Planes de boda - Linda Goodnight - E-Book

Planes de boda E-Book

LINDA GOODNIGHT

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Beschreibung

Familia al instante... con niñera incluida, Solo al cuidado de un bebé, un soltero empedernido como Colt Garret necesitaba una niñera urgentemente. Por fortuna, Kati Winslow aceptó el empleo con una condición muy sencilla: que Colt accediera a casarse con ella para asegurarle la adjudicación de un cuantioso préstamo. Al ver el modo en el que el pequeño Evan miraba a aquella belleza morena, Colt se vio incapaz de decir no... Pero sabía que si se casaba con la encantadora Kati, iba a tener que hacer un enorme esfuerzo para recordar que aquel matrimonio no era de verdad...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Linda Goodnight

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Planes de boda, n.º 1831 - junio 2015

Título original: Married in a Month

Publicada originalmente por Silhouette© Books.

Publicada en español 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6341-5

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Kati Winslow hizo una profunda inspiración y lanzó un trémulo suspiro. Los siguientes minutos podrían significar el principio o el final de sus sueños. Sentada en el borde de un sillón de cuero en el masculino despacho del Rancho Garret, las palmas de las manos se le humedecieron al pensar en el plan descabellado que había urdido. Los siguientes minutos podrían significar su fin si no llevaba las cosas bien.

Un hombre capaz de montar un toro Brahma desde luego que también sería capaz de echar a una mujer impertinente por la misma puerta por la que esta había entrado. Sin embargo, estaba dispuesta a enfrentarse a un jinete de toros salvajes o hasta un puma si fuese necesario. Lo que fuese por Kati’s Angels.

Para asegurarse de que su imaginación no la había engañado otra vez, de que tenía una entrevista con Colt Garret, lanzó una mirada al anuncio de periódico que tenía arrugado en la mano.

Vaquero con niño sin madre necesita urgentemente niñera interna en el Rancho Garret. El anuncio estaba seguido por un número de teléfono, una lista de requisitos y las palabras: «paga excepcional».

Todo muy bien, pero no era el trabajo lo que ella necesitaba, sino el hombre que había puesto el anuncio: el antiguo jinete de rodeos y dueño de uno de los ranchos más grandes del norte de Texas: Colt Garret.

El corazón le dio tres volteretas en el pecho a Kati cuando pensó en el hombre que tenía el futuro de ella en sus manos, el hombre que llevaba más de diez años ocupando un sitio especial en su corazón, un hombre que ni siquiera sabía que ella existía.

Alisándose nerviosamente la falda del único traje serio que tenía y quitándose una imaginaria pelusa, Kati deseó que la chaqueta y falda color verde menta con la prístina blusa abrochada hasta arriba la hiciesen parecer madura y sensata. Llevaba zapatos de tacón blancos y la falda cubriéndole las rodillas. Tenía que convencer a Colt de que ella no era tan loca como lo parecería en cuanto hablase. Se sentía rara vestida de aquella forma. Si Colt no aparecía pronto, el pulcro moño en el que recogía su cabello comenzaría a deshacérsele en una cascada de ondas oscuras cayéndole por la espalda y tendría que quitarse los tacones que le apretaban los pies.

¿Dónde diablos estaría él? Recorrió nerviosamente con la mirada el bonito cuadro del Oeste sobre la chimenea y las acres de prados verdes que se veían por la ventana para volver a la sólida puerta de roble. Durante su conversación telefónica, Colt había reiterado su necesidad de una niñera. Dadas las circunstancias, eso era exactamente lo que ella quería oír. Pero si la situación era tan desesperada, ¿por qué no había salido Colt a recibirla a la puerta en vez de aquel hombre tatuado que parecía que había metido el dedo en el enchufe? ¿Y dónde se encontraba Colt en aquel momento?

Al sentir que comenzaba a acalambrársele un pie, se inclinó a masajeárselo y en aquel momento se abrió de golpe la puerta del despacho, dando paso a un vaquero con expresión angustiada que llevaba en los brazos a un bebé que se movía molesto y lloraba a mares. Kati se enderezó, olvidándose del calambre al sentirse invadida por las emociones.

