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Logan O'Brien era el propietario de su propia empresa y con ella había conseguido un gran éxito en los negocios, pero su vida social era otro asunto… Hasta que conoció a la hija de uno de sus multimillonarios clientes. Jenna Fordyce parecía una de esas jóvenes malcriadas que él siempre había tratado de evitar. Sin embargo, había algo en ella que lo atraía de un modo irremediable. Para Jenna, Logan era sinónimo de problemas, pues él hacía que se sintiera como una verdadera mujer; resultaba emocionante y peligroso sentirse tan viva. Aunque, con sus crecientes problemas de vista, Jenna tenía que tener un gran cuidado con los hombres. ¿Logan la amaba de verdad o sólo sentía lástima por ella?
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Seitenzahl: 199
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Kristi Goldberg
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
A través de tu mirada, n.º 1710- julio 2018
Título original: Through Jenna’s Eyes
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9188-590-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Logan había aprendido hacía tiempo que el teléfono siempre sonaba en los momentos más inoportunos. En mitad de una ducha, que ya se había dado. En pleno revolcón entre las sábanas, que desafortunadamente aquella noche no era el caso. Y, en ese momento, en pleno partido de béisbol, para él la peor interrupción de todas.
Tras detener el partido con el mando a distancia, descolgó el teléfono y dijo, en un tono de voz ligeramente irritado:
—¿Sí?
—Siento molestarlo, jefe, pero tenemos un problema.
El bueno de Bob, la mano derecha de Logan. Siempre que surgía algún problema, el policía retirado hablaba como si trabajara en una misión especial del servicio secreto, no como conductor de limusinas para la alta sociedad de Houston.
—El partido está en pleno apogeo y apenas llevo una hora en casa. A menos que llames para decirme que todos los coches y limusinas de la empresa se han estropeado, lo dejaré en tus manos.
—Tenemos una mujer con unas cuantas copas de más que necesita un coche.
No era la primera vez que sus empleados se encontraban con una situación de ese tipo.
—¿Y para eso me llamas?
—Es Jenna Fordyce.
Genial. La hija de su principal cliente, Avery Fordyce. La empresa de Logan se ocupaba de cubrir todos las necesidades de transporte privado y profesional del multimillonario, por no mencionar todos los demás clientes a los que Fordyce le había recomendado.
—¿Está ahí Calvin?
—Hoy es su noche libre. Yo lo haría, pero estoy esperando para llevar a una pareja de recién casados al aeropuerto. Y he pensado que como el viejo Fordyce confía en usted, y es su…
—Lo sé, Bob. Su hija.
Adiós a una noche tranquila en casa delante del televisor sin más ocupación que ver el partido de béisbol.
—Yo me ocuparé. ¿Dónde está?
—En un club llamado La Danza. Está en…
—Lo conozco.
Había estado allí varias veces en el último año. Al menos el club no quedaba lejos de su lujoso apartamento del centro de Houston. Sin embargo, la mansión de los Fordyce, donde Jenna probablemente debía continuar residiendo, estaba a más de media hora de distancia.
—El portero ha llamado hace unos cinco minutos —añadió Bob—. Me ha dicho que esperará con ella hasta que llegue alguien. Me da la sensación de que está en un estado poco recomendable.
A Logan no lo sorprendió en absoluto. Una joven mimada y malcriada de la alta sociedad texana, con todos los lujos y caprichos a su alcance.
—Está bien, voy hacia allí.
Tras colgar el teléfono, Logan corrió escaleras arriba para ponerse una desteñida camiseta azul, unos vaqueros y un par de botas de montaña, un atuendo que jamás permitiría vestir a sus empleados en horas de trabajo.
Pero si la heredera estaba tan borracha como sugerían las palabras de Bob, seguramente no se daría cuenta de su ropa. De todos modos, aunque reparara en ello, en ese momento a él sólo le preocupaba deshacerse de ella cuanto antes para volver a casa a terminar de ver el partido.
