Prometidos para siempre - Amy Lane - E-Book

Prometidos para siempre E-Book

Amy Lane

0,0

Beschreibung

Volumen 4 de la serie Manteniendo la Roca Promesaa Crick lleva en casa cinco años desde Iraq, Jeff y Collin están finalmente casados, y Shane y Mikhail están mejorando silenciosamente las vidas de adolescentes sin hogar que se cruzan en su camino. Todo está bien en el mundo de Deacon, pero nada nunca permanece igual. Cuando sus mejores amigos, Jon y Amy, responden a la llamada de una oportunidad en Washington, DC, Deacon imagina que así es la vida. Amas a gente, y ellos te dejan, y sobrevives. Incluso Benny, la hermana pequeña de Crick, está casi lista para ser una adulta y empezar su propio futuro. Pero Benny quiere a Deacon, y se lo debe todo... Puede que un día deje atrás El Púlpito y Levee Oaks, pero no sin dejar algo de sí misma tras de sí. Así que le ofrece a Crick y a Deacon un regalo sorprendente... y una decisión aterradora. Su oferta fuerza a Deacon y a Crick a desenterrar cada error del pasado y cada promesa de redención. Y no solo ellos dos; todo el mundo se ve obligado a examinar las oportunidades que se les han dado y las promesas que han hecho. En una familia real, un niño es una promesa, y para los hombres y mujeres de Roca Promesa, mantener esa promesa cambiará sus vidas para siempre.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 687

Veröffentlichungsjahr: 2016

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Prometidos para siempre

 

de Amy Lane

 

Volumen 4 de la serie Manteniendo la Roca Promesa

 

Crick lleva en casa cinco años desde Iraq, Jeff y Collin están finalmente casados, y Shane y Mikhail están mejorando silenciosamente las vidas de adolescentes sin hogar que se cruzan en su camino. Todo está bien en el mundo de Deacon, pero nada nunca permanece igual.

Cuando sus mejores amigos, Jon y Amy, responden a la llamada de una oportunidad en Washington, DC, Deacon imagina que así es la vida. Amas a gente, y ellos te dejan, y sobrevives. Incluso Benny, la hermana pequeña de Crick, está casi lista para ser una adulta y empezar su propio futuro. Pero Benny quiere a Deacon, y se lo debe todo... Puede que un día deje atrás El Púlpito y Levee Oaks, pero no sin dejar algo de sí misma tras de sí. Así que le ofrece a Crick y a Deacon un regalo sorprendente... y una decisión aterradora.

Su oferta fuerza a Deacon y a Crick a desenterrar cada error del pasado y cada promesa de redención. Y no solo ellos dos; todo el mundo se ve obligado a examinar las oportunidades que se les han dado y las promesas que han hecho. En una familia real, un niño es una promesa, y para los hombres y mujeres de Roca Promesa, mantener esa promesa cambiará sus vidas para siempre.

Nota del autor

 

 

NO HUBIESE esperado ni en un millón de años que la gente amase tanto a Deacon y a Crick. Jamás. Y el hecho de que aceptaran en su corazón a Shane, Mikhail, Collin, Jeff, Benny, Parry, Jon, Amy y a Martin fue sencillamente fantástico. Así que, junto a Mate, ¡que todavía me acompaña en esta aventura!, me gustaría darles las gracias a las personas que aman a mi gente. Sé que todos vosotros tenéis a vuestros favoritos. Cuando escribí este libro no pude decir adiós sin más a Deacon y a Crick; tuve que decirle adiós a todos, así que para todo aquel que haya caído rendido ante El Púlpito y la banda de Levee Oaks, este libro es para ti.

Benny: La vida con piojos de chica

 

 

CUANDO BERNICE Angela Coats tenía tres años, su hermanastro mayor, Carrick James Francis, se saltó un día la iglesia y no volvió a ir durante el resto de su vida.

No, aquel cabrón con suerte consiguió pasar sus fines de semana en El Púlpito, un rancho de caballos llevado por Deacon Winters y su padre, Parrish, y si los nuevos mejores amigos de Crick no se hubiesen pasado el rato llevando a Benny y a sus hermanas al parque o al cine a medida que se hacían mayores, es posible que hubiese llegado a odiar a Crick por ello.

Lo que hizo en su lugar fue enamorarse de Deacon.

Benny era una chica lista: no le era posible odiar a Crick. Él le hacía la cena y le lavaba la ropa y metía a Crystal y a Missy en la cama cuando iban con ellos. Cuando Benny tenía seis años, Crystal tres y Missy uno, las dos pequeñas tuvieron algún tipo de diarrea explosiva, lo que significaba que su madre seguro cocinó aquel día. De cualquier modo, Bob (que era como Benny llamaba a su padre en sus pensamientos, puesto que eso era lo que le llamaba Crick) llegó a casa y ambas niñas estaban llorando y la cena se estaba quemando sobre el fogón. Crick tenía a Missy apoyada en la cadera y la pobre se había cagado sobre los dos mientras él apagaba el fuego de los macarrones con queso que nunca estuvieron predestinados a ser.

Bob golpeó al chico con el revés de la mano allí mismo, y el agua hirviendo del cazo salpicó y quemó a Missy, así que Crick tuvo que atenderla tanto a ella como a su labio partido al mismo tiempo.

No era nada nuevo —Bob golpeaba a Crick todo el tiempo— pero fue, quizás, la primera vez que a Benny realmente le entró en la cabeza que no era justo. Había sido la primera vez que alguna de las chicas había terminado herida, y Benny se dio cuenta de que mucho de lo que su hermano hacía era recibir en su lugar el castigo que Bob acostumbraba a repartir indiscriminadamente.

A medida que se hizo mayor y vio ejemplos del temperamento irritable y boca mordaz de su hermano, empezó a comprender que todos eran afortunados. Crick contaba con algunos rasgos que le hacían muy parecido a Bob, pero estaba pasando los fines de semana en El Púlpito, así que también tenía a Deacon y a Parrish como ejemplos, y por lo tanto aquellas cosas malas no se llegaron a revelar del todo y Crick continuó siendo su hermano mayor.

Y fue por eso por lo que, cuando Crick salió del armario en mitad de un funeral, no le guardó rencor a Deacon por llevárselo.

Fue Deacon el que fue a recogerle del patio delantero. Benny le había visto recogiendo un rato antes toda la porquería del cuarto de Crick, como si fuera algo dado por hecho. Había visto lo mucho Crick había ansiado estar con Deacon, incluso entonces, cuando ella no tenía más que diez años. Benny todavía tenía un hogar, y Bob todavía no la golpeaba, así que podía entregarle su hermano a Deacon. No sabía de verdad lo que significaba gay, ni por qué Bob pensaba que era algo tan malo, pero sabía que Crick se merecía la amabilidad que había en los ojos de Deacon más que cualquier otra persona que conociera.

A medida que el tiempo pasó y tuvo que empezar a esquivar más a menudo a Bob una vez que este empezó a darse cuenta de que era ella la que estaba a cargo de los pequeños, y que toda la mierda que hacían los niños pequeños (cagar, llorar, necesitar comida) cargaba todo sobre sus hombros, empezó a soñar que algún día tendría a un Deacon que aparecería y le salvaría de lo que era su vida cuando Deacon, Crick y Parrish no estaban alrededor.

Cuando Crick se alistó en el ejército y salió huyendo como un asqueroso cobarde (de acuerdo, puede que estuviera un poco enfadada con él), miró desde lejos y llena de impotencia como Deacon caía roto a pedazos.

