Victoria sobre la vida egocéntrica - Dr. Paul G. Caram - E-Book

Victoria sobre la vida egocéntrica E-Book

Dr. Paul G. Caram

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Beschreibung

Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. Desde la caída del hombre de su lugar en el Jardín del Edén, el enemigo más grande de la humanidad ha sido su naturaleza corrupta dentro de su propio corazón. En su estudio para obtener victoria sobre una vida egocéntrica, el Dr. Caram nos muestra que el plan supremo de Dios es darnos un corazón nuevo, libre de toda atadura de una vida egocéntrica. Al tener la mente de Cristo, a través de la humildad y la mansedumbre, podemos entrar en la libertad gloriosa que se promete a los hijos e hijas de Dios.

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VICTORIA

SOBRE LA VIDA EGOCENTRICA

Encontrar la liberación de las ataduras del yo.

Enriquecer nuestra relación con Dios y con los demás.

Entrar en nuestra herencia y dar fruto divino.

Titulo original: “Victory Over the Self-Centered Life”

 © 1988 Paul G. Caram

Versión 2.3 en inglés

Título en español: “Victoria sobre la vida egocéntrica”

© 1999 por Paul G. Caram

Versión 2.1 en español 

Edición revisada, 2022

  Luisa Baldwin y Marlene Zacapa

Todos los derechos reservados.

Publicado por Zion Christian Publishers.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en

manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico o mecánico, sin permiso por escrito del editor, excepto en el caso de citas breves en artículos o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, las citas son tomadas de la Santa Biblia,

versión Reina-Valera © 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas Unidas.

Publicado en formato e-book en 2022

En los Estados Unidos de América.

ISBN versión electrónica (E-book) 1-59665-871-1

Para obtener más información comuníquese a:

Zion Christian Publishers

Un ministerio de Zion Fellowship, Inc

P.O. Box 70

Waverly, NY 14892

Tel: (607) 565-2801

Llamada sin costo: 1-877-768-7466

Fax: (607) 565-3329

www.zcpublishers.com

www.zionfellowship.org

DEDICATORIA

Con profunda gratitud y amorosa estima, esta Serie de Madurez Cristiana está dedicada al honorable:

Brian J. Bailey

Presidente de la

Confraternidad Internacional Sión

Un padre espiritual para mí desde la juventud y un capacitado maestro de los sagrados misterios del reino de los cielos. Su vida ejemplar y ministerio han inspirado mi amor por Cristo y por Su verdad. Siempre ha sido para mí, y para todos los que lo conocemos, el caballero cristiano ideal, caritativo e irreprensible. Y, sobre todo, un hombre aprobado por Dios, ¡Alguien a quien Dios mostró Su rostro!

RECONOCIMIENTOS

Deseo expresar mi agradecimiento especial a las siguientes personas:

• A Marta de Rodríguez, quien sacrificó sus vacaciones para mejorar la gramática y la expresión global de esta obra.

• A Marlene Zacapa y Luisa Baldwin, por su pericia en la revisión final de este libro.

• A Rigoberto Castro, por su valiosa capacidad de edición y lectura de corrección.

• A Claudia, Rebeca y Raquel Molina, por su valiosa ayuda editorial.

• A todos los miembros de mi iglesia, quienes me han respaldado fielmente con sus oraciones, actitudes de aliento y me han concedido la libertad de dedicar mi tiempo a la composición de estos cursos.

• A mi esposa Betsy, por su respaldo, aliento, pericia en la impresión del texto y alto grado de excelencia.

• Al Señor Jesucristo, Hijo de nuestro Padre Celestial, Quién me hizo entender las verdades presentadas en este libro; verdades que han transformado mi vida.

PREFACIO

Callejones sin salida, rutinas, hábitos arraigados, ideas fijas, vicios, complejos, conflictos y tormentos; todas estas son prisiones de la vida egocéntrica de las que el hombre no puede o no sabe cómo liberarse.

Este libro no fue escrito para inconversos, sino para cristianos nacidos de nuevo que están luchando contra estas mismas cosas. Si bien es cierto que el creyente lucha contra un sistema mundial impío y contra Satanás, éstos no son sus mayores enemigos. Debemos admitir que nuestro mayor problema no es Satanás, ni sus demonios o ángeles caídos; tampoco los principados y potestades, ni el mundo con sus atractivos y grandes presiones.

¡No! Nuestra gran batalla y problema reside en nosotros mismos, precisamente en el centro de nuestro ser. Porque es desde el interior que le abrimos o cerramos la puerta a Dios, o a Satanás y el mundo. ¡Sí! El mayor enemigo que enfrentamos está dentro de nosotros mismos, en nuestros corazones.

