Amantes de nuevo - Linda Goodnight - E-Book
SONDERANGEBOT

Amantes de nuevo E-Book

LINDA GOODNIGHT

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Había cambiado mucho... pero seguía acelerándole el corazón con sólo mirarla Julianna Reynolds había abandonado su pueblo por la gran ciudad, pero ahora había vuelto a Oklahoma... y al hombre que había dejado atrás. Lo que no sabía era que el salvaje Tate McIntyre se había convertido en un competente sheriff. Era una lástima que no la hubiera perdonado por dejarlo sin darle una explicación. Y cuando Tate se enteró de que también había mantenido en secreto a su pequeña, Julianna supo que tenía un gran problema. Solucionar el pasado no iba a resultar fácil. ¿Qué pasaría cuando le dijera que para salvar a su hija tendrían que tener otro bebé?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 213

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Linda Goodnight

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amantes de nuevo, n.º 5511 - febrero 2017

Título original: Saved by the Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8800-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Cinco pavos y una botella de Bud a que no aguanta ni dos días.

Jeet Hammond apoyó el codo sobre el mostrador de la tienda de donuts de Harper y señaló con su taza de café hacia la morena de piernas largas que salía del establecimiento. Sin mucho interés, el sheriff Tate McIntyre miró a la mujer. No tenía ni idea de quién estaba hablando su ayudante ni le importaba. Tate no tenía ni el tiempo ni las ganas de preocuparse por las mujeres.

Con una sonrisa le recordó a su ayudante lo que todo el mundo en el condado ya sabía.

—No apuestes cerveza, Jeet. Sabes que no bebo.

Pocas personas conocían las razones de aquello.

—Lo sé, lo sé, ni tampoco haces apuestas. Pero yo aun sí.

Tate se rió y se acabó lo que le quedaba del casi famoso pastel de Clare Harper. En ese momento el caprichoso viento de Oklahoma pasó por entre las esculturales piernas de aquella mujer haciendo que la falda se le levantara ligeramente, y él se dio cuenta en ese momento de quién era. De pronto el pastel parecía tan pesado en su estómago como una sandía. No tenía ni idea de que ella hubiese vuelto a la ciudad.

Jeet miró con malicia cómo la falda se le levantaba.

—Más alto, más alto. Dios mío, tiene las piernas más bonitas que jamás he visto. Seguro que la gente pagará bien para sacarles fotos.

—Si tu mujer te escuchara hablar de cerveza y las piernas de una mujer al mismo tiempo, volverías a dormir en mi casa.

Jeet tuvo la delicadeza de parecer culpable, pero continuó mirando a la mujer hasta que desapareció de su vista.

—Tienes razón —dijo Jeet con un suspiro—, pero, Tate, viejo amigo, incluso un caso perdido como tú tiene que sentirse afectado cuando Julianna Reynolds reaparece en la ciudad después de tanto tiempo.

Tate se movió en su asiento y trató de concentrarse sólo en su café. Claro que lo afectaba, pero no de la manera que Jeet imaginaba. Diez años atrás, cuando Julee se había ido de su lado se había llevado consigo algo que no había podido recuperar, sus últimos veinte dólares y una parte importante de su corazón. No tenía intención de dejarse hacer daño por nadie de aquella forma nunca más.

—Si tanto éxito ha tenido, ¿cómo es que nunca hemos visto fotos de ella? —preguntó Jeet mirando por el escaparate.

—Es modelo de piernas, Jeet. Es difícil reconocer a una persona por sus piernas.

Lo que no dijo Tate fue que él había sido capaz de reconocer a Julee cada vez que había visto sus maravillosas piernas en algún anuncio o revista. Si pensaba en ello, aún podía sentir la suavidad de su piel. Pero definitivamente no iba a pensar en ello. No en aquel momento. Ni nunca.

—Algunos dijeron que era ella la de aquella película del año pasado sobre una bailarina de ballet.

—Sí, eso había oído.

—Tío, esa valla publicitaria de la interestatal casi hizo que me saliera de la carretera la primera vez que la vi. Apuesto a que era ella.

Era Julee, sí. Tate había conducido hasta allí y había tenido que hacer algún que otro control a los conductores. Se había pasado media noche sentado allí, contemplando aquellas maravillosas piernas y reviviendo aquel recuerdo que lo perseguía.