Cuando este empezó a rondar la tienda de licores como el fantasma de los vinos pasados, sufrió una profunda decepción. Benny se había levantado embarazada después de una noche que no recordaba con un chaval por el que no había estado tan loca antes de que él le drogara la bebida, y Deacon era su última y única esperanza. Para aquel entonces él tenía un delirium tremens tan grave después de tan solo un día que a Benny le sorprendió que no echara la primera papilla allí mismo, delante de la tienda de licores. ¿Y cuando fue a buscarla? ¿Cuando dejó de beber de golpe y sufrió el síndrome de abstinencia? ¿Cuando apareció en su puerta junto con sus amigos, recogió todas sus cosas del patio delantero y entonces (y Deacon no sabía que ella lo sabía) tumbó de un golpe a Bob como represalia por el ojo morado que ese cabrón le había dejado a ella?

Benny había sentido, incluso entonces, que iba a querer a Deacon sin remedio, como a un hermano, un mentor y un héroe, durante el resto de su vida.

Deacon jamás sabría —jamás— lo mucho que tuvo que esforzarse para no enamorarse de él además de quererle. El inútil, cobarde y con una mierda por cerebro de su hermano tenía todo el corazón de Deacon, era evidente. Eso no la frenó de soñar despierta, solo un poco, con él después de que la abrazara y la ayudara a tener a su bebé. El despertarse en mitad de la noche durante aquellos primeros meses y encontrarle meciendo a Parry Angel en sus brazos hacía que sintiera revoloteos en el estómago, pero no iba a pensar en eso, ni hablar.

Eso no significaba que no tuviera grabada en la memoria, para siempre jamás, la imagen de Deacon, con el atractivo rostro relajado y dulce, los ojos verde avellana cerrados, tumbado boca arriba en el viejo sillón a cuadros con Parry, que llevaba un body rosa, acurrucada contra su pecho, los dos profundamente dormidos. Deacon era ese chico, el chico que se despertaría por el bebé y le daría a la madre del mismo una habitación para ella sola, una educación y seguridad cuando Benny no podía recordar haber tenido ninguna de esas cosas desde que Crick se había marchado.

Cuando Andrew Carpenter apareció una buena mañana en su puerta con la dudosa afirmación de que el inútil de su hermano Crick le había salvado realmente la vida, Benny estuvo dispuesta a mirar más allá de aquella evidente mentira y ver que Andrew era un buen chico. (Deacon se la creyó de cabo a rabo, y solo el profundo y duradero amor de Benny hacia él evitó que perdiera muchos puntos de aprecio a sus ojos.) Drew era más que bueno, de hecho. Drew era leal: se quedó en El Púlpito aun cuando todo lo que Deacon podía pagarle era alojamiento y pensión completa. No protestaba si de repente estaba haciendo de niñera en lugar de domando caballos, y nunca, ni siquiera una vez, le preguntó quién era el padre de Parry Angel. Y cuando supo quién era, le dio un puñetazo directo a la mandíbula al susodicho, aunque eso no era lo importante. Lo importante era que cuando su sonrisa blanca y lenta le ensanchaba el rostro moreno, la manera en que miraba a Benny le hacía saber que aquella sonrisa era solo para ella.

Aquello hacía que le aleteara el estómago y le sudaran las manos. Le hacía sentir como si tuviera una cintura de avispa y un escote de talla cien en lugar de su cuerpo delgado y sencillo de pecho plano, y el cabello largo, rubio, sedoso y perfectamente peinado en lugar de lacio, de un marrón ratón y al que era necesario llevar por los hombros o sino se quebraba.

Desde que Benny tenía dieciséis años, cuando Drew empezó a trabajar en El Púlpito, hasta el momento en que cumplió los dieciocho, alrededor de la época de su erróneo intento de dejar Levee Oaks para ir a la universidad, la sonrisa de Drew pareció hacerse más profunda y más eléctrica, y más y más dedicada tan solo a ella.

Benny empezó a amar que fuese de ese modo.

Cuando volvió de la universidad, asustada (¡aterrorizada!) porque la salud de Deacon era pésima y todo el mundo en la familia estaba asustado por él, Drew había sido quien había ido a recibirla. Ella le había besado delante de todo el mundo, a pesar del hecho de que por lo que ella recordaba, no había besado a nadie de ese modo, y si no fuera porque su cuerpo recordaba todo el embarazo y el dar a luz que había soportado con Parry Angel, habría jurado directamente que todavía era virgen.

No importaba.

Estaba asustada por Deacon, y echaba de menos a su hija, pero Drew estaba allí, y era sólido y amable y leal y divertido de una manera astuta que te agarraba por sorpresa cuando no estabas prestando atención (¡eso le gustaba!), y Benny decidió que si un hombre tan joven como Deacon, que ni siquiera llegaba a los treinta, podía enfermar tanto tan rápido, ella no tenía tiempo para titubear ni holgazanear.

Además. Llevaba dos años muriéndose de ganas de besar a Drew.

Él besaba... a la perfección. Abrió la boca y dejó que la lengua de ella entrase, y era cálido y oscuro y seguro. Sus manos grandes eran delicadas en sus caderas delgadas y pequeñas, la atrajo contra su amplio pecho y Benny supo que estaba en casa. Cuando la familia (toda la pequeña familia unida de Deacon) se puso de pie en el porche y aplaudieron, Benny les enseñó el dedo no porque estuviera enfadada, sino porque quería que supieran que aquel momento era solo para ella y para Drew, y por mucho que todo el mundo lo hubiese visto venir y lo hubiese deseado, ella lo había hechollegar, y lo deseaba más aún.

Por supuesto, después fue dentro y vio a Deacon, con el rostro pálido, la mandíbula apretada por el dolor, tan inmerso en su sufrimiento por el fallo cardíaco congestivo que a duras penas estaba ahí para su familia.

Llegados a ese punto, Jon, el mejor amigo de Deacon desde que llevaban pañales o casi, llevó a Deacon al dormitorio que compartía con Crick y llamó a una ambulancia. Jon era abogado, y puede que tuviera el aspecto de un surfista o de un chico de la piscina de Hollywood, pero la verdad era que era más inteligente e implacable que seguramente ninguna otra persona en El Púlpito, y Benny era una de los pocos que no olvidaba ese hecho.

Jon estaba hecho para llevar a cabo cosas como aquella. Podía decirle a alguien que se fuera a la mierda, que estaba siendo estúpido, y no sonar ofensivo. Benny decía esas cosas, pero siempre parecía mala persona. Jon sencillamente tenía toda esa autoridad a su alrededor. Era la razón por la que su pequeña esposa le adoraba, aunque ella misma era una cabronceta mandona, razón por la que Amy y Benny se llevaban muy bien.

Esa razón era el porqué, pensó Benny en aquel dolorosamente caluroso día de agosto, alrededor de dos años y medio después del ataque al corazón de Deacon, Jon era un oficiante tan espléndido en todas las bodas que no paraban de celebrar en Roca Promesa.

Las víctimas nupciales de aquel día estaban de pie sufriendo el calor. El cómo Jeff y Collin creían que agosto era una buena época para una boda se le escapaba a Benny. Pero la habían celebrado lo bastante temprano como para suprimir el calor sádico, y la etiqueta de rigor eran pantalones cargo y camisetas hawaianas para los hombres y vestidos veraniegos para las mujeres. Benny creía que debía de haber sido idea de Collin, y no le importaba. Cualquier excusa para comprar un vestido de verano nuevo era una oportunidad de la que se aprovecharía, incluso si ya lo estaba empapando de sudor. Que la boda estuviera celebrándose fuera de temporada o que para las dos de la tarde haría tanto calor que la tarta se fundiría en su rústico pedestal de madera no importaba. Jeff debía de estar todavía perdido en el romance de toda su historia de amor, porque estaba llorando tal riachuelo de lágrimas silenciosas que Benny había tenido que acercarse un par de veces para cambiarle los clínex.

