Acompañar y ser acompañado - Sonia González Iglesias - E-Book

Acompañar y ser acompañado E-Book

Sonia González Iglesias

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Beschreibung

¿Qué es para ti acompañar? ¿En qué facetas de tu vida acompañas? ¿Solo en la personal, solo en la profesional…? ¿Qué necesitas para hacerlo mejor? ¿Te acompañas a ti mismo? Y a ti, ¿quién te acompaña? ¿Qué relación mantienes contigo, con el otro y con tus grupos? Queremos que participes de forma activa en este viaje, en el que descubrirás que acompañar es la misión de toda persona, pero no solo a nivel profesional. Estamos hechos para acompañar, para ponernos en juego, para cambiar la manera de mirar la realidad, de escuchar y escucharnos, de enfrentarnos a la vida. Tienes en tus manos una respuesta a todas estas preguntas y a muchas otras que te iremos planteando por el camino. Porque hay un método para alcanzar el verdadero acompañamiento: tú. ¿Quieres ponerte en juego?

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ColecciónAcompañamiento Universitario

Director

Ángel Barahona Plaza (Universidad Francisco de Vitoria)

Comité científico asesor

Sonia González Iglesias (Universidad Francisco de Vitoria)

Cecilia Castañera Ribé (Universidad Francisco de Vitoria)

Antonio M. Sastre Jiménez (Universidad Francisco de Vitoria)

Maleny Medina Gómez Arnau (Universidad Francisco de Vitoria)

Fernando Viñado Oteo (Universidad Francisco de Vitoria)

© 2023 Instituto de Acompañamiento (Universidad Francisco de Vitoria)

© 2023 Sonia González Iglesias de la coordinación

© 2023 Los autores de sus textos

© 2023 Editorial UFVUniversidad Francisco de Vitoriawww.editorialufv.es // [email protected]

Diseño de cubierta e interiores: Eloy Segura Rosas

Ilustraciones: Elisa de la Torre Llorente

Primera edición: noviembre de 2023

ISBN edición impresa: 978-84-10083-02-8

ISBN edición digital: 978-84-10083-03-5

ISBN edición Epub: 978-84-10083-04-2

Depósito legal: M-32645-2023

Maquetación: MCF textos, S.A.

Impresión: Estilo Estugraf impresores, S.L.

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Esta editorial es miembro de UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional.

Este libro puede incluir enlaces a sitios web gestionados por terceros y ajenos a EDITORIAL UFV que se incluyen solo con finalidad informativa. Las referencias se proporcionan en el estado en que se encuentran en el momento de la consulta de los autores, sin garantías ni responsabilidad alguna, expresas o implícitas, sobre la información que se proporcione en ellas.

Impreso en España - Printed in Spain

Querido lector

Tienes en tus manos un libro de reflexiones y experiencias sobre el acompañamiento. Parece que el único motor de esta cuarta revolución industrial son la velocidad, los datos, los cambios, la eficiencia, los resultados y la inmediatez. ¿Queremos dejarnos llevar por esta vorágine? Te proponemos que dirijas tu mirada a la esencia del ser humano. Para ello te ofrecemos este texto como un camino abierto que te permita seguir investigando y profundizando en cuestiones nucleares para la vida.

En las siguientes páginas vamos a destilar el sentido y el alcance del acompañamiento. Ahora bien, este libro no es un manual o un recetario de técnicas. Pretende inspirar la vida en todos sus ámbitos, yendo desde los fundamentos hasta la concreción en las diferentes realidades en las que pueda encarnarse. Cumpliría su misión si lograra ser un libro de cabecera al que acudir una y otra vez porque tiene la capacidad de iluminar e inspirar nuestras relaciones.

Tampoco es solo un compendio teórico sobre el acompañamiento. Este manual es fruto de más de treinta años acompañando experiencias de crecimiento en el seno del Regnum Christi (RC), donde también nosotros hemos sido acompañados. Desde 2008, después de visitar instituciones del RC en más de diecisiete países, y de escuchar el corazón de miles de adolescentes del ECYD, identificamos una nueva misión: acompañarlos en lo que ellos realmente necesitan en esta etapa tan crucial, no tanto en lo que nosotros queremos que sean. Pero también nos dimos cuenta de que lo descubierto no se limitaba a los adolescentes: el acompañamiento es una clave de vida para todas las personas, para todas las edades, en cualquier momento y lugar, es una forma de ser y de estar en el mundo.

Con el paso del tiempo, esta verdad se fue sistematizando en programas, cursos y conferencias en clave interdisciplinar que, gestionados desde la Universidad Francisco de Vitoria, cristalizaron en el Máster de Acompañamiento. Todos los formadores y expertos que participamos en este proceso tratamos de integrar disciplinas como antropología, pedagogía y psicología, elevando la mirada a la teología para profundizar aún más en la verdad del ser humano. Llevamos varios años siendo testigos de que este conocimiento vital es capaz de impactar en la vida de muchas personas y hacerles ver la realidad de una forma diferente: acompañando y siendo acompañados.

En definitiva, este libro propone un reto: nos obliga a discernir entre lo esencial y lo accesorio para ser fieles al núcleo de la persona, y a la vez adaptarnos a tiempos y lugares, porque el arte de acompañar es el arte de vivir.

Gracias por recorrer este camino con nosotros.

Sonia González IglesiasCoordinadora

Índice

Prólogo de Franco Nembrini

Presentación

TIERRA. Nuestra misión, acompañar

01. El campo de juego del acompañamiento

Sonia González Iglesias

02. ADN del acompañamiento. Despertar(me), descubrir(me), decidir(me). La experiencia integral

Sonia González Iglesias y M.a José Díaz-López

03. Condiciones para acompañar: el poder transfigurador de la mirada

Sonia González Iglesias

04. Una mirada para descubrirme. Fundamentos antropológicos y psicológicos de la identidad

Ruth de Jesús Gómez y Antonio Sastre Jiménez

MAR. Somos seres de encuentro

05. Somos seres de encuentro. Oxígeno del acompañamiento

Antonio Sastre Jiménez y Cecilia Castañera Ribé

06. El corazón de la relación: dinamismo afectivo

Ruth de Jesús Gómez

07. Condiciones para acompañar: el arte de escuchar y regalar preguntas

Sonia González Iglesias

08. Encuentro con el otro en su aquí y ahora: etapas evolutivas

Clara de Cendra Núñez Iglesias

AIRE. EL habitat comunitario

09. La comunidad, hábitat de acompañamiento

Antonio Sastre Jiménez

10. La comunicación: forma eminente de encuentro

Álvaro Abellán-García Barrio y Ana M.ª del Valle Morilla

11. Aprender a perdonar

Carmen de la Calle Maldonado

12. La esperanza: el alma del acompañamiento

Cecilia Castañera Ribé

13. El proceso de acompañamiento

Ruth de Jesús Gómez

Conclusión Final

Bibliografía

Comunidad de formadores

Glosario

Prólogo

Desde hace años me invitan a impartir una especie de lectio magistralis en el Máster en Acompañamiento Educativo de la Universidad Francisco de Vitoria. Todo empezó hace algún tiempo, cuando, con cierta insistencia, me llegaban de esta universidad cercana a Madrid peticiones firmadas por personas que por aquel entonces no conocía, como Antonio Sastre o Maleny Medina. Un par de veces respondí que no tenía tiempo ni la posibilidad de aceptar, pero ellos insistían. Entonces decidí ir a conocerlos con motivo de un viaje a España, con la intención de responder que no podía aceptar su invitación por la cantidad de compromisos que tenía. Aquella mañana fui a la sede de la Universidad Francisco de Vitoria con mi «no» cargado de razones, y volví a casa por la noche con un «sí» cargado de otras razones muy distintas. ¿Qué es lo que pasó?

