Abusada - Andrea Nieves - E-Book

Abusada E-Book

Andrea Nieves

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Beschreibung

Desde muy pequeña, Andrea fue víctima de abuso y violencia en distintos ámbitos de su vida. Creció en un entorno donde el machismo y el silencio eran ley, donde la culpa y la falta de empatía pesaban más que la verdad. Sin embargo, decidió romper el pacto de silencio. "ABUSADA" es su testimonio desgarrador, pero también su declaración de lucha. Un libro que confronta, cuestiona y busca justicia, no solo para ella, sino para todas aquellas que han sufrido en la oscuridad. Es un relato de resistencia y de reconstrucción, una historia que exige ser escuchada.

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Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2025

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ANDREA NIEVES

Abusada

Te tenés a vos

Nieves, AndreaAbusada : te tenés a vos / Andrea Nieves. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6239-5

1. Relatos. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

Advertencia

Introducción

Capítulo 1 - Adenoides en mi vagina

Capítulo 2 - Félix

Capítulo 3 - El papá de Gabrielita

Capítulo 4 - Di Lusso

Capítulo 5 - El promotor del programa

Capítulo 6 - El doctor del aborto

Capítulo 7 - La manada de practicantesde medicina en la guardia

Capítulo 8 - El obstetra en el último control

Capítulo 9 - El psicólogo que me ayudaríaa superar todo esto

Curiosidades sobre las ilustracionesy secretos de mi libro

Dedicado a esa nena que nadie veíadetrás de las pecas que todos veían.

ADVERTENCIA

El texto de mi libro incluye referencias explícitas a abusos sexuales, autolesiones, violencia de género, bullying, aborto, violencia obstétrica, violencia psicológica, pedofilia, etc., que pueden resultar perturbadoras a lectoras sensibles.

“¿Por qué mostrás las tetas?”

“Muestro las tetas para que razones.

Para que entiendas. Para que conozcas la empatía.

Para que te nazca la sororidad.

Muestro las tetas porque tengo la Libertad de hacer lo que quiero sin que me importe si te parece bien o mal.

Lo hago porque se me da la gana.

Porque Soy Libre.

Porque Mi Cuerpo no es objeto ni necesita Tu Permiso.

Mi Cuerpo es Mi Decisión.

Yo Elijo cuando lo Muestro y cuando lo Tapo.

Me quieren sumisa y callada. Tapada y dominada.

Soy Rebelde y Locuaz. Me Descubro y me Libero.

Le cago al machito la mirada a escondidas de las tetas en YouTube, en Google, en sitios porno.

Le cago al machito la espiada de las chicas cambiándose la ropa. Le cago al machito traidor su momento orgásmico de hacerse el canchero con sus pajeros amigos mostrándoles las fotos de mis tetas que le mostré en confianza.

Muestro las tetas porque quiero sacarles la carga sexual.

Muestro las tetas porque el profe de gimnasia, el profe de inglés, el papá comisario de mi amiguita, los médicos de mi operación de adenoides, el promotor del programa, el obstetra del aborto, la manada de practicantes de medicina en la guardia, todos mis jefes, el obstetra del control, el médico de mi accidente, el psicólogo que me iba a sanar de todo esto (todos perversos, degenerados, asquerosos, violadores, sucios, mugrientos), no me habían visto en tetas y no pude evitar ser abusada. Estaba en equipito de gimnasia, en ropita talle 8, en delantal de cole, con mi bolso para el parto, con mi ropa de trabajo, con mi ropa de la vida... No estaba en tetas...

A veces ni siquiera me habían empezado a crecer…”

Introducción

“Entra. Pasa, mi niña. No debemos acechar en las puertas... es de mala educación. Alguien podría cuestionar tu decencia”.

Bruja Úrsula

Y acá estoy sin saber por dónde empezar.

Son tantas las historias escondidas dentro de mi historia que no sé si ordenarlas cronológicamente, por orden de dolor eterno o alfabéticamente. Todas me marcaron. Todas me generan desconsuelo. Quisiera viajar en una máquina del tiempo y estar ahí para “cagar a piñas” a los hombres que estropearon mis recuerdos. Lamentablemente es imposible viajar en el tiempo, por lo que elijo configurarme escribiendo mis memorias y compartiéndolas con vos. Mi intención es simplemente desahogarme y terminar con esta asfixia que parecía infinita, aunque agrego otros propósitos que me nacieron con el avance del tiempo. Pretendo recabar empatía, provocar análisis, generar cuestionamiento y encontrar desenredo en esta catástrofe que vivimos padeciendo las niñas y mujeres desde hace tantísimos años. Fantaseo con el apocalipsis del patriarcado. Sueño con el fin de los abusos, de las violaciones, de la desvalorización, de la obligación de callar, de la vergüenza, de la culpa, de la ignorancia, de la indiferencia, de las desventajas que soportamos NOSOTRAS.

