¡Abre la maldita ventanilla! - Gabriel Carcagno - E-Book

¡Abre la maldita ventanilla! E-Book

Gabriel Carcagno

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Beschreibung

¡Abre la maldita ventanilla! nos sumerge en un viaje por la historia de la invención del avión, combinando rigor científico con una narración accesible y apasionante. A través de un recorrido que empieza con el sueño de volar, el autor explica cómo el conocimiento técnico y los avances científicos convergieron para dar vida a una de las innovaciones más trascendentales del siglo XX. Más allá de los hermanos Wright, el libro aborda el papel de otros pioneros, las controversias sobre las patentes y la transformación de la aviación en un elemento esencial de la globalización moderna.

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Seitenzahl: 308

Veröffentlichungsjahr: 2024

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GABRIEL CARCAGNO

¡Abre la maldita ventanilla!

Ciencia, técnica e innovación en la invención del avión

Carcagno, Gabriel ¡Abre la maldita ventanilla! : ciencia, técnica e innovación en la invención del avión / Gabriel Carcagno. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5709-4

1. Ensayo. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Prefacio

Introducción

El primer vuelo

Una mañana en las suaves colinas de Kitty Hawk

Una tarde junto al Senna

Los inicios del sueño de volar

El nacimiento de la ciencia y la tecnología

Los avances del conocimiento en el medioevo

El nacimiento de las universidades

La técnica y la tecnología

Renacimiento y la revolución científica

Los caminos al primer vuelo

La mecánica de vuelo

Más liviano que el aire

El avión comienza a tener sus primeros “padres”

El túnel de viento

Pioneros que estuvieron cerca de lograrlo

Fuerza motriz

Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajarse

El primer motor de aviación

Mientras tanto, en Europa

Otro motor para otro pionero

La hélice

La hélice de los hermanos Wright y Santos Dumont

Del primer vuelo al primer “avión”

La aerodinámica científica

¿Por qué vuela un avión?

Las “guerra de las patentes” y la innovación

¿Quién tenía razón?

La ciencia, la tecnología,y la innovación en el nacimiento del avión

¿Innovación disruptiva?

Clusters de innovación

¿Quién inventó el avión?

Inventores, Innovadores y científicos: ¿qué nos aportaron los pioneros reconocidos?

Epílogo

“Inventar un aeroplano no es nada,construir uno ya es algo, y volar, ... ¡lo es todo!”

Otto Lilienthal

Prefacio

Al finalizar de escribir este libro, comencé a reflexionar sobre la categoría en la cual debería encuadrarlo, y, francamente, no logro alcanzar una respuesta concreta que me convenza. Y después de todo, creo que ese fue uno de los objetivos, quizá no del todo consciente, que me había planteado cuando comencé a escribirlo. Ya que no tengo experiencia en la escritura de libros, de ningún tipo, no podría decir que me siento cómodo o seguro generando un texto encuadrado en un género en particular, que responda a las leyes y costumbres de ese género. Entonces, la premisa fue manejarme con la mayor libertad posible, sin ninguna pretensión en particular. Solo intenté volcar de la mejor manera posible mi experiencia y visión en campos en los que considero que conozco y entiendo bastante, o donde he participado más o menos activamente, utilizando para ello un tema u motivo en particular, en este caso el nacimiento del avión.

Me resulta quizá más fácil describirlo por lo que no es, o al menos por lo que no pretende ser: no es un libro de historia, o de historia de la ciencia y la tecnología. Desde ya, hay un contenido muy importante y amplio de referencias a sucesos históricos que fueron encadenándose para llegar al nacimiento del avión. Pero esta sucesión de eventos de la historia se incluye y describe con el fin de sostener la línea argumental y fundamental que llevó al resultado final, para lo cual seguramente en forma discrecional agrego algunos hechos y paso por alto otros. Desde lo formal, no propongo citas y referencias puntuales de manera continua para soportar la veracidad de los eventos que describo, dejo en manos del lector, si le interesa, comprobar o explorar en mayor profundidad esos eventos, solo me aseguro de que los mismos estén suficientemente probados desde diversas fuentes. Ya sea a través de Wikipedia, rastreando sus fuentes, o de publicaciones rigurosas específicas, intento asegurarme de que los hechos descriptos sean fácilmente verificables y comprobables, y desde ya pido disculpas por cualquier error involuntario al respecto que se pueda haber deslizado.

