Manteniendo la Roca Promesa - Amy Lane - E-Book

Manteniendo la Roca Promesa E-Book

Amy Lane

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Beschreibung

Volumen 1 de la serie Manteniendo la Roca Promesa Carrick francis ha pasado la mayor parte de su vida metiéndose de lleno en problemas. Lo único que le ha salvado de la prisión, o de algo peor, es su devoción absoluta hacia Deacon Winters. Deacon fue la cordura de Crick y su salvación durante su infancia mísera y abusiva, y Crick haría cualquier cosa para quedarse con él por siempre. De manera que cuando el padre de Deacon muere, Crick pone en espera sus planes de universidad para ayudar a Deacon tal y como él le ayudó. El mayor deseo de Deacon es ver a Crick escapar de sus recuerdos y de la ciudad en la que crecieron para que pueda disfrutar de un brillante futuro. Pero después de dos años de sentimientos en aumento y tentación, el dolorosamente tímido Deacon finalmente sucumbe ante los decididos avances de Crick y admite que se ve como parte de su vida. Descubrir que Crick ha estado esperando a que le eche, exactamente como hizo su familia en el pasado, casi destruye a Deacon. Cuando la tendencia de Crick de tomar decisiones volátiles le hace aterrizar lejos de casa, Deacon se queda sobrecogido y solo, forcejeando para volver a forjar su corazón en un mundo donde el amor con Crick es una promesa, pero en ningún momento una certeza.

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Seitenzahl: 622

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Copyright

Publicado porDreamspinner Press382 NE 191st Street #88329Miami, FL 33179-3899, USA

http://www.dreamspinnerpress.com/

Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o usados para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia.

Manteniendo la roca promesa

Copyright © 2010 by Amy Lane

Traducido por Rocío Pérez García

Portada: Paul Richmond http://www.paulrichmondstudio.com

La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente o regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contacta con Dreamspinner Press 382 NE 191st Street #88329, Miami, FL 33179-3899, USAhttp://www.dreamspinnerpress.com/

Publicado en los Estados Unidos de AméricaPrimera Edición

Enero, 2010

Edición eBook en Español: 978-1-61372-918-2

Éste va dedicado a toda esa gente que eligió primero a la familia y después sus sueños, porque saben que hacer realidad un sueño no es ni la mitad de divertido sin alguien con quien compartirlo.

Agradecimiemtos

MIAMIGAWendy ha estado llevando un rancho de caballos  prácticamente sola durante al menos doce años. Ha matado a diecisiete serpientes de cascabel con una pistola, puede domar un caballo, exhibirlo y ganar medallas, y nunca jamás ha dejado que nadie dijera que una mujer no podía hacer todo eso sola. Este libro es para mi amiga Wendy.

Mi amiga Julie ha seguido a su esposo como la mujer de un marine durante veinte años. Se ha recuperado de una lesión en la mano por un accidente de moto haciendo punto, no acepta gilipolleces de nadie y ha leído más que cualquier ser humano al que conozca. Este libro es para mi amiga Julie.

Mi amiga Barb ha perdido a todos los adultos a los que amaba con todo su corazón en el espacio de un año, y todavía está criando a sus hijos y luchando por su hogar. Este libro es para mi amiga Barb.

Mi amiga Bonnie responde a emails a las tres y media de la mañana porque sabe que en ocasiones la diferencia horaria no marca ninguna diferencia en lo mucho que se la necesita. Se ha pasado un año y medio diciéndome que la gente que es mezquina con mis escritos son cabrones bien jodidos y unos negados, ¿y francamente? No me canso de oírlo. Este libro es para mi amiga Bonnie.

Mi amiga Roxie ha vivido una vida plena y fiera con suficiente empatía y autoevaluación como para considerar las meteduras de pata de los demás con compasión y comprensión: es creativa, sorprendente, y se guarda su opinión excepto en caso de maldad flagrante o de intolerancia, y entonces no muestra piedad. Este libro es para mi amiga Roxie.

Mi amiga Saren me envía vídeos de Sobrenatural constantemente, incluso si no tengo tiempo para buscar más y enviárselos, y tiene un marido que me ofrece carne de falda con mi Top Ramen real. Sin su feliz indulgencia ante mi extraña obsesión de tigresa madura y que está envejeciendo con la carne sabrosa de jovencitos, este libro jamás habría llegado a escribirse. Este libro es para mi amiga Saren.

Mi amigo Matt tiene una esposa realmente excéntrica que prefiere escribir a hacer las tareas de la casa, y que continúa depositando la esperanza de su familia en lo que probablemente debería haber seguido siendo un hobby con un aura de misterio, en oposición a una obsesión con el éxito. Es amable, empático, y jamás me grita por las multas de tráfico, incluso si nos llevan al límite de la bancarrota, y todavía me ama después de veinte años. Este libro es en especial para mi amigo Matt.

Amy Lane

Enero, 2010

Prólogo

Actualidad: Farah, Irak

CARRICKJAMESFRANCIScreció en Levee Oaks, California. Aunque no era exactamente el Valle de la Muerte, hacia bastante calor en verano –la temperatura alcanzaba con bastante regularidad los treinta y siete grados ente junio y setiembre, y un viento caliente soplaba a través del valle cuando las brisas del delta eran demasiado jodidamente vagas como para moverse.

Después de dos años en Irak, estaba empezando a desear que hubiese sido el Valle de la Muerte. Si hubiese crecido en el Valle de la Muerte, se imaginaba que conducir una ambulancia en Kuwait no se sentiría como estar el séptimo esfínter del sobaco demoníaco que vivía en la parte infernal del colon.

—¡Dos años y todavía no puedo creer que este sitio haga que mi pueblo natal parezca bueno! —Crick tuvo que sacudir la cabeza, disgustado. Había odiado Levee Oaks durante toda su vida. Casi le habían expulsado de la escuela por pintar “Capital de la Basura Blanca de California” en la torre de agua. Si Deacon no hubiese pintado encima antes de que todo el pueblo lo viera, probablemente le habrían expulsado.

Simplemente una cosa más que le debía a Deacon Winters. Un favor gigante más que había devuelto con acciones de completo gilipollas.

—Sí, bueno —estaba diciendo la soldado Lisa Arnold—, no te quedarás mucho más, Punky, ¡así que tienes que dejar de lloriquear! —La compañera de Crick sacudió la cabeza a su lado, tan mona y rubia y alegre con todo el equipo, el chaleco antibalas y el casco, en la parte delantera de la ambulancia como si hubiese estado llevando pantalones cortos llenos de chapas y una camisa con la espalda al aire en una reunión familiar. Siempre había sido una pequeña explosión de dulzura y frescura en mitad del desierto, y Carrick había llegado a quererla como a una hermana. Una hermana mayor, por supuesto. Ya había tenido suficiente limpiando, cambiando los pañales y alimentando a sus hermanastras pequeñas para toda una vida.

Sopló y miró los camiones de transportes blindados que tenían delante –un lote entero de soldados volviendo a casa. Pero primero tenían que bajar la vista hasta una larga carretera de arena y arena y nada más que jodida arena desde Farah hasta Bagdad, desde donde despegaría su vuelo.

—¿Cuánto faltaba? —Llevaban una ambulancia con aire acondicionado completo, en mayor parte porque la mitad de las cosas que trataban eran golpes de calor. Habían tratado heridas (y esas habían sido lo bastante malas, alimento para las pesadillas) pero tres cuartas partes de su trabajo había sido distribuir líquidos y paquetes de hielo, evitando que a las unidades de combate se les cocieran los cerebros como huevos en la sartén ardiente que era Oriente Medio. El aire acondicionado en realidad era más una insinuación que una norma –una insinuación agradable, la mayoría de las veces, pero nada parecido a los buenos aires acondicionados devoradores de ozono de los grandes almacenes de California.

