Algo más que sexo: Primavera - Nando López - E-Book

Algo más que sexo: Primavera E-Book

Nando López

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Beschreibung

Ha llegado a la primavera a las vidas de Natalia, Fran y Leyre, y los líos (de todo tipo) florecen por doquier. Y es que no es fácil manejarse en un momento de cambios, de posibilidades y de alegrías mezcladas con penas sin hacerse daño o hacer daño a los demás. Amistades, amores, dudas, pasiones, revelaciones, dudas, sexo... y algo (mucho) más, en la tercera y última parte de esta trilogía entrelazada.

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Seitenzahl: 336

Veröffentlichungsjahr: 2025

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¿Y si todo pudiera ser más fácil?

Somos galaxias.

LFJ

1

Iba a ser la mejor fiesta de cumpleaños.

Una de esas noches memorables, a la que regresaría cada vez que necesitase refugiarse en un recuerdo feliz.

Pero Natalia no contaba con la emorrebelión que le provocó la presencia de Enric y de Liam en un mismo –y reducido– espacio.

Estaba el mar, sí.

Y la playa en la que acabaron bailando y cantando hasta el amanecer.

Pero la casa de sus padres no es tan grande.

No cuando se llena de parejas distribuidas entre las pocas habitaciones libres, obligando al resto a amontonarse en el salón, el porche o hasta la bañera (donde, según Bruno, se duerme genial).

Natalia creía que llegaba a su fiesta con las ideas claras.

Y aunque las ideas tal vez las tuviera claras, los sentimientos, no.

Había decidido no continuar con Enric y empezar a salir con Liam.

Pero al verse entre ellos, junto a esos dos chicos que, por motivos diferentes, la atraían e interesaban de verdad, se dio cuenta de que había una distancia abismal entre sus argumentos y sus emociones.

Los primeros le insistían en ser fiel a lo que había pactado consigo misma.

Las segundas se empeñaban en romper el acuerdo y exigir que se declarase inmediatamente la anarquía.

¿Emoanarquismo? ¿Sentianarquismo?

Ni siquiera le resulta fácil inventar la palabra adecuada para definir lo que ha vivido esta noche, que iba a ser la mejor del año y que, sin dejar de ser una de las más divertidas, se ha convertido también en la más confusa.

Ha disfrutado cada minuto con Iria, con su queer team barcelonés, con sus hermanas. Incluso con la gente a la que apenas conoce (básicamente, todos los que venían con Fran y Leyre) o con quienes, como Lena, está empezando a conocer.

Se ha sentido libre, despreocupada, lejos de la basura que Chucky (nombre real: deleted) trajo a su vida y orgullosa de haber callado la boca al imbécil de Íkaro (aka Prometío).

Era su fiesta y todo era euforia.

Celebración.

Mar.

Hasta que, en ese mar donde se han metido a pesar del frío, ha sentido a Enric muy cerca.

Y como el agua estaba helada –porque se ve que el 1 de marzo no es un gran día para bañarse, salvo que se sea pingüino–, se han abrazado.

Para entrar en calor.

Un calor que se ha hecho real con tanta fuerza como para que ella haya acercado sus labios al cuello de Enric. Y Enric, las manos a la cintura de Natalia. Y al final, ella ha acabado subiendo hasta su boca para darle un beso que allí, en el agua, nadie más ha visto y que ellos, sin embargo, han sabido intenso y real.

¿Pero qué haces, Nat?

Eso se lo podría haber preguntado Iria.

O Leyre.

O Fran.

Cualquiera de las personas que la inticonocen, las que de verdad saben que odiaría hacerles daño a Enric y a Liam, y que no se explicarían, por eso mismo, que esté tan desubicada.

¿Qué haces, Nat? ¿Qué estás haciendo?

Pero es ella la que no ha dejado de preguntárselo.

La que, después del beso con Enric en esa agua gélida, no entendía cómo era posible que acabara besándose también con Liam en la cama donde han compartido una noche en la que el sexo no se ha parecido en nada a las embestidas torpes y narcisistas de Chucky.

–Te tengo que decir que yo no lo he... –se ha intentado explicar Liam, nervioso ante la inminencia de que ocurriera algo en la habitación donde se habían encerrado.

–No pasa nada. Tranquilo –lo ha calmado ella, aún con el sabor a sal en sus labios y el deseo tan intenso como mezclado.

Y como ella habría querido que su primera vez no fuera tan burda, tan simple ni tan ajena a su deseo comorealmente fue, ha empezado a acariciar a Liam, buscando los lugares que él quiere que ella recorra.

Él, gracias a ese inicio pausado y lleno de escucha, ha conseguido relajarse y, poco a poco, ha comenzado a intervenir más activamente.

Nat ha pensado que, en cierto modo, para ella también ha sido una primera vez.

La primera vez que está con un chico que la invita a tomar la iniciativa.

Que la escucha e imita sus movimientos.

Que no reproduce la aburrida mecánica falocéntrica de Chucky y derivados.

Al revés.

Liam le susurra al oído.

Disfruta hablando mientras besa. Mientras muerde. Mientras acaricia.

Y a Natalia le excitan sus palabras: medidas, concretas, directas a la piel.

Todo habría sido perfecto si la sal no siguiese adherida al cuerpo de Natalia.

