A contracorriente - Eduardo Abad García - E-Book

A contracorriente E-Book

Eduardo Abad García

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Beschreibung

A través de un recorrido por el surgimiento y la evolución de la disidencia de origen ortodoxo en el comunismo español, de aquellos a quienes la opinión pública encasilló como "prosoviéticos", se plantea la hipótesis de que este movimiento de oposición en el seno del Partido Comunista de España estuvo motivado por la mutación progresiva de la política y la imagen del partido. Estas transformaciones no serían bien recibidas por algunos sectores de su militancia y, como consecuencia, se produjeron varios movimientos divergentes cuyo nexo común radicaba en la reivindicación de la identidad comunista clásica. También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones de la Transición y la crisis del movimiento comunista internacional. Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo propone una periodización de esta corriente en tres olas, metáfora que ayuda a comprender las distintas dimensiones de un fenómeno complejo y facilita su análisis sincrónico centrado en la identidad comunista. Se trata de la primera ocasión en que se estudia este hecho de forma global y monográfica. Por lo tanto, el objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español –poco después del centenario de su nacimiento–, sin la cual esta no estaría completa.

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HISTÒRIA I MEMÒRIA DEL FRANQUISME / 62

DIRECCIÓ

Ismael Saz (Universitat de València)

Julián Sanz (Universitat de València)

CONSELL EDITORIAL

Paul Preston (London School of Economics)

Walter Bernecker (Universität Erlangen, Núremberg)

Alfonso Botti (Università di Modena e Reggio Emilia)

Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris VIII)

Sophie Baby (Université de Bourgogne)

Carme Molinero i Ruiz (Universitat Autònoma de Barcelona)

Conxita Mir Curcó (Universitat de Lleida)

Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante)

Javier Tébar Hurtado (Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya, UB)

Teresa M.ª Ortega López (Universidad de Granada)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Eduardo Abad García, 2022

© De esta edición: Universitat de València, 2022

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Coordinación editorial: Amparo Jesús-María

Ilustración de la cubierta: Militantes del PCC asomadas a la ventanilla de un tren a mediados de los años ochenta. Arxiu Josep Serradell. Fons fotogràfic.

Diseño de cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Maquetación: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Letras y Píxeles, S. L.

ISBN: 978-84-9134-950-1 (papel)

ISBN: 978-84-9134-951-8 (ePub)

ISBN: 978-84-9134-952-5 (PDF)

Edición digital

A los mios pas, por enseñame lo que ye la conciencia de clase

A Natalia, por too y por tantu

«Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, en circunstancias elegidas por ellos mismos, sino en aquellas circunstancias que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y precisamente cuando éstos parecen disponerse a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca antes visto, en estas épocas de crisis revolucionaria, es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio a los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para representar, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, la nueva escena de la historia universal».

Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte,Madrid, Fundación Federico Engels, 2003, p. 13.

«Precisamente porque el sentido inmanente de la realidad irradia con un brillo cada vez más fuerte, el sentido del devenir es cada vez más profundamente inmanente a la vida cotidiana, y la totalidad aparece cada vez más sumergida en los aspectos momentáneos, espaciales y temporales de los fenómenos. El camino de la conciencia en el proceso histórico no se allana, sino que, al contrario, se hace cada vez más arduo y requiere cada vez mayor responsabilidad. La función del marxismo ortodoxo –superación del revisionismo y del utopismo– no es, por tanto, una liquidación, una vez para siempre, de las falsas tendencias, es una lucha incesantemente renovada contra la influencia pervertidora de las formas burguesas del pensamiento en el pensamiento del proletariado. Esta ortodoxia no es la guardiana de las tradiciones, sino la anunciadora siempre alerta de la relación del instante presente y sus tareas con la totalidad del proceso histórico. Y así, las palabras del Manifiesto comunista acerca de las tareas de la ortodoxia y de sus portadores, los comunistas, no han envejecido y siguen siendo válidas».

Georg Lukács, Historia y consciencia de clase,Barcelona, Orbis, 1985, p. 61

ÍNDICE

PRÓLOGO

GLOSARIO DE SIGLAS Y ABREVIATURAS

INTRODUCCIÓN

I. LA PRIMERA OLA DISIDENTE. DE LOS ORÍGENES A LA ATOMIZACIÓN

De la crisis de Checoslovaquia al PCE (VIII Congreso)

1968. Mundos que chocan: la crisis de Checoslovaquia

Checoslovaquia como motor de disidencia en el interior del PCE.

Solos contra todos

«Escrito en rojo»: el PCE (VIII Congreso)

La atomización, primer obstáculo

El Partido del general: Partido Comunista Obrero Español

La esencia de los principios: El PCE (VIII-IX Congresos)

II. LA SEGUNDA OLA DISIDENTE

La oposición al VIII Congreso del PCE

Cambiar el partido desde dentro. El proyecto de la OPI

«Con nuestras propias fuerzas». La corta vida del PCT

Un movimiento a cámara lenta. Los insumisos de las Células Comunistas

La unión que no fue: nacimiento y muerte del PCEU

III. LA TERCERA OLA DISIDENTE

Frente al eurocomunismo: ¡unificación!

La disidencia ortodoxa en el comunismo catalán

«Catalunya marca el camino». El impacto del V Congreso

El Partit dels Comunistes de Catalunya, «un partido de los comunistas de siempre»

Auge y caída del PCPE

La gran ilusión, la creación del PCPE

Entre la supervivencia y el desengaño. El PCPE ante el fin del socialismo real

CONCLUSIONES

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

La historia del comunismo español en sus diversas facetas ha experimentado en las últimas décadas una notable renovación, que ha venido a subsanar anteriores errores y exageraciones determinadas por enfoques sobradamente militantes y esencialistas, bien apriorísticamente hostiles, bien excesivamente apologéticos. Esta renovación ha supuesto no solo una actitud general distinta, más académica y distanciada, ante el tema de estudio, sino también y sobre todo una ampliación del campo temático y un profundo replanteamiento metodológico. Entre otras cosas, se ha ido encuadrando cada vez más en los marcos de una historia política remozada y también de una historia sociocultural de amplio espectro.

El presente trabajo, que ahora llega a las librerías tras un largo proceso de reflexión y elaboración, es un fruto palpable de esta modernización historiográfica. Sus páginas bien meditadas y su esquema perfectamente articulado muestran –a mi modo de ver– el buen hacer de su autor, joven pero ya avezado artesano de la historia. Y digo artesano en el mejor sentido de la palabra, porque es seguramente como mejor puede definirse la tarea o lo que –en certera expresión– Marc Bloch prefería llamar «el oficio de historiador».

Aunque todo libro –al menos cualquiera que merezca la pena– siempre es susceptible de múltiples lecturas y puede dar lugar a valoraciones distintas, la mía particular quiere hacer hincapié en las que creo que son las grandes virtudes de esta investigación. La primera es que el autor ha sabido acotar certeramente su objeto de estudio, perfilándolo y reconstruyéndolo de tal modo que desde ahora queda plenamente incorporado al campo general (la historia del comunismo, la izquierda y las luchas sociales en nuestro país) con trazos bien definidos. Eduardo no solo rescata a la que bautiza como «disidencia ortodoxa» de un cierto olvido o infravaloración, condescendiente o beligerante, frente a un PCE que, pese a sus sucesivas crisis, siempre conservó una robustez que no pudieron alcanzar quienes lo criticaban por su abandono de «los principios»; y también ante una «izquierda revolucionaria» (trotskista, maoísta, consejista) aparentemente más glamurosa, tal vez por su perfume sesentayochista, que siempre aporta un plus de sobrevaloración en un mundo como el nuestro, presto a reconocer moral o estéticamente las rebeldías románticas fracasadas, siempre que queden reducidas a la inoperancia. Eduardo aprovecha para dar nombre a la cosa, argumentando vigorosamente en favor de la opción de ortodoxos frente a la –casi siempre despectiva– de prosoviéticos, que además arrastra connotaciones –que el análisis de este libro rechaza, creo que con razón– sugeridoras de un origen fundamentalmente externo del fenómeno. Pero, además, recorre con coherencia una trayectoria de dos densas décadas, incluyendo el final del Franquismo, la Transición y la adaptación postransicional al nuevo escenario que reafirmaba viejas hegemonías sociales. La afortunada metáfora de las olas ayuda a visualizar un proceso cuya diversidad de derivaciones y episodios queda perfectamente clarificada.