Por más que estuviese desaliñado, Colt era más guapo de lo que ella recordaba. De anchos hombros y caderas estrechas, llevaba una camisa vaquera que acentuaba su moreno. Un par de Wrangler desteñidos le ajustaban los largos y musculosos muslos. Tenía enrojecidos los ojos de color chocolate y necesitaba un corte de pelo. Era alto y súper guapo y se detuvo en seco al verla.

–¿Es usted Kati Winslow? –preguntó por encima del llanto del bebé.

Así que no se acordaba de ella. Al menos eso era algo positivo. Si recordase que ella alguna vez se había sentido enamorada de él, seguro que no accedería a su plan.

–Sí –dijo, forzándose a mirarlo a los ojos y rogando que no se reflejase en los suyos el terror que le carcomía las entrañas.

–Permítame ver su currículum.

Intentando que la mano no le temblase, ella le dio el papel y se sorprendió cuando él le pasó el bebé a cambio. Mientras él leía el documento, ella se volvió a sentar, se apoyó al inquieto niño en el hombro y le palmeó suavemente la espalda. Era tierno y cálido y estaba limpio, pero se retorcía molesto. A los pocos segundos lanzó un sonoro eructo, dio un suspiro de alivio y se acurrucó contra el cuello de ella, exhausto.

Colt levantó la vista con expresión de incredulidad.

–Está contratada.

–¿Qué?

–Ha dejado de llorar –dijo él, haciendo un gesto con la cabeza hacia el niño–. Con eso me basta. El trabajo es suyo. ¿Puede comenzar ahora mismo?

–¿Ahora mismo? –preguntó Kati parpadeando confusa.

–Estoy desesperado –dijo él. Se desplomó en el sillón detrás de su escritorio y apoyó los brazos sobre la lustrosa mesa de madera.

Ojalá que estuviese igual de desesperada que ella, pensó Kati, mirando sus ojos inyectados en sangre y su postura vencida. Se lo veía tan exhausto que sintió pena por él. Pero no podía permitir que la compasión la dominase. Por una vez en su vida tenía que ser implacable.

–¿Le puedo preguntar dónde se encuentra la madre del bebé?

Colt se rascó la patilla. Estaba tan muerto de sueño y, aunque le costase reconocerlo, de miedo, que no sabía por dónde empezar. ¿Cómo le había sucedido aquello a él, un soltero empedernido, que no tenía ni un gramo de madera de padre en su cuerpo? ¿Cómo había llegado a sus manos un bebé de tres meses?

–Es una historia muy larga, pero si tiene interés en oírla... –dijo, mirándola.

Distinguió borrosamente que ella asentía, así comenzó el relato, reviviendo el día fatal tres semanas atrás en que había abierto la puerta a la locura.

A los diez minutos de que el nervioso mensajero se presentase ante su puerta, Colt había recorrido toda la gama de emociones que iban desde la incredulidad al puro terror. Mientras se paseaba por el salón de su rancho, se había detenido de vez en cuando para dirigir su mirada del pequeño envoltorio azul que llevaba el extraño en sus brazos a los papeles que tenía en las manos. La cabeza le daba vueltas al recordar lo que había leído en ellos. Una mujer de la que no había oído hablar nunca le enviaba un bebé para que lo cuidase.

–¿Cómo es posible que alguien me dejase la custodia de un niño? Yo no sé nada de críos –dijo Colt, agitando el papel frente a las narices del hombre–. Además, ¿quién diablos es esta Natosha Parker? Ni siquiera la conozco.

El mensajero comenzó a sudar y apretó el picaporte. Colt hizo una pausa para tomar aliento y el desventurado hombre decidió que mejor sería marcharse antes de que aquel enorme vaquero perdiese la cabeza. Entreabrió la puerta, rogando que aquel ranchero enloquecido no se le tirase encima.

–Ni idea, señor –dijo, retrocediendo–. Lo único que me dijeron fue que trajese al niño aquí, a un tal Colt Garret –le depositó el bebé en los brazos–. Ese es usted, y yo me marcho.

Se dio la vuelta y salió disparado hacia el porche.

–Un momento –le gritó Colt–. ¿Quién le dijo que tenía que traer el bebé aquí?

Pero el mensajero no le respondió. Puso el coche en marcha y salió pitando pasando bajo el cartel que ponía: Rancho Garret.

