Álvaro de Bazán - Martín Hernández-Palacios - E-Book

Álvaro de Bazán E-Book

Martín Hernández-Palacios

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Beschreibung

Siempre a las órdenes de Felipe II, Álvaro de Bazán participó en toda la política naval del siglo XVI y es considerado uno de los marinos más ilustres de la historia de España. Impulsor de nuevas estrategias navales y de la incorporación de la sanidad a la milicia, fue un militar extraordinario y un gran amante de las artes. Fue el primero de la historia en comandar un desembarco de infantería de marina. En esta breve biografía se destaca su participación en la rebelión de los moriscos, la liberación de Malta, la conquista de Portugal, las batallas de las Azores y Lepanto, y la preparación de la empresa de Inglaterra. Constituye una figura indispensable para comprender el reinado de Felipe II.

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MARTÍN HERNÁNDEZ-PALACIOS

ÁLVARO DE BAZÁN

El mejor marino de Felipe II

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 byMartín Hernández-Palacios

© 2023 by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6518-4

ISBN (edición digital): 978-84-321-6519-1

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6520-7

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

Motivos de una biografía

Contexto histórico

Perfil psicológico

Los orígenes de una gran dinastía

Los Bazán en Gibraltar

1. PRIMERAS HAZAÑAS BÉLICAS

La derrota francesa en la batalla de Muros

Los Bazán en Inglaterra: una boda real

Álvaro de Bazán en las Islas Canarias

Conflicto de intereses en Sevilla: la pugna con el alcalde Calderón

Descanso en el Palacio del Viso

2. BAZÁN EN ÁFRICA: LA LUCHA CONTRA LOS PIRATAS BERBERISCOS

El desafío de los piratas berberiscos

La conquista del Peñón de Vélez de la Gomera

Tetuán

3. EL SOCORRO DE LA ISLA DE MALTA

La importancia de la Orden de Malta

Malta sitiada

La liberación de Malta

4. LA REBELIÓN DE LOS MORISCOS

5. LEPANTO

La Santa Alianza: España, Venecia y el papa frente al turco

La batalla de Lepanto

Balance de una lucha sangrienta

Análisis de la participación de Álvaro de Bazán en la batalla de Lepanto

6. DESPUÉS DE LEPANTO

El combate de Navarino

La disolución de la Santa Alianza

7. LA CAMPAÑA DE TÚNEZ

8. PORTUGAL: LA UNIÓN DE DOS IMPERIOS

El rey don Sebastián

La unión de dos imperios

9. LAS AZORES, DUELO EN EL ATLÁNTICO

Antonio, prior de Crato, Francia e Inglaterra contra Felipe II

La batalla de San Miguel

La isla Tercera o la consolidación de la victoria

10. LA EMPRESA DE INGLATERRA

España e Inglaterra: una guerra larvada

El proyecto de invasión de Santa Cruz

Otros planes de ataque

Drake ataca España

Bazán y la empresa de Inglaterra

La muerte del marqués de Santa Cruz

Apéndices

Su testamento

Lo que se ha dicho sobre Álvaro de Bazán

Títulos

Inscripción en su tumba

Carlos Martínez de Campos y Serrano

Bibliografía

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Índice

Agradecimientos

Comenzar a leer

Bibliografía

Notas

A mi madre

AGRADECIMIENTOS

Al profesor y gran amigo Alfredo Alvar Ezquerra, quien me descubrió las maravillas del Archivo de Simancas.

Al duque de San Carlos, Álvaro Fernández-Villaverde, en quién perviven los rasgos de señorío del primer marqués de Santa Cruz.

A mi primo hermano Baltasar Manrique de Lara y Martín-Neda quién me ayudó en el capítulo “Bazán en Canarias”.

A los bibliotecarios del Ateneo de Madrid.

A la brillante historiadora Magdalena de Pazzis Pi Corrales, quién estudió con detenimiento mi manuscrito.

PRÓLOGO

Como descendiente del I marqués de Santa Cruz, es un honor encabezar un libro referido a mi ilustre antepasado, sobre todo porque es la primera vez que se me pide colaboración semejante. Siendo la suya una vida plena de acción resulta difícil entender la exigua presencia de Álvaro de Bazán en la historiografía española. Claro que tampoco se comprende que el nombre de quien tantas embarcaciones mandó construir, con innovaciones técnicas fruto de su experiencia, haya desaparecido de los astilleros públicos españoles.

No sería legítimo aprovechar la oportunidad de estas líneas para tejer un tapiz de elogios sobre su personalidad, méritos y valores personales; la importancia de sus empresas, y el instinto político y capacidad estratégica puestas a su servicio. Materia hay de sobra, y cualquier exceso en este sentido por mi parte, no dudo recibiría la indulgente comprensión de todos. Sería, empero, invadir el terreno del autor a quien asiste el derecho de que en su libro se respete el papel que le corresponde.

