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Conozcan a Patrick Cleary: parrandero, fracasado y tarado. Patrick ha estado intentando desesperadamente transformarse, y los resultados han sido espectaculares, casi lo han asesinado. Conozcan a Wes "Whiskey" Keenan: biólogo de campo que se pregunta si ya es tiempo de sentar cabeza. Cuando el peor día de la vida de Patrick concluye siendo rescatado por Whiskey, ambos acaban haciéndose compañía en un compartimento diminuto en la casa flotante más cutre del mundo. Patrick necesita enderezar su vida, Whiskey quiere ayudar, pero Patrick no está completamente convencido de que eso sea factible. Está bastante seguro de ser un fenómeno de la naturaleza. Pero Whiskey, quien trabaja con verdaderos fenómenos de la naturaleza, piensa que lo único que necesita Patrick es un poco de ayuda para ver la verdadera belleza en su interior espástico, y se ofrece como voluntario. Entre ranas anómalas, un exnovio homicida, y los complejos de Patrick, Whiskey va a necesitar toda su paciencia, y Patrick va a necesitar encontrar lo mejor de sí, antes de que estos dos hombres puedan ver el agua clara.
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Seitenzahl: 384
Veröffentlichungsjahr: 2014
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Publicado por
Dreamspinner Press
5032 Capital Cir. SW
Ste 2 PMB# 279
Tallahassee, FL 32305-7886
http://www.dreamspinnerpress.com/
Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos son producto de la imaginación del autor o se utilizan para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia. El contenido de la portada ha sido creado exclusivamente con propósito ilustrativo y todas las personas que aparecen en ella son modelos.
Agua Clara
Copyright © 2012 by Amy Lane
Título original: Clear Water
Portada: DWS Photography: [email protected]
Diseño de portada: Anne Cain
Traducido por: Vivian Pérez
La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y constituye una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente ni regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contactar con Dreamspinner Press 5032 Capital Cir. SW, Ste 2 PMB# 279, Tallahassee, FL 32305-7886 USA
http://www.dreamspinnerpress.com/
Publicado en los Estados Unidos de América
Primera Edición
Septiembre 2011
Edición eBook en Español: 978-1-61372-962-5
Para mi pequeño fuera de lo común.
ALLÍESTABAyo, acompañada de mi esposo, en una clase para padres con niños con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Tenía mi labor, porque jamás he podido estarme quieta sin ella, y miraba a las demás personas con sus labores. Comencé a crear historias sobre las personas sentadas en el salón. ¿Serían abuelos? ¿Padres? ¿Tías? ¿Tíos? ¿Sus niños tendrían siete años, como el nuestro? ¿Serían adolescentes? ¿Estarían en la reunión por ellos, y no por sus niños?
Me encontraba bastante metida en el tejido del calcetín y varias historias prometedoras en mi cabeza cuando el instructor dijo que los problemas de trastornos de atención suelen deberse a los genes. Así que si estábamos allí por alguien en nuestras familias, probablemente conocíamos a un adulto que lidiaba con estos problemas todo el tiempo.
No se me escapó la ironía. Tiré de la manga de mi esposo (porque él no tiene problemas prestando atención a las charlas).
—Cariño, ¿de cuál de los dos crees que lo heredó nuestro pequeño fuera de lo común?
Mi esposo me miró con paciencia.
—De tu padre —dijo con una expresión perfectamente categórica.
Dios, cómo amo a ese hombre.
Así que además de aprender eso sobre nosotros, también aprendí que el TDAH no suele ser tan problemático para los adultos como lo es para los niños. Los adultos pueden controlar su entorno y suelen evitar situaciones en las que su distraída atención los meterá en problemas. Pero no todos los adultos. Algunos necesitan medicamentos, algunos necesitan incluso un poco de motivación y, por supuesto, todos necesitamos recordar que lo que nos hace diferente pueden ser anomalías, pero no son anómalas.
Y ahí fue dónde Patrick nació. Espero que mi pequeño fuera de lo común tenga tanta suerte como su madre y encuentre su pareja, igual que el pequeño fuera de lo común, protagonista en el libro de su madre.
Amy
Trix UNSORBO
—PAPÁ, SOY homosexual.
Patrick Cleary se arrancaba la uña del pulgar con la otra mano, junto a la mesa del desayuno, en su hogar escandalosamente grande en el suburbio de gente adinerada en Orangevale. Eran las seis de la mañana a finales de mayo, lo que significaba que la luz era lo bastante fuerte como para que su padre lo mirara entrecerrando los ojos cuando finalmente despegó la vista de sus Cheerios con sacarina y el ordenador portátil con el informe financiero matutino.
—¿Desde cuándo?
Shawn Cleary originalmente no era un hombre de negocios. En un principio, había trabajado en el área industrial, concretamente en una fábrica de ordenadores en West Sacramento. Antes de que Patrick naciera, Hewlett-Packard e Intel habían dejado atrás a todas las compañías pequeñas, pero Shawn Clearly —más listo que el promedio, como le gustaba decir—, había solicitado un préstamo para “reciclar” los ordenadores viejos en lugar de crear nuevos, y se había hecho rico.
Sucia, podrida, obscena y asquerosamente rico.
O por lo menos eso era lo que a Shawn le gustaba decir.
A Patrick le gustaba el dinero. No veía nada sucio, podrido, obsceno ni asqueroso en él. El dinero le había permitido vestir ropa moderna y usar gafas de sol de primera durante la escuela superior, y ponerse hasta el culo de sexo después. Pero una cosa era decirle a tu padre que ibas a casa de un amigo cuando en realidad ibas a casa de tu novio a tener sexo, y otra muy distinta era mirarlo día tras día mientras estabas jodiendo tu vida y confesar la razón de ello.
El hecho era que él sentía que no podía comenzar su vida a menos que pudiera tener una vida real, como el tipo de vida real en la que pudiera decirle a papá que iba a casa de su novio, y quizá invitar a Cal a cenar en su casa. En otras palabras, algo así como una familia, ya que mamá se había largado con su entrenador personal y durante mucho tiempo habían estado solo su padre y él. Así que estaba listo. Estaba listo para retomar sus estudios y obtener un diploma en Ciencia; listo para dejar de joder su vida en fiestas; listo para ser un hombre formal y sincerarse con su viejo.