El crío, dentro del moisés, eligió ese preciso momento para despertarse. Un llanto agudo taladró la quietud. Colt se dio la vuelta de la ventana desde donde miraba la polvareda del coche que se alejaba. Se pasó la mano por el cabello, despeinándoselo y se dirigió al vestíbulo.

–¡Cookie, ven aquí! –gritó.

Al oírlo gritar, el bebé se estremeció: sacudiendo los bracitos aulló más todavía.

Cookie, el cocinero y mayordomo del rancho, llegó corriendo desde la cocina. Tenía el pelo erizado y le navegaba el brazo desde el hombro a la muñeca un tatuaje de un barco de guerra, el resultado de un fin de semana de locura en Hong Kong. Un delantal blanco de chef le rodeaba el voluminoso abdomen. Su aspecto daba miedo, pero a los hermanos Garret les daba igual. Sus filetes empanados de pollo eran fantásticos y eso era lo único que les importaba.

–¿Qué es ese jaleo, jefe? –preguntó con su vozarrón, que parecía una réplica de la sirena de un barco. El bebé lloró más alto aún.

–Es un bebé.

–¿Un qué? –retrocedió Cookie.

–Dije: «bebé», Cookie –dijo Colt, sonriendo un segundo–, no una víbora cascabel.

–Más o menos lo mismo, solo que con una cascabel sé lo que hacer –se acercó al sofá y miró al crío que lloraba–. ¿De quién es?

–De momento, es mío.

Dejándose caer en el sofá junto al bebé, Cookie comenzó a reírse. Sus carcajadas retumbaban como un tren que pasaba.

–Una de tus amiguitas te ha atrapado finalmente, ¿eh? Tú le diste un bebé y ella te lo ha devuelto. Lo sabía, lo sabía. Te dije que con esa vida no podías seguir y tenía razón. Aquí lo tienes, en carne y hueso.

–¿Crees que el bebé es mío? –preguntó Cole, sorprendido.

–¿Acaso no lo es?

–¡No!

–¿Seguro?

Por supuesto que estaba seguro. Hacía años que ya no hacía locuras. Bueno, meses quizá. Y las pocas veces que había estado con alguien había tenido mucho, pero que muchísimo cuidado. Su hermano y él habían hecho el pacto hacía años de mantenerse libres como el aire. Eran vaqueros que amaban su libertad y los espacios abiertos. Ninguna mujer ni niños los atarían nunca. No, señor, sí que no. A los hermanos Garret, no.

El llanto del niño se había convertido en chillidos. El pequeño rostro se había arrugado y puesto púrpura como una pasa de ciruela.

–Haz algo, Cookie.

–¿Yo? –dijo el cocinero, negando con la cabeza y los erizados mechones de su pelo.

–¿Qué querrá?

Uno junto al otro, los dos hombres contemplaron al bebé. Cookie, que creía que la comida era la respuesta a todos los problemas, encontró la solución.

–Quizá tenga hambre. ¿Habrá un biberón en una de las bolsas?

Colt ni se había dado cuenta de que había tres bolsas apoyadas contra la pared al lado de la puerta de entrada. Corrió hacia ellas, buscando algo, lo que fuese, que lograse acallar los alaridos del crío aquel. Sacó uno por uno los pañales desechables, las mantitas y la ropa diminuta, que desparramó sobre la gruesa alfombra marrón.

–¡Ajá! –gritó.

Rebosante de felicidad, sacó un biberón lleno y se dirigió al sofá. El bebé sacudía los bracitos y se retorcía en el moisés como la serpiente de cascabel con la que el cocinero la había comparado. Colt le metió el biberón en la boca y el niño chupó ansiosamente y se quedó quieto y en silencio inmediatamente.

–Igual que un becerro huérfano –comentó Cookie al ver su reacción.

–Esto es mucho más serio que un becerro, Cookie. Los bebés necesitan atención todo el tiempo, no solamente por la mañana y la noche. Tenemos que encontrar a la madre de este bebé y devolvérselo.

–Es guapo, ¿verdad? –comentó Cookie, acariciando la mejilla del bebé con un grueso dedo–. ¿Cómo puede una madre que se precie abandonarlo así, en manos de un extraño?