Dentro del que compete al prólogo, deseo destacar con lo que, a mi juicio, aporta el libro. Por de pronto llena un vacío editorial, por cuanto no hay ahora en el mercado ningún título sobre Álvaro de Bazán, con excepción de lo que pueda hallarse en las librerías de viejo. Aparece, además, en momentos en que es más que necesario que las generaciones jóvenes —víctimas de un sistema de enseñanza cualitativamente malo— conozcan su historia, y a sus protagonistas.

Estamos ante un libro histórico. No ante el trabajo de un historiador, pues el quehacer profesional de Martín Hernández-Palacios está muy alejado de la historia. Él mismo explica en la introducción cómo el asombro por el palacio del Viso le condujo a la admiración por la persona y la obra de Álvaro de Bazán, que empapa las páginas del libro. El lector obtiene el conocimiento claro de quién fue, qué hizo y en qué tiempo vivió. Nadie debe esperar de las páginas que siguen investigaciones inéditas, nuevas fuentes documentales o el reexamen crítico de las ya conocidas. Ni conjeturas en clave política contemporánea. A cambio, tampoco encontrará sensacionalismo o mendacidad.

Me gustaría, finalmente, proponer al lector dos sugerencias de reflexión para el tiempo de la lectura tanto como a su conclusión. El I marqués de Santa Cruz fue, sin duda, un personaje fuera de serie, pero ¿lo hubiera sido sin un rey y una Monarquía Hispánica igualmente excepcionales? ¿Incluso sin una Sublime Puerta no menos extraordinaria? ¿Es posible entender el magnífico palacio del Viso (hoy Archivo Histórico de la Armada) desligado del Renacimiento en cuyo humanismo las artes eran, más que objetos, un lenguaje con pretensiones de duración, nacido de lo más propio del ser humano?

Las personas excepcionales no son entes abstractos surgidos por generación espontánea. En torno a cada una de las acciones en las que participó el I marqués de Santa Cruz (por cierto, una de las primeras mercedes nobiliarias españolas por méritos personales) hay centenares de personas de gran nivel, detrás de las que —a su vez— hay otras, y otras. Son conocidas algunas; del resto en algún caso tenemos los nombres; pero de la mayoría solo queda un recuerdo anónimo imaginado en Alatriste.

Resulta evidente, sin embargo, que la excelencia surge cuando hay de dónde escoger y, por tanto, donde hay concurso de afluencias humanas y posibilidad de relevos. Esto es: en situaciones donde la superación personal, el esfuerzo y el trabajo gozan de prestigio social. Ninguna época histórica es ideal, ni el Renacimiento sumó todas las virtudes sin mezcla de mal alguno. Nadie ignora, por otra parte, que la guerra no es buena ni para quien la gana. Pero resulta imposible no admirar en los hombres del xvi español que protagonizan este libro, características y valores que bien quisiéramos hoy que abundasen. Porque, con los defectos y miserias que nunca han faltado de la condición humana, demostraron un sentido del deber y del sacrificio, una capacidad de entrega, valentía y resistencia, y una reciedumbre moral, coraje y fortaleza en proporciones verdaderamente asombrosas. Casi no tienen límite.

El duque de San Carlos y marqués del Viso

INTRODUCCIÓN

¡Oh feliz nación española,cuán digna eres de loor en este mundo,que ningún peligro de muerte, ningún temor de hambre nide sed, ni otros innumerables trabajos, han tenidofuerza para que hayas dejado de circundar ynavegar la mayor parte del mundo por maresjamás surcados y por tierras desconocidas deque nunca se había oído hablar; y esto es sólopor estímulo de la fe y de la virtud, quees por cierto una cosa tan grande, que losantiguos ni la vieron ni la pensaron, y aunla estimaron por imposible!

Nicolás Nicolai (Geógrafo francés)

Motivos de una biografía

Álvaro de Bazán es uno de los marinos más importantes de la historia de España, al que correspondió vivir el pleno apogeo del imperio español. No solo es fascinante su época sino su crucial contribución personal al acervo de la marina nacional, en avances muy significativos para aquellos tiempos.

Decidí escribir esta biografía hace algunos años cuando por un simple azar tuve la ocasión de visitar el palacio del Viso del Marqués1, en la actualidad Archivo de la Marina española y referente para estudiosos de la Armada a partir del siglo xviii. Nunca había oído hablar de la existencia de este archivo y, por otra parte, tampoco es muy lógico que un museo de la marina se encuentre en mitad de Castilla-La Mancha. Pero mi devoción por el festival de teatro clásico de Almagro tuvo su recompensa, y por referencias de personas muy queridas para mí, visitamos el palacio del Marqués de Santa Cruz.

