Afirmados, Fortalecidos, y Establecidos - Dr. Paul G. Caram - E-Book

Afirmados, Fortalecidos, y Establecidos E-Book

Dr. Paul G. Caram

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Beschreibung

En este estudio de las Epístolas de Pedro, el Dr. Caram discurre acerca de cómo alguien que antes era auto-suficiente, rudo e impulsivo, puede ser transformado hasta llegar a ser la roca sobre la cual Cristo edificaría Su iglesia. Al ir leyendo este libro, usted encontrará claves esenciales para obtener estabilidad y fuerza en su caminar con Dios, para que su vida se convierta en un fundamento sobre el cual otros puedan edificar.

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AFIRMADOS, FORTALECIDOS Y ESTABLECIDOS

Un estudio de la vida y epístolas de Pedro

Dr. Paul G. Caram

Título original: Established, Strengthened, and Settled

© 1997 Dr. Paul G. Caram

Versión 2.1 en inglés, revisada en enero 2021

Título en español: Afirmados, fortalecidos y establecidos

© 2014 Dr. Paul G. Caram

Versión 1.2 en español revisada en enero 2021, Luisa Baldwin

Todos los derechos reservados.

Publicado por Zion Christian Publishers.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico o mecánico, sin permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves en artículos o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, las citas son tomadas de la Santa Biblia, versión Reina-Valera © 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas Unidas.

Publicado en formato e-book en enero 2021

En los Estados Unidos de América.

ISBN versión electrónica (E-book) 1-59665-592-5

Para obtener más información comuníquese a:

Zion Christian Publishers

Un ministerio de Zion Fellowship, Inc

P.O. Box 70

Waverly, NY 14892

Tel: (607) 565-2801

Llamada sin costo: 1-877-768-7466

Fax: (607) 565-3329

www.zcpublishers.com

www.zionfellowship.org

AFIRMADOS, FORTALECIDOS Y ESTABLECIDOS

Introducción

Las epístolas de Primera y Segunda de Pedro fueron escritas por el propio Pedro en la madurez de su vida, justo antes de ser martirizado en el año 66 d.C. Las dos epístolas están saturadas de las experiencias del apóstol, y reflejan a un Pedro pulido y perfeccionado. Estas dos cartas inspiradas son sus amonestaciones finales a la iglesia más joven de futuras generaciones.

En su juventud, Pedro había sido aventurero, seguro de sí, agresivo, intrépido, precipitado, voluntarioso, impulsivo, franco, contradictorio, irritable, presumido y discutidor. A pesar de sus defectos, Pedro tenía una inmensa avidez de Dios. Ansiaba oír “las palabras de vida eterna”. Dios vio el deseo de su corazón y convirtió a este rudo pescador en uno de los santos más destacados de todos los tiempos. Sin embargo, esta transformación no ocurrió de la noche a la mañana.

Sería imposible apreciar completamente las dos epístolas de Pedro sin antes conocer sus primeros años como seguidor inmaduro de Cristo. En este estudio estamos comparando al Pedro joven y sin refinamiento, con el apóstol Pedro de madurez total, quien llegó a ser un hombre “afirmado, fortalecido y establecido” y una de las principales piedras de fundamento de la Iglesia.

También consideramos algunos defectos del carácter de Pedro que observamos en nosotros mismos, defectos que necesitan un golpe mortal para que participemos de la gloria venidera. El tema de “la gloria” aparece no menos de 16 veces en las epístolas de Pedro, una gloria precedida de mucho sufrimiento.

Por lo tanto, en este emocionante estudio, no sólo estamos asimilando las dos epístolas de Pedro, realmente estamos viendo la vida entera del apóstol, quien, entre todos los personajes del Nuevo Testamento, se destaca como uno de los de más colorida trayectoria.

PROCEDENCIA DE PEDRO

De Galilea

En los días de Jesús, Palestina estaba dividida en tres regiones principales. Galilea estaba al Norte, Samaria al centro, y Judea al Sur. Jerusalén y el templo estaban en Judea (ver mapa). Cuando se iba de Galilea a Judea, era necesario pasar por Samaria y muchas veces los viajeros no eran recibidos con cortesía. Una gran hostilidad imperaba entre samaritanos y judíos debido a sus diferencias religiosas (ref. Lc. 9:51-56, Jn. 4:9).

