Agua negra - Joyce Carol Oates - E-Book

Agua negra E-Book

Joyce Carol Oates

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Kelly Kelleher, una chica joven, atractiva e inteligente, y un renombrado senador demócrata, coinciden en una exclusiva fiesta del Cuatro de Julio en la isla de Grayling. No hay indicios de que aquel encuentro fortuito vaya a terminar de forma trágica cuando el coche del senador, ebrio y con Kelly a su lado, derrape tras tomar una curva de una carretera sin nombre y se hunda en un río cenagoso en el corazón de la noche. Pero hay motivos suficientes para pensar que tras el accidente lo único que saldrá a la superficie será la impunidad del senador. Narrada desde el punto de vista de Kelly, Agua negra es una crónica vertiginosa de sus pensamientos y de su desesperado deseo de salvación. Es también un relato que destripa un sistema político corrompido donde los ideales se mezclan con la manipulación y el abuso de poder. Novela reveladora y necesaria, capaz de agitar emociones profundas, Agua negra es un libro fundamental en la trayectoria de Oates, que vuelve hoy más vigente que nunca.

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Seitenzahl: 162

Veröffentlichungsjahr: 2025

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AGUA NEGRA

JOYCE CAROL OATES

TraducciónMONTSERRAT SERRA RAMONEDA

FIORDO

ÍNDICE

Sobre este libro

Sobre la autora

Otros títulos de Fiordo

Primera parte

Segunda parte

Agradecimientos

SOBRE ESTE LIBRO

Kelly Kelleher, una chica joven, atractiva e inteligente, y un renombrado senador demócrata, coinciden en una exclusiva fiesta del Cuatro de Julio en la isla de Grayling. No hay indicios de que aquel encuentro fortuito vaya a terminar de forma trágica cuando el coche del senador, ebrio y con Kelly a su lado, derrape tras tomar una curva de una carretera sin nombre y se hunda en un río cenagoso en el corazón de la noche. Pero hay motivos suficientes para pensar que tras el accidente lo único que saldrá a la superficie será la impunidad del senador.

Narrada desde el punto de vista de Kelly, Agua negra es una crónica vertiginosa de sus pensamientos y de su desesperado deseo de salvación. Es también un relato que destripa un sistema político corrompido donde los ideales se mezclan con la manipulación y el abuso de poder.

Novela reveladora y necesaria, capaz de agitar emociones profundas, Agua negra es un libro fundamental en la trayectoria de Oates, que vuelve hoy más vigente que nunca.

SOBRE LA AUTORA

Joyce Carol Oates nació en Lockport, Estados Unidos, en 1938. Estudió letras en la Universidad de Syracuse y en la Universidad de Wisconsin-Madison. Entre 1978 y 2014 dio clases de escritura creativa en la Universidad de Princeton. Ha publicado más de cincuenta novelas, además de conjuntos de cuentos, colecciones de poesía, ensayos y obras de teatro. Recibió el National Book Award por su novela Them, así como otras distinciones y premios, entre ellos la National Humanities Medal, el Prix Femina y el Norman Mailer Prize. Oates es reconocida como una de las autoras más prolíficas e impactantes de la literatura estadounidense contemporánea, y sus obras han sido traducidas a numerosas lenguas. Actualmente vive en Princeton, Nueva Jersey.