Tate dio un sorbo al café para borrar la amargura que aparecía cada vez que recordaba a la mujer a la que había amado tanto como para dar su vida por ella. Él no había sido lo suficientemente bueno para ella. Lo había sabido en su momento y aún lo sabía. Ella merecía una vida mejor y ambos sabían que él no podía dársela.

Tate dejó varios billetes sobre el mostrador y se levantó

—Vamos, Jeet. La comida se ha acabado y tenemos mucho trabajo que hacer.

—Me pregunto qué estará haciendo aquí después de tantos años.

Eso era lo que Tate se preguntaba también.

 

 

Julianna Reynolds estaba en una misión.

Con paso firme se dirigió por la calle soleada hacia el Ayuntamiento de Blackwood. Se ponía más nerviosa a cada paso que daba hacia el hombre que poseía todo su mundo en sus manos. Él estaba casado, era feliz y tenía éxito. Ella nunca había planeado interferir en la vida que él había elegido, pero la desesperación implicaba medidas desesperadas. De algún modo conseguiría que cooperara sin llegar a decirle el verdadero motivo de su regreso a Blackwood. Se lo debía.

El enorme reloj que había en la funeraria de Evans marcaba poco más de las doce. Julianna se estremeció al ver aquel recordatorio de la muerte, el horrible buitre que se cernía sobre ella día y noche. La muerte era su enemiga y se acercaba más a cada momento. Sólo el poder divino y las modernas tecnologías mantenían al monstruo a distancia por el momento.

La cálida brisa de primavera extendía el aroma de los tulipanes que había a los lados de las escaleras que daban acceso al Ayuntamiento. Sin pararse a contemplar su belleza, Julianna empujó las pesadas puertas y entró.

Megan, su única hija, la luz de su vida, su razón para vivir, se estaba muriendo. Sólo un transplante de médula podía salvarla, y tras semanas de pruebas no se había encontrado ningún donante apropiado. Así que Julianna había hecho lo que se había jurado no hacer nunca. Había echado cuatro cosas en una bolsa y había ido a Blackwood para encontrar al padre de Megan. Había ido a buscar a Tate McIntyre.

No había nadie en el mostrador de recepción que había junto a la puerta de madera donde podía leerse un cartel en el que ponía «Sheriff del Condado». Julianna se detuvo para reunir el coraje antes de abrir la puerta. Su seguridad menguaba mientras ella sentía la garganta cada vez más seca. ¿Qué ocurriría si él se negaba? ¿Y si aquel plan para salvar a Megan fracasaba? Tomó aliento y giró el pomo que daba acceso a la oficina de Tate.

La puerta estaba cerrada con llave. Desilusionada, apoyó la frente contra el cristal.

—¿Buscas a alguien?

Al oír aquella voz grave y profunda, Julianna se dio la vuelta. Tate McIntyre, mucho más guapo de como ella lo recordaba, estaba de pie unos metros más allá.

En ese momento le dio un vuelco el corazón. Estaba asustada, no atraída, aunque cualquier mujer sobre la tierra se fijaría en aquel hombre alto y moreno.

Bajo su uniforme y sus botas marrones, seguía siendo Tate, aunque con cambios evidentes. Delgado y con aspecto duro, seguía recordando a un marine. Aquel cuerpo alto y fuerte llenaba a la perfección la camisa de sheriff y el color verde aceituna resaltaba su piel bronceada y sus ojos verdes. Su pelo castaño oscuro estaba más corto que antes, y su corte casi militar resaltaba sus mejillas. A Julianna se le encogió el estómago. El chico guapo se había convertido en un hombre imponente, un hombre que había elegido a otra mujer en vez de a ella.

En ese momento se escuchó una radio de policía. Tate inclinó la cabeza para escuchar sin dejar de mirarla un solo momento.

Julianna había pensado en él muchas veces durante los últimos diez años, pero nada podía haberla preparado para aquel momento. Las antiguas emociones amenazaban con salir mientras ella miraba ensimismada al hombre al que una vez había amado con toda su pasión adolescente. Tuvo que reprimir sus emociones. Tate era el pasado, y ella estaba allí por Megan, sólo por Megan.

 

 

Casi sin aliento, Tate se quedó mirando a aquella mujer alta y morena que tenía enfrente. Julee Reynolds no sólo estaba de vuelta en la ciudad, sino que estaba de pie junto a su oficina, mirándolo ansiosa con sus ojos azules que amenazaban con minar su determinación de no involucrarse sentimentalmente con una mujer nunca más.