La segunda virtud del libro reside precisamente en su afinado proceso de elaboración. A diferencia de tantos objetos de trabajo que terminan imponiendo su lógica propia al investigador, Eduardo teoriza, estructura, articula conexiones y reconstruye dinámicas dando forma a un objeto de estudio que, aunque como todos es susceptible de nuevos matices y aportaciones, queda desde ahora, y creo que por mucho tiempo, acotado con sus esquemas y su nomenclatura. Un tema además rescatado para la historia sociocultural, con la aplicación de operativas nociones como las de memoria colectiva, identidad o cultura política, que tanto están contribuyendo a renovar la historia política actual. Todo ello, con un soporte documental sólido y consistente, fruto de un rastreo minucioso y una amplia nómina de testimonios personales que enriquecen una visión que nunca renuncia a cierta perspectiva «desde abajo».

Un tercer rasgo es la presencia, subyacente y que aflora solo de manera ocasional, del interés personal del autor por los procesos de los que habla, y que no está reñido con un prioritario compromiso, inexcusable en cualquier historiador que se precie, por la reconstrucción veraz, más allá de simpatías o antipatías con quienes son objeto de su bisturí analítico y crítico. Por fortuna, Eduardo está lejos de aplicar a sus «biografiados» el tono condescendiente que Thompson rechazaba para los que han ido «a contracorriente» y no han logrado triunfar en sus pequeñas o medianas batallas; en las grandes, dicho sea de paso, este fracaso último es, en definitiva, compartido con los demás sectores que también quisieron «asaltar el cielo». Como bien señala Eduardo con cita interpuesta (¡gran hallazgo el texto del 18 Brumario aplicado a la ocasión!), los hombres hacen su propia historia, aunque no la hacen a su libre arbitrio ni sin el peso –que es también estímulo– de «las generaciones muertas» y «los espíritus del pasado». Esta invocación de las propias tradiciones, que quienes se estudian en este libro consideran traicionadas, configura una ortodoxia que Eduardo no menosprecia ni rechaza en sí misma, al menos si se entiende a la manera lukacsiana, no como mera guardiana de un pasado glorioso, sino como «anunciadora» de la relación del presente con «la totalidad del proceso histórico». Pero –no nos engañemos– los juicios y valoraciones del autor de este libro no son exactamente complacientes o acríticos, en especial cuando la ortodoxia actúa como freno o factor de ofuscación con respecto a la realidad; como buen historiador, su perspectiva es etic o distanciada, aunque tenga en cuenta la visión emic de los propios protagonistas.

Poco más se me ocurre añadir. Quizás el reconocimiento de que mi opinión está inevitablemente condicionada por haber visto nacer y crecer al historiador y a su trabajo, asistiendo al siempre grato espectáculo de presenciar, como «observador participante», de qué manera un joven investigador va puliendo sus defectos, limando sus prejuicios y rellenando las lagunas de su formación; aprendiendo, en definitiva, su oficio y asumiendo el código deontológico propio de un historiador honesto. Esta percepción emocionante, que es, mutatis mutandis, casi como revivir la propia y ya lejana experiencia juvenil, se une en este caso a un afecto y a un respeto personal e intelectual que han ido acrecentándose, que supongo correspondidos –si es que la petición de un prólogo puede testificarlo– y que ojalá no hayan dañado gravemente la ecuanimidad de mis valoraciones. Acerca de los defectos de este trabajo –que sin duda también los hay–, son los lectores quienes deben juzgar, pero estoy seguro de que al menos una parte significativa de ellos podrán compartir, sin violentar su propia percepción, mis modestas apreciaciones.

FRANCISCO ERICE

GLOSARIO DE SIGLAS Y ABREVIATURAS

ADAMHIS

Asociación de Amistad Hispano-Soviética

AFOHSA

Archivo de Fuentes Orales de la Historia Social de Asturias

AHCCOO-A

Archivo Histórico de Comisiones Obreras de Andalucía

AHCONC

Arxiu Històric de la

CONC

AHPCE

Archivo Histórico del Partido Comunista de España

AHUO

Archivo Histórico de la Universidad de Oviedo

ATLE

Archivo Tiempos de Lucha y Esperanza

AUS

Asociación de Amigos de la Unión Soviética

CC

Comité Central

CC. CC.

Células Comunistas

CC. OO.

Comisiones Obreras

CD

Coordinación Democrática

CE

Comité Ejecutivo

CEE

Comunidad Económica Europea

CEOP

Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas

CIA

Central Intelligence Agency

CJC

Colectivos de Jóvenes Comunistas

CMP

Consejo Mundial de la Paz

CNT

Confederación Nacional del Trabajo

CONC

Comissió Obrera Nacional de Catalunya

CP

Comité Provincial

CR

Comité Regional

CRAS

Comunas Revolucionarias de Acción Socialista

CUT

Coordinadora Unitaria de Trabajadores

EK

Euskal Komunistak

FDR

Frente Democrático Revolucionario

FJCE

Federación de Jóvenes Comunistas de España

FLP

Frente de Liberación Popular

FLPCA

Frente Leninista del Partido Comunista de Andalucía

FRAP

Frente Revolucionario Antifascista y Patriota

FUCA

Frente Unitario Comunista por la Abstención

FUSOA

Frente Unitario de Solidaridad Obrera de Asturias

IC

Internacional Comunista

IU

Izquierda Unida

JJ. SS.

Juventudes Socialistas

JCE

(VIII-IX Congreso)

Juventud Comunista de España (VIII-IX Congreso)

JCT

Juventud Comunista de los Trabajadores

KKE

Κομμουνιστικό Κόμμα Ελλάδας Partido Comunista de Grecia

LCR-ETA

(VI)

Liga Comunista Revolucionaria-

ETA

(VI Asamblea)

MC

Movimiento Comunista

MCA

Movimientu Comunista d’Asturies

MCE

Mercado Común Europeo

MCI

Movimiento Comunista Internacional

MDM

Movimiento Democrático de Mujeres

MDP

Movimiento Democrático Portugués

MRPCE

Movimiento de Recuperación del Partido Comunista de España

MRUPC

Movimiento de Recuperación y Unificación del Partido Comunista

OCE

(

BR

)

Organización Comunista de España (Bandera Roja)

OMDE

Organización de Mujeres Democráticas de España

OPI

Oposición de Izquierdas del

PCE

ORT

Organización Revolucionaria de Trabajadores

OTAN

Organización Tratado del Atlántico Norte

P

Partido

PC

Partido Comunista

PCA

Partido Comunista de Asturias/ Partido Comunista de Andalucía/ Partido Comunista de Aragón

PCC

Partit dels Comunistes de Catalunya

PCCH

Partido Comunista de Checoslovaquia

PCOC

Partit Comunista Obrer de Catalunya

PCE

Partido Comunista de España

PCE

(m-l)

Partido Comunista de España (marxista-leninista)

PCE

(VIII Congreso)

Partido Comunista de España (VIII Congreso)

PCE

(VIII-IX Congreso)

Partido Comunista de España (VIII y IX Congresos)

PCEU

Partido Comunista de España Unificado

PCF

Parti Communiste Français

PCI

Partito Comunista Italiano

PCOE

Partido Comunista Obrero Español

PCP

Partido Comunista Portugués

PCPE

Partido Comunista de los Pueblos de España

PCT

Partido Comunista de los Trabajadores

PCTA

Partíu Comunista de los Trabayaores d’Asturies

PCUS

Partido Comunista de la Unión Soviética

PGT

Partido Guatemalteco del Trabajo

PP. CC.