Características Galileas

Cuando el Señor oró toda una noche para saber a cuáles discípulos debía seleccionar como Sus doce apóstoles, el Padre Celestial le indicó escogerlos a todos de Galilea. Dios no tomó en cuenta a los nacidos y criados en Judea, posiblemente porque estaban demasiado atrincherados en la tradición. Había que dar a luz y proclamar un nuevo mensaje, y el Señor ordenaría para ello solamente a varones flexibles y abiertos al cambio. Él necesitaba odres nuevos, recipientes que tuviesen elasticidad. El historiador Josefo y el Talmud (las Escrituras judías) describen las características de la región de Galilea de la siguiente manera:

Josefo: “Los galileos eran aficionados a la innovación, por naturaleza estaban dispuestos al cambio y a la sedición, a seguir a un líder y a iniciar una insurrección; eran de temperamento vivo y dados a la riña”.

El Talmud: “Los galileos ansiaban más la honra que el dinero. Eran precipitados, impulsivos, emotivos, fácilmente excitables por el atractivo de una aventura, y leales hasta el fin”.

Todos los apóstoles eran galileos, por nacimiento o por residencia (ref. Hch. 1:11, 2:7). Estas características regionales eran muy evidentes en cada uno de ellos, especialmente en Pedro. Era gente excitable, emprendedora, impulsiva, lista para apoyar una causa nueva e insólita, y abierta a un cambio de orden.

Nuestro temperamento y disposición provienen de dos fuentes: 1.) La herencia: los rasgos transmitidos por sangre; y, 2.) La región donde crecimos. Nuestra personalidad es moldeada por el espíritu del lugar donde hemos crecido. Las características galileas se marcaron fuertemente en Pedro y mancharon su testimonio. Estos elementos contaminaron su fe. Por consiguiente, Pedro tuvo que atravesar muchas pruebas específicas para ser purificado de su mentalidad galilea. Esto se manifestó claramente en Jacobo y en Juan, así como en el resto de los discípulos. Por otra parte, poseían gran apertura de espíritu, cualidad necesaria para el siguiente mover de Dios.

Pueblo Natal

Pedro era de Betsaida, un pequeño pueblo de Galilea (Jn. 1:44), como también lo eran su hermano Andrés y Felipe. Betsaida quedaba en la costa norte del mar de Galilea (Mc. 6:45), a pocas millas de Capernaum, ciudad que fue centro de operaciones de Jesús durante Su ministerio en Galilea. Asimismo, Pedro hizo de Capernaum su residencia (Mc. 1:21, 29-31) mientras Cristo ministró en ese lugar. Nazaret, también de Galilea, quedaba aproximadamente a veinte millas al suroeste de Capernaum. Pedro creció en un hogar devoto; evidencia de ello es el hecho de que desde su juventud nunca había comido ninguna cosa común o inmunda (ref. Hch. 10:14). En cuanto a las ceremonias, era meticuloso, y tenía profundas convicciones espirituales. Igualmente, aguardaba la venida del Mesías (Jn. 1:40-41).

LA VIDA DE PEDRO EN LOS CUATRO EVANGELIOS

Dieciocho áreas en la vida de Pedro que necesitaban conversión para que él pudiese fortalecer a sus hermanos (Lc. 22:32)

1.) Pedro era un hombre que decía jamás. (Mt.16:22; 26:31, Jn. 13:8, Hch. 10:13-14).

2.) Pedro se preguntaba cuántas veces debía perdonar para no tener rencor (Mt.18:21, 22).

3.) Pedro preguntaba: “¿Qué me van a dar? ¿Qué, pues, tendré?” (Mt.19:27, Hch.1:6).

4.) Pedro siempre tenía algo que decir, aun cuando no había nada que decir (Mc. 9: 2-5).

5.) Pedro miró sus circunstancias y quedó privado de las palabras de unción (Mt.14:27-31).

6.) Pedro reprendió y corrigió a su maestro, al Señor (Mt. 16:22).

7.) Pedro mismo se puso pruebas innecesarias, por hacer declaraciones atrevidas, imprudentes y precipitadas (Mt. 26:33).

8.) Cuando Cristo dijo que había algo en el corazón de Pedro, él rebatió al Señor (Mc. 14: 29-31).