Si Enric no se volviese a Barcelona con Bruno y con Sylvie, abriendo de nuevo el interrogante de lo que podría suceder si se viesen con más frecuencia.

O si su piel no respondiera como lo hace a las manos de Liam, con quien ha vivido la mejor noche de sexo de su vida.

Igual que, a pesar de todo su caos, lo ha sido esta fiesta.

Este sábado de marzo en el que el mar anuncia una primavera infinita.

2

Pues no.

Marzo es un vendesueños (categoría, según Natalia, más peligrosa que la de los vendehúmos).

El regreso a casa tras la fiesta no ha podido resultar peor.

Es más, sus padres ni siquiera han esperado al lunes.

Las han reunido la misma noche de su llegada, en un domingo que, como todos los domingos, no acaba bien.

Solo que este termina peor.

–Queremos hablar con vosotros –les anuncia su madre–. Con los tres.

–¿Con nosotras? ¿Por? –se sorprende Fran.

–¿Hemos hecho algo? –se incrimina innecesariamente Leyre.

–¿Tiene que ser ahora? –intenta postergarlo Natalia, que intuye que el tema de la conversación, sea cual sea, no les va a entusiasmar.

–Sí, queremos que sea ahora –insiste su padre.

La imagen se le quedará grabada mucho tiempo.

Los dos sentados en el sofá.

Serios.

Con una separación entre ambos tan diminuta como evidente.

Una grietabismo que Natalia nunca ha visto con tanta claridad y que hoy, sin embargo, basta para anunciar y resumir el contenido de la charla.

Natalia escucha a sus padres contarles su decisión en un relato deshilvanado, sin demasiados datos y lleno de vaguedades, mientras hace memoria para buscar otro ejemplo de grietabismo.

Otro momento en el que fuera evidente que la relación de sus padres se estaba distanciando hasta que esa lejanía fuera irremediable.

–Tenéis una edad y no queremos que esto sea complicado. Bueno –se corrige su padre–, no más complicado de lo que ya es.

–Lo hemos hablado y nos gustaría que decidieseis en la parte que os toca –prosigue su madre–. Nosotros preferiríamos pedir la custodia compartida, pero quizá tengáis otra opción...

–Total, ya sois casi mayores de edad y... No sé, no tiene sentido forzar las cosas.

A Natalia le hace gracia que su futuro se incluya dentro de esas «cosas», una vacipalabra que nunca significa nada.

–A lo mejor os lo habíais imaginado.

–No –contesta con sinceridad, sorprendida ante el silencio de sus hermanas.

–No ha ocurrido nada que debáis saber –se justifica su padre–. Solo que hemos dejado de sentir que somos pareja.

–Y que ahora hasta se nos ha empezado a dar mal ser compañeros de piso... –apostilla con tristeza su madre.

–Ni es un divorcio traumático ni vamos a arrastraros a una guerra. Porque, básicamente, no la hay. ¿Lo entendéis?

Natalia entiende que hace siglos que no ve a sus padres hacer nada juntos, salvo correr.

Entiende que no recuerda cuándo es la última vez que sorprendió un gesto cariñoso y espontáneo entre ellos. Tan solo algún beso de buenos días, uno de esos besos desapasionados que convierten la convivencia en un trámite administrativo.

Tampoco sabe en qué momento dejó de ver sus ojos brillar cuando se encuentran, cuando se miran, cuando están juntos.

Llegó a pensar que eso es lo que le pasa al amor cuando se le suma tiempo: que se le apaga el brillo y se sustituye por friocortesía.

Pero quizá no.

Quizá ese brillo deba pervivir y, cuando se apaga, es una señal de que el camino ha llegado a su fin y el mar se ha vuelto orilla.

Ni Leyre ni Fran ni ella comentan gran cosa. La verdad es que lo que se acaba de abrir hoy no ha formado parte nunca de sus conversaciones.

¿Porque no lo veían?

¿Porque preferían fingir no verlo?

¿Porque estaban demasiado ocupadas en sus vidas como para fijarse en cómo se erosionaba la de sus padres?

Ni idea.

Natalia solo sabe que pasar de la euforia de una fiesta –que, pese a sus incertidumbres, ha sido memorable– a la gelidez de esta conversación es un bruscambio para el que no está preparada.

Tal vez por eso –porque prefiere regresar al mar antes de que desaparezca, o porque este fin de semana ha visto de cerca el brillo que le gustaría mantener cerca– le envía un mensaje a Liam.

Gracias por venirte a mi cumple.Cuando quieras, repetimos 22:05

Y otro a Enric.

Gracias por venirte a mi cumple.Qué ganas de volver a Barna 22:06

Los dos mensajes son verdad.

El mar.

El tren.

¿Pero también pueden ser posibles?

Enric.

Liam.

Y en los dos, mientras los escribe, le brilla la mirada.

3

–Posible es, pero...

–Iria, sé sincera: no te parece bien.

–No sé ni lo que me parece, Nat. ¿Ellos lo saben?

–¿Que les he escrito a los dos?

–Por ejemplo.

–Pues no. ¿Pero qué hago? ¿Los pongo en copia?

–No seas boba, anda...

