europea para el plástico que proviene del petróleo es abrumadora: en 2030 alcanzaremos los 600 millones de toneladas métricas anuales, que se multiplicarán por tres para el 2050. Sí, estás en lo cierto: ese año en que el Pacto Verde Europeo nos prometía una Europa saludable y sostenible va a ser una Europa de plástico.

Hordas de vendedores de petróleo fino salen a la calle cada día con sus carteras de representantes e invaden las redes con sus anuncios de las nuevas, fantásticas e innovadoras aplicaciones de los derivados del petróleo —aunque no mencionen nunca esa palabra malsonante y maloliente—. Estamos rodeados por sillas que parecen de madera, suelos que imitan el parqué, ropas que tienen el tacto de la seda, del lino o del algodón, perfumes que huelen como el jazmín y los alhelíes, gafas irrompibles, herramientas ligeras, pegamentos instantáneos y eternos, carcasas de ordenadores y móviles que se asemejan al metal y automóviles que casi se diría que son de verdad. ¿Creías que el petróleo era solo un combustible? Ja, ja. Si yo tuviese un pozo de oro negro no quemaría ni un solo litro, lo emplearía todo en llenar tu casa, tu colegio, tu hospital, tu ciudad y tu campo de objetos de consumo y de productos milagrosos, esos que matan bichos y hierbas y dejan tu olivar como el culito de un bebé.

Una parte sustancial del censo de disruptores endocrinos está constituida por compuestos que, de una u otra manera, forman parte del universo de los plásticos. Desde los monómeros como el bisfenol-A, que constituyen el polímero que conoces como policarbonato (por citar un ejemplo sencillo y trillado), hasta los aditivos del PVC, como es el caso de los ftalatos, que lo flexibilizan y lo hacen ponible en la camiseta con dibujos en relieve que le has comprado a tu hija. Pues bien, durante estos últimos seis años, la información sobre la presencia de fragmentos diminutos de plástico en el interior de los organismos vivos, entre ellos el cuerpo humano, ha crecido hasta niveles inimaginables. Hoy contamos con miles de publicaciones científicas sobre los microplásticos ambientales y la presencia de los micro y nanoplásticos en pulmón, hígado, placenta, riñón, cerebro, testículo, sangre y leche materna de humanos y animales (por citar los lugares más llamativos donde se han medido). Ahora, con toda esa información sobre la mesa, los mismos que han tardado treinta años en regular el BPA en las latas de conserva se preguntan: ¿serán dañinos los microplásticos? Es el cuento de nunca acabar. Es un no escarmentar. Es una desgracia.

Te contaré que no sabemos ni queremos desligar los riesgos inherentes a la exposición a los componentes del plástico del efecto tóxico de los fragmentos materiales que se han incorporado a tu organismo. A la hora de hablar de consecuencias adversas, ambos aspectos deben ser tenidos en consideración. Si hemos hablado hasta este momento de disrupción endocrina, ahora añadiremos efectos tales como disrupción metabólica, inflamación, estrés oxidativo o daño genómico, por poner algunos ejemplos de las consecuencias que en las publicaciones científicas ya se están asociando a la presencia de los microplásticos en órganos y tejidos. De nuevo, todo lo que sabíamos —o intuíamos— sobre el efecto combinado, o efecto cóctel, vuelve a las mesas de debate.

Seguramente recordarás que, en Libérate de tóxicos, ya habíamos criticado a la Administración porque no había tenido en cuenta el efecto tóxico de las bajas concentraciones de muchas sustancias químicas, definiendo valores seguros de exposición para muchas de ellas, cuando la consideración de un efecto combinado —múltiples residuos químicos en concentraciones subóptimas pueden actuar de forma sumatoria, aditiva o antagónica— invalida ese criterio de seguridad. ¿Cuántas sustancias en concentraciones bajas hacen una concentración alta? Es imposible de responder por el momento, pero se trata de una posibilidad que no se debe obviar. Ahora, con la toxicidad añadida de los micro y nanoplásticos actuando in situ, el asunto de la evaluación toxicológica individual vuelve a ponerse en entredicho.