Supongo que, como para una gran mayoría, mi conocimiento de don Álvaro se ceñía a su indudable fama como marino y militar de prestigio, a su imponente estatua en la plaza de la Villa de Madrid —obra del insigne escultor Benlliure—, a alusiones a su participación en los preparativos de la mal llamada Invencible2 hacia 1587, y a su decisiva intervención en la batalla de Lepanto y su hazaña en las Islas Azores.

El edificio que alberga el archivo es un bellísimo ejemplo de palacio nobiliario español, con claras influencias renacentistas e inspirado en los palacios italianos, concretamente genoveses de la época, imitación del que Andrea Doria se hizo construir en Génova y que hoy en día supone todo un lujo poder visitar. Para ser sincero, no me esperaba encontrar un monumento tan espectacular en un lugar tan insospechado como es el pequeño pueblo del Viso del Marqués. España siempre sorprende, y a veces somos auténticos desconocedores de nuestro propio patrimonio. Quedé francamente impresionado no solo por el palacio, que merece una visita detallada, sino por el personaje, pues asombra la colección artística y los trofeos de guerra que exhibe, testigo de su azarosa vida militar.

Después de disfrutar con detenimiento del archivo y asimilar su originalidad y belleza, me hice la promesa de investigar la figura de tan destacado marino y profundizar en el personaje y en su obra, y contribuir así a la divulgación de su fascinante vida. Como intuía que el desconocimiento no era sólo mío, me propuse contribuir a una mejor divulgación de la trayectoria de don Álvaro, tratando de aportar más sobre su itinerario y su fascinante epopeya. Obviamente, la vida ya de por sí novelesca del granadino posee un poderoso atractivo. Pero un personaje así de relevante en la historia de España tal vez debiera ser más estudiado. En otros países, Bazán llevaría aparejado un reconocimiento mucho más importante del que hasta ahora se le ha otorgado.

Desde el punto de vista histórico, don Álvaro va a vivir pasajes claves de nuestra historia como la batalla de Lepanto (1571), la unificación de España y Portugal (1580), la conquista de las Islas Azores (1581) o la guerra de los moriscos (1569), en definitiva, momentos estelares de la historia de España en los que el marino Bazán jugó un papel relevante. Sin olvidarnos, por supuesto, de acontecimientos que pudieron cambiar la historia de la humanidad, como fue la empresa de Inglaterra (1588). ¿Qué hubiera sucedido si en lugar del duque de Medina Sidonia hubiera comandado la flota española Álvaro de Bazán? Esta no es una cuestión baladí, y ya les anticipo que Bazán jamás sufrió una derrota.

En mi ardua investigación he leído con fruición un gran número de obras referentes a su época histórica y las cinco biografías existentes sobre Bazán, la más reciente de 1946. En su mayor parte fueron escritas en el siglo xix, más concretamente en 1888, fecha en que se celebró con gran parafernalia el tercer centenario de la muerte del marino.

Toda la vida española de la última mitad del siglo xvi gira en torno a la figura de Felipe II. En estas páginas veremos la peculiar relación que mantiene el marqués de Santa Cruz con el monarca, así como la convivencia con otros jefes de la incipiente marina española y extranjera como Doria o García de Toledo, o militares como el duque de Alba y Álvaro de Sande. Desde luego, si Nietzsche hubiera conocido a Álvaro de Bazán, nunca hubiera escrito su comentario: «España es un pueblo que ha querido ser demasiado».

Las principales biografías del personaje fueron escritas por Navascués, Téllez, Pérez de Cambra, Altolaguirre e Ibáñez de Ibero. Coinciden las de Navascués y la de Altolaguirre con el tercer centenario del fallecimiento del ilustre marino, y la de Pérez de Cambra e Ibáñez de Ibero con el final de la Guerra civil española. Llama la atención la ausencia de interés por Bazán en los últimos sesenta años, y la escasa conmemoración del cuarto centenario de su fallecimiento, si lo comparamos con los fastos que rodearon sus efemérides en 1888.

Su memoria permanece inalterada en la Armada española: su estatua preside el patio de armas de la escuela naval de Marín —obra del gran escultor gallego Asorey—, una de las fragatas más modernas de nuestra Armada ha sido recientemente bautizada con el nombre de Álvaro de Bazán, y los principales astilleros españoles honraron su nombre en el pasado.