En la conversación con Antonio y Maleny, mientras trataba de explicar por qué no estaba en condiciones de aceptar su petición, Antonio puso en mis manos el folleto del máster, en cuya página central se recogía de forma muy evidente el eslogan «La educación empieza con una mirada». En una fracción de segundo, mi no se convirtió en un sí. Era la primera vez que veía afirmada en una universidad la única regla verdadera de toda educación: «La educación es una mirada, empieza por una mirada (y termina en una mirada)».

Desde hace años he tratado de contar —tanto en Italia como en el extranjero, en escuelas, universidades, parroquias y asociaciones familiares— el milagro de la educación, es decir, el milagro de una mirada capaz de acoger el misterio del otro y de acompañarlo a su Destino. Es algo que aprendí desde pequeño de mis padres, que educaron a diez hijos sin preparación pedagógica o psicológica alguna, sino simplemente con la certeza, testimoniada a diario, de la belleza de la vida y del bien al que siempre está destinada. Con el tiempo, también yo llegué a ser padre de cuatro hijos, y recuerdo el día en que creí entender de forma decisiva la esencia del fenómeno educativo. Mi hijo mayor, Stefano, que tendría unos seis años, se me acercó en silencio, sonriendo, sin pedirme nada concreto. Se detuvo junto a la mesa donde yo estaba trabajando. Solo veía sus ojos, que me miraban fijamente llenos de una súplica silenciosa. Percibí con una fuerza inaudita la petición que contenía aquella mirada: «¡Papá, asegúrame que merecía la pena venir al mundo!». Siempre he dicho que aquel día me convertí en padre y en educador de forma consciente.

Desde entonces ya no he sido capaz de entrar en una clase sin sentir en la mirada de los treinta alumnos que me observaban la misma pregunta, la misma petición, y desde ese momento me viene continuamente a la memoria el episodio al que quizá debo la percepción de esa súplica en la mirada de mis hijos y de mis alumnos.

Se trata del encuentro que tuve a los diecisiete años con don Luigi Giussani, sacerdote milanés que vino a conocer a mi familia porque una de mis hermanas, a sugerencia suya, quería entrar en la orden de las monjas benedictinas. En aquella época, mi pobre madre estaba viviendo un momento de gran angustia, porque el primero de sus diez hijos, que había entrado en el seminario, había salido de él como consecuencia la contestación estudiantil de 1968, y no solo abandonó la práctica religiosa y la Iglesia, sino que fundó uno de los primeros grupos extraparlamentarios de nuestra zona junto a otros exseminaristas. Don Giussani vino a conocer a mis padres. Confesó a mi madre, que imagino que le hablaría de su dolor. Aquel día mi hermano no estaba en casa, pero a la semana siguiente llegó desde Milán un paquete de libros para él. Con gran sorpresa por mi parte, en lugar de contener Biblias o Evangelios, incluía El capital, de Karl Marx, y otras obras similares. En ese momento comencé a sospechar que Dios existía, porque solo Dios puede hacer algo así. De ahí me surgió la idea de que el otro nombre de la educación es misericordia, es caridad, porque Dios viene a buscarte ahí donde estás. No te pide que cambies primero, no te pide que hagas algo antes, sino que está donde te encuentras, con tus gustos, tus intereses, tu temperamento, tus pecados. Ver que Giussani, sin miedo, sin renunciar a nada de sí mismo, le regalaba un libro de Karl Marx a mi hermano porque sabía que él estaba en ese punto, me hizo percibir que la educación es la misericordia en acto por la que Dios viene a nuestro encuentro ahí donde nos encontramos. En resumen, empecé a confiar en que ese hombre tenía que ver con Dios, porque nunca me pediría que cambiara antes de quererme; me quería tal como era.

Esta es la síntesis de cualquier itinerario de acompañamiento, o mejor, su premisa fundamental. No puede haber educación sin que se afirme y se viva este abrazo, esta mirada, antes que cualquier otra técnica, que cualquier intervención psicológica, que cualquier competencia científica o pedagógica. Y la urgencia de volver a encontrar una mirada así nos lo ha demostrado la pandemia que acabamos de vivir. Nuestros chavales han salido de ella destruidos, frágiles, sin esperanza suficiente para afrontar el drama de la vida. Y piden a los adultos, antes que nada, esa mirada de misericordia, ese acompañamiento que los afirme en su valor infinito antes y más allá de cualquier acto suyo, de cualquier resultado.

Una reciente investigación en los colegios italianos ha arrojado un dato extraordinariamente significativo. Ante la pregunta del cuestionario «¿Qué es aquello a lo que más temes?», la respuesta más recurrente ha sido: «Al abandono». Nuestros chavales temen, por encima de todo, no a la dificultad, no al dolor —como con demasiada frecuencia creemos los adultos—, sino a quedarse solos, ser abandonados, no tener padres ni maestros a los que seguir. Es una generación de huérfanos, como de forma valiente repite una y otra vez el papa Francisco, huérfanos de esperanza, huérfanos de certeza, huérfanos de padres que sepan indicarles un camino para el cumplimiento del gran destino al que están llamados.

Recientemente he vivido un episodio muy iluminador. Durante meses me estuvo escribiendo un chaval de dieciocho años, insistiendo en que quería verme, a veces de forma un poco molesta. Aunque solo fuera para quitármelo de encima —como el juez del Evangelio importunado por la viuda que pide justicia—, al final acepté. Teníamos que encontrarnos un día concreto en su ciudad. Fui, y justo cuando estaba llegando a la cita, me llamó por teléfono y me dijo que no podía quedar conmigo porque debía ir al hospital a visitar a un amigo que lo necesitaba. Nos encontramos quince días después, le pregunté qué había sucedido aquel día y me contó que esa tarde un compañero de clase (de dieciocho años, como él) había intentado suicidarse tirándose por el balcón de su casa. Él acudió enseguida al hospital para visitarlo, y su amigo lo recibió preguntándole: «¿Por qué estás aquí? No somos tan amigos. ¡No me esperaba esto de ti!». Asombrado por la pregunta, trató de responder, pero no encontró las palabras adecuadas. De noche le mandó un correo intentando explicarle el motivo de su visita. Cuando me leyó el texto me quedé atónito porque, en unas pocas líneas, un chaval de dieciocho años le decía a su compañero todo lo que se necesita saber sobre la vida y el acompañamiento. Le pedí que me mandara el texto y su autorización para hacerlo público.

Querido amigo:

Te escribo estas líneas porque lo que ha sucedido me ha interpelado mucho y quiero mandarte unas palabras de afecto. Para mí no es fácil ver tu mesa vacía por las mañanas, me genera un sentimiento de vacío y tristeza. Pero tengo una responsabilidad ante ti y ante esta situación, ser tu amigo de verdad, es decir, compañero de camino.

Me has preguntado por qué había ido a verte a pesar de no ser grandes amigos. He pensado en una respuesta y me ha surgido esto. Si soy capaz de estar cerca de ti es porque me guía un amor hacia mi vida. Tiene su origen en una chica, pero llega a todas las cosas, a la escuela o a la familia, y también hasta ti. He ido a verte hoy no porque tú me hayas bien o seas perfecto, sino porque me has sido confiado, y porque siento en el corazón un fuerte impulso que parte de ahí: tú me has sido confiado.

Entiendo que en este momento puedas no sentirte perfecto, es más, tienes como un malestar frente a la vida. También yo he intentado ser perfecto como estudiante, como novio, como hijo, como hermano. Te confieso algo: es imposible. Lo que ha cambiado mi vida no es ser perfecto, sino escuchar a alguien que va más allá de tus defectos, que ve en ti más de lo que tú eres capaz de ver.