Jesús enseñó sobre los asuntos más críticos de la vida, y el tema que más enfatizó fue el del corazón. ¿Por qué? Porque el corazón es, sin lugar a duda, el punto crucial de todo asunto (Pr. 4:23). Un corazón nuevo ha sido siempre la mayor necesidad de todo ser humano.

Sin embargo, Dios no ha dejado a Su pueblo sin esperanza, porque ha provisto un medio para que cada uno de nosotros pueda tener un corazón y un espíritu nuevos. Esto no sucede con un toque instantáneo, como por arte de magia, sino que este nuevo corazón surge paulatinamente, paso a paso, al permanecer nosotros dentro del plan que Dios tiene para nuestras vidas. El tema de este libro es cómo tener ese nuevo corazón y ser liberados de las prisiones de la vida egocéntrica.

Como dijo un escritor, ninguno de los métodos más avanzados de la ciencia y del análisis humano actual, puede soltar al hombre de sus ataduras reales; y eso es porque ignoran la fuente del problema humano. El problema está en el corazón, en un EGO innato y voraz. El egocentrismo, como verá usted a través de este manual, está en el fondo de las muchas prisiones que el hombre crea para sí. No, ¡Satanás no es nuestro mayor enemigo! Los mayores enemigos que enfrentamos son los aspectos egocéntricos, no redimidos, no sometidos y ocultos de nuestras vidas.

Desde hace algún tiempo, es mi convicción que la Iglesia, y no el mundo, es la que debe tener las respuestas a los males de la humanidad, pues los problemas reales del hombre son espirituales. Esperamos de todo corazón, y es nuestra oración, que este manual sea parte de la respuesta.

Dr. Paul G. Caram

INTRODUCCIÓN

VICTORIA SOBRE LA VIDA EGOCÉNTRICA es el segundo libro de una serie de libros cuyo enfoque es el tema del crecimiento cristiano. La meta de este curso es lograr que nuestra mente y nuestro corazón estén libres de todo conflicto, y que encontremos respuestas duraderas a los males que nos están privando de gozo y de paz. Este es también el profundo deseo y objetivo de nuestro Señor Jesucristo, cuya verdad nos ha sido presentada para hacernos libres, porque Él ha comprado vida para nosotros; y vida en abundancia (Jn. 10:10). Desde el inicio de la raza adámica, el hombre se ha hundido en abismos mentales, emocionales y espirituales, y desconoce la forma de como librarse de ellos. El hombre se ha encerrado en prisiones de la vida egocéntrica, tales como: rutinas, hábitos, vicios, ataduras, y pasiones desordenadas, de las cuales no puede o no sabe cómo escapar.

Hasta los cristianos nacidos de nuevo y llenos del Espíritu Santo luchan con estas cosas. Y aunque es verdad que el creyente tiene que bregar con el sistema mundial y con el diablo, éstos no son sus mayores enemigos. Debemos reconocer que nuestro problema más grave no es Satanás. El problema reside en nosotros mismos, precisamente en el centro de nuestro ser. Es desde adentro que le abrimos o le cerramos la puerta a Dios, o a Satanás y el mundo. Sí, ¡Nuestro mayor problema reside en nuestro ser, en nuestro corazón! (Mr. 7:20-23; Mt. 15:19-20).

Dios no nos ha dejado sin esperanza. Él ha provisto la forma de que tengamos un corazón y un espíritu nuevos a través de un nuevo pacto. Sin embargo, esto no sucede de inmediato como por arte de magia, sino paulatinamente, a medida que obedecemos a Dios. Jesús enseñó acerca de los asuntos más cruciales de la vida humana, y enfatizó el tema del corazón más que cualquier otro, porque ciertamente el corazón es el punto de partida de todo asunto (Pr. 4:23). La necesidad de un nuevo corazón es, y siempre ha sido, la mayor necesidad del ser humano (Mr. 3:5; 6:52; 8:17; 10:5; 16:14).

¡SATANÁS NO ES NUESTRO MAYOR PROBLEMA!

¡Las áreas no redimidas, no sometidas y no iluminadas de la vida egocéntrica son los mayores obstáculos que el hombre enfrenta!

● Tenemos una naturaleza pecadora. Incluso después de que Satanás y todos sus espíritus malignos sean encerrados y eliminados, el hombre seguirá teniendo una naturaleza egoísta, obstinada y rebelde con la cual batallar. Vemos esto en Zacarías 14:16-21. Satanás será atado por mil años como lo muestra Apocalipsis 20, pero todavía la naturaleza humana se resistirá y rebelará contra Dios. Es por eso por lo que no podemos culpar a Satanás de todo. Si Satanás fuera quitado de escena hoy, todos nuestros problemas no desaparecerían inmediatamente, porque hay una naturaleza resistente y voluntariosa que reside en lo profundo del hombre. Satanás logra entrar en donde encuentra una debilidad, o en donde hay una puerta abierta que lo acoge. Por lo tanto, el mayor problema no es Satanás sino nuestro corazón. Las áreas no redimidas, no rendidas y oscuras de la vida egocéntrica invitan a Satanás a entrar. Por eso Pablo nos exhorta “no deis lugar al diablo” (Ef. 4:27).