Lisa le miró de reojo.

—Cinco días. De aquí a Bagdad, de Bagdad a Turquía, de Turquía a Alemania, de Alemania a Los Ángeles, de Los Ángeles a Sacramento. Abracadabra... ¡estás en casa, chico, y este espectáculo no es más que un mal recuerdo!

Crick sonrió y la miró con dulzura.

—Voy a echarte de menos, Palomita —dijo, diciéndolo en serio. Había sido un tour miserable y largo de dos años, el mayor jodido error de toda su vida llena de gilipolleces. Para cuando Lisa Arnold había aparecido, alegre y amable y dura como el acero, Crick había estado pensando seriamente en bailar desnudo en un campo de minas, sólo para hacer que terminase.

Pero Lisa había aparecido, y había sido ruidosa y alegre y todo eso delante de su cara... y entonces ella había averiguado lo único que Crick no había querido que nadie del ejército supiese, y él había estado seguro de que estaba jodido.

Y en su lugar ella le había salvado la vida.

—No me echarás de menos cuando vuelvas a casa y él te esté esperando. —Ella se arriesgó a apartar la vista durante un segundo de la carretera (algo que iba completamente contra el protocolo) y ante el rostro de ese cariño adorable, con una goma para el pelo y pecas, él trato de no mostrar su preocupación.

—¿Crees que se encontrará bien? —Ni siquiera quería volver a preguntárselo. No quería pensar en cómo sería la vida una vez en casa si Deacon no había sido capaz de recomponerse, si no había sido capaz de mantener los pies en la tierra durante los últimos cuatro meses. Ese hombre había vivido toda su vida con una virtud sin parangón –hasta que Crick le dejó y su mundo se cayó a pedazos.

Lisa negó con la cabeza y frunció el ceño de manera ausente a algo neblinoso que se estaba abriendo paso a través del resplandor enfrente de ellos.

—Oh, vamos pequeño... Me has leído las cartas. Por favor, no...

La frase nunca tuvo final. El transporte de enfrente explotó, se convirtió en metralla, atravesó su camión como un millar de estrellas ninjas aserradas, brillando rojas con la explosión.

Crick  pasaría el resto de su vida intentando olvidar como Lisa se desintegró, haciéndose pedazos delante de él, mientras él era lanzado alrededor como una muñeca de trapo en una secadora –una muñeca de trapo hecha de carne y una secadora hecha de cuchillos.

Justo antes de que su cabeza chocara contra el suelo, protegida por ese maldito casco, tuvo un momento de perfecta claridad.

«Oh, maldita sea, Deacon. Debería haberte dado más tiempo.»

Parte 1

Crick

Capítulo 1

Honesto como un Caballo

Levee Oaks, California, trece años antes

CUANDO Carrick tenía siete años, su madre salió con un intolerante demagogo de la Biblia que había echado un vistazo al cabello liso y oscuro de Carrick, a sus líquidos ojos negros y a su piel pálida y había declarado en consecuencia que “el pequeño niño mejicano” podía pasar por blanco, así que no consideraba que fuera a ser demasiado problema criarlo de manera adecuada.

“El pequeño niño mejicano” había pateado inmediatamente a ese cabrón en las espinillas y había salido corriendo de la casa. Su madre se casó de todos modos con Bob Coats, pero gracias al Señor, jamás le obligó a aceptar su apellido.

Francis era el apellido de su madre, y a él le gustaba. No estaba tan encantado con ella –especialmente después de que se casara con Bob– pero el apellido sonaba bien. De todos modos sonaba muchísimo mejor que “el pequeño niño mejicano”.

Se mudaron a Levee Oaks, que podía ser calificado de manera no demasiado rigurosa como “barrio residencial” de Sacramento, pero que no lo era. Levee Oaks era una clase extraña de pueblo –barrios residenciales pequeños y dulces asentados codo con codo al lado de una finca de caballos. El instituto formaba parte de un distrito más grande  que cubría algunas de las partes menos sabrosas de la ciudad de Sacramento, pero las escuelas primarias eran todas parte de un distrito de escuelas primarias, de manera que se comportaban como si los centros de primer y segundo ciclo de secundaria estuvieran en Marte y no fueran merecedoras de su consideración. El resultado era todo un grupo de estudiantes de primer ciclo de secundaria confusos, y un ambiente en las escuelas de segundo ciclo que era conocido por devolver a profesores substitutos que pedían a gritos tequila y un permiso de armas.

Muchos de los residentes de Levee Oaks tenían trabajos en la ciudad de Sacramento, que era considerablemente más grande. Muchos de los residentes no tenían trabajo, punto. Muchísimos de los residentes asistían a una de las iglesias que parecían asentarse en cada esquina. Después de que Carrick viviera su primera inundación a la edad de ocho años y medio, se imaginó que las iglesias estaban ahí para mantener el agua a raya.

Tras vivir otra rotura del dique sólo un año más tarde, Crick creyó que las iglesias no estaban haciendo su trabajo y por tanto eran completamente inútiles. Fue por eso por lo que empezó a escaquearse de la escuela dominical, y fue así como conoció a Deacon.

Escaquearse de la escuela dominical no era tan divertido como sonaba. No había recreativos, ni cines –demonios, a duras penas había un 7-Eleven por el que rondar, y de todos modos no tenía dinero. Lo que hacía Carrick en gran parte, vestido con los raídos pantalones caquis y el polo a rayas, era deambular. Paseaba subiendo una carretera estrecha, bajaba otra pequeña carretera, y seguía a lo largo de East Levee Road, y finalmente encontraba el camino hasta el dique.

Un día encontró el camino hacia el dique, lo siguió hasta el rancho de caballos del padre de Deacon y se enamoró.

Al principio, pensó que se había enamorado del lugar, porque era todo lo que su propio hogar no era. La casa rancho era lo suficientemente grande (mientras que la casa de su madre siempre parecía demasiado pequeña) y estaba pintada de un azul caprichoso, con una pequeña área agradable de hierba y un camino de entrada con forma de U que la rodeaba hasta la parte de atrás, donde la finca se abría un poco. Allí había un granero que tenía cuatro veces el tamaño de la casa, y dos cercos de trabajo, al igual que suficiente tierra de pastoreo amarronada por el sol para que veinte caballos pastaran con comodidad al exterior, y más allá había suficiente zona para montar abrasada por el sol, de manera que no todo el trabajo tenía que hacerse en los cercados.

Pero la casa, por muy agradable que se viera, era sólo una casa, así que lo siguiente que Crick se imaginó era que amaba al caballo, porque era (como dijo Deacon durante años) una de las potrancas más hermosa que jamás había criado. Sus movimientos eran de plata líquida, su modo de andar era tan suave que parecía lubricado, y su color era un agradable castaño oscuro. A medida que Crick llegó a amar a los caballos, tuvo que estar de acuerdo con la afirmación de Deacon –incluso si pensaba que “lubricante” quería decir grasa de maquinaria.

De manera que de lo siguiente de lo que se enamoró fue del caballo, pero después encontró a su amor definitivo, y ése fue el chico en el cerco, el que guiaba a la hermosa y pequeña yegua al paso. Tenía el ceño arrugado por la concentración, el rostro iluminado por algún tipo de dicha sagrada –bueno, realmente daba vida a la poesía del músculo, el nervio, la piel y el movimiento.

Crick miró alrededor y vio que había un grupo de gente apoyada en la verja del cerco de trabajo, de manera que se coló entre dos niños de su propia edad y se subió al riel más bajo del cerco. Era lo mejor para mirar por encima del madero más alto y tener una mejor vista.