–¿Y si no tienen por qué saberlo? No hay nada serio con ninguno. Bueno, y con Enric menos. Con Enric, según él, antes de mi cumple ni siquiera había nada.

–Hasta que os visteis...

–Exacto. Pero como no hay nada que se pueda definir, pues tampoco hay normas, ¿no? Lo que no se define no se puede regular.

–¿Tú estás segura de que no estás haciendo trampas?

–¿Trampas? ¿Cómo?

–Pues trampas... Mintiéndote con eso de que no se puede definir. Yo creo que sí se puede. Pero en cuanto lo hagas, te toca hablarlo con ellos. Y lo mismo pierdes a uno de los dos.

–O sea, que piensas que estoy jugando con ellos.

–Tía, no seas tan suspicaz. No he dicho eso... He dicho que, como no lo tienes claro, no te atreves a perder ninguna opción. Por si acaso...

–No sé, Iria... A lo mejor es verdad. O a lo mejor es que estoy rarísima por... Bueno, por todo.

–¿Han vuelto a hablar con vosotras?

–Qué va. Se ve que solo querían compartir la exclusiva. Después del titular de «Nos divorciamos», ya no ha habido mucho más.

–A ver...

–¿También te vas a poner de su parte?

–¿Hay bandos en esto?

–No, pero...

–Lo que iba a decir es que es su vida, ¿no? Tampoco tienen por qué explicaros todo.

–Solo que su vida afecta un poquito a la nuestra, por lo que sea.

–Los míos lo hicieron de pena... Piensa que en vuestro caso os han preguntado y están siendo civilizados. No os han montado la guerra infinita que nos comimos mi hermana y yo.

–¿Cuántos años tenías?

–Ocho, y lo encajé fatal. Pero tampoco ayudaba que se gritaran a todas horas, antes y después de separarse.

Natalia se queda un segundo en silencio.

Tiene algo importante que decirle a Iria. Algo a lo que no deja de dar vueltas desde que se han visto porque, como intuye que no le va a entusiasmar, ha preferido posponerlo.

Por suerte, había temas más urgentes.

Este viernes 8 de marzo ha sido para ellas, porque querían ir a la mani juntas.

Solas no, porque también se han sumado Lena, Rebeca, Leyre, Eva y Tania, pero sí juntas.

Luego se han despedido del resto –sobre todo, al confirmar que algo está empezando entre Rebe y Lena– para vivir uno de esos viernes en los que no hay fiesta ni música ni quedada en grupo. Una de esas tardes de las dos juntas que se vuelven noche entre conversaciones eternas, comentarios de los libros recién leídos (o a punto de leer) y confidencias que, como las de hoy, a veces traen consigo una buena ración de interrogantes.

Pero, además de todo eso, hay un tema que aún no ha abordado con Iria y que la aguarda junto a su plan de ir este fin de semana a El Mar –el de Almu, Úrsula y Deva– para hacerse con nuevos libros para sus aesthetics.

–¿Por qué te has puesto tan seria? –se anticipa Iria.

–Tengo una cosa que contarte.

–¿Ha pasado algo?

–No, no, no es nada malo.

–Ah, vale, me habías asustado...

–Es que me han... –Natalia saca su móvil y busca un mensaje–. Mira, mejor léelo tú misma.

–¿Más hate? ¿Te está acosando otra vez el gilipollas de Íkaro?

–No –se ríe Natalia–. Además, ahora se llama Prometío.

–Fifes fifeando.

Iria coge por fin el móvil de Iria y Natalia observa su reacción mientras lee el DM que acaba de enseñarle.

Ambas conocen al remitente.

Se trata nada más y nada menos que de The Great Gatsby, uno de los youtubers que siguen con mayor devoción desde hace años y que, gracias al estilo personal que imprime a sus reseñas, ha conseguido superar el millón de seguidores.

Incluso, recuerda Nat, les encargaron a Almu y a Úrsula un ejemplar de la novela de Scott Fitzgerald de la que tomó su apodo, para conocerlo mejor.

Ninguna de las dos disfrutó demasiado con la lectura, pero ambas proyectaron el rostro de The Great Gatsby –cuyo nombre real, que apenas usa, es Renzo– en el personaje protagonista. E imaginaron a Gatsby tan rubio como él, con los ojos tan claros como él, con ese aspecto fibrado de gimnasta que el youtuber explota en sus vídeos: mangas cortas que, entre flexión y flexión, permiten apreciar sus imponentes brazos, camisas estudiadamente abiertas y, en general, cualquier atuendo que deje claro que se puede ser un youtuber literario y, a la vez, muy sexual.

Sus rasgos hacen difícil calcular su edad, aunque Iria y Natalia suponen que debe de andar sobre los treinta años. Tal vez alguno por debajo, tal vez alguno por encima.

Qué importa; no lo van a conocer.

O, más bien, no creían que pudieran llegar a conocerlo.

–¿Esto va en serio? –A Iria le brilla la mirada.

–Eso parece...

–Tía, ¡que nos invita a su canal!

Natalia toma de nuevo su móvil y relee el mensaje de The Great Gatsby, deseando haberse equivocado en su interpretación.

Pero no.

La invitación no es para las dos.

Él no escribe «Venid a mi canal a hablar de vuestros aesthetics».