OTROS TÍTULOS DE FIORDO

Ficción

El diván victoriano, Marghanita Laski

Hermano ciervo, Juan Pablo Roncone

Una confesión póstuma, Marcellus Emants

Desperdicios, Eugene Marten

La pelusa, Martín Arocena

El incendiario, Egon Hostovský

La portadora del cielo, Riikka Pelo

Hombres del ocaso, Anthony Powell

Unas pocas palabras, un pequeño refugio, Kenneth Bernard

Stoner, John Williams

Pantalones azules, Sara Gallardo

Contemplar el océano, Dominique Ané

Ártico, Mike Wilson

El lugar donde mueren los pájaros, Tomás Downey

El reloj de sol, Shirley Jackson

Once tipos de soledad, Richard Yates

El río en la noche, Joan Didion

Tan cerca en todo momento siempre, Joyce Carol Oates

Enero, Sara Gallardo

Mentirosos enamorados, Richard Yates

Fludd, Hilary Mantel

La sequía, J. G. Ballard

Ciencias ocultas, Mike Wilson

No se turbe vuestro corazón, Eduardo Belgrano Rawson

Sin paz, Richard Yates

Solo la noche, John Williams

El libro de los días, Michael Cunningham

La rosa en el viento, Sara Gallardo

Persecución, Joyce Carol Oates

Primera luz, Charles Baxter

Flores que se abren de noche, Tomás Downey

Jaulagrande, Guadalupe Faraj

Todo lo que hay dentro, Edwidge Danticat

Cardiff junto al mar, Joyce Carol Oates

Sobre mi hija, Kim Hye-jin

Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja, Rivka Galchen

El mar vivo de los sueños en desvelo, Richard Flanagan

Un imperio de polvo, Francesca Manfredi

Dios duerme en la piedra, Mike Wilson

Yo sé lo que sé, Kathryn Scanlan

Historia de la enfermedad actual, Anna DeForest

Desolación, Julia Leigh

Soy toda oídos, Kim Hye-jin

Los galgos, los galgos, Sara Gallardo

La ficción del ahorro, Carmen M. Cáceres

Perturbaciones atmosféricas, Rivka Galchen

López López, Tomás Downey

Criatura, Amina Cain

Eisejuaz, Sara Gallardo

La biblioteca del censor de libros, Bothayna Al-Essa

Los Ecos, Evie Wyld

La región de la desemejanza, Rivka Galchen

No ficción

Visión y diferencia. Feminismo,

feminidad e historias del arte, Griselda Pollock

Diario nocturno. Cuadernos 1946-1956, Ennio Flaiano

Páginas críticas. Formas de leer y

de narrar de Proust a Mad Men, Martín Schifino

Destruir la pintura, Louis Marin

Eros el dulce-amargo, Anne Carson

Los ríos perdidos de Londres y El sublime topográfico, Iain Sinclair

La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, Andrés Barba

La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños, Al Alvarez

Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit

Una guía sobre el arte de perderse, Rebecca Solnit

Nuestro universo. Una guía de astronomía, Jo Dunkley

El Dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio, Al Alvarez

La mente ausente. La desaparición de la interioridad en el mito moderno del yo, Marilynne Robinson

Islas del abandono. La vida en los paisajes posthumanos, Cal Flyn

Un caballo en la noche. Sobre la escritura, Amina Cain

Correr hacia el peligro. Encuentros con un cuerpo de recuerdos, Sarah Polley

Cómo estar en soledad, Sara Maitland

Legua

Al borde de la boca. Diez intuiciones en torno al mate, Carmen M. Cáceres

El viento entre los pinos. Un ensayo acerca del camino del té, Malena Higashi

Escribir un vino. Relato de la gestación de un vino natural, Federico Levín

Lateral

La senda del solitario, O. Henry

El optimista, E. M. Delafield

ELOGIO DE JOYCE CAROL OATES

«Novelistas como John Updike, Philip Roth, Tom Wolfe y Norman Mailer han luchado a brazo partido por el título de Gran Novelista Americano. Pero quizás se equivocan. Puede que ese título pertenezca a una mujer».

The Herald

«Joyce Carol Oates, una escritora que sabe mucho del lado menos conocido de Norteamérica, ha quedado a cargo de guiarnos —espléndidamente— a través de sus túneles oscuros».

Marian Engel

«Oates es un genio en el sentido más verdadero de la palabra: no le teme a nada, ni siquiera a reinventarse».

Rebecca Makkai

«La escritora más sólida, ingeniosa, brillante, curiosa y creativa del momento».

Gillian Flynn

COPYRIGHT

Título original en inglés: Black Water

Primera edición en inglés por Dutton, un sello de Penguin Books, 1992

© The Ontario Review, Inc., 1992

By arrangement with John Hawkins & Associates, Inc., New York. / Publicado por acuerdo con John Hawkins & Associates, Inc., Nueva York.

© de la traducción, Montserrat Serra Ramoneda, 1993

© de esta edición, Fiordo, 2025

Paroissien 2050 (C1429CXD), Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.fiordoeditorial.com.ar / www.fiordoeditorial.com.es

Dirección editorial: Julia Ariza y Salvador Cristofaro

Diseño de cubierta: Pablo Font

ISBN 978-631-6630-14-8 (libro impreso)

ISBN 978-631-6630-24-7 (libro electrónico)

Hecho el depósito que establece la ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra

sin permiso escrito de la editorial.