—¿No es hermosa? —susurró el chico a su lado, y Crick miró al caballo y pensó en el viento.

—Sí —dijo.

—Deacon dice que si pueden hacer que Lucy Star críe aquí y tenga un semental, El Púlpito empezará a revolcarse en dinero.

—¿Deacon? —Sonaba adulto, pero también bonito. En los años que siguieron, Crick jamás se cansó de oír el nombre de Deacon.

El niño (un chico de aspecto normal con cabello lacio marrón y unas cejas más bien agresivas) asintió hacia el chico dentro del cerco, y Crick averiguó sobre qué trataba el verdadero amor.

Deacon Winter había sido atractivo toda su vida. Crick jamás le vería admitirlo, ni siquiera una vez, lo cual estaba bien. Él podía encargarse de apreciar por completo la belleza de Deacon por sí mismo.

El chico en el cerco se quitó la gorra de béisbol azul y reveló un cabello marrón veteado de rubio por el sol, echado hacia atrás, pegado a la cabeza por el sudor y cayendo sobre las cejas desde lo que en una ocasión había sido un corte de pelo al rape en la parte de arriba de la cabeza. Su rostro era un óvalo bastante cuadrado: tenía una barbilla cuadrada y pómulos altos, una amplia frente, y un juego de grandes ojos verde avellana que eran marcadamente bonitos, incluso bajo el sol deslumbrante.

Su cara y manos estaban bronceados, pero los brazos bajo la camiseta eran pálidos, e incluso para tener trece o catorce años, mostraba anchas franjas de músculo nudoso en los bíceps, pecho, hombros y en la espalda. Los huesos de la cadera eran anchos, puesto que tenía que crecer un poco, y las clavículas destacaban marcadamente a través de la camiseta azul empapada de sudor.

Deacon siempre había pensado primero en los caballos y en último lugar en comida –una cosa entre muchas que había hecho que Carrick le quisiera incluso más a lo largo de los años. Incluso así, las semillas de ese amor empezaron en ese preciso instante, mientras Carrick observaba esas manos grandes y capaces guiar el caballo mientras lo ejercitaba, del mismo modo en que una nube llevaba el agua del mar al valle.

Carrick a duras penas podía contenerse, y en esas ocasiones jamás podía contener su maldita bocaza.

—Caray, qué yegua tan bonita. ¿La has criado tú mismo? ¿Qué edad tiene? ¿La montas? Maldición, quiero montarla... ¿crees que podría montarla? ¿Tú eres Deacon? Este chico dice que tu nombre es Deacon, el mío es Carrick. Deacon no se parece en nada a Carrick, pero quizás tu nombre es irlandés, como el mío. Mi nombre es irlandés porque mi madre es irlandesa, aunque mi verdadero padre era mejicano. Pero no hablamos sobre él, de manera que si yo soy irlandés, y tú también, podríamos ser hermanos, ¿verdad? No me importaría tener un hermano, porque mi madre vuelve a estar embarazada y es otra niña... —y así siguió. Hubiera hecho cualquier cosa (cualquier cosa) para conseguir que ese chico alzara la vista hacia él, para hacer que respondiera, para conseguir que alguien tan atractivo se percatase de su existencia.

Pero Deacon le ignoró durante los siguientes quince minutos. Estaba entrenando a la yegua y era ahí donde se enfocaba toda su concentración, y eso era todo. Los dos chicos al lado de Crick se removieron en la valla y le dirigieron miradas de lástima antes de bajar e irse a otro lado. (Crick averiguó más tarde que eran clientes esperando sus clases de monta, y eventualmente se convertirían en la bruma de trasfondo de su miserable adolescencia). Carrick fue dejado allí –él, su boca, y el chico de sus sueños.

Finalmente el entrenamiento acabó, y Deacon guió a la yegua hacia el agua y un buen cepillado. Alzó la vista hacia la pequeña molestia que había en la valla y le hizo un gesto con la barbilla, indicando a Crick que tenía que seguirle.

—¿Quieres montar? —preguntó cuando Carrick trotó a su lado, y éste asintió furiosamente, benditamente silencioso por una vez.

—Si quieres montar, te enseñaré después de las clases. Pero tienes que ayudar a limpiar los establos, ¿de acuerdo?

Crick pensó que sonaba justo. Además, incluso la mierda de caballo sonaba mejor que la escuela dominical.

—Y otra cosa —dijo Deacon, bajando la vista hacía Crick desde lo que parecía una altura impresionante. (Crick crecería hasta ser unos buenos diez centímetros más alto, pero no lo sabía.)—. Por favor, no hables tanto. Espantarás a los caballos.

“Por favor no”. Fue lo más áspero que Deacon llegó a ser nunca. No hablaba mucho –nunca lo hacía. Los profesores pensaban que era estúpido hasta que destacaba en los exámenes. Los clientes de equitación le hablaban continuamente, intentando que entrase en la conversación, pero Deacon se sonrojaba y se alejaba. A Crick le hicieron falta años para conseguir que abriese su corazón y se descubriese, e incluso entonces no comprendió lo raro que era que Deacon hablase con alguien. Pero todo ese impresionante silencio tenía sus ventajas.

Si Crick quería saber si se había pasado alguna vez de la raya, todo lo que tenía que hacer era estar atento a esas palabras, “por favor no”... y se echaría atrás.

Deacon tenía ese efecto sobre las personas.

De hecho, Carrick reflexionaría más tarde que ese efecto que tenía Deacon sobre él había sido lo único que le había mantenido vivo y fuera de prisión durante los siguientes once años.

Esa tarde Parish Winters llevó a Carrick a casa, con Deacon a su lado, en la gran camioneta Chevy de un azul acerado. A Crick le gustó el padre de Deacon. Tenía el pelo gris, el rostro curado, y una especie de dulzura alrededor de su sonrisa. Deacon quizás tuviera la misma dulzura, pero tendía a cerrar la boca, apretada, concentrándose todo el tiempo.

No importaba. Parish veía el corazón de su hijo y, durante esa primera noche, Crick entendió que también veía el corazón de un chico solitario y enfadado.

—Calculo que necesitaremos al chico los sábados y los domingos —dijo Parish después de que el padrastro de Crick hubiese abierto la puerta.

Bob Coats se había quejado.

—¡El domingo es el día del Señor! El chico debe estar...

—¿Merodeando por el dique, buscando problemas? Creo que el Señor preferiría mantenerlo ocupado, ¿no crees? —bufó Parish, y Bob había abierto la boca para volver a discutir, pero una mirada fulminante, personal y de cerca del padre de Deacon le había silenciado.

—Ahora vas a escucharme. Ésta no es la primera vez que he visto a tu hijo merodear por las carreteras. Si querías mantenerlo en la iglesia los domingos, deberías haber pasado más tiempo con él durante cualquier otro día.

—No es mi hijo —negó Coats acalorado—. Ese pequeño mejicano es un error de Mel. Pero le necesitamos para que cuide de su hermana...

—Bien, entonces tendrás que necesitarle algún otro día —dijo Parish, su rostro implacable como testamento de su indignación.

—¿Por qué este chaval, Winters? —preguntó Coats con sarcasmo—. Es bastante guapo... ¿es eso lo que te va?

Carrick había alzado la vista como si le hubieran disparado. Era como si Bob Coats hubiese mirado directamente en su corazón y hubiera tomado todo el brillo enamorado que lo había rodeado desde que había visto a Deacon. Pero Coats estaba meramente interesado en cabrear al padre de Deacon, y funcionó. Parish agarró al padrastro de Crick por la camiseta manchada de sudor y le empujó contra la puerta.