Jeff iba impecablemente vestido: un acicalado traje crudo de lino, cruzado y de cintura entallada, junto con unos pantalones lo bastante ajustados como para hacerle rebotar monedas del culo. Por supuesto, bajo la chaqueta llevaba una camiseta en tono pastel, al estilo de Miami Vice, pero eso tan solo lo mejoraba. Sus rasgos angulosos y huesudos con la nariz ligeramente aguileña se veían hermosos y, bueno, más gais que un teatro de variedades de los locos años veinte. Consiguió parecer un dandi salido de un libro de F. Scott Fitzgerald mientras daba la bienvenida a sus invitados en lo que equivalía a una poza para nadar privada en mitad de ninguna parte.

Collin, su prometido, no se parecía en nada a él. Tenía el pelo largo y rubio, secado para que cayese liso y recogido en una coleta; tenía la mandíbula cuadrada, y la nariz se arqueaba hacia arriba al final. Collin había sido el que había insistido en poner «vestir de manera cómoda» en las invitaciones de la boda, y llevaba unos caquis, una camisa de manga corta, tirantes rosas y una pajarita a juego. Era (y la gente molestaba a Jeff por ello todo el tiempo únicamente para hacerle enrojecer y que bajara la cabeza) casi diez años más joven que el que pronto sería su esposo. Pero era divertido; Benny había echado un vistazo a los dos cuando había vuelto de la universidad y le había dicho a Drew: «¡Oh sí, pero puedes apostar a que ese chico es el que manda!».

Drew se había reído en aquel momento, pero viéndoles durante los últimos dos años y medio le habían dado la razón. No es que ella viviera para poder decir «te lo dije» ni nada, pero una vez que Deacon la sacó de la casa de sus padres y la ayudó a arreglar sus problemas, se acostumbró bastante a ser la que más sabía lo que pasaba.

También estaba terriblemente orgullosa de servir a su familia de manera discreta y competente. Se había convertido en su rasgo distintivo al principio, cuando Crick todavía estaba en Iraq y estaban solo Deacon y ella, intentando mantener el negocio a flote. En aquel entonces había estado asustada, y había trabajado como si su lugar en el hogar de Deacon dependiera de su utilidad, y aunque había superado ese miedo casi por completo, no había superado el amor de ser necesitada.

Así que se sorprendió cuando, la tercera vez que se inclinó por debajo de su codo para quitarle un paquete clínex y sustituirlo por otro, Jeff dejó de responder a los votos que Jon estaba recitando, le rodeó la cabeza con el brazo de manera bromista y sonrió de oreja a oreja.

—Benny, mi amor, ¿estás buscando el mismo servicio cuando sea tu turno?

Benny sonrió ampliamente y alzó la mano (muy arriba; ¡Jeff era alto, ella no!) y le revolvió el cabello, perfectamente engominado.

—Vaya si lo estoy, Jeffy. Justo después de que Collin y tú carguéis conmigo hasta el altar en un palanquín.

Aquello provocó la risa del público, y Jeff se inclinó y depositó un beso lloroso sobre su pelo.

—Trato hecho, oh, pequeñaja. Nos cuidas bien.

Benny le sonrió, ella misma algo llorosa. La boda de Crick y Deacon, tres años antes, la había pasado prácticamente sollozando. No había sido mucho mejor en la boda de Shane y Mikhail, y a duras penas había conseguido contenerse durante la de Lucas y Kimmy. La única razón por la que había sido capaz de sobrellevarlo en aquella era porque Jeff estaba llorando por los dos. Pero ahora que tenía que hablar y mirar a la felicidad directamente a los ojos, era posible que no lo lograse.

—Bueno —sorbió por la nariz—, vosotros siempre cuidáis de nosotros en respuesta. —Se le rompió la voz sin remordimientos en la última palabra, y Jeffy la aplastó contra su pecho para darle un abrazo bien sólido.

—Pero bueno, Benny, hasta que sea tu turno, no puedes pasar todo el rato aquí arriba. Lo sabes, ¿verdad? —dijo Jon tras un momento.

La risa general levantó ecos desde la pequeña reunión de amigos y familiares bajo los robles. Estaban de pie en el afloramiento de granito que marcaba la poza para nadar, y por un momento, allí en la sombra, su tío Jeffy la abrazó y ella fue feliz. Y a continuación notó una mano en el codo y se apartó del círculo.

Alzó la vista y vio a Deacon, con el rostro delgado y de mandíbula cuadrada y aquellos ojos verdes con el cabello entre marrón y rubio, y dejó que la engullera entre sus brazos. Olía tan bien. Benny escogía el suavizante de la ropa y le compraba el gel para la ducha, pero en su olor había más que eso. Deacon se había puesto un traje para hacerle compañía a Jon, porque Jon jamás llevaba traje, pero podía oler el sudor que había debajo. Era el olor siempre presente y honesto de los caballos, y después estaba Deacon. Durante seis años aquel olor había significado consuelo y hogar, y mientras perdía el control debido a la felicidad entre sus brazos, una parte dentro de ella lloraba porque sabía que muy pronto aquello tendría que cambiar.

Jon terminó de hablar y Jeff y Collin intercambiaron lo que parecía ser un beso muy casto. Benny conocía a casi toda la gente que había bajo la sombra de los robles, incluso a la familia de Collin, aunque había algunos amigos de Jeff del trabajo, y todos aplaudieron felizmente. Deacon relajó los brazos alrededor de sus hombros y, de repente, el tesoro de Benny ignoró a su madre y dijo: «¡Deacon, he sido tan buena, no he hablado para nada!», al mismo tiempo que el amado de Benny decía: «¡Deacon, te la cambio!».

Benny fue empujada suavemente hasta el abrazo de Drew de manera que Deacon pudiera agarrar a Parry Angel. Parry llevaba el rizado y rebelde cabello castaño recogido con lazos, y aunque ya estaba cerca de los seis años todavía podía chillar como un bebé de dos cuando Deacon lanzaba su pequeño cuerpo al aire.

Benny se giró hacia Drew con una sonrisa mientras sorbía por la nariz, solo para ver algo completamente desconocido ensombreciéndole los ojos.

Drew alzó una mano para secarle una lágrima con el pulgar, y ella sintió como se le fruncía el ceño.

—¿Qué? —preguntó.

Drew hizo una mueca, pero aquello no era su brillante sonrisa reconfortante.

—Benny, sabes que quiero a ese tipo como a un hermano, ¿verdad? —le preguntó con calma, y ella asintió. El resto de la compañía se había desplazado hacia la línea de recepción, y le preocupaba no estar allí. Drew les apartó un poco hasta la sombra misma de la roca.

—Sí, yo también —le dijo Benny, intentando relajar la tensión.

Drew simplemente negó con la cabeza. Tenía unos ojos maravillosos: de un marrón muy oscuro, inteligentes y enternecedores. Cuando parpadeó, las pestañas negras y obscenamente largas le rozaron los pómulos, y cuando volvió a abrir los ojos, estos estaban tanto esperanzados como asustados al mismo tiempo.

—Es difícil estar a su altura —dijo Drew con suavidad—. ¿Se lo has dicho ya?

Benny se mordió el labio inferior.

—¿Que estoy lista para mudarme de una casa de su propiedad a otra casa de su propiedad? —preguntó de manera belicosa, esperando que los hechos oscurecerían el gran paso que era.

