Cuál es tu lucha - Nando López - E-Book

Cuál es tu lucha E-Book

Nando López

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Beschreibung

#CuálEsTuLucha fue una llamada. Una propuesta para que los jóvenes gritaran bien alto qué es lo que les hace moverse.Reaccionar.Respirar.De entre todos los testimonios, Nando López seleccionó 15y los convirtió en novela. La novela que tienes entre las manos. Una novela hecha de vidas tejidas. Vidas de verdad.Gente que se mueve, habla, lucha muy cerca de ti. Quizá más cerca de lo que crees. Tal vez, incluso, a tu lado.

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Nando López está escribiendo...

A cada adolescente que, con su testimonio,ha hecho posible esta novela.

Y a mi hermano, por enseñarme a luchar por mis sueños a su lado.

La noche en que Ale no consigue conciliar el sueño por culpa de la convocatoria del siguiente partido es la misma en la que Ashley da vueltas en la cama, pensando en si debe o no usar en casa los colores de la bandera que la representa para contar, por fin, quién es de verdad. La noche en la que Andrea ha borrado el story en el que compartía una de sus canciones, justo cuando Isaac envía una maqueta de uno de sus temas a un grupo que necesita batería.

El insomnio se ha adueñado de una noche demasiado calurosa para esta época del año. Quizá por eso tampoco Helena logra dormirse, después de haberse cruzado unos cuantos mensajes con Nazaret y Gina sobre el club de lectura que están montando. Pero ninguna de las dos le ha prestado demasiada atención en esta noche llena de sueños inquietos. Como los de Marta, que vive con angustia la proximidad −otro año más− de la Noche de las Ciento Diez. O como los de Nyx y Kuro, preocupades por lo que esté sucediendo ahora mismo en casa de su amigue Deli.

Tampoco el correo de la asociación que ha creado Ana descansa a estas horas. Al revés, parpadea nervioso cada vez que llega un nuevo mensaje, con la misma intensidad con que lo hace el grupo de whatsapp que coordina Celeste. También parpadea Ale, desvelado por la idea de ese partido al que teme que tampoco van a convocarlo, y Helena, que desearía oír por unas horas la vida tal y como la escuchaba antes de que llegara el silencio de su presente.

En su cuarto, Isaac finge ensayar con su batería, sin imaginarse que uno de los vídeos que subió a YouTube suena ahora mismo en el móvil de Paula. Ella sonríe al ver a ese chico cuya melena estridente le hace olvidar por un momento ese ayer en el que ya no se reconoce, como tampoco se reconoce Lía en la persona que creen ver los demás.

El sueño no alcanza ninguno de sus dormitorios. Todos han sido invadidos por una niebla de pensamientos que atraviesa su noche y les hace preguntarse si deberían enviar o no ese mensaje en el que llevan horas trabajando; ese texto o ese audio en el que cuentan quiénes son y cuáles son las sombras y las luchas que constituyen su paisaje, las mismas que hoy se han apropiado de sus cuartos y los retan a derribarlas con palabras. Ese mensaje que, según se aseguraba en la convocatoria de la editorial, puede ser parte de un libro donde sus vidas no solo romperán esa oscuridad, sino que se convertirán en protagonistas.

Y el sueño se vuelve aún más huidizo, porque eso, a su manera, también supone una responsabilidad. Ser personaje es ser espejo. Ofrecer su lucha como testimonio de sus decisiones y de todos los momentos en que acertaron o en que se equivocaron, en que lo intentaron o en que se rindieron, en que la violencia los puso de rodillas y su obcecación por ser los volvió a levantar.

Dar a enviar es solo un clic.

Así de fácil.

O así de complicado.

1

Ale

[Hola. Soy Alejandro, y me gustaría hablar principalmente sobre la presión que tenemos los jugadores de fútbol a la hora de luchar por el puesto o de intentar trabajar por jugar. Ya que no es solamente la lucha de un partido contra los demás equipos, sino que, a la hora de ganarte el puesto, en tu equipo... Por ejemplo, yo, que soy portero, tengo que estar batallando semana tras semana tras semana para conseguir el puesto y jugar.