9.) Pedro aseguró: “Señor, dispuesto estoy”, cuando Cristo dijo: “No lo estás” (Lc. 22:33).

10.) Pedro se metía a causas que no le correspondían: “Dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte” (Lc. 22:33).

11.) La fe de Pedro estaba mezclada con sus propias ideas y suposiciones, y necesitaba ser purificada (Lc. 22:32).

12.) Cuando fallaba, Pedro luchaba con el auto rechazo y necesitaba que lo volvieran a admitir en público (Jn. 21:15-17).

13.) Pedro se durmió en el huerto cuando Jesús más lo necesitaba (Mt. 26:40-41).

14.) Pedro avergonzó e hizo quedar mal a Cristo, cuando en su ira, le cortó la oreja a un hombre  (Jn. 18: 10-11).

15.) Pedro pensaba que era más espiritual y dedicado que sus hermanos. (Mt. 26:33; Jn. 21:15).

16.) Pedro irrumpía en escena, sin pensarlo, una característica de su naturaleza impulsiva. (Jn. 20:3-6).

17.) Pedro era independiente y desenfrenado. De joven, iba a dondequiera. (Jn. 21:18).

18.) Pedro cometía la falta de hacer comparaciones (“¿Quién es el mayor?”, “¿Y qué de éste?”, (Jn. 21:21-22).

LA NECESIDAD DE CONVERSION DE PEDRO

1. El Hombre que decía “jamás”

Pedro era firme en todo lo que creía. Diez años después de la resurrección, se le encomendó en una visión: “Levántate, Pedro, mata y come”, a lo cual respondió: “Señor, no; porque ninguna cosa común e inmunda he comido jamás” (Hch.10:13-14). En la visión, Dios estaba manifestando Su aceptación de los gentiles, considerados “comunes e inmundos” por los judíos. Había todavía en Pedro y en los demás apóstoles, rastros de prejuicio y de tradición (ref. Hch.10:28, 11:2, 3). La raíz de ese “jamás” estaba relacionada con la formación que había recibido, y era un obstáculo para que muchos gentiles se añadieran a la Iglesia. Pedro, acostumbrado a exclamar “jamás”, acabó diciendo “siempre”, y cuando esta área particular de su vida fue transformada, entonces pudo fortalecer a muchos hermanos gentiles.

Si no dejamos que Dios nos transforme la mente, no habrá cambio alguno en nuestras vidas (Ro. 12:2). ¡Cuán seria es realmente esta reflexión! En varias ocasiones más, Pedro insistió en que jamás (bajo ninguna circunstancia) iba a tolerar ciertas cosas. En Juan 13:8 protestó “No me lavarás los pies jamás”. Cristo contestó: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo”. La reacción de Pedro a esto fue “Bueno, entonces dame un baño completo. Lávame todo, manos y cabeza”. Ahora se iba al otro extremo, de no lavarse del todo, a ser lavado por completo. Con Pedro la situación era “todo o nada”. Con frecuencia actuaba y hablaba sin contemplar ni premeditar.

En Mateo 26:33 Pedro se impuso: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”. Fue muy sincero al hacer esta declaración. Él era incondicional para el Señor, pero en sus propias fuerzas. (La fortaleza en sí mismo es un gran tropiezo para muchos cristianos jóvenes, y al final los hace quedar muy humillados). Pedro se dejaba llevar tanto por las emociones, que no atendía en absoluto las advertencias de su Señor Maestro. Jesús había hecho hincapié en que para que se cumpliesen las Escrituras (Zac. 13:7) la presión aumentaría tanto que todos sus apóstoles huirían de Él. Pedro fue firme en oponerse a esta declaración del Señor, y con ello se tendió él mismo la trampa de un terrible fracaso.

En Mateo 16:21-22, después de que Cristo reveló a Sus discípulos que debía padecer mucho y morir, Pedro reprendió al Señor diciendo: “En ninguna manera esto te acontezca. ¡Jamás! Esto jamás será, Señor”. Pedro no quería que su Señor sufriera, pero tampoco entendía que la redención implicaba sacrificio. Quizá, también, esto trastornaba sus aspiraciones de grandeza; a lo mejor sus cálculos eran algo así: “Si mi héroe muere, morirán también todos mis sueños de poder, prestigio, y dominio”. El joven Pedro todavía no había entendido que antes de una corona siempre viene una cruz. Estos asuntos que aturdían a Pedro como creyente inmaduro, se convirtieron después en los temas que más enfatizó en su vida, como lo veremos adelante en sus dos epístolas. Una y otra vez Pedro menciona los padecimientos de Cristo, pero también la gloria que siguió (ver 1 P. 1:11, 1:21. 4:13-14, 5:1, 5:10).