Oates, Joyce Carol

Agua negra / Joyce Carol Oates. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fiordo, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Montserrat Serra Ramoneda.

ISBN 978-631-6630-24-7

1. Novelas. 2. Narrativa Estadounidense. 3. Corrupción Política. I. Serra Ramoneda,

Montserrat, trad. II. Título.

CDD 813

A las Kelly

PRIMERA PARTE

1

El Toyota alquilado, conducido con impaciente euforia por el Senador, corría veloz por la carretera sin nombre, no asfaltada, derrapando vertiginosamente en las curvas, cuando de repente y sin previo aviso se salió del camino y se precipitó en la negra corriente de agua donde, escorándose hacia el costado opuesto al del conductor, procedió a hundirse con rapidez.

¿Voy a morir? ¿Así… de este modo?

2

Era la víspera del Cuatro de Julio. Aquella noche se estaban celebrando muchas fiestas en la isla de Grayling, especialmente a lo largo de la costa norte, donde hileras de coches se hallaban estacionados en las estrechas carreteras arenosas que conducían a las playas. Más tarde, cuando el cielo se oscureciera lo suficiente, empezaría el espectáculo de fuegos artificiales, algunos de ellos con un despliegue de brillante tecnicolor tan pródigo y estruendoso como el de la guerra televisiva del golfo Pérsico.

Se encontraban en una parte yerma y despoblada de la isla, y con toda seguridad se habían perdido. Ella trataba de reunir coraje para hacer que sus labios articularan la palabra perdidos.

Le pasaba como con el preservativo que había llevado consigo durante quién sabe cuánto tiempo. Primero en su bolso de piel de cabritilla, y ahora en su graciosa cesta veraniega Laura Ashley con estampado de flores. De hecho, había llevado ese mismo artículo en otro bolso anterior…, en aquel gran sombrero de paja tan bonito, guarnecido de cuero rojo, que al cabo de una larga temporada de trajín había terminado hecho pedazos. El preservativo iba pulcra y herméticamente empaquetado, tenía un casto aroma a farmacia y ocupaba muy poco espacio. Ni una sola vez en tantos y tantos meses siquiera lo había tocado, con ese gesto previo a la acción de mostrarlo, de sugerirle a quienquiera que fuese el hombre, un amigo, un conocido del ámbito profesional o un casi desconocido, que lo utilizara o que considerara la posibilidad de utilizarlo. Una estaba preparada para cualquier situación imprevista, pero llegado el momento era incapaz de hablar, se quedaba sin palabras.

Se encontraban en algún punto de los pantanos de la isla de Grayling, en Maine, a veinte minutos en ferry del puerto de Boothbay, en dirección noroeste. Habían estado charlando amigablemente y se habían reído juntos a gusto, como viejos amigos, como viejos amigos sumamente despreocupados, y Kelly intentaba sujetar con discreción la mano del Senador a fin de que el resto del trago de vodka con tónica no se derramara por el borde del vaso de plástico que él sostenía con una mano mientras conducía, y entonces, de pronto, al igual que cuando una película de celuloide empieza a atascarse espasmódicamente como si tuviera hipo, haciendo que la cinta se salga de su caja, con la misma brusquedad, una brusquedad que ella nunca llegaría a entender, la carretera desapareció de abajo del raudo vehículo y ambos se encontraron luchando por salvar la vida al tiempo que se sumergían en las negras aguas que lamían el parabrisas tratando de penetrar por algún resquicio. Era como si los fantasmagóricos pantanos que los rodeaban hubieran cobrado vida y se les echaran encima para devorarlos.

¿Voy a morir? ¿Así… de este modo?

3

Buffy se había molestado, o por lo menos había dado esta impresión. Buffy era tan aficionada a hacer aspavientos que con ella nunca se sabía. Le había dicho a Kelly Kelleher, Bueno, pero ¿por qué marcharte precisamente ahora?, ¿no puedes irte un poco más tarde?…, y Kelly, azorada, había susurrado una respuesta vaga, incapaz de decirle, Porque él quiere que lo haga, se ha empeñado.

Incapaz de decir, Porque si no hago lo que me pide, no habrá ningún después. Lo sabes bien.