Anhelo la llegada de aquel día y ver caer con su doble gravedad a ese monstruo violento, cruel, salvaje, despiadado, poderoso y destructivo, que se llama machismo.

Cuando las cosas te sucedieron en el momento en que eras muy chiquita y te vienen las ganas de gritarlo fuerte, muchísimos años después, es muy difícil comprobar las certezas (como una vez me exigió una psicóloga muy perversa). Así es. Me dijo que le contara solamente aquello que podría comprobar. Tan sólo porque previamente le había comentado que a uno de mis abusadores lo habían acusado colectivamente sin que yo lo supiera en aquel momento. Ya retomaré este hecho en otro capítulo, pero lo que quiero aportar ahora mismo es que muchas veces cuando encuentro la fortaleza para poder gritar mis dolores instalados, me topo con personas muy amaestradas por el culto machista, que vibran en una sintonía opuesta y que ponen obstáculos en mi intención. Y así quedo expuesta a más victimarios. Al violador y a las personas que me cuestionan o no me creen. Algo tremendamente doloroso se transforma en algo tremendamente doloroso multiplicado por eterno. Y así fui callando por años, décadas... Y lo peor es que muchas sofocantes angustias resultarán atrapadas en un silencio insoportablemente sin fin. Tantísimas veces me dicen que admiran mi libertad de expresión, mi empatía y entonces siento más necesidad de hablar claro y de contar mis desgarradoras experiencias. Siento que quizás vos que estás ahí leyéndome y muchas otras mujeres están encarceladas con perpetua en esa etapa abismal en la que no podemos hablar. Entonces y es por eso que tomo fuerza y hablo, o escribo. Y claro, aparecen los cuestionamientos de nuevo.

“¿Por qué no lo dijiste en el momento?”

“¿Por qué callaste tanto tiempo?”

Hay una infinidad de porqués en la respuesta. O, dicho de otra forma, hay múltiples razones y acá puedo enumerar algunas (en el recorrido del relato vas a ir descubriendo muchísimas más).

Callé porque sucede que a estos dos actores que nombré antes (el violador y la persona en la que quise confiar y no me creyó), se le suma la carga pesadísima extra que se llama culpa.

Y la culpa no es solamente sentirme culpable de la situación.

La culpa tiene muchas aristas. La culpa de exponerme como sucia, boluda, pelotuda, tonta, vulnerable... ¿Te pasa?

La angustiante culpa de hacer sentir mal a mis seres queridos a quienes acudí buscando ayuda (como puede ser una madre que se espanta con este tipo de temas, convirtiéndose, no intencionalmente, en cómplice...) ¿No?

También está la culpa de “ensuciar” al violador.

¡Sí! Repito.

Culpa de ensuciar al violador.

Si el violador es una persona que hizo, aunque sea una cosa buena a mi favor nace una presión en mi conciencia que también me empuja a callar. (Y no tengo ganas de ejemplificar en este momento diciendo que el violador puede ser una de las personas a las que nos hicieron amar incondicionalmente, porque ahora no tengo ganas. Después retomaré este punto).

Culpa de sentirme diferente. Porque cuando las cosas suceden en la intimidad, y supuestamente a nadie más le suceden, la necesidad de estar incluida en la normalidad hizo que calle. Entonces pasa una y mil veces que, al encontrar una mínima reticencia frente a la angustiante exhibición de mi experiencia, prefiero callar.

VIOLADOR / FALTA DE EMPATÍA QUE ACTÚA COMO CÓMPLICE/ CULPA, pasan a ser tres enemigos aterradores.

¿Y cómo creía que me quitaría ese peso de encima? Callando.

Callando por años.

Ahora las cosas están cambiando. Están cambiando para todas.

Te hablo de mí para que veas que no está tan mal exponerse. Para que veas como se ve a otra hablando de estas cosas y sientas que vos también podés hacerlo. Podemos porque somos heroínas. Seguimos vivas y tenemos la capacidad de estar acá sanando heridas de gravedad.

La culpa la vamos a quitar muy fácilmente: tan sólo deconstruyendo la cultura machista.

A la/el confidente enemiga/o la/o vamos a derribar promoviendo la empatía.

En este contexto, nos queda un único enemigo:

EL VIOLADOR.