El niño giró la cabeza hacia el dedo y un par de oscuros ojos miraron a Cookie con atención.

–Según la carta, la madre no me considera un extraño. Eso es lo raro del tema. No recuerdo a ninguna Natosha Parker, pero este papel dice que soy la única persona en quien confía lo bastante como para encargarle el cuidado del pequeño Evan –levantó la mirada y sonrió–. Supongo que se llamará Evan.

–No tiene sentido, jefe. Si no la conoces, ¿cómo es que confía en ti?

–No lo sé –dijo Colt, frotándose las patillas pensativo–. Quizá debiera llamar al sheriff y entregarle el bebé.

–¿Y que acabe en una de esas casas de acogida perdidas por ahí? No le podemos hacer eso al pobrecillo.

Colt, que nunca había evitado las responsabilidades, sabía que Cookie tenía razón. Los documentos parecían legales y le daban la custodia total y completa de Evan Lane Parker, de dos meses de edad, hijo de una tal Natosha Parker. Colt había leído bastantes contratos como para reconocer uno sin resquicios cuando lo veía.

–Esa es la respuesta, Cookie –dijo, dándose con los papeles en la rodilla. Nuevamente, el bebé se estremeció–. Estos documentos son legales. Algún abogado se los hizo a esta tal Natosha Parker. Llamaré a Jace Bristow y haré que les eche un vistazo. Podrá encontrar a la madre por estos documentos.

Jace Bristow era el abogado de Colt desde que los dos acabaron la Universidad de Texas. Si había alguien que pudiese encontrar a la madre del bebé, ese era Jace. Colt lanzó un suspiro de alivio.

–¿Y, mientras tanto, qué hacemos con él? –preguntó Cookie, dubitativo.

Colt se puso de cuclillas junto al sofá, con la mirada clavada en el bebé. El crío no le daba tanto miedo con la boca cerrada. Lo cierto era que resultaba adorable chupando con aquella desesperación. No era calvo como la mayoría de los bebés que Colt había visto. Tenía el pelo oscuro y liso, el rostro redondo, una naricilla diminuta y un par de ojos castaños que seguían con atención cada movimiento de Colt. Alguien lo había vestido con un peto azul, una camisa roja y un sombrero de marinero que se le había caído durante el ataque de llanto.

«¿Quién eres, hombrecito? ¿De dónde procedes?», se preguntó Colt, rozando la piel aterciopelada de la pequeña mano. Evan aferró sus deditos al dedo de Colt.

Al sentir una inesperada oleada de emoción, Colt desligó su dedo suavemente y se puso de pie. Era un hombre responsable, un hombre decente, pero no tenía madera de padre, nunca la tendría. Estaba clarísimo que no podía apegarse al bebé de alguien más, pero le dio la sensación de que resultaría facilísimo que aquello sucediese.

–Yo tengo un rancho que administrar. Tendrás que ocuparte tú de él.

–A mí no me has contratado para cuidar críos –protestó Cookie–. Me da pena el chavalín, pero si pretendes que me convierta en niñera, renuncio.

–Venga, Cookie, has pasado veinte años en la marina. Seguro que podrás ocuparte de un bebé durante unos días.

–No había bebés en la marina. Ya tengo bastante trabajo con cocinar y limpiar para ti y ese puñado de vaqueros. No lo haré. Tendrás que contratar una niñera.

De repente, un desagradable olor comenzó a emanar del moisés. Colt arrugó la nariz y su mirada fue de Cookie al rostro del niño, rojo por la fuerza que estaba haciendo. Cookie lanzó un gruñido como el de un toro furioso y se batió en súbita retirada a la cocina. Totalmente vencido, Colt lo siguió con la mirada para luego dirigirse al bebé. En aquel momento supo que su vida nunca sería la misma.

–Total –dijo, cansado, volviendo a la niñera que entrevistaba–, que eso es todo lo que sé de la madre de Evan.

No se molestó en contarle el resto: que era casi imposible encontrar ayuda interna debido a que el rancho se encontraba muy aislado, en medio de millas y millas de pastos ganaderos. Tampoco le mencionó su reputación de soltero de oro. No valía la pena decírselo a la señorita Kati Winslow. Seguro que se marcharía volando y lo dejaría con el angustiado bebé.