Te daré un ejemplo que citamos en su momento en Libérate de tóxicos y que se refiere a un objeto de uso muy cotidiano: comentaba en el libro cuánto nos preocupaban las sartenes antiadherentes, que alcanzaban esa propiedad casi mágica de la antiadherencia gracias a la presencia de compuestos perfluorados (PFAS).4 Pues bien, tienes que saber que ahora nos aseguran que algunos de estos compuestos han sido sustituidos por otros de la misma familia, pero que no son tóxicos.

¡Ay, que no me fío! La experiencia nos dice que las sustituciones no siempre son afortunadas; de hecho, en el medio científico y regulador, es popular la expresión «sustituciones lamentables» para los casos en que los compuestos químicos elegidos para sustituir a aquellos bajo sospecha de toxicidad son también un problema.

En resumen: la ausencia de conocimiento toxicológico no es sinónimo de inocuidad, simplemente quiere decir que no se ha evaluado la actividad tóxica de ese nuevo compuesto. Pues bien, y volviendo a las sartenes: ahora sabemos que el uso de las sartenes con un recubrimiento plástico no solo contribuye a la exposición a nuevos PFAS no regulados, sino que incluye, además, la exposición a microplásticos.

Ante esta ensalada de tóxicos, ¿cuál es mi consejo? Huye de los plásticos fritos. Y, si andas a la busca de una sartén antiadherente, mi opinión es clara: busca que sea de materiales no tóxicos y claramente inocuos, como pueden ser las de acero inoxidable.

Los estudios de monitorización de la presencia de contaminantes químicos en orina, sangre o leche materna, eso que llamamos «biomonitorización humana», y a lo que ya nos hemos referido con anterioridad, nos han enseñado que cualquier ciudadano europeo, con independencia de su país o lugar de residencia, ha estado expuesto a ciertos contaminantes cuya actividad hormonal está demostrada.5 Además, a pesar de que aún son pocos los estudios que han relacionado esa actividad hormonal con una alteración en la fisiología hormonal que pueda dar lugar a enfermedades, muchos sí sugieren que existen momentos de mayor vulnerabilidad para provocar efectos indeseables en la vida de un individuo. Esos momentos vienen marcados en gran parte por el propio estado hormonal del individuo, por lo que los momentos de máxima señalización endocrina —como puede ser el desarrollo embrionario y fetal, el crecimiento infantil o la pubertad— son especialmente relevantes cuando hablamos de exposición a disruptores endocrinos y metabólicos. Es también por eso mismo por lo que gran parte de nuestras observaciones y estudios sobre efectos adversos se han centrado en la exposición materno-infantil y desarrollo puberal.

Se ha popularizado en estos años un mensaje que ya quisimos visibilizar en Libérate de tóxicos: protege los primeros mil días de la vida de cualquier ser humano.

Las cuentas son claras: 270 días de embarazo sumados a dos años de 365 días cada uno nos dan como resultado 1.000 días.

Esos mil días son, ni más ni menos, una oportunidad para hacer bien las cosas en un periodo determinante de la vida de la persona. Para ello, es necesario preservar las exposiciones ambientales de la madre y del recién nacido, contribuyendo también a la buena alimentación y ofreciendo los estímulos necesarios. Nuestras amigas Elisabet Silvestre y Elena Codina publicaron un libro precisamente titulado así, Los primeros mil días,6 que se escribió con la intención de trasladar el conocimiento científico y clínico de dos expertas en infancia y en el medioambiente del hogar a los cuidados de la embarazada y del recién nacido. El objetivo está claro: mantener el desarrollo infantil lejos de exposiciones perturbadoras. Nada más y nada menos.