Pero primero tenía que mirarlo a los ojos, y decirle la santa verdad.
—Desde siempre —dijo en tono áspero, mirando con ansiedad a Shawn.
El cabello color zanahoria de Shawn se había vuelto entrecano con los años, y aunque su piel pecosa tenía un ligero bronceado perpetuo, las pecas seguían allí, junto con los vivarachos ojos azules. En esos ocho años después de la partida de su esposa, las líneas alrededor de sus ojos y su boca se habían ido profundizando. Sin embargo, seguía siendo vital, fuerte y aterrador. Shawn lo quería, claro; Patrick esperaba que así fuera, al menos. Pero su padre era admirador de la filosofía parental «Amarme es temerme un poco», y Patrick había sido muy buen alumno.
—Qué estupidez —resopló Shawn, y volvió la atención a su ordenador.
Patrick parpadeó. ¿Qué estupidez? ¡¿Qué estupidez?! ¿Qué estupidez?
—¿Qué estupidez?
—Sí, qué estupidez. Eres tan homosexual como artista, o científico, o bombero, o lo que sea que quieras ser esta semana…
—Instructor de yoga.
DEHECHO, el gimnasio le había ofrecido un trabajo. Se había sentido emocionado, hasta que Shawn había resoplado en su cara y dicho «¡Sí, claro!».
—Sí, bueno, no hablabas en serio sobre eso, ¿verdad?
—Pensé que así pagaría mis libros cuando volviera a clase —dijo Patrick aturdido. Él tenía… Era su plan, y le había parecido maravilloso en su cabeza, hasta que lo había escuchado resoplar «Sí, claro». Patrick reflexionó sobre lo poco que sabía. No sabía nada de nada, que «¡Sí, claro!» estaba aparentemente uno o dos niveles por encima de «¡Qué estupidez!» en el medidor paternal de cuán-jodido-estás.
—¿Para qué carajo quieres volver a la universidad? —resopló Shawn, y Patrick se ruborizó.
—Para obtener un grado en Ciencia. Y después, un grado en Leyes —dijo bajito.
—¿Para qué carajo quieres un grado en Leyes? —Shawn bajó su cuchara.
—Para ser un abogado ambiental; ya sabes, salvar al planeta, como tú.
Patrick se odió por eso último; cierto o no, se odió por eso.
Shawn apretó la mandíbula como si estuviera emocionado, o sufriera una indigestión, y gruñó antes de volver a mirar sus cereales.
—No intento cambiar el mundo, tonto. Solo intento hacer dinero.
Patrick apretó los dientes con tanta fuerza que le dolieron.
—Mira, papá, no digo esto para molestarte o lo que sea. Solo quería… Siempre estás metiéndote conmigo por ser virgen, porque no he tenido novia. Pero no soy virgen, ¡aunque nunca haya tenido novia!
Shawn Cleary escupió sus Cheerios con sacarina.
—¿Qué carajo?
Le lanzó una mirada iracunda a su hijo, pero Patrick se mantuvo en sus trece.
—Por favor, dime que esto… ¿no cambia tus sentimientos por mí?
Más tarde, Patrick llegaría a la conclusión de que la pregunta al final había sido la causante; después de demasiada autocompasión y el roofie{1} que Cal le había dado sin que se percatara, porque había resultado que él no era el hombre de los sueños de Patrick, sino un mamón y un imbécil en busca de dinero fácil. Había sido la pregunta al final. Shawn Cleary apreciaba a las personas que sabían lo que querían, que admitían algo, y se mantenían firmes. Ese lloriqueo patético al final de la oración había sido lo que realmente había descarrilado a Shawn, no el hecho de que él fuera homosexual. Al menos, eso era lo que Patrick le decía a la gente después de que Shawn se pusiera de pie y comenzara a gritar.
—¿Mis sentimientos por ti? ¿Quieres saber qué siento por ti? ¡Te diré qué siento por ti! ¡Patrick, eres un fracasado! ¡Tu gran logro ha sido graduarte de la escuela superior y sangrarme por mi dinero! ¿Qué carajo quieres que te diga? «Eres homosexual, ¡joder, qué fantástico!». Adelante, ¡ten sexo con cuanto tipo pase delante de ti! Me importa una mierda. Pero no esperes que sea tu mina de oro en tu pequeña expedición homosexual porque no sabes qué más hacer con tu vida, ¿vale?
Patrick había pasado mucho tiempo fingiendo que todo iba bien en su vida. El día después de que su madre se marchara, había bajado a la primera planta y encontrado a Shawn en la mesa del desayuno, comiendo Cheerios con sacarina mientras miraba el informe financiero. Patrick se había sentado enfrente de su padre, se había preparado unas tostadas y servido zumo de naranja, y después se había marchado a la escuela.
—Adiós, papá.
—Que pases un buen día.
Patrick siempre había pensado que era bueno que su madre se hubiese marchado después de que él sacara la licencia de conducir, porque si hubiera tenido que interrumpir el horario laboral de Shawn, entonces quizá hubieran tenido que hablar.
En ese momento, de pie, luchando con el temblor de su mentón, se dio cuenta de que quizá hablar estaba sobrevalorado. Quizá hablar sembraba las semillas de la destrucción. Hablar quizá era… Ay, carajo. Tenía que largarse de allí.
—Lamento ser una decepción —dijo en voz baja, y después se dio la vuelta y se marchó.
No se detuvo a ver la expresión en el rostro de su padre, y le alegraba, porque su temor más grande era que quizá Shawn Cleary no lamentara su partida, ni siquiera un poco.
