Altair - María Eugenia Gabanes Gili - E-Book
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Beschreibung

En el otoño del cuarto sol, en la Tierra buscan a Espejo, una bella doncella expulsada de Villa Sol por una decisión arbitraria del rey Risra. Ella, en su trayecto, se encuentra con un hombre y un niño; sus compañeros de aventuras. Se van descubriendo poco a poco hasta que un hecho inusual precipita un escape espacial para librarse de una persecución de seres extraterrestres. Con la nave Dixtrium comandada por su compañero de viaje, Konhix Grog, intentan trasladarse a Altair: estrella distante de la Constelación de Aquila. El rey de Altair Xiror Hjalls, los Estados Interestelares y la Seguridad Intergaláctica, deberán encontrar y proteger a Espejo junto al niño Rhion, y frenar los ataques continuos del Sistema Donglan. ¿Podrán Espejo y Rhion liberarse de la persecución de los seres de Donglan, oscuros entes de la galaxia Lartrid? Su salvación depende de Altair y, principalmente, de Espejo y Rhion. ¿Encontrará el rey Xiror Hjalls a Espejo y Rhion? ¿Logrará Altair, junto a los Estados Interestelares y Seguridad Intergaláctica, frenar los intentos de dominación del desquiciado rey donglanés Atika II?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. Mariana Alessi.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Gabanes Gili, María Eugenia

Altair: la luz de la victoria / María Eugenia Gabanes Gili. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

394 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-597-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Ciencia Ficción. 3. Novelas de Aventuras. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Gabanes Gili, María Eugenia

© 2020. Tinta Libre Ediciones

A quienes miran el cielo y pueden apreciar su belleza.

A quienes escuchan sus sueños y pueden comprender el mensaje.

A quienes pueden tocar y sentir la vidaque desborda en su esplendor.

A quienes saborean lo rico y lo amargo, lo dulce y lo agrio.

A quienes emiten melodías y pueden diferenciarlas del ruido.

A todos ellos va dedicado mi libro.

ALTAIRLa luz de la victoria

M. E. Gabanes Gili

CAPÍTULO 1

Espejo

Cierto día de verano, cuando el olor a la hierba fresca y húmeda impregnaba el aire con un cierto grado de éxtasis matutino, y cuando las flores más bellas jamás vistas se abrían a los rayos del sol, allí estaba ella: rozagante, salvaje, esbelta como el árbol más joven y alto.

Su naturaleza era tan cristalina que si alguien se paraba delante de ella podía reflejarse y descubrir lo más hermoso que podía ser visto.

Tal era su transparencia y reflejo que todos en la villa la llamaban Espejo.

La doncella se había criado en una familia honesta y trabajadora. Sus padres le enseñaron lo que pocos sabían: le enseñaron a ser feliz.

Ellos lo eran, por eso fue algo muy natural transmitirle esa belleza. Era lo más preciado y lo máximo que habían alcanzado.

Siempre que pasaba junto al inmenso lago que acompañaba a ese tesoro verde escondido entre las montañas, podía ver cosas inexplicables.

La luz era tan brillante que la cegaba, quedaba encandilada. La gente del lugar empezó a querer ser como ella. Unos pocos comenzaron trayendo espejos del más fino vidrio; eran los más pudientes de la aldea. Compraban las láminas de cristal en el viejo mundo, y tuvieron ideas y ambiciones mayores aún. Su búsqueda se inició e inclinó hacia las piedras preciosas, aquellas que pueden reflejar hasta el detalle más borroso. Diamantes, esmeraldas, rubíes... todos eran bienvenidos. De a poco, aquella fiebre se extendió hasta los más pobres y vagabundos del lugar. Todos querían reflejar a los demás. Los menesterosos se inclinaron por las chapas, telas blancas, margaritas. Todos estaban absortos en la búsqueda del poder de reflejar. En un abrir y cerrar de ojos, el tesoro verde se había transformado. Todos buscaban el mismo objetivo, la misma meta. Sus vestimentas cambiaron en una forma extravagante, las mujeres humildes cubrían de flores blancas todo su cuerpo y los hombres infortunados lo hacían con metales y chapas; mientras que las damas acaudaladas cubrían sus cuerpos con vestidos bordados con piedras preciosas y los varones opulentos utilizaban los espejos del viejo mundo.

Era un lugar privilegiado de la naturaleza. Se encontraba rodeado de montañas y había un inmenso lago. La vegetación era exuberante, el verde era tan brillante que se podía percibir la presencia de vida y esplendor por doquier. Los colores de la flora alcanzaban todas las tonalidades posibles de verdes, marrones, rojos, naranjas, amarillos, azules y violetas. Las formas eran de todo tipo, acorazonadas, triangulares, redondas, alargadas. Los olores eran intensos, una profunda sensación de humedad, rayos de sol, gotas de lluvia y el paso lento y ondulado de una mariposa que aleteaba abrazando al aire en un afán por sentirse viva y buscando la flor más bella para posarse y dejarse ir en el éxtasis mismo de la vida.

El lago era tan grande que la mirada se perdía en el infinito. La brisa veraniega, que empañaba todo el ambiente, jugaba con el agua y a cada suspiro formaba pequeñas olas de ensueño que lentamente, en un intento por besar a la tierra, llegaban cargadas de frescura y energía a la costa, que las recibía con ansias.

La joven amaba ese lugar, sentía tanta paz y felicidad que podría haber vivido toda su vida rodeada por esas montañas.

Pero, de repente, empezó a darse cuenta de que la villa estaba cambiando, algo extraño sucedía. La gente estaba distinta, lucían todos tan raros, ya casi no se los podía reconocer. Con todos esos agregados en sus vestimentas y caras, a Espejo le resultaba difícil ver las figuras y los rostros.

Percibía una sensación de transformación, de cambio en sus vecinos y amigos. Y lo más raro era que cada vez que alguien hablaba con ella frente a frente no se producía el mismo reflejo de antes. Algunos ya casi ni se reflejaban. Y lo peor era que la gente empezaba a irritarse, enojarse, enfurecerse. Todos preguntaban qué le sucedía a Espejo. Decían que ya no era como antes, que había perdido su habilidad, que ahora no quería más a la gente. Ella empezó a notar que casi todos querían reflejar como ella lo solía hacer. Ellos querían ser como ella, querían ser como un lago, claros como el agua.

Cada vez que la muchacha hablaba con alguien, ellos ya no se veían. Sin embargo, ella sí se veía cuando estaba enfrente de una mujer rica con diamantes en toda su vestimenta.

Entonces, llegado el otoño del cuarto sol, el Risra del pueblo decidió que la damisela debía abandonar el burgo en el término de dos horas, ya que era considerada una mala vecina, una envidiosa porque los demás podían reflejar y su afán de ser la única con dicho don la tornaba terriblemente insoportable y agrandada. Eso fue lo que este rey argumentó.

Ella estaba muy asombrada, anonadada y triste, muy triste. Tenía que dejar el poblado, aunque no entendía el porqué de la decisión del Risra.

No dejaba de pensar y pensar. «¿Adónde iré, adónde? ¿Cómo sobreviviré? ¿Quién cuidará de mis padres? ¿Y de mi pequeño hijo?». En ese punto, sus lágrimas empezaban a derramarse sobre su pálido y tembloroso rostro.

En un pequeño bolso que armó con una vieja sábana, guardó unos pocos alimentos y una manta. Ya estaba lista. Volviéndose hacia su villa, la observó y contempló por un momento, tratando de grabar en su mente su aspecto, la naturaleza, las personas, las edificaciones y tantos recuerdos que acudieron a su mente y, bajando la mirada, ladeó la cabeza y partió con dolor por dejar ese lugar tan bello en el que había sido tan feliz.