Partidos Comunistas

PRN

Política de Reconciliación Nacional

PRUC

Promotora por la Recuperación y Unificación de los Comunistas/ Partido por la Recuperación y Unificación de los Comunistas

PSOE

Partido Socialista Obrero Español

PSP

Partido Socialista Popular

PSUA/SED

Partido Socialista Unificado de Alemania/ Sozialistische

Einheitspartei Deutschlands

PSUC

Partit Socialista Unificat de Catalunya

RDA

República Democrática Alemana

RGANI

Российский государственный архив новейшей истории/ Archivo Estatal Ruso de Historia Contemporánea

UGT

Unión General de Trabajadores

UNINSA

Unión de Siderúrgicas Asturianas SA

UR

Unidad Regionalista/ Unidá Rexonalista

URSS

Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas

INTRODUCCIÓNUna disidencia en forma de olas

En abril de 1985, con motivo del 65.º aniversario de la fundación del PCE, el escritor y comunista Manuel Vázquez Montalbán publicaba en el órgano del PCEMundo Obrero un pequeño artículo de reflexión titulado «La cultura de la poda».1 En sus líneas, describía la existencia de una conducta en la cultura política comunista que, a su juicio, resultaba diferenciadora frente a otras culturas políticas: la dinámica de las constantes purgas internas. No obstante, pese a lo interesante de las reflexiones del escritor catalán, tampoco está de más recordar que estas prácticas autodestructivas han existido en todos los movimientos políticos, no solo en el comunista. En todo caso, para Vázquez Montalbán, esta «cultura de la poda» obedecía a un desencadenante endógeno: la falta de mecanismos democráticos dentro de los partidos comunistas que garantizaran la pluralidad interna y que, a su vez, permitía a los partidos actuar «como si aún conservaran aquella necesidad de decantación de los orígenes, en busca de una conciencia colectiva “ideal”». Además, añadía cómo «En nombre de esa búsqueda de la conciencia colectiva ideal, de la purificación del intelectual orgánico colectivo, se han cometido auténticos genocidios internos y no siempre en el sentido figurado de la palabra genocidio. “La poda fortalece al árbol”».2 Lo cierto es que en la historia del PCE la actitud general hacia la disidencia interna fue siempre la misma: la censura, el estigma y la persecución de quienes opinaban de manera diferente a la dirección del partido. Al contrario de lo que se pueda pensar, estas prácticas no desaparecieron con el paso del tiempo. De tal manera que se volvieron a reproducir masivamente con la llegada de la crisis generalizada del movimiento comunista internacional en la cual se inserta este trabajo. Sin embargo, es necesario recordar que las formas empleadas para llevar a cabo las purgas internas fueron evolucionando, de modo que no resultan comparables los métodos utilizados en los años cuarenta con los de los años setenta y ochenta.3 Por otra parte, también resulta relevante resaltar que esta «cultura de la poda» no fue un fenómeno en propiedad exclusiva de los dirigentes más reformistas, sino que, tristemente, se volvería a reproducir de manera bastante similar en los distintos partidos que los expulsados fueron creando a lo largo de los años.

Un repaso a la historia reciente de los comunistas españoles permite rastrear la existencia de disidencias internas prácticamente en cualquier periodo. Sin embargo, no todos los movimientos de oposición fueron iguales en su origen, ni tuvieron la misma configuración e influencia. El fenómeno de la disidencia sufrió un aumento exponencial y un salto cualitativo tras la «fecha bisagra de 1968» y la crisis general del movimiento comunista.4 La crisis de Checoslovaquia de ese año se convertiría en el detonante para el surgimiento de un movimiento centrífugo de unas dimensiones nunca antes vistas en la historia del PCE. Lo que diferenciaría esta nueva disidencia de otros movimientos precedentes era su propia configuración interna, que bien podría definirse como una especie de oxímoron, ya que, como bien señalaba Gregorio Morán, 1968 fue el año en que la ortodoxia se convirtió en disidencia.5 Además, otro factor importante es que, lejos de desaparecer al remitir el eco del 68 checoslovaco y convertirse en un estallido momentáneo, este fenómeno sufriría nuevos impulsos durante las dos décadas siguientes que guardarían importantes nexos entre sí.

En cuanto a su origen, el fenómeno disidente se demostró poliédrico. Por una parte, en su despliegue resulta evidente el peso inicial de conflictos particulares entre sectores de la militancia comunista, cuyo origen era relativamente diverso. Se trataba de episodios muy localizados, pero que motivaron la transformación colectiva de sectores que hasta ese momento se habían identificado con la dirección del partido como críticos y disconformes. Por otra parte, también es importante recalcar que existió un nexo común que articuló fuertes vínculos culturales entre las distintas etapas de esta disidencia. Ese vínculo no fue otro que una autopercepción compartida por estos militantes como comunistas contrarios a la nueva línea más moderada del PCE, que simbolizaba como nadie su secretario general Santiago Carrillo. Un proceso marcado por la construcción colectiva de su identidad. Es decir, en la construcción de las diferencias existentes entre el «nosotros» que les definía y el «ellos» que encarnarían los sectores oficialistas del PCE. Para articular ideológicamente su rechazo, reivindicaron la ortodoxia del marxismo-leninismo, el internacionalismo proletario y el modelo bolchevique de partido, elementos todos ellos clásicos de su cultura política y pilares de la identidad comunista durante décadas. Además, otro rasgo diferenciador fue la pervivencia simbólica de la URSS como un referente mayormente positivo, a la vez que reivindicaban la memoria colectiva de los comunistas españoles en todas sus facetas.

Conviene subrayar cómo este proceso tuvo una configuración que se alargó durante décadas y que fue más allá de los conflictos meramente coyunturales. El fenómeno de la disidencia ortodoxa se enmarcó en una rebeldía colectiva de corte transversal que fue llevada a cabo por distintos sectores de la militancia comunista en diversos momentos de la historia. Además, sus orígenes hay que buscarlos dentro de cada etapa en un momento concreto en el cual se produjo la toma de conciencia frente a lo que valoraban como un proceso de mutación de la identidad global del PCE, que a sus ojos suponía una renuncia intolerable. Sería esta transformación en su mentalidad la que les haría romper los vínculos de la disciplina de partido y actuar tanto dentro como fuera del PCE con un objetivo: recuperar lo que consideraban que un día había sido el Partido Comunista de España.

La historiografía sobre el PCE en las últimas décadas ha conocido un importante repunte, tanto en cantidad como en calidad, y, por suerte, cada año aparecen nuevos e interesantes ensayos o monografías. Los estudios sobre el fenómeno comunista que se llevaron a cabo de forma posterior a la II Guerra Mundial estuvieron, en la mayoría de los casos, tremendamente condicionados por el contexto de la Guerra Fría. La producción escrita sobre este objeto de estudio oscilaba entre la burda manipulación anticomunista y la hagiografía heroica de los textos de carácter más militante. La historiografía producida a partir de la década de los setenta se centró especialmente en una historia política donde las perspectivas internas y los enfoques «desde abajo» desempeñaban un escaso papel. Otros campos de las ciencias sociales, como por ejemplo la sociología o la antropología, sí centraron sus miradas en las teorías de los sujetos sociales o la identidad colectiva, pero en muchos casos equipararon erróneamente la participación en organizaciones clandestinas con alguna clase de patología psicológica (personalidades dependientes, baja autoestima, baja inteligencia o egocentrismo).6 Estas categorizaciones derivadas de una perspectiva anticomunista también se pueden encontrar fácilmente, incluso en la actualidad, en el campo de la historia, como muestra el uso acrítico del concepto de «religión política».7 Sin embargo, en los últimos años, han surgido nuevos enfoques de investigación que rompen con la historiografía clásica, centrada principalmente en dirigentes y episodios concretos, lo que abre perspectivas inéditas de análisis y permite identificar nuevos sujetos de estudio dentro de la vida del PCE.8 Para el caso español resultan especialmente relevantes el libro colectivo Nosotros los comunistas. Memoria identidad e Historia Social, el libro de Juan Andrade El PCE y el PSOE en (la) Transición o los escritos de Giaime Pala sobre la identidad de la militancia en el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC).9 En estas obras se trabaja sobre la identidad de los comunistas desde categorías sociológicas que, lejos de ver el comunismo como una «patología política», 10 tratan con el rigor necesario los problemas vinculados con los procesos de construcción de la identidad colectiva de la militancia comunista. También resultan muy relevantes todos aquellos estudios que se encuentran relacionados con el estudio de las políticas de memoria de los comunistas.11 En los últimos años han continuado apareciendo libros sobre esta temática, demostrando que la historiografía sobre el PCE se encuentra en un buen momento.12