—Escúchame, cabrón ignorante —gruñó—. Mi hijo es un buen chico; saca buenas notas y se mata trabajando, y no pide nada excepto el derecho a sentarse sobre un caballo. Los cumpleaños, en Navidades; a ese chico los suéteres le llegan hasta el cuello porque nunca quiere una jodida cosa. Hasta hoy. Hoy me ha pedido que Carrick trabaje en El Púlpito dos días a la semana. Y puesto que a ti no te importa una mierda ese chico, le voy a dar a Deacon lo que quiere, y Crick tendrá lo que necesita. —Parish remarcó su discurso (uno de los más largos que Crick le oiría dar nunca) empujando a Bob contra la puerta.

—¡Si tanto lo quieres puedes quedártelo! —Coats escupió a un lado, y Crick evitó a duras penas terminar con mocos en el pelo. —Pero más le vale que esté aquí después de la escuela para cuidar de la pequeña por su madre.

—¡Estaré! —juró Carrick con fervor. De hecho, no le importaba hacer de canguro del bebé. Bernice, Benny para acortar, era un amor con una sonrisa traviesa. Antes de hablar con Deacon Winters, su hermana de dos años había sido algo así como su mejor amiga.

Y así había empezado. El enamoramiento de por vida de Carrick con los caballos (y con Deacon Winters) había iniciado su camino.

El fin de semana siguiente, mientras estaba enterrado hasta el culo en mierda de caballo, y aún así más feliz de lo que habría estado mirando la televisión en casa, se preguntó por qué. ¿Por qué se había molestado Deacon y había molestado a su padre para que le rescataran de su miseria doméstica?

Deacon se había encogido de hombros y le había sonreído ampliamente. Su sonrisa, con los músculos tensos, era algo poderoso como el brillo del sol que hacía que el estómago de Carrick volara.

—Eres tan honesto como un caballo, Crick. Ruidoso, pero honesto. Eso no se consigue con facilidad.

De manera que Crick tenía una cualidad, una virtud de algún tipo. Se aferró a ella. Hubo algunos años difíciles (algunos años jodidamente duros, de hecho) pero Deacon había visto honestidad en él, y Crick decidió que jamás vería nada menos que eso.

Por lo cual, ese mismo fin de semana, cuando Deacon le puso sobre el lomo de un caballo e hizo caminar a ese castrado plácido y a prueba de bombas en círculo con un paso tan suave como una pelota de algodón en una nube, Crick había sonreído con fiereza a su héroe y se había reído.

—Maldición, Deacon, es genial... ¡pero quiero ir más rápido!

Deacon echó la cabeza hacia atrás y rió.

—De acuerdo, Veloz. Probemos un medio galope.

Y Crick se sujetó como si su vida dependiese de ello. En adelante jamás se percató de ello (al igual que Deacon), pero éste se las arregló para dejarle caer algunas pistas.

En la ocasión en que Crick fue atrapado fumando hierba bajo las gradas del instituto en sexto grado, Deacon le dio una bien grande.

Ante las súplicas de Crick (lleno de pánico, lloroso y sin vergüenza), las autoridades de la escuela habían llamado a Parish para que se encargase de él en lugar de a su madre y padrastro, y Deacon había acudido con él.

Si Crick hubiese tenido oportunidad de una petición más, habría sido que Deacon jamás hubiese sabido nada sobre su absoluta idiotez. El chico que le había preguntado tenía el cabello marrón y los ojos de Deacon, sólo que un poco más oscuros, y hoyuelos en las mejillas, y había... y le había sonreído. Le había dejado participar en la broma. Le había copiado los deberes de matemáticas y le había dado algunas galletas de su almuerzo a cambio. Era lo más cercano que tendría Crick a la verdadera popularidad. El fumar hierba no había parecido un precio tan alto a pagar.

Y entonces vio la expresión aterradora en el rostro de Deacon cuando la gran camioneta azul de Parish llegó, y había parecido un precio demasiado alto, por mucho.

Parish había tenido que ocuparse de las autoridades escolares, y por lo que Crick averiguó, había habido muchas mentiras sobre cómo Bob y Melanie Coats serían los primeros en saberlo y que sería imposible que cumpliese un mes de castigo, puesto que ayudaba en El Púlpito para alimentar a su familia.

Y mientras Parish estaba haciendo eso, Deacon hacía que un mes de castigo sonara como un sueño hecho realidad.

—Qué. Demonios —fue todo lo que pudo decir. Crick miró fijamente a su héroe mientras Deacon forcejaba con las palabras, con la respiración y con el temblor en las manos, causado por la ira, mientras al parecer debatía si estrangulaba a Crick o lo tumbaba sobre su rodilla.

—Lo siento, Deacon. —Trató de ser estoico. Oh, lo intentó de verdad, pero las lágrimas se escapaban, y su nariz empezaba a gotear. Que le dieran a Brian Carter y a sus galletas Oreo. Las cambiaría todas sólo por recuperar la buena opinión de Deacon.

—¿Sabes lo que pasa si fumas hierba, te emborrachas, haces cosas estúpidas como esas? ¿Tienes la más mínima idea? —La espalda de Crick estaba contra la pared de la escuela, y Deacon se inclinaba sobre él, el puño echado atrás y levantado como si fuera a golpear algo. Crick no se acobardó. Bob le curtía a palos al menos dos veces a la semana; podía soportar el dolor, y esta vez se lo merecía.

—Lo siento... Por favor no digas que no puedo ir más. Por favor deja que siga trabajando en El Púlpito...

Deacon dejó que su puño volara directo a la pared, por encima de la cabeza de Crick. Gruñó por el impacto, y Crick oyó crujir los huesos, pero Deacon simplemente bajó la vista hacia él, sosteniéndose la mano goteante de sangre y sacudiendo la cabeza.

—Esa mierda puede matarte sobre un caballo. Los caballos no distinguen la embriaguez de la maldad, tú no distingues un zumbido en el cerebro, de un árbol en la cabeza. Si haces esas tonterías, no puedes venir más. ¡Esa mierda hará que te mates!

Crick miró la sangre en la mano de Deacon y lloró con más fuerza. Sin saber apenas lo que estaba haciendo, frotó los nudillos abusados con el pulgar.

—No lo haré, Deacon. Por favor. Sólo... sólo por favor, no estés enfadado conmigo. No...

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Deacon, sacudiéndose las atenciones como siempre hacía.

Crick hipó y dio paso a la única virtud que se le había acusado de tener.

—Él fue agradable conmigo, y me sentía solo.

Deacon bajó la cabeza con un suspiro y se recolocó la gorra de béisbol con la mano buena.

—Tienes que resistir para los fines de semana, Crick. Simplemente recuerda: de sábado por la mañana a domingo por la noche tienes amigos y familia. Por favor, no me hagas decir que no puedes volver. Por favor.

Oh, Jesús. Deacon había dicho “por favor”.

Entonces Parish salió y los recogió, llevándose a su hijo a las urgencias de Kaiser{1} en la ciudad sin decir mucho más que “Jesucristo, Deacon... ¿no podías soltar el mal genio contra una almohada o algo?”

Cuando la mano y la muñeca estuvieron suturadas y escayoladas, se llevó a los chicos a tomar un helado. No había habido menciones sobre la escuela, castigos, ni las muchas razones por las que el abuso de drogas era malo y los caballos eran buenos. Sólo estaban ellos tres, comiendo helado y preguntando a Deacon cómo iba a sujetar las riendas con la extraña escayola en la mano. Deacon se encogió de hombros.

—Ese pequeño castrado es tan dulce que sólo tengo que pensar en la dirección adecuada. Estaremos bien.