● Un corazón puro es la clave para mantener fuera a Satanás. Jesús dijo: “...viene el príncipe de este mundo; y él nada tiene en mí” (Jn. 14:30). Como hombre, Jesús no tenía áreas de su vida sin someter, que le permitieran la entrada a Satanás. Todas las puertas estaban cerradas; toda hendidura estaba sellada. Su mente, Sus sentidos, Sus meditaciones, Sus motivaciones, Su voluntad y Sus afectos, todos estaban consagrados a Dios. Satanás no pudo encontrar ni un solo lugar por donde introducir el pie en la puerta. Si alguna cosa que atrae a Satanás existe en nuestras vidas, el utilizará esa oportunidad. Satanás no teme a predicadores, ni a profetas, ni a hacedores de maravillas, pues él mismo animó a Jesús a hacer milagros (Mt. 4:3). Pero le teme en gran manera a los hombres y mujeres que se empeñan en hacer la voluntad de Dios, porque serán los que lo destruyan y tomen su lugar.

● La hipocresía le abre la puerta a Satanás. Pedro le preguntó a Ananías: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón?” (Hch. 5:3). Esta es una pregunta que escudriña nuestro corazón: “¿Por qué entró el diablo en usted?”. Ananías había pretendido mostrarse más generoso de lo que realmente era, pues buscaba el aplauso de los hombres. Satanás logra establecer fortalezas en los corazones engañosos. Satanás es engañoso y encuentra morada en aquellos de naturaleza semejante a la suya. Antes de poderle preguntar a Ananías por qué había entrado el diablo en él, Pedro tuvo que enfrentar en su propia vida la misma pregunta. Hacía sólo unos pocos años, Cristo le había dicho a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt. 16:23). Satanás había obrado a través de Pedro porque su corazón albergaba intereses egoístas.

● El peligro de aferrarse al pecado. Hace pocos años, los ancianos de una iglesia estaban orando por una mujer que necesitaba con urgencia una liberación. Había estado relacionada con el ocultismo en el pasado y continuaba dándole cabida a otros espíritus, haciéndose necesario expulsar de ella aproximadamente a sesenta demonios. Los ministros oraron con fervor y pudieron echar fuera a todos los espíritus, menos a uno. Este demonio gritó desde la mujer y dijo: “¡Yo quiero salir, pero ella no me deja!”. La mujer deseaba retenerlo para continuar con viejos hábitos, y recibir todavía ese tipo de dirección espiritual. Dios le dio la alternativa, diciéndole: “Mi poder está aquí para liberarte si así lo deseas!”. Lamentablemente, la mujer escogió aferrarse a sus costumbres psíquicas, y muchos espíritus más retornaron apresuradamente a ella (Mt. 12:43-45). Podemos ver que en realidad Satanás no es el problema, ¡sino el corazón! A ella le encantaba lo que practicaba y Satanás tenía una posición establecida en su vida, porque ella lo acogía. Satanás prospera en la gente cuya naturaleza es afín a la suya. Recuerde, el poder del pecado reside en nuestro amor por el mismo.

● Las declaraciones atrevidas, precipitadas y confiadas, invitan a Satanás a entrar.“Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo” (Lc. 22:31-34). Satanás vio cierta paja en la vida de Pedro, y lo puso a prueba en algunas de sus desafiantes aseveraciones. Declarar algo con imprudencia y osadía, es como agitarle una bandera roja a un toro; Satanás vendrá en embestida. Pedro afirmó que jamás abandonaría al Señor, aun si los demás lo hicieran (Mr. 14:29-31). Pedro, por sus declaraciones impetuosas, se expuso a una prueba innecesaria. (Dios le permite a Satanás probarnos en las aseveraciones que hacemos, especialmente cuando no son ciertas). Podemos evitar pruebas innecesarias y mantener más alejado a Satanás si andamos con sabiduría y humildad.