Mateo 16:23 - “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro, ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”. Entonces Cristo procedió (en los versículos 24-26) a decirles que el camino a la vida es a través de negarse a uno mismo. Pero fue porque Pedro era una persona que en el fondo buscaba lo suyo (interesado en las cosas de los hombres), que dio cabida a Satanás en él, al grado de proponer a Cristo que desistiese de ir a la cruz.

2. ¿Cuántas veces debo perdonar antes de tener resentimiento?

En Mateo 18:21-22 “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: ‘No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete’”. Setenta veces siete es otra forma de decir: no te molestes en contar. El perdón nos beneficia tanto a nosotros como a nuestros ofensores. Cuando somos incapaces de perdonar, el corazón se nos infecta de maldad y de amargura (He. 12:15).

Con el acto de perdonar estamos desatando a los demás de las faltas que han cometido contra nosotros. Cuando no los perdonamos, los mantenemos presos en el pensamiento, y al igual que un carcelero permanece en la cárcel, así permanecemos también encarcelados con ellos, preocupándonos por lo que nos deben. Bajo el Nuevo Pacto, Cristo ha hecho posible que el creyente perdone y desate a los demás. El Maestro enseñó a Sus discípulos a orar a diario: “Perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12). “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6:14-15).

En el relato de la mujer que vino a Jesús con un frasco de alabastro (Lc. 7:36-50), el Señor hizo esta interesante declaración: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lc. 7:47). Nuestro amor a Dios depende de que entendamos cuánto nos ha sido perdonado. Por eso, entre más luz tenemos, más conscientes estamos de haber sido librados de múltiples ofensas, y en consecuencia, le amamos más a Él. Esto nos obliga a liberar a los demás de las cuentas que tienen pendientes con nosotros. A la persona legalista o con aires de superioridad moral, le parece que ha ofendido muy poco y que sólo le deben perdonar poco. Por eso ama poco.

Los fracasos y defectos que Pedro tuvo en su vida le ocasionaron mucho quebrantamiento de espíritu y lo volvieron misericordioso para con los demás. Pedro llegó a comprender cuánto le había sido perdonado. Llegó un momento en que él mismo no podía ni perdonarse ni aceptarse. Tal vez pensaba que había cometido el pecado imperdonable o que había perdido para siempre el favor de Dios. Pedro había negado al Señor maldiciendo y jurando. Sin embargo, Cristo no lo había rechazado; había sido él mismo quien se había rechazado. La aceptación y el perdón del Señor lo rescataron de la autodestrucción. El Salmo 130:4 declara: “Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado”. La gente se desenfrena cuando piensa que no hay esperanza de perdón. El perdón hace posible que los hombres y mujeres recuperen el respeto a sí mismos y, a la vez, el respeto a Dios. Por lo tanto, demostremos a los demás que los aceptamos, perdonándolos “setenta veces siete”.

3. ¿Qué obtengo yo de esto?

“Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mt. 19:27). Esta es otra manera de preguntar: “¿Y nosotros qué vamos a conseguir con esta propuesta?”. La pregunta hecha por Pedro no es necesariamente egoísta. Cuando dejamos todo atrás para seguir a Jesús, necesitamos saber cuál es el propósito y el premio que se obtienen de tan rotundo sacrificio. Cristo no reprendió a Pedro por preguntar. Le contestó en los versículos 28-29: “De cierto os digo que en la regeneración [ref. la resurrección] cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de Su gloria, vosotros [refiriéndose a los doce apóstoles] que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos o hermanas, o padre, o madre, o mujer, hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”.

Hasta este momento, Pedro y sus compañeros apóstoles tenían sólo una escasa comprensión de su llamado eterno. Sólo pensaban en un reino terrenal y en la demostración exterior del poder. Hasta el mismo día de la crucifixión (y aun en la Última Cena), prevalecía entre ellos una gran ambición y competencia, disputando sobre quién sería el mayor (Lc. 22:24). Y fue Pedro, en especial, quien quiso saber, “¿Qué, pues, tendremos?” ¿Qué es lo que voy a conseguir yo para mí? Con sólo tres años y medio de caminar con Cristo, no era posible que estos jóvenes varones entendiesen la clase de motivaciones que guardaban en lo profundo del corazón. Por lo general pasan muchos años antes de que descubramos quiénes somos en realidad (Is. 6:5).