—Que estás lista para venir Parry y tú a mi casa. Benny, me encanta estar aquí, y soy feliz de vivir aquí, ir a estudiar cuando tú hayas terminado, criar a una familia trabajando en el negocio de Deacon. Pero necesito que estés en mi propio hogar. ¿Es pedir demasiado? Quiero... —Hizo otra mueca y miró el lugar en el que estaban. Era una poza para nadar, llana y simplemente, pero también era la iglesia familiar. La sombra de los robles evitaba que el sol de agosto golpeara con demasiada fuerza a ambos, y el agua del canal de irrigación gorgoteaba al girar la curva. Era un lugar hermoso, esculpido por la necesidad en lo que podría ser un mundo difícil, y cuando no estaban celebrando bodas, fiestas de verano, dando la bienvenida a los nuevos bebés o haciendo el amor (al menos para Drew y ella había ocurrido allí la primera vez), era la poza para nadar durante el verano y el lugar donde pensar para la familia.

Las cosas importantes ocurrían allí, y al parecer Drew había decidido que era la hora de una más.

—Benny, ¿no quieres casarte? —preguntó de manera cruda, y Benny parpadeó y dibujó una sonrisa enorme, encantada, porque había creído que aquella conversación iba a ser mucho más seria que aquello.

—¿Contigo? Porque, bueno, ¡claro que sí! —Rio—. ¿Qué crees, Drew? ¿Cuánto llevamos saliendo, dos años y medio? —Su voz descendió y abrió la mano sobre el pecho de él, endurecido por el pesado músculo que había bajo la camisa rosa de vestir—. ¿Crees que...? Quiero decir, toda mi familia sabe lo nuestro. ¿Crees que eso sería así si no quisiera que fuéramos pareja?

Drew le cubrió la mano con la suya, más grande, y ella resistió la tentación de examinarla, como hacía a menudo, para contrastar el color café del dorso con el tierno rosado de la palma y las yemas de los dedos. Aquellas cosas la fascinaban, y nunca había intentado mantener en secreto el hecho de que el color de piel le encantaba tanto como el resto de él. No la asustaba la diferencia entre sus razas, y no la asustaba la piel bajo la prótesis de su pierna, y no la asustaba el completo contraste de la cultura entre la crianza de él en el sur y la de ella en el norte de California. La única cosa a la que le tenía miedo sobre su relación con Drew era que, de algún modo, la alejaría de su familia.

—Quiero que seamos permanentes —dijo Drew en voz baja—. Pero sabes que eso significa que vas a necesitar mudarte con Parry de esa casa. Y algún día, no ahora, pero algún día, después de que ambos hayamos terminado con la universidad, y cuando hayamos tenido a otro bebé o dos, puede que nos marchemos de aquí. De El Púlpito. De Levee Oaks. De Deacon. Y necesito saber que eres capaz de ello.

Benny tragó con dificultad e intentó que no se le saltaran las lágrimas; todavía le duraba esa sensación ardiente detrás de los ojos por la boda, se dijo, categórica. Era natural.

—Quieres decir elegirte a ti… —dijo, sabiendo que era a eso a lo que llevaba la conversación.

—Por encima de Deacon —afirmó Drew. Echó una mirada furtiva a un lado, y Benny miró a donde Deacon estaba sosteniendo a Parry Angel, y esta vez tuvo que secarse el rostro con las manos de nuevo.

—Por supuesto que te elijo a ti —susurró con dolor, porque no era tan sencillo y ambos lo sabían. Ambos le debían tanto a Deacon. Dejarle solo parecía una manera horrible de devolverle el favor—. Le diré que nos mudamos mañana.

Drew asintió y sonrió, y pareció como si el peso del mundo se hubiese levantado de sus fuertes hombros. La acercó hacia él y apoyó la frente contra la suya, y Benny le sonrió mirándolo.

—Te quiero de verdad —dijo ella suavemente, pensando que era verdad, y su corazón se sentía tan henchido en el pecho que dolía—. Lo sabes, ¿verdad?

—Yo también te quiero, Bernice.

—Oh maldita sea, Drew. Lo retiraré todo si no dejas de llamarme así.

Él rio y cerró la boca sobre la de ella, y ella se relajó en el beso.

Y todo podría haberse quedado ahí. Puede que Benny no hubiese dado el siguiente paso en su razonamiento, o en lo que le pidió a Drew, o en lo que quería darle a Deacon, si su estúpido hermano no hubiese tenido una mala racha con la pierna herida y no hubiese necesitado que le llevaran de vuelta a casa en coche. Benny iba a ofrecerse a hacerlo, y a agarrar después algunas de sus cosas para pasar la noche en casa de Drew si no había problemas, pero antes necesitaba encontrar a Deacon y decírselo. Además, Crick necesitaría ayuda para cruzar el terreno y la verja para el ganado y poder llegar a la camioneta, y nadie excepto Deacon podía hacerlo.

Miró alrededor en el claro; el día había avanzado, y Collin y Jeff estaban sentados en un par de sillas plegables, hablando con amistades y familiares.

—¿Las flores? —preguntó Jeff, haciendo un gesto hacia la selección de flores silvestres en los decantadores de cristal que Benny le había ayudado a rebuscar de los mercadillos de todas partes—. ¡Pinterest, amiga mía! Lo sé, se ven totalmente rústicas, y uno hubiese pensado que serían sencillas, ¡pero oh Dios mío! Encontrarlas ha sido una pesadilla, ¡y Benny y yo nos hemos dejado los dedos en carne viva atándolas con pequeños lazos de arpillera!

—No se me permitió ayudar —dijo Collin, estirando los labios en un mohín parecido al de las muñecas Kewpie1.

—¡Hola, las llenarías de grasa!

—Porque lo rústico solo mola cuando involucra polvo —dijo Collin con tono seco, y Jeff asintió con la cabeza con completa seriedad.

—¡Por supuesto! ¡Si la boda hubiese sido en tu taller, entonces podrías haber puesto grasa en la arpillera!

Todo el mundo quería hablar, y aunque Collin estaba en mayor parte sentado en silencio y dejando que su marido contase las historias con gestos ostentosos y la rapidez del rayo, a él se le daba bien hacer uno o dos comentarios sarcásticos. El trabajo de Jeff también era hacer pausas para dejarle incluirlos, y juntos podían entretener en su propia fiesta como nadie más.

Amy, con un vestido de verano de un verde pálido, estaba sentada en la orilla de arena del arroyo, sosteniendo a su hijo pequeño por las manos de manera que pudiera patear en el agua.

—Ey, Jon-Jon —murmuró, y el bebé, una versión de pelo rubio y ojos marrones de su padre, que tenía los ojos azules, rio. Su pequeño traje de tres piezas de bebé (la idea surgió de una broma de su padre, puesto que Jon solo se ponía trajes para oficiar en las bodas, ni siquiera cuando estaba ante el tribunal) yacía cuidadosamente doblado dentro de la bolsa de los pañales, que colgaba del hombro de Amy, y el coronado como Rey de Roca Promesa llevaba puestos un pañal y una sonrisa como único atuendo.

Lila Lisa, la pequeña de Amy y Jon, estaba acuclillada con Parry Angel; estaban buscando si había algún foxino dando vueltas en la parte arenosa de la orilla. Las pequeñas llevaban vestidos de verano lavandas a juego, porque para eso tenías chicas, para poder ponerles cosas con volantes que las hacían sonreír. Por supuesto, en aquel momento las faldas de ambos vestidos estaban remangadas, dobladas y fijadas de cualquier manera firmemente entre sus piernas para que no se mojaran el borde, pero Lila era tan bajita que la parte baja estaba tocando el agua de todos modos.

Benny se detuvo por un momento para inclinarse y darle un beso a Parry en su pequeña y rizada cabeza, y a continuación se giró hacia Amy, la pequeña Amy de cabello y ojos oscuros, la única chica que Benny conocía que era más pequeña en altura que ella misma, y sonrió.

—¿Has visto a Deacon?

Para su sorpresa Amy pareció preocupada y un poco triste.