Y de lo que quería hablar principalmente es de cómo esto nos puede afectar a nosotros psicológicamente, en el sentido de que muchas veces algunos porteros luchan, luchan, luchan, y a pesar de jugar y entrenar bien, no consiguen llevarse el puesto por muy bien que lo hagan. Y es algo bastante duro psicológicamente, porque no lo llegas a entender muy bien el porqué... Pero bueno. Principalmente, quiero que la gente sea un poco consciente sobre todo esto y sobre la fuerza mental que hay que tener para estar batallando con estas cosas. Y más si eres niño, porque sobre todo los niños, si no juegan, pues más les afecta. No sé: ese es mi método de ver las cosas, y espero que ustedes luego de escuchar esto también lo compartan. Gracias.]

2

Ana, Nyx

«Vete a tu país, joder. Y de paso, tírate del avión cuando te vuelvas».

Ana solo tenía seis años, pero nunca olvidará la mirada de odio con la que aquel otro niño se dirigió a ella para humillarla delante de todo el colegio que, a causa del trabajo de su padre, tardaría dos años en abandonar.

Había llegado a Escocia con tan solo cuatro años y sin saber ni una palabra de inglés, desplazada junto a su familia después de que su padre dijera que sí a ese nuevo puesto tan ventajoso que hacía que el esfuerzo de mudarse mereciese la pena. Dos años después, el idioma ya no era una barrera, así que pudo entender perfectamente el insulto que le dirigía aquel compañero al que, en el fondo, también habría comprendido sin necesidad de que dijera una sola palabra.

Mientras revisa los mensajes que han llegado hoy hasta la web que coordina con Xen y Nyx, piensa si su yo de ahora le debe algo a toda la gente que, como aquel niño, se ha encargado de herirla desde que es una cría.

Dieciséis años no deberían ser tanto tiempo, pero en su caso tiene la impresión de que tal vez le hayan cundido más que al resto. En lugares. En viajes. En experiencias. Y en cicatrices. Todas las que sigue intentando sanar en cada una de sus sesiones de terapia y las que, a su modo, son responsables de que se decidiera a crear la web que administra junto a sus dos mejores amigues.

−Amigos o amigas, ¿no? −la corrigió Marina, su psicóloga, la primera vez que le oyó referirse así a elles.

−Amigues −insistió Ana, rotunda−: Nyx es no bi­narie.

Marina no pareció demasiado convencida con su respuesta, así que Ana trató de explicárselo.

−No te preocupes, que yo tengo mucha paciencia con los boomers −le dijo a la vez que dibujaba una sonrisa irónica.

−Menos mal que estás aquí para ilustrarme −le respondió Marina, que se había acostumbrado enseguida a manejar su sarcasmo.

Desde las primeras sesiones, Marina se fijó en la capacidad de Ana para distanciarse de todo a través de un humor que no dejaba de esconder siempre un punto crítico y comprometido. Un talento que no oculta y que constituye una prueba más de que esos dieciséis años, en su caso, no abarcan el mismo número de experiencias que los del resto. Quizá por eso sus mejores amigues son, desde que empezó el año pasado en un instituto, Xen y Nyx. Porque ambes han vivido un proceso de introspección anterior al de la gente que les rodea. Xen, con su activismo contra la xenofobia de la que se siente objeto por sus raíces familiares («Estoy harto de que me pregunten dónde he nacido»), y Nyx, con su reflexión sobre un género que no le ha resultado fácil visibilizar y sobre el que aún soporta burlas −en clase y en su propia familia− cada vez que les exige que empleen el pronombre elle. A Ana le resulta natural que esas dos personas se hayan convertido en su mundo cotidiano y real, porque necesita gente capaz de salir de los aburridos límites en los que pretende encerrarla la vida y de los que ella nunca se ha sentido parte.