CALTENÍAun trabajo, aunque Patrick no sabía cuál era, pero salía a las seis y se encontraba con él en su bar favorito, el que estaba en Del Paso Heights, en Sacramento, donde a los hombres se les permitía bailar con otros hombres. Patrick había regresado a su casa después de que su padre se fuera a trabajar. Había preparado un bolso de viaje y se había encontrado con Cal con la esperanza de quedarse en su pequeño apartamento de un dormitorio hasta que verificara si la posición de instructor de yoga seguía disponible; o quizá podría ser camarero. Todo estaría bien, no necesitaban el dinero de Shawn Cleary, ¿verdad? Se tenían uno al otro, ¿verdad? Y los planes de Patrick no habían cambiado. Otros chicos se pagaban sus estudios todo el tiempo. Patrick había obtenido buenas calificaciones en los seis cursos que había llevado en el instituto de nivel terciario; no era un completo fracasado, ¿verdad? Podían lograrlo; estaban enamorados.
Cal tenía rostro delgado, cabello oscuro y unas entradas que comenzaban a verse más pronunciadas, a pesar de sus veinticinco años. Su mayor atractivo eran sus deslumbrantes ojos azules con sus tupidas pestañas oscuras, que Patrick siempre había visto riendo, o planificando, o brillantes por el sexo y la pasión.
Él no sabía entonces que el desprecio los haría estrecharse en las esquinas, acentuando las bolsas debajo de ellos o el tono cetrino, debido a que consumía metanfetamina demasiado a menudo. Él no sabía que la repugnancia de Cal prácticamente tendría color, sabor y olor. Solo supo que notó esos golpes por su cuerpo como latigazos, antes de sentirse como un charco de dolor grande y transparente.
—¿Cal?
Cal movió la cabeza y, por un minuto, esa horrible expresión de repugnancia se atenuó.
—Sí, mira, lo siento. Yo… ¿Crees realmente que vamos a vivir sin el dinero de tu padre? No dijiste nada imperdonable, ¿verdad?
Patrick luchó con el deseo de sorberse la nariz como un crío.
—Él ni siquiera dijo que estuviera desheredado. ¡Es que no quiero vivir con él si no me va a tomar en serio!
—¡Por Dios, Patrick! No es como si estuvieras preparado para enfrentarte al mundo real, ¿sabes? No tienes destrezas laborales. Maldición, ¡no creo que hayas tenido un trabajo de verdad en tu vida! —resopló Cal.
Patrick se encogió.
—Sí he trabajado. ¡Fui camarero durante un año y medio en aquel restaurante del otro lado de la ciudad! —dijo, sintiéndose infeliz porque Cal lo hubiera olvidado. Había amado aquel trabajo, de hecho. Había trabajado duro, nadie lo trataba como si fuera especial, y había estado de nuevo hasta el culo de sexo. O más bien, Ricky el cocinero había estado hasta las bolas dentro del culo de Patrick. Había renunciado al trabajo cuando descubrió que durante ese tiempo Ricky había estado dejándose follar sin protección por Eduardo, el jefe de camareros, en la cámara frigorífica. Eso no era nada guay, e hizo que Patrick fuera el triple de cauteloso utilizando siempre un condón y el doble de cauteloso buscando novio después de eso.
—Ah, sí. ¿Eso fue antes de que nos conociéramos? —preguntó Cal, y Patrick tuvo que mirarlo atentamente para asegurarse de que no había puesto los ojos en blanco.
Patrick asintió, y Cal se mordió el labio inferior.
—Así que, esto…, este deseo de independencia ha estado intensificándose por un tiempo, ¿no es así?
—Sí. Cuando tomaba mis medicinas, me iba bien en mis estudios. Me gustaría volver; estudiar algo que me interese, ¿sabes? —dijo Patrick bajito, pensando en lo emocionado que había estado cuando pensó en volver a estudiar.
—Pero…, no sé, Patrick. ¿No tienes todo lo que quieres en este momento? Es decir, no hay nada de malo en que tu padre pague tus gastos, ¿verdad? —Patrick iba a protestar, pero entonces Cal hizo esa cosa de colocar una mano sobre la mejilla de Patrick y besarlo en la frente, haciéndolo sentir como un niño, protegido, querido y pequeño—. Además, cielo, ¿quién necesita esas medicinas asquerosas contaminando tu sistema?
Patrick apenas sonrió. Jamás había sido logrado que Cal entendiera lo que era el Ritalin{2} o cuánto parecía necesitarlo algunas veces. Su padre tampoco lo entendía, y su madre… Bueno, su madre se aseguraba de que siempre lo tuviera, y después se ponía a llorar cuando pasaba el efecto. Las personas asumían que las medicinas eran una muleta, algo que algunas veces facilitaba que mantuviera el hilo de sus pensamientos, o que él era demasiado perezoso porque no se concentraba. No comprendían que la medicina le permitía tomar pequeñas decisiones, escuchar o moverse, entender las instrucciones o recordar lo que había desayunado. Él podía ver las pequeñas elecciones debido a las medicinas, expuestas tan cuidadosamente ante él como la ropa doblada sobre la cama, y lo único que tenía que hacer era respirar y tomar una decisión.
Sin las medicinas, su cerebro era un mercadillo monstruoso en la jungla, y no sabía dónde estaba nada. Algunas veces, una frustración total se apoderaba de él y lo convertía en un bebé nervioso, quejica y gritón, a pesar de sus casi veinticuatro años.
Cuando Cal le daba palmaditas a su mejilla de aquella manera, se sentía confortado, querido y cuidado, y necesitaba eso porque era completamente incapaz de abrirse paso por el mercadillo inexplorado de su propia mente.
Pero se había tomado sus medicinas hoy. De hecho, las había estado tomando los últimos dos meses. Y lo habían ayudado a tramitar la jungla de papeles para volver a matricularse en el instituto, decidirse por una especialidad, e incluso el razonamiento complejo detrás de su madurez retrasada. Había sido capaz de pensar, maldita sea, y le gustó. No quería decírselo a Cal, porque entonces tendrían una discusión enorme al respecto, y aunque pensaba que Cal lo amaba, no quería ponerlo a prueba con el pequeño bote de medicinas en su bolsillo.
—Quiero ser capaz de encontrar mi propio camino. Como hizo mi padre, ¿sabes? —Murmuró.
