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Amado y aborrecido. Pedro Calderón de la Barca Fragmento de la obra Jornada primera Salen por una parte Dante, y por otra Aurelio Aurelio: ¿Dónde queda el rey? Dante: Detrás de esos ribazos le dejo, en el alcance empeñado de un jabalí, cuyo riesgo veloz Aminta su hermana sigue también. Aurelio: Según eso, ocasión será de que concluyamos nuestro duelo, con la novedad que está citado. Dante: Para ese efecto esperando estaba a vista de este edificio soberbio. Aurelio: Pues llegad; solos estamos. Dante: ¡Ah del soberano centro donde aprisionada vive toda la región del fuego! Aurelio: ¡Ah de la divina esfera del Sol más hermoso y bello que, a pesar de opuestas nubes, abrasa con sus reflejos!
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Seitenzahl: 107
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Pedro Calderón de la Barca
Amado y aborrecido
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Acompañamiento
Aminta, dama, hermana del rey
Aurelio, galán
Clori, dama
Criado
Dante, galán
Diana, diosa
Flora, dama
Irene, dama, infanta de Egnido
Laura, dama
Lidoro, galán
Malandrín, gracioso
Música
Nise, dama
Rey de Chipre
Venus, diosa
Título original: Amado y aborrecido.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9007-037-6.
ISBN rústica: 978-84-9816-393-3.
ISBN ebook: 978-84-9897-104-0.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 53
Jornada tercera 109
Libros a la carta 169
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
Salen por una parte Dante, y por otra Aurelio
Aurelio ¿Dónde queda el rey?
Dante Detrás
de esos ribazos le dejo,
en el alcance empeñado
de un jabalí, cuyo riesgo
veloz Aminta su hermana
sigue también.
Aurelio Según eso,
ocasión será de que
concluyamos nuestro duelo,
con la novedad que está
citado.
Dante Para ese efecto
esperando estaba a vista
de este edificio soberbio.
Aurelio Pues llegad; solos estamos.
Dante ¡Ah del soberano centro
donde aprisionada vive
toda la región del fuego!
Aurelio ¡Ah de la divina esfera
del Sol más hermoso y bello
que, a pesar de opuestas nubes,
abrasa con sus reflejos!
Dante ¡Ah del alcázar de amor!
Aurelio ¡Ah del abismo de celos!
Dante ¡Patria de la ingratitud!
Aurelio ¡Monarquía del desprecio!
Aurelio y Dante ¡Ah de la torre!
(En lo alto salen Nise y Flora.)
Flora y Nise ¿Quién llama...
Nise ...tan sin temor...
Flora ...tan sin miedo
a estos umbrales?
Dante Decid
a vuestro divino dueño...
Aurelio Decid a la soberana
deidad de ese humano templo...
Dante ...que a ese mirador se ponga.
Aurelio ...que salga a esa almena.
Irene ¡Cielos!
¿Quién para tanta osadía
ha tenido atrevimiento?
¿Quién aquí da voces?
Aurelio y Dante Yo.
Irene Ya con dos causas, no menos
que antes extrañé el oíros,
habré de extrañar el veros,
no tanto porque del rey
atropelléis los decretos,
no tanto porque de mí
aventuréis el respeto,
rompiendo el coto a la línea
de mi espíritu soberbio,
cuanto porque acrisoléis
la ingratitud de mi pecho,
que a par de los dioses juzga
lograr mármoles eternos.
Si de por sí cada uno,
aun en callados afectos
que apenas a estos umbrales
llegaron, cuando volvieron
castigados y no oídos,
examinó mis desprecios,
¿qué hará, unido de los dos,
ahora el atrevimiento?
¿Qué pretendéis? ¿Qué intentáis?
Y ¿con qué efecto, en efecto,
llegáis aquí? ¿Para qué
me dais voces?
Aurelio y Dante Para esto.
(Sacan las espadas.)
Aurelio Que si de ambos ofendida
estás, ambos pretendemos,
con librarte de una ofensa,
ganar un merecimiento.
Dante Y porque de su valor
quede el otro satisfecho,
queremos que seas testigo
tú misma de nuestro esfuerzo.
Aurelio Ya partido el Sol está,
pues el Sol nos está viendo.
Dante Yo, porque no esté partido,
lidiaré por verle entero.
(Riñen.)
Irene Tened, tened las espadas;
templad los rayos de acero;
mirad que aun el vencedor
la esgrime contra sí mesmo,
pues no es menor el peligro
de vivir que quedar muerto.
(Siguen riñendo.)
Aurelio ¡Qué valor!
Dante ¡Qué bizarría!
Irene Llamad quien de tanto empeño
el riesgo excuse.
Nise ¡Ah del monte!