Caminó y caminó durante horas, a veces no podía contener sus lágrimas y parecía como si cruzara un arroyo, su rostro estaba todo empañado, no podía ver con claridad la luz del sol, casi no podía respirar. De pronto, cayó de rodillas. Estaba muy cansada y necesitaba dormir un poco. Al ratito, apareció la Luna. Sus rayos de luz la empañaron. La Luna estaba allí, tan lejana y distante y a la vez tan cercana. La acompañaba en su dolor. Sus rayos la bañaban e impregnaban de una luz tan intensa, que de repente despertó y sintió una presencia. Miró al cielo una y otra vez, y con las manos se frotó los ojos para ver con más nitidez. Se volvió a dormir pensando en su aldea. Recordó los hermosos momentos vividos en esa especie de paraíso. Una imagen tras otra invadía su ser. Sintió pena, nostalgia y un agudo dolor. Sin darse cuenta, volvió a caer en un profundo sueño.

Al día siguiente, cuando despertó, vio unos grandes ojos negros que la miraban profundamente. A su lado había un niño pequeño, pero no era su hijo, y escuchó el relinchar de un caballo que venía a lo lejos. Muy confundida, miró a su alrededor y un hombre le ofreció un vaso de agua.

—Bebe, el agua del manantial te hará bien —le dijo—. Ella bebió de a poco el agua y enseguida recobró fuerzas y comenzó a sentirse mejor. El niño la miraba como perdido en sus ojos. Estaba descalzo y bastante sucio, parecía que venía de lejos, tenía otro aspecto, distinto a la gente de su pueblo. Había algo diferente en él. Ella podía verlo.

El corcel llegó a su encuentro. El sujeto dijo que debían trasladarse juntos hacia el otro margen del río, hasta Villa Denkol, ya que se aproximaban días más fríos y la temperatura descendería demasiado. Y así fue como cruzaron el río y continuaron una larga travesía por el margen del torrente de agua.

Capítulo 2

Villa Denkol

Espejo jamás hubiera siquiera imaginado lo que encontraría del otro lado del río, aguas abajo. La cabalgata duró cinco días de intenso andar por verdes bosques de vegetación abundante. A su paso se abrían claros de sol que les otorgaban esa energía tan vital que necesitaban para llegar a destino, cuando la alimentación consistía en apenas unas pocas semillas, raíces y frutos que encontraban en el camino. Un hueco luminoso de sol seguido de sombras y de nuevo el sol, así transcurría el peregrinar a lo largo del caudaloso arroyo que la llevaba a un lugar inesperado.

Eran dos esbeltos caballos su medio de transporte; uno blanco, en el cual la doncella cabalgaba y a veces trotaba a paso lento, y el otro rocín, con silla de montar de piedras preciosas, llevaba a aquel misterioso joven de cabellos oscuros y piel mate que guiaba a Espejo cual brújula marca al norte. El matalón de este caballero que había salido de la nada poseía una fuerza increíble para sortear los obstáculos de la naturaleza que se presentaban por doquier. El niño, extraño ser con una figura fuera de lo común, era trasladado por aquel hombre de tez mate y ojos intensos que sabían hacia donde se dirigían.

Llegado el quinto día de éxodo, sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. «¿Será un sueño?», se preguntó una y otra vez.

—Despertadme de este somnoliento atardecer, mis ojos no creen lo que ven. —Y dicho esto, la doncella se adentró en Villa Denkol. Un paraíso de espejos donde el fulgor y refracción de la sal causaban reflejos de la luz solar por toda la comarca.

Villa Denkol no era un pueblo como los que ella conocía. Simplemente era un poblado construido con cloruro de sodio; quizás en remotas épocas debió haber sido parte de un extenso mar que cubría toda la región y que con el paso de los millones de años de la Tierra desapareció y dejó ese extenso salar. Estaba formado por varias capas de distintos espesores de salitre, y tenía una costra visible de gran grosor en la superficie, quizás de 15 metros. La muchacha pudo realizar esa observación tan precisa debido a los túneles abiertos y barrancas de lodo y salmuera que se presentaban a su alrededor. Todo era blanco radiante como la nieve, aunque los rayos de sol ya comenzaban a ocultarse en el lejano horizonte.

A paso lento por el cansancio de la travesía y del agotador día de marcha, se adentraron en la villa. A uno y otro lado del camino o calle principal, se divisaban construcciones de sal. Eran las viviendas de sus habitantes. A través de las ventanas abiertas de una morada, Espejo pudo divisar el interior de la casa y, para su sorpresa, descubrió que todo era de cloruro sódico: sus paredes, techo y muebles como mesas, sillas, camas y estantes.

En ese lugar, las precipitaciones no parecían ser frecuentes, dado que una gran tormenta con abundante lluvia significaría la destrucción de estas edificaciones y la molienda de la sal. A su paso, la doncella tomó un bloque del mineral y trató de interpretar el clima y el pasado en esa área de acuerdo con las distintas franjas de colores y texturas que presentaba el corte, que reflejaba aquellos periodos secos y aquellos de lluvias.

Grande fue la sorpresa cuando una anciana con arrugas en la sien y manos que demostraban el paso del tiempo en aquel lugar un tanto inhóspito para la vida diaria se abrió paso y, con la firme convicción de que ellos eran extraños en la aldea, se abalanzó hacia Espejo y cara a cara la miró atónita por unos segundos.

—Joven mujer, ¿quién eres? ¿Qué buscas por estos pagos? Vosotros no sois de aquí —pronunció la anciana con la voz aguda y débil. La doncella miró a su compañero de trayecto y al niño, quienes convencieron a la anciana de que estaban de paso después de un largo periplo que los conducía hacia tierras prósperas en busca de un futuro mejor. Espejo no pudo siquiera abrir la boca para responder, dado el susto que se llevó con esa veterana que la encrespó apenas llegada al caserío. Pero, para su suerte de trotamundos, la vieja dama, sola y sin nada que hacer, decidió dar un respiro a su solitaria vida e invitó a los forasteros a su rancho salino a comer y pasar la noche.

Capítulo 3

Alternativas de viaje

A la mañana siguiente, después de un reconfortante descanso en la cama de sal, la doncella estaba lista para emprender su odisea de nuevo con aquellos compañeros de ruta que aún desconocía.

La anciana les preparó un desayuno con lo poco que se podía conseguir en aquella desierta región.

Entonces, salieron al pueblo emprendiendo la marcha con sus caballos y, al llegar al final de la calle, el misterioso camarada le dijo:

—Prepárate para un desplazamiento inusual. Viajaremos más rápido que la luz. —La doncella, que escuchaba atenta a su extraño compinche de recorrido, comenzó a imaginar que cabalgarían en sus caballos en una especie de carrera a toda marcha por alcanzar su destino, aquella tierra que prometía toda clase de abundancia y contención.

—Tu ser superará la velocidad de la luz y te convertirás en un cuerpo sin masa. Espero que no tengamos problemas técnicos con la geometría del espacio-tiempo.

Ella quedó perpleja con aquellas palabras y en su cabeza se preguntaba qué desconocido mecanismo de efectos cuánticos se proponía llevar a cabo aquel hombre. Mirándola atentamente, él continuó con las siguientes palabras:

—Desapareceremos en un punto y aparecemos en otro muy lejano. Al tener la posibilidad de desplazarnos más rápidamente que la luz, podremos rodar al pasado o al futuro. No quiero que vivamos confinados a esta pequeña porción de la galaxia, podremos vagar por el universo gigante que se abre hacia delante.

De inmediato, la muchacha analizó la situación y dijo:

—Me aterroriza no tener cuerpo, y para navegar a esa velocidad más allá de la luz con mi cuerpo material, necesitaríamos una energía infinita, algo que resulta imposible. Por otro lado, si nos trasladamos a esas altas velocidades, superiores a la luz, para nosotros será una travesía relativamente corta, quizás de unos días, meses o años, pero para mi familia, en el pueblo que he tenido que dejar, habrán pasado miles de años, y ya no los encontraré.

—Hay otras formas de volar —dijo con seguridad el sujeto—. Podemos usar las cuerdas cósmicas que se mueven una con respecto a la otra a una velocidad cercana a la luz. Imagina bandas elásticas bajo una gran tensión, unidas a alguna estrella o punto distante. Seríamos acelerados a velocidades enormes.

La damisela no salía de su asombro al escuchar a su colega de paseo. ¿De dónde sacaría aquellas extrañas ideas de viajar por el espacio y a través del tiempo? ¿Habría venido del futuro y sabría cómo realizar la excursión? ¿Le enseñaría a ella el secreto?