—Sí, cielo. ¿Qué tal una cerveza? —Cal hizo el gesto universal de “trago” y el barman asintió, arqueando sus cejas a Patrick, quien había estado bebiendo nada más que refrescos durante toda la hora pasada, mientras esperaba a que Cal saliera del trabajo.
Beber cerveza no era bueno, no con sus medicinas, pero no quería discutir con Cal. Imaginó que este lo cuidaría; además, solo daría un par de tragos y dejaría el resto mientras intentaban debatir sobre su futuro tras la secuela del desastre con su padre.
Cal le sonrió mientras les servían las cervezas y frotó su nariz contra la suya.
—Estará bien, Trix. Te haré sentir bien —le prometió suavemente.
Un trago de cerveza. Juraría que eso era todo lo que había tomado.
WESLEY KEENANno podía dormir, lo que realmente le molestaba. La pequeña casa flotante en el delta había resultado ser el único lugar en el que podía dormir, lo que había sido toda una sorpresa, ya que en su mayor parte era un laboratorio científico, y la cama en la parte posterior era un poco pequeña. Pero en esa calurosa noche de mayo, no podía dormir. Y así fue como acabó caminando por la ciénaga y el pantano entre el puerto deportivo y el dique.
Le gustaba aquello.
Por supuesto, al principio había acabado allí solo porque la investigación lo había llevado hasta ese lugar. Había visto los datos, solicitado la beca, rentado la casa flotante y determinado vivir con el olor de la ciénaga y los leves sonidos del tránsito; además del olor a diésel de las otras casas flotantes, porque tal parecía que él era el único capaz de convertir un motor de diésel en uno que funcionara con biocombustible. Pero finalmente la humedad del delta y la extraña mezcla de mentalidad politiquera y ganadera del pueblo había comenzado a perder intensidad. En noches como esta, escuchando el tráfico desde el dique y el sonido del río besar los costados de las casas flotantes, mirando el cielo que estaba sorprendentemente libre de contaminación lumínica por hallarse tan lejos del pueblo, pensaba que quizá podría quedarse con la casa flotante y trabajar en su próximo proyecto desde allí, cuando se terminara la beca actual.
No era del todo una mala idea, y eso también le sorprendía.
Así que andaba con mucho cuidado entre los montículos de hierba, intentando no hundirse demasiado en el lodo de la ciénaga que se iba estrechando hacia el punto donde el río corría al lado del dique, cuando escuchó el feo sonido del metal de un coche torciéndose contra la barandilla protectora.
Levantó la vista a tiempo para ver el brillante Honda Jazz color amarillo hacer un hermoso arco en el aire antes de caer y rebotar en las profundas aguas del río.
Durante el momento de shock que viven la mayoría de las personas, ese momento de «¡Ay, Dios mío, no puedo creer lo que acaba de pasar!», vio dos cosas.
Primero, que la ventanilla del conductor se abría y una persona escapaba por ese lado, y se sintió realmente aliviado. Segundo, que la persona en el asiento del pasajero no se estaba moviendo, en absoluto, y Whiskey de repente se puso muy nervioso. El agua en esa área era profunda, había corriente, y si alguien iba a rescatar la persona inmóvil en el lado de pasajero, ¡tenía que hacerlo ahora!
Whiskey ni siquiera se percató de que se estaba moviendo hasta que estaba a mitad de camino hacia el coche que se hundía.
El agua estaba lo suficientemente fría como para sobresaltarlo, pero no afectarlo, y eso era una bendición. Sin embargo, el corazón le estaba retumbando en los oídos, y no sabía decir si eso era algo bueno. Intentaba recordar cuán profunda era el agua en esa área y cuándo llegaría el coche al fondo, pero, aunque creía que tenía casi cuatro metros de profundidad, no estaba seguro. Además, era de noche, por lo que ver el coche en el fondo no iba a ser nada fácil.
Desde donde estaba ahora podía ver que el coche se estaba llenando de agua por el lado del conductor, comenzaba a inclinarse hacia un lado y atrapaba el aire en el lado del pasajero. Carajo.
Whiskey se esforzó como loco para mantener a raya los michelines de sus treinta y cinco años, y se sintió inmensamente agradecido cuando pudo contonearse por la ventanilla junto con toda el agua.
Cuando logró entrar, se meneó sin sentido por un minuto hasta que recordó el episodio de Mythbusters{3} que decía que las ventanillas eléctricas funcionarían aunque estuvieran mojadas.
Extendió el brazo hacia el lado del pasajero, donde un joven yacía inmóvil respirando lentamente, y bajó la ventanilla, sintiendo cierto alivio cuando el coche se niveló un poco en su descenso hacia el fondo del río.
Fueron los treinta segundos más espeluznantes de su vida. Mantuvo su rostro sobre el nivel del agua (y el rostro del chico también junto al suyo) hasta que ya no le fue posible continuar así. Entonces, comenzó a luchar con el cinturón de seguridad. Grandioso. Un chico flácido en sus brazos, un cinturón de seguridad que no cedía, nada de aire… nada de aire… nada de aire… ruido sordo. El coche hizo un ruido cuando tocó el fondo, primero con las ruedas delanteras, después con las traseras. Whiskey ya había tenido suficiente de esa mierda, así que abrió la puerta.
Dios bendijera a los de Mythbusters, a Adam, a Jamie{4} y a todo su maldito equipo, porque la puerta abrió para que pudiera arrastrar al adolescente anónimo hasta la superficie.
Salió del coche, forzando el aire en sus pulmones con más aprecio del oxígeno del que había tenido en su vida, y rodeó el pecho de la víctima del accidente con un brazo para mantenerlo a flote. ¿Estaba respirando? Ay, carajo. Whiskey no podía decir si así era, pero tampoco podía hacerle la respiración boca a boca en el río.