Ellas y nosotros partimos de la misma hipótesis, sólida y comprobada, que sostiene que los trastornos en el equilibrio hormonal provocados por la exposición a disruptores endocrinos y metabólicos tienen consecuencias en el desarrollo y la maduración de múltiples sistemas y aparatos del cuerpo humano, y que las consecuencias de esta exposición se manifiestan en forma de disfunciones que pueden ser evidentes, o bien de forma inmediata, o bien más tarde, incluso en la vida adulta, aunque el individuo haya estado expuesto en una edad temprana.

Es fácil imaginar la gravedad de esta afirmación: por una parte, por el daño en sí mismo sobre el individuo en desarrollo; por otra, por la enorme dificultad a la hora de establecer una relación de causalidad entre la exposición temprana y un daño o enfermedad que se presenta en la edad adulta. Esta distancia temporal entre exposición y efecto da lugar a que, en muchas ocasiones, en el diagnóstico de la enfermedad en el adulto no se tenga en consideración, ni siquiera se sospeche, que pudiese estar vinculada a alguna exposición ocurrida en la infancia o en el vientre materno. Ante esta dificultad para establecer un vínculo, la mejor actuación es la prevención, tomando como ejemplo situaciones previas y siguiendo las recomendaciones del principio de precaución o cautela que tanto hemos reclamado.

Los trabajos de revisión más recientes que dibujan el cambio en el patrón y frecuencia de presentación de enfermedades comunes nos hablan de la necesidad de esa cautela que reclama este principio. Por ejemplo, la excelente revisión7 sobre la incidencia de cáncer en la población estadounidense, con más de veintitrés millones de casos de cáncer revisados, señala que para la mayoría de las formas de cáncer hay un adelanto en la edad al diagnóstico, de tal manera que es más frecuente la probabilidad de cáncer de mama premenopáusico (antes de los 45 años) en una mujer nacida en el año 1980 que cumple los cuarenta en el 2020, que en una mujer nacida en 1940 que cumplió los cuarenta en el año 1980. Los autores del estudio señalan que el adelanto en la frecuencia y en la precocidad en el diagnóstico no se debe solo a una mejora en los sistemas de diagnóstico, ni tampoco a cuestiones vinculadas a la herencia o a los genes, sino que parecen ser factores ambientales y cambios en los hábitos los que aumentan la probabilidad de enfermar.

Las conclusiones de este y otros trabajos similares son muy relevantes: a este ritmo de incremento de la incidencia de cáncer, parecería que todos los individuos de la generación Z —así llaman a los nacidos en el siglo XXI— van a padecer cáncer. Es absolutamente necesario intervenir para que eso no ocurra. Si hay factores modificables en la causa de la enfermedad, identifiquémoslos y tratemos de corregir el desaguisado. Limitar la exposición a DE es factible y augura un mejor devenir en la salud de nuestras hijas e hijos.

Como verás, hablamos con demasiada frecuencia de exposición materno-infantil, de adelanto en la pubertad en las niñas, de problemas tiroideos en la mujer adulta y de cáncer de mama. Da la sensación de que la disrupción endocrina y metabólica quiere cebarse en la mujer. Y realmente es así. Es abrumadoramente mayor la información que recabamos sobre la exposición y efectos adversos en relación con la mujer que con el varón. Las razones son múltiples y se pueden justificar tanto desde el punto de vista fisiológico como social. No es este el momento de discutirlas, pero te aseguro que están bien justificadas. A este respecto, tengo que decirte que el libro que tienes entre las manos podría haberse llamado así: «Evitando la exposición a contaminantes químicos ambientales». O aún mejor: «Evitando la exposición a contaminantes químicos ambientales derivados del petróleo». O incluso mejor: «Evitando la exposición de la mujer joven a contaminantes químicos derivados del petróleo». Al final, propuse un título más sencillo, más directo, más concreto: «Hijas del petróleo», pero mi editora, sabiamente, me dijo que ni hablar. Sus motivos eran muy fundados: no debemos cerrar el foco. La exposición a los DE es cosa de todos. En mayor o menor medida, nos incumbe y afecta a todos. Tanto en el sentido de la forma en que podemos protegernos como en todo lo que tiene que ver con concienciarnos e informarnos e, incluso, reivindicar medidas y actuaciones concretas desde la Administración. Y tiene razón, porque las hijas del petróleo son las madres, las hermanas, las parejas de todos, y nadie está a salvo del peligro. Así pues, me conformo con un título mucho más genérico, pero que llegará a mucha más gente. Ese es, al fin y al cabo, mi objetivo. Difundir mi mensaje a cuantos más mejor. Espero que te resulte de interés.