Cuando llegó al aparcamiento del edificio de apartamentos, Logan prefirió usar el todoterreno al descapotable, en caso de que a la joven heredera le diera por echar la papilla. Cielos, mejor que no. Eso acabaría de estropearle la noche por completo.
Mientras recorría las calles del centro entre el fuerte tráfico del sábado por la noche, Logan se dio cuenta de que no sería capaz de reconocer a Jenna Fordyce, teniendo en cuenta que nunca se la habían presentado. Aunque había visto su foto enmarcada en la mesa del despacho de Avery, una hermosa joven morena de ojos castaños. La princesita de papá, al igual que su ex prometida, que fingió estar embarazada para atraparlo definitivamente entre sus redes.
Sí, Logan ya había tenido suficientes debutantes de la alta sociedad; jóvenes incapaces de ver más allá de su cuenta bancaria, la única garantía que les interesaba para mantener el ritmo de vida al que estaban acostumbradas. Y él dudaba de que Jenna Fordyce fuera diferente al resto, y menos sabiendo que era la hija única de un magnate de los negocios viudo desde hacía muchos años.
Minutos más tarde, Logan aparcaba detrás de una limusina en el único espacio disponible bajo el porche del hotel de cinco estrellas donde estaba el famoso club nocturno. Bajó del vehículo y enseguida vio al hombre de hombros cuadrados y la cabeza rapada de pie a pocos metros de allí, sujetando a una mujer por la cintura.
Cuanto más se acercaba a ellos, más seguro estaba de haber encontrado a Jenna Fordyce, unos años mayor que la joven de la foto enmarcada en el despacho de papá Fordyce, pero igual de espectacular.
La mujer llevaba una blusa sin mangas azul, una falda blanca por encima de la rodilla y zapatos de tacón bajo. La forma de vestir era bastante conservadora, y su elegancia se veía acentuada por la melena castaña que le caía sobre los hombros. Un par de gafas de sol le cubrían los ojos y la mujer se apretaba un trapo blanco contra la ceja derecha. Por un momento, Logan pensó que se había peleado con alguien. Sin duda, un buen titular de portada para las revistas del corazón.
Logan se acercó a la extraña pareja, miró al hombre con un leve movimiento de cabeza, y después se dirigió a la mujer.
—¿Señorita Fordyce? —dijo.
La mujer ladeó la cabeza hacia él.
—¿Sí?
—Soy Logan O’Brien. Mi empresa se ocupa de los transportes de su padre.
Cuando él le ofreció la mano, ella ignoró el gesto y se metió una mano en el bolsillo de la falda. Sacó unos billetes y los puso en la mano del portero.
—Esto cubrirá lo de la barra, con un poco extra por tus molestias, Johnny —dijo apenas girando la cabeza y sin quitarse las gafas—. Y si no te importa, ¿quieres decirle a mi amiga que me he ido? No quiero que se preocupe.
—¿Qué aspecto tiene? — preguntó el tal Johnny.
—Es rubia y guapa —dijo Jenna—. Se llama Candice y está sentada en la barra. Creo que va de rosa. Siempre va de rosa.
El portero miró a Logan sin soltar a la mujer.
—Alguien tiene que echar un vistazo a ese corte en la frente. No me ha dejado llamar a una ambulancia.
Jenna hizo un movimiento con la mano restándole importancia.
—No es nada.
Pero Logan vio la sangre que se filtraba a través del trapo, y se dio cuenta de que la herida podía ser profunda.
—Johnny tiene razón. Está sangrando. Necesita que la vea un médico.
—¿Le importa que sigamos hablando en el coche? —lo interrumpió ella.
No hacía falta decir nada más. Por mucho que protestara, Logan no pensaba dejarla hasta asegurarse de que estaba bien.
—Vamos.
El portero tendió el brazo femenino hacia Logan.
—Será mejor que la ayude.