Respiraba con dificultad, mientras daba brazadas fuertes y constantes, hasta que sus largas piernas tocaron el cieno bajo sus pies y comenzó a arrastrarse, y al chico, a través del hierbajo y la mugre en la orilla del río. Sus estropeadas zapatillas de deporte hacían un incómodo sonido de succión con cada paso que daba, y la fetidez de las plantas en estado de descomposición en el pantano junto con el diésel, hacían que fuera casi insoportable respirar. Al día siguiente, agradecería no haber salido a la superficie en una de las partes del río con rocas rompe-tobillos, pero eso sería al día siguiente.
Llevaba al chico por debajo de los brazos, y cuando llegó a una superficie plana, lo soltó descuidadamente y se arrodilló, preparándose para hacerle la respiración boca a boca antes de pedir ayuda. En algún lado había una prohibición en contra de hacer respiración boca a boca sin testigos, pero de todos modos Whiskey jamás había sido bueno siguiendo normas.
Sin embargo, no tuvo que hacerlo. El cuerpo del chico había caído con la fuerza suficiente como para sacar un poco de agua de sus pulmones. Este comenzó a toser, aún inconsciente, y Whiskey se apresuró a colocarlo de lado, donde procedió a vomitar aquel agua asquerosa durante unos pocos minutos antes de calmarse un poco.
En ningún momento despertó o abrió los ojos.
Whiskey miró al chico sin poder hacer nada. Después miró hacia el río donde el coche estaría siendo probablemente arrastrado por la corriente sabrá Dios a dónde. Sabía que en alguna parte río abajo, donde este se abría en el delta, había rompeolas y lugares en los que cuerpos, basura y lanchas hundidas eran arrastrados a tierra. Pero estaba seguro de que el coche era siniestro total, sin importar dónde terminara. Miró alrededor, esperando escuchar sirenas en cualquier momento, cuando comprendió que el acompañante del chico, el conductor del coche arruinado, había huido.
Whiskey registró al chico y encontró un pequeño frasco de medicina para —entrecerró los ojos bajo la luz— Patrick. Patrick Clearly. Whiskey parpadeó. Vaya. Ese nombre le era conocido.
—Así que, Patrick Clearly, ¿qué estamos tomando?
Leyó la etiqueta.
—Concerta. ¿Qué carajo es Concerta, y por qué te ha puesto en coma? Deberíamos llamarla Comerta. ¡Ay, sí, deberíamos!
El sentido del humor de Whiskey no siempre era el más apropiado, era consciente de eso, pero como la única persona allí que podía escucharlo estaba dormida, decidió que le importaba un rábano y se rió de su propio chiste.
—Bien, Patrick Clearly, ¿quién era tu amigo marrano? ¿Por qué huyó? ¿Y qué carajo vamos a hacer con tu coche? Me gustaría conocer las respuestas a estas preguntas.
En ese momento, el chico dio lo que sería su primer movimiento casi consciente desde que el coche se había precipitado hacia el río Sacramento: subió las rodillas a su pecho y comenzó a llorar, quedamente, como si estuviera teniendo un sueño triste. Whiskey lo observó bajo la débil luz de la luna y el brillo disipado del sodio que provenía del dique, y suspiró. Su cabello, que parecía rubio oscuro, tenía mechas, era difícil decir si de peluquería o naturales, y estaba aplastado contra su cabeza. Sin embargo, sus pantalones caqui y chaqueta de forro veraniego eran modernos y caros. El chico tenía un rostro pequeño, pronunciado y casi redondo, aunque se veía un poco delgado debajo de la chaqueta. Whiskey no podía decir si estaba despierto o simplemente lloraba en sueños. De cualquier manera, Dios, era como un gatito desamparado, ¿verdad?
Whiskey suspiró y se acuclilló para deslizar las manos debajo de las rodillas y los hombros del chico. Ahora que ya había dejado de vomitar era momento de llevarlo a algún lugar donde no se viera tan condenadamente triste.
Con un tirón, un gruñido y una maldición refunfuñada, Whiskey se levantó, con un desgarbado adolescente en sus brazos. Se decidió a transportar el desgarbado chico hasta la casa flotante. Su pantalón vaquero mojado y agujereado hacía sonidos desagradables mientras caminaba, y su camiseta goteaba lodo y cieno que mantenía sus pantalones mojados, por si habían pensado secarse durante el camino.
Fly Bait{5} iba a odiar a este chico nada más verlo.
—¿QUIÉNCOÑO es este?
Fly Bait no mostraba emoción a menudo, razón por la cual Whiskey ya no jugaba al póquer con ella. La casa flotante tenía dos compartimentos, y ella ocupaba uno. Sí; habían tenido sexo en una de las excursiones de investigación, pero había sido por puro aburrimiento. Whiskey tendía a disfrutar cuando sus compañeros de cama, mujeres u hombres, eran un poco más ruidosos. Fly Bait tendía a disfrutar cuando sus compañeros de cama eran un poco más femeninos. Pero, bueno, habían estado esperando a que una especie de pez procreara, cuando de hecho todos esos malditos bichos habían resultado estériles. ¿Aburrimiento? Whiskey juraba que su ritmo cardiaco era más rápido durmiendo de lo que había sido en ese trabajo, o durante la fracasada experiencia sexual con Fly Bait.
—Un acólito —murmuró, intentando no tambalearse mientras bajaba las escaleras de la cubierta. Demonios, había caminado unos ochocientos metros desde el dique, ¿cómo iba a saber que la mierdecilla que estaba cargando pesaba tanto? Lo realmente divertido había sido caminar por el inestable muelle con sus piernas temblorosas. Maldición, había medio temido que el pobre chico se le caería por el borde. Y lo hubiera seguido de puro bochorno.
—¿Sí? —El cabello lacio y castaño de Fly Bait caía justo por debajo de sus orejas, porque se lo cortaba ella misma a esa altura siempre que amenazaba con sobrepasar los irregulares bordes provocados por los años que llevaba haciendo eso. Además, tenía un rostro delgado y ovalado, insípidos ojos marrones, y aparentemente nada de paciencia. Ella podía arrancarle la cabeza o el rostro a cualquier incauto si pensaba que estaba holgazaneando o siendo deliberadamente estúpido. Pero si sabía que un miembro del equipo de investigación estaba de verdad intentándolo, era quizá una de las mejores maestras de campo que Whiskey hubiera conocido.
