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Amado y aborrecido es uno de los dramas teatrales de Pedro Calderón de la Barca. Suele emplear en ellos auspicios y profecías iniciales que desvían la atención del público, con componentes mitológicos, rasgos deudores de la obra de Lope de Vega y centrados en temas clásicos de la época como la religión, el amor y el honor.
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Seitenzahl: 105
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Pedro Calderón de la Barca
Saga
Amado y aborrecido Cover image: Shutterstock Copyright © 1640, 2020 Pedro Calderón de la Barca and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726497458
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Personas que hablan en ella:
Salen por una parte DANTE, y por otra AURELIO
AURELIO: ¿Dónde queda el rey?
DANTE: Detrás
de esos ribazos le dejo,
en el alcance empeñado
de un jabalí, cuyo riesgo
veloz Aminta su hermana
sigue también.
AURELIO: Según eso,
ocasión será de que
concluyamos nuestro duelo,
con la novedad que está
citado.
DANTE: Para ese efecto
esperando estaba a vista
de este edificio soberbio.
AURELIO: Pues llegad; solos estamos.
DANTE: ¡Ah del soberano centro
donde aprisionada vive
toda la región del fuego!
AURELIO: ¡Ah de la divina esfera
del sol más hermoso y bello
que, a pesar de opuestas nubes,
abrasa con sus reflejos!
DANTE: ¡Ah del alcázar de amor!
AURELIO: ¡Ah del abismo de celos!
DANTE: ¡Patria de la ingratitud!
AURELIO: ¡Monarquía del desprecio!
AURELIO y DANTE: ¡Ah de la torre!
En lo alto salen NISE yFLORA
FLORA y NISE: ¿Quién llama...
NISE: ...tan sin temor…
FLORA: ... tan sin miedo
a estos umbrales?
DANTE: Decid
a vuestro divino dueño...
AURELIO: Decid a la soberana
deidad de ese humano templo…
DANTE: ...que a ese mirador se ponga.
AURELIO: ...que salga a esa almena.
IRENE: ¡Cielos!
¿Quién para tanta osadía
ha tenido atrevimiento?
¿Quién aquí da voces?
AURELIO y DANTE: Yo.
IRENE: Ya con dos causas, no menos
que antes extrañé el oíros,
habré de extrañar el veros,
no tanto porque del rey
atropelléis los decretos,
no tanto porque de mí
aventuréis el respeto,
rompiendo el coto a la línea
de mi espíritu soberbio,
cuanto porque acrisoléis
la ingratitud de mi pecho,
que a par de los dioses juzga
lograr mármoles eternos.
Si de por sí cada uno,
aun en callados afectos
que apenas a estos umbrales
llegaron, cuando volvieron
castigados y no oídos,
examinó mis desprecios,
¿qué hará, unido de los dos,
ahora el atrevimiento?
¿Qué pretendéis? ¿Qué intentáis?
Y ¿con qué efecto, en efecto,
llegáis aquí? ¿Para qué
me dais voces?
AURELIO y DANTE: Para esto.
Sacan las espadas
AURELIO: Que si de ambos ofendida
estás, ambos pretendemos,
con librarte de una ofensa,
ganar un merecimiento.
DANTE: Y porque de su valor
quede el otro satisfecho,
queremos que seas testigo
tú misma de nuestro esfuerzo.
AURELIO: Ya partido el sol está,
pues el sol nos está viendo.
DANTE: Yo, porque no esté partido,
lidiaré por verle entero.
Riñen
IRENE: Tened, tened las espadas;
templad los rayos de acero;
mirad que aun el vencedor
la esgrime contra sí mesmo,
pues no es menor el peligro
de vivir que quedar muerto.
Siguen riñendo
AURELIO: ¡Qué valor!
DANTE: ¡Qué bizarría!
IRENE: Llamad quien de tanto empeño
el riesgo excuse.
NISE: ¡Ah del monte!
FLORA: ¡Cazadores y monteros
del rey!
Dentro
VOZ: De la torre llaman.
Acudid, acudid presto.
AURELIO: ¡Que no acabe con tu vida!
DANTE: ¡Que dures tanto!
Salen el REY y gente
REY: ¿Qué es esto?
AURELIO y DANTE: Nada, señor.
IRENE: (Las almenas Aparte
dejaré. Y pues al rey tengo
tan cerca de mí, han de hablarle
claros hoy mis sentimientos.)
Vase
REY: ¿Qué es esto?, digo otra vez;
y no ya porque pretendo
que afectado el disimulo
desvelar quiera el intento,
sino porque ya empeñado
estoy en que he de saberlo.
¿Qué es esto, Dante?
DANTE: Señor,
no lo sé.
REY: ¿Qué es esto, Aurelio?
AURELIO: Tampoco sabré decirlo.