A Logan normalmente no le importaba rodear con el brazo a una mujer atractiva, pero aquella belleza de sangre azul no le interesaba en absoluto, o al menos no debería interesarle.
Logan le rodeó la cintura con el brazo y la sujetó por el codo con la otra mano. Con pasos lentos y cautelosos la llevó hasta el todoterreno, y enseguida se dio cuenta de que no era muy alta, quizá un metro sesenta, unos treinta centímetros más baja que él. Desde luego no era su tipo. Él prefería mujeres con más sustancia, por dentro y por fuera.
En el coche, Logan abrió la puerta, la ayudó a sentarse y le abrochó el cinturón. Al tenerla tan cerca, se dio cuenta de que no olía a alcohol, sólo a la suave fragancia de su perfume. Una fragancia ligera que le recordó al jabón de lavanda que solía utilizar su madre. Desde luego nada que ver con el olor de la mayoría de las mujeres con las que se relacionaba, que se bañaban en caros perfumes diseñados para excitar a un hombre, pero que a él sólo servían para alejarlo.
Logan se sentó al volante, encendió la luz y le ofreció el teléfono móvil.
—¿Quiere llamar a su padre para decirle lo ocurrido, o debo hacerlo yo?
—Buena suerte —respondió ella con desparpajo—. Está en Chicago por trabajo y no vuelve hasta mañana. Yo he dado al servicio la noche libre.
—¿Alguien más a quien pueda llamar?
—No.
Lo que significaba que de momento la mujer continuaba siendo su responsabilidad.
—Entonces ahora mismo la llevo al hospital —dijo Logan.
La mujer frunció el ceño.
—Lléveme a casa. Estoy bien.
No hasta que él echara un buen vistazo al corte de la frente. Cuando estiró la mano para apartar el trapo que lo cubría, ella se sobresaltó, como si la hubiera asustado.
—Tranquila — dijo él levantando la improvisada venda—. Sólo quiero ver qué tal está.
—No es más que un rasguño —dijo ella—. He tropezado y me he dado con una pared del cuarto de baño.
Era evidente que no se había molestado en mirarse la herida en un espejo.
—Parece que necesita puntos. El hospital no está lejos.
—No quiero ir a ningún hospital — dijo ella, con un deje de pánico en la voz—. No quiero ver a ningún médico.
Probablemente le preocupaba que le hicieran un análisis de sangre y descubrieran el alto nivel de alcohol en la sangre. Una noticia que estaría al día siguiente en todos los periódicos. Sin embargo, Logan no podía dejarla sola hasta asegurarse de que estaba bien.
—Podría tener una contusión.
—No la tengo, se lo aseguro.
—¿Es usted médico, señorita Fordyce?
—¿Lo es usted, señor O’Brien?
Por primera vez en su vida, Logan deseó serlo. Así podría examinarla y devolverla a su casa cuanto antes.
—Oiga, mi hermano es médico, y vive a diez minutos de aquí. Seguramente él podrá echarle un vistazo.
Ella pareció pensarlo unos segundos y después dijo:
—De acuerdo, pero sólo si me promete que después me llevará a casa.
Eso a Logan no le suponía ningún problema. Al contrario, era su plan.
—Lo llamaré para ver si está disponible.
Logan ya sabía que lo estaba. Había hablado con Devin hacía unas horas y sabía que su hermano se había tomado el día libre del hospital donde era el jefe residente de traumatología.
Volvió a abrir el teléfono móvil y marcó el número de su hermano.
Después de dos timbrazos, Devin respondió con su habitual:
—Doctor O’Brien.
—Hola, Dev, soy Logan. Perdona por llamarte tan tarde.
—Todavía estoy levantado, gracias a un enano que ha decidido que es hora de jugar, no de dormir. ¿Qué ocurre?
—Tengo una cliente que necesita atención médica, pero no quiere ir al hospital —explicó él—. Tiene un corte en la frente. ¿Te importa que la lleve a tu casa para que le eches un vistazo?