Estoy segura de que, si dejaran de existir la FALTA DE EMPATIA y la CULPA, el violador se va a debilitar y por fin va a caer.

EL PATRIARCADO VA A CAER.

LO VAMOS A TIRAR.

Capítulo 1

Adenoides en mi vagina

“Sólo porque sea lo que se hace, no significa que sea lo que se debe hacer”.

La Cenicienta

Mi primera historia sucedió cuando tenía nueve años. ¡Bah! No fue mi primera experiencia en tema abuso, pero fue la primera que me surge narrar. Mi regla número uno es tener libertad de hacer lo que se me antoje. Y si quiero empezar por esta parte empiezo por acá.

Por esos días yo vivía en Buenos Aires, en una casa antigua que no llegaba a ser colonial. Esas que tienen conectadas las habitaciones por una puerta. Al costado de los dormitorios, un pasillo largo que comenzaba adelante, en el living y terminaba al fondo con un cuartito de esos que sirven para guardar cosas o planchar, y un patio.

Vivía con mi mamá, mi papá, mi hermana Renata de seis años y mi hermanito Darío de dos. Yo era notoriamente la favorita de mi padre y lo sabíamos todos.

Papá tenía un local/fábrica de repuestos de autos. En mi época de jardín de infantes me llevaba todas las tardes, luego del cole, a su trabajo y me quedaba ahí con él y su socio Cacho. Había calcomanías de STP y prensas para hacer manchones y cubetas. Yo disfrutaba limar las rebarbas sintiendo el olor a caucho y grasa que se me impregnaba. En el local lo visitaba a veces una mujer preciosa de pelo largo con short y botas altas (típica belleza estereotípica de los años ’70).

Para el misógino de mi padre, el valor de las mujeres estaba en encajar en el cliché patriarcal. Recuerdo como criticaba a las mujeres que veía en la tele. A Fulanita por ser bizca, a Menganita por ser gorda y así a todas las que iban apareciendo les encontraba algún defecto.

Las imperfecciones de las famosas no impedían que mi padre fuera un gran consumidor de TV. Noticiero, series y carreras de autos a volumen máximo invadían el clima del hogar permanentemente. Si se me ocurría hablar e interrumpir, me castigaba y me mandaba al cuartito del fondo. En casa de facho no se habla, no se opina, no se dice nada.

El tipo leía las Selecciones del Reader’s Digest. Por si no las conocés te cuento que eran unas revistitas con forma de libro que incluían selecciones de diferentes fuentes. Era un material que me atraía y a su vez me provocaba discrepancia. También consumía todos los libros de Agatha Christie, una de las primeras autoras que conocí. Yo los leía a escondidas y me los devoraba. También tenía encajonada una colección de revistas Satiricón que eran “las más prohibidas de todas”, pero yo me las arreglaba para mirarlas y leerlas siempre.

Mi madre tenía una hermosura escandalosa. Creo que cuando inventaron los malditos parámetros de lindura, basada en los gustos de los machos, se inspiraron en la descripción de esta mujer. Rubia de molde. Típica checoslovaquita de ojos celestes, naricita respingada, peso ideal, durita donde le mires, sin celulitis, ni flacidez, cintura de avispa, culito prominente y las tetas más turgentes del planeta. Calladita como nadie. Si hacía reclamos, eran solo sobre cosas domésticas que la afectaban individualmente. Las otras mujeres “eran todas putas” (ella no se quedaba atrás, pero lo hacía en la clandestinidad. Creo que esto no debí decirlo... Pero ya lo escribí).

Mis hermanitos eran una dulzura. Recuerdo que desde el instante en que llegaron a mi mundo me propuse amarlos por siempre, apoyarlos, jamás tener diferencias con ellos en la vida entera. Y voy en ese camino. Amo que me comenten que tienen lindos recuerdos de mis propuestas de juego y que todo lo malo que nos rodeaba sanaba un poco cuando estábamos juntos. Con Reni hicimos un laboratorio para jugar en el cuartito del fondo cuando nos mandaban ahí por castigo. Nuestra fórmula estrella era el Calcio de Madum que, como prometimos que sería secreta, no te la develaré. No tengo una fecha precisa de la triste vivencia que te cuento hoy, pero puedo calcular que fue posterior y cercana al 24 de marzo de 1976. Una anécdota inolvidable hizo que pudiera fijar bastante precisión en la data. Ese exacto día debía operarme de adenoides y amígdalas y un hecho histórico hizo que se postergara la operación. Fuimos con mi mamá al hospital del barrio. Supongo que tomamos un taxi porque mi madre no sabía conducir ni tenía auto y no recuerdo a mi padre en la escena (que sí manejaba y que sí tenía coche). Pero tengo clarísimo en la memoria que mi captura de imágenes comienza bajando de un auto en la puerta del nosocomio.