● El amor a un mal hábito. El poder de un hábito radica por lo general en el amor que le tenemos. El hombre no logra una liberación permanente hasta que cambia sus deseos, porque ¡Las ataduras siempre regresan cuando son alimentadas! En realidad, todo lo que hacemos por costumbre, nos causa adicción. Muchos cristianos genuinos anhelan ser liberados de sus malos hábitos, pero todavía existe una parte de su ser que ama lo que están haciendo. Por lo tanto, Dios debe tratar con la voluntad y los deseos. Si se Lo pedimos, Dios puede obrar en nuestros corazones para que deseemos y hagamos Su voluntad (Fil. 2:13). Deje que Dios trate con el amor a su hábito, entréguele su corazón y permítale cambiar sus deseos (Pr. 23:26). Muchos de los que anhelan caminar en la senda de la santidad, concluyen diciendo: “Es muy difícil e inalcanzable para mí”. Quizá andar en ese camino no sea fácil, pero es posible, por gracia.

● La falta de perdón. La renuncia a perdonar le abre la puerta a Satanás. Satanás, un amargado y resentido, tiene comunión con aquellos de su misma naturaleza. Muchas veces las personas no se sienten perdonadas por Dios porque no han perdonado a otros (Mr. 11:26). Cuando un hombre no perdona a otro, se ata a aquel con el cual está resentido y sus pensamientos están diariamente controlados por la persona a la que no ha perdonado. La falta de perdón entrega al hombre a los verdugos (Mt. 18:21-35). La depresión y la tensión resultan de mantenernos resentidos. Pablo nos dice que, si no perdonamos, Satanás ganará ventaja sobre nosotros (2 Co. 2:10-11). ¡El perdón no siempre es un sentimiento! Es un acto de la voluntad con ayuda de la gracia divina.

● La terquedad.“Y no se apartaban de sus obras, ni de su obstinado camino” (Jue. 2:19). No podemos culpar a Satanás por todo. Ser terco y voluntarioso es el verdadero problema que tiene el hombre. No es Satanás. ¿Sabía usted que la mayor dificultad que enfrenta un misionero cuando sale a las misiones es llevarse bien con los otros misioneros? Éste es un problema del corazón no causado por Satanás. Pablo y Bernabé se separaron a raíz de un desacuerdo muy acalorado, y ninguno de los dos estuvo dispuesto a ceder (Hch. 15:36-41). Bernabé endureció su corazón, escogió otro camino, y desapareció totalmente de la narración del libro de los Hechos. A partir de ese momento es poco lo que oímos de él. Bernabé pudo haberse mantenido a la cabeza en el resto del libro de los Hechos, pero al permitir que su corazón se ofendiera, escogió otro plan. Muchos cristianos por haberse resentido escogen otra dirección para sus vidas, y con ello renuncian a una parte de su corona, por haberse salido de la ruta que Dios les había escogido (Ap. 3:11).

● Las inseguridades. Las inseguridades, unidas a otras áreas de flaqueza, hacen al hombre vulnerable a la opresión del diablo. Lea Números 5:12-15. En el versículo catorce, un espíritu de celos cayó sobre cierto varón porque pensó que su esposa le había sido infiel, lo cual no era cierto. Sus imaginaciones, así como la sospecha y la inseguridad, fueron las aberturas por donde entró la opresión diabólica y operó por medio de él. En este caso, no se trata de reprender el espíritu de celos, sino de edificar la vida interior del hombre con la palabra de Dios, el poder del Espíritu Santo, una mente renovada y la gracia de Dios.

● La falta de disciplina. Obrar en forma indisciplinada expone al creyente a los ataques del enemigo (Pr. 16:32; 25:28). Cuando las personas llevan una vida floja y sin disciplina, los muros protectores se derrumban, haciéndolas vulnerables al ataque de espíritus malignos. Darle cabida a las drogas, alcohol e inmoralidad, son ejemplos de no gobernar en absoluto nuestro espíritu. Todas estas cosas hacen que se desmoronen los muros que Dios ha levantado a nuestro alrededor, y permiten que malos espíritus ganen acceso y dominio. Asimismo, la desobediencia y la pereza derriban estos muros de protección, permitiendo que los hombres sean mordidos por la Serpiente (Ec. 10:8). Tome asiento por un rato, y haga una lista de las cosas que podrían estar echando abajo el muro protector que Dios ha puesto a su alrededor.

● Las imaginaciones. Las imaginaciones también permiten que el enemigo nos ataque (2 Co. 10:3-5; Gn. 37:28-35). Jacob pensó, o imaginó, que su hijo José estaba muerto. Pero ¡José no estaba muerto! Ya se trate de una idea basada en la realidad o en la suposición, podemos sufrir mucho con la mente. Por veintidós años, los pensamientos le produjeron a Jacob un espíritu angustiado. Jacob pasó muchos años de duelo y depresión debido a las imaginaciones que su mente concebía. Dios desea librarnos de nuestras mentes naturales.