—Así es —Whiskey habló entre dientes, tambaleándose por las escaleras que llevaban a la bodega, pasando la diminuta sala/comedor que también se convertía en una cama, hasta su compartimento, donde le quitó la apestosa ropa al chico, incluyendo los calzoncillos. Después, balanceando ese cuerpo inerte sobre su hombro, donde exhalaba aliento fétido con una regularidad tranquilizadora, Whiskey tiró una toalla descomunal sobre su cobertor y después otra sobre el chico. Odiaba ir a la lavandería, pero ni loco dormiría con aquella peste a vómito cuando el gatito indefenso regresara a donde se suponía que se dirigía.
Salió de su habitación en calzoncillos, que era lo que usaba para ir a dormir y lo que Fly Bait permitía, punto, y sin demora se metió de cabeza en la ducha de agua reciclada, que medía más o menos un metro cuadrado.
Eso era ciertamente mejor que apestar el barco, más de lo que ya estaba con aquel hedor.
Salió del baño secándose el cabello con una toalla y oliendo al champú floral de Fly Bait, que había usado como experimento. Eso era mucho mejor que el agua del río y el diésel.
—Si es un acólito, ¿qué es lo que venera? —Fly Bait preguntó, levantando la mirada de su Scientific American{6} como si en ningún momento hubieran interrumpido la conversación.
Whiskey arqueó las cejas pensativo.
—Oxígeno. Creo que es su fan, ya que lo saqué de un apuro en el río —dijo, antes de asentir.
Fly Bait parpadeó. En ella, eso era equivalente a incorporarse y chillar a todo pulmón: «¡No jodas!, ¿en serio?».
—¿Se le unirán a este acólito otros miembros? —preguntó con cautela, obviamente estrujándose las neuronas.
—Lo dudo. El marrano que huyó por el lado del conductor no regresará por él. Aunque… —Whiskey buscó una bolsa de basura y metió la mano en el baño para sacar su ropa mojada. Después, hizo una pausa delante de su compartimento antes de ir a sacar la ropa del chico.
—¿Aunque?
—Aunque probablemente no era el coche del marrano.
—¿Qué te hace decir eso?
—Porque era un vehículo costoso y el marrano lo abandonó sin mirar atrás. Y..., probablemente me esté metiendo donde no me corresponde…
—Como si eso te hubiera detenido alguna vez.
Whiskey se encogió de hombros. Ella tenía razón. El único momento en que no estaba haciendo algo que no debía, era cuando estaba solicitando las becas.
—Cierto. Sin embargo, creo que ha sido drogado, y no por diversión.
Fly Bait lo miró con los ojos desorbitados al escuchar eso.
—Entonces, ¿es por eso que no se ha movido?
—Sí. Y también la razón por la que permaneceré despierto y lo sacudiré si veo que olvida respirar. Vomitó mucha agua del río y con probabilidad todo lo demás. Si no estaba muerto cuando el coche golpeó la barandilla, creo que estará bien, pero quiero asegurarme. Algo sobre todo esto… No me gusta. —Whiskey gruñó.
Entró silenciosamente a su diminuto compartimento, sacó la ropa mojada de la cesta de plástico y la metió en una bolsa de basura. Era ropa de calidad: pantalones informales, chaqueta de forro veraniego, una camisa que con toda probabilidad costó más que el presupuesto anual de Whiskey para su ropa, incluyendo calzoncillos y calcetines; lo que, en realidad, era lo único que vestía más a menudo. Estaba maravillado con esa ropa, porque aunque eran de talla media para hombre, el cierre del cinturón mostraba una cintura imposiblemente delgada, y ese chico… Dios, se veía tan frágil.
Whiskey llevó la bolsa hasta la cubierta; eso era mejor que dejar hediondo el embarcadero cuando usaran la lavadora al día siguiente. Regresó al pequeño espacio donde vivía, que había quedado más reducido por el equipo que Fly Bait y él utilizaban.
Fly Bait ya no fingía estar leyendo su Scientific American. Se acercó a la pequeña nevera, sacó un refresco, salami y pan. Después, sonó un “plaf” al dejarse caer sobre el sofá para prepararse un refrigerio.
—Es lindo —dijo ella rotundamente, y Whiskey puso los ojos en blanco.
—Y probablemente menor de edad.
—Está en tu cama.
—¿Celosa?
Ella parpadeó y ladeó los ojos como solía hacer cuando estaba pensando seriamente en algo.
—No. No lo creo. Pero nos queda poco tiempo para hacer esto…
—Lo saqué del río, Fly Bait…
—Freya —lo corrigió con gravedad, y solo hacía eso cuando estaba a punto de perder la paciencia con él.
—Freya —exageró la pronunciación—. Lo más probable es que cuando despierte tenga que irse a hacer algo. De no ser así, con seguridad tendrá una resaca que alcanzará el doce en la escala Richter. Así que quizá por un minuto podrías dejar de vaticinar el fracaso, y permitir que me asegure de que no se ahogará con su propio vómito antes de tirarlo a la calle.
—Podríamos llamar a la policía —dijo con mordacidad, y él se detuvo a pensarlo.
—No creo que debamos.
—¿Por qué no?
—Está perdido. Lo encontré. Si decide marcharse, pues que así sea. Pero mientras tanto, podemos permitirnos alimentarlo. —Whiskey se encogió de hombros.
—No logro entenderte en absoluto —murmuró ella.
Él se detuvo por un minuto, intentando encontrar las palabras para describir cómo el llanto callado y silencioso del chico se había introducido en su alma y se rehusaba a moverse de allí.
—Lloró. Tiene algo que contar. Si llamamos a la policía, jamás lo sabremos. Quizá me interesa saberlo.
Además, ambos tenían recuerdos de los policías, que perduraban en sus psiquis, por el fantasma del cannabis en su pasado.
—Dios, Whiskey, a veces actúas como una mujer —dijo Fly Bait desdeñosa.