Disruptores endocrinos

Para la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA), los productos químicos sintéticos, omnipresentes en la sociedad moderna, ya conforman un censo de más de 250.000 componentes, aunque estimaciones más realistas lo cifran en cerca de 350.000 sustancias.2 Aproximadamente 3.000 de estos productos químicos se utilizan en volúmenes superiores a un millón de kilogramos por año, lo cual les confiere un estatus especial por su difusión y empleo, ya que se encuentran en una gran variedad de productos de consumo de uso cotidiano, como los artículos de limpieza, los productos de cuidado personal o los materiales de construcción y de mobiliario; pero la cosa no se queda ahí: los productos químicos sintéticos también participan en la producción, elaboración y distribución de alimentos y son empleados en la formulación de productos farmacéuticos y en infinidad de procesos industriales.

Dentro de este gran universo de productos químicos de síntesis, se encuentran los DE, que son compuestos químicos que, una vez dentro de los organismos vivos —ya sean humanos o animales—, interfieren en el sistema hormonal, a pesar de no estar diseñados para ese propósito, e imitan, bloquean o alteran las hormonas endógenas. Como consecuencia, los DE pueden tener efectos perjudiciales en la salud humana o animal, ya sea en los individuos expuestos a ellos o en su descendencia. Estos efectos perjudiciales se manifestarán en forma de enfermedades hormonales de mayor o menor gravedad.

Me gustaría recordarte que, desde 1992, año en que se acuñó el término «disruptor endocrino», el efecto que provocan los DE en nuestra salud ha sido explorado en relación con muy diferentes enfermedades y con muy diversos modelos experimentales. Todos estos estudios han demostrado que provocan daño endocrino tanto en humanos como en especies animales. En estos últimos años, también hemos visto (como hemos dicho al principio de este capítulo) cómo ha ido aumentando el censo de compuestos químicos que son DE. Así, se han incorporado nuevos compuestos con actividad endocrina y modulación metabólica, pero por fortuna también es mucho más amplio nuestro conocimiento sobre ellos y sobre sus mecanismos de acción de forma individual o combinada; de igual manera, también ha aumentado la información sobre los efectos provocados por la exposición humana por todas las vías a ellos, así como los estudios epidemiológicos en humanos que describen la asociación entre la exposición a DE y las enfermedades comunes, cuya presentación parece ser cada vez más temprana y frecuente.

Repasemos unos cuantos conceptos antes de entrar en materia:

El papel de las hormonas

Las hormonas son sustancias químicas producidas por las diferentes glándulas endocrinas. Actúan como mensajeros químicos que conectan diferentes órganos entre sí, lo que las hace indispensables para la regulación de muy diversas funciones fisiológicas (por ejemplo, regulan el crecimiento y el desarrollo de tejidos y órganos, e intervienen en la maduración sexual durante la pubertad) y para el mantenimiento del equilibrio interno del cuerpo, lo que conocemos como «homeostasis».

Las hormonas también controlan cómo el cuerpo utiliza y almacena energía, pues se encargan de regular procesos como el metabolismo basal, la digestión y el equilibrio de líquidos. Además, ayudan a mantener unos niveles adecuados de sales y minerales, lo que resulta esencial para el adecuado funcionamiento de los músculos y de los nervios.