Le escribe (solo a ella) «Ven a mi canal a hablar de tus aesthetics».

Y aquí es donde el brillo de la mirada de Iria se puede oscurecer.

Quizá, para evitarlo, baste con responder al mensaje de The Great Gatsby diciendo que son dos.

Aunque los aesthetics sean suyos (porque son suyos) e Iria tenga desatendidos los que colgaba en su cuenta.

Durante un tiempo, ambas los hacían y subían a la vez, hasta que Iria se cansó y se excusó diciendo que se le daban regular y que le exigían demasiado trabajo para tan pocas visualizaciones. Desde ese momento, la tarea gráfica recayó exclusivamente en Natalia, aunque en todas sus creaciones plasme ideas de ambas.

En ese sentido, sí que son obra de las dos: nacen de sus conversaciones y de los ratos compartidos en la librería o en sus casas.

Además, The Great Gatsby nunca la habría localizado si no fuera por lo que le han hecho a Íkaro/Prometío. Sus aesthetics son ahora más visibles –y sus seguidores no dejan de crecer– gracias a que el Team Caro puso en su sitio al fraudemito.

Eso, Nat, jamás lo habrías logrado sola.

Lo conseguiste porque estaba allí Lena.

Porque Leyre la ayudó sin siquiera decírtelo.

Y, sobre todo, porque Iria fue tu compañera en todo momento.

–Se lo digo, claro.

–¿Se lo dices? –Iria no acaba de entender a qué se refiere.

–Que queremos ir las dos.

–Bueno, yo lo daba por hecho –se sorprende Iria.

–Ya –intenta suavizar su respuesta Natalia–, pero me parece que Gatsby no. No te preocupes, que yo se lo explico.

–Genial.

Iria la abraza emocionada.

No se te ocurra defraudarla, Nat.

Sería injustísimo.

Ya en casa, escribe un mensaje a The Great Gatsby explicándole de dónde nace su cuenta y por qué deberían ir las dos a la entrevista.

Gracias, NatPero en mi programa no hago entrevistas a dos personas a la vezCosas del formatoYou know Cuento contigo para el 23 marzo, ok? La semana que viene te doy las coordenadas.

Por un segundo, duda qué responder.

«Si no vamos las dos, no voy».

«Sin mi amiga no puedo».

«Sin Iria es que yo no...».

Pero le resulta injusto tener que renunciar a hablar de algo que sí es suyo.

Además, se convence, la mencionará. Dirá muchas veces el nombre de su amiga.

«Iria y yo leemos...».

«Iria y yo comentamos...».

«Iria y yo pensamos...».

Dejará claro que su lenguaje no es solo suyo (aunque esto tampoco esté tan claro: ¿las conversaciones son parte del aesthetic, o solo son una fuente más de inspiración?) y conseguirá que Iria se sienta orgullosa de ella por estar allí.

Si quiere dedicarse a la literatura (aunque no lo haya formulado aún pública y oficialmente: en los grietabismos es mejor no provocar sacudidas bruscas), no debería desaprovechar una ocasión así.

El millón de seguidores de The Great Gatsby mirándola.

Escuchándola.

Y ella diciendo, por primera vez, lo que todavía se le hace raro expresar en voz alta: que sus aesthetics no son su forma de leer, sino su manera de escribir.

Porque eso es lo que quiere ser: escritora.

Para crear libros donde las palabras solo constituyan una parte del código.

Libros donde haya imágenes, donde haya lenguajes que se suman: collages, cómics, DM, audios, fragmentos de whatsapps...

Igual que en su vida.

Porque su vida no son solo palabras; su vida también son imágenes.

Como el brillo en la mirada de Iria que, cuando se entere de que no va a ir a la entrevista con The Great Gatsby, desaparecerá.

4

–«Sin que el espíritu femenino colabore con el masculino en la confección de la ley, nunca será ella ni justa ni completa» –lee Natalia, mientras que Liam, Julen e Iria sacan sus móviles para fotografiar la frase que decora la cornisa del edificio ante el que se hallan.

–Basadísimo –aplaude Julen.

–¿Y quién dices que vivió aquí?

–Pues... –Natalia consulta el post del que ha sacado la info de los lugares que están visitando esta tarde–. María Lejárraga.

–Ni me suena –confiesa Liam.

–Pero ahí hay un QR –apunta Iria, señalando la fachada del edificio.

Mientras escuchan la grabación sobre esa diputada y escritora que llegó a estrenar en Broadway y en Holly­wood, y que escribió obras que luego firmó su marido –¿Hola?–, Nat no despega la mirada de Liam.

Le encanta que no finja saber más de lo que sabe.

Que no se vuelva pequeño e inseguro cuando ella habla de algo que él no conoce.

Y que tampoco se niegue a los planes orgullosamente frikis que, como el de esta tarde, se inventa con Iria.

Cuando estaba con Chucky ni siquiera le llegó a hablar de sus litexcursiones, porque se habría reído de ella como hacía cada vez que algo lo superaba. Es más, Chucky quizá se hubiera desintegrado por el mero esfuerzo de cruzar el umbral de una librería.

Con Liam, sin embargo, estas dos primeras semanas de marzo ha podido hablar de lo que está leyendo y de lo que le gustaría leer, y hasta se ha atrevido a sugerirle que lo que realmente quiere es escribir.