Asimismo, también se han producido interesantes avances en el estudio de las diferentes organizaciones que formaron parte de la denominada «izquierda revolucionaria española», es decir, de aquellos movimientos que se consideraban revolucionarios frente a la supuesta deriva reformista del comunismo oficial. Este nuevo objeto de interés historiográfico es fruto del cuestionamiento del relato historiográfico clásico sobre el «Régimen del 78». Aunque la gran mayoría de los estudios tienen un formato más bien descriptivo, existen algunas excepciones. En los últimos años han destacado muchas aportaciones en formato de comunicaciones en congresos, tesis doctorales y pequeños ensayos, contribuyendo a enriquecer el debate sobre las identidades militantes. En este sentido, es especialmente relevante el libro de Gonzalo Wilhelmi Romper el consenso. Izquierda radical y movimientos sociales en la transición publicado en 2016.13 También ha sido importante el papel de los exmilitantes de diversos partidos y organizaciones, que han comenzado a construir memoria en torno a sus experiencias de lucha, contribuyendo con la publicación de varias obras.14

Los comunistas ortodoxos se encuentran a medio camino entre el PCE y la izquierda revolucionaria. Sin embargo, la historia de ambas corrientes ha tendido a ignorar o minusvalorar su existencia. Una de las pocas excepciones son los textos escritos por Julio Pérez Serrano sobre el conjunto de la izquierda revolucionaria española.15 También han aparecido otras contribuciones, como las de Víctor Peña, quien analiza a los comunistas ortodoxos desde una perspectiva fundamentalmente política.16 Por mi parte, a lo largo de estos años de investigación, también he publicado algunos artículos y contribuciones a congresos sobre este sector comunista.17 Sin embargo, la historia de una buena parte de los comunistas ortodoxos estaba por escribir y esto se debe, principalmente, a las limitaciones de su proyecto político, ya que como bien señala Thompson «las vías muertas, las causas perdidas y los propios perdedores caen en el olvido».18 El presente trabajo es la primera ocasión en la cual se estudia el fenómeno de la disidencia comunista ortodoxa de forma global y monográfica. Por lo tanto, su objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español, sin la cual esta quedaría incompleta.

La acotación del objeto de estudio y el interés por conocer tanto las experiencias de los militantes como sus representaciones sociales y culturales condicionaron el uso de la metodología empleada, de carácter fundamentalmente cualitativo. Sin embargo, también lo fue el difícil acceso a fuentes cuantitativas o cuantificables, como estadísticas sociológicas de militancia o número de tiradas de periódicos. No obstante, siempre que ha sido posible se ha incorporado este tipo de apreciaciones, ya que la cuantificación permite «aportar un óptimo valor instrumental; sirve para basar, para apoyar una explicación, pero no reemplaza a la explicación misma».19 Para ello, me baso en los principios de la historia sociocultural, poniendo especial hincapié en su identidad, memoria e imaginario colectivo. Estos aspectos son analizados en profundidad a lo largo de todo el libro. De esta manera, se utiliza una metodología que tiene como objetivo la búsqueda de una perspectiva totalizadora que permita sacar el máximo rendimiento a unas fuentes disponibles caracterizadas por su fragmentación.

La hipótesis de partida de este libro es que los múltiples conflictos internos producidos en el seno del PCE no estuvieron manipulados por la intervención exógena de algún servicio secreto de un país socialista. Bien al contrario, se trató de un proceso fundamentalmente endógeno, cuyo origen hay que buscarlo en las consecuencias de la mutación progresiva de la política y la imagen del PCE entre sectores de su militancia. También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones del último Franquismo, la Transición y la crisis del Movimiento Comunista Internacional (MCI). La arribada de estos cambios no siempre fue bien recibida, produciéndose como consecuencia varios movimientos disidentes, cuyo nexo común radica en la importancia de la autopercepción clásica de la identidad comunista.

Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo se propone una clasificación de esta corriente en tres etapas. Estas fases son lo que he denominado «olas». La metáfora tiene un propósito heurístico y, como toda clasificación, procura arrojar luz para una mejor comprensión de los fenómenos complejos, como el que aquí se analiza. Por supuesto, esta forma de entender la configuración de un fenómeno sociopolítico no es la primera vez que se plantea en las ciencias sociales. La clasificación en olas, con sentidos variados, ha sido ampliamente utilizada para ofrecer una conceptualización de diversos movimientos sociales. En 1996, el sociólogo Immanuel Wallerstein editaba un volumen sobre la historia de los movimientos sociales a escala global bajo el sugerente título de Making Waves. Worldwide Social Movements, 1750-2005. En su introducción, Wallerstein llamaba la atención sobre la necesidad de estudiar la relación entre la existencia de oleadas con características propias y la existencia de un proceso de acumulación sobre el cual iban surgiendo los nuevos impulsos.20 Además, en las conclusiones de este libro se resaltaban especialmente dos hallazgos novedosos. El primero se refería al impacto global de la lucha de los movimientos sociales en el mundo capitalista. El segundo eran las interesantes relaciones de sinergia que se producían entre los viejos movimientos sociales y el surgimiento de otros nuevos. Fenómeno que, a su vez, se veía complementado por las radicales transformaciones que sus acciones producían en las fuerzas contra las cuales protestaban.21

Existen muchos estudios centrados en movimientos sociales concretos que, de alguna manera, también utilizan la conceptualización de las olas, aunque su significado pueda ser algo diferente. Por ejemplo, la visión cíclica, que habla de una marea que se va desarrollando en olas. Un buen ejemplo serían las ondas de movimiento producidas a lo largo del tiempo en algunos movimientos sociales, como las oleadas huelguísticas del movimiento obrero, los ciclos de protesta del pacifismo o el movimiento ciudadano.22 Por otra parte, otros movimientos, como el movimiento de personas afrodescendientes en Estados Unidos, sí han sido estudiados poniendo en relación las distintas olas que configuraron su historia. De tal manera que cada ola aporta elementos nuevos, se ciñe a contextos novedosos y acumula enseñanzas y herencias de la anterior.23 Sin embargo, si existe un movimiento social donde este acercamiento heurístico ha tenido especial impacto, ese ha sido el feminista.24 Los estudios sobre este movimiento, en algunas ocasiones, han tratado de plantear una visión progresiva de las distintas olas un tanto determinista, a modo de generaciones que van subiendo escalones, lo cual también ha generado polémicas:

Durante más de un cuarto de siglo, la teoría feminista ha sido presentada como una serie de olas ascendentes, y esto ha sido presentado como una serie de divisiones generacionales y diferencias de orientación política, así como diferentes formulaciones de objetivos. La imaginería de las ondas, aunque connota movimiento continuo, implica una trayectoria singular a modo de una teleología inevitablemente progresiva. Como tal, limita la forma en que entendemos qué ha sido el feminismo y dónde ha aparecido el pensamiento feminista, al tiempo que simplifica la rica diversidad política y filosófica que ha sido característica del feminismo en todo momento.25