A los cuatro años, en Escocia.

A los ocho, en Río de Janeiro.

A los diez, en São Paulo.

A los trece, de nuevo en España.

Y en cada destino, un nuevo reto. Un nuevo obstáculo. Una nueva pesadilla que acabó con un diagnóstico de ansiedad y depresión cuando acababa de cumplir los once años. Todo por culpa de que una vez un niño de seis años desató la maldición al desearle que se tirara de un avión de vuelta a España. O por los demás niños que los rodeaban y se rieron. O por los adultos que vieron reír a aquellos niños y dijeron que eran cosas de críos cuando ella rompió a llorar y corrió a esconderse en los baños del colegio. O por todo lo que iba a suceder después y que entonces ni siquiera se podía imaginar.

Esta tarde, en la que el servidor de su página web está lleno de nuevos mensajes pidiendo ayuda, vuelve hasta Ana el interrogante de si se dedicaría a lo que hace ahora si no hubiera atravesado esas etapas. Si no hubiera conocido ese miedo. Esa angustia. Ese instante en que la respiración se acelera tanto que el pecho se te encoge y parece a punto de explotar. Ese segundo en el que no eres capaz de inspirar y solo piensas en correr, en huir, en desvanecerte antes de que el estallido se produzca y todos vean cómo te desplomas por culpa de esa presión que no encuentras la manera de dominar.

Quizá debería darles las gracias por haberla llevado a ese extremo. Quizá eso la ha conducido hasta el lugar que ocupa ahora. Hasta la función que desempeña en la asociación que ella misma ha creado. Porque la chica que es ahora mismo se parece mucho a la persona que le gustaría ser y a la que confía en no traicionar.

−Eso es una mierda −le lleva la contraria Nyx, que no soporta los argumentos que racionalizan la violencia.

−Solo es una teoría.

−No, Ana, es un asco de justificación.

Xen, que hace tiempo que piensa lo mismo que Nyx, no duda en secundar su teoría.

−Se parece a eso de que el bullying te hace más fuerte. ¿No ves que es una gilipollez? El bullying solo te deja heridas. Y lo peor es que, aunque las cures, nunca se van del todo.

−Yo no he dicho que me haga más fuerte, Xen. Lo que digo es que también soy mis heridas. No solo, claro. Soy más que eso. Pero lo que me ha jodido también forma parte de mí. Y podía elegir entre fingir que no ha pasado o hablarlo a las claras para intentar que sirva de algo. Igual que vosotres. ¿O no estamos aquí por eso?

−Estamos aquí porque eres una pesada y nos has liado, tía −se ríe Nyx, que no está dispueste a enfadarse con las únicas personas de su instituto que consiguen que se sienta bien.

−Bueno, sí −se ríe también Ana−, eso también.

−Vamos a tener que hacer algo con todo esto... −Xen señala la bandeja de correos de su web, rebosante de mensajes.

−Lo estamos haciendo, ¿no? Se supone que lo primero que hay que hacer es responderles.

−Ya... Pero no sé si basta con eso, Nyx.

−¿Y qué más podemos hacer?

Xen se encoge de hombros. Ignora la respuesta, pero sabe que es preciso dar un paso más. Recoger testimonios no es más que un punto de partida, y −tal vez porque no tenían tanta fe en su proyecto− no contaron con que ese inicio requeriría un destino. O, al menos, una trayectoria.

−Que sepan que los escuchamos es importante −les recuerda Ana−. Hemos estado ahí, Xen. Y eso es lo primero que habríamos querido.

−¿Y luego?

−Luego... No sé. Luego tendremos que pensarlo.

Nyx le da la razón y Xen, que no quiere que su iniciativa fracase tan pronto, opta por confiar en que más adelante surja una estrategia. Entretanto, seguirán contestando cada mail en el que sus remitentes describen las situaciones de acoso de las que son víctimas.