Con el paso del tiempo, Pedro aprendió que el verdadero propósito de la vida no es tener un gran ministerio o una apariencia de éxito. Su Salvador no vivió para el éxito externo, sino que estuvo dispuesto a parecer un fracasado, consumando Su ministerio sobre una cruel cruz. El verdadero propósito de la vida es recibir, “una corona incorruptible de gloria, cuando aparezca el Príncipe de los Pastores” (1 P. 5:4). Esta corona solamente les es dada a los fieles. Se coloca sobre la cabeza de la persona cuya mente está vestida de humildad. El verdadero propósito de la vida es agradar a Aquel que nos ha llamado, y completar la obra que nos ha confiado. Nuestro objetivo final es ser completamente suyos, amar cada parte de Él y estar totalmente desposados con Él. No debemos jamás servir a Cristo motivados únicamente por las cosas que nos dará. Debemos ofrecernos del todo a Él por el gran amor que le tenemos y porque merece lo mejor de nuestras vidas. Por supuesto, hay una corona qué ganar o perder (Ap. 3:11), pero la corona en sí no es el asunto más importante. Al perder la corona estaremos perdiendo el favor del Rey que nos corona. Al recibir la corona estaremos recibiendo la sonrisa del Rey, y Sus palabras: “Bien hecho, siervo bueno y fiel”.

4. El hombre que siempre tenía que decir algo

Marcos 9:4-6 - “Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús. Entonces Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para Ti otra para Moisés, y otra para Elías. Porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados”. Pedro siempre se las arreglaba para tener algo que decir, aun cuando no había nada que decir. Como creyente joven, su boca desenfrenada le puso lazo en numerosas ocasiones. Es con la lengua que cometemos la mayor parte de los pecados. Proverbios 10:19 declara: “En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente”. La habilidad de controlar la lengua es señal de perfección cristiana y de sabiduría (Stg. 3:2-12). Al tener una edad más avanzada, Pedro añadió templanza (o dominio propio) a su conocimiento (2 P. 1:6). El dominio propio tiene que ver con refrenar tanto la lengua como las emociones. A veces la cosa más sabia que podemos demostrar es el silencio. Pedro tuvo que aprender a ser un cordero inofensivo, como su Señor (Is. 53:7; 1 P. 1:19, 2:21-23).

5. Pedro fue privado de las “palabras” ungidas de Dios

En el relato de Mateo 14:27-31, vemos que las palabras ungidas que recibimos de parte del Señor nos pueden ser robadas si apartamos la vista del Señor y nos concentramos en las circunstancias adversas. Cuando Jesús le invitó a “venir”, Pedro recibió una palabra vivificante de parte del Señor y salió de la barca por esa palabra, siendo ella su apoyo. Pero cuando apartó la vista del Señor y contempló el mar embravecido y el viento bullicioso, al instante comenzó a hundirse. ¡Qué común es esto entre los santos de Dios! Dios le da promesas a Su pueblo, pero cuando las tormentas de la vida llegan y nos ponen a prueba, es frecuente que nuestro corazón desmaye. A los israelitas que salieron de Egipto se les recordaba una y otra vez, que había una tierra prometida esperándoles. Ellos, en su mayoría, no recibieron las promesas porque las dificultades del trayecto a Canaán les endurecieron el corazón. Por eso, todo nuestro ser debe permanecer concentrado en Aquel que dio la promesa; de lo contrario, la perderemos (ver He. 2:1, Jn. 8:31-32).

6. Reconvino y corrigió a su maestro y pastor

Mateo 26:22: “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca”. ¡Cuán imprudente es el alumno que reprende y corrige a su maestro! En este caso, la falta de tacto era mayor, porque el maestro era el Señor. ¡Qué crudeza la de Pedro! Pedro era como un áspero pedazo de madera que necesitaba ser cepillado, torneado, lijado, pulido, y barnizado. Sin duda, ninguno de nosotros ha cometido la falta de corregir y reprender a su maestro o pastor. ¿O sí?