Esta visión también ha sido criticada por una parte de la comunidad académica como, por ejemplo, en el caso de la filósofa marxista y feminista Gilliam Howie, quien observa en este planteamiento un enfoque esencialista que muestra una carencia de análisis que parta de la realidad material y social. De tal manera que la crítica contra las olas se formula, no contra la existencia de olas en sí mismas, sino contra una visión determinada que segmenta excesivamente cada una, estableciendo compartimentos estancos sobre la base de visiones idealistas del pasado de este movimiento.26 Estas visiones, además, reflexionan muy poco sobre la propia metáfora de las olas. En mi opinión, dicha metáfora, empleada en el contexto adecuado, tiene una fuerza explicativa muy visual y no ha sido explotada suficientemente en el campo de los estudios sobre el comunismo español. Por ello, si bien emplearé este elemento como categoría analítica, no dejaré de acotar sus límites ontológicos con el fin de dotarlo de significado, transformándolo en un concepto relevante para el análisis de la disidencia comunista ortodoxa. La clasificación, como tantas otras que se pudiesen hacer, no está exenta de problemas, pero con todo resulta especialmente útil a la hora de presentar este fenómeno de la forma más clara posible al lector, conjugando los aspectos diacrónicos y sincrónicos que se pretenden mostrar.

Para el presente trabajo se toma la metáfora de las olas del feminismo en su consideración como movimiento social, político y teórico conceptualizado como un proceso. Esa idea de «proceso» resulta especialmente útil para explicar cómo el fenómeno de la disidencia ortodoxa en el comunismo español se desplegó gradualmente, no de un día para otro, y que, además, permite apreciar la existencia de tres etapas diferenciadas con rasgos propios.

En relación con los aspectos diacrónicos de este trabajo, además de la idea de proceso, es importante destacar la idea de «solapamiento». Del mismo modo que las olas del mar se suceden las unas a las otras, los partidos y organizaciones que encarnarán la siguiente ola disidente emergen cuando todavía resisten los anteriores. Mientras conviven, los segundos van ganando espacio a los primeros, con retraimientos, hasta que la primera ola se disipa y la segunda se impone como dominante. En este sentido, el concepto de «ola» permite mostrar la sucesión temporal de tres etapas de la disidencia con características propias. Al mismo tiempo, facilita mostrar la permeabilidad de los límites entre estas etapas, conviviendo temporalmente unas olas con otras. Esta clasificación rompe con la artificialidad de las categorizaciones meramente diacrónicas, que trazan límites rígidos forzando en exceso el fenómeno estudiado y ocultando la complejidad de la realidad material. Por ello, la metáfora de la «ola», ahora ya como categoría analítica, permite realizar un análisis más respetuoso con el fenómeno estudiado. La «ola» se sustenta sobre las ideas de «proceso» y «solapamiento». Como ya se ha mencionado, se entiende como proceso en la medida en que, si bien tiene lugar una sucesión temporal de acontecimientos, al mismo tiempo, se contemplan tanto los avances como los retrocesos, no únicamente el progreso inexorable que se ha criticado anteriormente. Por otro lado, la idea de «solapamiento» da cuenta de la complejidad de las etapas, en las que conviven aspectos de unas olas con otras, retroalimentándose entre ellas, aunque sea a través de la crítica o la polémica. Es por ello por lo que unas olas «conversan» con otras, y desde esa «conversación» se construyen las unas con las otras. Así es como se mostrarán, por un lado, las distintas etapas en las que la disidencia comunista ortodoxa se constituye con características que les son propias; y, por otro, la permeabilidad de los límites y las sinergias temporales y temáticas. La clasificación en olas también permite un análisis sincrónico centrado, especialmente, en la identidad comunista.

Por todo ello, este trabajo ha tenido que estructurarse de una forma doble, incluyendo una caracterización general y un desarrollo cronológico. La introducción funciona a modo de ventana transversal desde la que perfilar las principales características de este fenómeno enfocado desde una perspectiva social y cultural. De esta manera se logra obtener una visión global de la historia de esta disidencia, que posteriormente se estudiará con detalle. El elemento de la identidad comunista funcionó como un nexo que favoreció la permeabilidad de unas olas con respecto a otras. Por eso se convirtió en el principal vector de este fenómeno. En ese sentido se analiza el proceso de construcción de una identidad colectiva por parte de los disidentes ortodoxos. Además, se problematizan las categorías con las que hasta ahora han sido clasificados, especialmente el término «prosoviético», y se propone, razonadamente, utilizar el de comunistas ortodoxos por considerarlo más riguroso y realista.

A continuación, se encuentran las tres olas de la disidencia ortodoxa en el comunismo español, dividido en otros tantos capítulos. En ellos se realiza un repaso de las principales etapas y episodios de cada ola con el objetivo de lograr una comprensión total del objeto de estudio. Cada ola se distingue por una serie de tópicos, problemas y características que les son propios. Al mismo tiempo que abarcan distintos periodos en la historia que se narra, en tanto que forman parte de un proceso, también se encuentran relacionadas las unas con las otras. Por ello se pueden encontrar elementos de la primera en la segunda y de ambas en la tercera. Esto tiene que ver con las reacciones, críticas y diálogos entre las diferentes tradiciones, grupos y partidos que formaron parte de esta corriente del comunismo español. Además, es necesario volver a resaltar la idea del solapamiento y del desarrollo sincrónico del análisis de este fenómeno. Es por ello por lo que en los distintos capítulos pueden aparecer algunos segmentos cronológicos similares, donde lo que cambia es la perspectiva del sujeto que se está estudiando en ese momento.

El primer capítulo tras la introducción está dedicado íntegramente a explicar la primera ola de la disidencia ortodoxa. En él se realiza un repaso general por las principales características de la primera fase, cuyo origen se encuentra en el alejamiento por parte del PCE de la identificación con la URSS. Sus páginas abarcan desde los orígenes hasta el proceso de atomización de los años setenta e incluso la prolongación de algunas organizaciones hasta su extinción a mediados de los ochenta. Comienza analizando las consecuencias de la crisis de Checoslovaquia de 1968 para los comunistas españoles, especialmente para aquellos que se van a manifestar contrarios a la posición adoptada por el PCE. Este episodio resulta especialmente importante por ser el que desencadenó la aparición de una disidencia ortodoxa relevante por primera vez en la historia del partido. Seguidamente, se examina el proceso de formación del primer partido comunista ortodoxo en 1971, el PCE (VIII Congreso). Además, también se profundiza en aquellos rasgos culturales y de militancia que le aportaron una singularidad propia. Por último, se analiza la historia de los dos partidos resultantes de una crisis interna en la citada organización. Por una parte, el Partido Comunista Obrero Español (PCOE) de Enrique Líster, con escasa incidencia, marcado por la histórica personalidad de su secretario general, que acabaría completamente marginado de las dinámicas de la tercera ola y se integraría en el PCE en 1986. Por otra, el Partido Comunista de España (VIII-IX Congresos), liderado por Eduardo García y que, aunque con mayor número de militancia, siempre guardó un gran mimetismo con el PCE y destacó por una adhesión incondicional a la URSS. Este partido sí se acabaría integrando en la tercera y última ola disidente.

El segundo capítulo está dedicado a la segunda ola disidente. Una ola cuyo origen ya no se relacionaba de forma directa con la crisis con el referente soviético. Su nacimiento se nutriría del malestar existente debido a la falta de democracia interna en el interior del PCE, así como con un malestar fruto de la moderación en la táctica del partido. Además, este movimiento llegaría a reivindicar la identidad clásica de los comunistas como una pieza muy importante en su lucha. Frente a un perfil militante más clásico y obrerista característico de la primera ola, la segunda estaba compuesta en su mayor parte por jóvenes profesionales y universitarios. El capítulo comienza analizando el impacto del VIII Congreso del PCE celebrado en 1972 entre estos sectores y el surgimiento de un movimiento disidente que demandaba mayor libertad de expresión y la adopción de unas posiciones más combativas. Esto dio lugar a la aparición de una tendencia interna conocida como la Oposición de Izquierdas (OPI), que pretendía cambiar el partido desde dentro de sus estructuras. Lejos de conseguirlo, la mayoría de sus miembros se vieron abocados a permanecer fuera del partido debido a las expulsiones. Por eso, a continuación, se analiza la corta historia del Partido Comunista de los Trabajadores (PCT), surgido de las cenizas de la OPI.