Y lo estuvieron. Los problemas de Crick no habían terminado para nada, pero siguiendo los ejemplos de Parish y Deacon, ése fue su último flirteo con el abuso de substancias. Por supuesto, tres días después, cuando la escayola de Deacon fue substituida por una variedad de fibra de vidrio a prueba de agua, Deacon lo llevó a una senda de equitación junto con su mejor amigo, el receptor del equipo de fútbol Jon Levins, y le dio otra razón para no arriesgarse jamás a perder lo mejor de su vida.

El Río Sacramento podía ser descaradamente nauseabundo en algunos sitios, pero en Levee Oaks había algunos afluentes, usados en su mayoría para el riego, que eran tanto profundos como limpios. Uno de ellos corría por el extremo más alejado de El Púlpito, completo con una gran roca de granito bajo un par de robles. Deacon la llamaba la Roca Promesa, al igual que Jon, y Crick se contagió de su excitación mientras preparaban las alforjas con sándwiches de crema de cacahuete y gelatina, manzanas, agua y toallas.

El viaje a caballo en sí no fue largo, pero hacía calor. No llevabas el traje de baño cuando ibas sobre la espalda de un caballo, y ya estaban a más de treinta grados, a pesar de estar sólo en mayo. No les importó. Parish y Patrick, el único trabajador permanente de El Púlpito, estaban fuera exhibiendo a Lucy Star, tratando de ganar puntos de manera que sus pequeños pudieran venderse con pedigrí. Deacon había sido el elegido para exhibirla hasta que se rompió la mano, de manera que no había clases de equitación, ni entrenamiento de fútbol, ni prácticamente nada excepto limpiar los establos y ejercitar al resto de los animales hasta que le quitaran la maldita escayola.

Deacon había preguntado educadamente, y Parish y él habían imaginado que llevar a tres caballos hasta el final de la propiedad y volver contaba como ejercitarlos. El resultado equivalió a un fin de semana mejor que ir al zoo o al cine o cualquier otra cosa que Crick no había sido capaz de hacer porque el padrastro, Bob, no había querido pagarlo.

En primer lugar, Crick pudo montar a un caballo tan lejos y tan rápido como quiso. Se moría de ganas de tener esa oportunidad de ser libre desde la primera vez que había montado en pequeños círculos, y la única diferencia era que había dos caballos más delante de él, yendo a la velocidad de la luz como si tuvieran fuego en la cola.

Era genial.

Finalmente, tuvieron que frenar hasta un medio galope, lo cual probablemente era bueno, porque tenía los músculos de las piernas agotados –el sujetarse a un caballo al galope era un trabajo duro, incluso más duro si lo montabas, ayudándole levantando el cuerpo y guiándole con las piernas, manos y estómago. Para cuando Crick pensaba que iba a humillarse pidiendo que fueran a un paso más tranquilo, los robles a los que se estaban dirigiendo se hicieron claramente visibles entre los campos chamuscados que Parish segaba una vez al año para tener heno.

Un poco más de medio galope y se bajaron de los caballos balanceándose, guiándolos hasta la pendiente de la orilla del agujero donde iban a nadar para que bebiesen, y Crick tuvo una buena vista del único lugar que consideraría sagrado en toda su vida.

La Roca Promesa no era nada en realidad. Tan solo un puñado de rocas sobre un punto ancho y profundo en algo que era menos que un río pero más que un riachuelo. Las rocas estaban rodeadas de robles, así que el lugar tenía sombra, y eran robles Centinelas, de manera que no había hierba quemada bajo su sombra. Pero el aire, bajo la sombra y al lado del agua, era como diez grados más fresco allí de lo que lo era cuando cruzaban el campo, y estaban lo suficientemente lejos del dique y de las carreteras como para que los únicos sonidos fueran los metálicos de los arreos y la respiración agitada y feliz de los chicos ahora que la cabalgata había terminado. Era hermoso, tranquilo y secreto, y por primera vez en su vida, Crick se sintió como si fuera el centro de las cosas. Sólo ese pequeño grupo de gente (y Parish, por supuesto) conocían ese punto para nadar. No había basura, nada de condones usados ni latas de refrescos, y ningún recordatorio del padrastro Bob ni de sus hermanas pequeñas ni de las clases que odiaba ni del hecho de que el resto de su vida parecía estar envuelta y atada a esa pequeña ciudad miserable.

Pensó que si El Púlpito era su mundo y Parish era su padre sagrado, entonces Roca Promesa era la iglesia donde acudiría para su adoración.

Deacon tenía las alforjas, y revolvió dentro rápidamente, lanzándoles bañadores a Jon y a Crick y empezando a quitarse la ropa para ponerse el suyo sin ceremonias.

Crick trató con todas sus fuerzas de no tragarse la lengua.

Siempre había sabido que estaba enamorado de Deacon Winters, pero creía que era una clase de emoción “normal” que todo chico sentía hacia un héroe. Los chicos a su alrededor habían empezado a hablar de chicas, y a medida que avanzaba el sexto curso, Crick había asumido que con el tiempo él también querría mirarlas y hablar sobre ellas. Había tenido miedo de que llegase ese momento (porque significaría que una parte menor de su alma estaría centrada en Deacon) pero asumió que era algo de la edad y que pasaría.

La piel de Deacon era pálida (en especial en comparación con la de Jon, que estaba bronceado y tenía el pelo rubio por los días que pasaba nadando en la piscina de sus padres), tenía cicatrices de montar a caballo y de jugar al fútbol, y la que le cruzaba el estómago era de una cirugía de apendicitis, así que no era perfecto. Pero, Oh, Dios y todos los santos, era hermoso. Las franjas tensas y nudosas de músculo que había visto la primera vez que conoció a Deacon habían crecido un poco en los últimos dos años, pero todavía no comía lo suficiente. Las clavículas destacaban vulnerables y delicadas en el definido pecho, y el hueco entre el cuello y la inclinación de los hombros parecía especialmente tierno. Tenía un lunar plano al lado del pezón derecho, y otro bajo las clavículas, y Crick trató con fuerza (con todas sus fuerzas) de no mirar fijamente al mismo tiempo que memorizaba sus posiciones de manera que pudiera reclamarlos en alguna fecha posterior. De todos modos tenía que quitarse su ropa, o parecería un idiota, así que durante un minuto eso rompió su concentración.

Acababa de quitarse la ropa interior cuando Jon dijo algo intrascendente e ingenioso, haciendo que Deacon echara la cabeza hacia atrás y riese, y Crick alzó la vista instintivamente.

Oh, Dios. Deacon estaba desnudo, con el bañador en alto frente a él como si estuviera preparándose para ponérselo, y Crick tuvo una vista clara de él, riendo y desnudo y lo suficientemente hermoso como para romperle el corazón.

Y su pequeño pene se puso firme con una oleada de sangre que Crick juró que venía directamente de su cerebro. Se sonrojó (probablemente tanto que se veía peor que una quemadura por el sol) y se puso el bañador de cualquier modo. Sin mirar a ninguno de los dos chicos, cogió su ropa en un montón y la dejó en un pequeño saliente de la piedra, alzando la vista con toda la inocencia que pudo reunir.

—¿Entonces podemos saltar directamente? —preguntó, y Deacon asintió con una pequeña sonrisa.

Gracias a Dios que el agua estaba fría, o Crick podría haber tratado de ahogarse, sólo por cortesía.

Mientras Jon y Deacon subían corriendo a la roca y se lanzaban desde la altura gritando hasta caer salpicando a la poza, Crick tuvo tiempo de llegar a un par de conclusiones.

Nunca iba a empezar a mirar a las chicas.

Y probablemente amaría a Deacon Winters de verdad y profundamente durante el resto de su vida, de la manera en que la mayoría de los hombres amaban a sus esposas.