Devin soltó una risita.
—¿Así que una cliente, eh? —repitió con sorna.
Logan no estaba de humor para aguantar las insinuaciones de su hermano.
—Si lo haces, te daré mis entradas para el partido en casa que quieras.
—De acuerdo, pero si no puedo curarla en casa, tendrás que llevarla al hospital.
Eso podría suponer un monumental problema para Logan, pero no tenía otra alternativa.
—De acuerdo.
—Espera un momento.
Logan escuchó el sonido de voces apagadas y se dio cuenta de que su hermano estaba consultando con su esposa. Unos momentos después, su hermano volvió al teléfono.
—A Stacy le parece bien, pero con una condición. Que lo hagamos en tu apartamento, y que lleve a Sean conmigo. Con un poco de suerte se dormirá en el coche.
—Está bien, nos vemos en unos minutos.
A Logan no le molestaba en absoluto. Le gustaba estar con su sobrino de quince meses, siempre y cuando después el niño regresara a casa y a los cuidados de sus padres. Él no sabía absolutamente nada de cuidar a un niño, y tampoco tenía la intención de aprender. Además, cuanto antes terminara con aquel asunto, antes podría llevar a Jenna de vuelta a su casa.
Cerró el teléfono y se volvió a mirar a Jenna.
—He quedado con él en mi apartamento.
Jenna mantenía los ojos clavados en el salpicadero.
—¿Dónde vive?
—A un par de kilómetros de aquí.
—Se lo agradezco —dijo ella—. Espero no estar causándole muchos problemas.
—En absoluto —dijo él, aunque no era exactamente la verdad.
La mujer podía convertirse en un problema si él no dejaba de fijarse en ella y en el fantástico cuerpo que se adivinaba bajo la ropa, a pesar de su pequeña estatura. Tenía que recordar que era hija de un cliente, un cliente muy importante a quien no le haría ninguna gracia saber las cosas que estaban pasando por su imaginación en relación a su hija.
—¿Cree que ya puedo quitarme el trapo? —preguntó ella cuando Logan puso el coche en marcha—. Se me ha cansado el brazo.
—Déjeme ver.
Jenna bajó el trapo y Logan le alzó la barbilla y le volvió la cara hacia él.
Vale, tenía la piel suave y una boca preciosa. Como muchas mujeres. Y seguramente también una abultada cuenta bancaria y un insoportable complejo de superioridad. Logan se negaba a volver por aquel camino que dejó atrás al romper su relación con Helena.
—Ya no sangra, se lo puede quitar —dijo él poniendo las manos en el volante y concentrándose de nuevo en el asunto en cuestión, que era lo que tenía que hacer.
Conduciendo a paso de tortuga entre el tráfico de fin de semana y una interminable sucesión de semáforos, Logan regresó por fin a su apartamento. Durante el trayecto, Jenna no se quitó las gafas de sol ni tampoco dejó de mirar al frente hasta que él aparcó en su plaza del aparcamiento.
Aparte de un «gracias» cuando la ayudó a bajar del todoterreno y entrar en el ascensor, la joven mantuvo silencio.
Logan casi lo agradeció. Su intención era mantener su relación a un nivel estrictamente profesional. Y también mantenerse a distancia, algo que no pudo hacer hasta llegar al apartamento y sentarla en uno de los sillones individuales del salón.
—Parece un sitio muy bonito —dijo ella rompiendo el silencio.
Buscando una distancia que necesitaba para no terminar de perder el dominio de sí mismo, Logan se dejó caer en el amplio sofá que había frente al sillón.
—Se lo compré a mi hermana y mi cuñado cuando ellos compraron su nueva casa.
—¿Entonces tiene un hermano y una hermana?
—Cuatro hermanos y una hermana.
Jenna sonrió.
—Vaya. Yo soy hija única, así que no me imagino cómo es tener una familia tan numerosa. ¿Cómo son sus padres?