—Sí. Creo que Jon y él se han ido a hablar al lado de los hombres de la roca.

Benny soltó una risita.

—¿Hay un lado de los hombres?

Amy tenía una cara pequeña y encantadora, con unas adorables mejillas de hámster, pero podía conseguir una expresión de completa repugnancia si le convenía.

—Sí, el otro lado de la roca, el lado sin sombra. Es a donde van a hablar cuando están bastante seguros de que nosotras, las plebeyas con tetas, no queremos sudar y no les seguiremos hasta allí.

—¿Es eso lo que somos? —preguntó Kimmy, acercándose por el arroyo. Estaba mirando a los niños con anhelo, y Amy le sonrió y levantó a Jon-Jon para que Kimmy pudiera agarrarlo y hacerle pedorretas en la barriga. Kimmy era una mujer guapa en la treintena, con cabello castaño que le caía sin recoger hasta la cintura a pesar del calor, y un rostro sereno y ovalado con ojos avellana idénticos a los de su gemelo. Hizo las pedorretas y Jon-Jon rio en voz alta.

—¡Kimmy!

—Oye, Cachorro. ¿Has tomado ya algo de tarta?

Los ojos de Jon-Jon se abrieron de par en par.

—¿Tarta?

—¡Kimmy, malcriada! —se quejó Amy—. ¡Sabes que se la pone de traje más que comérsela!

—No importa —dijo Kimmy con calidez—. Le lavaré cuando hayamos terminado. —Sentó al pequeño sobre la mesa y Amy se levantó del banco, manteniendo un ojo vigilante sobre las dos pequeñas.

—¿Vas a quedarte, Benny? —le preguntó.

Esta miró hacia donde Crick estaba sentado con aspecto avergonzado. Intentó levantarse completamente mientras ella miraba, pero la pierna le falló y apretó los dientes. Había estado poniendo mucho empeño en la rehabilitación de la pierna y el brazo, intentando prepararse para aquel evento, y se había excedido. La única persona que dejaría que lo ayudase cuando estaba así era Deacon.

—Crick necesita ir a casa —dijo Benny en voz baja—. Va a necesitar la ayuda de Deacon para llegar a la camioneta.

Amy alzó la vista y frunció el ceño.

—Dios... ¡sabía que no debería haber estado ayudando a cargar sillas ayer! Dijo que estaba bien, pero...

Benny se encogió de hombros.

—Es cabezota —replicó, porque era la verdad. Pero también era verdad que se forzaba, como si no hubiese estado a punto de volarse en pedazos, y no le gustaba que la gente supiera que no estaba en tan buena forma como todos los demás. A todo ello se sumaba la resistencia de Crick de abandonar siquiera un ápice el trabajo de cuidar de Deacon.

—Iré a buscar a Deacon —decidió Benny, porque ¡vaya! ¿Cómo de mala podía ser una conversación con Jon?

—Ey, Benny... —Amy la llamó desde detrás, pero Benny ya estaba a medio camino del árbol, y Lila escogió ese momento para caerse en el agua sorprendentemente fría, chillando lo bastante alto como para romper los vasos de plástico de la sidra espumosa. Amy desistió de volver a llamar su atención, y Benny no miró atrás.

Rodeó la esquina de Roca Promesa en silencio, esperando tener que esperar hasta que los chicos hubiesen terminado con su charla para conseguir la atención de Deacon, y lo que oyó en la voz de este la hizo detenerse.

—¡Maldita sea, Jon! ¡Esa es una oportunidad enorme!

La respuesta de Jon, cuando logró articularla, fue áspera y temblorosa. Benny guardó silencio a la sombra del roble mientras Deacon y Jon estaba de pie de cara al sol, con la espalda hacia la roca y hacia ella.

—Significaría dejaros.

—Sí, bueno, eso apestaría —dijo Deacon, dándole una palmada en el hombro. Jon emitió un sonido de risa estrangulado, y Deacon volvió a apoyarse contra la roca.

—¡Me encanta este sitio! —protestó Jon, y su voz le pareció a Benny débil, y probablemente también a Deacon—. A mi familia le encanta este sitio. Hemos crecido aquí, a mis hijos les encanta...

—Jon, vamos a aclarar una cosa. A nadie le encanta tanto Levee Oaks, ni siquiera a los padres fundadores, sean quienes fueran. Te encantamos nosotros. Cuando iba a desplazar este sitio hace cuatro años, ibas a mudarte conmigo, así que sé que puedes hacerlo...

—¡Vale, así que este sitio es horrible, pero Deacon...!

—Jon, ¿te das cuenta de lo que te han pedido que hagas?

—Sí... ¡ponerme un puto traje!

—¡No! ¡Te han pedido que vayas a Washington y trabajes por una causa! ¿Lo entiendes? Toda esta mierda por la que Crick y yo, por la que Shane y Mickey y todos esos niños en Casa Promesa han pasado... demonios, la medicina y el tratamiento de Jeff y Collin.... toda esa mierda, todas esas dificultades han recibido el sello de aprobación de las autoridades. ¡Te han pedido que vayas a cambiar todo eso, Jon! Dios, ¿sabes lo enorme que es eso?

Benny se tapó la boca con la mano, porque por una vez en su vida necesitaba mantenerse callada. Oh demonios. Demonios, aquello era enorme. ¿Jon? Jon era el pilar de Deacon. Crick era apasionado, nervioso y requería muchos cuidados; Jon era la columna vertebral de la cordura de Deacon, ¿e iba a irse?

—Lo sé —dijo Jon en voz baja—. Lo sé. Y a Amy le encantaría ayudar, y eso también es importante, porque por mucho que quiera a los niños no se graduó en Derecho para nada. Y nos contratan como a un equipo... quiero decir, ¿quién hace eso? Y es una oportunidad para... no lo sé...

—¿Cambiar la historia? ¿Dejar tu marca? ¿Hacer algo importante con tu vida?

—¡Creía que estaba haciendo algo importante con mi vida ejerciendo aquí!

Deacon rio un poco y se pasó la mano por la mata de cabello rubio oscuro.

—Sí, bueno, aun con lo genial que ha sido tener a nuestro propio abogado mascota en el bolsillo, Jon, realmente estás hecho para más. Quiero decir, ¿cómo crees que llamaste su atención en primer lugar?

—Enviaste mi nombre a esa página web —dijo Jon sin emoción, y Benny tuvo que esforzarse por no desternillarse como una histérica cuando Deacon se encogió de hombros.

—Fue idea de Crick. Estaban buscando miembros de la comunidad que hubiesen marcado la diferencia. Ese eres tú, grandullón... ¡no puedes luchar contra eso!

—Dios, Deacon, ¿tenías idea de que...?

—¿De que ibas a recibir la atención suficiente como para terminar en esa revista? No. ¿Que la gente de los lobbies en DC querría venir a buscarte? Ni una jodida pista. Pero Jon... —Deacon avanzó dos pasos y se giró, y Benny examinó su rostro con avidez buscando alguna pista sobre cómo se sentía en realidad acerca de todo aquello. Cualquiera que quisiera a Deacon sabía que lo que decía, incluso el tono de su voz, no era real. Era un maestro en anteponer a las personas que quería a las cosas que deseaba en realidad.

Pero sus ojos...

Benny había aprendido a mirar el modo en que se le arrugaban las comisuras de los ojos, o la piel tirante sobre los pómulos, para saber lo que estaba pensando en realidad.

La noche en que su estúpido hermano le había llamado para decirle que le había sido infiel mientras estaba de servicio, los ojos de Deacon habían estado abiertos de par en par y llenos de seriedad cuando le dijo a Benny que lo superaría. Pero las arrugas de sus ojos verdes habían estado agrupadas, como si tuviera la mandíbula demasiado tensa como para dejar que se relajaran como debían hacerlo.