Tampoco es un libro típico para abordar el tema de la gestión de la tecnología o de la innovación, los cuales en general se generan en las escuelas de negocios de universidades y centros de estudio, o por parte de consultores de la industria reconocidos, a partir del análisis y estudio de casos reales y la elaboración de modelos, teorías o hipótesis que permitirían, con su aplicación, incrementar la probabilidad de triunfo para una emprendimiento, o explicar éxitos y fracasos pasados. Indudablemente, todo esto realizado con el perfil académico de instituciones y autores reconocidos en la materia, lo que escapa al objetivo de este texto.

En definitiva, lo que intento en este libro es plasmar una visión amplia, transversal y con todos los elementos que considero relevantes para valorar y ubicar adecuadamente los factores técnicos, junto con los roles y merecimientos de quienes fueron actores primarios y secundarios en esta gran innovación de inicios del siglo XX que llamamos en forma genérica “avión”, por un lado, y por otro tratar de elaborar respecto al tipo de creación humana a la cual nos estamos refiriendo cuando nos referimos a este gran logro. Quizá motorizado por cierta sensación de incomodidad cuando leo textos o escucho definiciones generalmente tajantes, del tipo “el avión lo inventaron los hermanos Wright”, o algo similar con algún otro pionero. Pero estamos en tiempos de la inteligencia artificial (IA), así que intentemos con una de las aplicaciones más difundidas el momento de escribir estas líneas, ChatGPT, a quien le realizo la pregunta directa (a ver si me ahorro de escribir el libro, y ustedes de su lectura): “¿Quién inventó el avión?”. A lo cual responde, textual: El avión fue inventado por los hermanos Orville y Wilbur Wright, dos estadounidenses que realizaron el primer vuelo controlado y sostenido de una máquina más pesada que el aire, propulsada por un motor. El hito ocurrió el 17 de diciembre de 1903 en Kitty Hawk, Carolina del Norte. Su avión, llamado Flyer I, logró mantenerse en el aire durante 12 segundos y recorrió una distancia de 37 metros. Los Wright no solo fueron los primeros en volar, sino que también perfeccionaron el control del avión en sus versiones posteriores, lo que fue crucial para el desarrollo de la aviación moderna. El texto de respuesta de ChatGPT resume lo que está escrito y divulgado en la literatura general, y no me libera de la incomodidad que mencionaba antes, sino todo lo contrario. En los capítulos que siguen, comprobarán que en este texto no tengo la intención de cuestionar el rol de los hermanos Wright en esta historia, sino solamente ponerla en un contexto adecuado, donde no dejan de brillar por sus aportes fundamentales en el nacimiento del avión. Pero ya el uso de la palabra “invención” me genera un cierto ruido, pues, por un lado, el concepto de “avión” ya estaba en la mente de sus contemporáneos, y por el otro me cuesta identificar como un “invento” algo que, como veremos, hubiera ocurrido de cualquier manera. Es decir, si los hermanos Wright no hubieran nacido, o se hubieran dedicado a otra cosa, ¿es válido pensar que hoy no habría aviones en el cielo? Yo creo que estaremos de acuerdo en que no es así, habría aviones de cualquier manera, solamente que ese primer vuelo se habría producido gracias a otra u otras personas, quizá en algún momento algo posterior. Esto nos obliga a hurgar un poco más profundo en el concepto de invención, si es aplicable en este caso, o de qué manera lo sería. Esta es una de las líneas disparadoras o motivadoras del libro, cómo los acontecimientos debieron darse y encadenarse para llegar a ese logro, cómo la tecnología tuvo que avanzar y resolver sus limitaciones, el papel de la ciencia, de los inventores, de los científicos y de los innovadores, los ajustes e invenciones complementarias que fueron dando forma al avión tal como lo conocemos hoy, el rol de los patentamientos en el avance de la tecnología, las razones del rápido desarrollo de la aviación francesa por sobre la estadounidense, y otras consideraciones que analizaremos y desarrollaré en mayor detalle en el texto.

Sin pretender rigor académico, recurro simplemente a mi formación como ingeniero en especialidad aeronáutica, a mis más de treinta años de experiencia profesional en el mundo de la tecnología, de la innovación, de haber participado en la gestación y discusión de varias patentes, combinado por mi interés eterno por la aviación, mi formación como piloto privado, y mucha lectura al respecto. Mi experiencia escribiendo, muy limitada, mayormente focalizada en artículos o publicaciones técnicas, por lo cual se me dificulta a veces desprenderme del relato impersonal y la voz pasiva, sepan disculpar. Solo espero que la lectura les sea amena y contribuya a ofrecerles otra mirada y perspectiva sobre este tema, aunque no sea necesariamente coincidente con la mía, y que sirva como disparador para aquellos que les interese seguir investigando o formando opinión sobre el tema.