Yo también he sufrido, también yo acabé en un balcón pensando qué hacía en el mundo y si tenía sentido vivir. Hoy te digo que no me he salvado porque me haya vuelto perfecto, sino porque he reconocido que ya estoy salvado, aunque, como sabes, soy un cretino, uno al que le cuesta resolver 8 × 8, ¡imagínate! Tenemos la misma exigencia de sentido en la vida, pero he encontrado una hipótesis de respuesta: hace dos mil años alguien dijo que la muerte no es el final, que mi vida tiene un valor y que no se echará a perder. No quiero convertirte, solo te digo que esto me permite vivir mejor y estar contento por todo lo que sucede. Amigo, te quiero, y entiendo también que en este momento sientas que te falta todo, pero te cuento algo que he descubierto: la clave no es sentirse completamente bien, porque no hay nada que pueda llenarte, ni siquiera la chica más guapa del mundo; más aún, te diría que lo que me salva es no sentirme completamente bien y dejarme asombrar por las circunstancias. La vida es una batalla, el camino es largo, pero siempre se puede salir del infierno para ver de nuevo las estrellas. Estoy ahí contigo. Con afecto».

Un chaval de dieciocho años vive en su propio pellejo el mismo malestar y dificultad que todos, la fatiga de encontrar un sentido a la existencia, y al mismo tiempo tiene la fuerza y el valor necesarios para indicarle a su amigo la única solución posible: la mirada de un adulto que ve en ti lo que tú no eres capaz de ver, que reconoce en ti al Misterio que lo abraza y lo salva todo.

El libro que tenéis en vuestras manos trata de narrar el intento de un centro de estudios superiores de convertir en método esa mirada que es la única capaz de salvar la vida de cada uno y de volver a unir todos los trozos de nuestro pobre mundo occidental, tan desesperadamente huérfano de padres y de maestros. Además, a la hora de proponer su método, se sirve de los últimos avances de la investigación científica y pedagógica. Es verdadero vademécum para salvar a toda una generación. O al menos una hipótesis —por fin positiva y practicable para todos— con la que merece la pena echar cuentas.

Franco NembriniPedagogo y escritor

Presentación

La transformación digital y la denominada cuarta revolución industrial suponen un desafío metodológico, pedagógico y, sin duda, relacional en todos los ámbitos del desarrollo humano. Estamos llamados a afrontar los nuevos retos que presenta esta sociedad cada vez más compleja y sofisticada que incluso transformará nuestra manera de ser humanos.

Los que nos sentimos llamados a acompañar a personas —educadores, padres de familia, sanitarios, directivos, colaboradores…— lo vivimos en primera persona: nuevas herramientas metodológicas, nuevas competencias que debemos desarrollar, nuevos contextos educativos y laborales, nuevos espacios de aprendizaje… Las palabras nuevo y cambio nos persiguen y, en algunos casos, incluso nos hacen perder pie. Vértigo, ansiedad, inercias adquiridas, no saber ya ni dónde estamos ni por qué o para qué estamos haciendo lo que hacemos… Posiblemente nos encontramos ante una emergencia relacional sin precedentes que supone un desafío que no podemos —ni debemos— afrontar solos.

Muchos de nosotros venimos urgidos por una inquietud educativa en sentido amplio, ya sea en ámbitos educativos (universidades, centros escolares, familias…), en el ámbito de la salud (médicos, enfermeros, instituciones sanitarias…) o bien en ámbitos ejecutivos (empresas, instituciones públicas…). En cualquiera de ellos hay un deseo de ir más allá de dar instrucciones o transmitir conocimientos. La educación, como comprende Spaemann (2003), es «enseñar a vivir». Esta es la asignatura más importante que todos estamos llamados a cursar y a aprobar, pero ¿solo en el colegio o en la universidad? ¿O es una tarea para toda la vida? ¿Es posible comprometernos con el crecimiento también en el ámbito laboral y profesional? Si has elegido este manual, es muy probable que tu respuesta sea afirmativa.

Un docente, un directivo, un padre o una madre de familia… educa no solo cuando enseña a hacer algo, sino cuando ayuda a crecer como persona. Cualquiera de estas responsabilidades —podríamos decir misiones— se despliegan en plenitud cuando acompañamos, guiamos, caminamos junto a nuestros estudiantes o colaboradores, nos ponemos en juego con ellos, aprendemos de ellos.

Lo que no podrá sustituir la tecnología y permanecerá en esta vorágine de cambios es la relación: no basta con saber qué son las cosas o qué significan valores como la sinceridad o el respeto. Hay que experimentarlos en primera persona y en relación con otras personas. La relacionalidad es el paradigma pedagógico fundamental para el desarrollo de la identidad de la persona, y el acompañamiento, el campo de juego de relación y crecimiento mutuos.

En un contexto de transformación como el actual, no solo es importante sino imprescindible volver a preguntarnos por el papel de las relaciones hoy; plantearnos, con responsabilidad, el sentido y alcance de nuestra misión de acompañar, y las condiciones que necesitamos para desplegarla, hasta llegar a la cuestión más desafiante:

•Qué me toca a mí poner en juego en este proceso de transformación y cambio.

•En qué y cómo puedo acompañar yo.

•En qué y cómo puedo dejarme acompañar por otros.

Con este manual queremos llevar estas preguntas hasta sus últimas consecuencias. Lo veremos desde diferentes perspectivas, ejercitando una mirada amplia, profunda, de largo alcance (López Quintás, 2014) que nos ayude a interiorizar cada vez con mayor verdad este método y que nos lleve a ponerlo en práctica en nuestro quehacer cotidiano.

Como diría este mismo autor (López Quintás, 2003), es «aprender a pensar con rigor y vivir creativamente». El pensar y el vivir se necesitan, tu pensar y tu vivir. En este sentido, pretendemos que la lectura y asimilación de lo que exponemos sea eminentemente experiencial, que te pase algo durante el camino. Y para ello tu manera de recorrerlo es determinante: puedes leerlo en modo espectacular, como espectador; en modo experimental, como investigador, probando cosas fuera de ti; o en modo experiencial, poniéndote en juego en clave personal, no solo como espectador sino como protagonista.

Este manual está estructurado en tres partes que, metafóricamente, hemos llamado Tierra, Mar y Aire:

•Tierra. Nos remite a las raíces y los fundamentos del acompañamiento.

•Mar. Nos invita a profundizar en nuestra realidad como acompañantes.

•Aire. Nos permite tomar perspectiva y contemplar el hábitat comunitario donde es posible el acompañamiento.

Antes de empezar, estas son algunas recomendaciones que te ayudarán a aprovechar la experiencia de la lectura:

•Experiencia: cuaderno de bitácora. Te invitamos a que las preguntas, las respuestas, las experiencias… las vivas en primera persona, las anotes. Siguiendo la tradición centenaria de los marinos en alta mar, deseamos que este manual se convierta en tu cuaderno de descubrimientos del «viaje».

•Espacio de preguntas. Las preguntas son un aliado en todo proceso de acompañamiento. Por eso en cada capítulo encontrarás distintas cuestiones que te permitirán hacer un momento de silencio en la lectura y reflexionar en clave personal.

•Glosario. Durante la lectura encontrarás términos destacados en negrita. Estas palabras clave conforman el glosario que encontrarás en las últimas páginas del manual para una comprensión completa y sistémica del sentido y significado del texto.

•Herramientas. Al final de cada capítulo hemos incluido un regalo, una herramienta con la que podrás poner práctica sus ideas fundamentales.

Adelante.

Equipo directivo

Máster en Acompañamiento Educativo (MAE) UFV

Ángel Barahona Plaza            Antonio Sastre Jiménez            Sonia González Iglesias

Cecilia Castañera Ribé                     Maleny Medina Gómez-Arnau

tierra

Nuestra misión,acompañar

01. El campo de juego del acompañamiento

02. ADN del acompañamiento. Despertar(me), escubrir(me), decidir(me).La experiencia personal

03. Condiciones para acompañar. El poder transfigurador de la mirada

04. Una mirada para descubrirme. Fundamentos antropológicos y psicológicos de la identidad

Iniciamos el camino enmarcando el campo de juego en el que se despliega nuestra misión. La Tierra es el suelo firme en el que vamos a desplegarla: es necesario encontrar la adecuada para que en ella crezca la semilla de ese encuentro con el otro que nos permita acompañar y ser acompañados a un tiempo.