Tenían el mismo aspecto que en aquel momento.

—Amy y tú siempre estuvisteis hechos para cosas más grandes que yo o esta ciudad de todos modos —dijo Deacon bruscamente—. Te echaré de menos... Dios, todos os echaremos de menos. Pero decirte que no te vayas porque te echaremos en falta es puro egoísmo.

—Y que Dios no te permita ser egoísta, ¿verdad, Deacon? —respondió Jon con amargura, y Deacon tragó saliva.

—Sabes, idiota, Crick y yo conseguimos seguir juntos durante dos años escribiendo cartas de verdad y tweets. Tuvimos dos chats cara a cara por un teléfono por satélite en dos años, y nos las arreglamos bien. Tenemos Skype, y mensajes de texto, y estoy jodidamente seguro de que no me voy a marchitar y morir si me dejas atrás.

Jon negó con la cabeza vehementemente.

—Sí, Deacon, recuerdo lo «bien» que fue. ¿Recuerdas el delirium tremens? Porque yo sí, y si alguna vez me entero de que has vuelto a beber, volveré aquí y te mataré de una paliza.

Deacon puso los ojos en blanco.

—Jon, sabes muy bien que con o sin marcapasos, si volviera a hacer algo nadie tendría que darme una paliza para verme muerto.

Jon le lanzó un puñetazo.

Benny podría haber chillado si hubiese hecho contacto, pero Deacon era rápido, y había estado cuidando muy bien su cuerpo desde el ataque al corazón. Lo esquivó hacia un lado, le agarró el brazo y tiró, y el impulso de Jon le llevó directamente entre los brazos de Deacon.

Jon forcejeó durante un momento y a continuación se rindió y devolvió el abrazo con todas sus fuerzas.

—Te echaré de menos —murmuró.

—Dios, eso espero —respondió Deacon, y se giró lo suficiente como para que Benny pudiera verle la cara por encima del hombro de Jon.

Drew la encontró diez minutos más tarde, encogida en el pequeño escondite donde el sol y la sombra se reunían. Deacon y Jon había dado la vuelta por el otro lado, de vuelta al banquete, y Benny estaba bastante segura de que el primero iba a llevar a Crick a casa.

Lo cual era bueno, porque ella no había sido capaz de dejar de llorar y no hubiese querido confesarle a Deacon el porqué.

—¿Benny? —preguntó Drew, acuclillándose allí donde ella estaba arrastrando el dobladillo de su vestido nuevo por el polvo—. ¿Qué ocurre, pequeña?

Benny se secó los ojos con la palma, al estilo de los chicos, y quiso maldecir porque su cuidadosamente aplicado maquillaje ahora estaba extendido por los ojos y escocía como un hijo de puta.

Pero Drew estaba preparado; sacó un pequeño paquete de pañuelos y se los tendió, y ella pasó algunos segundos limpiándose la máscara de pestañas de las mejillas mientras se tranquilizaba.

—¿Drew? —dijo indecisa, detestando el ir a pedirle aquello, pero incapaz de cambiarlo.

—¿Sí?

—Tenemos que darle algo —susurró—. Algo que pueda mantener. Algo que haga que su familia esté siempre ahí.

La mirada interrogante de Drew fue difícil de afrontar.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando, Bernice.

Le llevó un rato explicárselo, y cuando hubo terminado hizo falta una semana para arreglar las cosas entre ellos. Pero al final comprendió que ella tenía razón, que era una solución perfecta. Al final, incluso Drew vio que si querían dejar a Deacon, estaría bien para ambos si primero le prometían la eternidad.

1 N. del T.: Marca de muñecos creados a partir de las tiras cómicas dibujadas y escritas por la artista Rose O´Neill en la primera década del siglo XX. En las primeras ilustraciones Kewpie aparece como un bebé cupido, con una inmensa sonrisa cerrada y los ojos abiertos, lo que conlleva una mueca a partir de entonces característica de estas ilustraciones.

Deacon: El olor cósmico a caballo

 

 

CONTRARIAMENTE A la creencia popular, el padre de Deacon no había sido perfecto.

Era fácil idolatrarlo ahora, porque estaba muerto y, bueno, porque comparado con el padrastro de Crick, Parry realmente había sido un puto santo.

Pero Parrish había sido un cabrón silencioso y malhumorado cuando le convenía, y aunque para Deacon resultaba sencillo culpar a su madre por haberse matado bebiendo, sabía que vivir con Parrish, especialmente durante los primeros días de El Púlpito, cuando las horas duraban más que el día, no podía haber sido fácil. A pesar de lo mucho que Crick le daba dolores de cabeza al ser un idiota poco comunicativo a veces, Deacon estaba bastante seguro de que ya había batido el total de palabras que su padre había pronunciado en toda su vida.

Pero aquello no significaba que fuera a hablar de sus sentimientos de la noche a la mañana.

Así que cuando Jon volvió al banquete de la boda, era muy consciente de que no iba a anunciar sin más la mudanza de Jon a todo el mundo, no en aquel preciso instante. Necesitaba unos minutos. Jon necesitaba unos minutos. Deacon sabía, por el modo en que Jon se acercó a su mujer y le rodeó la cintura con los brazos para apoyar la barbilla sobre su hombro a pesar del calor sofocante, que Jon necesitaba tiempo.

Bien. Deacon prefería hacer ver que toda aquella conversación no había tenido lugar durante un rato.

En su lugar rio con la cliente de fisioterapia favorita de Jeff, Margie, una mujer de mediana edad, ahora delgada, que pinchaba a Jeff con que era el Marqués de Sade de la terapia física al mismo tiempo que iba a buscar a Collin otro trozo de pastel. Había intercambiado algunas palabras con Martin, el hermano pequeño del antiguo novio de Jeff, y le había preguntado si estaba listo para echar una mano en el taller. Martin se había reído y había encogido los hombros, pero Deacon lo había visto: el chico desconfiado y desafiante de hacía casi tres año había crecido hasta convertirse en un joven considerado. Estaría bien, y Deacon se alegraba; Collin y Jeff tenían más familia, y aquello era casi una bendición.

Después de los comentarios de cortesía (afortunadamente cortos), ayudó a Drew y a Patrick a recoger las sillas. No estaba tan inmerso en sus pensamientos como para no notar que Drew estaba huraño y taciturno, y aunque era un estado de ánimo extraño en su amigo y compañero en los sufrimientos con los caballos, iba a juego con su propio humor de manera perfecta.

Fue Patrick quien dijo algo.

—Maldita sea Deacon; ¡cuando tu padre estaba así, al menos solo atormentaba a los caballos! ¿Por qué no dejas de machacar a Crick y te sacas ya lo que sea de encima?

Deacon se vio obligado a reír. No recordaba cuándo había empezado a trabajar Patrick para su padre, pero se alegraba de que el mejor amigo y confidente de Parrish no hubiese desaparecido por completo de su vida. Quizás debería aprender una lección de aquello: Patrick había permanecido en contacto y había estado presente para las cosas importantes incluso a pesar de haberse mudado a algunas horas de distancia. No había ninguna razón para sospechar que Jon no fuera a hacerlo.

Miró a su alrededor, pensando que ahora podría hablar de verdad con Crick sin perder la compostura y sin hacer mohines, y se dio cuenta de que se había ido.

Le hizo falta consultar a tres personas antes de llegar a uno de los chicos de Casa Promesa que le dijo que Shane y Mikhail le habían llevado a casa, y que había necesitado ayuda para ello. El bajón de Deacon volvió de repente, sobre todo cuando se dio cuenta de que iba a tener que llevar a los chicos y a las sillas a sus respectivos lugares.