A él siempre le había parecido atractiva, a pesar de que los otros chicos la llamasen Olivia y larguirucha, pero los años trabajando en una industria donde la belleza lo era todo, habían conseguido transformar esos rasgos en ventajas. Tate no quería sentir todo aquello, ni darse cuenta de los cambios, pero no podía evitarlo.

—Hola, Tate.

Ella extendió la mano. Él se la estrechó y el escalofrío que sintieron los dos fue evidente a primera vista. Ella era cálida, suave y… era Julee, la mujer que se había llevado su corazón a Los Ángeles y que nunca se lo había devuelto. Por eso no podía respirar, ni hablar. Ni siquiera podía pensar.

Al igual que su padre, Julee había sido relegada a un archivo mental de casos sin resolver, para que él pudiera continuar con su vida. Quizá por eso el verla le afectaba tanto y hacía revivir unos sentimientos no deseados. El tiempo y el trabajo duro habían ayudado a borrar casi todo el dolor, pero nada había conseguido llenar el vacío que Julianna había dejado el día que se subió a aquel autobús y salió de su vida.

Él sabía entonces que ella debía darle una oportunidad al mundo de la moda, quería que lo intentara. Ella y su madre habían perdido su casa. Él no se había dado cuenta de lo mucho que le dolería cuando ella se marchara y no regresara, sobre todo después de la lesión que acabó con su carrera futbolística. Finalmente el dolor se había convertido en resentimiento y el resentimiento en amargura. Había caído en un agujero negro tras su marcha y casi se había destruido a sí mismo. Desde entonces había mantenido su corazón encerrado con llave, asegurándose de no volver a sufrir ningún rechazo semejante nunca más.

Si tenía un poco de sentido, averiguaría lo que quería y la mandaría de nuevo a Los Ángeles lo antes posible.

—¿Cómo estás? —preguntó ella con esa voz dulce que una vez lo había hecho enloquecer.

—Bien, ¿y tú? —dijo él haciendo un esfuerzo por soltarle la mano para abrir el despacho y poder entrar.

La dejó entrar a ella primero, deleitándose con su perfuma mientras entraba. No podía saber cuál era. No era bueno en ese tipo de cosas, aunque podía oler a un conductor borracho con los ojos cerrados.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo ella mientras echaba un vistazo al viejo despacho que a él tanto le había costado ganarse. El escritorio, que siempre estaba hecho un desastre, parecía peor aquel día. El aparato de aire acondicionado hacía ruido y había polvo por todas partes. A sus ojos de la gran ciudad, acostumbrados a lo mejor, Tate se imaginaba que le parecería un agujero inmundo.

—Mucho tiempo —repitió él mirando al calendario que había en la mesa. Nueve años, siete meses y trece días, para ser exactos. La fecha en que lo dejó era una cicatriz permanente en su corazón, como un mal tatuaje que ninguna cirugía lograba quitar—. Oí que te las has apañado bien sola.

—¿Oíste?

Él se encogió de hombros. No iba a hacerle saber lo mucho que había apreciado cualquier mínima información. Incluso había fantaseado con la posibilidad de que regresara, sola y destrozada. En sus sueños, él era el único hombre que ella necesitaba, el único que podía ayudarla. Pero eso había sido cuando no era más que un crío que soñaba con lo imposible.

Tate cambió el peso de su rodilla mala a la otra. El tiempo debía de estar cambiando para que la vieja lesión le doliera tanto. O quizá eran las dieciocho horas de trabajo que llevaba encima, la mitad de ellas de pie buscando a los padres de un niño perdido. Pero no se quejaba. Se había sentido inmensamente rico al devolver al niño a sus padres.

Sabía que su postura lo había delatado ante Julee, que lo había visto cambiar de posición. Aunque su atención era puramente curiosa, el cuerpo de Tate iba poniéndose cada vez más caliente.

—Nunca tuve la posibilidad de decirte lo mucho que lamenté lo de tu rodilla. ¿Aún te molesta?

Así que lo sabía. Y nunca había llamado. Aparentemente no había vuelto a pensar en él desde que se había marchado a la ciudad.

—A veces —admitió él. Habían pasado casi diez años. ¿Por qué sacaba el tema?