Y algún día, porque Deacon pensaba que él era honesto, tendría que reunir los huevos suficientes y con el corazón en la mano, decírselo en persona.

Pero no ese día. Ese día reiría y salpicaría junto con Deacon y Jon. Ese día se reiría con Jon (que era extrovertido e ingenioso del modo en que Deacon no lo era) y observaría a Deacon a hurtadillas para verle entrecerrar los ojos y abrir la boca de par en par cuando se reía.

Ese día, escucharía hablar a los mayores de sus amigas con timidez y se esforzaría en que no se le rompiera el corazón por ello. No estaban flirteando el uno con el otro, y una chica fantasmal que Crick no podía ver no se sentía como una amenaza demasiado grande.

Ese día, Crick sería feliz, y sería bueno, y le daría fuerzas a su resolución de comportarse en la escuela de manera que Deacon jamás tuviera que volver a ver lo peor de él, del modo en que su madre y el padrastro Bob lo hacían.

Consiguió mantener esa decisión en firme durante tres años.

Capítulo 2

El Tren de la Esperanza

ENLOSrecuerdos de Crick, Deacon discutió con su padre exactamente una vez. De manera indirecta, la discusión trataba de él.

La primavera anterior a que Deacon se graduase del instituto parecía excitante para todo el mundo excepto para Deacon. Al parecer el buzón había estado hasta arriba de ofertas y “dinero gratis” (como Parish lo llamaba) que llegaba de las universidades desde febrero, y la expectación de que Deacon se marchara a algún lado era como electricidad en el aire. Era un atleta, sus notas eran excelentes, sus orientadores, que habían enviado la mayoría de las peticiones sin la participación de Deacon, no se cansaban de hablar bien de él... Ese chico estaba claramente destinado a grandes cosas.

—¿La facultad de la ciudad? —Crick podía oír la voz de Parish claramente desde la casa mientras ejercitaba al primer potro de Lucy Star. (un éxito clamoroso de caballo que había escapado de la castración por su temperamento dulce y magnifico trote). Hasta el momento, nadie había objetado a que Crick trabajase con un semental, aunque sólo tenía trece años. Si Crick lo hacía bien, nadie tendría razones para hacerlo —si no podía ocuparse de un caballo tan dócil después de cinco años bajo el tutelaje de Parish y Deacon, bien podrían ponerle a limpiar establos de nuevo. Tal y como estaba el asunto, esa tarea pertenecía ahora a otro chico, Nathan, a quien Parish había encontrado durmiendo en un establo vacío con un ojo morado. Crick había estado medianamente celoso al principio, pero Deacon todavía le trataba como un igual y Parish todavía le trataba como a un hijo, así que abrió su corazón para abrazar a esa mosquita muerta. Demonios, al menos ya no tenía que limpiar establos.

Pero confiado o no, la tormenta que rugía en la sala de estar de los Winters, normalmente pacífica y silenciosa, casi era suficiente como para hacerle perder toda la concentración dentro del cerco.

—Primero la facultad de la ciudad —estaba explicando Deacon con paciencia—, y después la Estatal de California...

—Oh, y Davis no está más cerca...

—¡Y es más cara!

—¡Tienes una beca completa!

—¡No necesito una beca completa! —contestó Deacon, subiendo la voz una octava—. ¡No necesito una licenciatura en empresariales para manejar este sitio, papá! ¡Necesito clases de cría de animales, algo de entrenamiento en primeros auxilios, algunas cosas de ordenadores, algunas clases de administración! ¡Y necesito estar aquí!

Hubo un silencio, y todo el mundo de Crick chirrió hasta detenerse con un agudo estremecimiento. ¿Marcharse Deacon? Había visto el correo, les había oído hablar sobre la universidad, pero no se había percatado hasta ese momento. Se suponía que Deacon iba a irse. Le habían ofrecido una beca completa (más de una, por como sonaba). ¡Tenía una oportunidad de salir pitando de Levee Oaks!

Y de dejar allí a Crick, en ese páramo, solo.

Evening Star relinchó y trató de cambiar de dirección, casi desencajándole el brazo. Recordó que un semental de dos toneladas todavía eran dos toneladas de problemas si le ignorabas y prestabas más atención a los asuntos de otros, pero aún así mantuvo puesta la oreja todo lo que pudo.

—Deacon... hijo... se lo prometí a tu madre. Lo hice. Ella quería verte ir a la universidad... quería que tuvieras todo lo que ella no pudo tener.

Crick casi pudo ver esa sonrisa. Era apretada y fiera, sólo un minúsculo capricho de los labios llenos. Decía que Deacon estaba bien; no te preocupes por Deacon, no necesita ni una puñetera cosa.

—Lo siento, papá... Todo lo que quiero está aquí, en El Púlpito. Estoy bastante seguro de que también está todo lo que mamá deseaba, o no se habría quedado. —Su voz disminuyó suavemente al final, y Crick alzó la vista a tientas y vio a Patrick. El empleado y mejor amigo de Parish le devolvía la mirada desde debajo de una gorra de béisbol que escondía los mechones salvajes de cabellos y los tristes ojos grises. Nadie mencionaba a la madre de Deacon. Crick había oído que había muerto cuando Deacon tenía cinco o seis años. Y allí estaba ahora, tan viva y real entre padre e hijo como si hubiera estado viva todo ese tiempo, amando a Deacon con la misma dedicación y sentido común que su marido.

Patrick hizo un gesto con la cabeza hacia el caballo, y Crick captó el mensaje. Ambos estaban preocupados, oyendo a hurtadillas, preocupados y ejercitando a un semental que parecía estar perdiendo células cerebrales con cada paso polvoriento.

—Maldita sea, Even... ¿podrías quedarte simplemente a un jodido medio galope? —maldijo Crick en voz baja, y trató de asegurarse de que la cuerda no se destensara y le confundiera de nuevo.

—Hijo —dijo Parish después de un momento horrible y tenso—, ¿no quieres marcharte con tus amigos? Jon y Amy... van a irse al sur. ¿No quieres eso? Podrías seguir jugando al fútbol otros cuatro años... ¡sé que te encanta!

Deacon murmuró algo demasiado bajo como para que Crick pudiera oírlo, y durante el espacio de un latido hubo un momento electrificado en que los cascos de Even Star sonaron como los truenos de Dios.

Las siguientes palabras de Parish fueron, en apariencia, protestas todavía. Pero su tono era resignado y Crick supo (demonios, incluso Even Star supo) que había perdido y que Deacon había ganado.

—Él seguirá aquí cuando vuelvas, hijo.

—Aún podríamos perderle, papá. Lo sabes.

La voz de Parish se ahogó, acercándose a las lágrimas tanto como Crick había oído nunca.

—Deacon... por favor... Eres joven... Puede que no sea lo que crees que es.

—Papá... por favor no. —Crick cerró los ojos ante las palabras mágicas, las palabras que significaban que Deacon había ganado completamente y de verdad. La voz de Deacon también bajó, y Crick se preguntó el precio de la victoria—. Por favor no hagas esto más difícil de lo que ya es.

Después del ejercicio, Crick cepilló a Even Star con ojos ciegos y movimientos apagados. El semental relinchó y casi le golpeó contra el costado del compartimiento, y Crick sacó un puñado de zanahorias por instinto, salvando a duras penas los dedos de los dientes glotones de Even. Cuando escapó del compartimiento (y de un caballo realmente amoroso) vio que Deacon estaba de pie fuera de los establos, esperándole.

Crick no pudo hacer otra cosa que mirarle.