Para ello, estableceremos las bases de lo que entendemos por acompañamiento y apuntaremos las condiciones que lo posibilitan. A continuación, profundizaremos en el ADN del acompañamiento, centrándonos en la persona que acompaña como método Seguidamente, identificaremos la primera condición para acompañar: la mirada. Por último, daremos el paso crucial de centrar la mirada sobre el ser humano desde las vertientes antropológica y psicológica.

Esperamos que puedas adquirir los fundamentos antropológicos del acompañamiento para tener la certeza de que esto no es una moda, es una respuesta al ser humano.

01. El campo de juegodel acompañamiento

Sonia González Iglesias

Doctora en Humanidades por la UFV.Consultora en Transformación Cultural y Directora del Programa Internacional en Acompañamiento, UFV

0. Introducción

1. Acompañar y ser acompañado, un estilo de vida

1.1. El marco del acompañamiento: qué es y qué no es acompañar

1.2. Crecimiento y acompañamiento

2. Condiciones relacionales del acompañamiento

3. Hacia una cultura de acompañamiento en nuestras instituciones

4. Conclusiones

0. Introducción

Como se ha anunciado en la introducción de esta parte, en este primer capítulo vamos a establecer las bases de lo que entendemos por acompañamiento,1 un paradigma relacional que responde al crecimiento de la persona, tanto del acompañado como del acompañante. Para ello, enmarcaremos de forma general la misión de acompañar y explicitaremos su alcance, sus condiciones y su dinamismo transformador. En definitiva, expondremos las condiciones que lo posibilitan y presentaremos la Cultura de Acompañamiento como hábitat natural para el crecimiento y el desarrollo no solo de la persona, sino también de las comunidades profesionales y vitales.

No lo presentaremos de forma teórica, sino que al comprender la trascendencia y las implicaciones que tiene gestar esta Cultura de Acompañamiento en nuestras instituciones y otros ámbitos relacionales esperamos que puedas aterrizar a tu realidad todo lo que vayas descubriendo.

Antes de adentrarte en el capítulo, te invito a plantearte algunas preguntas:

• ¿Qué es acompañar para ti?

• ¿Cuál es la primera palabra que te viene a la mente cuando oyes el término acompañamiento?

• ¿Cuál es tu estilo de acompañamiento, tanto a nivel personal como profesional?

• Piensa en alguna situación en la que no te hayas sentido acompañado (ya sea en la familia o en el trabajo), más bien todo lo contrario. ¿Con qué palabra definirías cómo te sentiste en ese momento?

1. Acompañar y ser acompañado, un estilo de vida

La experiencia de ser acompañados nos remite a las palabras guía, camino, escucha, empatía, acogida, estar con, incondicionalidad, compartir, encuentros, meta… Sin embargo, cuando nos hemos sentido solos o no acompañados surgen expresiones como dirigir, agobiar, imponer, abandonar, despreciar, desconfiar, juzgar…2 De alguna manera, y sin necesidad de grandes tesis doctorales, todos podemos intuir la naturaleza del verdadero acompañamiento.

Acompañar es un término cotidiano, ordinario, está en boca de todos: te puedo acompañar a comprar el pan, te acompaño a dar un paseo, te acompaño en la pérdida de un ser querido, te acompaño en una enfermedad… Sin duda, el acompañamiento también está de moda: coaching, mentoring, counselling, consulting… Todas estas acciones tienen como elemento común el acompañar a otros en sus diferentes retos. Las principales entidades financieras y grandes firmas incorporan en sus claims publicitarios el acompañamiento como un valor añadido: «No te sentirás solo, ni tú ni tu familia».

El acompañamiento alcanza e ilumina nuestra naturaleza humana, nuestra manera de ser humanos, nuestro estilo de vida.

Cuando proponemos el acompañamiento como un estilo de vida, una manera de vivir y de realizar nuestra misión, cualquiera que esta sea, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Qué significa acompañar, qué implicaciones tiene? ¿Es una carga adicional a lo que ya me toca hacer en mi empresa, en mi hospital, en mi universidad, en mi familia? ¿Cualquiera puede acompañar? ¿En qué medida puedo comprometerme a acompañar a otros? Estas preguntas son reales, de personas concretas, compartidas en sesiones de trabajo y en diferentes realidades. Seguro que tú también tienes tus propias preguntas… Te invitamos a ponerlas en juego y, desde ellas, ir recorriendo este capítulo.

1.1. El marco del acompañamiento: qué es y qué no es acompañar

Poco a poco, iremos desgranando el sentido y alcance del acompañamiento a través de las diferentes miradas que podemos encontrar. Algunas se han convertido en ciertos clichés o creencias que nos pueden llevar a reducir el acompañamiento, como decíamos, a una moda o a una metodología de trabajo. Como iremos descubriendo, acompañar es más que eso: el acompañamiento alcanza e ilumina nuestra naturaleza humana, nuestra manera de ser humanos, nuestro estilo de vida.

Empecemos con una imagen que resume qué es y qué no es acompañar, de manera que las explicaciones que vienen a continuación vayan cobrando sentido:

Acompañar

No es solo

Además es

> Una moda

>> Una respuesta antropológica

> Solucionar problemas

>> Estar al lado de las personas

> Una manera de controlar

>> Compartir un camino de encuentros y desencuentros

> Unidireccional

>> Reversible y gratuito

> Poner paños calientes

>> Comprensión y exigencia

> Una función individual

>> Una misión compartida y vivida en comunidad

a) El acompañamiento no es solo una moda, es una respuesta antropológica, pues toda persona está llamada a acompañar y a ser acompañada.

Ciertamente, acompañar está de moda. Podemos vivirlo como eso, algo que pasará y que será sustituido en un plazo más o menos breve por cualquier otra metodología de alto impacto. En una ocasión facilitamos una planificación estratégica en un centro educativo y, en un momento dado, su director afirmó con naturalidad: «Añade la palabra acompañamiento, que seguro que nos lo aprueban en presupuesto». Basta revisar las últimas publicaciones educativas o empresariales y contabilizar la cantidad de veces que aparece este término. Se ha convertido casi en una palabra talismán, como diría López Quintás, mágica. Y al mismo tiempo, puede generar cierto hastío, incluso rechazo. ¿Es que ahora todo se soluciona con el acompañamiento, no sabemos hablar de otra cosa en nuestra institución?

Desde esta perspectiva, nos quedamos muy lejos del verdadero significado del acompañamiento. Hay una frase del papa emérito Benedicto XVI (2010) que lo sintetiza magistralmente: «En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, en búsqueda de la verdad. La Iglesia participa de este anhelo profundo del ser humano y ella misma se pone en camino acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser».

El ser humano está siempre buscando la verdad de su vida. Apelamos ahora a tu experiencia: ¿acaso sientes que has llegado al final de ese camino, que ya no tienes que buscar ni encontrar nada en tu recorrido vital? El ser humano, tú y cualquiera de las personas con las que te relacionas hoy, es un homo viator, el único ser que viaja, «y que solo cuando está en camino es verdaderamente hombre» (Bueno, 2000). Somos esencialmente dinámicos, en crecimiento durante toda la vida, tensionados entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Es cierto que no tenemos trazada una ruta inequívoca, sino que más bien llevamos inscritos anhelos, preguntas —quién soy yo, qué espero de la vida, dónde puedo buscar mi plenitud, cómo amar y sufrir— que nos movilizan y nos convierten también en homo quaerens, alguien que desea respuestas. Frankl (2004: 74) acuñó la expresión tan sugerente de «voluntad de sentido»: aquella que impulsa al hombre a la búsqueda de las razones para vivir. No se puede vivir en la conciencia del no-sentido absoluto.

Aquí están los dos pilares antropológicos del acompañamiento: somos, tú y yo, homo viator y homo quaerens, poniendo en énfasis ese siempre que caracteriza nuestra naturaleza humana. En palabras de Esquirol (2021: 9): «¡Ojalá el humano fuera todavía más humano! Ser humano no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano, profundizar en lo más humano: ahí está lo más valioso».