Julee le tocó el brazo ligeramente, pero fue suficiente para que todo su cuerpo se estremeciera. No era sólo deseo físico, sino una necesidad emocional tal que deseaba arrodillarse ante ella. Seguía siendo un tonto.

—Siempre lamenté que te ocurriera eso.

Si tanto lo lamentaba, ¿por qué no había regresado a casa? ¿Por qué no había estado a su lado? ¿Por qué lo había dejado solo, ahogándose en el alcohol y la autocompasión para casarse con la primera mujer que tolerara ambas cosas?

—Eso fue hace mucho tiempo —dijo él colocándose tras el escritorio—. Ocurrió todo hace mucho tiempo.

Ambos habían sido jóvenes, pensando que podían tenerlo todo. Julee sería una modelo famosa. Él jugaría al fútbol profesional. Luego encontrarían cada uno el camino de vuelta al otro. El problema era que el sueño de Julee se había cumplido casi al mismo tiempo que el de él había muerto.

Había caído en un abismo de rabia y alcohol, demasiado orgulloso para llamarla, pero furioso cuando ella no lo llamaba. Entonces había aparecido Shelly, dulce y compasiva, dispuesta a aguantar sus borracheras y su autocompasión. Ella había sido su ancla en unos momentos en los que quería haber muerto. Se había casado con ella en menos de un mes.

Tate se restregó los ojos y apartó de su cabeza los malos recuerdos. Había pasado demasiado tiempo como para volver a eso de nuevo.

—¿Y qué te trae de vuelta a Blackwood?

«¿Y cuánto tiempo vas a tardar en tomar un vuelo de vuelta a Los Ángeles?»

Notó que había cierta emoción en sus ojos. ¿Qué era? ¿Nervios? ¿Ansiedad?

La observó con detenimiento y supo entonces que Julianna tenía miedo.

¿De qué tenía miedo? ¿Y qué diablos podría tener que ver con la ciudad natal que había abandonado años atrás? Y mejor aún, ¿qué podría tener que ver con él?

—¿Te importa si me siento? —preguntó ella. Tate trató de ignorar el hormigueo que sentía en el estómago cada vez que ella hablaba—. Tengo un negocio importante que discutir contigo.

Intentando resistir su tentación de protegerla de todo aquello que pudiera hacerle daño, le indicó la silla que había al otro lado del escritorio y él ocupó la suya. Julee se sentó y cruzó sus largas piernas en dirección a su ángulo de visión. Tenía que salir de aquel despacho.

—¿Negocio? —preguntó él intrigado. ¿Qué tipo de negocio podría traer a Julianna Reynolds de vuelta a Blackwood?

Cuando ella se inclinó hacia delante, su blusa azul le proporcionó a Tate una agradable visión de su piel suave y sedosa. Inevitablemente su cuerpo reaccionó. Era sexy, vulnerable y hermosa, una combinación que para cualquier hombre sería peligrosa, pero que para él era mortal. Ella representaba la gran ciudad y él una insignificante. Ella era rica y él un trabajador constante. Y era, como su madre había dicho una vez, «demasiado buena para ese chico McIntyre».

¿Por qué estaba pensando en eso? No conocía a aquella mujer. No la había visto en años. Todo lo que tenían en común era el pasado, y era mejor dejarlo así.

El teléfono emitió un suave zumbido. Estaba demasiado ocupado para preocuparse por Julianna Reynolds, y cuanto antes averiguara lo que quería, antes se marcharía y él volvería a estar a salvo. Pulsó un botón y contestó.

—¿Sí?

La voz de su recepcionista se escuchó por el altavoz.

—La señora Barkley necesita que vayas a su casa. Está segura de que Tom el mirón ha vuelto.

—¿Dónde has estado?

—Incluso la magnífica Rita tiene vejiga. Así que no te pases.

Él miró a Julee y vio cómo estaba conteniendo la sonrisa, y se sintió aliviado al ver que se levantaba y se ponía a dar vueltas por la habitación. Intentó no mirarla demasiado para no fijarse en el suave movimiento de sus muslos bajo su falda azul.

Tener a Julee en su despacho ya era suficientemente malo sin tener que aguantar las humillaciones del personal. Aunque Rita era una recepcionista magnífica y jamás podría arreglárselas sin ella.

—Dile a la señora Barkley que estaré allí lo antes que pueda.