Se lo ha contado como algo que hará en el futuro, claro, no como algo que lleva haciendo algunos años.

Porque, aunque solo han salido un par de veces, siente que Liam aprovecharía ese dato para tratar de conocerla mejor.

«Déjame leerlo, porfa».

Se lo pediría así, con esos ojos semientornados que ha puesto todas las veces en las que le ha sugerido quedar solos en vez de en grupo.

Lo que Liam ignora es que haberlo incluido en un plan como el de esta tarde es un paso más.

Nat ignora hacia dónde, pero tiene claro que a Chucky jamás lo habría invitado a esta ruta que han elaborado Iria y ella con búsquedas de Google, consejos de Almu y Úrsula y sugerencias de The Great Gatsby, quien –opina Natalia– controla mucho de libromapas.

Pero a Liam sí.

Y eso, librobjetivamente, es un avance.

A Liam sí le contó que este sábado, antes de pasarse por el Rave, se iba de litexcursión con Iria. En parte porque sabía que él no se iba a reír de ella (ni siquiera de su neologismo) y en parte porque Iria le había avisado de que se lo quería contar a Julen.

–¿Y si vamos los cuatro? –fue su propuesta.

–¿En plan parejitas? –la Natalia de la era antes-de-Íkaro habría aplaudido esa idea, pero la Natalia de ahora, no. A la Natalia de ahora la horrorizó.

–No, en plan parejitas no. En plan de que somos cuatro. En ese plan. Numérico, más bien.

Natalia se acabó de decidir por el sí cuando se dio cuenta de que ese paseo podía ser una prueba. Porque, a estas alturas, agradece cualquier indicio que la ayude a decidir.

–No sé si es un método muy fiable –se atrevió a sugerir Iria–. Si los hubieras invitado a los dos, okey. Pero solo se lo puedes decir a Liam, no a Enric. Así que, si Liam no la caga, el marcador lo vas a poner 1-0 sin que el otro haya tocado el balón.

–¿Y a ti desde cuándo te gusta el fútbol?

–Desde nunca, pero para metáforas chungas es comodísimo.

Ahora, a mitad de su recorrido por Malasaña, Natalia admite que Iria tenía razón: Liam no deja de sumar puntos (o, siguiendo la analogía iriática, de marcar goles).

Un gol por cada una de las fachadas y placas que han visitado.

Otro por la escucha atenta a las parrafadas de Wikipedia que Iria y ella consideran parte esencial del tour.

Y el último gol –por toda la escuadra– cuando les suelta algo que Chucky jamás habría llegado a insinuar:

–Lo mismo me paso por la librería esa a la que vais vosotras.

–¿Por El Mar? –se sorprende Nat.

–Sí.

–¿Y por qué esas ganas de ir allí de repente?

–Para buscar algo que escribiera toda esta peña. Nos hemos pasado la tarde coleccionando nombres, pero molaría que fueran algo más que eso, ¿no?

–Oye –le secunda Julen–, ¿y si vamos los cuatro alguna tarde? Así nos presentáis.

La sonrisa de Julen, a la que se suma la de Liam, anula la goleada anterior y pone de nuevo el marcador a cero.

Porque ahora sí que se ha sentido –gracias por el utilísimo campo semántico, Iria– fuera de juego.

¿«Así nos presentáis»?

¿De verdad aspiran a que Iria y tú los presentéis?

¿Como qué?

¿Como vuestros novios?

¿Como vuestros rollos?

¿Como vuestros amigos?

Presentarlos supone definirlos, hacerlos reales.

Y tú no quieres que esto que os pasa sea real más allá de vosotros dos.

Además...

Venga, va, suéltalo. Sé honesta.

Dile la verdad.

Sí, claro, como si Liam no se lo fuera a tomar mal.

«Tarjeta roja»: eso es lo que va a pensar cuando le digas que no quieres ir con él a El Mar.

O, por lo menos, no con él y con Julen.

A El Mar quieres seguir yendo con Iria.

Con tu mejor amiga.

Es un espacio demasiado vuestro.

Que, por cierto...

Aún no ha salido el tema, pero...

–¿Te ha respondido Gatsby?

Ahora sí que salió.

–¿Gatsby? –se sorprende Liam–. ¿El youtuber ese mamadísimo que sale la mitad de las veces sin camiseta?

–Sale con camiseta siempre. Y yo lo definiría más como un youtuber literario que como un youtuber mamadísimo.

Julen, que acaba de localizar en su móvil uno de sus vídeos –efectivamente, sin camiseta–, le da la razón a Liam:

–Un youtuber literario con unos brazos del tamaño de mi cabeza, que tiene más de un millón de followers.

–¿Os van a entrar celos ahora, o qué? –se ríe Iria, que no esperaba esa reacción de ninguno de los dos.

–Qué va, pero su canal es una macarrada... ¿En serio os mola?

–Ha conseguido que la gente lo siga. Y habla de temas guays.

–Habla de temas guays sin camiseta.

–Bueno, ¿y...? –lo defiende Nat–. Si quiere usar su cuerpo como reclamo, que lo use. Todo el mundo lo hace, ¿no? Pues ya está. No sé por qué un influencer literario no puede ser un tío sexy, la verdad.