—Viven en la zona oeste, en el mismo barrio de clase media donde nací y me crié —dijo él, poniendo énfasis en lo de «clase media».
Quería que Jenna Fordyce supiera que no compartía con ella los mismos orígenes de alta sociedad, incluso si su situación económica había cambiado gracias a sus éxitos empresariales.
Al ver que ella no parecía tener intención de quitarse las gafas de sol, dijo:
—Puede quitarse las gafas si quiere. Yo he pasado por eso antes, así que no pienso juzgarla.
Jenna se estrujó las manos varias veces con gesto nervioso.
—La luz me molesta.
Cielos, si la tenue luz del apartamento la molestaba al día siguiente tendría una resaca de campeonato.
—Si ahora la molesta, ya verá mañana.
—¿Por qué lo dice?
Era evidente que la joven millonaria no estaba muy familiarizada con las resacas.
—Veo que no bebe muy a menudo.
—No, prácticamente nunca. Sólo una copa de vino de vez en cuando.
Probablemente había tomado más de una, lo que explicaría su estado actual, aunque Logan no acababa de entenderlo. Ni la forma de hablar ni su discurso coherente indicaban un estado de embriaguez.
La mujer quedó en silencio de nuevo y Logan pensó en encender la televisión para continuar viendo el partido de béisbol que había grabado, pero se dijo que la señorita Fordyce no parecía una amante del béisbol. Probablemente lo suyo era el tenis, si es que le interesaba algún deporte. Estaba a punto de preguntárselo, cuando sonó el timbre de la puerta, indicando la llegada de su hermano y su salvación.
Logan se levantó, fue hasta la puerta y abrió a su hermano que entró con una bolsa de tela colgando de un hombro y un niño de un año con pijama de super héroe sentado en la cadera.
—Has venido muy de prisa —dijo Logan haciéndose a un lado para dejarlo entrar.
—La ventaja de aprender el camino más rápido cuando estás de guardia —dijo Devin—. ¿Dónde está la paciente?
—En el salón.
Cuando llegaron al salón, Logan hizo un gesto hacia su invitada, que no se movió.
—Devin, te presento a Jenna Fordyce.
Cuando Devin se colocó delante del sillón, Jenna le ofreció la mano y una sonrisa, algo que no había hecho con Logan hasta entonces.
—Encantada de conocerte, Devin. Espero no hacerte perder demasiado el tiempo.
—Tranquila —dijo Devin a la vez que entregaba a su hijo a Logan para estrechar la mano de Jenna. Después se sentó delante de ella en un taburete—. Echemos un vistazo a ese corte.
—Mientras lo haces —dijo Logan—, me llevaré a Sean a la cocina a ver si encontramos algo de comer.
Devin asintió y Logan se alejó con su sobrino sentado sobre sus hombros.
—Cada día pesas más, chaval —le dijo agachándose ligeramente al llegar al umbral de la cocina para cruzar la puerta. Allí lo sentó en la encimera y abrió un armario—. Sólo tengo una galleta, así que espero que te sirva.
Sean respondió con una amplia sonrisa y un balbuceo que sonó parecido a «galleta», comunicándole que hablaban el mismo idioma.
Sin alejarse de su sobrino para evitar que se precipitara al suelo, Logan se apoyó en la encimera y miró por la ventana que daba al salón. Devin había cubierto el corte con varias tiras blancas y estrechas y en ese momento estaba estudiando los ojos femeninos con una linterna. Médico y paciente estaban hablando de algo, pero Logan apenas podía oírlo con el ruido que estaba haciendo Sean, entretenido en tocar la batería con un par de cucharas y la encimera.
Unos minutos después, Sean pareció cansarse de sus dotes musicales y estiró los brazos. Logan lo tomó en brazos.
Casi en ese mismo momento Devin entró en la cocina con una sombría expresión en el rostro.
—No creo que el corte sea importante —dijo a su hermano—, pero alguien tiene que observarla esta noche en caso de que tenga una ligera contusión.