Se aplican a su tarea con diligencia −Xen y Nyx tendrán que regresar en breve a sus casas si no quieren que sus familias se inquieten− y se reparten los correos aún pendientes. Mientras Ana echa un vistazo a todos los que le corresponden, un whatsapp vibra en su móvil. Le basta con ver de qué se trata (un audio) y su duración (diez segundos) para saber de dónde viene, cuándo ha sido grabado y hasta qué contiene.

Viene de Alejandro.

Seguramente, justo antes de uno de sus partidos.

Y le lleva su mar.

3

Ale

No va a pensar más en ello. Alejandro se ha prometido no permitir que el último mensaje que ha recibido le arruine el día, así que, nada más grabar y enviar su audio para Ana, guarda el móvil en la mochila y se asegura de quitarle el sonido.

De camino al partido, mientras pedalea con rabia, se afana por buscar razones para confiar en que este sába­­do será diferente, a pesar de que las últimas semanas solo le hayan ofrecido motivos para lo contrario.

Estos meses se ha dejado la piel en todos los entrenamientos. Le ha demostrado al míster que se merece la oportunidad que lleva cinco partidos sin darle, y se esfuerza por creer que el de hoy no será el sexto. Que esta vez sí podrá ocupar su lugar bajo los palos y encarnar al portero eficaz y preciso que sabe que es.

Cuando llega al vestuario, su mochila parece que tuviera vida propia. El teléfono que ha escondido en ella no deja de vibrar por los mensajes en el grupo de whats­app del equipo, y le basta con observar la mueca de burla de alguno de sus compañeros para adivinar su contenido.

−No te rayes −le aconseja Neizan, el único que no se ha sumado abiertamente a las burlas del resto.

−Es fácil decir eso −le responde Ale mientras sucumbe a la tentación de revisar su móvil.

En su pantalla, un nuevo sticker con su rostro y el jodido «pastelito» que le pusieron de mote en sexto de primaria y que, desde entonces, no ha dejado de perseguirlo dentro y fuera de la red. Como un recordatorio de la persona que era y que, no sabe si por voluntad propia o por culpa de la presión ajena, ahora intenta no ser.

Su cuerpo no es ya el de ese niño que estrenaba la adolescencia con una ingenuidad que le sería arrebata­­da en tan solo una semana: el tiempo exacto que duró aquel viaje con su equipo en el que compartían guagua con chicos mucho mayores que ellos.

«Desde ahora te vamos a llamar pastelito».

No recuerda el motivo.

Ha intentado recomponer esa situación un millón de veces, pero siempre acaba atrapado en un relato deshilvanado y absurdo.

Sabe que fue después de decir algo. Tal vez demasiado alto. Tal vez con la arrogancia de querer hacerse presente cuando el liderazgo ajeno exigía que todos los demás fuesen tan invisibles como sumisos ante su tiranía. Lo que recuerda es que uno de los de bachillerato le pidió que se callase de una puta vez. Que él, que no entendía por qué debía guardar silencio, continuó hablando. Y que ese mismo tipo del que ha logrado olvidar el nombre lo castigó regalándole un mote que lleva ya cuatro años con él, y que pasó pronto de no significar nada a ser una burda descripción de lo que creía que los demás veían al mirarlo.

«Pero mira que estás gordo, pastelito».

«Estar» derivó pronto en «ser», y a menudo, a pesar de las horas de entrenamiento y de gimnasio, sigue viendo bajo su cuerpo ahora fibroso las formas redondeadas de aquel niño al que le bastó una excursión deportiva para dejar de serlo.

−Sabes que solo quieren joder −le insiste Neizan.

−¿Y?