● El amor al mundo. Pablo dijo: “Demas me ha desamparado, amando este mundo” (2 Ti. 4:10). No podemos culpar a Satanás por la caída de Demas. Él tuvo una enseñanza inmejorable, vio milagros asombrosos, experimentó el poder de Dios, tuvo una magnífica comunión cristiana, y le fue dado un excelente ejemplo (Pablo). Demas amaba este mundo y el problema estaba en su corazón, no en Satanás ni en la falta de comunión cristiana. Tampoco en los pretextos que la gente acostumbra a dar para justificar su caída.

● Las motivaciones perversas (Hch. 20:29-31). Pablo había predicado en Éfeso durante tres años advirtiéndoles diariamente que estuvieran arraigados, afirmados y establecidos en Dios y en su palabra; porque llegaría un día en que él ya no estaría con ellos. Iban a tener que seguir firmes por sí mismos bajo un liderazgo joven, y serían probados. Cada iglesia y cada individuo en particular, será probado en algún momento. Pablo predicó más de mil veces allí, pero a pesar de sus exhortaciones y ruegos, varios miembros de la congregación eran movidos por otros intereses. Algunos querían atraer discípulos hacia sí mismos. Podemos darnos cuenta de que Satanás no es el problema, sino las áreas no redimidas y no rendidas de la vida egocéntrica.

● Renunciar a admitir nuestras faltas. Un día, un pastor le preguntó a un hombre en un sanatorio para enfermos mentales: “¿Que preferiría usted, que le dieran la razón, o que lo sacaran de aquí?”. Su respuesta inmediata fue: “¡Que me dieran la razón!”. Dicho sea de paso, por esa misma actitud fue llevado a ese lugar (2 Ti. 2:25,26). Estoy convencido de que muchas veces la única manera de recuperarnos del lazo del diablo, es admitir la verdad acerca de nosotros mismos, y no justificar nuestro comportamiento o defender nuestra posición. A menudo, el único camino para obtener liberación es confesar: “¡Tengo un problema! ¡Esto es lo que soy!”. Por negarse a aceptar su propia verdad, hay cristianos que nunca quedan libres de sus ataduras, y Satanás continúa teniendo dominio sobre esas áreas de sus vidas. Job quedó libre de su prueba sólo después de reconocer y admitir su falta.

Salomón fue un gran predicador que se apartó de Dios en momentos de gran éxito (1 R. 11). El Señor, siéndole fiel, levantó un problema (un enemigo) para tratar de llamar su atención y volverlo al buen camino. Salomón no entendió el mensaje, así que Dios le envió un problema tras otro (1 R. 11:13, 23). Entonces Salomón hizo lo que hace la mayoría de los predicadores que han caído: pelear contra el enemigo en lugar de volverse a Dios. Muchos cristianos y predicadores que han caído no pueden discernir si es Dios o Satanás el que les envía el problema. Cuando hay pecado en nuestras vidas, ¡sabemos Quién envió el problema! Muchos ministros que se han descarriado, en vez de reconocer que Dios se está ocupando de ellos y que intenta darles un giro, dicen que el diablo está empeñado en destruirlos a ellos y a su ministerio, y le piden a la gente más dinero para luchar contra el diablo (Is. 9:9-13). Por consiguiente, ¡El problema no es Satanás! Dios solamente lo usa para probarnos, disciplinarnos, y para que sea el factor de oposición que nos haga progresar. El verdadero problema es nuestro corazón, Satanás está aquí únicamente para probarnos (Ap. 2:10; 20:10). Cuando Dios haya terminado de usar al diablo para probarnos, lo destruirá.

Las motivaciones incorrectas, la rebeldía, la autoconmiseración, la ingratitud, la dureza de corazón, renunciar a perdonar, leer material indebido, escuchar música indebida, ver pornografía en línea, estar en lugares indebidos y con mala compañía …todas estas cosas son las verdaderas razones por las cuales Satanás se introduce en el corazón humano. Quizá lo que necesitamos es más arrepentimiento y menos reprensión al diablo por cualquier causa. Hay ocasiones en que lo más apropiado es encender la luz, y no reprender las tinieblas.

LA NECESIDAD DE UN NUEVO CORAZÓN

La rebelión y un corazón duro fueron los mayores problemas de Israel, y también son los nuestros (Neh. 9:26-30). La necesidad más grande de la humanidad siempre ha sido tener corazón y espíritu nuevos. Por eso, Dios proveyó un nuevo pacto mediante el cual un nuevo corazón fuese posible y accesible a toda persona dispuesta a someter su vida a esa operación (Jer. 31:31-33; Ez. 11:19-20; 36:25-27). Sin embargo, el no permanecer en la senda de Dios, frustra esta obra.