—Las cuerdas cósmicas existen desde los tiempos iniciales de nuestro universo —susurró el varón—. Además, podríamos movernos con rapidez de un punto del espacio a otro y volveríamos en un tiempo razonable como para que vuelvas a ver a tus padres e hijo, y esto lo conseguiríamos curvando el espacio-tiempo, creando un agujero de gusano que podría unir dos extremos distantes de la galaxia.

—Si eso es cierto, ¿cómo harás para crear al agujero de gusano? —preguntó ella—.

—Curvaré el espacio-tiempo en la forma contraria a la que lo hace la materia normal. En realidad, necesitaría materia con masa negativa y una densidad de energía negativa.

—Yo no haré ese viaje, no puedo acompañarte en esa aventura —dijo la doncella—. Amo esta tierra que me vio nacer y me dio todo lo que tengo para ser feliz.

—¿Que te vio nacer? —dijo el individuo en tono de duda—. ¿Eres feliz ahora que has sido echada de tu pueblo por la codicia, envidia y ansias de poder de su gente?

—¡Basta ya! —gritó Espejo—, esto ha ido demasiado lejos. No tengo por qué seguir a alguien que no conozco y cuyos planteos suenan tan raros como locos. Soy una persona normal que quiere rehacer su vida. Encontraré un buen lugar para vivir y después volveré a mi tierra natal. Tras algunos años quizás las cosas estén mejor y pueda regresar.

Mientras esta conversación se mantenía entre la joven y aquel masculino de ciencia o de otra galaxia o simplemente un loco, el singular niño no abría en absoluto la boca. Permanecía sentado a la orilla del camino, armando pequeñas cuevas o túneles y montañas con la sal.

Capítulo 4

Dilema

Mientras miraba al niño jugar con la sal, el pensamiento de la doncella volaba hasta la cima más alta tratando de unir ideas, deseos y, lo más importante: ¿qué debía hacer? Ella sentía que se le presentaba ante sí un dilema: viajar o no viajar a través del tiempo y del espacio.

Suponiendo que ella decidiera embarcarse, el hombre podía ir o no ir. Si ella viajaba y él también, ambos serían transportados, al pasado o al futuro. Si ella decidía hacerlo pero él no, Espejo no podría regresar de la aventura sin ayuda.

Ahora bien, si ella se inclinaba por no realizar el periplo pero él decidía volar, entonces él se marcharía al futuro o al pasado y la joven quedaría sola. Ella ya sabía que el niño siempre acompañaría al misterioso varón.

Pero si ella decidía no emprender el itinerario sideral y por esas casualidades él decidía también no realizar el recorrido, ambos junto al niño seguirían buscando un lugar en el mundo.

Después de un largo rato de estar pensativa y ensimismada tratando de decidir la mejor alternativa al asunto planteado, la doncella confirmó en un tono muy agitado y enérgico:

—Lo he decidido, no iré, ¡me quedo aquí!

El hombre, que estaba parado sobre la extensa calle de sal, mirando hacia el horizonte, también pensativo y meditativo, giró rápidamente su cabeza y se incorporó de nuevo al presente, tratando de entender tan absurda decisión.

Con mucha serenidad la miró y le preguntó por qué no quería hacer la travesía espacial.

La doncella, que estaba perpleja, lo miró fijamente y le dijo:

—Ni siquiera sé tu nombre, ni quién eres ni de dónde vienes, ni a qué te dedicas. ¡Tampoco sé cómo podríamos realizar semejante hazaña de desplazarnos por el tiempo y el espacio! Es más, ¡hasta siento deseos de reír o llorar de semejante idea! —Dicho esto, el rostro de la doncella se tornó más rojizo de lo habitual y una pequeña mueca se dibujó sobre este.

—Entiendo que te encuentres frente a una disyuntiva —dijo con mucha calma el joven—, digamos que tienes un problema con dos soluciones, pero ambas no son completamente satisfactorias para ti, ya sea que te lances a la carrera o no lo hagas. Sin embargo, en la vida debemos escoger. Tú eres responsable de elegir una opción, aunque no quedes del todo conforme. Sé que la encrucijada te ha colocado en una situación incómoda de duda. Para que te quedes más tranquila, te diré mi nombre: Konhix Grog, y vengo de las estrellas.

Una carcajada intensa salió de la boca de la dama, que no se pudo contener frente a semejante disparate de un lunático que decía ¡venir de las estrellas!

—¡Pero qué cosa estás diciendo! Hasta tu nombre todo bien, pero eso de que vienes del cosmos no tiene sentido alguno.

—¿Por qué ríes de ese modo? —replicó el muchacho sintiéndose un poco herido de la burla de su compañera.

—Está bien, Konhix. Si me dices la verdad, me dirás de qué astro o galaxia vienes, ¿cierto?

—Claro que sí, siempre y cuando guardes el secreto.

—Entonces, soy todo oídos —dijo muy inquieta, esperando escuchar alguna historia sorprendente de ese misterioso mortal que decía venir de los luceros celestiales.

Capítulo 5

La estrella

El viento empezaba a soplar suavemente y elevaba los granos de sal formando pequeños círculos en el aire. El sujeto estaba un poco inquieto y pensativo, tratando de hilvanar su historia en algo creíble para la mujer que estaba delante de sí.

—Mi tierra está muy lejos de aquí —pronunció en forma clara y precisa—, en un grupo de estrellas llamado Constelación de Aquila. —Dicho esto, sus manos comenzaron a sudar y a frotarse entre sí con mucho más nerviosismo que al comienzo de su historia—. En esa constelación de la Vía Láctea, hay una estrella llamada Altair, es la alfa de Aquila. La distancia entre el planeta Tierra y Altair es de aproximadamente 16 a 17 años luz. Esa es mi casa.

Espejo lo miraba perpleja, sin poder comprender lo que estaba escuchando. ¿Estaba quizás enfrente de un ser de otro planeta o más bien era un charlatán como aquellos que solía encontrar en el mercado de su villa? ¿Estaba este hombre en su sano juicio? Y si realmente era de otro planeta, ¿por qué le estaría contando semejante verdad?

Volviendo en sí, la muchacha, que casi no podía abrir la boca para emitir palabra, con voz suave y pausada le dijo:

—Si de veras tu casa está en ese astro tan lejano y distante de nuestra tierra, ¿cómo es que has llegado hasta aquí? ¿Por qué estás aquí y no en tu hogar?

—Es una larga historia, más adelante te la contaré. Pero por ahora creo que es suficiente con lo que sabes, ¿verdad?

—Oh, no, no, ¿cómo puedes haberme dicho semejante cosa o secreto y ahora pedirme que me quede tranquila como si nada? ¿Cómo sé qué intenciones tienes hacia mí y hacia este mundo? Deberás aclararme cuanto antes qué te ha traído a mi planeta.

—¿A tu planeta? ¿Estás segura de lo que dices?

—¿Por qué me preguntas eso? ¿No me ves aquí despierta y viviendo en este mundo hasta hace poco tan feliz pero que, por la mala suerte del destino, ahora estoy padeciendo?

—¿Esta es la tierra que te vio nacer? —Konhix replicó con ironía.

—Sí, respondió segura de sí misma. He nacido en la villa que estaba antes de cruzar el río. Mi familia aún sigue allí, tengo padres y un hijo. —Cuando pronunció estas últimas palabras, sintió que el corazón le dolía y la tristeza invadió su ser al recordar a sus parientes que habían quedado en la villa de la cual ella tuvo que huir como si fuera una mala persona.

—Yo no estaría tan seguro de tu pertenencia a esta tierra —dijo con firmeza el varón.

—Pero ¿por qué dices eso? ¿Qué estas insinuando?

—Oh, olvídalo, no te preocupes, son ideas que percibo cuando te veo.

La joven quedó un poco preocupada, pero en realidad no entendía nada de nada.