Me uno en este estudio a los consejos ofrecidos a España por Lope de Vega en su “Memoria ilustre del Marqués de Santa Cruz”, para que no olvidara a su héroe:

Aunque, de roble y de laurel, no enrames,España, este sagrado mausoleo,sino de lienzo que combata Eolo,velas, bastardos, gavias y velámenes.Aunque César marítimo le llamesY en vez de Dafne, la que adora a Apolo,sus nobles sienes ciñan coral soloa pesar de la envidia y odio infames;de ningún capitán de tierra debeshonrarte más que del Bazán famoso,Crucíjero Neptuno y Marte hispano.Llora que le despierte en años buenos.Pues era con su brazo belicoso,Argos de nuestra fe, Jasón Cristiano…

Del mismo modo, el gran maestro Gregorio Marañón hablaba de la necesidad de profundizar en la figura de Álvaro de Bazán, al referirse a él como «...aquel insigne marino español no alabado nunca bastante».

Me he permitido la libertad de seguir los consejos de tan ilustre humanista3.

Contexto histórico

La vida de Álvaro de Bazán abarca los reinados de Carlos V y Felipe II. Desde muy pequeño, la tradición familiar va a encauzar su vida hacia el servicio en la Armada, siendo uno de los pocos nobles que eligieron este camino en lugar de la infantería o la artillería, opciones elegidas por la mayoría.

La incorporación de España al imperio de los Austrias va a suponer la multiplicación de los escenarios de los conflictos en los que participará la monarquía hispánica, convirtiéndose tras la unión con Portugal en el mayor imperio del mundo. Felipe II erige España como núcleo central de sus posesiones, en gran parte heredadas de su padre Carlos V, lo que le obliga a atender un gran número de frentes hostiles, ingente misión que realizará desde el centro de Castilla.

Hasta su derrota a manos de españoles y venecianos en 1571, el imperio que hace sombra al hispánico es el turco. El principal rival de España en el Mediterráneo es el otomano, que desde su nacimiento en el año 1300 va a luchar continuamente contra los Habsburgo en muchos frentes. Durante el reinado de Felipe II, se suceden en el campo otomano tres emperadores que van a tener en el habitante del Escorial a su principal y más temido enemigo. Estos tres oponentes del hijo de Carlos V serían: Solimán I, que reinó entre los años 1520 y 1566; Selim II, que ocupó el trono de la Sublime Puerta entre 1566 y 1574 y que fue vencido en la batalla de Lepanto; y finalmente Murat II, que disfrutó del poder entre 1574 y 1595. Mientras que en el campo cristiano permanecía el mismo rey, los turcos tuvieron tres emperadores que, en líneas generales, mantuvieron la misma estrategia frente al hispánico.

En potencia naval, la superioridad de la armada otomana era evidente. Los turcos disfrutaban de medios y recursos mucho más abundantes que la monarquía hispánica. Para equilibrar la desventaja de la flota española, que se hacía especialmente dramática por la inagotable disposición de madera turca, Felipe II contó con Álvaro de Bazán.

En una primera etapa de su vida, don Álvaro tendrá que participar en los acontecimientos bélicos que se desarrollan en el Mediterráneo que, aunque no eran la prioridad estratégica de Felipe II, adquieren el máximo protagonismo ante el acoso del imperio turco, convirtiéndose en el principal teatro de operaciones en el siglo xvi.

Como consecuencia de la fragmentación del frente cristiano por la división en la fe entre luteranos y católicos, España tendrá que bregar en numerosas batallas para erradicar los peligros gravísimos de la amenaza otomana, haciéndolo en solitario en la mayoría de las ocasiones por los celos de otras naciones occidentales.

La única potencia católica del momento que hace sombra a España es Venecia, que necesita imperiosamente una alianza con Felipe II para contener el avance turco que llega a sus puertas y que se hace especialmente dramática tras la toma de Famagusta por los turcos. Pero la alarmante situación no hace olvidar la tradicional rivalidad entre las dos potencias.

Álvaro de Bazán participa de manera decisiva en la casi totalidad de los hechos de armas que se producen en el Mediterráneo hasta la batalla de Lepanto, que supondrá la derrota de los turcos y la posibilidad de trasladar el grueso de las prioridades políticas españolas al Atlántico. Lo más destacable es que nunca conoció la derrota, dicha que no acompañó a muchos de sus coetáneos. Al vivir en una época de transición, Bazán debe ir aclimatándose a los cambios políticos, técnicos y estratégicos que le acompañan, demostrando una lúcida inteligencia por su extraordinaria capacidad de adaptación.