El ser humano está siempre en camino,buscando la verdad de su propia vida.

Benedicto XVI da un paso más al reconocer esta naturaleza: la Iglesia comparte este anhelo y se pone también en camino acompañando. No sabemos cómo es tu relación con lo religioso, con la Iglesia en concreto, y no es lo importante en este momento, porque esta afirmación encaja con cualquier experiencia humana: te invitamos a sustituir esta palabra (iglesia) por tu propia institución, tu equipo de trabajo, tu familia… «Mi empresa comparte este anhelo y se pone en camino acompañando a cada colaborador que ansía la plenitud de su propio ser, aquí, en este trabajo, en esta realidad profesional». ¡Qué potencia y amplitud de misión! Da igual el sector en el que nos encontremos: cuando nos relacionamos con personas, no solo podemos sino que debemos comprometernos con este anhelo propio de nuestra naturaleza humana. Descubrimos que el camino de la vida no es para recorrerlo en soledad, sino con otros. El acompañamiento se convierte en un gerundio, en un estilo o manera de realizar nuestra misión: acompañando.

Estamos hechos para acompañar y ser acompañados.

Afirmamos pues que no es solo una moda pasajera, que el acompañamiento en este sentido ha venido para quedarse y humanizar nuestras relaciones. Aún nos queda mucho en lo que profundizar, pero este primer paso es necesario: estamos hechos para acompañar y ser acompañados.

Te invitamos a preguntarte:

• ¿Quién te acompaña hoy?

• ¿A quién necesitas acompañar más y mejor?

b) El acompañamiento no es solo para solucionar problemas, aunque muchos se resuelvan. Nos permite descubrir respuestas para la vida, y muchas veces esa respuesta es la compañía, es estar al lado de la persona, «saberte con alguien», no sentirte solo.

Estamos muy acostumbrados a resolver problemas. Desde muy pequeños nos han enseñado a ser resolutivos y acertar con la solución adecuada. En el mundo educativo muchos exámenes o pruebas están configuradas así: verdadero o falso, dos más dos son cuatro…. No es válida otra alternativa. También en el ámbito profesional: si traes un problema, ven con la solución. Y no digamos ya en el mundo sanitario, donde la falta del diagnóstico correcto puede conllevar la muerte. Esto tiene un gran valor, y es necesario para ser eficaces en tiempo y en forma. Pero en la vida, en este camino de crecimiento del que hablamos, no siempre los problemas tienen una única solución, y en ocasiones ni siquiera son solucionables en primera instancia.

Quizá nos sirva esta sencilla anécdota para ejemplificarlo: un miembro de tu equipo te escribe un wasap o un mail por la noche pidiéndote permiso para llegar más tarde a una reunión al día siguiente, pues su hijo está en urgencias y no está seguro de llegar a tiempo. Tú, casi al instante, le respondes que sí, que llegue un par de horas más tarde. ¿Le has solucionado el problema? Sí, sin duda, y con eficiencia. ¿Se ha sentido acompañado por ti? Posiblemente no. Es probable que hubiera necesitado una palabra de interés por su hijo, por él mismo, un gesto de aliento o de ánimo.

Acompañar a otro centra nuestra mirada en la persona, no solo en los problemas. Nos amplía la mirada: no descartamos nuestra atención a los problemas, sino que nos hace mirar a la persona que trae un problema o una cuestión que hay que resolver. Nos ponemos a su lado. Y más aún cuando esa cuestión no tiene una resolución inmediata, o la solución no está en nuestra mano.

Acompañar a otro centra nuestra mirada en la persona,no solo en los problemas.

Etimológicamente, acompañar proviene de cum-panis, ‘compartir el mismo pan’, algo tan sencillo y cotidiano como eso, mi pan. No se trata de compartir solo mi expertise ni mi tesis doctoral. Significa poner en juego ambas vidas, con sus diferentes grados de experiencia, para llegar a un aprendizaje mutuo. «Acompañar es, de formas diversas, compartir el camino y sus experiencias» (Funes Artiaga, 2011). Compañero es aquel con el que compartimos el pan. ¿Qué pan? ¿Qué bien compartimos? Más allá del pan que tengo, el pan que soy. El que acompaña recorre ese camino y aprovecha las ocasiones de encuentro para provocar que el acompañado pueda encontrar luz para el siguiente paso, aunque de momento no quede solucionado el problema.

El término acompañar guarda una relación semántica con la palabra camino, pues no es más que caminar junto a otro. En el acompañamiento, la respuesta que ofrecemos es una compañía, otra persona, tú mismo, que te pones en disposición y acogida al otro. Nuestra mirada se centra en su persona y en la relación que se establece entre ambos. Se genera un «yo-tú» (Buber, 1993) único e irrepetible.

Afirmamos pues, que no se trata solo de solucionar problemas, sino de estar al lado de la persona, para que se sepa acogida y comprendida allí donde esté.

Te invitamos a hacer un sencillo ejercicio: revisa los mails o wasaps que has respondido en los últimos días, y pregúntate:

• ¿A quién respondo, al problema o a la persona que me plantea el problema?

• Puede ser un primer indicador de en qué medida la persona se siente acompañada por ti.

c) El acompañamiento no es solo una manera de controlar, de dirigir, de aconsejar, de hacer seguimiento o tutelar, sino de generar espacios de libertad y responsabilidad, de compartir un camino de encuentros y desencuentros orientados a la plenitud de la persona.

Controlar y solucionar van de la mano. Tener la sensación de que todo está bajo nuestro control nos da seguridad, sabemos qué suelo estamos pisando a cada paso que damos. Si estamos muy cerca de las personas, podemos dejarnos llevar por esta tendencia. Pero a veces esta necesidad de control nos puede cerrar al verdadero encuentro creativo con los demás. Y el acompañamiento va de eso, de encontrarnos con el otro no solo como algo deseable, sino como una necesidad vital.

La persona es fruto de un encuentro, creceen los encuentros y se hace más plenamente personaa través de los encuentros.

El profesor López Quintás (2002) afirma: «Somos “seres de encuentro”, venimos del encuentro de nuestros progenitores y estamos llamados a fundar toda una serie de encuentros, sobre todo personales. Esta llamada constituye nuestra auténtica vocación. Llevarla a cabo es nuestra misión en la vida. Es decir, el hábitat natural del ser humano es el encuentro: la persona es fruto de un encuentro, crece en los encuentros y se hace más plenamente persona a través de los encuentros» (González Iglesias y Sastre, 2016). No es solo un medio para llevarse bien con los demás, el encuentro habla de la naturaleza e identidad del ser humano.

Desde el minuto uno de nuestra existencia nos desarrollamos en relaciones de encuentro. No hay yo sin tú. El origen del ser humano se da en forma de encuentro: nace a medio gestar, sin estar maduro biológicamente, abierto a diferentes posibilidades de desarrollo, «a ser troquelado, moldeado, configurado por la realidad circunstante y convertirse en un ser dialógico» (López Quintás, 1998: 187). Lo primero que conoce un niño es a su madre, que le mira y le reconoce con cariño. Desde ese reconocimiento despierta a la vida consciente y percibe que ha entrado en el mundo como fruto de un amor, es decir, que ha recibido la existencia de forma gratuita. ¿O acaso alguno de nosotros ha pagado algo por venir a esta vida, ha hecho méritos para nacer en el momento de la historia y en el lugar del planeta en el que ha nacido?

El encuentro es elemento constitutivo, y nos remite a una experiencia de marcado carácter existencial. Es una vivencia: si miramos nuestra vida, es muy probable que recordemos un encuentro con un familiar, un maestro, un amigo, un jefe… alguien que nos dejó una huella imborrable porque supo mirarnos con verdad y sacar lo mejor de nosotros. Te invitamos a que traigas a la memoria a esa persona que supo mirarte con verdad, tal como necesitabas en ese momento. ¿Qué le agradeces? ¿Cómo ha influido ese comportamiento concreto en tu vida?