—Altair es un paraíso —dijo repentinamente el joven mientras cambiaba con rapidez de tema, como para distraerla de la tristeza y el desconcierto—. Mi lucero del cielo es tan pequeño pero a la vez tan grande que no he encontrado aún nada mejor, ningún sitio que pueda siquiera asemejarse. Esa estrella tan brillante me quita el sueño cuando la veo por las noches desde esta tierra. ¡Si pudiera volver pronto sería tan feliz! Extraño tanto esas aguas amarillas y ciudades esplendorosas esperando brindar toda clase de actividades divertidas y entretenidas para pasarla tan bien junto a los míos.

Dicho esto, su mirada se alzó al cielo como queriendo abrazar a su astro que aún no estaba visible en el firmamento, pues la luz del sol brillaba en la mañana resplandeciente y llegaba hasta su rostro en un tierno y cálido saludo.

Capítulo 6

El descanso

Continuaron cabalgando sobre el camino de sal, el niño junto a Konhix y Espejo en el caballo blanco y robusto. Siguieron avanzando hasta el mediodía, cuando se detuvieron a orillas del camino en una zona que empezaba a mostrar cada vez más arbustos. Bajaron de sus monturas y tendieron sobre la tierra un pequeño mantel que tenía el caballero en su morral. Ya casi no les quedaban alimentos de los que Espejo había recogido de su villa antes de marcharse, pero el hombre de repente sacó de su mochila unas pequeñas cápsulas y les dio una a cada uno.

—Pero ¿qué es esto? —dijo sorprendida Espejo mientras tocaba y miraba detenidamente aquella diminuta píldora.

—Oh, cierto que no conoces esto, a veces olvido que estoy en otra tierra. Pues bien, te diré: en esta envoltura están contenidas todas las vitaminas, proteínas, grasas, carbohidratos y demás ingredientes de un menú convencional, deshidratados por frío y mantenidos en nitrógeno a modo de conservante. Es lo que siempre como, los hay de diferentes “sabores” u “opciones de menú”.

—¿Y de qué sabores son estos en particular?

—Bueno, a ver, este que me tocó a mí es de glacea miritis, es uno de mis platos favoritos. La glacea miritis es una especie de planta que crece en las planicies de Altair. Es bien carnosa y muy nutritiva. Su color es rojo fuego. Cuando estaba en casa, solía ir a la llanura y tirarme sobre esas rojas plantas mientras observaba el universo y podía ver el Triángulo de Verano, en cuyos vértices están las estrellas más brillantes de sus constelaciones.

»Un vértice es Deneb, la estrella alfa, o sea, la más brillante de su Constelación del Cisne. Otro vértice es Vega, que es la estrella alfa de la Constelación de Lira.

»Yo me recostaba en el tercer vértice, que es mi hermosa estrella Altair, la alfa de la Constelación de Aquila».

Espejo estaba cada vez más asombrada de las palabras de su compañero, y para saciar su inquietud y sed de descubrimiento, le preguntó sobre el sabor de la cápsula que le había tocado al nene y también sobre la suya.

Konhix observó el color de cada una y respondió pausadamente a Espejo:

—Mira, la pastilla de Rhion —y dijo esto señalando al pequeño, siendo la primera vez que se dirigía a él por su nombre—, corresponde a un menú basado en nutrientes de una raíz que crece en las profundidades de las aguas de Altair. Su nombre es wiengahlok y es muy nutritiva y demandada también en otras galaxias fuera de la Vía Láctea. Su sabor es parecido a la papa o más bien batata que tienen aquí en la Tierra.

El chiquillo escuchaba con atención al hombre y no se sentía sorprendido por lo expuesto. Era como si ya estuviese acostumbrado a este tipo de alimentación.

Espejo estaba cada vez más confundida y sorprendida, era la primera vez que nombraba al niño por su verdadero nombre y además hablaba de otros mundos más allá de la Vía Láctea.

Prosiguió el caballero con su respuesta sobre la tercera cápsula, la de Espejo.

—Esa tableta tiene el sabor de unos frutos lilas y violetas que se encuentran en las elevaciones de Altair, en la región de la Huel. Sus propiedades energéticas y saludables son muy conocidas, ¡su sabor es exquisito! Por esa razón pruébala, que es muy sana y deliciosa.

—¿Son aptas para el consumo humano terrestre? —preguntó rápidamente Espejo.

—No —dijo el varón—, los humanos no las pueden consumir, sus cuerpos no están preparados para este tipo de alimentos.

—¿Qué? ¿Pero entonces cómo nos estás dando a probar esto? ¿Qué estás haciendo, Konhix?

—Oh, ¡qué tonto he sido, he echado todo a perder!… Déjame explicarte algo, Espejo. Tú y Rhion... tú y Rhion… —repitió— deben saber algo importante. He tratado de esquivar esta situación, pero siento que la verdad está llegando a ustedes.

Espejo y el pequeño lo miraban con ojos desorbitados, no entendían del todo a qué iba el hombre con estas palabras.

Cuando Konhix estaba por retomar la palabra, los caballos salieron a pleno galope. De inmediato, los tres se incorporaron y corrieron tras los corceles.

Algo los había asustado o algo habían visto que los ahuyentó de esa manera.

Se apresuraron tras ellos con rapidez, y lograron apaciguarlos, porque los caballos estaban muy agitados y sobresaltados.

Capítulo 7

El objeto

—Calma, Gusthar —dijo suavemente Konhix, acariciando al caballo negro sobre su brillante, fino y sedoso lomo.

A su vez, Espejo abrazaba a Klimbergan, su caballo blanco, que la miraba con una expresión de susto y al mismo tiempo de ternura por la muestra de cariño que recibía. El niño todavía corría para alcanzarlos.

De un momento a otro, sintieron un ruido por entre los arbustos y un rebaño de ovejas comenzó a acercarse. Sus lanas eran blancas, pero también las había negras. Era una multitud que descendía por el monte. Cuando se aproximaban, Espejo y Konhix pudieron notar que algo extraño estaba ocurriendo: las ovejas en realidad estaban huyendo despavoridas.

El hombre rápidamente tomó al nene, que acababa de llegar de la corrida, y pidió a la damisela que se dirija en dirección perpendicular a la manada de ovejas, como para esquivarlas y ver qué estaba sucediendo. Apenas comenzaron a moverse, escucharon unas explosiones que provocaron un ruido ensordecedor. Todo se llenó de polvo, sopló un viento como un huracán, y pasados unos minutos, los tres, abrazados para no caerse debido a la tempestad reinante, pudieron observar a no más de dos cuadras de distancia un objeto de color verde amarronado del tamaño de varias casas, que comenzaba a asomarse por entre la niebla y el polvo.

Un intenso calor inundó el aire y una luz cegadora no les permitió seguir observando el aparato. Ruidos extraños se percibían y Rhion se tapó sus orejitas.

El joven inmediatamente subió al chiquillo a Gusthar y pidió a la doncella que montara a Klimbergan para salir huyendo a toda prisa de aquel lugar.

Ella no dudó un segundo en hacer caso al pedido. Su corazón le explotaba a mil de la emoción, miedo y estupor por lo visto. Rhion, que hasta ese momento se había mostrado siempre como un niño muy valiente, comenzó a llorar del pánico que sentía frente a la situación vivida con aquel objeto.

Los caballos se lanzaron en una carrera a todo galope por entre los arbustos hasta desaparecer en el horizonte.

Pasó una hora de cabalgata huyendo alocadamente de ese lugar hasta que se sintieron más seguros en un sitio del monte con arbustos más frondosos y abundante vegetación que los ayudaba a esconderse en caso de necesidad.

En ese momento, los equinos entraron en un ritmo más lento y pasaron de cabalgar a trotar. La muchacha sentía que se le revolvía todo el estómago con ese paso lento de trote, pero entendía que los corceles ya estaban fatigados de aquella corrida increíble.

Cuando llegaron a la parte más frondosa y exuberante del monte, el caballero les dijo que podrían descansar un rato para tomar fuerzas y continuar más tarde.

Muy despacio, comenzaron a manejar las bestias a paso lento hasta que detuvieron la marcha.

—Bajemos aquí y bebamos algo de agua. Necesitamos descansar un poco y pensar sobre lo sucedido —dijo el hombre.