Introducción

Por fin, luego de una espera bastante larga, comenzamos con lentitud a embarcar. Unos cuarenta minutos atrasados respecto al horario de embarque establecido, así que no demasiado, pero lo suficiente como para incrementar la ansiedad típica que me genera esa incertidumbre de último momento, alimentada por las idas y vueltas de los asistentes en el mostrador de la puerta de embarque, algún piloto o auxiliar que entra y sale de la manga de ingreso al avión, o, peor aún, algún mecánico dando vueltas por la puerta o bajando a plataforma, para hacer quién sabe qué. Después de todo, no sería la primera vez que algún problema técnico de último momento, algún ítem del check list que no se puede completar como esperado, o algún tripulante demorado que no llega a tiempo… y todo el programa que tengo en mente se va al diablo. No sería la primera vez, y seguramente tampoco la última, en la que recibimos la noticia que no queremos: el vuelo ha sido cancelado. Ya conozco esa película: vendrá la mezcla inicial de bronca y ansiedad, para lenta y progresivamente dar paso a la racionalidad para empezar a pensar en cómo resolver el problema. Llegará el momento de las colas, las protestas, los intentos de cambios de vuelo, los hoteles de último momento, la cancelación de reuniones o actividades al otro día… Pero por suerte, estamos embarcando. Al menos por esta vez parece que zafamos de todo ese lío. Y aunque el riesgo de algún problema de último momento no lo podemos descartar, ya estamos casi para salir. Busco mi asiento, repasando con una mirada rápida a quienes serían mis compañeros de viaje por varias horas, acomodo mis cosas en el compartimiento superior con tranquilidad, y me siento a esperar que se complete el embarque y estemos ya, por fin, saliendo. Observo mientras a los que van entrando y se van acomodando, y casi se puede adivinar quiénes son viajeros habituales, acostumbrados a esta rutina, saben bien cómo buscar su asiento, qué hacer, lucen relajados y seguros, mientras que otros no logran disimular la ansiedad, el estrés que les genera esta situación nueva para ellos, ya sea que se trate de un viaje por vacaciones, por trabajo, o por cualquier otro motivo. Los chicos sobre todo están excitados, ansiosos y también sorprendidos por lo que ven, y por la experiencia que van a vivir en unos pocos minutos.

El embarque finalmente termina, ya están todos acomodados en sus asientos, ya se ha comunicado el piloto desde la cabina comentando a los pasajeros los detalles del vuelo, el tiempo de vuelo esperado, las condiciones de la ruta, y los asistentes han dado las recomendaciones de seguridad de rigor. Todo está listo, y luego de algunos minutos donde no pasa nada, el avión comienza a moverse hacia atrás, impulsado por el equipo de tierra que lo saca de la posición en la puerta para posicionarlo en la vía de carreteo. Lentamente, un suave silbido y un murmullo creciente desde afuera, indica que se está poniendo en marcha una de las turbinas; unos instantes después, otro sonido similar se suma al primero, indicando que la segunda turbina ya está también en marcha. Luego de algunos minutos, el zumbido se incrementa, y con alguna vibración, ya estamos moviéndonos hacia la pista en este gran living gigante con forma de tubo, repleto de personas que sin haberlo planificado especialmente, compartirán su destino por unas doce horas. El avión es bastante nuevo, es un Boeing 787, última generación de este fabricante histórico, con un gran espacio interior, muy bajo nivel de ruido, ventanillas que no tienen la clásica cortina plástica para bloquear la luz del exterior, sino que posee vidrios de material cromático que se aclara u oscurece electrónicamente, a través de un botón en su parte inferior. Detalles desde ya intrascendentes para la gran mayoría de los pasajeros.

Hay dos o tres aviones delante nuestro, en cola para despegar. Estamos a pocos minutos de ser uno de los 130 000 (¡sí, ciento treinta mil!) vuelos comerciales diarios que se realizan en todo el mundo (cifras de 2023). Y en pocos minutos seremos uno de los 15 000 aviones que están en vuelo en simultáneo en cada momento del día. Por mi parte, me convertiré en uno de los aproximadamente 10 millones de pasajeros que volaré en el día de hoy; cifras increíbles que nos cuesta procesar, seguramente fuera de la imaginación o conocimiento de la mayoría de las personas, y posiblemente usted lector vaya a la web a verificar si es verdad o estoy exagerando. Puede estar seguro de que no me equivoco, más allá de variaciones entre una u otra estadística o época del año. Si estaba considerando mi experiencia como un evento singular y único, bueno, hay otros 10 millones de personas que pasan por una experiencia similar el día de hoy.