A Ale le resulta incomprensible el argumento de su compañero. Hay días en que duda si debería llamarlo amigo, pero su silencio en ese grupo de whatsapp en el que no hay ni una sola voz que se eleve a favor de la suya lo disuade de cambiarlo de categoría. De momento, se conforma con esa complicidad limitada que le permite afrontar los entrenamientos de mejor humor que si estuviera aislado, aunque su situación real tenga más de soledad que de presencia. De Neizan le hacen gracia sus comentarios sobre los equipos rivales y su manera de enfocar el presente, tan personal como el modo en que hace años decidió transcribir su nombre. Pero transformar ese vínculo en una amistad sincera requeriría mancharse, y Neizan no está dispuesto a correr el riesgo que supondría plantar cara a la mayoría. A su modo, considera que acercándose a Ale de vez en cuando ya hace lo suficiente.

−Tío, que lo que buscan es ponerte nervioso para que la cagues y sigan sin sacarte. Pero si no les haces caso...

−Ya, claro. Qué fácil.

Neizan le quita el móvil de la mano y lo deja bocabajo en el banco donde acaban de cambiarse.

−¿Ves?

Ahora es su teléfono el que suena. Ale se lo quita y lee el texto que acompaña a una imagen que acaban de compartir en el grupo del equipo.

−«La madre de Ale dice que mucha suerte»... Facilísimo, sí.

Neizan recupera su móvil y borra la fotografía, en la que se ve a una mujer desnuda con grandes pechos y amplias caderas. Ale agradece que no le diga nada: le hacen tanto daño las humillaciones como las personas que les quitan importancia.

−Tú céntrate en el partido, Ale. Dales a esos cabrones donde más les duele.

−¿Y si hoy también me toca chupar banquillo?

−Eso no tiene por qué pasar.

Ale señala con la mirada al otro portero, que bromea relajado con el entrenador.

−Pues esa mierda es lo que va a pasar... Otra vez.

4

Justsaying

Nyx, Kuro, Tú

Nyx

Se mantiene lo del viernes o no?

Buenos días y eso

Kuro

Nyx

BUENOS DÍAS, señore Deli. Se mantiene lo del viernes o no?

Pues claro.

Kuro

Me va regular. Aviso.

Nyx

Por?

Kuro

Tengo una entrevista.

En la tele?

Kuro

Qué cojones va a ser en la tele?

Nyx

Kuro

Para un curro.

Nyx

De?

Kuro

Buscan aprendices en un taller de tatuaje.

Eso es lo tuyo, tío.

Kuro

A ver si sale...

Nyx

Y del Bach sabes algo?

Eso, te han dado plaza en el insti del Artístico o no?

Kuro

En serio?

Todavía no te han dicho nada?

Kuro

Se supone que sacan listas pronto. Y me vendría genial que me admitiesen. Porque privado no puedo ni de coña... De momento, a ver si me sale el curro este viernes.

Nyx

Les has pasado algo tuyo?

Kuro

Les mandé el último que os enseñé.

Nyx

El del gato encerrado en un rombo?

Kuro

Ese

Me flipó.

Kuro

A ver si a los del taller les flipa también.

Nyx

Seguro!

Yo sí que puedo el viernes.

Nyx

Kuro

@Nyx Pero tú no tienes reunión de la asociación o algo?

Nyx

Los viernes no quedamos.

Qué raro...

Nyx

Raro por?

No, nada, es que últimamente te pasas media vida allí...

Nyx

Rollos de celos tóxicos no, pls

Pero sirve de algo?

Nyx

No llevamos mucho... Pero la gente de la asociación mola. Xen y Ana os caerían genial. Creo.

Ana es la jefa, no?

Nyx

No hay jefas ni jefes. Todes somos iguales y todes decidimos.

No te piques...

Nyx

No me pico. Pero es que siempre que sale el temita de la asociación hay movida...

@Kuro Y tú no te puedes pasar por el concierto después de la entrevista?

Kuro

El taller está bastante lejos... Me tengo que hacer media línea del cercanías.

Nyx

Va a ser un conciertazo.

Kuro

Ya... Pero no llego. Es lo que tiene vivir lejos.

Nyx

Te tienes que mudar más cerca.

Kuro

Guay. El alquiler me lo pagáis vosotres?