Los tres descendieron de los animales y se asentaron sobre las ramas y troncos de unos árboles. La damisela abrazó al pequeño, quien aún permanecía asustado. El hombre ayudó con unas ramas y hojas para que pudieran estar un poco más cómodos sobre la hierba y los troncos.

Ella lo miró, casi sin poder hablar, y le preguntó con voz suave y entrecortada:

—¿Qué era eso que vimos en aquel sitio de las ovejas?

—¿Qué piensas que puede haber sido? —replicó Konhix.

—Bueno, no lo sé, jamás había vivido situación semejante y jamás en mi vida he visto un artefacto de tales características.

—Te diré lo que yo pienso que es. Creo que es una nave interestelar conducida por alienígenas. Aunque tengo mis dudas con respecto a qué civilización pertenecen. Hay mucha vida en el espacio, yo solo conozco una pequeña porción de ella. Mis vecinos de Deneb y Vega, mis amigos los terrícolas, los lunáticos, los marcianos y algunas otras razas por fuera de la Vía Láctea. Pero ese tipo de astronave, con ese cuerpo de prisma hexagonal, no he tenido la experiencia de verlo con anterioridad.

—¿Cómo sabes que era hexagonal? Yo ni siquiera alcancé a darme cuenta de su forma —dijo la doncella con mirada intrigante. Ese hombre sin dudas tenía un conocimiento y una rapidez mental mucho más ágil y flexible que lo que ella podía ejecutar con su intelecto.

—Bueno, pues advertí que ese prisma hexagonal era regular teniendo como base dos hexágonos regulares y cuyas caras laterales se presentaban como rectángulos iguales. Al darme cuenta súbitamente de que esa cosmonave tenía una forma de prisma hexagonal regular, pude estimar el área de esta, que es equivalente a seis veces un lado del hexágono multiplicado por la suma de su apotema y altura del prisma. Esto me dio a ojo de buen cubero un área de 19.076 metros cuadrados. En consecuencia, se me vino al cerebro el volumen de aquella máquina espacial que, haciendo un veloz cálculo de tres veces la longitud del hexágono multiplicado por la apotema y por la altura del prisma, caí en la cuenta de un volumen espacial de 187.056 metros cúbicos. En síntesis, es un vehículo sideral de tamaño importante.

Capítulo 8

El atardecer

Después de continuar varias horas más a trote o paso hombre por entre los arbustos, encontraron una construcción de piedras, posiblemente algún leñador o campesino de la zona habría erguido su humilde morada en ese monte rodeado de una vegetación inigualable con verdes arbustos de todas las formas que se abrían al paso.

Al llegar a esa casa de piedra, ya el sol estaba cayendo por el horizonte, mostrando sus últimos rayos templados. El anaranjado del cielo era tan bello a esa hora que Espejo podría haberse quedado una eternidad observando aquel suceso de la naturaleza tan perfecto y magnífico. Konhix también observó atónito esos espectaculares rayos de luz que invadían y penetraban su fuerte y enérgico rostro.

Decidieron detener la marcha y desensillar a los caballos para tomar un descanso y acudir a aquella construcción en busca de alimentos y algún lugar para poder pasar la noche un poco más seguros.

El viajero golpeó la puerta de tronco, que estaba muy gastada por el paso del tiempo, con un color deslucido, más grisáceo que el marrón vibrante de cuando la leña está más nueva. Tres golpes seguidos dio al pórtico, y esperaron un rato. No salió nadie en respuesta. Otros tres toques volvió a dar después de unos minutos.

Nadie se presentó desde el interior de la edificación de piedra.

Espejo, que miraba atenta la abertura principal del inmueble de roca, giró su vista hacia su compañero como para decidir juntos qué hacer. Ambos ya sabían la respuesta, y sin emitir palabra, el joven dirigió su mano hacia el deslustrado picaporte de hierro. Lo jaló hacia abajo y el portillo se abrió sin ofrecer resistencia. La doncella y el niño se miraron y los tres avanzaron hacia la entrada para traspasarla.

Konhix entró muy despacio, gritando:

—Hola, ¿hay alguien aquí? Estamos de viaje y necesitamos un lugar para pernoctar. —Dicho esto, se frenó y escuchó. Pero solo el silencio reinaba en aquella abandonada obra.

Se dirigió hacia las ventanas para tratar de abrirlas y que entraran los últimos rayos de sol y pudieran servirles de iluminación para al menos ver cómo se podían acomodar en aquel solitario refugio. Al abrir dos claraboyas, ya el astro se filtraba tenuemente e inundaba con un poco de claridad ese espacio.

Se podía observar un gran tablero de palos de eucalipto trabajados en forma de listones macizos que yacía en el centro de aquella sala con varias sillas distribuidas en la habitación. No había platos de comida, ropa o utensilios que dieran la idea de que alguien habitaba el lugar. Era como un paraje abandonado por el paso del tiempo. Tampoco había señales de ser un sitio usado como establo de ovejas u otros animales. Para la frustración de los jóvenes, no había casi nada allí que los pudiera contener un poco mejor de lo que venían experimentando.

—Bueno, al menos aquí estaremos más protegidos de la intemperie y el frío —dijo el hombre—. Por el camino, he podido recoger estos frutos para que coman, si es que aún no quieren probar mis deliciosas cápsulas. —Esa palabra hizo recordar a Espejo que aún él no había explicado por qué les ofreció esas cápsulas si no eran aptas para humanos.

Con las mochilas y mantas que traían, se acurrucaron los tres en un rincón y pasaron la noche al menos un poco mejor que las que tuvieron que pasar al aire libre.

En la oscuridad de la madriguera, se escuchaban unos leves ruidos, pero debían provenir de los muebles y rosetones de madera que crujían con el golpeteo del viento.

Al día siguiente, cuando despertaron, el sol radiante ya estaba filtrándose por los desgastados tragaluces del travesaño que había crujido durante las tinieblas por el accionar externo del viento.

Se incorporaron en un soplo ni bien abrieron los ojos, y Espejo deseó tomar una taza de leche, como solía hacerlo en su villa. Al menos tenían unos frutos recogidos con habilidad por el trotamundos el día anterior de uno de los arbustos más altos que se encontraban en el espeso monte.

Ella comió uno de los frutos y ofreció otro al niño quien lo tomó con mucho aprecio y apetito. El caballero sacó de su mochila una cápsula un poquito más chiquita que las del otro día y dijo que esas eran las del desayuno.

—¿Qué desayunas, Konhix? —preguntó la joven, riéndose. Él emitió una sonrisa y dijo pausadamente:

—Este alimento está hecho con base en unas hierbas que crecen en Marte. Según los estudios realizados, es la mejor planta conocida para usarla en la primera comida del día. Te aporta la energía necesaria para comenzar la jornada. Este vegetal es de color púrpura, y en Altair hace millones de años que los importamos desde Marte. Su nombre es hutresza. Nuestros vecinos los marcianos nos traen estos pastos en grandes naves parecidas a contenedores que atraviesan varios años luz hasta llegar a nosotros.

Espejo cada vez que escuchaba a su compañero de viaje quedaba más y más sorprendida. Ahora sucedía que Altair tenía una especie de comercio interestelar o intercambio comercial con Marte. Inmediatamente después de pensar esto, ella indagó:

—Y ustedes, hombres de Altair, ¿qué les dan a cambio a los marcianos por esa hierba?

—Bueno, como las cantidades consumidas son muy grandes en Altair, hemos concedido a los marcianos el uso de rutas espaciales dentro del Triángulo de Verano del que tenemos posesión.

—Y con los terrícolas, ¿tienen algún tipo de canje? —preguntó ella de súbito. Esta interrogación dejó vacilante al caballero que, acto seguido, explicó:

—Sí, con los terrestres existen varios trueques. El más importante es el intercambio de agua.

—¿Agua? ¿Agua de nuestra Tierra? —replicó la doncella.

—Sí, exacto, agua, molécula más conocida por su fórmula química H20, mezcla de dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno.

—¿Y quién de esta Tierra hace el trapicheo con ustedes? —interpeló intrigada.