–El problema es que no tengo ni idea de lo que hay que hacer y él se da cuenta de ello. Llora todo el tiempo, no duerme nunca –dijo Colt con los hombros hundidos–. Creo que me odia.

Kati se ilusionó cada vez más con sus palabras. Quizá lograse salirse con la suya, porque él estaba desesperado de veras.

–¿No ha pensado en entregarlo a los Servicios Sociales?

–Aunque hay algunos hogares de acogida buenos por allí –dijo Colt, tras negar con la cabeza–, no me pude decidir a hacerlo. Por algún motivo, la madre de Evan me encargó el cuidado del niño y eso es lo que haré hasta que la encuentre.

Kati sintió tristeza al pensar en el pobre bebé abandonado que tenía en los brazos. Aquel niñito se había salvado por los pelos de que lo enviaran a un hogar de acogida, una vida que Kati conocía a la perfección. Haría cualquier cosa, lo que fuese, para evitarle aquello, y su deseo de cuidarlo aumentó. Segura de que estaba ayudando a todos, Katie hundió la nariz en el suave cuello con perfume a talco de Evan y luchó contra la culpabilidad que sentía al aprovecharse de la bondad de Colt.

–Lo siento, señor Garret –dijo con férrea determinación. Se puso de pie y le entregó con ternura el bebé dormido.

Perplejo, Colt recibió al bebé en sus manos grandes y morenas y se apoyó al niño contra el pecho.

Kati apartó la vista y tragó. En los siguientes dos minutos tenía que ser convincente, no derramar lágrimas al ver a un fornido vaquero acunando a un bebé. Recurrió a su experiencia de toda una vida de simulación.

–He cambiado de idea, no me interesa el trabajo –dijo.

Colt la miró, aturdido, con una expresión de pánico en los ojos inyectados en sangre.

–¿Qué? No, no me puede hacer esto. La necesito. Él la necesita –salió de detrás de la mesa sujetando a Evan contra su hombro con una mano mientras extendía la otra con un gesto de ruego–. Por favor. El salario es bueno. Tendrá su habitación propia, su cocinero propio, la administración de la casa.

–Lamento causarle inconvenientes, pero la madre del bebé puede volver en cualquier momento. No hay ninguna seguridad de que conserve el trabajo. Además, el rancho está muy aislado.

Los oscuros ojos castaños de Colt miraron fijamente los grises de ella e intentaron ejercer todo su persuasivo encanto. Si ella no hubiese decidido ya aceptar el trabajo, poniendo sus propias condiciones, por supuesto, habría cedido ante su presión. La mirada que Colt le lanzó habría derretido un casquete polar.

–Por favor –rogó él con voz ahogada–, le pagaré lo que pida, lo que quiera.

Se acercó más y ella percibió el agradable aroma a hombre mezclado con el del bebé.

–Usted es la única postulante con preparación que he tenido –dijo Colt–. He verificado todas las referencias que me dio por teléfono. Le aumentaré el salario. ¡Cielos! Hasta... le compraré un coche. Tiene que aceptar el trabajo.

Con él tan cerca, con sus ojos rogándole persuasivamente, Kati estuvo a punto de acceder a lo que fuese. Retrocedió antes de perder el control de la situación, pero Colt alargó la mano y la tocó en el brazo. Igual que todos aquellos años atrás, la emoción de su contacto le impidió pensar.

–Lo que sea, Kati –rogó Colt–. Dilo y es tuyo.

Kati estaba como hipnotizada, era una polilla acercándose a una llama, un ciervo deslumbrado por las luces de un coche.

–Cualquier cosa –insistió él, seductor.

El corazón le latía a Kati a mil por hora, los oídos le zumbaban. Había perdido la facultad de pensar. ¿A qué había ido allí? Ah, sí. Por Colt. A casarse con Colt, a eso.

–Cásate conmigo –le lanzó a bote pronto.

Al verle la cara de susto, le dio rabia habérselo dicho de aquella forma. Quería mantenerse fría y lógica mientras aclaraban los términos del acuerdo, pero, en lugar de ello, se había convertido en la balbuceante idiota de sus pesadillas.

Lentamente, Colt retiró su mano y retrocedió un paso. Sus ojos seguían clavados en ella con expresión de horror.