Flora ¡Cazadores y monteros
del rey!
(Dentro.)
Voz De la torre llaman.
Acudid, acudid presto.
Aurelio ¡Que no acabe con tu vida!
Dante ¡Que dures tanto!
(Salen el Rey y gente.)
Rey ¿Qué es esto?
Aurelio y Dante Nada, señor.
Irene (Aparte.) (Las almenas
dejaré. Y pues al rey tengo
tan cerca de mí, han de hablarle
claros hoy mis sentimientos.)
(Vase.)
Rey ¿Qué es esto?, digo otra vez;
y no ya porque pretendo
que afectado el disimulo
desvelar quiera el intento,
sino porque ya empeñado
estoy en que he de saberlo.
¿Qué es esto, Dante?
Dante Señor,
no lo sé.
Rey ¿Qué es esto, Aurelio?
Aurelio Tampoco sabré decirlo.
Rey ¡Oh, qué recato tan necio
y tan fuera de que llegue
a conseguirse! Y, supuesto
que lo he de saber, mirad
que casi toca el silencio
en especie de traición.
Dante A esa fuerza...
Aurelio A ese precepto...
Dante ...la causa, señor...
Aurelio ...la causa...
Rey Decid.
Dante ...es amor.
Aurelio ...son celos.
Rey Aunque celos y amor sea
respuesta bastante, puesto
que ellos son de acciones tales
culpa disculpada, quiero
más por extenso informarme
de la causa porque, siendo,
como sois, en paz y en guerra
los dos polos de mi imperio,
con quien igual he partido
la gravedad de su peso,
(A Dante.) valeroso tú en las armas,
(A Aurelio.) político tú al gobierno,
no es justo, habiendo llegado
yo, dejar pendiente el duelo
para otra ocasión; y así
he de informarme, primero
que le ajuste, de la causa
que tenéis.
Dante Yo fío de Aurelio
tanto, señor —porque al fin,
sobre ser quien es, le tengo
por competidor y mal,
sin ser noble, podía serlo—,
que lo que él diga será
la verdad; y así te ruego
la oigas dél, pues cuando no
estuviera satisfecho
de su valor y su sangre,
por no decirla yo, pienso
que me dejara vencer,
aun en lo dudoso, a precio
de que mi voz no rompiera
las cárceles del silencio.
Aurelio Cuando no me diera Dante
licencia de hablar primero,
la pidiera yo, porqué
tan obediente al precepto
de tu voz estoy que, al ver
que tú gustas de saberlo,
aunque es mi afecto tan noble
como el suyo, hiciera menos
en callarlo que en decirlo.
Y es fácil el argumento,
pues en materias de amor
siempre calla un caballero
y no siempre un rey pregunta.
Dante Dices bien, y yo me alegro
que en callar y hablar los dos
tan de un parecer estemos
que, hablando tú y yo callando,
quedemos los dos bien puestos.
Aurelio Un día, señor...
(Salen Aminta y damas.)
Aminta Hermano,
¿qué es la causa que te ha hecho
dejar la caza y venir
otra novedad siguiendo?
Rey De Aurelio, Aminta, lo oirás,
pues que llegas a buen tiempo.
Dante (Aparte.) (No llega sino a bien malo.)
Rey Prosigue, pues.
Aurelio Oye atento.
Un día, señor, que a caza
saliste a este sitio ameno,
y yo contigo, llamado
de la ladra de sabuesos
y ventores, que lidiaban
con un jabalí en lo espeso
del monte, di de los pies
a un veloz caballo, a tiempo
que impacientes dos lebreles,
por llegar a socorrerlos,
antes que de la traílla
les diese suelta el montero,
le arrastraban por las breñas,
de suerte libres y presos
que, con cadena y sin tino,
iban atados y sueltos.
Pasaron por donde estaba
y, enredándose ligeros
entre los pies del caballo,
desatentado y soberbio
con ellos lidió, hasta que,
mal desenlazado de ellos,
el eslabón a un collar
rompió, y la obediencia al freno,
tal que de una en otra peña,
sin darse a partido al tiento
de la rienda, disparó,
hasta que, chocando ciego
con lo espeso de unas jaras,
perdió, con el contratiempo,
tierra tan dichosamente
que, él embazado y yo atento,
desamparamos iguales
yo la silla y él el dueño.
Aquí, al cobrarle la rienda,
se enarboló en dos pies puesto
y, llevándome tras sí,
partimos los elementos,
pues el mar de mi sudor
y de su cólera el fuego,
dejándome con la tierra,
le vieron ir con el viento.
Solo y a pie en la espesura,
ni bien vivo ni bien muerto,
sin saber dónde, quedé.
Preguntarásme a qué efecto,
hablándome tú en mi amor,
te respondo yo en mi riesgo.