4

Por todos lados subía un fuerte olor a pantano cubierto de maleza, un olor a humedad, a podredumbre, a tierra negra, a agua negra. El fresco olor glacial y estimulante del Atlántico parecía muy remoto aquí, como un recuerdo, transportado tierra adentro por flojas ráfagas de viento del este. Tampoco se oían las olas aquí. Solamente los insectos nocturnos. El viento en los achaparrados árboles cargados de enredaderas.

Agarrada a la tira del cinturón de seguridad que le cruzaba el hombro, Kelly Kelleher, que no estaba borracha, sonrió pensando, Qué extraño resulta estar aquí y sin embargo no saber dónde está ese aquí.

Viajaban a toda velocidad para llegar a tiempo de tomar el ferry que zarpaba del embarcadero de Brockden hacia el continente a las 20.20. Eran aproximadamente las 20.15 cuando, sin que nadie se diera por enterado, el Toyota alquilado se zambulló en elagua (¿el arroyo? ¿el torrente? ¿elrío?), un agua que ni el Senador ni su pasajera Kelly Kelleher sabían que podía estar allí en el punto culminante de una curva muy cerrada.

Unos diez metros más adelante, también inadvertido, se hallaba un estrecho puente de madera cuyos tablones estaban muy desgastados por la intemperie; pero ninguna señal indicadora advertía de la cercanía de un puente y mucho menos de la peligrosa curva que lo precedía.

No ahora. No de este modo.

A sus veintiséis años y ocho meses, era demasiado joven para morir, se sentía demasiado atónita, demasiado incrédula para gritar mientras el Toyota salía volando de la carretera y chocaba contra la superficie casi invisible del agua, como si por un instante no fuera a hundirse sino a flotar, como si la trayectoria de su vuelo pudiera llevarlo, con todo aquel peso, a través del agua hasta la serpentina maraña de juncos y árboles achaparrados y enredaderas de la orilla opuesta.

Era de esperar que en un sitio como aquel el agua fuera poco profunda, una simple zanja. La valla de protección hubiera debido ser más sólida. Nadie esperaría encontrarse, tan súbita y violentamente, y con tanta indefensión, en un agua negra como el estiércol y que olía a líquidos residuales.

No de este modo. No.

Estaba atónita, se sentía incrédula, y era muy posible que también el Senador compartiera esta reacción, porque la fiesta del Cuatro de Julio que había tenido lugar en la isla de Grayling, en casa de los padres de Buffy St. John, había sido una celebración alegre y despreocupada, acompañada de muchas risas, conversaciones animadas e inocentes y emocionadas esperanzas puestas en el futuro (tanto en el futuro inmediato como en el lejano, pues sin duda uno determina al otro), de manera que era virtualmente imposible comprender cómo el rumbo de la velada podía haber cambiado de una forma tan abrupta.

En el transcurso de su vida, Kelly Kelleher había padecido varios accidentes de esta misma índole abrupta y desconcertante, y cada vez se había encontrado incapaz de gritar; en cada ocasión, desde el primer instante en que se había visto sin control, al darse cuenta de que su mente no controlaba el destino de su cuerpo, le había faltado la percepción exacta de lo que en realidad estaba ocurriendo.

Porque en esos momentos el tiempo se acelera. Poco antes del punto de impacto, el tiempo se acelera hasta alcanzar la velocidad de la luz.

Borrones de amnesia, como salpicaduras de pintura blanca, se extienden por su cerebro.

5

Mientras el Toyota se estrellaba contra la valla de protección que, oxidada hasta el punto de asemejarse a una endeble celosía, cedía aparentemente sin frenar en lo más mínimo la velocidad del coche, ella oyó la alarmada interjección que soltaba el Senador, «¡Ay!».

Luego, un agua salida de quién sabe dónde se precipitó sobre ellos, sobre el capó del coche, sobre el astillado parabrisas, arremolinándose en olas coléricas, como si estuviera viva y furiosa.

6

En la Universidad Brown, donde obtuvo summa cum laude su licenciatura en Estudios Americanos, Kelly Kelleher, que en la pila bautismal recibiera el nombre de Elizabeth Anne, había redactado su tesina, de noventa páginas, eligiendo como tema al Senador.

El subtítulo de su trabajo era: «El idealismo jeffersoniano y el pragmatismo del New Deal: Estrategias liberales en la crisis».