Al cambiar el área de actuación del imperio desde el Mediterráneo al Atlántico, Bazán, como Capitán General del Mar Océano, supo incorporar a su armada las nuevas técnicas de combate. Dejó atrás la manera de luchar en el Mediterráneo, más propensa al enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y lo sustituyó por el combate Atlántico, más proclive a la capacidad artillera y de maniobra. El cambio de escenario en mares diferentes lleva consigo nuevos enemigos, y la principal amenaza de Felipe II no serán ya los turcos sino los nuevos países emergentes en Europa, concretamente Inglaterra y los Países Bajos. Estos, con la inestimable ayuda de Francia, intentan por todos los medios cercenar la potencia de España que, unificada con Portugal y con el control de toda América en su mano, representa para ellos una superpotencia.

Bazán participa en la campaña bélica de Portugal a las órdenes del duque de Alba, conquista las islas Azores para Felipe II y centra posteriormente su atención en los preparativos de la empresa de Inglaterra. No llega a participar en ella al sorprenderle la muerte en Lisboa, mientras se esfuerza para poner a punto las escuadras. Además, cabe destacar su participación en acciones como el rescate de Malta, la liberación del Peñón de Vélez de la Gomera o la conquista de Túnez.

Perfil psicológico

Bazán fue un personaje complejo, con muchas aristas. Ante todo, fue un marino con una gran experiencia. Ya desde muy joven embarcó con su padre al servicio del emperador Carlos V, y llegó a adquirir una gran destreza en las artes navales, a diferencia de su abuelo, militar de tierra. La vocación marinera configura toda su vida. Fue el ganador de uno de los enfrentamientos más importantes en mar abierto en toda la historia, la batalla de las Azores, y venció también en una especie de “batalla terrestre” en el mar, como fue la de Lepanto. Pero también acreditó gran maestría en el desembarco de la isla de Malta y no se arredraba ante las dificultades de navegación que sobrevinieron en 1582 a la salida de Lisboa, cuando iba camino de la isla de San Miguel. Además, era muy respetado por sus hombres, como nos hace saber Cervantes al referirse siempre al marqués de Santa Cruz en términos de gran admiración4.

Tenía personalidad, criterio propio, y liderazgo, siendo el primero en dar ejemplo con sus acciones. En los consejos mantenía su punto de vista de una manera sosegada y respetando a los demás, pero el estar en minoría no le impedía expresar su opinión. Era frío en los instantes más decisivos, y así lo puso de manifiesto antes de la batalla de Lepanto. No olvidemos que las disensiones entre españoles y venecianos antes del combate de Lepanto a punto estuvieron de dar al traste con la coalición entre Venecia y España frente al turco. Incluso Felipe II era muy reacio a aliarse con los venecianos, enemigos históricos de España. Solo el razonamiento inteligente y práctico de don Álvaro durante el Consejo celebrado antes de la batalla consigue convencer a don Juan de que lo más inteligente era conservar la alianza, obtener el triunfo y luego ajustar cuentas con los venecianos. Esa sangre fría le consagra como consejero imprescindible en momentos de tensión.

Su valor en el combate es incuestionable. Bazán permanece en su puesto cuando en alguna ocasión sus hombres son heridos a su lado. Podría decirse que tenía lo que los árabes llaman “baraca”5 o suerte de los grandes, un don que le hace inmortal a los ojos de sus semejantes, pues él mismo resultó herido en algunos lances.

Fe en el triunfo era uno de sus grandes rasgos. En muchas de sus hazañas los pronósticos apuntaban a una derrota, pero, sin embargo, salía victorioso. El éxito no solo se explica por su gran experiencia marinera, su determinación y su visión estratégica, sino también por su fe en sí mismo, un íntimo convencimiento de que la victoria caería de su lado: gana en la batalla de San Miguel con una flota claramente inferior a la francesa de Strozzi, derrota a los turcos en la liberación de Malta cuando las fuentes demuestran que la armada turca era notablemente superior, y en el combate de Modón, en un cuerpo a cuerpo frente a los turcos, también logra la victoria. ¿Suerte? Más bien determinación, convencimiento, resolución y eficacia.

Como estratega no tuvo rival. En la batalla de las Azores orienta sus naves durante la noche para aprovechar mejor el viento al día siguiente; elige el mejor lugar para desembarcar en la campaña de la isla Tercera; ataca en Lepanto en el momento oportuno, socorriendo a don Juan justo a tiempo, dosificando sus fuerzas, cuando era estrictamente necesario. Fue genial en la táctica del desembarco, como lo demostró en el socorro de Malta, e ingenioso al cegar la entrada al río Tetuán. Pero su estrategia no solo era acertada en el ámbito estrictamente militar, sino también en el político, algo poco frecuente. Acertó plenamente cuando aconsejó a Felipe II invadir Inglaterra en 1583, ya que era el momento óptimo para hacerlo, del mismo modo que cuando optó por atacar Malta con inferiores fuerzas. Tenía razón cuando en 1573 votó por atacar Argelia en lugar de Túnez y no ir más allá de Grecia, ya que eso solo interesaba a los venecianos y no a los españoles.