—Esa pregunta no sabría responderte, porque esto es cuestión de Seguridad Intergaláctica y secretos de Estados Interestelares.

Espejo estaba más impaciente que de costumbre, ese negocio no lo esperaba. ¿Había gente en su tierra que estaba al tanto de ese tipo de seres del exterior? Y, además de saber eso, ¿hacían permutas de la sustancia líquida por… por…?

—¿Por qué cosa cambian el agua? —interrogó rápidamente la damisela.

—Lo cambian por seguridad espacial, para prevenir ataques extraterrestres de galaxias más allá de la Vía Láctea.

—Oh, entiendo, al menos es una razón que tiene sentido. ¿Y quién nos da esa protección espacial?

—La Constelación unida de Aquila, de donde Altair es miembro honorífico.

—Entiendo… —dijo ella tratando de razonar y asimilar esas ideas en su cabeza.

Después de haber desayunado, salieron de la casa y el día estaba tan hermoso y radiante que la muchacha sintió una gran felicidad. Esa dicha provenía de sentirse viva, con una nueva oportunidad hacia adelante, pues un nuevo día se abría lleno de esperanzas.

Tomaron sus caballos y subieron al pequeño Rhion atrás de Konhix; luego, avanzaron por el monte camino al Norte.

Tras horas de cabalgata, llegaron a un llano ancho y radiante que se abría ante ellos.

Capítulo 9

Los seres del objeto

Cuando el objeto que con estruendo había aterrizado sobre suelo terrestre al fin se posó y los ruidos cesaron, de la parte central de la nave se abrió una compuerta y volando descendieron tres seres de una luminosidad inusual, pero de gran altura y con ojos muy grandes y negros. Estos individuos eran capaces de volar, y en efecto no tenían aspecto de humanos. Su altura no era la normal, de los seres del planeta Tierra; podían llegar a medir 3 metros. Aparte, su vuelo era tan natural que no avanzaban caminando, ni apoyando los pies en el piso; lisa y llanamente volaban. Pero tampoco tenían alas ni aletas ni nada que pudiera ayudarlos a sostenerse en el aire.

En ese momento, las ovejas, que despavoridas corrían por doquier, fueron arrastradas más adentro del monte por un joven pastor que trataba de huir a toda prisa, de la misma forma que lo habían hecho Espejo, Konhix y el niño Rhion.

Pero este desdichado ovejero, al no contar con ningún rocín que lo ayudara a huir a todo galope, y dada la cercanía en la que se encontraba con la nave al momento de su aterrizaje (estaba a media cuadra de distancia más o menos, es decir, unos 50 metros), intentó correr rápidamente, pero fue frenado por estos entes que, descendiendo de la nave, lo increparon. Un rayo fulminante se desprendió de la mano de uno de los especímenes, y el vaquero cayó en el mismo momento desvanecido al suelo.

Enseguida, las tres criaturas miraron a su alrededor y lanzaron unos rayos hacia los 360° grados. Con esta acción, todas las ovejas del rebaño perecieron al instante.

Evidentemente, alguna misión tenían para cumplir, pero no la llevarían a cabo de una manera pacífica, eso estaba a la vista.

Los sujetos comenzaron a recorrer el monte. Los arbustos los fastidiaban bastante, pero ellos continuaban con su búsqueda. Cuanto animal del monte se cruzaban o topaban, si les molestaba o representaba algún peligro, los engendros disparaban a quemarropa haces de energía radiante que salían de sus manos y lo mataban.

Avanzaron y avanzaron hasta que llegó la noche y decidieron dormir debajo de un gran arbusto a la luz de la Luna. A primera hora del alba, continuaron su marcha por el monte, y al mediodía llegaron a una construcción de piedra, al estilo de una vieja casa.

Con un pulso electromagnético saliente de su mano, uno de los organismos rompió el picaporte y la puerta quedó abierta de par en par.

Ingresaron a la vivienda, que parecía abandonada, con una gran mesa de madera en el centro y sillas a su alrededor. Las ventanas estaban cerradas, la oscuridad inundaba el recinto, pero de repente uno de los seres divisó algo extraño en el suelo. Lo levantó y observó con detenimiento.

—Es una cápsula de alimentos de Altair —dijo dirigiéndose a sus compañeros. Han estado aquí hace poco, quizá un par de horas atrás.

—Bien, dijo otro de los seres, vamos por buen camino. Pronto tendremos más noticias.

Realizaron una rápida inspección del lugar para ver si encontraban algo más, y salieron flamantes al exterior, donde observaron el estiércol de los animales.

Nuevamente, este hallazgo hizo que uno de ellos emitiera un sonido para confirmar que de veras su objetivo había estado allí hacía muy pocas horas y que tenían caballos para huir.

Se juntaron los tres, cara a cara, y sin emitir palabra salieron rumbo al norte.

Capítulo 10

El encuentro

Una vez llegados a la pradera, Espejo desmontó de su caballo blanco, Klimbergan, y ayudó a Rhion a bajar del otro rocín. Konhix descabalgó y los tres observaron detenidamente los alrededores. Era una planicie muy llana que se extendía de norte a sur, con plantas verdes y flores amarillas. El aire era muy puro y con intenso olor a un perfume delicioso proveniente de los pimpollos. Era un prado azafranado en toda su extensión.

El viajero estaba un poco inquieto y movedizo.

La damisela le preguntó:

—¿A dónde iremos ahora? ¿Qué habrá sido de aquella nave que dejamos atrás?

—Eso es lo que me preocupa —dijo él frunciendo levemente el entrecejo—. Creo que sé quiénes están detrás de esa nave… y qué buscan. Además, también sé qué camino debemos tomar, aunque me temo que no será de tu mayor agrado.

—Bueno, dime, Konhix, de una vez: ¿qué está pasando aquí? No puedo alcanzar a entender.

—Te lo voy a contar, Espejo, pero no aquí, no es este el momento. Corremos peligro en este lugar.

No terminó de pronunciar esa frase cuando escucharon ruidos desde una de las entradas principales de la llanura por la que ellos habían ingresado. Cuando se giraron para ver qué sucedía, divisaron a tres hombres muy altos que venían volando de lejos y sus trajes eran muy relucientes.

Apenas el joven los divisó, supo que estaban en problemas. Ya no podían correr o cabalgar para huir o esconderse, con lo cual, había que enfrentarlos.

La doncella abrazaba al niño, y él, dando un paso adelante, los protegía con su cuerpo.

Los tres seres se aproximaron sin hablar hasta tenerlos enfrente. Allí se detuvieron y pronunciaron estas palabras:

—Tres reinos son los que representamos en el espacio intergaláctico del Sistema Donglan. Venimos a buscar a la mujer y al niño que nos pertenecen. Ellos son los que pueden liberar a Donglan de las garras y la opresión de Aquila.

Cuando terminaron de vocalizar esa frase, Konhix dijo rápidamente:

—Espejo y Rhion pertenecen a la Constelación de Aquila y ustedes bien lo saben, con lo cual, no hay chances de que se los lleven más allá de la Vía Láctea a su Sistema Donglan.

Uno de los hombres abrió los brazos y de las palmas de las manos salieron dos rayos a la velocidad de la luz hacia el caballero.

En milésimas de segundos, Konhix activó un campo de fuerza alrededor de Espejo, Rhion y él que detuvo los rayos y no los dejó penetrar el área de defensa.

El segundo sujeto extraterrestre juntó sus manos y empezó a dar forma a una gran bola de energía que arrojó con ímpetu hacia la salvaguardia protectora del joven. Una vez más, el escudo deflector pudo frenar a la esfera de calor impidiendo el ataque.

Era el turno del tercer espécimen, quien con sus manos focalizadas en un punto comenzó a dar forma a la energía creando una especie de espadas que intentaron penetrar la barrera energética defensora. Sin embargo, el tercer embate alienígena fracasó.

El viajero de las estrellas rápidamente le dijo a la doncella que debían dirigirse a su astronave para escapar de las criaturas y regresarla a Altair.