Es interesante ver en Mateo 16:16-17 que fue a Pedro a quien el Padre dio la revelación de que Jesús era verdaderamente el Mesías esperado. Sin embargo, en 16:22-23, Pedro rápidamente se volvió un canal para el enemigo. En un momento oía la voz de Dios, y al siguiente era portavoz del enemigo. Así, vemos la mezcla de intereses en el corazón de Pedro y su necesidad de conversión. Estas cosas han sido escritas para nuestro bien (1 Cor. 10:6, 11).

“Pero [Cristo] volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”. He aquí en la vida de Pedro, una muestra de la paja dentro del trigo, la cual necesitaba ser pasada por el cedazo (Lc. 22:31). Una parte del corazón de Pedro amaba mucho al Señor, pero la otra se deleitaba en las cosas de la carne, lo cual era una invitación a Satanás para actuar a través de su vida contra los propósitos de Dios. Recordemos que a Satanás le atrae todo aspecto de nuestras vidas que sea compatible con su naturaleza.

7. Pedro mismo se puso pruebas innecesarias, por hacer declaraciones atrevidas, imprudentes y precipitadas.

Mateo 26:33: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”. Aquí vemos el problema de esfuerzo propio de Pedro. Él “confiaba en la carne” como nos dice Filipenses 3:3-4, y se estaba “gloriando en la carne” (Gá. 6:13). Confiar en la carne y gloriarse en la carne son expresiones que se usan para referirse a personas que confían en su propia fuerza, orgullosas de la habilidad que tienen para resolver un asunto sin contar con la gracia de Dios. Pedro no se daba cuenta de que, en esta etapa de su desarrollo cristiano, estaba jactándose de su capacidad para soportar presiones. El adversario oyó sus atrevidos comentarios y lo sometió a prueba, poniendo temor en su corazón e induciéndolo a negar a Cristo.

Lamentablemente, a Satanás se le permite ponernos a prueba en aquello que declaramos con osadía. Este es otro ejemplo de la paja en la vida de Pedro que Satanás estaba pasando por el cedazo. Esta prueba fue creada por el propio Pedro. Él pudo haber evitado esta tentación con sólo escuchar la voz de alerta de su Señor Maestro. También nosotros nos podríamos evitar tribulaciones y pruebas innecesarias, si tan sólo aprendiéramos a refrenar la lengua, y a escuchar más a nuestros maestros piadosos y a la tranquila y suave voz del Espíritu.

8. Pedro le rebatió a Cristo que hubiera algo en su corazón

Marcos 14:29-31: “Entonces Pedro le dijo: Aunque todos se escandalicen, yo no. Y le dijo Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Mas él con mayor insistencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo”. En estos pasajes vemos que Pedro está literalmente argumentando con Cristo. No acepta lo que el Señor le ha dicho acerca de problemas que residen en su corazón. Pedro está diciendo: “Yo no soy así, Señor. Yo jamás haría eso. Estás en un error, tú no me comprendes. Tú no conoces mi verdadero carácter”. Reaccionar y estar en desacuerdo con su Maestro, el Señor mismo, era una actitud muy característica del corazón del joven Pedro.

La verdad es que no sabemos qué es lo que hay dentro de nuestros corazones, ni la reacción que tendríamos bajo la presión de ciertas situaciones. Con toda humildad debemos orar: “No nos dejes caer en tentación, más líbranos de todo mal”.

9. “Estoy dispuesto”

“El [Pedro] le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte”. La respuesta de Cristo a Pedro fue: “No, no lo estás”. En primer lugar, no era la voluntad de Dios que Pedro, en ese momento de su vida, fuese a la cárcel y a la muerte. Por lo tanto, la gracia para que Pedro intentara algo así, no estaba disponible. Dios no nos concede gracia (capacitación divina) para llevar a cabo nuestras propias causas. Solamente nos da gracia para ejecutar Su plan. Muchos cristianos entusiastas creen que están listos para el llamado de Dios, pero no tienen ni idea de las faltas específicas que tienen en sus propias vidas. Moisés trató sin ningún éxito de empezar su propio ministerio; no estaba sincronizado con los tiempos de Dios. Se le había adelantado a Dios por varios años y todavía necesitaba mucha preparación (Hch. 7:22-30).