Fue un adelantado de su época en lo que se refiere a la mejora técnica de la armada. Siguiendo la tradición de su padre, inventó una nave menor de remo y vela a la que llamó fragata, ideada para escoltar a las grandes naves y mejorar los servicios de comunicación y caza de otros navíos. Consciente de los problemas monetarios que acechaban a la Corona, el granadino se mostró partidario de continuar con el sistema de contrata para las tripulaciones, y ahorrar así gastos al Estado. Trabajó con su hermano en el desarrollo de nuevas naves, híbridas de galera y zabra, denominadas galizabras.

Supo ser diplomático. Junto a Farnesio fue de los pocos militares de la época que sabía conjugar las Relaciones Internacionales con la estrategia bélica. Así quedó de manifiesto cuando, en los prolegómenos de la batalla de la isla Tercera, y en dos ocasiones, envío emisarios a los portugueses para intentar forzar su rendición y evitar el enfrentamiento armado. Fue diplomático con el duque de Alba cuando acató sus órdenes en la campaña de Portugal y no hizo caso de sus críticas cuando le recriminó llegar tarde a Setúbal. Y, sobre todo, cuando aconsejó a don Juan no romper con los venecianos en Lepanto. Respetó el criterio de Juan de Austria de atacar Túnez en vez de Argelia, cuando todos los indicios apuntaban hacia la necesidad de acabar con el foco berberisco argelino.

¿Fue cruel don Álvaro? Los historiadores franceses acusaron a Bazán de ser despiadado en sus acciones, sobre todo como consecuencia de la represión ejercida tras la batalla de San Miguel en la campaña de las Azores. ¿Eran ciertas estas acusaciones? Creemos que no, porque la ejecución de los nobles franceses se efectuó bajo órdenes estrictas del rey, basadas en su consideración de piratas y no de soldados, situación que Catalina de Medici trató de hacer creer al negar rotundamente que estuvieran combatiendo bajo la bandera de Francia, y que lo hicieran a título particular, lo que era totalmente falso. Hay que situarse en el contexto histórico para entender el estricto cumplimiento de la ley por parte de don Álvaro y la especial dureza hacia los piratas, considerados la peor escoria del momento. Sin embargo, algún gesto de perdón hacia los cautivos hubiera impedido las críticas que al respecto recibió el Marqués de Santa Cruz.

Otro de los rasgos más importantes de su personalidad fue su extraordinaria capacidad de trabajo. Asombra ver la cantidad de cosas que hizo. Cuando envía la propuesta al rey para invadir Inglaterra, asombra su impresionante elaboración y su estudio milimétrico de todo lo necesario para llevar a cabo tan descomunal empresa, y presenta su gigantesco proyecto en tan sólo dos meses, un tiempo récord.

Su amor por el arte le impulsó a construir el palacio del Viso del Marqués siguiendo los modelos de los refinados edificios de la época, concretamente los genoveses. No escatimó en gastos para adornarlo con grandes obras de arte. Amante de la pompa y el boato, su nave capitana se consideraba una de las más lujosas de la época, llegando a pagar de su propio bolsillo su decoración.

Pero quizá el rasgo más característico de don Álvaro fue su patriotismo, entendido como un servicio permanente a España y a su rey. Dedicó su vida a engrandecer a su país y todo lo sacrificó a este fin. No reparó en aportar sus propios recursos económicos cuando llegaba con retraso la ayuda solicitada, y supo obrar siempre con gran lealtad hacia su rey, aunque en ocasiones no estuviera de acuerdo con sus decisiones. No se vio involucrado en las intrigas palaciegas que dividían a la corte entre los partidarios de la diplomacia, acaudillados por Ruy Gómez da Silva, Príncipe de Éboli, y la facción más belicista, encabezada por el ínclito duque de Alba. Ambos bandos eran irreconciliables, pero Bazán se mantuvo al margen de sus disputas. Se encontraba más a gusto participando en acciones navales que medrando en el Escorial o en el Alcázar de Madrid.

Contribuyó al desarrollo de la sanidad militar, siendo uno de sus precursores, y trató con gran consideración a quienes combatieron a sus órdenes, alcanzando así un gran prestigio entre todos ellos. Mandó la Armada española en el momento más glorioso de su existencia, le aportó un notorio desarrollo técnico y liberó a un elevado número de cristianos presos.

No pocos se preguntan cómo se habría desarrollado la historia si Bazán no hubiese muerto en enero de 1588, justo antes de comenzar la desdichada aventura de la Empresa de Inglaterra. ¿Habría vencido España si hubiera estado él al frente de la flota? ¿Tanta diferencia existía entre Medina Sidonia y don Álvaro?