(Me detengo un segundo a comentar sobre mi notoria obsesión de no omitir detalles en las narraciones. Para mí es ultra importante aclarar lo que son conclusiones y lo que son recuerdos precisos. De esto también te hablaré en algún momento).

Recuerdo que subí las escaleras llena de temblor (si alguien me dijera que ese día hubo un terremoto en Buenos Aires le creería). Subía conmigo el pavor irremediable que puede sentir una nena de nueve años que va a ser intervenida quirúrgicamente. Al casi terminar de recorrer la escalinata se nos cruzó, desde el último peldaño (calculo que uno o dos niveles más arriba sobre el que nosotras estábamos paradas), un militar con un arma atravesada en diagonal sobre su pecho. Se dirigió a mi mamá. Lo acompañaba otro militar, que no sé cómo tenía agarrada su arma, pero yo podía ver desde mi pequeñez, el agujero por donde salen las balas.

(Mi ignorancia sobre armas hace que mi descripción sea bastante precaria. Espero que se entienda).

El militar locuaz le expresó a mi madre que ese día se habían suspendido las cirugías por “el cambio de gobierno”. En esta frase no tengo una certeza del cien por ciento, pero la recuerdo así y admito que me llenó de curiosidad saber qué estaba pasando. Principalmente porque, paradójico con la realidad de una gran masa, para mí era un notición maravilloso la suspensión de mi ablación. Calculo que para mi madre también era una buena noticia, porque ella, mi padre y toda la familia estarían felices ver la caída del peronismo.

Algo me hacía intuir, a pesar de mi escasa edad y falta de información, (pero acorde a mi forma de ver las cosas), que algo estaba mal. Principalmente porque las armas y los militares y todos los policías que veía por las calles me daban terror.

Digo “pero acorde a mi forma de ver las cosas” porque en casa se odiaba al peronismo y yo lo amaba. Específicamente recuerdo el odio de mi padre a Evita y a su amor por la clase trabajadora. Construí mis ideales siendo muy chiquita, desde el desacuerdo.

Dios sabrá qué día exacto volví al hospital, pero finalmente llegó el turno de la cirugía. Me había vestido con mis únicas medibachas rojas, de esas que estaban entre gruesas de lana y finitas de “madre”. Las medibachas son esas medias que usamos las mujeres, que son algo así como pantalones de media. Es fundamental entender de qué prenda estoy hablando porque esta sensación fue clave para que yo percibiera que había pasado algo que no correspondía que sucediera. Encima de la medibacha, tenía una pollerita escocesa tableada, la típica que se abrocha de costadito. La vestimenta de mi torso y mi peinado no son recuerdo ni en mis sueños. Sólo logro evocar mi pollera, las medibachas y mi bombacha.

Me durmieron con una máscara de la que todavía percibo el olor.

En mi memoria aparezco sentada en una silla que podría ser similar a la de un dentista, pero más recta y simple. Claramente recuerdo al doctor que tenía una vincha con un espejito redondo con un agujero. La retengo en mi mente muy bien porque en la consulta anterior me había dejado probarla. Tenía toda mi entrega y confianza desde ese momento de juego previo precioso. Y así, con la imagen del doctor y mi reflejo en su círculo agujereado, me dormí profundamente.

...

Cuando desperté debí sentir un dolor o molestia en mi garganta (detalle que no recuerdo). Retengo en mi cabeza, como si fuera que sucedió hoy a la mañana, que me desperté estando ya parada, que mi bombacha estaba baja y mis medibachas puestas por encima, en su lugar, aunque muy enroscadas en la parte de atrás. Lo primero que hice fue intentar arreglarme la bombacha, la medibacha y la pollera que estaba torcida. Yo sabía que era impecable en mi forma de subirme bien la bombacha para luego subir la medibacha. Las nenas y mujeres tenemos una obsesión natural con eso. Sabemos que es imposible caminar si están mal puestas entonces era normal ponérmelas perfectas.

Me invadieron una angustia y una vergüenza por la desprolijidad y la exposición, que me hicieron llorar. Ya no me importaban ni la cirugía, ni mi garganta. Solo pensaba en mi bombacha fuera de lugar. Sabía que no había sido yo quien la había olvidado baja, pero en la mentalidad de una nena de nueve es imposible imaginar o creer que alguien la hubiera ultrajado y para qué... Solo quería subirme la ropa interior, pero la situación era extremadamente sensible. Para subirme la bombacha tenía que bajarme la medibacha que tenía puesta por encima (si alguna vez usaste esta prenda podés entender muy bien lo que expreso). Supongo que podés imaginar y sentir la incomodidad de tener la bombacha baja y las medias por encima.