Porque ganas de largarme de casa no me faltan...

Nyx

Ni a mí...

Es una mierda.

Nyx

?

Que estemos esperando a los 18 para pirarnos en cuanto se pueda. Debería ser un poco más fácil, no?

Kuro

Yo lo tengo clarísimo. En cuanto ahorre lo mínimo, me largo.

Nyx

Compartimos si quieres.

Te han vuelto a soltar lo de que te inventas cosas?

Nyx

Sí... Y que me aburro. Vamos, que para mis padres ser género fluido es como ponerse a cazar Pokémon.

Siguen haciéndote misgender?

Nyx

Kuro

Como los míos...

Nyx

Y el tema del a-spec ni he intentando sacarlo.

Total, no escuchan una mierda.

No sé si necesitan un manual o es que no quieren entenderlo.

Nyx

Kuro

Ni así... Te aseguro que si les paso apuntes a los míos, se quedan igual. Pero eso no me ha parado nunca y no va a pararme ahora. Acabarán aceptándolo. No les queda otra.

Nyx

¿Y si no lo hacen?

Kuro

Pues nada. Si no aprenden a hacerlo, tendré que decirles algún día que quien no les acepta soy yo.

Tengo que salir, chiques.@Nyx El viernes a las 7 donde siempre?

Nyx

Mejor a las 6?

El concierto no es hasta las 9.

Nyx

Quiero que lleguemos les primeres.

Kuro

Qué ansiose

Nyx

OK. A las 6

Nyx

@Kuro Y mucha suerte en tu entrevista!!!

Kuro

Gracias, querides!!!! Ya os contaré

Y etiquetadme en algún vídeo del concierto!

Nyx

5

Ale, Ana

Hace dos años, Alejandro habría necesitado esconderse para que no lo vieran llorar. En aquel momento no le preocupaba que su llanto fuera público, sino que sus verdugos obtuvieran en él la confirmación de su triunfo. Pero ahora prefiere guardarse las lágrimas para lo que de verdad le importa. Para aquello que no tiene nada que ver con la mediocridad que hoy, de nuevo, le ha robado un día que debería haber sido suyo.

El Ale de los doce y de los trece habría buscado el modo de escabullirse justo después de ese sexto partido sin jugar y, en una soledad querida algo menos espinosa que la soledad acompañada en la que lleva tantos meses atrapado, habría dejado salir la rabia y la frustración que apenas lo dejan respirar.

«No es solo fútbol», les explica a sus padres, que tratan de comprender los cambios de humor de su hijo. «Si necesitas que volvamos a hablar con las familias de los demás chicos...», le responden. Pero él los detiene diciendo que ya no son niños, a pesar de que el Ale de los doce sí agradeciera su intervención cuando empezaron los memes y los stickers con su imagen y su apodo.

Se siente respetado: tiene suerte. Sabe que en su casa, al menos, sí se escucha. Sus padres querrían ayudarlo más. Ayudar mejor. Pero no puede recibir lo que no sabe si necesita, y esa pregunta sobre qué debería hacer para vencer la oscuridad que a veces lo devora todavía sigue abierta. Es el interrogante que mantiene el balón en juego, en un partido implacable donde todos sus demonios chutan con saña en dirección a su portería. Sin que nadie −tampoco sus amigos y compañeros− sepa bien cómo organizar la defensa para frenar el siguiente disparo.

−¿Y si lo hablas con el míster?

−Venga ya, Neizan. ¿Crees que eso va a servir de algo? Está claro quién es su favorito...

−Pero no puede sacar solo a Samu. En este equipo sois dos porteros: él y tú.

−Sí, pero de los dos solo hay uno que es su ojito derecho. Y ese es Samu.

−¿Quieres que le diga algo?

−¿Al míster o a Samu?

−No sé, tío, a quien tú quieras. O a los dos.