Acto seguido, le llega el turno a otra organización ortodoxa. Se trata de las Células Comunistas (CC. CC.), cuya mayor influencia se vivió en las Islas Canarias. Este movimiento también tuvo especial peso entre sectores profesionales e intelectuales, quienes plantearon nuevas críticas al sistema de funcionamiento interno del partido, al mismo tiempo que reivindicaban la identidad comunista más clásica. Por último, se analiza un episodio de transición entre la segunda ola y la tercera, como fue el caso del nacimiento y crisis del Partido Comunista Unificado (PCEU). Este partido nació de la fusión en 1980 entre el PCE (VIII-IX Congreso) y el PCT, es decir de la fusión entre la primera y la segunda ola. Sin embargo, rápidamente surgieron drásticas desavenencias que provocaron la existencia de dos organizaciones enfrentadas pero que utilizaban el mismo nombre. Estas organizaciones acabarían participando activamente en la consolidación de la tercera ola disidente hasta acabar integrándose en ella.

El tercer y último capítulo está dedicado a la tercera ola, cuyos orígenes están directamente relacionados con las consecuencias moleculares que el eurocomunismo produjo en el PCE y con la grave crisis interna que atravesó ese partido entre 1978 y 1989. Las principales características de esta etapa estaban relacionadas con esa crisis y con la búsqueda de un referente colectivo que el PCE había dejado de representar para muchos militantes. Por tanto, era una ola que volvía a reivindicar la identidad comunista que, según estos sectores, había sido abandonada con la irrupción del eurocomunismo. La forma de hacerlo estaba vinculada a la consigna de la unidad de los comunistas como vía para la construcción de un nuevo partido que rivalizara con el PCE e incluso que lograra desbancarlo. Fue una ola mucho más heterogénea que las anteriores, en parte por su mayor amplitud numérica, lo que permitió integrar una diversidad relativamente amplia de perfiles de militancia. Además, esta ola permitió asimilar los restos de otras anteriores en su seno, con las que «conversó» hasta integrarlas o lograr destruirlas. El capítulo comienza indagando en los orígenes de esta oleada, repasando la existencia de algunos fenómenos locales en los cuales, en plena Transición, se crearon plataformas de unidad comunista potenciadas por grupos de comunistas independientes. Además, también se hace un repaso sobre el proceso de formación de los primeros grupos de peso, como la Coordinadora Leninista que lideraba García Salve. Más tarde ya aparecerían las primeras plataformas formadas por los expulsados del partido dirigido por Carrillo, como el Movimiento de Recuperación del PCE (MRPCE) o la Promotora de Recuperación y Unificación de los Comunistas (PRUC).

Todos estos grupos fueron convergiendo, no sin problemas, hacia la celebración de un congreso de unificación. En este contexto la crisis del comunismo catalán marcó el inicio de un nuevo impulso para los disidentes en toda España. Cataluña fue el escenario del mayor fenómeno de disidencia contra el eurocomunismo. La crisis desatada antes y después del V Congreso del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) ofreció una nueva perspectiva a la disidencia ortodoxa. Este episodio se convertiría en un detonante que logró canalizar los descontentos existentes por múltiples factores y nuclearlos en torno a la idea fuerza de recuperar la identidad comunista. Tras una política de expulsiones masivas, los disidentes fundarían el Partit dels Comunistes de Catalunya (PCC). Un partido que contaba con miles de militantes, una fuerte integración en el territorio y en la clase obrera catalana. En el futuro, este partido se convertiría en el principal impulsor y valedor general de los comunistas ortodoxos. Finalmente, en 1984 se produciría un congreso de unidad comunista en el que participarían todas las fuerzas de la tercera ola. Este cónclave dio lugar a un nuevo partido, primero llamado Partido Comunista (PC) a secas y más tarde Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE). En sus primeros años, el PCPE alcanzaría una buena implantación. Sin embargo, como se analiza en el último epígrafe, acabaría sufriendo una importante crisis interna con el abandono de un relevante sector de su militancia, que se reintegraría en el PCE. A esto se sumó el inicio de la crisis de los países del socialismo real, fenómeno que afectaría drásticamente a esta corriente comunista.

LA ORTODOXIA COMO HILO CONDUCTOR

Los comunistas ortodoxos fueron una corriente del comunismo español que tuvo su base en las divergencias surgidas fruto de los cambios producidos en el PCE de los años finales del Franquismo y la Transición. Como respuesta a esos cambios, muchos comunistas sintieron la necesidad de defender la percepción de lo que significaba para ellos ser comunista. Entre esas transformaciones tuvo mucho peso el distanciamiento y la crítica al PCUS, pero también todos los elementos identitarios que el arquetipo simbólico del país soviético aún representaba entre los comunistas españoles.27 Es cierto que no se trató de un proceso homogéneo, pero es que la filiación colectiva se expresa muy pocas veces a través de identidades completamente integradas y monolíticas.28 A lo largo de las sucesivas olas en las que se estructura la historia de esta corriente comunista se puede rastrear la existencia de una relativamente rica pluralidad de factores simbólicos que les aportaban algunos rasgos específicos. Sin embargo, estos elementos diferenciadores, aunque siempre estuvieron de alguna manera presentes, fueron diluyéndose en el propio proceso global de disidencia ortodoxa que les hizo converger bajo una misma afinidad política y cultural.

Por lo tanto, una importante paradoja es la que se da en esta corriente por la presencia de lo que a primera vista podría ser caracterizado como múltiples microidentidades. Esta interpretación se sustentaría en esa pluralidad interna que existió gracias a la diversidad de su origen político y las trayectorias militantes de sus miembros.29 Lejos de que esto suponga en esta corriente una división de facto en varias identidades excluyentes, las diferentes olas convergieron bajo el paraguas de una misma identidad múltiple. Es decir, una autopercepción que pese a tener unos fuertes elementos comunes también tenía una notable pluralidad interna. La existencia de identidades múltiples en los movimientos sociopolíticos no es una característica exclusiva de los comunistas ortodoxos, se trata de un fenómeno del cual existe una amplia literatura en el campo de la sociología.30 Sin embargo, es necesario recalcar cómo este factor fue una característica importante de los comunistas ortodoxos a lo largo de las diferentes olas. Esto fue debido a la variedad de criterios y sentimientos que llevaron a estos actores a la adhesión a estas organizaciones. No es lo mismo que la disidencia se desarrolle debido a la posición que tuvo el PCE respecto a la URSS o a la CEE, que a la sensación de hartazgo y desencanto por falta de democracia interna. No obstante, como ya se ha planteado, al final todas estas divergencias acabaron convergiendo y sumando en la construcción de una misma subcultura ortodoxa. En este sentido, también es importante resaltar cómo, además de reafirmar el «yo» personal y común, la identidad opera siempre como un principio organizador con relación a la experiencia individual y colectiva, ayudando a identificar aliados y adversarios.31 Precisamente por eso se puede afirmar que los comunistas ortodoxos tenían una identidad múltiple, es decir, internamente heterogénea. Las distintas olas disidentes generaron distintas autorrepresentaciones que coexistieron en diferentes organizaciones e incluso algunas veces llegaron a generar tensiones entre ellas. Durante este proceso adquiere mucha importancia el papel de las identidades como organizadoras del sentido. El sociólogo Manuel Castells define el sentido como «la identificación simbólica que realiza el actor social del objetivo de su acción».32 Este mismo autor ha propuesto varias categorías sobre la identidad partiendo de la base de que son los sujetos y sus objetivos concretos los que determinan su contenido simbólico y su sentido para quienes se identifican con ella o contra ella. De acuerdo con estas categorías, podríamos considerar a los comunistas ortodoxos como lo que Castells llama una «identidad de resistencia», dado que se encuentran «en posiciones/ condiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica de dominación, por lo que construyen trincheras de resistencia y supervivencia basándose en principios diferentes u opuestos a los que impregnan las instituciones de la sociedad».33