Era insoportable e imposible resolver esta situación, en un consultorio, rodeada de gente. Tan sólo tenía nueve años...

El médico no paraba de hablar con mi madre y mi madre atenta a él.

El aturdimiento, el remordimiento, la pérdida de dignidad, la impotencia y la desidia que sentí en ese momento no salen de mi memoria.

La pesadilla era no tener explicación lógica de por qué causa mi bombacha no estaba puesta donde debía estar y cómo resolverlo sin que nadie lo notara. Sumado a mi desconsuelo y a esa inexplicable penosa situación de mi ropa íntima, asomaba algo que transformaba toda esta maldita escena en algo peor todavía.

Me penetraba, muy profundo, un dolor incontrolable. Ahí, en “donde se hace pis, en la colita de adelante” ...

PERO ADENTRO... ¿Dentro de qué?

No tenía respuesta a esta pregunta. ¿Dentro de qué? Yo sabía que había una colita de adelante y que por ahí se hacía pis y que la de atrás era igual, pero con cachetes más grandes y que por ahí se hacía caca. Ahí terminaba toda la información que yo tenía sobre esa zona de mi cuerpo a mis nueve. No sabía que había vagina. No sabía que había una cavidad por donde se podía introducir alguna cosa. No tenía idea.

No sabía de las existencia de las relaciones sexuales. ¿Cómo podía imaginar que alguien pudiera tener intenciones sexuales sobre el cuerpo de una nena si ni siquiera sabía que existían los deseos sexuales entre adultos normales? ¿Cómo iba yo a suponer que había posibilidad de que me introdujeran algo en una cavidad que no sabía que existía ni que la tenía?

Mucho menos podría suponer que un doctor pudiera introducir su dedo, su pene, o un objeto ahí.

Muchos doctores, quizás... no lo supe. No lo sé. Y nunca lo voy a saber.

Me sentía lastimada y no sabía cómo explicarle a mi mamá qué era lo que me dolía porque era imposible para una nena de nueve describir la sensación de tener la vagina tremendamente lastimada, indiscutiblemente penetrada... vaya una a saber por qué cosa...

Sólo pude decir que me dolía “donde se hace pis” y todo aquello quedó en que estaba relacionado con una infección urinaria que seguramente sucedió porque YO era sucia, bruta, o yo qué sé. Que quizás me limpié mal, que me limpié la parte de adelante con el papel sucio desde la parte de atrás... ¿Quién iría a suponer algo diferente? Y si lo pensaran: ¿Quién se animaría a decir que un doctor de nenas es un asqueroso pedófilo? Esto es difícil de expresar en 2019 sin que te critiquen o te cuestionen, imaginate en los ‘70s, siendo una nena desinformada rodeada de injusticia social desde mi propia casa hasta cualquier rincón del territorio que habitaba o transitaba. Era peor. ¿Cómo hubiera podido defenderme? ¿Cómo hubiera podido hablar? ¿Hablar de qué? Ser escuchada. ¿Por quién?

La siguiente semana estuvo llena de angustia por mi íntimo y solitario dolor. Quienes me querían se preocupaban por mi supuesto mal de garganta, que en realidad era incomparable con el otro dolor que era tan feo que quedó lacrado en mi maldito recuerdo...

Violaron mi libertad intelectual haciéndome creer que el doctor era el ser más bondadoso del mundo al recetar helados de agua y flancitos sin la parte dura de arriba (esa capa más seca que se hace al hornear y que yo detestaba). Si no hubiera sido por este “bondadoso médico que daba permisos a mi favor”, jamás mis padres me hubieran dejado sacar lo “sequito” de arriba del postre (cosa que solo haría “una nena maleducada y desagradecida con la comida”).

Lo que dice un doctor es palabra de un Dios.

...

Los días pasaron.

Mi dolor físico desapareció.

Mi silencio se ratificó y pronto llegó la noticia de que esperábamos un hermanito. Tuve una gran distracción. Me sentí feliz.

Le bordé un babero con su nombre. Julián.

Creo que fue al otro día de terminar el bordado cuando nos dijeron que mi mamá había perdido el embarazo y que no tendríamos un hermanito. Nos dijeron que tuvo que hacerse un raspaje. Se lo hicieron en casa.

La palabra raspaje