Alejandro para en seco y se queda mirando fijamente a su compañero. Hace dos años no le habría planteado una pregunta tan directa. Ni siquiera lo habría esperado para volver juntos a casa. Hace dos años, se habría marchado del estadio como el fugitivo en que lo habían convertido los continuos ataques que había empezado a liderar el otro portero, al poco de regresar del viaje en el que había surgido la supuesta broma del «pastelito».

−¿Lo harías?

Neizan no responde. Es evidente que, cuando ha lanzado su propuesta, esperaba un «no hace falta». O un «no iba a servir de nada». Confiaba tanto en una negativa que le resulta imposible improvisar una respuesta mínimamente digna para lo que Ale ha formulado como una invitación. Más bien, piensan ambos, una provocación.

−¿Me lo estás diciendo en serio?

La verdad supondría ahondar en una conversación a la que Alejandro no le augura un buen final.

La cadena de afirmaciones que le gustaría pronunciar sería, más o menos, así:

«Claro que te lo estoy diciendo en serio, Neizan».

«Es lo menos que puedes hacer después de haber estado callado tanto tiempo, ¿no te parece?».

«Tendrías que dar la cara de una vez, porque yo estoy hasta los cojones de que nadie lo haga».

«Y la amistad se supone que también es eso, ¿no crees?».

Alejandro valora la cadena y asume que el único de­sen­lace posible es perder la última de las alianzas que aún mantiene en su equipo, así que opta por encogerse de hombros y ofrecer a Neizan la respuesta que esperaba recibir:

−No, no quiero que hagas nada. A ver si va a ser peor y el entrenador se va a encabronar aún más conmigo.

Neizan respira aliviado y Ale busca un atajo en los estudios −qué tal lo llevas, qué mal el último examen de lengua, ¿tienes ya claro qué bachillerato vas a coger?− para cambiar de tema y evitar el silencio hasta que lleguen a casa. Cualquier excusa le sirve con tal de no volver a hablar del equipo, ni del partido, ni de los entrenamientos que le esperan esta semana y que, con solo verlos marcados en el calendario de su móvil, ya le provocan ansiedad.

−Puedes dejarlo cuando quieras −le insiste su padre cada vez que aprecia en él uno de sus cambios de humor.

−Es que no quiero... Me sigue gustando... Creo.

«Gustar» es un verbo difícil. Una de esas palabras que se usan con demasiada ligereza y en las que omitimos los matices para quedarnos solo con lo que nos conviene en cada instante. Pero Ale conoce demasiado bien sus contrastes como para no usarla con precaución. Sabe lo que le gusta del fútbol del mismo modo en que teme lo que le hace sentirse menos, en una continua pugna entre lo que necesita ver de sí mismo y lo que le hacen sentir los demás.

Los partidos sin jugar no son una anécdota, como piensa parte de su entorno. No se trata de la queja de alguien que no tiene nada mejor de lo que ocuparse. Ni de la hipérbole de un quinceañero que no ha tenido que afrontar problemas reales.

Eso le hace gracia.

Muchísima gracia.

Se le dibuja una sonrisa irónica cada vez que escucha una sentencia condescendiente acerca de lo que es y lo que no es «un problema real». Como si cada uno de los arañazos en su amor propio y en su autoconcepto no existiera por el simple hecho de no ser visible.

Antes se molestaba en explicarlo. Ahora ya no. Con sus padres, sí, sobre todo desde que... No, eso no va a repetirse. Y no cree que tenga sentido pensar en lo que no va a repetirse. Solo sabe que ya no se molesta en argumentar por qué su dolor sí importa. Por qué hay días en los que piensa en dejarlo todo. En vaciar su bolsa de deporte y encerrar en algún cajón el equipamiento deportivo que ya no va a necesitar. En cambiar la portería por una matrícula en algún gimnasio donde seguir musculando el cuerpo que desdice a ese «pastelito» con el que ya ni siquiera aluden a su físico, sino a la idea que han construido de él. Da igual cómo sea. O cómo llegue a ser. La burla y el menosprecio nacen de una costumbre tan acendrada que quienes la comenzaron lo siguen distorsionando con sus palabras, poniendo en jaque el modo en que Ale logra verse a sí mismo.