Dejó de anhelar la compañía de Crick y sintió como el regalo de su padre de ser un cabrón taciturno volvía a tomar las riendas. Ansió el silencio y la compañía no verbal de los caballos.

Finalmente lo consiguió.

Primero tuvo que prepararle a Crick algo de picoteo, deteniéndose durante un momento para ver las arrugas de dolor que tenía grabadas en el rostro, el modo en que cerraba los ojos en el silencio de la casa como si se sintiera a salvo y la manera en que consiguió dibujar una sonrisa para Deacon incluso a pesar de que era evidente que se sentía hecho una mierda.

Deacon estaba en deuda con él. Estaba en deuda por haberse quedado a su lado durante todas las ocasiones en que no quería hablar, por amarle cuando tenía que admitir que no era la persona más fácil con la que vivir. Estaba en deuda con él por sonreír siempre que Crick sentía dolor, y por arrancarle risas en todas las ocasiones en que había asumido que preferiría arrancarse el brazo antes de hacerlo.

Al menos pudo gastar algo de su estúpida tristeza en los malditos caballos.

Entonces Benny tuvo que ir a buscarle, y pareció ser el día en que la humanidad al completo intentaba esconder el asco de estado de ánimo en el que estaban, pero le dejó guardárselo para ella misma.

Sentado en el establo, Deacon recordó a Crick en aquel mismo lugar de niño, recordó las cosas que habían hecho allí de adultos (esas cosas que hacían que se le acalorara el rostro y tuviera que reacomodarse dentro de los pantalones) y el modo en que Crick siempre había amado a los caballos, incluso a pesar de que no había sido el mejor montándolos o siquiera la mejor opción que meter en un cerco con un animal asustadizo y malhumorado, y fue capaz de recuperar algo de tranquilidad.

Jon se marcharía, Crick se quedaría. Deacon podía sufrir un número ilimitado de pérdidas, que todos vinieran y fueran, cualquier cambio de tiempo, de familia y amigos, siempre y cuando Crick permaneciese.

Crick le amaba. Y aquello siempre era suficiente.

Mikhail: Sobre ser una imposición

 

 

MIKHAIL OJEÓ a Martin con profunda sospecha, especialmente puesto que el chico evidentemente no había prestado atención a una sola de las palabras que había dicho dos años y medio antes y había comido lo suficiente como para crecer hasta tener el tamaño de una casa. Cualquier chico que creciera hasta ser así de grande era evidentemente alguien de quien no debías fiarte.

—Comprendes que este es un vehículo muy especial, ¿verdad? —dijo Mikhail bruscamente.

Martin, en su favor, examinó la gigantesca furgoneta Chevy púrpura con sus letras rosas escritas a mano alzada sin parpadear una sola de sus densas pestañas.

—Lo comprendo —dijo, y su voz era suave y baja, pero aun así Mikhail frunció el ceño.

—¿Comprendes que este es un vehículo especial, o comprendes cómo trabajar con uno? —exigió—. El otro chaval...

—¿Collin? —preguntó Martin, confuso, y Mikhail agitó la mano.

—Pfff... sí, todavía es un niño. Todos vosotros sois niños. Estoy rodeado de niños, y encima faltos de respeto, sino ese niño no se habría marchado de vacaciones justo cuando mi coche elige romperse.

Martin hizo sobresalir un labio rosa y chocolate y desvió sus grandes ojos enternecedores hacia Mikhail sin el más mínimo rastro de impaciencia. Martin había podido acudir para la boda, y había estado como mecánico en un taller en el sur durante todo su tercer año en el instituto. Aunque era técnicamente un adulto, aquel era el verano antes de su último año de instituto, y había ido hasta allí para atender la boda y cuidar de la casa de Jeff y Collin, además del negocio de este último. Ambos estaban pasando una semana en Manhattan, viendo obras de teatro, yendo a museos y en general aburriendo a Collin hasta la muerte (o eso asumía Mikhail).

Parecía que Martin había ganado la suficiente serenidad en los últimos años como para no sucumbir a las pequeñas pataletas irascibles de Mikhail sobre su amado Ladrillo Púrpura.

—Están en su luna de miel —enfatizó Martin—, y Collin no me habría dejado a cargo si no se fiara de mí.

Collin, de hecho, le había dicho a Mikhail que aquel chico planeaba venir a California de manera permanente una vez que se graduara, y que viviría en el antiguo apartamento de Collin encima del garaje de su madre y ayudaría a Collin y a Joshua con el negocio. Cuando llegase el próximo junio sería un graduado de instituto al igual que un adulto, y en aquel momento estaba practicando para el trabajo. A Mikhail le costaba creérselo; el chico había estado cerca de ser un delincuente cuando había aparecido por primera vez en Levee Oaks, y desde luego había odiado el culo marica de Jeff con todas sus fuerzas. Pero aun así Mikhail mismo era la prueba andante e irritante de que la gente podía, de hecho, cambiar.

—Esta furgoneta es muy especial —cedió—. Cuando la traje a casa, mi policía le echó una sola mirada y llamó a todo el mundo que conocemos para que fueran y la arreglasen. Les hizo falta cuatro días.

Los ojos de Martin se ensancharon un poco y volvió a mirar bajo el capó de la furgoneta.

—Tuviste suerte, bajito. Si me hubieras traído esta cosa peor de lo que ya está habría sacado la pistola de Collin de la caja fuerte y le hubiese disparado hasta destrozarla.

Mikhail gruñó y entrecerró los ojos.

—Eso es lo que dices, ¿pero tú? Tú no tienes las agallas necesarias. Hace falta ser ruso para matar por misericordia, pero solo en los días buenos. Yo no tengo misericordia. Será mejor que lo arregles, o el espíritu de este jodido coche te perseguirá como la pequeña ciudad que sea que te has comido para desayunar.

Martin sonrió de oreja a oreja.

—Te he echado de menos, capullo ruso cascarrabias. —Se enderezó y se limpió las manos con uno de los trapos que tanto Collin como él parecían criar en los bolsillos—. ¿Tienes a quien te lleve o tengo que enviarte dentro del taller para convertir la vida de Joshua en un infierno? —Joshua era el otro «empleado» de Collin, y había empezado a trabajar en el taller principalmente por el desafío que suponía.

Mikhail arqueó la comisura de los labios en un gesto de desdén para no tener que sonreír.

—No. Mi policía va a venir a recogerme cuando haya terminado la compra. —Por supuesto, en Costco1. Ahora tenían a diez niños perdidos en Casa Promesa, más cuatro empleados, y cada uno de esos críos comía más en un día que Mikhail y Kimmy juntos en un mes. El circuito de danza por las ferias no empezaba de nuevo hasta finales de agosto, así que el único ejercicio que tenía Mikhail era el que hacía cada mañana en el pequeño estudio que Shane había montado en la habitación que tenían libre ahora que Kimmy se había mudado. Mikhail siempre había sido consciente de su propia vanidad, pero nunca se había dado cuenta de lo bien que le había servido hasta que se enfrentó con comer Pizza Bites de almuerzo y Hot Pockets de pizza de cena cuando le tocaba supervisar Casa Promesa. ¡No iba a ponerse gordo por su policía!

Martin sacudió la cabeza.

—Sabes, algún día tendrás que decirme por qué le llamas tu «policía». —Mikhail frunció el ceño.

—Porque estaba en el cuerpo cuando nos conocimos. ¡Qué pregunta más estúpida!

Martin frunció el ceño, claramente pensando con fuerza. Mikhail sabía que su hermano había muerto en acto de servicio siendo militar; había elegido ser asesinado cuando descubrió que era VIH positivo en una revisión médica rutinaria mientras imperaba la política de «no preguntes, no cuentes». A Jeff le habían hecho falta casi seis años para superar a Kevin, y parte de eso había sido hacer las paces con el hermano pequeño de este. Por supuesto que Martin lo sabía todo sobre los pormenores de hombres fuertes en un mundo homofóbico.