—No me creo que no oyeras todo eso —empezó Deacon, con una débil sonrisa en el rostro. Su cabeza estaba inclinada en un intento característico de minimizar o incluso reconocer el sacrificio que estaba haciendo por... ¿por qué? ¿Por un vagabundo que él y su padre habían recogido? ¿Por un resentido que removía el pasado? ¡Menuda jodida pérdida de tiempo!

—Tienes la oportunidad de salir de aquí, Deacon —gruñó, sintiéndose como una mierda. Quería lanzarse a los pies de Deacon y aferrarse, sollozando como su hermana más pequeña, Missy. «Por favor no me dejes, Deacon, por favor, por favor, por favor» estaba en una guerra total contra «Estúpido hijo de puta, no jodas tu futuro por un perdedor como yo.»

—Nunca he querido marcharme —dijo Deacon en voz baja—. Puedes marcharte cuando sea tu turno. —A continuación se giró para irse, desvaneciéndose en el cielo de un azul vaquero tan silenciosamente como había aparecido. Crick se quedó jadeando tras de él, preguntándose si era entonces cuando tenía los huevos suficientes y llevaba el corazón en la mano y le decía la verdad.

«Todo lo siempre he querido eres tú, Deacon.»

Pero no lo dijo. Tenía trece años. ¿Qué sabía él sobre perder al amor de su vida?

Los de último curso prácticamente tenían pase libre la última semana de escuela, pero aún así Crick se sorprendió cuando la camioneta de Deacon aparcó a la entrada del primer ciclo de secundaria y los amigos de éste, Jon y Amy, bajaron para llevarse a Crick de la escuela.

—Shhh... —le susurró Amy cuando los miró sorprendido en el despacho de guardia—. Haz ver que somos tu tía y tu tío...

Crick le sonrió, y ella se echó el cabello liso y oscuro sobre el hombro y le dirigió una sonrisa desenfadada. Había hecho las paces con Amy Huerta, la novia de Deacon, en los últimos dos años. El que fuera tan atractiva y tranquila como Deacon en sí ayudaba. También ayudaba el que además del cabello oscuro, los ojos oscuros y la complexión de café con leche, mostrase un interés genuino en Carrick como persona, y no como una cosa molesta con pinta de hermano pequeño que fuera como paquete añadido a su novio. Odiaba admitirlo, pero también ayudaba el que ella fuera a ir a la Universidad de California, Los Ángeles, en invierno, y que Deacon fuera a enrolarse firmemente en el entrenamiento de paramédico como su primer paso para convertirse en el perfecto hombre de negocios contenido del rancho.

Pero eso era en invierno. En ese momento, la secretaria de la oficina de la entrada miraba a los dos adolescentes de manera penetrante, y después echó una mirada al rostro esperanzado de Carrick y suspiró.

—Erm... Jon y Amy —sus ojos se entrecerraron— Francis —recitó mordazmente—, sois libres de llevaros a vuestro sobrino más temprano hoy. —La mujer rodó los ojos y sacudió la cabeza—. Y por supuesto decidle “hola” a Deacon de mi parte... ¿creíais que no os íbamos a recordar? ¡Sólo han pasado cuatro años, por amor de Dios!

Jon le dirigió una sonrisa dulce y cegadora (una madre de tres niños algo curva, de rostro amable y mediana edad), y se inclinó para besarla en la mejilla.

—Gracias, señorita Lacey... eres la mejor.

Y con eso, los tres corrieron riendo a la camioneta. Jon y Crick saltaron a la parte de atrás y Amy se sentó delante. Aquello era ilegal, si, pero no iba lejos. Deacon se detuvo ante una cerca de ganado y después cogió una carretera de servicio que casi no se usaba hasta un campo chamuscado que no había sido segado. Crick miró el campo en busca de puntos de referencia y bizqueó contra el viento caliente, mirando a Jon, cuyo cabello rubio, ya bastante largo, flotaba tras él cuando giraba la nariz hacia el viento; como un Golden Retriever demasiado crecido.

—¿Dónde vamos? —preguntó Crick por encima de los rebotes del chasis y del rugido del viento.

—¡Al mismo sitio al que siempre vamos! —gritó Jon—. A la Roca Promesa... ¡la mejor poza para nadar hasta el Lago Folsom! —El Lago Folsom estaba a casi 48 kilómetros, y no eran kilómetros fáciles. Mucho del tráfico de la ciudad pasaba por Folsom, y el río había subido bastante ese año, así que Discovery Park era peligroso.

—¿Qué os ha hecho decidir venir a por mi? —preguntó, pero dejó que su sonrisa mostrase que no le importaba en absoluto.

—¡Idea de Deac!— respondió gritando Jon. Él y Amy lo llamaban “Deac”, pero Crick no podía obligarse a acortar el nombre—. ¡Dijo que si íbamos a celebrarlo, tú también tenías que venir!

Había refrescos en una nevera portátil en la parte de atrás de la camioneta, y sándwiches de ternera a la barbacoa que Parish había hecho la noche anterior. Incluso habían cogido un par de los viejos trajes de baño de Deacon para Crick, y estaba agradecido.

Habían estado muchas veces en la Roca Promesa desde que Deacon había llevado a Crick por primera vez, y todavía mantenía esa santidad que quitaba el aliento, la misma que había tenido la primera vez. En esa ocasión, los chicos se cambiaron delante de la camioneta mientras Amy esperaba pacientemente detrás de ella.

—No sé por qué no te estás cambiando con ella —gruñó Jon a Deacon—. No es como si no hubieses visto todo eso antes.

Deacon se había sonrojado bajo la gorra de béisbol y había estado de acuerdo en que si, lo había visto antes, pero:

—Es sólo buena educación. Además —murmuró mientras se ponía el bañador—, romperemos en invierno de todos modos.

El corazón de Crick había hecho una pequeña voltereta en el aire con el traje de animadora con pompones, pero Jon se había quedado pensativo.

—¿Por qué? —preguntó, levantándose y doblando su ropa. Crick trató durante un momento de admirar su cuerpo, largo, elegante, moreno y adorable, pero junto al amplio pecho de Deacon y a su pálida perfección de mármol, Jon en realidad sólo era decoración—. Por qué romperías con ella... vosotros dos... ¡realmente os preocupáis por el otro!

Deacon asintió, su rostro pensativo y honestamente triste.

—Lo hacemos —accedió, dirigiendo esa triste expresión detrás de ellos, donde Amy esperaba pacientemente con los brazos cruzados y el pequeño rostro inclinado hacia el sol—. Lo hacemos... pero va a marcharse para ser abogada, hacer grandes cosas. —Se encogió de hombros y se sonrojo por ninguna razón que Crick pudiese ver—. Ser una activista política... esa clase cosas. Mi corazón está aquí... ya lo sabes.

Deacon miró de reojo a Jon, como si hubieran hablado de eso antes, y Jon pasó la mirada a Crick como si pensara que debería saber de qué estaban hablando. Pero Crick se encogió de hombros, porque maldita sea si lo sabía, y Jon rodó los ojos y suspiró.

—Bueno —dijo Jon lentamente, con tanta casualidad forzada que era una maravilla que la palabra no se rompiese—, no me importaría, um, cuidar de ella mientras estamos allí, si eso está bien.

Crick parpadeó, y fue todo lo que pudo hacer para no soltar “¿Qué hay de Becca?” Becca Anderson había sido la novia de Jon desde hacía el mismo tiempo que Amy era la de Deacon. Crick no le había prestado especial atención a Becca –tenía el cabello largo y dorado y una bonita cara de la que presumía exquisitamente. También había sido menos que astuta al dejar saber a Deacon que estaría dispuesta a tomar el lugar de Amy cualquier día, y eso había sido algo despreciable de hacerle a Amy, a Deacon y al chico con el que se suponía que estaba saliendo.