Pues escucha; que no acaso
te he contado todo esto;
porque, hallándome, según
dirá después el suceso,
dentro del vedado coto
que tienes, gran señor, puesto
a la libertad de Irene,
fue justo decir primero
la disculpa con que yo
romperle pude, supuesto
que fue por culpa de un bruto;
que no pudieran con menos
violento acaso quebrar
mis lealtades tus preceptos.
Solo y a pie, como he dicho,
sin norte, sin guía, sin tiento,
me hallé en la inculta maleza,
las vagas huellas siguiendo
de las fieras que, perdidas
tal vez, tal cobradas, dieron
conmigo en la verde margen
de un cristalino arroyuelo
que, del monte despeñado,
descansaba en un pequeño
remanso, y para correr
paraba a tomar esfuerzo.
¡Oh cómo sin elección
del humano entendimiento
sabe mostrarse el peligro,
sabe sucederse el riesgo!
Dígalo yo; pues llevado
de mí sin mí, discurriendo
al arbitrio del destino
—que homicida de sí mesmo,
sin saber dónde guía, sabe
dónde está el peligro, haciendo
de las señas del escollo
seguridades del puerto—,
me vi, cuando juzgué a vista
de los descansos, oyendo
de no sé qué humana voz
los mal distintos acentos,
y tan lejos del alivio
que, áspid engañoso el eco,
en las lisonjas del aire
escondía su veneno.
Estaba en la verde esfera
del más intrincado seno,
tejido coro de ninfas
como guardándole el sueño
a una deidad, recostada
en el apacible lecho
que de flores, yerba y rosa
estaba el aura mullendo.
No te quiero encarecer
su perfección; solo quiero,
para disculpa, que sepas
que vi y amé tan a un tiempo
que, entre dos cosas no pude
distinguir cuál fue primero,
pues juzgo que volví amando
aun antes de llegar viendo.
Apenas entre las ramas
el templado ruido oyeron
de las hojas que movía
la inquietud de mi silencio
cuando todas asustadas
por las malezas huyeron
del monte. Quise seguirlas,
mas no pude; que, resuelto
delante un guarda me puso
el arcabuz en el pecho,
diciéndome que me diese
a prisión, por haber hecho
contra las órdenes tuyas
tan notable atrevimiento
como haber roto la línea
de aquese vedado cerco.
Dije quién era y la causa,
a cuya disculpa atento,
disimulando conmigo,
guió mis pasos, diciendo
lo que yo le dije a Dante
después, de cuyo secreto
vino a originarse en ambos
la ocasión de nuestro duelo,
que fue que aquel bello asombro,
aquel hermoso portento,
era Irene.
Rey Calla, calla,
no prosigas; que no quiero
saber que traidor tu engaño
adora lo que aborrezco.
Mujer, enemiga mía,
(Aparte.) sangre aleve de quien... (Pero
¿a mí puede destemplarme
tanto ningún sentimiento?)
¿Es ella, Dante, también
la que tú adoras?
Dante Supuesto
que yo el secreto no he dicho,
poco importa del secreto
que diga la circunstancia.
Sí, señor, pero advirtiendo...
(Aparte.) (Perdone Aminta.)
Aminta (Aparte.) (¡Ay de mí!
¿Qué escucho?)
Dante ...que fue primero...
Aminta (Aparte.) (¡Ah, ingrato amante!)
Dante ...mi amor...
Rey ¿Qué?
Dante ...que tu aborrecimiento.
Rey ¿Primero tu amor? Prosigue.
¿De qué suerte?
Dante Escucha atento.
Lo que por mayor supiste
sabrás por menor; que temo,
por obligar lo que adoro,
enojar lo que aborrezco.
Aminta (Aparte.) (¡Oh, quiera Amor que yo pueda
reprimir mis sentimientos!)
Dante Lidógenes, rey de Egnido,
tributario del imperio
de Chipre, que largos años
te deje gozar el cielo,
en campaña contra ti
puso sus armas, diciendo
que no había de pagarte
aquel heredado feudo
que a tu corona tributan
los avasallados reinos
que el Archipiélago baña,
porque el de Egnido era esento
a causa de no sé qué
mal honestados pretextos,
que no me toca argüirlos,
aunque me tocó vencerlos.
Tú indignado preveniste
tus armadas huestes, siendo
yo su general, a quien
honraron con este puesto
siempre, señor, tus favores
más que mis merecimientos.
Con ellas, pues, salí en busca
de tu enemigo; y, supuesto
que sabes que le vencí,
solo en esta parte quiero,
por lo que al suceso toca,
eslabonar el suceso.
Y así diré solamente
que aquel día en que vi puesto
de la fortuna al arbitrio