Whiskey puso los ojos en blanco. Ambos sabían que si él fuera una mujer, habrían estado haciendo algo completamente diferente cuando ese coche había chocado contra la barandilla.
LACAMA en el compartimento era pequeña, cierto, pero podía acomodar a dos personas; por lo que Whiskey colocó una sábana sobre sus hombros y programó su móvil para que lo despertara cada hora para verificar si Patrick aún respiraba. Cerca de las cuatro de la madrugada, el chico se quejó y se dio la vuelta aún dormido, acurrucándose como un niño pequeño.
—¿Sabes, pequeño? Por suerte, a veces me inclino hacia ese lado.
De hecho, era maravilloso. El chico era confiado y suave. Whiskey no era confiado; había estado exhibiéndose en círculos políticos por demasiado tiempo como para creer en la inocencia. Con un gruñido, movió un poco del crujiente cabello rubio del delicado, pequeño, redondo y hermoso rostro, e intentó analizar los motivos que tendría el chico para gruñir, a pesar de su pesado sueño inducido por la droga.
—Demasiado confiado. ¿No es así, pequeño? Es fácil confiar cuando tienes todo ese dinero que te brinda seguridad, ¿verdad? —murmuró.
Tan pronto esas palabras salieron de su boca, se sintió culpable. El chico estaba tan indefenso como un renacuajo en un estanque reducido. Lo que fuera que le hubiera sucedido, Whiskey pensaba que era bastante obvio que había acabado allí, en la cama de su pequeño compartimento, por confiar en la persona equivocada.
El chico masculló algo entre sueños. Podía haber sido cualquier cosa, pero Whiskey podría haber jurado que había dicho «Papá».
«¡Ay, no jodas! Que no esté buscando un “papi”. Ay, Dios. Pequeño, ¿cómo terminaste aquí?». Pero eso no importaba, porque cuando el chico se acurrucó más cerca, el insomnio de Whiskey pareció esfumarse. Eran las cuatro de la mañana, Whiskey había hecho su buena obra de la década, y, buscase el chico un “papi” o no, iba a regalarse un sueño de alta calidad abrazado a un jovencito.
A LAS8:00 a. m., su alarma sonó. Whiskey se las ingenió para salir de donde se hallaba, entre el chico y la pared, mascullando varias veces «jodida vida», mientras intentaba con todas sus fuerzas ignorar que la presencia del chico contra la parte delantera de su cuerpo, había hecho más difícil lidiar con su erección mañanera.
Entonces, para hacer las cosas más difíciles, estaba a los pies de la litera y acababa de ponerse una camiseta limpia (agujereada) y unos pantalones vaqueros limpios (agujereados) sobre sus calzoncillos, cuando alzó la vista para descubrir que un par de ojos increíblemente azules (inyectados de sangre) lo escudriñaban.
—Tú no eres Cal —el chico dijo; el retrato vivo del desconcierto.
—No —dijo Whiskey, encontrando sus zapatillas de deporte (agujereadas) y colocándoselas sin calcetines, porque estos también estaban agujereados, y eso sí que no lo toleraba.
—¿Dónde está Cal? ¿Y por qué apesto a alcantarilla? ¿Y por qué la boca me sabe a mierda? Ay, Dios. Lo siento, lo siento, lo siento. ¿Por qué mi cabeza se siente como una maldita bomba? —El chico se quejó lastimeramente cerrando sus ojos azules.
La última pregunta salió como un quejido, y Whiskey observó cómo las lágrimas salían por las esquinas de sus ojos, dejando huellas en la suciedad dejada por su pequeña incursión en el río.
—Mierda de vida. Ahora regreso —refunfuñó, poniéndose a buscar una botella de ibuprofeno en un cajón.
El chico no se había movido cuando regresó con una enorme botella de agua y la destapó.
—Toma, pequeño. Te daré algo para el dolor, pero tienes que tomarte toda esta botella de agua, ¿de acuerdo?
El chico se quejó. Whiskey colocó sus fuertes y bronceados dedos debajo de la barbilla del chico, a pesar de que él se acurrucaba debajo de las sábanas, y lo obligó a mirarlo.
—Si quieres que el dolor se detenga, siéntate y haz lo que te digo —gruñó, y el chico obedeció. Se sentó lentamente, como si cada músculo de su cuerpo le doliera, mientras retiraba la enorme toalla que Whiskey había utilizado para cubrirlo.
Él estaba… Bueno, en forma. Pero era demasiado delgado. Es probable que fuera al gimnasio con regularidad, pero no para ganar músculo. Tenía músculos largos, del tipo que se sentía cómodo en cuerpos de jovencitos. Whiskey tuvo que reprimir un gemido. «Dios, que el pequeño sea mayor de edad, solo para que este asunto sea menos vergonzoso».
Whiskey presionó las pastillas en las manos del chico y después le dio la botella, observando mientras este obedientemente se bebía el medio litro.
—Ahora quiero que sigas durmiendo. Colocaré otra botella aquí. Bébetela cuando despiertes, ¿de acuerdo? —Whiskey dijo con severidad.
El chico asintió, y de nuevo era el retrato vivo de un gatito, un pequeño gato blanco con pelo despeinado en la parte superior de su cabeza, y ojos azules.
—¿Por qué me duele todo? —preguntó con ojos tan oscuros por el dolor que parecían moretones.
—Por dos razones. La primera es que estuviste en un accidente —le dijo Whiskey secamente, cogiendo la botella vacía para llevarla al contenedor de reciclaje.
Cuando el chico lo miró con ojos desorbitados, Whiskey continuó con lo realmente impactante.
—La segunda es que estabas drogado hasta las cejas. ¿Tienes alguna idea de qué tomaste?
El chico se restregó el rostro con las manos, cerró los ojos e hizo un sonido como si Whiskey lo hubiera golpeado.
—Ay, Dios, carajo… Mierda, mierda, mierda, mierda.
El chico se dejó caer en la cama y se quejó, volteando la cabeza hacia la pared.
—¿Pequeño?