Lo que resulta indudable es que la Armada no se fue encomendada a la persona más adecuada, y en esto coinciden todos los analistas. Medina Sidonia no era un marino sino uno de los miembros más representativos de la nobleza española, y por eso precisamente pensamos que fue elegido por Felipe II, para imponer respeto ante la inmensa pléyade de hombres que tenía que mandar, o incluso por la dote que podía aportar. Sabemos que se mareaba en los barcos y no tenía experiencia marítima de tanto calado. Él mismo era consciente de estas limitaciones, e intentó por todos los medios rechazar el nombramiento de almirante de la flota. Sin embargo, la decisión del rey no era tan descabellada como a primera vista podría parecer pues Felipe II lo consideraba la única persona capaz de mantener la disciplina entre tanto capitán, y era cierto. La historia es dura con aquellos que pierden y Medina Sidonia fue muy criticado por su actuación en la Empresa de Inglaterra. Sin embargo, no sería justo cargar toda la responsabilidad sobre él pues muchas de sus decisiones fueron acertadas. Supo rodearse de un plantel de capitanes, muchos de ellos fieles de don Álvaro, que podían asesorarle en caso de necesidad. Martínez de Recalde, Oquendo, Valdés y Marolin de Juan era, a priori, una garantía de éxito. Este último escribió una carta a Felipe II aconsejándole cancelar la empresa de Inglaterra, pero desgraciadamente sus consejos no fueron tenidos en cuenta.

Los antecedentes nos hacen suponer que otro gallo hubiera cantado si la “Gran Armada” hubiera estado a las órdenes de Álvaro de Bazán. Nunca lo sabremos, pese a que muchos historiadores extranjeros coinciden en afirmar que era el mejor almirante del momento. Oquendo pidió desesperadamente hacerse cargo de la flota, pero su demanda no solo fue desestimada sino que contribuyó a que se le relegara a un segundo plano.

Los orígenes de una gran dinastía

Álvaro de Bazán pertenece a uno de los principales linajes militares de España. Según los más prestigiosos genealogistas que investigaron sus orígenes, su parentesco entronca con don Iñigo López, hermano de Lope Íñiguez, quinto señor de Vizcaya. Su abuelo, Álvaro de Bazán, prestó grandes servicios a los Reyes Católicos. Tenía sus dominios en la ciudad de Benamaurel, desde donde participó con éxito en la conquista de Baza, enclave estratégico de la época. Los Reyes Católicos le otorgaron la encomienda de Castroverde en la Orden de Santiago, y bajo su mando combatió en la conquista de Granada. Fue también alcalde de Fiñana.

El primer Álvaro de Bazán, abuelo del que llegaría a ser Marqués de Santa Cruz, tomó con gran éxito las villas de Fonelas y Gorafe. Sus triunfos militares le permitieron acceder al círculo más íntimo de los Reyes Católicos, y fruto de su integración en la corte isabelina fue su matrimonio en 1490 con doña María Manuela, dama de honor de la reina Isabel La Católica e hija de uno de los nobles más importantes del momento, el duque de Badajoz.

La familia Bazán era originaria de Navarra, concretamente, como indica su apellido, del valle de Baztán. Sin embargo, sus parientes se trasladaron a Granada, donde nació don Álvaro el 12 de diciembre de 1526. Su familia se vinculó posteriormente a Gibraltar. Los Bazán fueron todos militares durante varias generaciones, y algunos de sus antepasados participaron junto a Sancho el Fuerte en la batalla de las Navas de Tolosa, donde acreditaron valentía y arrojo. Del mismo modo, Alfonso XI, llamado “el justiciero”, contó entre sus más leales con miembros de la familia Bazán, que combatieron junto a él en la batalla del Río Salado.

El origen navarro de la familia Bazán quedó recogido en las siguientes coplas:

Aunque reside en CastillaAquesta bien noble casta,Sus jaqueles y cuadrilla,De Navarra, do es su silla,Trae sus líneas y esto basta.

El padre de nuestro protagonista era conocido como Álvaro de Bazán “el viejo” para distinguirle de su hijo. Aunque no llegó a obtener el marquesado, fue también un marino relevante que sirvió con gran lealtad a los reyes hispánicos, además de hacer grandes aportaciones técnicas a la Armada. Durante la guerra de los comuneros tomó partido por el emperador Carlos V y participó en varias acciones significativas, como la victoria de Villalar, que consolidó al emperador. Fue también almirante de las galeras de España y participó en 1535 en la toma de Túnez, que se saldó con una importante victoria para el imperio.