¿Qué queremos decir por “corazón”? Cuando las Escrituras hablan del corazón, no se refieren a ese órgano del cuerpo que bombea sangre. Cuando la Palabra de Dios habla del corazón, se refiere al centro mismo de nuestro espíritu, al meollo de nuestro ser, en el cual reposan nuestras más profundas motivaciones y afectos, y también nuestros verdaderos problemas. El corazón es realmente mucho más profundo que la mente (aunque en la mente tenemos también muchos problemas). La mente es el instrumento de análisis y de lógica. Pero el corazón dicta a la mente en que meditar. El corazón es el asiento de nuestros afectos, motivaciones, y objetos de adoración. La mente es estimulada por el corazón. (Vea el diagrama página 53).

Jesús predicó sobre el corazón, más que sobre cualquier otro tema. El corazón alberga todos nuestros verdaderos problemas (Mt. 15:18-20; Mr. 7:21-23). Jesús dijo: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez”. Por lo tanto, nuestra mayor necesidad es tener un corazón tierno, dócil y transformado. Se nos advierte que “guardemos (protejamos) nuestros corazones con toda diligencia, ya que del corazón mana la vida” (Pr. 4:23). Todos los actos, elecciones y decisiones de nuestras vidas, surgen de lo más profundo de nuestro corazón. Incluso un creyente lleno del Espíritu Santo y con una vida crucificada, debe guardar su corazón continua y cuidadosamente contra el orgullo y los excesos (2 Co. 12:7).

DESCONOCEMOS LO QUE HAY EN NUESTROS CORAZONES

● Nosotros no nos conocemos, ni sabemos qué es exactamente lo que necesitamos (2 Cr. 32:31). Dios permite que a nuestras vidas lleguen situaciones y personas que nos muestran lo que tenemos dentro del corazón (1 Cr. 28:9).

● Dios lleva a Su pueblo por el desierto para mostrarle lo que hay en su interior (Dt. 8:2). El propósito de los tiempos áridos y difíciles es ayudarnos a ver lo que yace dentro de nosotros mismos. En realidad, no conocemos nuestros corazones; eso nos lo tiene que mostrar Dios.

● El salmista oraba para que Dios le mostrara quién él era. “Líbrame de los errores que me son ocultos” (Sal. 19:12). “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos” (Sal. 139:23-24).

● Pablo dijo que quería conocerse a sí mismo como Dios le conocía (1 Co. 13:12). Él también confesó que desconocía lo que había en su corazón, pero que Dios sí lo sabía (1 Co. 4:3-5, Lc. 9:55).

 ● Jeremías dijo que el corazón es engañoso y desesperadamente perverso, nadie puede conocerlo. Dios tiene que mostrarnos lo que Él ve. Es orgullo pensar que nosotros, con nuestra propia intuición, instinto o inteligencia, podemos discernir lo que hay en nuestros corazones y en los corazones de otros. El Señor es el único que sabe, y es Él quien nos debe enseñar (Pr. 21:2; Jer. 17:9-10).

● Job no podía ver el problema que tenía en el corazón. Después de convencerse de su necesidad, la confesó, y fue liberado de su prueba. Después de conocer a Dios, lo más importante que debemos hacer, es conocernos a nosotros mismos y saber qué es lo que hay en el fondo de nuestros problemas. Quedaremos libres de una atadura sólo hasta que la veamos, la confesemos y le pidamos a Dios su misericordia y limpieza. Noventa por ciento de la solución está en reconocer el problema. Lo que pensamos que es la solución, y lo que verdaderamente es la solución, son dos cosas muy diferentes.

En lo físico, quizá usted sienta un terrible dolor en una pierna y crea que el mal está en esa extremidad. Pero la verdadera raíz del problema pudiera ser un nervio presionado en la parte inferior de la columna vertebral. Esta analogía se aplica también a la vida espiritual. Debemos pedirle a Dios que nos muestre cuál es la raíz de nuestras luchas. ¡Quizá nos sorprendamos!

LA DUREZA DE CORAZÓN

“No endurezcáis vuestro corazón”. Las Escrituras le advierten repetidamente al hombre que no endurezca su corazón. Si Dios dice que no lo hagamos, quiere decir que existe gracia (capacitación divina) para no hacerlo. Por lo tanto, cuando el hombre endurece su corazón, este es un acto voluntario y un rechazo de la gracia de Dios (He. 3:8; 3:15; 4:7; Sal. 95:7-8; Dt. 15:7; 1 S. 6:6; Pr. 28:14; Dn. 5:20; 2 Cr. 36:12-13; Mr. 3:5; 8:17; Mt. 19:8). Los apóstoles mismos tenían que cuidarse diariamente de esto (Mr. 6:52).

¿Qué es un corazón endurecido? El endurecimiento comienza cuando algo ofende o hiere a un individuo. Entonces su corazón se cierra. Si se nutre la ofensa, aumenta la amargura del corazón. Si la persona continúa endureciendo su corazón, el despecho y la rebeldía se arraigan en él. Cada vez que el hombre se endurece, se entierra más en un hoyo. Si no cesa el endurecimiento del corazón, ello puede llevar al suicidio. Este tema será desarrollado más detalladamente.