La historia de esta corriente se puede dividir en distintas olas, las cuales guardan toda una serie de especificidades que están muy relacionadas con la problemática de la autopercepción. Los primeros que sintieron la necesidad de rebelarse fueron quienes se vieron afectados por los hechos acontecidos en la etapa que abarca desde la crisis de Checoslovaquia en 1968 hasta el VIII Congreso del PCE en 1972. Las principales características de esta primera ola son un buen ejemplo del funcionamiento de la identidad disidente. En este corto periodo de tiempo surgieron divergencias con orígenes diversos pero que tenían varios puntos comunes y acabaron confluyendo en torno a los intentos de preservación de su percepción de la cultura comunista. El esquema de su desarrollo es en buena medida extrapolable a otras olas y sirve de modelo para analizar las etapas en las cuales se pueden analizar las distintas fases de esta corriente. Como primera fase, estos comunistas plantearon una lucha desde dentro del partido con el objetivo de tratar que se rectificara la nueva línea política y se respetara su identidad. Sin embargo, en una segunda fase, fruto de un evidente trabajo fraccional y derrotadas sus posiciones por el aparato del partido, acabaron siendo expulsados parcial o totalmente del PCE. En este punto desarrollaron redes de solidaridad y apoyo entre los expulsados, ampliando su alcance e impulsando nuevos contactos entre la militancia del interior y el exilio. Una vez fuera del PCE construyeron distintas formas organizativas y se reapropiaron de la identidad comunista tradicional para construir una nueva cosmovisión colectiva basada en la ortodoxia comunista.34 Sus prácticas políticas, en muchos casos, fueron sectarias y tendentes a la atomización por culpa del fenómeno denominado «cooperación competitiva», el cual les condujo a tensiones internas y a un creciente «faccionalismo».35 Sin embargo, es importante recalcar que su leitmotiv fue siempre el de unificar a todos los comunistas que creían bajo una cultura política caracterizada por un imaginario colectivo del pasado presente.

Lejos de solucionarse, los conflictos derivados de la crisis molecular de los comunistas se reprodujeron cíclicamente como respuesta a las paulatinas transformaciones que fue sufriendo la imagen del PCE a lo largo de los años. En cada una de las olas estudiadas se pueden identificar dos fases diferenciadas. La primera fase se puede caracterizar como «latente», en tanto en cuanto la disidencia se mantiene dentro de las estructuras del PCE, en una especie de clandestinidad interna. En este periodo, la identidad se nutre de las acciones ocultas de un limitado número de actores y los grupos de disidentes se limitan a relaciones interpersonales de carácter más informal cuyo alcance es muy limitado. La segunda fase, por el contrario, se puede caracterizar de «visible». En este ciclo la principal característica es el predominio de la acción pública con el desarrollo de una activa propaganda partidista y la construcción de amplias redes de militancia. El desarrollo de estructuras organizativas más o menos estables y el trabajo abierto hacia todo tipo de trabajadores fueron otros factores importantes de este tramo.36

Otro aspecto relevante tiene que ver con el público potencial al cual dedicaban sus acciones. Este aspecto está directamente vinculado con el desarrollo de una identidad compartida entre militantes del PCE y militantes que se encontraban fuera del PCE. Además, es necesario recalcar la autopercepción existente de su papel como vanguardia de la disidencia, que actuaría a modo de «punta de un iceberg».37 Las fuentes orales ponen de manifiesto que, según su cosmovisión colectiva, en sus organizaciones «no estaban todos».38 En el imaginario colectivo de las fuerzas que encuadran al comunismo ortodoxo, el mayor número de comunistas susceptibles de compartir su línea se encontraban todavía dentro del PCE «secuestrado por Carrillo».39 Este factor explica las ambiguas relaciones de todos estos grupos con el PCE, con el que aún compartían muchos vínculos.

Llegado a este punto, es necesario profundizar en el principal conflicto que rodea a este sujeto de estudio y que es, sin duda alguna, el de su denominación. Esta corriente ha sido caracterizada generalmente como «prosoviética», aunque, como ya se ha adelantado, claramente es un término que no resulta adecuado para englobarlos. La falta de un estudio específico sobre su cultura política ha minusvalorado su heterogeneidad, arrinconando su identidad bajo la apariencia de un simple cliché. En ocasiones, cuando se aborda la historia del PCE, suele hacerse referencia a algunos de estos grupos describiéndolos como «grupúsculos sin futuro». Aunque esto no deja de ser cierto en parte, al menos respecto a sus posibilidades de tomar el PCE, no deja de ser una interpretación un tanto superficial.40 Por otra parte, la historiografía centrada en la izquierda revolucionaria ha prestado muy poca atención a esta corriente y ha ignorado la potencialidad que encierran las cuestiones relacionadas con su autopercepción por considerarlos demasiado cercanos al PCE.41 Sin embargo, una excepción temprana a la norma la encontramos en los textos del sociólogo José Manuel Roca, quien para referirse a esta corriente habla de «comunistas (prosoviéticos)». Según su tesis, estos comunistas conformarían el «sector más moderado y ortodoxo de la izquierda radical», dado que continuaron la mayoría de los postulados del PCE, partido que siempre fue su principal referencia. En cuanto a su denominación, opina que: «Nominalmente se consideran comunistas y, por su incondicional defensa de lo que denominan “el campo socialista”, también son llamados prosoviéticos».42

Otros autores realizan ciertas distinciones respecto a los grupos que se estudian en este trabajo y hablan de que es posible establecer una diferencia fundamental entre dos corrientes: los «prosoviéticos» y los «leninistas». De acuerdo con este planteamiento, Julio Pérez Serrano defiende la tesis de que, aunque estas dos corrientes tuvieron simpatía por el campo socialista y ambos se opusieron igualmente al eurocomunismo, en el fondo, existían algunas singularidades de origen que justifican esta clasificación: «los leninistas lo impugnaban por su carácter reformista y los prosoviéticos por su alejamiento de la línea del PCUS, con la que algunos leninistas marcaban ciertas distancias. Aunque todos compartían la adhesión al marxismo-leninismo y la defensa del sistema socialista internacional».43 Víctor Peña va un poco más lejos y partiendo de esta misma tesis plantea que mientras que todos los demás grupos serían simplemente «prosoviéticos», la OPI/PCT sería el único grupo susceptible de ser denominado «leninista», dado que:

para los que llamamos prosoviéticos, la contradicción principal gravitaría en torno a la lealtad y el apoyo al campo socialista internacional –y debemos recordar, desde principios de la década de 1960, este se hallaba dividido– liderado por la URSS y, en consecuencia, a su proyecto político; para los que hemos venido en llamar leninistas, la contradicción principal circunnavegaría alrededor de la lucha de clases, y que dependerá del análisis marxista que cada partido haga sobre el desarrollo del capitalismo español y de la naturaleza del Estado franquista.44

Sin embargo, todas estas conclusiones parten de unos análisis que tratan de totalizar las categorías del sujeto en función de principios politológicos sesgados. Estos análisis simplifican su identidad militante partiendo de la categoría que han proyectado durante décadas sus adversarios. De tal manera que estas categorizaciones no problematizan el origen y las consecuencias que para la historiografía ha tenido hasta ahora el uso indiscriminado de este término para referirnos a estos comunistas. Por otra parte, la segmentación en dos categorías, «prosoviéticos» y «leninistas», únicamente podría servir para excluir a la OPI-PCT de la estigmatización. Esta interpretación se debe más a una visión edulcorada de los postulados políticos de la OPI-PCT que a un análisis riguroso del proceso colectivo de construcción de la identidad de esta corriente comunista. En todas las organizaciones estudiadas en esta investigación convivieron factores colectivos e individuales que mitificaron a la Unión Soviética y los países del campo socialista. Esta cuestión tiene su origen en la cristalización cultural del imaginario comunista desde 1917 y, especialmente, desde la Guerra Civil.45 Para un análisis en profundidad sobre esta corriente comunista no se puede obviar la importancia de la experiencia de sus militantes como fuente de conocimiento para la comprensión global del fenómeno. Además, independientemente del contenido exacto de sus documentos políticos, sus militantes desarrollaron una cultura política que tuvo como base la identidad comunista ortodoxa, aunque como ya se ha comentado, esta fuera comprendida de distintas maneras y existiera una gran heterogeneidad interna.