En ese momento, los tres engendros comenzaron a agredirlos muy ferozmente lanzando toda clase de rayos y haces potentes, con lo cual, el caballero comenzó a repeler la ofensiva y lanzar unas luces intermitentes que paralizaron a los individuos y los dejaron bloqueados o neutralizados.

En ese preciso instante, Konhix le dijo a la muchacha:

—Es ahora o nunca, ¡corramos hacia mi nave!

La doncella, muda y atónita por lo vivido, siguió a su camarada y juntos, con los caballos, se dirigieron tan rápido como pudieron hacia el norte de la campiña y desaparecieron por entre los arbustos.

Capítulo 11

La nave de Altair

Después de unos minutos de intensa y agitada marcha entre árboles, arbustos, ramas y troncos, ante sus ojos se abrió un claro que se formaba en la planicie y se divisó una gran cosmonave de color plateado con forma cónica. En la medida que iban acercándose, el asombro de Espejo crecía más y más.

Los caballos se detuvieron a unos metros y una gran puerta se abrió desde la base de la nave que estaba suspendida a unos pocos metros de la superficie.

Konhix dio un profundo respiro cuando vio que, con lentitud, esa apertura les permitía huir rápidamente de la persecución de los tres hombres del vehículo hexagonal y de algún modo podían sentirse más seguros.

—Nos pondremos debajo del objeto espacial para ser ascendidos hasta la entrada. Subiremos con los corceles también. Es peligroso que se queden solos en la Tierra —manifestó el viajero.

Descendiendo del caballo, bajó a la doncella y al niño, que estaban mudos, montados en el otro animal, y tomándolos de la mano y juntando las riendas de los equinos se acercó al centro, debajo del vehículo estelar. Gusthar y Klimbergan comenzaron a relinchar y a moverse con inquietud. Estaban asustados ya que no comprendían lo que pasaba, y la astronave les producía un cierto temor.

Una vez en posición, fueron succionados por el artefacto, aspirados a gran velocidad. En unos segundos se encontraron adentro del aparato, en un recibidor con mucha luz.

Todos se miraron con caras asombradas y el joven dijo:

—Vamos a la sala de control, debo hacer volar a Dixtrium. —Ese era el nombre de la máquina de Altair.

Caminaron por un largo pasillo que giraba y giraba. En realidad, era una especie de espiral ascendente. Después de transcurridos cinco minutos caminando y ascendiendo por ese pasillo, llegaron a la cúpula del ingenio, donde se abrió una gran sala con tableros luminosos en todas las paredes.

De repente, una figura se aproximó. Era una bella dama muy alta de ojos y cabellos azules que, con una voz muy dulce, les dio la bienvenida a Dixtrium.

Esa fémina en realidad se movía y actuaba como real, pero era solo una figura tridimensional creada por efectos de luz, es decir, un holograma.

Konhix saludó a Belice, la esbelta mujer de cabellos largos en tonos azulados y tez blanca.

Ella le indicó que estaba todo listo para el despegue y la puerta del artefacto cerrada. Los sistemas comenzaron a emitir sonidos y luces, y Belice invitó a Espejo y Rhion a sentarse en unas butacas muy amplias y cómodas. Al mismo tiempo, acarició a los rocines y los guio hacia una habitación contigua que estaba preparada para transportar animales. Allí, iban a estar asegurados para no correr riesgos durante el viaje. Los caballos quedaron muy cómodos. Evidentemente, la asistente sabía cómo tratar a los animales; su voz tan suave y calmada no les daba lugar a temer nada.

Ya de vuelta, Belice se dirigió a la damisela y le comentó que estaban próximos al despegue, y que iban a curvar el espacio-tiempo para llegar a Altair a través del uso de los generadores de antimateria del artilugio.

La muchacha la miraba sorprendida, boquiabierta, y casi sin aire le preguntó:

—Pero ¿cuál es la fuente de radiación de esta antimateria?

La asistente de vuelo, despejando sus lacios cabellos azules de su cara, le respondió:

—El núcleo radiactivo es el combustible que utilizamos en Altair para los vuelos intergalácticos y espaciales. Es un elemento químico que no conocen aquí en el planeta Tierra. Es superpesado, de un color anaranjado. Lo utilizamos para controlar la fuerza de gravedad y como fuente de energía para los generadores de antiprotones y positrones, que forman parte del sistema de propulsión del armatoste. De esta manera, creamos gravedad artificial y antipartículas que nos permiten viajar por el espacio de manera instantánea de un punto a otro muy distante. En este viaje, la Tierra y Altair se aproximarán al plegar el espacio-tiempo.

Espejo no salía de su asombro, quedó sin palabras. A esta respuesta, se sumaba la ansiedad de no saber a dónde iban exactamente, ya que Altair era una tierra totalmente desconocida en algún punto distante del universo.

Konhix se sentó en un gran sillón. Tenía enfrente una especie de pantalla que le mostraba todos los indicadores posibles para el ascenso, viaje y control del mecanismo espacial. A su lado, se sentó la ayudante de los cabellos color cobalto en otro amplio sillón, y juntos iniciaron la secuencia de partida.

Capítulo 12

El viaje a Altair

Espejo se agarró fuertemente de su silla, tomando a Rhion con una de sus manos. Ambos estaban un tanto agitados, ansiosos y con mucha adrenalina. De repente, se escuchó un fuerte ruido y sintieron un arranque y giros interminables, como si subieran por un largo espiral. Los caballos comenzaron a relinchar, debían estar un tanto mareados con aquel precipitado viaje interestelar.

Belice se paró y miró a la doncella, y con su dulce voz le dijo:

—Iré a ver a los caballos, parece que están un poco inquietos. —Y a modo de comentario, le explicó—: Todas las habitaciones de la astronave poseen campos gravitatorios para compensar la fuerte variación de la velocidad del aparato. De este modo, los compartimientos son mantenidos a un valor de una fuerza de aceleración 1 g (9,8 metros por segundo al cuadrado), para que sus cuerpos en el interior de estos recintos puedan soportar la gran aceleración externa del vehículo. Es por ello que los rocines no deberían verse afectados. Aunque, quizás, los giros del cohete los marean.

Dicho esto, se retiró de la sala y desapareció por el pasillo hacia abajo, donde se encontraban las salas acondicionadas para transportar animales.

Espejo hubiera deseado ver a los caballos, pero se encontraba un poco atemorizada y no se animó a acompañar a Belice.

Mientras tanto, Konhix parecía un piloto o capitán muy experto, no dudaba en el manejo del artilugio, y se ayudaba de todo tipo de instrumentos y pantallas que le indicaban las acciones a ejecutar junto con los parámetros, mediciones e indicadores de vuelo.

Ni bien cesaron los virajes, el objeto galáctico entró en una especie de periodo estable, donde parecía ni siquiera moverse. La sensación ya no era de impulso ni de rotación, simplemente, era como que no se movía el trasto sideral. De repente, aparecieron cuatro seres muy extraños que saludaron a Konhix, y comenzaron a dialogar en un lenguaje nunca escuchado por la doncella.

Pero había algo raro: claro, estos seres eran como la bella asistente de mechones índigo, simples imágenes de luz.

Belice parecía ser un comandante de mando, pero ¿estos otros seres?

A la derecha de la sala, Espejo alcanzó a divisar otro compartimiento contiguo, lleno de personas. Por los trajes, parecían ser parte de la tripulación del objeto de Altair. Aunque todos tenían el mismo aspecto que Belice, ¡eran hologramas!

Interrumpiendo abruptamente la conversación del piloto con los cuatro oficiales del mecanismo espacial, la damisela preguntó:

—Konhix, ¿cuánta gente hay en esta nave? ¿No estamos solos?

Los cinco hombres la miraron y él procedió a contestar:

—Bueno, en realidad, solo somos nosotros; Rhion, tú, yo y los dos caballos. Pero tenemos todo un equipo en el artefacto cósmico que nos ayudará a hacer la travesía y defendernos en caso de necesidad. La dotación está compuesta de agentes creados con inteligencia artificial. Ellos pueden cumplir todas las funciones necesarias de mando, operaciones del cohete interestelar, seguridad, ingeniería, medicina, ciencia y varios servicios más.