Cuando una persona endurece su corazón, ha rechazado la gracia disponible. La gracia (capacitación divina) siempre está disponible cuando estamos necesitados o heridos (He. 4:16; 2 Co. 12:9-10). Dios nunca permite que su pueblo sea probado más allá de lo que es capaz de soportar (1 Co. 10:13). Por lo tanto, cuando ocurran ofensas, frustraciones, o aun desastres, la gracia está disponible instantáneamente. Pero inmediatamente nos enfrentamos con una decisión: ¿Me endureceré y continuaré con la ofensa o buscaré al Señor para que me sostenga con su gracia? Cuando una persona se amarga, es porque ha escogido rechazar la gracia divina y ha preferido endurecerse (He. 12:15). ¡Es una decisión!

¿Cómo endurece el hombre su corazón? ¡A través de la práctica! Al igual que un levantador de pesas robustece su hombre exterior con mucho ejercicio metódico y vigoroso, así también se endurece el hombre interior. A medida que el hombre practica el endurecimiento cuando le ofenden, aparecen callosidades, y el corazón se vuelve duro. Los corazones se endurecen por su ejercicio.

Endurecer el corazón es el primer paso hacia el abismo del desánimo. La mayoría de los problemas mentales y emocionales pueden rastrearse hasta llegar al momento en que la persona fue lastimada y luego endureció su corazón. Si la persona continúa practicando el endurecimiento de corazón cada vez que alguien la agravia, puede hundirse tan profundamente en el abismo que no podrá lidiar con sus sentimientos ni con su vida, pudiendo así convertirse en una víctima del suicidio. La forma de evitar este horrible precipicio es invertir esta actitud y arrepentirse de las reacciones incorrectas, dependiendo de la gracia y respondiendo con mansedumbre y perdón, en vez de endurecer el corazón.

¿Por qué la gente endurece su corazón? Porque el endurecimiento provee un falso consuelo a las heridas y la sensación es grata, pero lleva a un oscuro abismo. Una esposa dijo: “¡Cómo me gusta odiar a mi esposo después de todo lo que ha hecho!”. Esaú para consolarse del agravio de ser privado de su primogenitura, dispuso en su corazón asesinar a su hermano Jacob (Gn. 27:42). Job se volvió duro de corazón en sus momentos de dolor (Job 6:10). Todo hombre tiende a endurecerse, esto nos incluye a usted y a mí.

Volverse “duro de corazón” es la mayor causa del fracaso matrimonial (Mt. 19:7,8; Mr. 10:2-9). La dureza de corazón es la incapacidad de perdonar o de seguir teniendo consideración. Es tener un corazón que se ha tornado frío e indiferente. Cuando apartamos nuestro espíritu de nuestra pareja, cuando nos cerramos a los demás, sacando a los demás de nuestras vidas y cortando la comunicación, significa que nos hemos hecho duros de corazón. A lo largo de las Escrituras vemos que dónde hay corazones endurecidos no hay bendición sino lo opuesto.

El orgullo es una de las principales razones por las cuales la gente se vuelve dura de corazón. Según Éxodo 8:15, un corazón duro es un corazón fuerte con mucho pleito guardado. Faraón es un ejemplo de esto. El endureció su corazón diez veces; su corazón era fuerte y orgulloso. Las personas con mucho orgullo son las que más endurecen su corazón. Porque Faraón continuó endureciendo su corazón orgulloso, Dios mismo endureció a Faraón. (Dios no endurece a hombres buenos). La humildad es la clave para tener un corazón tierno. Dios ablanda y abre los corazones de quienes se ejercitan en tener un corazón receptivo para Él. Un ejemplo de esto es Lidia (Hch. 16:14).

Un corazón endurecido nunca atrae la bendición de Dios, sino lo contrario.“¿Quién se endureció contra Él, y le fue bien?” (Job 9:4). Cuando nos endurecemos contra un individuo o circunstancia, es contra Dios que nos estamos endureciendo, pues ha sido Él el que permitió dicha situación. Podemos observar en las Escrituras que cada vez que alguien se volvió duro de corazón, no atrajo la bendición de Dios, sino su ira. Dios no puede bendecir un corazón endurecido. De hecho, un corazón endurecido le dice al Espíritu de gracia: “Aléjate de mí, prefiero nutrir mis malos sentimientos, pues yo tengo derecho a estar ofendido”.