No solo la filosofía nos habla de nuestra naturaleza dialógica, también la biología y la física constatan que la realidad humana se constituye por vía del encuentro. Rof Carballo (1973: 51), el reconocido médico y ensayista español, defendió en ámbitos puramente científicos esta verdad antropológica: «Por caminos insospechados, tratando de definir al hombre desde el encuentro, hemos encontrado que el desarrollo de la inteligencia, de la emotividad y de la maduración de la persona se hace mediante encuentros […]. Desde las más remotas raíces de la vida, viene hacia nosotros esta “pauta del encuentro”». El antropólogo Arnold Gehlen (1987) muestra que el ser humano es muy mediocre biológicamente en su capacidad de adaptación al medio, puesto que su aparato instintivo es pobre e insuficiente, y sus conductas son muy poco especializadas para sobrevivir en condiciones adversas o de desprotección. A nivel emocional, ningún otro como él ha de satisfacer su necesidad de sentirse reconocido para crecer sobre un cimiento psicológico y afectivo de confianza y de seguridad. El bebé se nos presenta indigente y menesteroso, necesitado de otro que le suministre todos los cuidados cuando llega a este mundo. Está hecho para ser atendido, alimentado, protegido… es decir, para ser amado, acogido. Necesita que, de forma amorosa, otro piense por él, quiera por él y actúe por él.

El filósofo alemán Robert Spaemann (2004: 15) ve en esta dependencia una expresión de nuestra radical condición relacional, abierta, llamada a la comunión, y plantea la situación de dependencia como una oportunidad para la persona de profunda humanización y encuentro con el otro.

El acompañamiento se convierte en un caminoarmonizado de encuentros y desencuentrosorientados a la plenitud de la persona.

La relación es, pues, constitutiva de la realidad humana, viene de serie. No estamos hechos para vivir solos. El otro nos pone delante de un espejo que nos permite vernos reflejados en ese «en relación con». La conformación de nuestro yo es fruto del encuentro con el tú, con muchos y diversos tus con los que aprendemos a ser personas, en los que reconocemos quiénes queremos ser y qué no queremos ser. Afirmar esto es decir que los otros me hacen ser y posibilitan mi crecimiento. No tienen por qué limitarme, más bien existo hacia los otros, me conozco por los otros, me encuentro en los otros. Nuestro desarrollo no se dirige solo a ser independientes, estamos llamados a ser interdependientes.

Por eso no vale cualquier acompañamiento ni ofrecerlo de cualquier modo, sino aquel que tiene como meta el crecimiento en verdad de cada una de las personas implicadas. El acompañamiento se convierte así en un camino armonizado de encuentros y desencuentros a lo largo de un tiempo significativo y continuado, orientados a la plenitud de la persona: encuentros con los demás, con uno mismo, con la realidad, con lo trascendente (González Iglesias, 2015: 247-256).

El acompañamiento es, en este sentido, el encuentro de dos libertades. Acompañar a personas exige contar con algo que está en el núcleo de la condición personal del ser humano: la libertad. Un acompañamiento que no parta de un amor y un respeto profundos por la libertad del acompañado tendrá de «personal» solo el nombre. Son incompatibles con un verdadero acompañamiento personal todo afán de control, dirigismo, paternalismo, condescendencia, sobreprotección, escándalo ante los errores del otro… Estas actitudes no respetan la condición personal del acompañado porque vulneran su libertad.

También el que acompaña ha de sentirse absolutamente libre frente al acompañado: libre de respetos humanos, del deseo de quedar bien, del miedo a equivocarse y de sus propias expectativas sobre el acompañado, sobre todo cuando el vínculo afectivo con él es mayor. Solo sobre esta libertad se puede cimentar una actitud fundamental para acompañar y ayudar a crecer a otros: la parresía.

El que acompaña ha de sentirse absolutamente librefrente al acompañado.

Hagamos dos reflexiones adicionales antes de continuar.

La primera: ¿qué pasa con los desencuentros? ¿Acaso son necesarios para que se dé un verdadero acompañamiento? Los desencuentros son humanos, y humanizan las relaciones. A veces corremos el riesgo de tener una mirada romántica o naif sobre el acompañamiento: todo es bonito, armónico, no es posible generar tensiones si estamos en una institución donde el centro son las personas… Es un riesgo peligroso porque podemos instalarnos en una armonía superficial en nuestras relaciones: «No voy a ser yo quien ponga una nota negra en esta pared que parece tan blanca. Mejor me pongo mi «sonrisa Profident» durante mi jornada laboral y evito cualquier tipo de conflicto, porque aquí eso no está muy bien visto». Si algo así te está sucediendo, es posible que vuestras relaciones estén heridas… y que esa herida sea mortal. Las relaciones humanas son eso, ¡humanas! No son perfectas, ni están llamadas a serlo. Es más, los desencuentros pueden ser oportunidades de ponernos en verdad y abrir la puerta a encuentros más auténticos, verdaderos. Por eso el acompañamiento es capaz de hilar encuentros y desencuentros con una mirada puesta en el crecimiento auténtico de las personas implicadas.

Y la segunda: orientados a la plenitud posible hoy. Aquí puede haber otro riesgo velado: preparar para el futuro, para cuando entres en la universidad, para cuando consigas tu primer trabajo, para cuando te cases, para cuando… Es como si tuviéramos que estar siempre a la espera de algo que nos llene más y que hoy no está a nuestro alcance. Y siendo en parte verdad, nos puede hipotecar la posibilidad de vivir plenamente el hoy tal cual es, con la limitación propia del presente y con el deseo de poder serlo aún más. La plenitud posible y el sentido de mi vida van muy de la mano, y se conjugan desde el pasado, en el presente y hacia el futuro.

Te invitamos a preguntarte:

• ¿Qué es para ti la plenitud posible hoy?

• ¿Cómo sabrías que tu día ha sido pleno?

• ¿Qué indicadores te ayudarían a valorarlo?

d) El acompañamiento, por tanto, no es unidireccional —de acompañantes a acompañados—, sino recíproco. Nos pasa algo a todos, es reversible y al mismo tiempo gratuito.

«La persona que objetivamente más me necesitaes también para mí, objetivamente,la persona que más necesito» (G. WEIGEL).

Esto nos puede pasar muy a menudo, y nos reconocemos en esos momentos en los que, con buena fe, hemos ido al encuentro del otro con la intención de ayudar, de iluminar, de dar una clase, de ofrecer un consejo… sin que a mí me afecte. A veces incluso en modo automático: no con mala intención, sino por la inercia de mi labor diaria, sin abrirme ni considerar que me puede pasar algo en ese encuentro. También hay algo de ti para mí.

Karol Wojtyla, uno de los primeros docentes universitarios que propuso el método del acompañamiento en la Universidad de Lublin, presenta una mirada muy diferente sobre el acompañado: «La persona que objetivamente más me necesita es también para mí, objetivamente, la persona que más necesito» (cf. Weigel, 1999: 150).3 Qué cambio de perspectiva y de actitud para el acompañante: voy abierto a recibir, a aprender, a descubrir juntos. Recuerda a un colaborador, un familiar, un amigo…, a esa persona que puede ser esa «piedrecita en el zapato» que a veces te llega a exasperar. ¿Quizá sea la que necesitas para crecer, para estirar tu paciencia, tu alegría, tu esperanza, tu capacidad de amar?

Esta reversibilidad no se exige, se da por la propia naturaleza del encuentro verdadero. Como dice Xosé Manuel Domínguez Prieto al hablar de la relación educativa (2003): «el docente está llamado a acompañar a la persona para que sea quien está llamada a ser […] Para eso, el docente tiene que dar respuesta a las características del dinamismo personal que permiten el encuentro: acoger al otro y darse al otro». Acoger y dar, ida y vuelta, reversibilidad como nota característica de cualquier encuentro, de todo acompañamiento. Nos pasa algo.