—¿Yo conducía? —Su voz era monótona y sin emoción.
—No.
—¿Dónde está mi coche?
—En el fondo del río. Imagino que alguien ya se habrá dado cuenta del roto en la barandilla protectora y probablemente estarán sacándolo.
—¿Dónde está la persona que iba conduciendo? —preguntó con la misma voz monótona y desinteresada.
—No sabría decirte, pequeño. Huyó. Te saqué y tú… Ni siquiera te diste cuenta de que nos habíamos sumergido.
Se escuchó un suspiro profundo y después una sacudida, como una mesa antigua temblorosa. Y otra sacudida y otra.
—Ay, por Dios. Pequeño, ¿estás llorando?
—No.
Una. Enorme. Mentira.
—Mira, pequeño, ¿quieres que le diga a la policía que estás aquí?
Hubo una pausa repentina, casi optimista.
—¿Tienes que hacerlo? —Su respuesta se escuchó apagada. Whiskey se encogió de hombros.
—No. ¿Tienes problemas con la ley?
—No, que yo sepa.
—¿Tienes idea de qué droga tomaste?
—Roofies, Ritalin y cerveza —gruñó el chico.
—Dios, pequeño, ¿qué intentabas hacer? —Whiskey bizqueó pensando en el dolor que provocaría todo eso.
Volvió a escucharse otro sospechoso gimoteo.
—Intentaba enderezar mi vida. Si no te molesta, me gustaría regodearme en la autocompasión por lo jodidamente bien que me ha salido, ¿de acuerdo?
Una pequeña sonrisa asomó a la boca de Whiskey en apreciación. El chico era un listillo. De la amplia variedad de cuerpos (femeninos y suaves, masculinos y duros, abiertos y suplicantes, renuentes y apretados), el favorito de Whiskey, el mejor tipo de cuerpo, era el tipo que se encontraba en su cama. El listillo con actitud mordaz hacia el mundo.
Colocó una mano en el hombro del chico y se lo apretó con gentileza.
—Está bien. Tienes derecho a estar a solas. Cuando despiertes, puedes buscar ropa en el cajón y darte una ducha. Es un barco pequeño, pero encontrarás todo. Hablaremos cuando regrese, ¿de acuerdo?
—¿Fuiste el que me sacó del coche? —Se escuchó otro gimoteo, pero este fue valientemente retenido.
—Sí.
—Gracias. Pero debiste ahorrarte el esfuerzo.
—No fue ningún esfuerzo. De todas formas, no podía dormir —mintió.
Se escuchó ese horrible sonido cuando ríes a regañadientes a través de las lágrimas.
—Me alegra haber podido ser útil —masculló el chico—. ¿Podrías irte ahora, por favor?
—Sí. Oye, chico, tu frasco de medicinas dice Patrick. ¿Ese es tu nombre?
—Sí.
—Puedes llamarme Whiskey.
Patrick se dio la vuelta, viéndose tan patético como cualquier niño se vería.
—¿Whiskey?
—¿Sí?
—Eres un buen hombre, pero soy un jodido problema. Intentaré dejar de molestarte pronto, ¿de acuerdo?
—No te preocupes. Siempre podemos utilizar a alguien para el trabajo de esclavos. Ayudarás cuando te sientas listo —Whiskey le despeinó el cabello.
Y con eso, se dio la vuelta y salió del diminuto compartimento con revestimientos oscuros. No escuchó más sollozos al salir, pero imaginó que tampoco escucharía risitas. No importaba. Tenía cosas que hacer.
PATRICKFINALMENTE había vuelto a quedarse dormido. Cuando despertó, descubrió sorprendido que su cabeza estaba bastante bien, pero su boca seguía con sabor a mierda y su cuerpo se sentía como si hubiera sido aplastado por una apisonadora.
Además, olía muy mal.
Whiskey. ¿Ese sería el nombre real del hombre? A Patrick le gustaba. Le quedaba bien a su rescatador. Este tenía el cabello oscuro, rizado y largo, sus ojos eran de un tono oscuro entre ámbar y marrón, su voz ronca, sus mejillas cubiertas por una barba negra de tres días, y la piel que Patrick había visto por los rotos de su ropa era bronceada.
Se veía como el whisky, y no la mierda que Cal solía beber. Era como el whisky de calidad, del tipo leonado oscuro que su padre tenía en la barra en su casa y únicamente abría cuando organizaba con esmero una cena para clientes o empleados.
Tan solo su voz gruñona había hecho que el sexo de Patrick se pusiera duro al minuto de escucharla, y considerando lo jodidamente mal que se sentía el resto de su cuerpo, esa sí que era una tremenda voz.
Pero él ya se había ido, y Patrick tenía que levantarse y enfrentarse a donde quiera que fuera que estuviera y el lío en el que se hubiera metido. ¡Bravo! ¿Esto le hacía ganar puntos en madurez? Porque, Dios, ¡algo tenía que hacerlo!
Salió de la dura cama de plataforma a una espantosa alfombra naranjada, y cuando lo hizo sintió el imperceptible cambio de movimiento. Entonces, todo comenzó a tener sentido para él: la sensación de no tener estabilidad ni apoyo que sentía en su estómago desde que había despertado, el débil sonido de agua que se había colado en sus sueños, el hecho de que él oliera a aguas negras y diésel. El club favorito de Cal estaba cerca de Gargen Highway, directamente por el río. Estaban en alguna parte cerca del delta, en una de esas grandes casas flotantes.
«¿Qué estabas haciendo, Cal?», pensó amargamente. «¿A dónde me llevabas después de echar en mi bebida una maldita roofie?».
Una cerveza. Podría jurarlo, y no solo eso, incluso juraría que no se la había terminado. Sí; lo sabía todo sobre Cal y su pequeña farmacia ambulante de bolsillo. Cal tenía muchos amigos interesados en esa mini farmacia, pero Patrick siempre había pensado que él era especial, porque él se había interesado en Cal.
La única razón por la que, aparentemente, Patrick había sido especial era porque le daba dinero a Cal sin requerir droga a cambio.