Ya estamos en la cabecera de la pista, la gran nave esperando expectante la orden de salida que le estará por llegar desde la torre de control. Luego de unos minutos, poco a poco, el zumbido de los motores comienza a incrementarse en forma firme y sostenida, comenzamos a movernos, y luego de recorrer unos 10 o 20 metros, los motores rugen con furia y sentimos una gran aceleración hacia adelante, que me empuja en el respaldo del asiento mientras la velocidad, ahora sí, ya aumenta en forma considerable. Se siente a pleno la potencia de los motores Rolls-Royce Trent 1000, que producen unos 36 000 kilogramos de empuje cada uno, más de 70 toneladas entre ambos. Todo se acelera, las vibraciones se incrementan, empezamos a devorar metros y metros de pista, a una velocidad cada vez mayor; se siente el golpeteo de la amortiguación de las ruedas contra el asfalto, las ondulaciones de la pista, mientras que en el interior de la cabina de pasajeros se mantiene un silencio expectante, tenso, dudando quizá por algún momento si esta mole finalmente será capaz de elevarse del suelo. Miro hacia la ventanilla, ya pasa todo muy rápido, vemos pasar con rapidez las calles de acceso a la pista, otros aviones esperando, hangares, edificios del aeropuerto, antenas. A esta altura estimo ya habremos pasado la V1, esa velocidad crítica por encima de la cual los pilotos ya saben que no hay vuelta atrás, deben continuar con el despegue, aunque se presente alguna falla de motor u otro tipo de falla, pues ya sería imposible frenar el avión sobre la pista, y cualquier problema habrá que resolverlo ya en el aire.

El ruido y la vibración se intensifican, ya vamos a una velocidad muy elevada. Y finalmente, la parte delantera del avión comienza a elevarse, aunque todavía se sienten las ruedas principales sobre el piso; un instante más, y de repente, todo se siente más suave. Por la ventanilla se ven los edificios y objetos que pasan más lentamente, por el efecto visual mientras de a poco nos vamos alejando del suelo. Se observa al horizonte lejano, una mezcla de casas, árboles, alguna autopista con autos, y la sensación de ser empujados hacia arriba con una fuerza enorme, todavía acelerando, el gran pájaro de acero, aluminio y plástico toma altura de manera asombrosa, casi mágica, irreal. Son 250 toneladas que se burlan de la ley de la gravedad, que parecen flotar y elevarse sin esfuerzo, en forma segura, estable, y hasta placentera.

No ha pasado mucho más de media hora, y ya estamos entrando en vuelo de crucero; nivelados, con el zumbido suave y continuo de los motores como música de fondo, los asistentes de vuelo salen de sus asientos y comienzan con sus tareas de rutina, el Capitán ya nos ha informado de las condiciones de ruta para el vuelo, el tiempo estimado de llegada a destino, y las condiciones del clima. Miro de nuevo hacia la ventanilla, desde donde ingresa una luz clara y brillante, de un cielo azul profundo, ya la superficie de la tierra ha quedado allí abajo, lejana y casi invisible, cubierta en su mayor parte con una fina capa de nubes formando una alfombra blanca brillante, que refleja la luz del sol, con algunos huecos que revelan algunas montañas o colinas bajas y verdosas.

Quizá por el cansancio que traía, el relajamiento natural luego de las tensiones y apuros que preceden el viaje, los trámites del aeropuerto, las colas, y la lógica tensión hasta que se comprueba que todo sale como planeado. Luego en la paz de esos momentos iniciales del vuelo y cuando ya se entra de lleno en la rutina del mismo, me atrapa una modorra muy fuerte, comienzo a entredormirme, cierro los ojos y me dejo llevar. En esta ocasión, en ese estado semiinconsciente, me pongo a pensar en esta gran maravilla que tenemos la dicha de poder disfrutar en estos tiempos que nos han tocado para vivir sobre esta tierra, en este mundo, a mí y a nuestra generación, y algunas cercanas. El hecho de poder trasladarnos de un lugar a otro, muy distantes entre sí, recorriendo miles de kilómetros, pasando por encima de llanuras, ríos, montañas, océanos enormes, casi sin darnos cuenta, mientras dormimos, comemos algo o miramos una película, o escuchamos nuestra música favorita. Pero no es solo la posibilidad de movernos de un lugar a otro muy distante. Está la maravilla de que, en pocas horas, pueda estar con gente muy diferente, de culturas completamente distintas, en un clima completamente opuesto al de donde salí unas horas antes, gente que vive otra realidad diferente, otras costumbres, otros problemas y necesidades. La maravilla que es en gran parte responsable de esto, desde hace ya algunos años, aunque no tantos en relación con la historia de la humanidad, es esta máquina en la que me encuentro, entregado a ella y confiado en que me llevará a mi destino en forma segura y confortable. El avión, o aeroplano, es indudablemente una de las innovaciones más importantes que ha visto la humanidad, responsable de convertir al mundo en un lugar mucho más pequeño, de tornar alcanzables muchos sueños para una enorme cantidad de gente, de permitirnos conocer otras culturas, lugares, gente que sin él jamás hubiéramos conocido; clave en el comercio internacional, pieza fundamental en la hoy denominada globalización, que junto con las comunicaciones y la internet, nos ha convertido en lo que hoy muchos llaman la “aldea global”.