Deacon sonrió sabiamente al chico que había sido su mejor amigo desde el jardín de infancia.

—Si esperas hasta estar allí abajo antes de hacer tu movimiento, me lo tomaré como un favor personal, ¿de acuerdo?

Jon se sonrojó y asintió con gravedad. Lo entendía perfectamente, y parecía estar agradecido por tal honor.

—¿Habéis terminado ya? —gritó Amy alegremente—. ¡Si no termináis pronto, todo lo que va a quedar de mi va a ser un charco de sudor!

—¡Pensaba que las damas no traspiraban! —gritó Jon en respuesta, y la risa de Amy fue lo suficientemente hermosa como para que incluso el corazón de Crick se rompiera un poco.

—Es encantador que creas que soy una dama, cariño... ¡si no os ponéis las pilas, voy a ser una bruja gritona!

Deacon echó atrás la cabeza y rió, y Crick se percató de que tenía que querer a Jon y a Amy porque querían a Deacon, ¿y cómo podías no querer a alguien tan jodidamente hermoso que paraba el tiempo en sí?

Era un día dorado –uno de esos días que se encerraba en el corazón de un niño y prometía no marcharse nunca ni desvanecerse. Nadaron y jugaron. Hubo una tremenda lucha de agua, enfrentando a Crick y Jon contra Deacon y Amy, la cual Crick se las ingenió para ganar al subirse a una de las rocas cerca del borde del agua y propinarle a Deacon un placaje de cuerpo entero hacia la parte más profunda de la poza. Deacon emergió escupiendo y riendo, y Crick se aferró a esos breves segundos en que sus cuerpos se habían despatarrado juntos, músculo contra músculo, el pecho de Crick contra la cintura de Deacon, durante los largos años que pasarían antes de que nada mejor acudiera a substituir su lugar.

Al final del día, se sentaron tranquilamente en la roca. Amy se apoyó contra el pecho de Deacon, observando todos juntos la puesta de sol y hablando en voz baja sobre el futuro.

—Entonces —murmuró Jon, dibujando patrones al azar en la Roca Promesa con un palo—, ¿primero entrenamiento de paramédico y después cría de animales?

Deacon enterró la nariz en el cabello de Amy durante un momento y después alzó la vista y asintió.

—Creo que Parish espera que me guste hacer alguna otra cosa en algún otro sitio lo suficiente como para que acepte una de esas becas prorrogables y salga corriendo con ella.

Amy se arriesgó a mirarle de reojo.

—¿Estás seguro de que eso no ocurrirá, Deac? Todavía puedes...

Éste negó con la cabeza y frotó la frente de Amy con la suya. Incluso Crick reconoció el gesto como el principio de una despedida.

—No, pequeña. Mi corazón está aquí, en el rancho de caballos. Lo siento. —Ladeó la cabeza durante un momento y descansó la mejilla sobre su cabeza mientras ella se acercaba más y cerraba los ojos.

Jon palmeó la pierna de Crick e hizo un gesto con la barbilla, y los dos se alejaron vagando silenciosamente en el crepúsculo.

—Se queda por ti, ¿sabes? —La voz de Jon fue inesperada, y Crick le miró con brusquedad. Ahora tenían los hombros a la misma altura —Crick había dado el estirón durante el último año. Había crecido otros diez centímetros, pero por ahora estaba al nivel de los ojos de Jon y Deacon... y ellos medían al menos metro ochenta.

—Lo sé. —Había oído la discusión—. ¿Cómo se supone que yo valga tanto?

Jon se detuvo y miró el cielo.

—No soy gay; pero desearía serlo, ¿sabes?

Crick parpadeó, completamente fuera de su elemento –incluso cuando era su elemento.

—No sé por qué desearías eso —dijo de corazón.

—Creo que quiero a Deacon más de lo que jamás querré a nadie... ni siquiera a Amy —le confió. No habían traído cerveza; por lo que Crick sabía, ninguno de ellos bebía. Deacon amenudo había bromeado con que bien podían ser mormones, pero simplemente no había sido algo que Deacon y sus amigos hubiesen hecho jamás. Aún así, Crick estuvo tentado de acercarse un poco para olerle el aliento, sólo por cortesía. Jon vio su incomodidad y rió.

—Estoy llegando a algo con esto, Carrick, de verdad. Mira, el punto es este. —Jon se dejó caer en la hierba y se echó hacia atrás, inclinando el rostro hacia las estrellas. Formaba una imagen atractiva, especialmente para Crick, que había aprendido el propósito de la cosa que tenía entre las piernas y había estado disfrutándola inmensamente en la oscuridad de su pequeña habitación. Pero no se puso duro ni tembló ni se excitó, ni siquiera al mirar a esa estrella de cine rubia bajo la luna.

—¿El punto? —preguntó, dejándose caer a su lado.

—El punto es que daría cualquier cosa para serlo todo para ese chico; me casaría con él si mi cuerpo funcionase de ese modo, pero no lo hace y no puedo hacerlo. ¿Lo entiendes? —Miró a Crick con abatimiento, y eso le dejó sin aire. Por primera vez en su vida, era exactamente lo que alguien que le importaba necesitaba que fuera. Y entonces le golpeó el hecho de que podía preocuparse por alguien más que no fuera Deacon ni Parish ni sus hermanas pequeñas. Era un descubrimiento sorprendente. Pero uno que postergaría hasta más tarde.

Ahora mismo, Jon le necesitaba de verdad.

—El de Deacon tampoco funciona así —le recordó, y Jon le sonrió suavemente, aunque no entendió por qué.

—Deacon es uno de esos raros individuos —empezó Jon, tratando de sonar desenfadado y fallando—, cuyos corazones toman el mando frente a su deseo, y no al revés.

Crick frunció el ceño, procesándolo.

—No lo entiendo.

Jon se irguió, le miró bajo su cascada de cabello rubio, y sacudió la cabeza.

—Si crees que se ha quedado aquí para asegurarse de que su hermano pequeño no se mete en problemas, es que has subestimado tristemente lo mucho que ese chico te quiere, Crick. Es todo lo que digo.

Era una buena frase para que le siguiera el silencio, y Crick se obligó a guardarlo, pero mientras los dos miraban ponerse el sol –y veían a Deacon y Amy tener un momento insoportablemente privado por mucha distancia que pudieran darles– reflexionó sobre ello.

Siguió reflexionando durante los siguientes meses, porque le daba algún tipo de esperanza que nunca antes se había atrevido a tener. La esperanza era algo desagradable, según lo que había aprendido. En las Navidades de su décimo cumpleaños, había esperado recibir algo más aparte de tejanos de parte de su madre, o que el padrastro Bob tendría unas palabras de agradecimiento con él por preparar a Benny, a Missy y a Crystal por las mañanas y darles la comida la mayoría de las tardes. Había sido amargamente decepcionado por esa esperanza –pero Deacon y Parish le habían dado una silla de montar nueva y un sombrero de cowboy que le iba bien. Se había quedado de piedra y había sentido calidez por todas partes, y así lo había dicho. Aprendió que la esperanza podría traicionarte –pero si no tenías esperanza, la vida podía sorprenderte de la mejor de las maneras.

Odiaba la esperanza. Le hacía temer la traición.

Pero durante la primavera de su primer año en el segundo ciclo de instituto, recibió otra razón por la que tener esperanza, y no supo qué hacer aún con ella.

Extrañamente, empezó con una ligera conmoción cerebral (el resultado de que le golpearan la cabeza contra el asfalto otros tres chicos) y la visita de los paramédicos locales.

Sería algo a considerar el que Deacon había empezado a ir en la ambulancia ese mismo mes.