REY: ¡Oh, qué recato tan necio
y tan fuera de que llegue
a conseguirse! Y, supuesto
que lo he de saber, mirad
que casi toca el silencio
en especie de traición.
DANTE: A esa fuerza...
AURELIO: A ese precepto...
DANTE: ...la causa, señor...
AURELIO: ...la causa...
REY: Decid.
DANTE: ...es amor.
AURELIO: ...son celos.
REY: Aunque celos y amor sea
respuesta bastante, puesto
que ellos son de acciones tales
culpa disculpada, quiero
más por extenso informarme
de la causa porque, siendo,
como sois, en paz y en guerra
los dos polos de mi imperio,
con quien igual he partido
la gravedad de su peso,
A DANTE
valeroso tú en las armas,
A AURELIO
político tú al gobierno,
no es justo, habiendo llegado
yo, dejar pendiente el duelo
para otra ocasión; y así
he de informarme, primero
que le ajuste, de la causa
que tenéis.
DANTE: Yo fío de Aurelio
tanto, señor --porque al fin,
sobre ser quien es, le tengo
por competidor y mal,
sin ser noble, podía serlo--,
que lo que él diga será
la verdad; y así te ruego
la oigas dél, pues cuando no
estuviera satisfecho
de su valor y su sangre,
por no decirla yo, pienso
que me dejara vencer,
aun en lo dudoso, a precio
de que mi voz no rompiera
las cárceles del silencio.
AURELIO: Cuando no me diera Dante
licencia de hablar primero,
la pidiera yo, porqué
tan obediente al precepto
de tu voz estoy que, al ver
que tú gustas de saberlo,
aunque es mi afecto tan noble
como el suyo, hiciera menos
en callarlo que en decirlo.
Y es fácil el argumento,
pues en materias de amor
siempre calla un caballero
y no siempre un rey pregunta.
DANTE: Dices bien, y yo me alegro
que en callar y hablar los dos
tan de un parecer estemos
que, hablando tú y yo callando,
quedemos los dos bien puestos.
AURELIO: Un día, señor...
Salen AMINTA y damas
AMINTA: Hermano,
¿qué es la causa que te ha hecho
dejar la caza y venir
otra novedad siguiendo?
REY: De Aurelio, Aminta, lo oirás,
pues que llegas a buen tiempo.
DANTE: (No llega sino a bien malo.) Aparte
REY: Prosigue, pues.
AURELIO: Oye atento.
Un día, señor, que a caza
saliste a este sitio ameno,
y yo contigo, llamado
de la ladra de sabuesos
y ventores, que lidiaban
con un jabalí en lo espeso
del monte, di de los pies
a un veloz caballo, a tiempo
que impacientes dos lebreles,
por llegar a socorrerlos,
antes que de la traílla
les diese suelta el montero,
le arrastraban por las breñas,
de suerte libres y presos
que, con cadena y sin tino,
iban atados y sueltos.
Pasaron por donde estaba
y, enredándose ligeros
entre los pies del caballo,
desatentado y soberbio
con ellos lidió, hasta que,
mal desenlazado de ellos,
el eslabón a un collar
rompió, y la obediencia al freno,
tal que de una en otra peña,
sin darse a partido al tiento
de la rienda, disparó,
hasta que, chocando ciego
con lo espeso de unas jaras,
perdió, con el contratiempo,
tierra tan dichosamente
que, él embazado y yo atento,
desamparamos iguales
yo la silla y él el dueño.
Aquí, al cobrarle la rienda,
se enarboló en dos pies puesto
y, llevándome tras sí,
partimos los elementos,
pues el mar de mi sudor
y de su cólera el fuego,
dejándome con la tierra,
le vieron ir con el viento.
Solo y a pie en la espesura,
ni bien vivo ni bien muerto,
sin saber dónde, quedé.
Preguntarásme a qué efecto,
hablándome tú en mi amor,
te respondo yo en mi riesgo.
Pues escucha; que no acaso
te he contado todo esto;
porque, hallándome, según
dirá después el suceso,
dentro del vedado coto
que tienes, gran señor, puesto
a la libertad de Irene,
fue justo decir primero
la disculpa con que yo
romperle pude, supuesto
que fue por culpa de un bruto;
que no pudieran con menos
violento acaso quebrar
mis lealtades tus preceptos.
Solo y a pie, como he dicho,
sin norte, sin guía, sin tiento,
me hallé en la inculta maleza,
las vagas huellas siguiendo
de las fieras que, perdidas
tal vez, tal cobradas, dieron
conmigo en la verde margen
de un cristalino arroyuelo
que, del monte despeñado,
descansaba en un pequeño
remanso, y para correr
paraba a tomar esfuerzo.
¡Oh cómo sin elección
del humano entendimiento
sabe mostrarse el peligro,
sabe sucederse el riesgo!