Ya el sueño me está venciendo, espero que la asistente de vuelo me despierte para comer algo, mientras me quedo pensando en cómo fue que el hombre, la humanidad en su conjunto, llegó a contar con esta maravilla de la ingeniería, producto de la mente humana, logrando lo que parecía antinatural, no hecho para el hombre, algo imposible en la mente de muchos durante siglos y siglos. Por eso, me pregunto ¿cómo fue que logramos llegar a esto?

El primer vuelo

Una mañana en las suaves colinas de Kitty Hawk

Esa fresca mañana del 17 de diciembre de 1903 había amanecido nublada, con un fuerte viento soplando desde el mar que levantaba la arena y tornaba dificultoso caminar. Los hermanos Wilbur y Orville se habían levantado temprano, ansiosos y expectantes, decididos a realizar otro intento para lograr lo que tanto deseaban y por lo que habían trabajado duramente durante los últimos años. Tres días antes, el 14 de diciembre, un primer intento había terminado en unos pocos segundos cuando, al salir de la rampa, el Flyer piloteado en esa ocasión por Wilbur elevó levemente su nariz y cayó abruptamente hacia la arena, lo que le provocó roturas que requirieron la vuelta al taller para reparar y ajustar. Luego de esos tres días de trabajo intenso, el Flyer estaba nuevamente en condiciones de realizar el intento de elevarse por sus propios medios. Una moneda al aire fue lo que definió que sea Orville el que lo intentara esta vez.

Kitty Hawk era un pequeño pueblo de pescadores de Carolina del Norte, situado en una angosta franja de tierra flanqueada por el océano Atlántico al Este, y un estuario al Oeste, elegida por los hermanos después de consultar con el Servicio Meteorológico acerca de las zonas de la costa Este con mejores vientos para realizar sus experimentos, y lo suficientemente alejada y poco poblada para asegurar que no se contara con demasiados curiosos. Hacía ya tres años que planificaban sus viajes y realizaban sus experiencias en ese lugar, distante a unos 1100 km de su ciudad, Dayton, en Ohio, donde vivían y trabajaban en su fábrica y taller de bicicletas, y donde pergeñaron sus sueños, realizaron sus estudios y un sinnúmero de experiencias minuciosas, sobre lo que volveremos luego, y donde fabricaban todo lo necesario para sus experimentos. Al llegar a Kitty Hawk, montaban un pequeño campamento cerca de una elevación desde donde llevaban a cabo sus pruebas.

Orville contuvo el aliento, se recostó horizontalmente sobre el ala, en la posición de pilotaje elegida, asegurándose lo mejor posible, mientras Wilbur y otros ayudantes encendían el motor, ubicado a su lado, el cual lo aturdía bastante por tener el escape demasiado cerca de él. Luego de verificar que todo estaba funcionando correctamente, el motor sonaba en forma pareja y consistente (para lo que se podía esperar de un motor de esa época y tecnología), mientras el viento seguía soplando a unos 30 km/h, desde el océano. Con la ansiedad en su punto máximo, Orville dio la señal para que lo liberen y el Flyer comience a moverse, mientras Wilbur corría a su lado sosteniendo la punta del ala para mantenerla horizontal y que no se atasque en el terreno. Eran las 10:35 de la mañana aproximadamente, cuando el Flyer abandonó la guía; Orville movió suavemente el mando del elevador delantero para que la nariz se eleve sobre el horizonte, cuidando de no exagerar el movimiento… y el Flyer estaba en el aire. A pocos centímetros del suelo, avanzó unos 37 metros hasta que, vaya a saber si por alguna razón técnica o por la emoción incontrolable de Orville, el Flyer se posó nuevamente, sin ningún daño y entre los vítores del pequeño puñado de testigos de la hazaña que cambiaría el mundo para siempre. Orville Wright respiraba aliviado luego de los 12 segundos durante los cuales estuvo en el aire, maniobrando dificultosamente su Flyer mientras recorría esos 120 pies (37 metros) colina abajo hasta posarse sobre la hierba de ese lugar árido y ventoso de Carolina del Norte, que como mencionara antes habían elegido con su hermano Wilbur para llevar a cabo sus experiencias de vuelo con planeadores primero, y sus primeros aviones con motor luego. Estaba haciendo historia, documentando el primer vuelo de un artefacto más pesado que el aire, autopropulsado, controlado y sostenido. Durante ese mismo día, ya envalentonados, realizaron más de tres vuelos, el más largo de los cuales cubrió 852 pies (260 metros) en 59 segundos, en esta ocasión piloteado por Wilbur.