Había trabajado con ahínco, había estudiado las tres campañas del Senador para su ingreso en el Senado, su influencia en el Partido Demócrata y las probabilidades que tenía de ser elegido candidato a la presidencia por su partido. Sus esfuerzos se habían visto recompensados con la máxima calificación (durante la carrera había sacado casi siempre las mejores calificaciones en su especialidad) y por casi una página de comentarios y alabanzas, de puño y letra de su tutor.

Esto había sucedido cinco años atrás. En los tiempos en que era joven.

Cuando le presentaron aquella tarde al Senador, quien con tanto vigor sacudió con su manaza amigable su frágil mano de constitución menuda, Kelly se recomendó a sí misma, Sobre todo no saques a relucir el tema.

Y no lo hizo. Hasta mucho después.

Cuando, al desarrollarse los acontecimientos con la rapidez con que lo hicieron, no hubiera tenido sentido no hacerlo.

La noche anterior, ella, Buffy y Stacey habían leído entre risitas el horóscopo del mes de julio para Escorpio en el último número de la revista Glamour: «¡Demasiada cautela a la hora de revelar a los demás tus impulsos y deseos! ¡Exige por una vez que se cumplan TUS deseos y salte con LA TUYA! Después de un período de decepciones, tus estrellas son ahora muy románticas, Escorpio, ¡LÁNZATE AL ATAQUE!».

Pobre Escorpio, tan fácilmente quebrantada, tan fácilmente disuadida.

Con aquella expresión taciturna y altanera que tanto fastidiaba a Artie Kelleher, el padre; con aquella ensimismada expresión recriminatoria que tanto preocupaba a Madelyn Kelleher, la madre. Sí, los quiero, ¿quieren dejarme en paz por favor?

Pobre Escorpio, todavía expuesta, a sus veintiséis años y ocho meses, a afecciones cutáneas propias de la adolescencia… Qué ignominia, y qué rabia. Su fina piel blanca era demasiado fina, demasiado blanca. Aquellas misteriosas ronchas y aquellos extraños sarpullidos, aquellas alergias que le inflamaban los ojos. Sí, y también acné, unos granitos casi invisibles pero ásperos como arenillas que le salían en el nacimiento del pelo…

Mientras su amante la quiso ella fue hermosa. Mientras ella fue hermosa su amante la quiso. Una proposición bien sencilla y aparentemente tautológica, que sin embargo se resistía a ser comprendida del todo.

Por consiguiente, no trataría de comprenderla. La temeraria Escorpio se embarcaría en una nueva vida, una nueva aventura, una aventura locamente romántica.

7

Kelly Kelleher había sugerido con delicadeza al Senador que encendiera los faros del Toyota, y ahora, cuando se internaban en los pantanos por lo que parecía ser una carretera comarcal abandonada, la velocidad hacía saltar y oscilar los haces de luz porque el Senador, que en su impaciencia iba mascullando para sí, conducía caprichosamente a golpes de volante lanzando el vehículo por la carretera llena de baches sin importarle que los restos de su vodka con tónica se derramaran del vaso de plástico, salpicando el asiento y el muslo de Kelly Kelleher, empapando la tela de algodón del nuevo atuendo veraniego de la joven. El Senador era lo que suele decirse un conductor agresivo, y sus adversarios eran la carretera, la creciente oscuridad, la distancia que lo separaba de su destino y la rápida mengua de la cantidad de tiempo que le quedaba para llegar a su meta, por lo que pisaba fuerte y malhumoradamente el acelerador aumentando la velocidad del coche hasta sesenta y cinco kilómetros por hora, luego pisaba con brusquedad el pedal del freno al entrar en una curva, y enseguida aceleraba con rabia, de modo que los neumáticos chirriaban levemente girando en el aire antes de agarrarse a la tierra arenosa, viscosa, que lo obligaba a frenar de nuevo. El vertiginoso bamboleo del coche remedaba los sobresaltos del hipo, o de la cópula.

Su padre había conducido a veces de esa misma manera, recordó Kelly con desasosiego, después de aquellos misteriosos altercados que sostenían él y la madre de Kelly, altercados vueltos todavía más misteriosos e inquietantes en el recuerdo de Kelly por el hecho de que jamás se expresaban con palabras.

No hagas preguntas. Siéntate derecha. No pasa nada. Todo va bien. Ya sabes que eres nuestra niñita querida.

Tomarían una cena tardía en el motel. Servida en la habitación, por supuesto. Imposible arriesgarse a cenar en el comedor. O en cualquier restaurante del puerto de Boothbay, ahora en plena temporada.