La mayor parte de los conocimientos marítimos que tenía don Álvaro se los debía a su padre, quien desde muy temprana edad instruía a su hijo en el difícil arte de la navegación. Quizá se tomara muy a pecho el significado de su apellido Bazán, que quiere decir “soy uno”. Es evidente que don Álvaro no pudo tener mejor maestro, y como prueba de la estima que el emperador Carlos V le profesaba a su padre —Álvaro de Bazán “el viejo”—, el marqués de Santa Cruz recibió con solo dos años el hábito de Santiago, uno de los mayores honores de su época, máxime a tan temprana edad. Solo resulta explicable como un extraordinario premio a las acciones de su padre.

Don Álvaro de Bazán “el viejo” empezó su carrera militar en la caballería, pero ante los desafíos navales del imperio se convirtió en un gran marino. La primera oportunidad para demostrar sus dotes de mando le llegó en 1526, cuando Carlos V le nombró sustituto de Juan de Velasco en el cargo de General de las galeras de España. Allí demostró pericia y acierto. En 1531, el padre de Álvaro de Bazán patrulló con éxito las costas españolas, eliminó del Mediterráneo a muchos piratas berberiscos y conquistó Honain, controlando así la importante ciudad de Tremecen. Sus principales enemigos en aquella época eran los corsarios Cachidiábolo y Sinán “el judío”, que ante la iniciativa de Bazán “el viejo” desistieron de actuar en aguas hispanas. No consiguió, sin embargo, eliminar de raíz el peligro de los corsarios berberiscos. Una de sus hazañas más famosas fue derrotar y capturar a un temido corsario de la época que respondía al nombre de Jaban Arráez.

Álvaro de Bazán “el viejo” fue uno de los mejores almirantes de Carlos V, gloria que compartió con el marino genovés Andrea Doria. En el mar, el principal oponente de Carlos V era el emperador turco Solimán “el Magnífico”, cuyo imperio comprendía hasta el mismísimo Egipto desde que había derrotado a los mamelucos. Este, una vez finalizada su conquista en el Mediterráneo oriental, fijó su meta en el occidental. Allí le esperaba un enfrentamiento con el padre de Felipe II, con el que tenía deudas pendientes desde la conquista de Hungría donde se había enfrentado al hermano del emperador, Fernando. Solimán disponía de un ejército de unos cien mil hombres, fácilmente movilizables, y su imperio englobaba más de doce mil kilómetros cuadrados de territorio. Era muy supersticioso y le obsesionaba el número diez, su número mágico. Era el número de los discípulos de Mahoma, y el de los mandamientos. Él era el décimo miembro de su dinastía, y diez eran las esferas celestes según el islam. Su orgullo le impedía recibir a los embajadores de frente por lo que lo hacía de perfil, y en las audiencias jamás pronunciaba una sola palabra.

Para evitar la expansión de los turcos por las posesiones españolas, Carlos V va a liderar una liga contra Solimán que, aliado con Barbarroja, estaba creando serias dificultades a los Habsburgo. El rey de España estaba en inferioridad de condiciones frente a los turcos en el dominio del mar, pues la gran expansión del imperio otomano había obligado a los turcos a desarrollar mucho su armada.

La división en el bando cristiano impedía una gran coalición. El rey de Francia Francisco I, para escándalo de los católicos, estaba aliado con Solimán, al que daba todo su apoyo para debilitar a Carlos V. Por otra parte, Venecia se niega a ayudar, e incluso avisa a la Sublime Puerta de las intenciones de los españoles, ya que a la República Serenísima no le interesaba romper su tregua con los turcos.

A pesar de todo, con la ayuda del Papa, de Génova, de Malta y de Mónaco, España consigue articular una armada que se dirige a Corón para taponar las ínfulas expansionistas de los turcos. Al mando de esa escuadra se encuentra Andrea Doria, y como lugarteniente suyo, Álvaro de Bazán “el viejo”. Corría el año 1533 y se empezaba a articular una ofensiva frente al expansionismo otomano.

Las cuarenta y cuatro galeras que componían la flota conquistan Corón a los turcos. Estos, humillados, lanzan un contraataque que es repelido por Andrea Doria y Bazán “el viejo”. Posteriormente, dejarán Corón para regresar a Nápoles, pero antes aseguran la conquista destacando allí un pequeño ejército a las órdenes de Rodrigo Machicao.

Los Bazán en Gibraltar

La familia Bazán tenía sus dominios en Gibraltar, enclave estratégico muy importante desde donde se combatía constantemente a los piratas berberiscos. Cuando el marqués de Berlanga renuncia a su jurisdicción sobre Gibraltar, el emperador Carlos V piensa en don Álvaro “el viejo” y le nombra alcalde, aunque el mando efectivo se concede a su hijo, cargo que asumiría al alcanzar la mayoría de edad6.