–¿Te parece sexy?

–No he dicho eso, Liam. A mí no me van tan mazados, la verdad, pero hay gente a la que sí.

–Cicladísimo, fijo –apunta Julen.

–¿Pero te ha respondido o no? –insiste Iria.

–¿Respondido a...? –pregunta Liam, desconcertado.

–Sí, Iria... Sí me ha respondido. Y...

Su amiga no necesita que diga nada más.

El «no» es obvio.

Tanto como su decepción.

–Le he insistido.

No mientas.

–Le he vuelto a escribir.

¿Pero de qué vas, Nat?

–Dice que en su canal solo hace entrevistas individuales.

–Ah, ¿que te va a entrevistar el Ryan Gosling del Shein?

–Sí, el sábado que viene.

–Entonces, ¿esa noche no nos vemos? –Iria intenta controlarse, pero suena molesta.

–Sí que nos vemos. La entrevista es por la mañana.

–¿Y te entrevista por...? –se interesa Liam.

–Le han molado mis aesthetics.

–Nuestros.

–Eso –se corrige Natalia–. Nuestros aesthetics.

El resto del partido –perdón, de la noche– es un bajonazo anunciado.

No tiene que ver con la cola infinita para entrar en el Rave que los obliga a cambiar de rumbo y probar suerte en el Pink.

Ni con que este sábado haya una fiesta temática de divas pop en el Pink y se hayan sobrado con el precio de las entradas.

Ni siquiera con que la música que suena en el Dusk –el único sitio donde el tiempo de espera para entrar sin pagar es razonable– sea una colección de temas indies tristes, de esos que te roban las ganas de vivir con cada estrofa.

El naufragio –o la derrota, si es que a esas horas aún hay partido– tiene que ver con una sensación que Natalia no había experimentado hasta ahora.

Es un sentimiento viscoso que se desliza lentamente, diminuto al principio, pero dejando tras de sí un hedor inconfundible que lo envuelve todo.

Otro grietabismo que, en este caso, se abre entre ella e Iria.

Y aunque le gustaría nombrarlo con una palabra propia, asume que no podría inventar ninguna más precisa que la que lleva escrita en la espalda:

Traición.

5

The Great Gatsby: «Carmilla», «Valor, agravio y mujer», «La condesa sangrienta», «El cuarto de atrás»... Menuda mezcla, ¿no?

Natalia: Sí... [Risa tímida].

TGG: Es lo primero que llama la atención de tu perfil: que en tus aesthetics cabe cualquier título. Y de cualquier época.

N: Esa es la idea...

TGG: Explícate.

N: Cuando empecé... Vamos, cuando empezamos, queríamos hablar de libros muy diferentes. Y de todos los géneros. Contar lo que sentíamos y lo que...

TGG: Queríamos, sentíamos... A ver, a ver, Nat, ¿de cuánta gente me estás hablando? Porque yo solo veo aquí a una chica. Una chica muy top, sin duda, pero solo una. [Risas].

N: Es que los libros los elegimos mi amiga y yo. Y luego...

TGG: Pero los aesthetics los haces tú sola, ¿no?

N: Sí, los aesthetics sí.

TGG: ¿Y cómo empiezas? No sé, te pones delante de la pantalla y del libro que vas a representar ¿y qué haces?

N: Pues lo que hacemos es...

–Dimas, corta un momento, por favor.

–¿Pasa algo?

–No, Nat, tranquila. Es que queda raro.

–¿Raro?

–Sí, queda raro que hables en plural cuando solo estás tú.

–Ya, claro, pero...

–Sí, sí, lo entiendo. En serio. Te capto perfectamente. Y es genial que quieras a tus amigas. Pero el trabajo artístico es tuyo, ¿no?

–Sí, solo que...

–Que sí, que sí, Nat, que lo hemos pillado. Es más... Dimas, ven un momento.

El cámara se acerca enseguida. Es un chico muy joven, de rasgos afilados y expresión simpática, solo un poco mayor que Natalia, al igual que el técnico de sonido que los acompaña.

–Vamos a preparar un faldón. Algo así como «Las ideas de los aesthetics son el resultado del trabajo conjunto entre Nat y su amiga...». ¿Cómo has dicho que se llamaba?

–Iria –responde aliviada: al fin ha conseguido que su bibliotándem aparezca destacado como tal.

–Pues eso: «... del trabajo conjunto entre Nat y su amiga Iria». ¿Lo tienes, Dimas?

–Lo tengo, Gatsby.

–Okey.

Nadie lo llama Renzo.

Es más, él ni siquiera se ha presentado así.

Gatsby ha devorado a Renzo y a Natalia le hacen gracia los detalles años veinte en su desvestimenta, como si el cuello de su blanca y ajustadísima camiseta sin mangas fuera un guiño al mundo de Jay Gatsby, a quien –por otro lado– no se imaginó nunca haciendo tantas pesas y dominadas como debe de hacer este.

Gatsby/Renzo, sin embargo, sí destina tanto tiempo al gimnasio como a sus lecturas. Y, nada más presentarse en su estudio, ha dejado claras ambas pasiones.

En la conversación inicial, antes de empezar a grabar, Gatsby le ha citado tantos títulos de las últimas novedades que ha leído que Nat ha acabado mareada.