Cuando Orville bajó del Flyer, luego de los 12 segundos más intensos de su vida, mientras recibía los saludos y felicitaciones de su hermano exultante y los pocos testigos de la hazaña, es probable que haya tenido un instante de reflexión, preguntándose quizás… ¿qué hemos hecho?

Una tarde junto al Senna

Poco menos de tres años después de ese vuelo histórico de los hermanos Wright en Kitty Hawk, el inventor y pionero brasileño, Alberto Santos Dumont, en la tarde otoñal del 23 de octubre de 1906, entraría también en la historia grande de la aviación. A orillas del Senna, en el parque de Bagatelle de París, una multitud se reunía para ver al 14 bis acelerar su motor Antoniette para comenzar su carrera de despegue, elevar sus alas unos dos a tres metros del suelo para volar una distancia de 60 metros en unos siete segundos para volver a posarse en la hierba suavemente y sin daños. A partir de ese instante, Alberto Santos Dumont se convertía en un héroe nacional, tanto en Francia como en Brasil, inmortalizando su imagen piloteando el 14 bis en una posición diferente a la que utilizara Orville Wright, parado en una canastilla mientras accionaba con sus manos un volante para controlar el timón, y una palanca para controlar el cabeceo.

Unos 20 días después, el 12 de noviembre de ese mismo año, Santos Dumont regresó al parque de Bagatelle con su 14 bis modificado con el agregado de unos alerones octogonales en el extremo de sus alas, para mejorar la maniobrabilidad, y logró volar durante 21 segundos recorriendo unos 220 metros, a una velocidad de 41 km/h.

Ambas experiencias fueron presenciadas no solo por una multitud fascinada, sino también por las autoridades del aeroclub de Francia, entidad habilitada para certificar los logros y récords en globos aerostáticos y aviones.

Sin entrar aún en ninguna polémica referida a los mayores o menores méritos de esta hazaña en comparación con la de los hermanos Wright, resulta importante destacar que el vuelo de Alberto Santos Dumont en su 14 bis fue el primero claramente documentado que involucró un despegue, vuelo y aterrizaje controlados en condiciones meteorológicas normales, de un artefacto tripulado más pesado que el aire. Ya volveremos más adelante sobre esta controversia que ha llenado tantas páginas, y aún lo sigue haciendo.

Cuando pudo bajarse del 14-bis, llevado en andas por la multitud exultante, rodeado de abrazos, palmadas y felicitaciones, es probable que Alberto Santos Dumont haya tenido un instante de reflexión, preguntándose quizás… ¿qué he hecho?

Entonces… ¿cómo llegamos a esa fantástica década de inicios de siglo, donde la humanidad finalmente terminó de parir ese logro único e irrepetible, inalcanzable por tantos siglos, mágico y soñado, que permitiría a los hombres y mujeres del siglo XX en adelante cambiar la noción de tiempo y distancia, acercar culturas, acelerar el intercambio comercial, volver al mundo una aldea más global, única, interconectada?

Propongo que hagamos ahora un viaje, no a un lugar geográfico en particular, sino un viaje en el tiempo, rastreando las huellas que dejaron aquellos curiosos, pioneros, genios e intrépidos que aportaron su eslabón para que lleguemos al momento clave de la… ¿Invención? ¿Desarrollo? ¿Culminación? de esa máquina que llamamos avión y que hoy es algo completamente incorporado a nuestras vidas. Veamos si podemos resolver estas dudas, si estamos ante una gran invención, quizá la mayor invención del siglo o de varios siglos, ¿o estamos ante una especie de descubrimiento, una revelación, es decir, de algo que se hubiera producido de cualquier manera, en el momento y lugar adecuados? Que estaba latente, que iba a ocurrir de cualquier forma, aunque ni los hermanos Wright ni Santos Dumont hubieran nacido. ¿Debemos agradecer y considerar a los hermanos Wright, o, por el contrario, a Santos Dumont, como los “padres” de la aviación moderna como a muchos les gusta llamarlos? ¿O existen otros “padres”, tanto o más legítimos que ellos, para ser considerados los padres de la criatura? ¿Tiene sentido la controversia que aún persiste entre historiadores, fanáticos, o nacionalistas acerca de quién debe ser reconocido como ese “padre” o inventor del avión moderno? Quizá haga falta distinguir mejor entre los responsables de una invención (los inventores), de quienes llevan adelante o realizan una innovación (los innovadores), roles que en muchos casos pueden recaer en las mismas personas, aunque en muchas otras ocasiones puede no ser así y son confundidos en sus roles. Resulta necesario conocer el proceso completo en detalle para entender el rol de los diferentes actores para tener una idea más acertada respecto al papel de cada uno en el producto final.