—Oh, dijo que no hay prisa. Y también quería saber si puedes pasarte por la tienda y comprarle a Penelope comida para gatos antes de salir para allá.

Tate sonrió. Había investigado a su Tom el mirón al menos cuatro veces en los últimos meses. Pobre señora Barkley. Lo que fuese por un poco de compañía. Se preguntaba qué tipo de tarta habría preparado en esa ocasión y deseaba poder tener tiempo para comerse un pedazo mientras ella tocaba el piano.

—No hay problema.

Con el rabillo del ojo podía ver a Julee mirando los títulos enmarcados y las citaciones que había por todo el despacho. Esperaba que no echara en falta el título universitario. A ella le habían servido el éxito en bandeja de plata, pero él había tenido que trabajar muy duro para tener aquello.

—No olvides que tienes que volver a tiempo para el entrenamiento de la Liga.

—¿Algo más?

—He dejado la lista sobre tu escritorio. Tienes una reunión a las cuatro, la fiesta de cumpleaños de Martha y la subasta en el instituto.

—Un momento —dijo él mientras rebuscaba entre las carpetas y archivadores que tenía en la mesa. La lista estaba bajo un pisapapeles que su amigo Jacob, de siete años, le había regalado las navidades anteriores—. Ya la he encontrado —dijo. Se metió la lista en el bolsillo de la camisa y colgó el teléfono.

—Eres un hombre ocupado —dijo Julee.

—Va con el trabajo. Así que, si no te importa…

 

 

Antes de perder los nervios, Julianna volvió a sentarse en la silla y comenzó a contar la historia que llevaba días ensayando.

—He venido para una obra benéfica. Ya sabes. Una de esas cosas de famosos que ayudan a desgravar impuestos.

Le dirigió una sonrisa tan falsa como la historia que estaba contando. Ella nunca hacía cosas de famosos. Aunque había trabajado duro para incrementar los donantes de médula, pero la fama no tenía nada que ver con aquello. Fuera de la moda y de aquella pequeña ciudad, no tenía estatus de estrella, pero Julianna esperaba que Tate no lo supiera. Encontrar la cura para niños enfermos se había convertido en su pasión.

Tate alzó una ceja. Se colocó las manos detrás de la cabeza y se recostó en la silla.

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

Julee se cruzó de brazos. No había imaginado un recibimiento así después de tantos años.

Tras él, Julianna podía ver por la ventana las luces de los semáforos, el ruido de los coches. La normalidad de aquella pequeña ciudad la tranquilizaba.

Normalidad, una condición que difícilmente podría recobrar. Por un tiempo, hacía tres años, la vida había sido casi normal. Por aquel entonces habían estado seguros de que Megan se había curado gracias a la quimioterapia.

Entonces, dos meses atrás, habían aparecido las malas noticias. La leucemia de Megan había reaparecido y entonces Julianna había emprendido la búsqueda desesperada de un donante de médula. Por primera vez no le quedaba más remedio que involucrar a Tate. La enfermedad de Megan estaba en aquel momento bajo control, pero los médicos decían que era cuestión de tiempo antes de que las células comenzaran a multiplicarse de nuevo. Pero nadie sabía cuánto tiempo.

Desde entonces no habían podido vivir un solo instante sin miedo. Megan, su maravillosa hija de nueve años, merecía una vida normal, al igual que las docenas de niños que también aguardaban un trasplante de médula.

Si podía conseguir que Tate donara sangre sin saber lo de Megan, todos estarían mejor. Megan, Tate, su mujer. Ninguna mujer, por muy devota que fuese, querría descubrir que su marido tiene una hija secreta de su primer amor.

Apoyó los codos sobre una pila de documentos y miró a Tate a los ojos. El aire acondicionado estaba a pleno rendimiento, pero ni aun así podía acabar con el sudor que le caía por el cuello.

—Estoy involucrada en aumentar el número de donantes para la base de datos de los trasplantes de médula. Pensé que éste sería un buen lugar donde comenzar.

Tate la miró con el ceño fruncido, claramente intrigado.

—¿Donación de médula?

—La gente no necesariamente tendría que donar la médula. Al principio sólo se dona sangre y los datos del donante se meten en la base de datos. Entonces, si alguien necesita un trasplante, los médicos pueden acceder a la base para ver si hay algún donante apropiado.