En la historia reciente de las investigaciones político-culturales se ha desarrollado un importante debate epistemológico sobre la perspectiva de investigación. Especialmente, sobre la forma en que se estudiaban y catalogaban las culturas políticas. Por eso, desde la ciencia política se ha puesto en marcha una importante producción teórica alrededor del problema de lo que han definido como la «naturaleza de la interpretación».46 En este sentido parecen especialmente relevantes las tesis de Stephen Welch, quien en 1993 ya alertaba sobre la preponderancia de una «visión idealista» en los estudios sobre las culturas políticas. Este punto de partida tan extendido entre las investigaciones otorgaba mayor importancia a la visión del propio analista que al significado aportado por los propios actores. Estas reflexiones acompañaban a la problemática que se escondía tras el «acto de nombrar» a las distintas culturas políticas. En vez de basarse en arquetipos ideales, el autor proponía dar más importancia al contexto mediante los propios conceptos vividos por los protagonistas.47 En este sentido, también resultan interesantes las reflexiones del sociólogo Jesús Ibáñez hechas a mediados de los años ochenta, al calor de la manipulación mediática que se cernía sobre el recién creado PC que lideraba Ignacio Gallego. En su razonamiento destaca la importancia que le otorgaba a lo que se dice explícitamente y, sobre todo, de lo que no se dice de este cuando nos referimos a esta corriente comunista: «¿Por qué designarlo con el término de “prosoviético”? Ninguno de los designados como “prosoviético” se autodesignaría con esa designación (y no son más prosoviéticos que otros son proamericanos)».48 Algunos historiadores están empezando a resaltar la necesidad de superar esta visión simplista basada en un estigma. En el II Congrés de Historia del PSUC, Joan Tafalla apuntaba acertadamente algunas críticas sobre la denominación hasta entonces hegemónica sobre esta corriente:

Desde hace tiempo, y sin ningún éxito, predico a favor de superar el estigma del «prosovietismo» para designar un determinado grupo interno del PSUC que una clasificación menos interesada llevaría a adjetivar como ala izquierdista del partido. ¿Por qué no designar aquellos, que la prensa burguesa y una determinada historiografía suelen denominar «Prosoviéticos», tal como ellos se denominaban, es decir, «comunistas»? […] Una amalgama de sectores y descontentos que no cabía ni bajo la etiqueta del «prosovietismo». Una amalgama de sectores y sensibilidades que convergían en su crítica del eurocomunismo y que coincidían en autodenominarse comunistas, y punto.49

Partiendo de la base de que, efectivamente, los componentes de nuestro de objeto de estudio son, ante todo, comunistas, se hace necesario profundizar en su identidad para lograr una adecuada denominación. Como hemos visto previamente, la identidad está directamente relacionada con los procesos de acción colectiva, y se puede establecer que esta se lleva a cabo gracias a la identificación de los actores involucrados en el conflicto, el desarrollo de relaciones emocionales basadas en relaciones de confianza mutua entre sus miembros y la puesta en marcha de construcciones simbólicas que permiten conectar su lucha con su visión de la historia.50 Según este parámetro de análisis, el término «prosoviético» es esquemático y deformante. En primer lugar, estamos hablando de una corriente con una corta historia de vida de apenas veinte años, lo que dificulta la creación de una única identidad plenamente consolidada. En segundo lugar, se trata de una cultura militante que se fragua en dos contextos muy distintos, primero dentro y después fuera de las estructuras del PCE. Como su acción se desarrolló en varias olas, su disidencia se produjo en muchos casos de forma paralela, coincidiendo en los ámbitos de actuación interna/externa. Por otra parte, conviene no olvidar el proceso de ósmosis con la identidad de la izquierda radical dada su colaboración durante varios años. Bajo esta situación parece recomendable buscar nuevas categorías que engloben más representativamente a esta identidad. Precisamente por ese motivo en esta investigación se utiliza el concepto de comunistas ortodoxos. La aparición del término «prosoviético» tiene su origen en sectores anticomunistas y es previo a los años sesenta, por lo que ni siquiera nace de forma específica para denominar a esta corriente comunista. Tras el giro del PCE a finales de los años sesenta este adjetivo peyorativo pasó a usarse para estigmatizar a aquellas personas que defendían la identidad ortodoxa.51 El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) define ortodoxo como «conforme con la doctrina fundamental de un sistema político o filosófico», además de «conforme con hábitos o prácticas normalmente admitidos».52 Es decir, la ortodoxia aplicada a este sujeto político sería la conformidad con los principios de una doctrina (el marxismo-leninismo que se profesaba activamente en el PCE hasta los años setenta), aceptados por la mayoría (de los comunistas) como los más adecuados en un determinado ámbito (la sociabilidad militante).

En realidad, la cuestión de la ortodoxia comunista ha estado siempre presente en la historia del marxismo y no es un objeto de debate excesivamente novedoso. Incluso, ha sido objeto de reflexiones por parte de grandes teóricos del marxismo, como el filósofo húngaro György Lukács. En 1923 reflexionaba, desde otra perspectiva, sobre la necesidad de defender un marxismo ortodoxo:

Así pues, marxismo ortodoxo no significa reconocimiento acrítico de los resultados de la investigación marxiana, ni «fe» en tal o cual tesis, ni interpretación de una escritura «sagrada». En cuestiones de marxismo la ortodoxia se refiere exclusivamente al método. Esa ortodoxia es la convicción científica de que en el materialismo dialéctico se ha descubierto el método de investigación correcto, que ese método no puede continuarse, ampliarse ni profundizarse más que en el sentido de sus fundadores. Y que, en cambio, todos los intentos de «superarlo» o «corregirlo» han conducido y conducen necesariamente a su deformación superficial, a la trivialidad, al eclecticismo.53

Como hemos visto anteriormente, el concepto de «prosoviéticos» resulta tremendamente conflictivo para el análisis histórico y dificulta una correcta caracterización de las singularidades de esta corriente. Esto ocurre principalmente por dos motivos. El primero reside en que cuando se usa este término se tiende a ignorar su origen e intencionalidad. Es necesario recordar que se trata de un término con claras connotaciones negativas que no se ajusta ni a la heterogeneidad de las fuerzas políticas que formaron parte de esta corriente, ni mucho menos a lo complejo de su identidad. El segundo motivo tiene relación con el bajo grado de aceptación entre los propios militantes. Este concepto no está interiorizado por la militancia, entre la cual aparecen diferentes opiniones. Además, para la casi totalidad de los comunistas entrevistados el origen de este término tiene como objetivo la descalificación desde los propios planteamientos que esgrimió el Franquismo durante cuarenta años para referirse al PCE. Es decir, construir una imagen de ellos como una fuerza externa y a las órdenes de Moscú, ajenos a la lucha de la clase obrera española por su emancipación. Si existe un consenso historiográfico para no referirse al PCE previo a 1968 como «los prosoviéticos», por los mismos motivos no es adecuado utilizarlo para calificar a los comunistas que, dentro o fuera del PCE