Podemos entonces preguntarnos con honestidad: ¿quién acompaña a quién? Porque no hay un padre sin un hijo, no hay un profesor sin un alumno, no hay un directivo sin un equipo de colaboradores… ¿Y quién enseña al padre, al profesor, al directivo a serlo? La persona que me «toca» acompañar. No se es acompañante en abstracto, se acompaña a Juan, a María, a Daniel, a Paula… Son ellos los que nos permiten descubrir en qué y cómo necesitan ser acompañados. Son ellos los que te acompañan reversiblemente también a ti.

Ahora bien, esta reversibilidad no necesariamente es simétrica. Más bien suele haber disimetría: cada implicado tendrá una responsabilidad específica en la relación. En el caso del acompañante, tiene una experiencia y sabiduría mayor que la del acompañado y, en consecuencia, también una responsabilidad mayor en llevar el proceso a buen puerto. Se compromete nada más y nada menos a que el acompañado llegue a ser quien está llamado a ser en ese momento concreto. De esta manera, se convierte en pieza clave en el camino de su vida. La responsabilidad del acompañante será poner en juego las condiciones necesarias para que esos encuentros sean verdaderamente significativos y reversibles. Las veremos en el próximo apartado.

En ocasiones te preguntarás si este acompañamiento concreto «funciona» o no… Para que puedas responderte, te invitamos a mirarte:

• ¿Funciona en ti?

• ¿En qué medida estás creciendo?

• ¿En qué y cómo estás aprendiendo, recibiendo, siendo «tocado» por el otro?

e) El acompañamiento no es solo tratar con paños calientes o apapachar, aunque es importante comprender a la persona acompañada. El acompañamiento integra la comprensión y la exigencia, pues son valores que se necesitan entre sí para vivirlos con verdad, sin contraponerlos.

En nuestra experiencia diaria, es posible que vivamos estos dos términos de forma tensionada, incluso a veces pueden parecer irreconciliables: si te comprendo, si empatizo contigo, me costará mucho exigir, tratar de ayudarte a dar el siguiente paso para tu madurez. O al revés, si te exijo, estoy buscando lo mejor para ti, independientemente de dónde estés, de cómo te sientas… Es mi responsabilidad exigirte como director, como profesor, como madre o padre de familia que soy… Parecen conceptos contrapuestos que pueden llegar a convertirse en armas arrojadizas en nuestras relaciones: «Eres demasiado comprensivo y la gente te toma el pelo», «Eres demasiado exigente y provocas sufrimiento a los demás».

En una institución puede malinterpretarse. No pocas veces oímos expresiones como «¿Pero esta no es una universidad centrada en la persona? Entonces ¿por qué me reprueban o me exigen tanto?».

Ahora bien, pensemos con rigor: ¿son dilemas o contrastes, es decir, realidades distintas y complementarias que estamos llamados a integrar? «Los términos que forman un contraste se complementan y potencian entre sí. No hace falta optar entre ellos. Los términos de los dilemas se oponen y obligan a optar por uno u otro» (Domínguez Prieto, 2003: 233). Por ejemplo, existe un dilema entre los conceptos amor y odio, «en los que no hay posibilidad alguna de complementación» (López Quintás, 2002: 233). Un contraste puede darse, sin duda, entre comprensión y exigencia: no tengo que elegir uno u otro, ¡se necesitan mutuamente! No hay verdadera comprensión sin exigencia, no hay verdadera exigencia sin comprensión. Ambos polos están llamados a integrarse: «Integrar significa en este contexto vincular, ensamblar, complementar […] La unidad que implica el acto de integrar presenta un matiz jerárquico, porque unos actos son asumidos por otros de rango superior, no para anularlos sino para otorgarles su plenitud de sentido» (López Quintás, 2002: 417, n. 1).

Si en nuestro acompañamiento optamos por uno de los dos polos, estaremos reduciéndolo y quizá alejándolo de su sentido último: el crecimiento del otro, desde dónde está. Podríamos exigir lo mismo a dos personas diferentes, pero nos ayudará comprender el reto que le supone a cada uno para discernir qué tipo de acompañamiento necesitan. Por eso la integración es mucho más que la mera suma de dos polos: puede variar según las personas, incluso en cada una según su circunstancia concreta.

No hay verdadera comprensión sin exigencia,no hay verdadera exigencia sin comprensión.

La tarea primordial para un acompañante es conocerse bien, caer en la cuenta de cómo se relaciona con estos conceptos, si los vive como falsos dilemas o como contrastes. Más aún, descubrir su tendencia natural: ser más comprensivo o ser más exigente. Esto nos ayudará a darnos cuenta de cómo acompañamos y a quiénes necesitamos para acompañar más y mejor. Por ejemplo, en un equipo de trabajo puede haber diferentes estilos de acompañamiento que no tienen que competir entre sí, sino que pueden complementarse. Qué riqueza es poder contar con personas especialmente empáticas, capaces de ponerse en el lugar del otro y personas especialmente rigurosas, que enfatizan el cumplimiento de objetivos. No es lo mismo ir al médico y que nos atienda un facultativo que anote concienzudamente los síntomas y nos ofrezca su diagnóstico certero que encontrarnos con un ser humano que, además de brindarnos sus conocimientos médicos, nos mire, se preocupe por nosotros, nos acompañe en esa situación. El diagnóstico podrá ser el mismo, pero uno nos habrá tratado como a una persona que necesita una solución a un problema y el otro como un ser humano que, además de aportarnos esa solución, nos ofrece su mano para transitar por el proceso.

En definitiva, la comprensión y la exigencia son dos polos que se necesitan para que el acompañamiento pueda ser afectivo y efectivo.

Te invitamos a preguntarte:

• ¿Cómo te defines como acompañante?

• ¿Hacia qué polo tiendes de forma natural?

• ¿Qué puedes aportar a tu equipo de trabajo, a tus alumnos, a tu familia…?

f) El acompañamiento no es solo una función realizada individualmente —aunque haya personas, programas, proyectos que tengan específicamente la responsabilidad del acompañamiento—, sino una misión compartida y vivida en comunidad.

Determinados roles y puestos tienen en su descriptor la función específica de acompañar a los demás: mentor de estudiantes, sanitarios, directivos, el área tradicionalmente denominada de Recursos Humanos… Por un lado, podemos caer en la tentación de pensar que ellos son los únicos responsables del acompañamiento en una institución —«A mí eso no me toca, que vaya a hablar con Recursos Humanos»—; por otro, de monopolizar esta misión y exigir que el sello del acompañamiento corresponda a determinadas personas o áreas concretas. Si creemos que todos estamos hechos para acompañar y ser acompañados, ¿no es inteligente —más aún, necesario— compartir esta misión con todos los que forman parte de una sociedad? Sí: directivos, colaboradores, docentes, ¡estudiantes! Cada uno es susceptible de ser acompañado y, al mismo tiempo, es capaz de acompañar a otros.

Si ampliamos la mirada e implicamos a todos los miembrosde una comunidad en esta misión, la capacidad de acompañamientode una institución se multiplica exponencialmente.

El mentor, docente o directivo no es un francotirador del acompañamiento. En la medida en que ampliamos su perspectiva con una mirada sistémica o relacional, descubrimos la comunidad de mentores a la que pertenece, el claustro del que forma parte, el equipo directivo, su grupo de trabajo… porque:

•Se acompaña en comunidad. No es solo un docente el que acompaña a doscientos cincuenta estudiantes… Forman una comunidad de quince o veinte docentes que acompañan a esos estudiantes.

•Se acompaña a comunidades. No es solo importante el one to one. Es necesario sostener a los equipos, a los grupos de alumnos, a las familias. Cada comunidad tiene su propia personalidad y sus propias necesidades.

•Eres acompañado por la comunidad. Persona y comunidad se afectan, se interpelan y se acompañan mutuamente.