—Pensé que normalmente eran los parientes los que donaban médula.

—Ésa sería la situación ideal, pero a veces los miembros de la familia no son apropiados.

«Como yo».

En un intento desesperado por tranquilizarse, Julee tomó el pisapapeles de escritorio y comenzó a moverlo para ver la nieve que había en su interior.

—¿Y hay alguna razón por la que estés seleccionando minorías?

Oh, sí. La razón más importante del mundo. Su hija tenía los mismos genes que Tate y de ese modo se podría hacer el trasplante.

—Las minorías tienen un sistema de donación muy limitado, así que las oportunidades de encontrar uno que encaje son casi nulas. Y como su población es pequeña, tenemos que conseguir todos los donantes que podamos.

—¿Tenemos?

Ella se encogió de hombros, pero apretaba el pisapapeles con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos. Se las había arreglado muy bien sin él en los últimos años. No quería complicarse la vida ni complicársela a él más de lo necesario, pero la cooperación de Tate podía salvarle la vida a Megan.

—Llevo un tiempo trabajando con el registro. Mueren muchos niños que podrían salvarse si la gente tuviera su grupo sanguíneo en el registro.

Su corazón se había roto docenas de veces al ver cómo niños que ella y Megan habían ido conociendo habían muerto mientras esperaban el trasplante. Sobre todo los niños que vivían en minorías. Tenía que cambiar aquello.

—¿Y por qué vienes a mí? ¿Por qué no vas al hospital o a la cámara de Comercio?

—Lo he hecho. En el hospital piensan que es una gran oportunidad para las relaciones públicas. Los de la médula enviarán una unidad móvil, la compañía Saturn va a patrocinarlo, y aceptaremos donaciones regulares de sangre para ayudar con los gastos.

Él se recostó en la silla de nuevo, pensativo. La luz del sol atravesaba la ventana y hacía que su pelo brillara. Tomó un bolígrafo y se lo pasó entre los dedos.

—Te lo volveré a preguntar. ¿Por qué a mí?

—Estoy diciéndoselo a toda la comunidad y a la gente importante. El alcalde, a la administración de la escuela, al jefe de bomberos, etcétera. Estoy especialmente interesada en la gente con herencia india, y como tú tienes sangre india…

De pronto la expresión de Tate cambió. Julee pensaba que se estaba haciendo a la idea, pero al ver su expresión de ira se quedó callada sin saber qué decir.

—Tendrás que ir a los jefes de las tribus si estás interesada. No esperes que yo me involucre.

—Pero pensé que…

—¿Qué pensaste, Julee? ¿Que podías entrar aquí y hacer como si no hubieran pasado diez años? ¿Que ignoraría los asuntos de este condado y me iba a ir por ahí contigo para ayudarte a desgravar impuestos?

—¡No! No es eso lo que pensé en absoluto. Como ya he dicho, eres el sheriff y tienes cierta influencia que podría ser usada.

—¿Usada? No, gracias. Ya sé lo que es eso.

Julee apretó los puños de ira. Quería gritar, llorar, agarrar a Tate y hacerlo escuchar. Todo estaba saliendo mal.

—¡No es eso lo que quería decir!

—Mira, Julee. No quiero ponerme cabezón con este asunto, pero hay muchos otros que estarían dispuestos a colaborar en esa causa tuya. Te aseguro que estoy muy ocupado, y dada nuestra historia, no imaginé que fuese el primer hombre al que recurrirías.

Su historia era precisamente por lo que necesitaba su ayuda, pero por el bien de Megan sería mejor que no se lo dijese. Intentó no parecer alterada. Cualquier ataque de histeria por su parte haría que Tate se planteara por qué él era tan importante.

—Hubo un tiempo en que fuimos muy buenos amigos, sólo pensaba que…

—Un tiempo —la interrumpió él—. Y ese tiempo fue hace mucho y es un tiempo que no quiero recordar. Ahora, si me disculpas… —dijo mientras dejaba el bolígrafo en la mesa y se levantaba—. Tengo que ir a ver a una mujer en relación a Tom el mirón.

—Espera, por favor —le rogó ella. Pero él no escuchaba.

Julee vio con desesperación cómo el Sheriff del Condado de Seminole, el hombre de cuya sangre ella dependía, agarraba su sombrero y, como si no pudiera soportar estar en su presencia un momento más, salía por la puerta.