Y cada vez que se ha acercado a ella –con su abrazo inicial, sorprendentemente efusivo, o en el momento enque la ha movido para que la enfocase mejor la cámara–, Natalia ha percibido su musculatura muy cerca de su cuerpo.

En ambos casos –el abrazo de bienvenida y la telerreubicación–, Natalia ha intentado quitarse de la cabeza la impresión de que son indirectas físicas. Una y otra vez, se repite que esa idea solo es parte de su adoración por un comunicador a quien, por fin, hoy tiene cerca. Tanto como para ser la protagonista de su próximo programa.

–¿Seguimos, Nat?

TGG: Alguien que empieza tan joven a convertirse en influencer literaria debe de vivir en una casa llena de libros...

N: No te creas.

TGG: Venga ya, no me irás a decir ahora que en tu casa no hay libros.

N: Hay... Pero, sobre todo, los que compro yo. Mis padres son más de running.

TGG: Vamos, que son de los que ven un libro y salen corriendo. [Risas].

N: Bueno, no exac...

TGG: ¿Y tus hermanos? Porque tienes dos hermanos, ¿no? Es más, a una de ellas lo mismo aquí hay gente que la conoce por su momentazo del kung-fu.

N: Taekwondo.

TGG: Kung-fu, taekwondo, kárate... Todo lo mismo, es siempre dar patadas pero con diferentes nombres. [Risas].

N: Sí, aunque cr...

TGG: Un poco básico. [Más risas]. ¿Y tu hermano es más lector, o te cae a ti todo el peso de la cultura en casa?

N: Es más de cómics.

TGG: Los libros con dibujitos siempre entran mejor. [Risas]. No, en serio, es un género guay. Pero en este canal nos van más los clásicos, por eso nos interesa tanto lo que haces tú. Y, por lo que nos dices, eres bastante autodidacta.

N: Pues... Un poco, supongo. Pero mis herm...

TGG: Lógico, tus hermanos te tienen que ver como un bicho raro. Entre la del Kárate Kid y el de Tintín y Asterix, debe de ser rarísimo que tú te pongas a reivindicar a autoras del siglo XVII, por ejemplo. Porque flipé muchísimo con eso. ¿Sabías que no había leído a Ana Caro hasta que la recomendaste en tu cuenta?

N: Ya, mucha gente puso eso en comentarios... Pero bueno, se trata de compartir. Y de...

TGG: ¿El aesthetic que estás preparando ahora cómo es? ¿También nos vas a sorprender con un clasicazo?

N: El siguiente es fantasía. Bueno, fantasía política...

TGG: Déjame que adivine. ¿«Juego de tronos»?

N: [Risas]. No.

TGG: ¿«1984»? ¿«Fahrenheit 451»? ¿«El cuento de la criada»? ¿«Los juegos del hambre»?

N: [Más risas]. Tampoco.

TGG: Me rindo.

N: «Wicked».

TGG: Estás de broma.

N: No, no. «Wicked» es muy político.

TGG: ¿El de la bruja verde? ¿Político? [Risas].

N: Sí, Gatsby, en serio. La gente solo piensa en el musical, pero la novela en la que se basa es muy crít...

TGG: Eso es lo que más me gusta de tu trabajo, Nat. Que eres capaz de darnos contenido supererudito, en plan Martín Gaite o Pardo Bazán, y luego coges influencias de los muñequitos esos que le molan a tu hermano y, hala, marchando una de cómic.

N: «Wicked» no es un cóm...

TGG: Claro, claro, que ya sabemos que no es un cómic, pero no me digas que el rollo de Oz, la bruja mala y el hombre ese de hojalata al que le falta el corazón no da para un manga. [Risas].

N: Bueno, casi todo podría dar para un manga. Hay obras de Shakespeare, por ejemplo, que sí que han si...

TGG: Shakespeare aquí nos pone muchísimo. [Risas]. Y matando, wow, matando era el mejor. Donde estén sus finales con veintisiete muertos que no se pongan la bruja verde borde y su amiga el hada pija. [Risas]. Es más, lo mismo estás a tiempo y puedes cambiar «Wicked» por «Macbeth», por ejemplo. Si quieres fidelizar a tu fandom, necesitas que el contenido sea coherente.

N: Ya, pero si no hay diversidad es como si estuviera traicionando lo que...

TGG: Traicionarse es megashakesperiano, Nat. Y eso les iría genial a tus posts: un rollo más meta. Esa podría ser la siguiente etapa. Porque ahora que casi no nos escucha nadie, va, dime la verdad: ¿a que tú escribes?

N: Sí...

TGG: Lo sabía. Alguien con tu sensibilidad solo puede ser escritora, además de lectora. A ti te ha tocado la responsabilidad de lanzar palabras, que es mucho mayor que la de lanzar patadas. [Risas]. ¿Y qué te gustaría que dijeran esas palabras? ¿O con qué género te gustaría empezar?

N: Hasta ahora siempre he escrito relatos. Casi todos breves, de cinco o seis páginas. Pero me encantaría ponerme con una novela.

TGG: Si la escribes, cuenta conmigo para presentarla y hablamos de ella aquí. ¿Cómo lo ves?

N: Genial.

