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Un recorrido sumamente útil sobre la problemática de los adictos, los tratamientos y el rol activo del entorno familiar. Descubra cómo funciona la relación del tiempo con las drogas en una época en la que todo es acelerado e inmediato. La perspectiva del prestigioso Dr. Eduardo Kalina, médico psiquiatra y especialista en adicciones, es fundamental para reflexionar sobre uno de los temas más complejos que enfrentan todos los países del mundo.
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Seitenzahl: 58
Veröffentlichungsjahr: 2015
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El tema de las drogas acompaña la historia de la humanidad, ya que desde tiempos remotos el hombre descubrió los efectos del alcohol en la fruta fermentada (o en la ingestión de ciertas plantas que producen estados alterados de conciencia). Es preciso aclarar que ciertos fenómenos aislados, con el correr de los siglos y en diversas culturas, se convirtieron en brotes de consumo de algunas sustancias. Sin embargo, estos brotes nunca tuvieron la magnitud ni la extensión de lo que empezó a ocurrir en el mundo a partir de la década de los años sesenta.
Podemos mencionar numerosas historias sobre las drogas, como por ejemplo el consumo de opio en China, que culminó en la Guerra del Opio. En este trabajo, nos ocuparemos de un fenómeno que comienza a expandirse llegando a tener el carácter de una epidemia o incluso de una pandemia, palabra que describe la extensión de este proceso más allá de las fronteras de un país. Pensemos que la disponibilidad de medios de difusión masivos facilita el conocimiento de forma inmediata a todo el mundo; lo que ocurre en determinado lugar puede difundirse en minutos a través, por ejemplo, de las redes sociales y la telefonía móvil. Internet derrota a las dictaduras que quieren privar de información a las personas. Todo cambió y sigue cambiando cada vez más rápido.
La disponibilidad de información con la que cuenta cualquier joven que utiliza, aunque sea rudimentariamente una computadora, es fenomenal. Entonces, la preparación que tiene que tener un joven para no dejarse seducir por todo este bombardeo virtual es muy distinta a la de hace cuarenta años.
Otro aspecto a considerar es la velocidad de los cambios en todos los niveles de la vida. Es tan asombrosa que hace algunos años propuse analizar una nueva contaminación, la contaminación del tiempo, porque el ritmo de vida que ha impuesto nos exige capacidades especiales para intentar vivir como “superhombres”. En consecuencia, éste también es un factor inductor del consumo de drogas ya que se ofrecen como combustibles ideales para arribar a ese estado que va más allá de la condición humana, un estado que podríamos llamar robótico. A mi criterio y el de muchos colegas, la cocaína es un ejemplo claro de esta postulación porque brinda una vivencia equiparable a la espinaca para Popeye, aquel famoso personaje de historieta que se volvía poderoso con solo engullir esta verdura.
El hombre es el único animal que pretende vivir burlando los límites de su condición biológica. Las llamadas drogas “despertadoras”, “aceleradoras”, o “psiconeuroestimulantes”, (cocaína, anfetaminas, metanfetaminas, bebidas energizantes, etc.) permiten pasar días enteros sin dormir, están de moda y tienen consecuencias nefastas. Sin embargo, casi nadie piensa en lo que ocurre después, las consecuencias ya no son importantes, como lo dice la famosa frase de una canción “live fast, die young” (“vive rápido, muere joven”), se repite sin descanso como un ideal.
Estos ejemplos son para facilitar la comprensión de las diferentes causales de esta verdadera pandemia, que al igual que otras de tipo infecto-contagiosas, se está cobrando numerosas vidas, especialmente entre la gente joven.
Frente a este panorama, las nuevas generaciones reciben una innumerable cantidad de mensajes contradictorios, altamente inductores al consumo de drogas. Nuestras investigaciones en los tratamientos de jóvenes adictos y sus familias, nos llevaron a plantear que el modelo socio-familiar que podemos describir en términos de “haz lo que yo digo y no lo que yo hago” es altamente patogenético, o sea enfermo, especialmente cuando no se da el tiempo necesario para que los jóvenes sean conscientes de esta trampa. Esto se observa fundamentalmente desde el punto de vista de la comunicación. Podemos percibir que hay un problema de metacomunicación, es decir, un conflicto entre las señales y los discursos utilizados en la comunicación, donde prima lo contradictorio.
Para ejemplificar esto basta con ver la política que siguen la mayor parte de los países, con la propaganda respecto al tabaco y al alcohol, cuyo consumo se promueve mientras que los gobiernos hablan sobre su preocupación por la difusión de las drogas. Al respecto, hemos podido analizar ejemplos de mensajes contradictorios y muy sutiles, como por ejemplo una campaña realizada hace algunos años en París, Francia, con carteles colocados en el metro de la ciudad que decían: “Defense de fumer, lui meme une Gallia1” (“Prohibido fumar, inclusive un Gallia”). Es decir, mientras se hace hincapié en la prohibición del tabaco, en simultáneo se publicita una marca determinada. El tabaco, la droga más nefasta y difundida, hizo que la Dra. Ann Grundland, –directora de la Organización Mundial de la Salud en el año 2000 y anteriormente ministra de Salud del gobierno noruego–, advirtiera que este tipo de adicción, como todas, es una enfermedad prevenible, y “que cada ocho segundos muere una persona en el mundo por el tabaco o por causas relacionadas con él”.
Otro causal del incremento en el uso de drogas es el horroroso mensaje contradictorio que la sociedad le da a los jóvenes en todo lo que respecta a la ecología: por un lado, se les habla de vida y hábitos saludables, y por otro, se les ofrece un ambiente altamente contaminado y en proceso de deterioro, y aún no se han tomado las medidas necesarias para mejorar el problema.
Las naciones que más contaminan vienen postergando año tras año la toma de decisiones para detener esta tragedia a la que asistimos, con cataclismos climáticos que día a día van complicando nuestras vidas. Ejemplo claro de esta situación es el Protocolo de Kioto, adoptado inicialmente en 1997, con el objetivo de disminuir las emisiones de gases que afectan a la atmósfera y dañan nuestro planeta. Se estableció entonces un límite en la emisión que dio como resultado lo que muchos conocen como “mercado de la contaminación”. Se lo llamó así porque en el caso de que un país lograra disminuir sus emisiones de gases por debajo del nivel propuesto en el acuerdo, podía vender sus “derechos de emisión” a otros países que los necesitaran y así aumentaban su capacidad “aceptable” para generar contaminación. Esta situación solía darse entre los países menos desarrollados, que al tener menos industrias vendían a los desarrollados estas “porciones de contaminación”.
Todos estos mensajes son pro-droga por su grado de contradicción y, aunque constantemente hay campañas de diferentes gobiernos en contra de las drogas “psico-bio-neuro-genético-socio-tóxicas”, las políticas al respecto también suelen ser contradictorias y siempre insuficientes, o sea muy parciales, ya que no se sostienen en el tiempo lo necesario como para lograr éxitos significativos.
Ahora bien, pensemos en qué poco compromiso tiene la mayor parte de los países del mundo acerca de la pandemia de las drogas. Como siempre decimos, hay que tener presente que simbólicamente esto se parece a lo que presenta el modelo bíblico: la lucha de David contra Goliat, y en consecuencia debemos seguir trabajando intensa e incansablemente en el campo de la educación, que es nuestra arma más poderosa.