Ana

Ha ido bien?

Ana

Ha ido de pena

Ana responde con el sticker de un abrazo y él, que está harto de borrar imágenes que lo insultan, agradece recibir una que, a su manera, lo acaricia.

Ana

Quieres hablar?

Ana

Estoy aquí. Lo sabes, no?

Está claro que la conversación esta noche no va a ser mucho más fructífera, así que Ana desiste y se queda mirando el escribiendo-borrando-escribiendo de Ale que, finalmente, desemboca en un sucinto «Hablamos» al que no acompaña un cuándo preciso.

A él también le habría gustado ser más claro, pero confía en que Ana lo entienda. Hasta ahora siempre lo ha hecho, así que espera poder explicárselo cuando sí tenga ganas de hablar.

O quizá no haga falta.

Quizá no necesite aclararle que no se trata de seis partidos sin jugar a los que, con toda probabilidad, les seguirá enseguida un séptimo.

No, qué va, no es solo eso.

Son seis semanas en las que le han repetido «no vales».

No sirves.

No eres suficiente.

Seis semanas aguantando las miradas de quienes disfrutan de algo que consideran una derrota y que él, cada vez que sale de allí sin romperse, vive como una victoria.

Seis semanas, mes y medio, cuarenta y dos días preguntándose si vale la pena y acudiendo puntual a los entrenamientos para dejar claro que, pase lo que pase el sábado siguiente, merecería estar jugando en ese campo que pone a prueba su fortaleza mental y física.

Seis semanas anclado en el banquillo, con la mirada fija en el partido, agarrando con fuerza sus brazos, conteniendo sus piernas, sus ganas de moverse, calmando a duras penas el brío con el que sus músculos se empeñan en hacerse presentes a la vez que se esfuerza por evitar que su mente se desboque y le acabe jugando una mala pasada.

Con eso cuenta Samu.

Sabe que cada uno de los stickers que manda al grupo de whatsapp es una trampa más con la que Ale tendrá que lidiar y que, con un poco de suerte, bastará para dese­quilibrarlo solo lo justo. Lo estrictamente necesario para que cometa unos cuantos errores que justifiquen la decisión del míster, porque a su favoritismo le basta con una coartada para disfrazarse de ecuanimidad.

Y eso, piensa Ale mientras lanza con furia la bolsa de deporte contra el suelo de su habitación, es una mierda.

Es una puta mierda que no haya modo de rebelarse contra esa omisión continuada. Ese acoso constante. Esa injusticia de una sociedad donde te dicen que para lograr tus sueños solo tienes que dejarte la piel, pero nadie te advierte que también intervienen el azar, y los contactos, y los privilegios de quién eres y en qué lugar y entorno has nacido, y el peso de todo lo que te rodea y que no eres tú y ni siquiera puedes pretender modificar. Porque no puedes evitar que haya cabrones que envían memes con tu cara, ni capullos que encuentran ese juego profundamente divertido, ni tipos que se fingen profesionales pero que anteponen siempre sus movidas a lo que sería justo de verdad.

Eso es lo que más remueve a Ale.

La conciencia de que esos seis partidos son algo más que una circunstancia puntual.

O una mala racha.

Esos seis partidos −con sus seis semanas y sus cuarenta y dos días− son la confirmación de que nada funciona como se supone que debería. La certeza de que los mecanismos que rigen su presente y su futuro están tan viciados como la realidad de la que forman parte.

Por eso no sabe si el año que viene seguirá o no en el equipo.

Ni siquiera está seguro de si terminará esta temporada o si acabará con todo antes.

Porque decidir eso exige haber averiguado antes el modo y la manera de rebelarse.

Y esa, de momento, sigue siendo otra de sus muchas preguntas pendientes.

6

Kuro

Mucha suerte!!!!