—¿Y cómo funcionó eso? —preguntó con cuidado, y Mikhail le miró con desagrado.

—Era herido a menudo —dijo tras un doloroso segundo—. ¿Por qué preguntas?

Martin suspiró.

—Porque Jon va a irse a Washington para pelear y darlo todo por vosotros. No puedo parar de pensar que quiero ayudar del mismo modo... hacer del mundo un sitio mejor para la gente que quie... —Se detuvo e hizo una mueca. Dieciocho años y maduro, sí, pero decir que querías a un montón de gais cuando no eras gay, bueno, eso era ir muy lejos si tenías dieciocho—. Para mis tíos —terminó, mirando con aire irónico a Mikhail—. Le hablo a mi familia sobre mis tíos que viven aquí en California y empiezan a preguntarme si soy gay.

—¿Qué les respondes? —preguntó Mikhail con curiosidad.

Martin se encogió de hombros y su sonrisa fue fiera y sombría. Mikhail no había visto a mucha gente de color antes de mudarse a América de adolescente. Se imaginaba que si hubiese visto esa sonrisa cuando tenía quince años, hubiese salido corriendo en dirección contraria.

—La última vez dije que sí y tumbé a aquel tipo —dijo con satisfacción. Después puso mala cara—. Aunque no es la manera de conseguir mujeres en el sur.

Mikhail hizo una mueca, sintiendo pena por él. ¿Con dieciocho años y sin ser capaz de follar? ¡Aquello sí que era toda una pena!

—Bueno, es bueno que te hayas mudado aquí. Por lo que entiendo, aquí las mujeres son mucho más promiscuas. No serás virgen durante mucho tiempo.

Martin se enderezó tan rápido que se golpeó la cabeza contra el borde del capó y aulló de dolor.

—¡Dios, bajito! ¡No soy un... un... un... ya sabes!

Mikhail encogió un hombro.

—Si no lo fueras serías capaz de decirlo. Además. La virginidad no es un crimen. A diferencia de ser gay, en algunos países está considerado en ocasiones una virtud. —Asintió con sinceridad—. Puedes usarlo como ventaja cuando veas a una mujer que pueda ser o no merecedora de ti.

—¿Pueda no ser merecedora...?

El chico no parecía estúpido. Mikhail suspiró.

—Bueno, es evidente que eres un chico de gran valor. Si puedes arreglar mi furgoneta, vales tu peso en oro. —Volvió a alzar la vista hasta su altura, tan impresionante como de mal gusto—. Y eso es decir algo. ¿Quién es esa?

Martin ni siquiera miró detrás de él.

—Esa es de quién quería hablarte. ¿Está rebuscando en la basura?

—Sí. No hay mucha basura... oh, bien por ella. Ha encontrado patatas fritas. —La visión era terrible. Era una cosita bonita, probablemente más alta que él, con la piel no tan oscura como la de Martin. El pelo era áspero y negro y lo llevaba recogido con un pañuelo manchado, y su cara era un óvalo fuerte, con una nariz pequeña pero ancha y unos ojos marrones con exagerada forma de almendra. Así que era un popurrí de genes, algo a lo que Mikhail se había acostumbrado en el norte de California. Y para poder estar con su amado policía había aprendido a mirar más allá del color de la piel e incluso del género, y a fijarse en cosas más importantes. Como el hecho de que llevaba puestas dos camisetas, una sudadera y unos vaqueros en aquel interminable y caluroso día de verano, y de que estaba revolviendo la basura en busca de comida.

—¿Martin? —dijo, preguntándose cómo de salvaje sería. Shane y él habían encargado a los chavales de Casa Promesa la abrumadora tarea de atrapar a los gatos callejeros de alrededor de la propiedad para poder llevarlos a la clínica de esterilización y disminuir así de manera efectiva la población gatuna callejera. ¿Le arañaría y mordería la mano aquella gata? ¿Saldría huyendo? ¿O estaba lo bastante domesticada para poder usar algo de comida de cebo y llevarla hasta un lugar seguro?

—¿Sí? —dijo Martin, mirando a la chica y asintiendo como si supiera lo que iba a pasar.

—¿Te apetece un sándwich? Te veo frágil y a punto de desmayarte.

Martin rio disimuladamente.

—Sí, Mikhail, mi azúcar en sangre está cayendo por los suelos.

Mikhail le frunció el ceño.

—Algún día Martin—dijo con gravedad—, te pondrás gordo, y disfrutaré ese momento mucho más de lo que puedas imaginar. Pastrami con pepinillos, salsa y crema de queso, ¿verdad?

—¿En serio? ¿Te acuerdas de todo eso?

—¡Pff! —Mikhail se despidió agitando la mano y cruzó al trote el pequeño aparcamiento que se usaba para el Taller de Coches de Collin hacia el aparcamiento todavía más pequeño que alojaba el restaurante de la madre de este.

—Vosotros los vírgenes... cuando te saques eso de tu sistema tendrás algo de espacio en el cerebro para pensar.

—¡Dios! —gimoteó Martin detrás de él—. Maldita sea, Mikhail, ¿tienes que decirlo tan alto? —La voz de Martin se cortó cuando Mikhail se acercó al restaurante, lo que significaba que era más listo de lo que Mikhail había pensado en un primer momento, porque la bonita y salvaje criatura que estaba acuclillada detrás del edificio comiendo las patatas fritas de otra persona podría no haberle oído.

Mikhail la ignoró al entrar, pero sonrió a la hermana de Collin, Joanna, quien en realidad trabajaba en algún otro sitio que Mikhail desconocía, pero que ayudaba a su madre cuando podía. Su hija, Kelsey, estaba sentada en una de las mesas, coloreando un libro de actividades, y Mikhail también le dedicó una sonrisa.

—¡Mamá! —dijo Kelsey con una voz algo atónita—. ¡Es el profesor Mikhail!

Joanna le sonrió.

—Sí, Kelse. ¿Te acuerdas? Le vimos en la boda.

Kelsey tenía una carita redonda y el pelo rubio lacio, y sus mejillas regordetas se fruncieron con su sonrisa.

—¡Me acuerdo! ¡Llevabas un traje y hacía calor!

Mikhail asintió.

—Sí, lo hacía. Hizo que mi boda en febrero pareciera mucho más razonable. —Alzó la vista hacia Joanna, que estaba detrás del mostrador, y esta le devolvió la sonrisa. Su cabello oscuro, nada parecido al de su hermano, estaba recogido en una práctica coleta de caballo, y allí, dentro del pequeño restaurante, parecía acalorada y desaliñada.

—Detesto molestarte —empezó Mikhail con sinceridad—, ¿pero podría pedir tres...? —Espera, Shane podría querer uno—. No, ¿cuatro sándwiches?

Ella le sonrió alegremente, como si aquello no fuera para ella trabajo, sino un descanso del trabajo habitual, y se apuntó el pedido, hablando todo el tiempo.

—Te vi en la boda; ¡Shane y tú tenéis muy bien aspecto! Y fue todo un detalle que los chicos de Casa Promesa fueran a echar una mano. Parecen ser un grupo con muy buen comportamiento, ¿no? —Mikhail le habría dicho que solo se habían comportado porque todos llevaban los bañadores bajo la ropa de vestir, y se les había prometido una oportunidad de nadar una vez que se hubiesen puesto las sillas y las mesas, pero ella no había terminado—. De todos modos, fue estupendo veros a todos. Collin me ha enviado un mensaje de texto esta mañana para decirme que anoche vieron Wicked2