Para comprender cómo llegamos a la citada década gloriosa de principios del siglo XX, hace falta ir muy atrás en el tiempo, pero no por una sola vía, sino por varias de ellas que tales rayos de una rueda de bicicleta arrancan separadas y distantes para ir acercándose de a poco para, al final, encontrarse en un centro, en un punto clave o culminante, ya que la hazaña de esos pioneros de principios de siglo necesitó de varios elementos combinados para poder darse. Entre esos elementos podemos listar: el entendimiento de la mecánica de vuelo y las leyes que la gobiernan; la posibilidad de contar con una fuerza motriz necesaria para poder lograr el vuelo autónomo; la capacidad de poder transmitir esa fuerza motriz al aire donde se mueve el avión; la necesidad de poder controlar ese artefacto más pesado que el aire en vuelo, por citar quizá las más importantes entre las necesidades tecnológicas concretas, sin olvidar aquellas que tienen que ver con su catalizador común, el individuo con su capacidad creativa e innovadora, relacionada con la evolución del conocimiento y su transmisión, así como la evolución de la metodología de trabajo y de la ciencia y la tecnología. Así que nos meteremos en un mundo fascinante donde también veremos que grandes fracasos también contribuyeron a construir, peldaño a peldaño, la escalera que nos permitió llegar a la cima del logro.

En su visión amplia, espero que este viaje nos enseñe también a entender un poco mejor los mecanismos y características de los procesos relacionados con la creatividad, la invención, la innovación, la ciencia, la técnica y la tecnología. Finalmente, nos concentraremos con un poco de detalle en esa primera década del siglo XX, donde se produjo esa explosión casi incontrolable de creatividad e innovación en el mundo de la aviación, los elementos culturales, humanos y técnicos que se vieron involucrados, los modelos fallidos y los exitosos. Y las polémicas que, desde ya, nunca faltan en estos casos de impacto tan significativos para la sociedad.

Los inicios del sueño de volar

Desde que los primeros exponentes evolutivos de la raza humana comienzan a tener características similares al humano actual, el Homo sapiens, hace ya aproximadamente unos 200 000 años, podría decir con razonable certeza que es muy probable que cada vez que hayan visto volar a un pájaro o cualquier tipo de ave voladora, hayan sentido cierta envidia y deseo por compartir esa experiencia inalcanzable, extraña y lejana para su realidad, reservada solamente a las aves, a los insectos y por qué no a los dioses que comenzaban a incorporarse a su imaginación, curiosamente también habitantes de los cielos y el espacio infinito y desconocido. Pero solo podemos imaginarlo, no tenemos forma de confirmar o verificar que realmente haya sido así. Ahora sí, ya desde que el Homo sapiens comienza a comunicarse y a dejar registros de sus experiencias y sueños, hace ya menos de 10000 años, comienzan a encontrarse ejemplos de esa fascinación y deseo por volar, con intentos de diverso tipo, disparatados, muchas veces documentados o formando parte de las leyendas, muchos de ellos riesgosos y, obviamente en su totalidad, fallidos. Es decir, han pasado centenares de generaciones que han visto la posibilidad de elevarse por los cielos, observar la tierra desde lo alto, recorrer distancias solo negociando con el viento, como una ilusión lejana, imposible, mágica y no disponible para ningún mortal sobre la tierra. Hizo falta que pasara mucho tiempo, que se avanzara en el conocimiento, en las ciencias, en las artes, en la técnica, para que ese sueño pueda hacerse realidad. El vuelo de hoy en día, seguro, confiable, asimilado al día a día, tomado como algo dado y disponible, es el resultado del tremendo esfuerzo colectivo y encadenado de la humanidad toda, que se cristaliza y surge como una realidad tangible y fascinante en solo poco más de 100 años de historia reciente.