—¡Qué difícil es entender todo esto! —dijo la muchacha.

—No debes entender nada. Simplemente cree lo que estás viendo —aconsejó él—. Sé que todo esto es mucho más avanzado de lo que tú has vivido hasta ahora. Ah, por cierto, en la cosmonave tenemos 243 agentes de Inteligencia Artificial especializados. Me brindan todo el soporte necesario para poder realizar el viaje desde el planeta Tierra hasta Altair.

—¿Cuánto va a durar este viaje? —preguntó un tanto ansiosa.

—Bueno, tendremos que tener paciencia por un par de días. Solo unos días, alrededor de cinco. Lo que más tiempo lleva es el despegue y aterrizaje. La curvatura del espacio es lo más simple y rápido, pero después tenemos la entrada y salida al agujero de gusano que es lo que más atención demanda.

—¿Puede otro aparato sideral usar nuestro agujero de gusano? —consultó la doncella muy interesada en el tema.

Sorprendido por su curiosidad, Konhix la miró y respondió:

—Sí, podría, pero no debería estar espacial y temporalmente ubicado muy distante a nuestra máquina al momento de la creación del agujero de gusano con los generadores de antimateria del vehículo. Bueno, debo atender unos reportes sobre el estado de la curvatura del espacio-tiempo para preparar las maniobras de aterrizaje los próximos días.

Desde el profundo pasillo, comenzó a emerger la figura de Belice que venía con una cálida sonrisa dibujada en su rostro.

—Los caballos están muy bien, les he hablado y han entendido que esto es un viaje de unos pocos días y que pronto llegaremos y podrán galopar por los campos y praderas amarillas de Altair —dijo.

Espejo la miraba, pero no entendía cómo esa mujer había dialogado con los caballos. Rápidamente, le preguntó:

—¿En qué idioma les has hablado?

Ella le dijo que pudieron entender el lenguaje de los caballos hace muchos años atrás y que podía conversar con ellos en su misma jerga. No era difícil, era cuestión de descifrar el código.

—¿Me enseñarás algún día a hablar con ellos? —interrogó la damisela.

—Claro que sí, cuando estés preparada —le respondió con toda firmeza y seguridad.

Los días se sucedieron uno tras otro. Cada jornada nueva estaba llena de sorpresas y descubrimientos inéditos. El clima en la máquina voladora era muy apacible, Konhix y Belice transmitían mucha tranquilidad al resto del equipo.

Espejo aprovechó esos días para escribir algunas memorias en su diario de viaje y asimismo pintar con colores su experiencia, ya que la cosmonave comprendía una sala de recreación donde se podían hacer muchísimas actividades, juegos y también había un campo de deportes. Allí realizaron equitación con Gusthar y Klimbergan, quienes también aprovechaban el tiempo de viaje para esparcirse con la joven y el niño.

Tenían instructores de todas las especialidades habidas y por haber. Solo era cuestión de elegir a qué jugar o con qué entretenerse. También había pasatiempos y práctica de deportes que ella jamás en su vida había conocido, muchos de ellos con agentes virtuales.

Cuando llegaba una determinada hora del día, debían descansar un intervalo de tiempo para recuperar energía. Los compartimientos usados para dormir eran impecables y con colchones flotantes, que no tocaban el piso ni estaban agarrados a nada. No hacían falta cobijas ni colchas ni frazadas, la temperatura de la habitación se ajustaba de acuerdo con la necesidad de la persona. También, tenía una ventana al exterior donde se podía ver la negrura del espacio del agujero de gusano.

Algo que a Espejo le llamó la atención fueron los baños y duchas de la maquinaria astral. No había inodoros en realidad, la misma vestimenta que Belice les había proporcionado, desintegraba y limpiaba al cuerpo de la materia fecal y orina. Con lo cual, nunca había que ir al baño, no había necesidad. El mismo traje podía desintegrar esas partículas, y limpiar a la masa corporal al instante. No quedaba olor ni suciedad ni en la piel ni en el uniforme. ¡Eso era realmente mágico!

Para ducharse, ya no hacía falta ponerse desnuda bajo el agua, porque ese tipo de ducha ya no existía. Simplemente, el mismo atuendo tenía una opción de ducha iónica. Cuando se lo activaba, el cuerpo se limpiaba con iones que sacaban toda suciedad y sudor, restableciendo una sensación de limpieza y frescura natural en toda la figura.

Los trajes no se los cambiaban nunca, ni siquiera para dormir.

Rhion tenía a su disposición a una agente de Inteligencia Artificial que hacia el papel de madre o niñera. Ella lo cuidaba como una mamá, lo protegía, le enseñaba cosas y también jugaba con él.

Konhix pasaba la mayor parte del tiempo en la cabina de mando del objeto estelar. Realmente era un hombre muy inteligente y ordenado en su trabajo. Tenía todo bajo control: a los tripulantes, los oficiales, la nave, los pasajeros. Estaba en cada detalle de la operación del artilugio cósmico, asegurando un viaje sin complicaciones, con el objetivo final de llevar a Rhion y a Espejo de regreso a Altair, lugar al que, según Konhix, ellos pertenecían.

Todavía le quedaban a la muchacha muchas preguntas por hacer y explicaciones que recibir por parte de él. En su cabeza, ella tenía muchas dudas sobre su origen, su tierra, sus padres, su hijo. En este punto de la situación, no entendía nada de nada, y necesitaba hablar con él para comprender toda esa experiencia.

Las preguntas que inundaban sus pensamientos una y otra vez eran del tipo: ¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿A dónde iba? ¿Por qué esos tres hombres del objeto hexagonal los perseguían? ¿Quiénes eran y qué querían? ¿Por qué ella podía liberar a Donglan de la opresión de Altair, como dijeron aquellos seres? ¿Quiénes eran sus verdaderos padres? ¿Dónde nació en realidad? ¿Quién era Rhion? ¿De dónde había salido? ¿Por qué Konhix lo protegía como a ella? ¿Los estaban persiguiendo todavía los hombres de la astronave hexagonal? ¿Qué haría en Altair?

Después de estar un rato a solas con sus pensamientos y sentimientos, decidió hablar con su compañero y exigirle explicaciones por todas esas cuestiones.

Él la tranquilizó y le pidió que esperara un poco más, a llegar a Altair, donde le iba a contar la verdadera historia que debía conocer. No era ese el momento de contarla, en pleno vuelo.

—Ahora debemos estar focalizados en el viaje y el correcto aterrizaje en Altair, donde nos están esperando —dijo pausadamente Konhix.

Capítulo 13

El Sistema Donglan

Donglan era un sistema planetario extrasolar ubicado más allá de la Vía Láctea. Estaba formado principalmente por un gran sol central y otros tres menores que orbitaban alrededor de este. A su vez, existían tres planetas que describían un recorrido elíptico alrededor de cada sol menor. Esos astros poseían el doble de la masa de la Tierra y orbitaban a 2,5 unidades astronómicas (UA), completando una vuelta alrededor de cada sol menor en 3,5 años aproximadamente.

Además, la organización contenía un gran cinturón de asteroides que seguía una trayectoria ovalada alrededor del sol central.

La estructura celestial Donglan formaba parte de una galaxia llamada Lartrid, ubicada a 300.000 años luz de distancia de la Tierra.

Los seres de la nave con forma de prisma hexagonal provenían de Donglan, según lo expuesto por ellos mismos cuando se cruzaron con Konhix.

Donglan poseía tres imperios. Cada uno de los tres planetas del Sistema Donglan correspondía a un dominio: el Reino del Sol Rojo, el Reino del Sol Púrpura y el Reino del Sol Dorado.

Esas monarquías se encontraban en permanente disputa, con guerras y altercados con otras constelaciones, estrellas, feudos y redes interestelares, ya que no habían alcanzado la sabiduría del infinito.

Los tres dominios de Donglan habían evolucionado de una manera similar, puesto que tenían mucho intercambio entre ellos y siempre iban juntos hacia la invasión. La lucha y la ambición por conquistar nuevas tierras era su espina dorsal, en la cual los donglaneses basaban su estilo de vida.