Comprender el acompañamiento así nos abre la puerta a generar una cultura muy particular en nuestras instituciones, en nuestras familias, en nuestras relaciones. Podemos hablar de una Cultura de Acompañamiento en la que las personas, las relaciones, están en el centro, una cultura que humaniza y que permite desarrollarse, crecer, vivir en plenitud. Volveremos sobre ello en los siguientes apartados.

Te invitamos a reflexionar:

¿Qué valor damos al acompañamiento de los pares en nuestras instituciones?

Los amigos y compañeros pueden llegar a ser agentes imprescindibles en este proceso, una ayuda ineludible para que nadie se sienta solo.

• ¿Generamos buenas relaciones entre colaboradores, compañeros, estudiantes…?

En definitiva, y para cerrar este apartado, caemos en la cuenta de que acompañar es una misión en tensión: entre la comprensión y la exigencia, entre la función y la misión, entre el dar y el recibir… Una misión tensionada que no puede llevarnos al estrés, sino a la aceptación de la realidad, la nuestra y la de otros. Se convierte, por tanto, en todo un arte (Domínguez Prieto, 2017) en la vida y para la vida, el arte de lo posible. No podemos aspirar a tener las condiciones perfectas para acompañar, sino que acompañamos en lo cotidiano de la vida, tal y como viene la persona, tal y como se nos da la realidad para acompañar. En este sentido, se convierte en un estilo de ser y de hacer, en una manera de relacionarnos con los demás: acompañar es un estilo de vida.

1.2. Crecimiento y acompañamiento

Acompañar es una manera de guiar e impulsar a la persona en su camino de crecimiento como hombre o mujer para alcanzar su plenitud vocacional. Queda recogido el sentido del acompañamiento y su finalidad última: que la persona descubra y alcance por sí misma aquello para lo que ha sido llamada. Solo ella puede ser protagonista de su vida, pero no puede vivirla en completa soledad. Sólo yo, pero no yo solo, tuit que sintetiza el fundamento antropológico del acompañamiento.

Sólo yo, pero no yo solo.

En esta relación, el peso está en el acompañado que debe descubrir su llamada y responder libremente a ella, mientras el acompañante iluminará, exigirá y sostendrá, en su caso, su decisión. Sin embargo, hay un matiz esencial para que esto sea posible: el encuentro como ámbito de la relación formativa, en la que ambos se dan y se acogen. No es opcional, forma parte de nuestro modo de ser y de crecer, «es la instancia, el lugar y el momento en el que el sujeto es más sí mismo» (Agejas, 2013: 175). Lo veremos en los siguientes capítulos, y con mayor profundidad, en la Parte II, centrada en el dinamismo relacional del ser humano.

Es importante enfatizar la implicación del crecimiento y el encuentro (del acompañamiento), como dos caras de una misma moneda. El crecimiento es la acción de crecer, es decir, la acción de aumentar de tamaño o de importancia, la acción de desarrollarse (López Quintás, 2002: 183-188). Lo relevante de este crecimiento es enfatizar que, para la persona, crecer es ley de vida, y una ley para toda la vida. No crecemos de forma instintiva, como las plantas o los animales, y no podemos optar entre crecer o no crecer. Iría contra una ley básica de nuestro ser. Es un deber que hay que cumplir con responsabilidad y un derecho que merece ser respetado. La vida humana no se hace sin más. El proceso de crecimiento del ser humano no es conocido de antemano. Se va descubriendo y configurando a lo largo de un camino en el que nuestras decisiones, nuestra libertad, tienen un protagonismo ineludible.

El crecimiento y el encuentro (del acompañamiento)son dos caras de una misma moneda.

Surge entonces una pregunta clave, ¿cómo debemos crecer? Deberíamos recoger, entre otras muchas, dos respuestas esenciales que iluminen el camino desde el inicio, casi antes de ponernos en marcha:

1. Poniendo en juego nuestra libertad. Crecer nos hace entrar en el juego de la vida. Y no nos referimos a una libertad de maniobra, que lleva a decidir lo que me da la gana, ni tampoco a una libertad solo de pensamiento. Nos exige ejercitar nuestra libertad creativa, esa capacidad de ser fiel a las exigencias del propio ser, incluso renunciando a algo placentero e inmediato (López Quintás, 2013: 52-55). Hay una decisión de crecer, partimos de un acto libre, personal, creativo. De esta manera, el ser humano se hace responsable de su vida.

2. Lo paradójico es que también, mientras crecemos, aprendemos a ser libres en la medida en que caminamos conforme a nuestra naturaleza. Aparece otro reto en el crecimiento: conocer la naturaleza del ser humano. Hay diferentes miradas sobre el ser humano que sustentan algunas ideologías: individualismo, egología,4 nihilismo… Pero ninguna llega al fondo de nuestra naturaleza, esa naturaleza peculiar de la persona —y única—: somos seres relacionales, seres abiertos, seres llamados a crecer y a vivir desde una libertad creativa, con los otros, para los otros, desde los otros, también con la realidad (López Quintás, 2002: 195-197; Rof Carballo, 1973; 35). La persona está llamada a la misión de ser capaz de entenderse, explicarse y definirse por sí misma, como hombre y como mujer (Guardini, 2006). Y cada etapa de la vida tiene sus matices, sus retos en esta misión que nos acompaña siempre.

Ahora bien, el camino del crecimiento es largo e ilimitado, pues la vida no deja de presentarnos oportunidades para seguir creciendo, sin perder de vista el fin de este aprendizaje. Y esto no se alcanza caminando sin más. implica ir logrando metas en una progresión ascendente. Si el crecimiento es ilimitado, el acompañamiento que lo sostiene también. Y es auténtico en la medida en que responde a la verdad del ser humano, es decir, en tanto en cuanto lo humaniza, posibilita ese desarrollo personal. Como afirma Zambrano (2007: 114) con una claridad magistral, «crecer para lo humano es no solo aumentar, sino integrarse, es decir, algo todavía más que desarrollarse como lo es para una planta y para un animal». No se trata de encontrarse por encontrarse, sino de caminar juntos para crecer. La ley del crecimiento integral hacia la plenitud del ser humano marcará los cauces, posibilidades y límites del camino, apuntando siempre hacia arriba, siempre más alto.

Crecimiento y acompañamiento, por tanto, forman un binomio de conceptos —o experiencias, pues lo importante es vivirlos—que se necesitan mutuamente para desplegarse con verdad, generando un campo de juego creativo desde el que podemos afirmar que:

•No hay crecimiento verdadero sin ser acompañado ni acompañar a otros. El individualismo nos encierra en una ciénaga en la que nos quedamos solos, sin posibilidad de enriquecernos, de compartirnos, de desplegar nuestra verdadera naturaleza de seres de encuentro.

•No hay acompañamiento auténtico sin generar crecimiento y maduración de todas las personas o comunidades implicadas. No vale cualquier acompañamiento ni ofrecerlo de cualquier modo, solo aquel que tiene como meta el crecimiento en verdad de cada una de las personas implicadas.

El acompañamiento se convierte así en un camino armonizado de encuentros y desencuentros a lo largo de un tiempo significativo y continuado, orientados a la plenitud de la persona: encuentros con los demás, conmigo mismo, con la realidad, con lo trascendente (González Iglesias, 2015). Esta es la naturaleza propia del acompañamiento y su grandeza: su capacidad de generar encuentros transformadores.

2. Condiciones relacionales del acompañamiento

Hay dos preguntas que nos pueden ayudar a aterrizar las condiciones del acompañamiento: quién estamos llamados a ser y qué estamos llamados a hacer. Pero es un ser y hacer integrados, no fragmentados: nuestro hacer nos dice quiénes somos, y nuestro ser está llamado a encarnarse, a hacerse visible en nuestro hacer. No hay dilema entre ambas realidades, sino integración. Es más, en esa integración se desvela la coherencia y credibilidad de nuestras acciones: el ser nos habla de un estilo relacional que inspira y se hace visible en nuestra forma de actuar, de decidir, de programar.

¿Quiénes estamos llamados a ser y qué estamos llamados a hacer?