Pensemos un poco, ¿qué son estos 100 o 120 años en la historia de la humanidad? Cuando hablamos de miles o decenas de miles de años, es fácil perder noción de la escala de tiempo y su valoración relativa; olvidemos los cientos de miles de años de evolución desde los primeros primates previa al Homo sapiens; consideremos solamente los aproximadamente 200 000 años que se consideran adecuadamente probados para definir la existencia del Homo sapiens, es decir el hombre o mujer tal como lo conocemos hoy, a quienes si los educáramos y vistiéramos como lo hacemos nosotros hoy en día, no podríamos distinguirlos del hombre y mujer actual. Es decir, solo nos distingue de aquellos primeros humanos la experiencia y conocimiento acumulados, y el contexto. Si hacemos la analogía de esos 200 000 años como si correspondiera a un día de 24 horas (digamos que la 0 hora correspondiendo a la aparición del Homo sapiens), los últimos 5000 años, cuando comenzamos a encontrar registros de la actividad humana organizada, corresponderían a las 23:24, mientras que los últimos 120 años representarían las 23:59:08. Es decir, los últimos 52 segundos de ese día de 24 horas que contiene la historia del hombre desde que el hombre es tal, es el período relativo de tiempo en que la humanidad ha podido realizar su sueño de volar, entre muchas otras cosas que ha posibilitado el avance formidable de la ciencia y la tecnología en los últimos tiempos.

¿Pero por dónde arrancamos? Lo mejor sería contestarlo con una perogrullada: ¡empecemos por el principio! ¿Cuál sería ese principio entonces? Intentémoslo desde la prehistoria, a ver qué sale:

Como en tantas otras ocasiones, la naturaleza se encargó de proveer las primeras herramientas para quienes estén dispuestos a aprender de ella. Desde tiempos del período Jurásico, entre unos 140 y unos 200 millones de años atrás, las aves han sido habitantes de la tierra, a partir de una lenta evolución desde los reptiles, tal como es aceptado hoy en día por la comunidad científica. Es decir, cuando el Homo sapiens hace su aparición en la tierra, las aves ya llevaban millones de años evolucionando y perfeccionándose, adoptando diferentes maneras para levantar vuelo, para desplazarse, o para planear. Este vuelo de esas aves fue destinatario de la admiración y sana envidia de nuestros antepasados, y a la vez una de las principales fuentes de inspiración y aprendizaje para quienes intentaron volar de alguna manera, desde el inicio de los tiempos. Pensemos que, si no hubieran existido, probablemente hubiera resultado más difícil visualizar que un cuerpo más pesado que el aire podría desplazarse a través del mismo en absoluto control.

Si alguna vez íbamos a tener alguna posibilidad de volar, seguramente debería ser de alguna manera similar a cómo lo hacen los pájaros. Por ello, no resulta extraño que las primeras referencias que tengamos a intentos de vuelo por parte de seres humanos, asociados a leyendas transmitidas oralmente, estén relacionadas con intentos de copiar a los pájaros y su forma de volar. Cuenta la leyenda de la mitología griega que Dédalo, para escapar de la isla de Creta, fabricó alas semejantes de las de las aves, utilizando plumas que unió con hilo y con cera; le dio un par de alas a su hijo Ícaro, y juntos emprendieron el viaje sobre el mar. Pero Ícaro quiso ascender para llegar al sol. Levantó vuelo, pero al llegar cerca del sol la cera se derritió, provocando su caída y muerte. Esta leyenda constituye quizá una de las primeras referencias documentadas que ejemplifican ese anhelo inalcanzable del ser humano por el vuelo.

Pero ¿cómo fueron las primeras interacciones del hombre moderno con el aire, la atmósfera que nos rodea? ¿Qué sabemos al respecto? ¿Fue el barrilete (o “kite” como se lo denomina en inglés) quizá el primer artefacto más pesado que el aire el que constituyó el primer paso en la lucha del hombre por conquistar los cielos? Sin muchas precisiones, se sabe que nació o se inventó en China, allá por el siglo V o IV antes de Cristo, es decir hace unos 2500 años, por un par de filósofos post-Confucio, Mozi y Lu Ban; luego se extendería su uso por el resto de Asia, llegando a Europa quizá por Marco Polo bien avanzado el segundo milenio. Sin dudas algo muy difícil de confirmar, pero es la mejor información o estimación de la cual disponemos en este momento, y poco importa en realidad para nuestros fines. Pero, llamativamente, por más básico y rudimentario que parezca, el simple barrilete contiene los principios básicos y responde a las mismas leyes y principios por los cuales se mantiene en el aire cualquier avión de hoy en día. Tanto es así, que fue inspiración y elemento para la experimentación de pioneros de la aviación, considerando a los hermanos Wright y a Santos Dumont muchos siglos más tarde. Es seguro que, cuando surgía el barrilete en el lejano oriente y luego se esparcía hacia occidente, aún faltaba mucho para siquiera acercarnos al sueño de volar.

El nacimiento de la ciencia y la tecnología