Dígalo yo; pues llevado
de mí sin mí, discurriendo
al arbitrio del destino
--que homicida de sí mesmo,
sin saber dónde guía, sabe
dónde está el peligro, haciendo
de las señas del escollo
seguridades del puerto--,
me vi, cuando juzgué a vista
de los descansos, oyendo
de no sé qué humana voz
los mal distintos acentos,
y tan lejos del alivio
que, áspid engañoso el eco,
en las lisonjas del aire
escondía su veneno.
Estaba en la verde esfera
del más intrincado seno,
tejido coro de ninfas
como guardándole el sueño
a una deidad, recostada
en el apacible lecho
que de flores, yerba y rosa
estaba el aura mullendo.
No te quiero encarecer
su perfección; sólo quiero,
para disculpa, que sepas
que vi y amé tan a un tiempo
que, entre dos cosas no pude
distinguir cuál fue primero,
pues juzgo que volví amando
aun antes de llegar viendo.
Apenas entre las ramas
el templado ruido oyeron
de las hojas que movía
la inquietud de mi silencio
cuando todas asustadas
por las malezas huyeron
del monte. Quise seguirlas,
mas no pude; que, resuelto
delante un guarda me puso
el arcabuz en el pecho,
diciéndome que me diese
a prisión, por haber hecho
contra las órdenes tuyas
tan notable atrevimiento
como haber roto la línea
de aquese vedado cerco.
Dije quién era y la causa,
a cuya disculpa atento,
disimulando conmigo,
guïó mis pasos, diciendo
lo que yo le dije a Dante
después, de cuyo secreto
vino a originarse en ambos
la ocasión de nuestro duelo,
que fue que aquel bello asombro,
aquel hermoso portento,
era Irene.
REY: Calla, calla,
no prosigas; que no quiero
saber que traidor tu engaño
adora lo que aborrezco.
Mujer, enemiga mía,
sangre aleve de quien... (Pero Aparte
¿a mí puede destemplarme
tanto ningún sentimiento?)
¿Es ella, Dante, también
la que tú adoras?
DANTE: Supuesto
que yo el secreto no he dicho,
poco importa del secreto
que diga la circunstancia.
Sí, señor, pero advirtiendo...
(Perdone Aminta.) Aparte
AMINTA: (¡Ay de mí! Aparte
¿Qué escucho?)
DANTE: ...que fue primero...
AMINTA: (¡Ah, ingrato amante!) Aparte
DANTE: ...mi amor...
REY: ¿Qué?
DANTE: ...que tu aborrecimiento.
REY: ¿Primero tu amor? Prosigue.
¿De qué suerte?
DANTE: Escucha atento.
Lo que por mayor supiste
sabrás por menor; que temo,
por obligar lo que adoro,
enojar lo que aborrezco.
AMINTA: (¡Oh, quiera Amor que yo pueda Aparte
reprimir mis sentimientos!)
DANTE: Lidógenes, rey de Egnido,
tributario del imperio
de Chipre, que largos años
te deje gozar el cielo,
en campaña contra ti
puso sus armas, diciendo
que no había de pagarte
aquel heredado feudo
que a tu corona tributan
los avasallados reinos
que el Archipiélago baña,
porque el de Egnido era esento
a causa de no sé qué
mal honestados pretextos,
que no me toca argüirlos,
aunque me tocó vencerlos.
Tú indignado preveniste
tus armadas huestes, siendo
yo su general, a quien
honraron con este puesto
siempre, señor, tus favores
más que mis merecimientos.
Con ellas, pues, salí en busca
de tu enemigo; y, supuesto
que sabes que le vencí,
sólo en esta parte quiero,
por lo que al suceso toca,
eslabonar el suceso.
Y así diré solamente
que aquel día en que vi puesto
de la fortuna al arbitrio
todo el poder de tu imperio,
fauto para mí e infausto
fue, pues me vi a un mismo tiempo
ser vencedor y vencido,
cuando, en fuga el campo puesto
de Lidógenes, que iba
desbaratado y deshecho,
entre el bélico aparato
de tanto marcial estruendo,
tanto militar asombro
reconocí un caballero
que a todos sobresalía
por ser su arnés un espejo
en quien se miraba el sol,
que, blandiendo herrado el fresno,
la sobrevista calada,
en un bruto tan ligero
que pareció que volaba
con las plumas de su dueño,
de las desmandadas tropas
que iban por el campo huyendo
el desorden reducía,
valiente, animoso y diestro,
solicitando rehacerlas
para empeñarlas de nuevo,
por ver si así mejoraba
de fortuna en el reencuentro.
Puse en él los ojos y él,
adivinando mi intento,
que a veces el corazón
habla de parte de adentro,
saliéndome al paso, hizo
elección de mejor puesto,
ocupando de un ribazo
la loma, cuyo terreno,
algo pendiente, le hacía
ventajoso, donde habiendo
proporcionado a su juicio
la distancia del encuentro,
pasó de la cuja al ristre