Algunas hormonas influyen en la respuesta inmunológica del cuerpo, ya que afectan a la capacidad del sistema inmunológico para combatir infecciones y enfermedades. Por último, también pueden influir en el estado de ánimo, la respuesta al estrés y las emociones en general.

Para cumplir todas estas tareas, las hormonas «viajan» por nuestro cuerpo. Utilizan para ello el torrente sanguíneo, que las transporta desde las glándulas que las producen hasta los tejidos y órganos donde ejercen su acción. En cuanto llegan a su destino, el órgano objetivo, se ponen en acción y se unen a receptores específicos en las células que son el blanco de su acción. Es esta unión la que desencadenará una serie de respuestas biológicas, que pueden ir desde la expresión o represión de genes específicos hasta la activación de ciertas enzimas o la modificación de alguna función celular.

Mecanismos de acción de los disruptores endocrinos

La estructura química de los DE es muy variada, tanto como la de las propias hormonas. Existen muy diversos mecanismos de interferencia de los DE en el sistema hormonal, ya que estos pueden actuar como agonistas o imitadores hormonales cuando tienen una estructura química similar a la de las hormonas naturales. Debido a esta similitud, los DE pueden unirse a los receptores hormonales y activarlos de manera similar a como lo haría una hormona propia de nuestro organismo. Esto puede provocar respuestas anormales, desequilibrios hormonales en el organismo y efectos adversos.

También hay DE que, en vez de «imitar» a las hormonas, pueden bloquear o inhibir la acción de nuestras propias hormonas actuando como antagonistas. Estos DE bloquean la respuesta biológica normal del órgano receptor de las hormonas, lo que también puede tener efectos perjudiciales en el organismo.

Por último, algunos DE pueden afectar la producción, el transporte, el metabolismo o la eliminación de las hormonas. Estos DE pueden influir en los procesos bioquímicos responsables de la síntesis o degradación de las hormonas, lo que puede llevar a niveles anormales de hormonas y alterar la función endocrina.

Las observaciones clínicas y la epidemiología nos han permitido determinar que los efectos de la exposición a DE dependen del momento en que ocurre esta exposición, así como que estos efectos son diferentes en hombres y mujeres. Además, como los efectos de los DE están vinculados a la dependencia hormonal de cada tejido, estos efectos pueden ser distintos en diferentes órganos y sistemas. Esto es especialmente evidente cuando hablamos de la exposición a los DE mimetizadores de las hormonas sexuales tanto femeninas (estrógenos) como masculinas (andrógenos), ya que estas hormonas determinan las diferencias sexuales y están relacionadas con las circunstancias anatómicas, fisiológicas y de comportamiento que caracterizan la fisiología femenina y masculina.

Por último, la edad a la que nos vemos expuestos a los DE también puede influir en las consecuencias adversas que estos tengan en nuestra salud. Las exposiciones ocurridas durante el embarazo pueden desencadenar efectos muy distintos a las que tienen lugar en la edad adulta; esto es así porque el embrión o feto es extremadamente sensible al control hormonal. Lo mismo ocurre durante la infancia y en épocas de cambio y maduración, como la adolescencia y la maduración sexual, o durante el climaterio.

Efecto combinado (efecto cóctel) y bajas dosis

La exposición a los DE es un problema especialmente complejo debido a la enorme variedad de compuestos químicos empleados en cualquiera de las actividades diarias de prácticamente cada uno de nosotros. En nuestro día a día, no nos vemos expuestos a un único DE, sino más bien a mezclas complejas y heterogéneas de ellos, en muchas ocasiones en niveles de concentración relativamente bajos, pero que pueden interactuar entre sí de diferentes maneras. El resultado final es el efecto combinado, también llamado «efecto cóctel».