Un corazón endurecido será juzgado por Dios (Jos. 11:20). Cuando una persona se endurece una y otra vez, y rechaza la gracia de Dios, después de un tiempo Dios mismo empezará a endurecer ese corazón. (Dios endurece a aquellos que se han endurecido repetidamente). Faraón es un ejemplo bíblico de esto (He. 10:29).

LA BATALLA ENTRE DOS NATURALEZAS

● “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Stg. 4:1). El mensaje de Santiago no es para el hombre no redimido ni para el incrédulo. Él está hablándole a cristianos lavados en la sangre de Cristo y llenos del Espíritu de Dios. Dentro de nosotros hay realmente una guerra, pero es una guerra que podemos ganar, por la gracia. Esta guerra es la lucha entre nuestra vieja naturaleza y la nueva.

● “¿Por qué soy así?” (Gn. 25:22-23). Esta es la pregunta de los siglos. “Señor, ¿Por qué soy así? ¿Por qué me siento de esta manera? ¿Qué me pasa?”. En tiempos lejanos, Rebeca experimentó una lucha similar dentro de sí. En vez de recurrir al psiquiatra para obtener soluciones, fue directamente al Señor y le preguntó: ¿Señor, por qué estoy así? Dios le respondió diciendo: “Existen dos tipos de personas dentro de ti”. Esta respuesta tiene un gran significado, ya que representa la guerra entre la carne y el Espíritu dentro de nosotros. Claro está, dentro de su vientre tenía gemelos (Jacob representaba al hombre espiritual y Esaú al hombre carnal), pero la aplicación y significado de esta alegoría es notable para cada uno de nosotros.

● Los creyentes de Corinto, a pesar de ser nacidos de nuevo, llenos del Espíritu, santificados, y poseedores de todos los dones del Espíritu Santo, tenían batallas terribles con la carne. Pablo los llamó carnales. Estaban plagados de envidia y conflictos, algunos estaban cayendo de nuevo en inmoralidad y borracheras. ¿Cómo podrían ser creyentes en quienes moraba Cristo si actuaban de esta manera? La razón es que tenemos dos naturalezas.

TENEMOS UNA NATURALEZA PECAMINOSA

1 Juan 1:8 vs 1 Juan 3:9

1 Juan 1:8

“Si decimos que no tenemos pecado (naturaleza), nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”. La Palabra de Dios afirma que tenemos una naturaleza pecaminosa, y que debemos confesar que la poseemos. El negarlo es engaño (1 Jn. 1:9; Jer. 17:9; Is. 6:5; Ro. 7:24).

1 Juan 3:9

“Todo el que es nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en Él y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Cristo en nosotros no puede pecar, Él es esa simiente santa nacida en nuestro interior, y ÉL no puede pecar (1 P. 1:23). Con todo, a veces nosotros sí pecamos. ¿De dónde, pues, viene este pecado? Este pecado viene de la vieja naturaleza adámica con la cual nacimos.

● El apóstol Pablo, intérprete del Nuevo Pacto, declaró (en tiempo presente): “Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está presente en mí” (la vieja naturaleza); y que “ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:17; 20; 23). Pablo aclara que todavía hay una naturaleza de pecado residente en los miembros de nuestro cuerpo (1 Co. 9:27; 2 Co. 12:7).

● Jesucristo era tanto Dios como hombre. Como el Hijo del Hombre, Su cuerpo fue hecho de la sustancia de María, de la raza de Adán. Él era de la simiente de David, de la simiente de Abraham. Por lo tanto, Su cuerpo fue formado exactamente como el nuestro. Su cuerpo fue hecho en semejanza de la carne de pecado (Rom. 8:3), y fue tentado en todo como nosotros (He. 2:14-18; 4:15). Sintió todo lo que sentimos, ¡pero nunca se rindió ante el pecado! Jesús también fue y es el Hijo de Dios. Tanto su espíritu como su alma son eternos. Él descendió del cielo para habitar en un cuerpo de carne de pecado. Él “condenó al pecado en la carne” al no ceder nunca a los deseos de la carne, a pesar de ser un hombre con cuerpo de carne.

¿CUÁL ES EL REMEDIO PARA LA VIEJA NATURALEZA?

● Cuando nacemos de nuevo, Cristo entra en nosotros y empezamos a tener una nueva naturaleza. Él literalmente nace en nosotros como una semilla (1 P. 1:23). Cristo desea crecer en nuestro interior hasta estar totalmente formado (Gá. 4:19). Pero ¿Acaso no es verdad que aun después de haber nacido de nuevo, y ser llenos del Espíritu Santo, existen muchas batallas con la carne? (La carne, el viejo hombre, la vieja naturaleza, y el hombre carnal, son todos sinónimos que describen aquello con lo que nacemos). La que se encarga de lidiar con nuestra carne, vieja naturaleza y viejo hombre es la experiencia de Romanos 6:6.