Eso sí que podría ser un gran problema.
—En su casa no hay nadie —dijo Logan—. Si estás tan preocupado, será mejor que ingrese en el hospital.
—¿Por qué no la dejas quedarse en tu habitación de invitados?
—Eso no es una buena idea.
Devin frunció el ceño.
—Nunca te he visto negarte a ayudar a una atractiva mujer en problemas.
—Una atractiva mujer con unas cuantas copas de más que resulta ser la hija mimada de un cliente multimillonario, mi mejor cliente, al que seguramente no le hará ninguna gracia que su hija pase la noche en mi casa.
Devin se frotó la nuca con la mano y estudió el suelo unos segundos en silencio.
—No está borracha, Logan. Se está quedando ciega.
Durante el último año, Jenna Fordyce había vivido en un mundo de sombras, soledad y, a veces, de insoportable dolor, tanto físico como emocional. Y la única noche que decidió aventurarse al mundo exterior para celebrar el treinta cumpleaños de su mejor amiga, había terminado en una situación bastante precaria, con un corte en la frente y una posible contusión, atendida por un médico en el apartamento de un desconocido.
Un apartamento muy lujoso y muy espacioso, se dio cuenta ella cuando entró en el mismo y oyó el eco de sus pasos sobre el suelo de tarima. Últimamente había aprendido a distinguir los detalles utilizando otros sentidos, principalmente el del oído. Y ahora estaba oyendo un murmullo de voces un poco distantes, y sospechó que ella era el tema de conversación. Sin duda el médico estaba informando a su hermano de que estaba prácticamente ciega, no bebida como éste asumió desde un principio.
Unos rápidos pasos de pies descalzos atrajeron su atención. Eran los pies de un niño, pensó, y su intuición quedó confirmada cuando adivinó la sombra de la pequeña figura de pie delante de ella a través del velo que le cubría los ojos. Jenna sintió la mano diminuta del pequeño apoyarse en su muñeca, y también experimentó el instinto maternal que la hizo abrir los brazos de par en par para recibir al pequeño Sean.
Cuando éste se sentó en su regazo y apoyó la cabeza en su pecho, Jenna apoyó la mejilla sobre la pequeña cabecita y pensó en otro niño. Un niño que últimamente no era más que una voz al teléfono que la acompañaba en la soledad de sus días y sus noches.
«Te quiero, mamá», recordó ella la voz del pequeño, la voz que mantenía vivas sus esperanzas y sus ansias de vivir.
—Veo que has encontrado el lugar más acogedor de la casa, Sean. No molestes a la invitada del tío Logan.
Era la voz de Devin O’Brien.
—No me molesta en absoluto. Al contrario, Devin.
—Creo que por fin está agotado.
Cuando Devin levantó a Sean de su regazo, Jenna sintió el deseo de pedirle que lo dejara unos minutos más. Sin embargo, se colocó bien las gafas, esta vez para ocultar las lágrimas que le llenaban los ojos.
—¿Puedo irme a casa ya? —preguntó.
—Esta noche se quedará conmigo.
La voz autoritaria de Logan la sobresaltó.
—No es necesario —protestó ella.
—Son órdenes del médico —añadió Devin en un tono más suave—. Logan me ha dicho que pasarás la noche sola, y los dos nos sentiremos mucho más tranquilos si tienes compañía, en caso de que surja algún problema.
Quizá él sí, pensó Jenna, pero dudaba mucho de que Logan compartiera esa opinión. Seguramente estaba deseando que el portero del club nocturno no lo hubiera llamado.
Sin embargo, después de estudiar sus opciones, decidió acceder sin presentar más batalla.
—Está bien, me quedaré.
—Bien —dijo Devin—. Y no tienes que preocuparte por Logan. Tiene un cuarto de invitados arriba, y es un tipo decente. Aunque yo soy mucho más guapo.
—Y estás casado, Dev. Venga, vete a casa con tu mujer.