La definición más sencilla sería decir que el efecto cóctel es el atribuido a la actuación combinada de la mezcla compleja de los DE. Uno de sus grandes problemas es que el cóctel podría tener un impacto mayor que el producido por la suma de las concentraciones individuales de cada uno de los contaminantes, en caso de darse fenómenos de sinergia; o, por el contrario, ser de menor efecto al comportarse estos compuestos como antagónicos entre sí. Todas las posibilidades pueden contemplarse, por lo que los estudios sobre los efectos derivados de la exposición a los DE deben tener en consideración los riesgos del cóctel y no solo de los compuestos individuales. Por otra parte, si se admite el efecto combinado, la suposición de la ausencia de efecto para las bajas concentraciones de un compuesto de disruptores endocrinos puede ser completamente errónea, ya que todo va a depender de la coexposición con otros DE.

En otras palabras, la aceptación del efecto cóctel pone en entredicho la afirmación de que la exposición a bajas concentraciones de disruptores endocrinos está exenta de riesgo y sugiere, por el contrario, que cualquier concentración, por baja que sea, puede ser relevante para producir un efecto adverso si coincide con otros DE o con el fondo hormonal propio de cada individuo.

En resumen, los efectos adversos derivados de la exposición a contaminantes DE pueden estar relacionados con niveles bajos de cada uno de los compuestos de disruptores endocrinos en una mezcla, lo que dificulta enormemente el establecimiento de niveles de seguridad y muestra hasta qué punto es necesario tener en cuenta la exposición que ocurre tanto a niveles bajos como muy bajos de los contaminantes ambientales.

Efectos sobre la salud de los DE

Los DE pueden tener una amplia variedad de efectos en la salud humana y en la de especies animales. Ya hemos explicado que el sistema endocrino regula numerosas funciones corporales, entre las que se incluyen el desarrollo, el crecimiento, la reproducción, el metabolismo y el comportamiento, y sabemos que los DE pueden interferir con estas funciones y causar efectos adversos que se presentan ya sea de manera inmediata o tardía.

Entre los efectos adversos descritos en especies animales (peces, reptiles, pájaros, mamíferos) se incluyen: disfunción tiroidea, alteraciones en el crecimiento, aumento de la incidencia de problemas relacionados con el tracto reproductor masculino y femenino, disminución de la fertilidad, pérdida en la eficacia del apareamiento, anomalías del comportamiento, alteraciones metabólicas evidentes desde el nacimiento, desmasculinización, feminización, alteraciones del sistema inmune e, incluso, aumento en la incidencia de diferentes tipos de tumores.

En la especie humana, la investigación de los efectos de los DE está resultando mucho más compleja de lo que era previsible y ha desvelado aspectos de la biología del desarrollo hasta ahora desconocidos. Por ejemplo, los DE son capaces de intervenir tanto en la morfogénesis mamaria como en la formación del aparato genital masculino y femenino, y de igual manera lo hacen en el desarrollo y la maduración cerebral, poniendo en jaque, por tanto, el desarrollo del recién nacido. Es especialmente crítica la exposición a los DE durante el desarrollo, ya que pueden originar efectos irreversibles, generalmente no manifestados de inmediato y solo diagnosticables en la edad adulta. Aunque sutiles, estos efectos pueden derivar en graves consecuencias para el individuo que no se pueden revertir.

Otro dato preocupante es la certeza de que los DE pueden afectar a la función reproductiva tanto en hombres como en mujeres. En las mujeres, no solo pueden interferir en la ovulación y el ciclo menstrual, sino que sus repercusiones en el sistema reproductor femenino van desde la pubertad precoz hasta la reducción de la fecundidad, el síndrome de ovario poliquístico, resultados adversos del embarazo, endometriosis y tumores uterinos. La endometriosis alcanza ya al 10 % de las mujeres en edad reproductiva, a tal punto que un 30-40% de las mujeres infértiles son diagnosticadas de endometriosis.