TGG: Pero para eso me tienes que cambiar «Wicked»por «Macbeth». Mucho mejor las brujas de Shakespeare que las de Oz, hazme caso. ¿Hay trato?

N: [Risas]. Hay trato.

–Dimas, ¿todo bien?

El cámara levanta el pulgar derecho al tiempo que deja de grabar.

–¿Ya hemos terminado?

–Sí, Nat, ya hemos terminado –le sonríe Gatsby mientras se quita el falso cuello–. Se pasa volando, ¿a que sí? Ahora solo queda editarlo y grabar la despedida, pero eso no puedo hacerlo hasta que sepa quién viene después de ti, porque ya sabes que tras cada programa anunciamos el siguiente.

–Es que no sé si he dicho bien lo de...

–¡Lo has dicho genial todo! Ni lo dudes, Nat. ¡Ojalá todas las invitadas fueran igual que tú!

La felicitación de Gatsby incluye un rápido movimiento de su brazo derecho alrededor de su cintura.

Deben de ser sus ganas de irse –¿en serio lo ha hecho bien? Y, si es así, ¿por qué no ha hablado un poco más en algunas preguntas?–, pero a Natalia le da la impresión de que ese brazo parece apretar con más fuerza que antes.

Dimas y el chico del sonido, que ni siquiera se ha presentado, desaparecen antes de que ella haya terminado de recoger sus cosas.

Ahora se siente ridícula por haberse traído a la entrevista una mochila con los libros de los últimos aesthetics.

Y el iPad donde elabora sus ilustraciones.

Y hasta un par de cuadernos con collages que muestran su proceso creativo.

Ha ido hasta allí cargada para nada, porque todo eso no ha ocupado ni un triste plano.

La cámara solo se dirigía hacia el cuerpo y la sonrisa de Gatsby, que de cerca resulta más estudiada que magnética, y hacia la expresión desconcertada y a ratos hasta apocada de Natalia.

En vez de haber metido tanto peso en su mochila, tenía que haberse preparado para las preguntas que iban a surgir, incluidas las alusiones a su hermana, a la que el vuelo de Ray Stevens la va a perseguir todo lo que dé de sí la memoria digital.

Está descontenta con sus respuestas. Con sus silencios. Con el modo en que, ahora que empieza a asumir lo que ha vivido, ha reaccionado.

Quizá por eso le resulta algo pegajosa la manera en que Gatsby la acompaña mientras ella recoge.

Y la incomoda que la mire desde tan cerca.

Que se ofrezca a guardar un par de sus libros, rozando los brazos de ella con los suyos, en la mochila.

El estudio donde han grabado el podcast se vuelve, de repente, mucho más pequeño, aunque ahora solo sean dos y antes fueran cuatro. Hasta la distancia a la puerta de salida resulta mayor.

Gracias-adiós-hasidogenial-yameavisascuandolosubas-metengoqueir.

Habla sin pensar, tan deprisa como camina hacia esa puerta.

Él a un lado, muy cerca.

Con expresión de... ¿decepción?

¿O solo es desconcierto ante esa chica que se muestra azorada y que expresa una urgencia repentina por largarse?

No se siente bien con lo que ha dicho.

Es eso.

Solo eso.

Él le abre la puerta y la despide con dos besos que ella, si hubiera podido elegir, no le habría dado.

El segundo y último es confuso.

Culpa suya, supone, porque se ha movido nerviosa y ha dejado su boca muy cerca.

No ha sido un pico, solo un ligero desvío entre la mejilla y la comisura de sus labios.

Sube al metro cargada de los libros y cuadernos que no ha enseñado, y de preguntas sobre lo que ha ocurrido en apenas una hora.

Sesenta minutos que la van a acompañar durante mucho tiempo.

Tanto como a Leyre la traicionera memoria digital.

6

Ahora os toca a vosotras 10:04

Sip10:04

Sabéis cuándo?10:05

Nop10:05

Estás super comunicativa, tía10:06

Sorry, BrunoTodavía no lo he hablado con Iria...Pero a principios de mayoI guessLuego con los exámenes es peor10:07

Los exámenes siempre son mal10:08

10:08

Estás rayada por algo???10:09

Por?10:09

Porque tú nunca monosihablas, Nat10:10

Ahora también inventas palabras=10:10

10:10

10:11

Me lo cuentas?10:11

Es largo...10:11

Y se titula “Enric”?O “Liam”? 10:11

Se titula “¿Y si lo mejor que te podía pasar no es lo mejor, sino lo casipeor?” 10:12

Y de ese casipeor quieres hablar?10:12

Prefiero hablar del barnaje10:13

??????????10:13

El viaje a Barna10:14

Ufffff... Esa era chunguísimaCualquier día me vas a tener que hacer un diccionario 10:15

Cuando quieras :)10:16

Dos puntos y un paréntesis.

Ni siquiera un sticker divertido, de esos que emplea cuando quiere dejar claro que está de buen humor y que le apetece reírse de todo, hasta de sí misma.

Hoy el humor le falta, o, por lo menos, se le hace difícil. La primera sonrisa real de esta mañana han sido esos signos de puntuación, por pobres que parezcan.

Claro que el desayuno con Leyre y Fran no ha ayudado mucho...