Mientras recobraba sus facultades, Kati se movió inquieta bajo aquellos ojos, igual de horrorizada. Era su única oportunidad. Si la desperdiciaba, nunca existiría el Centro Infantil Kati’s Angels.

Pero ya se había lanzado a la piscina, así que, cuadrándose de hombros, recurrió a todo el entusiasmo que pudo reunir mientras temblaba de miedo, e intentó convencerlo de que su plan era fácil, sencillo y útil a todos los involucrados. Los banqueros de Rattlesnake no le prestarían el dinero para construir el Centro de Día mientras no tuviese una garantía subsidiaria.

¡Garantía subsidiaria! ¡Ja! Para construir la guardería de sus sueños tendría que pedir prestado hasta el último céntimo para pagar desde la tierra hasta la construcción, e incluso para los primeros gastos hasta que el centro comenzase a dar beneficios. Y la única forma que se le ocurría que una huérfana soltera y sin trabajo pudiese conseguir un préstamo, era un marido. Los banqueros de Rattlesnake decían que bastaría con un marido, pero, ¿tenía ella un marido? Ni siquiera un novio. Pero luego había visto el anuncio de Colt y se le había ocurrido la idea como si le hubiese caído un regalo del cielo.

–Así que, si te casas conmigo –concluyó–, tendré el avalista que necesito para conseguir un préstamo, los niños de Rattlesnake alguien que los cuide y los mime y tú una niñera gratis para Evan hasta que su madre vuelva.

Durante su discurso, Colt había pasado de la sorpresa a la incredulidad.

–Por más que esta idea tuviese sentido, que no lo tiene, no funcionaría –dijo, con un movimiento de cabeza–. Yo no quiero casarme. Nunca he querido y nunca querré. El matrimonio destruye a la gente.

–No me refiero a un matrimonio de verdad –dijo ella, deseando aparentar más calmada de lo que se sentía–. Es un acuerdo de negocios, un documento solamente para lograr un aval para mi préstamo.

Él negó con la cabeza, sacudiendo al bebé que sostenía.

–Tu razonamiento no tiene sentido.

–Para mí, sí. Es una propuesta al cincuenta por ciento. Tú consigues una niñera y yo un aval –¿tanto le costaba comprenderlo? Mientras hiciesen un acuerdo en que las dos partes saliesen beneficiadas, ella era una profesional, no una necesitada de caridad. Bastante había ya tenido de eso en su vida.

Con los hombros hundidos, Colt se apretó los ojos con el índice y el pulgar. Un gemido del pequeño Evan hizo que levantase la cabeza de golpe con expresión de pánico.

–Solamente un trato de negocios, ¿no es así? –dijo desesperado, dándole palmaditas en la espalda al bebé, que comenzaba a moverse inquieto–. ¿Nada de eso de «hasta que la muerte nos separe»?

–Por supuesto que no. Después de que yo consiga mi préstamo y aparezca la madre de Evan, puedes ir a algún sitio de esos donde te hacen un divorcio rápido. Sin ataduras.

Con el estómago hecho un nudo, ella habló como si propusiese matrimonio todos los días.

Estaba clarísima la lógica de su idea. Él la necesitaba tanto como ella a él. Cansado como se encontraba, no podría aguantar mucho más. Estaba a punto de derrumbarse. Y ella también. Si él no le decía algo pronto, Kati se vendría abajo sobre aquellas botas de vaquero.

–¿Un divorcio rápido? –preguntó Colt, frotándose el cuello y mirándola con desconfianza–. ¿Dónde hacen eso?

–Yo... –dijo Kati, parpadeando inquieta–. ¿En Reno, quizá? –no tenía ni idea.

–Seguro que mi abogado lo sabe.

A Kati se le aceleró el pulso. Estaba cediendo.

–¿Estarías dispuesta a firmar documentos en los que se especificaría esto? ¿El divorcio y todo? –preguntó él, lanzando un suspiro.

Ella quería, en realidad, sentir pena por él, pero no podía permitírselo. Por una vez en su vida, tenía que ser completamente despiadada. Kati’s Angels dependía de ello. Aquel adorable crío dependía de ello. Y los niños solos y abandonados de Rattlesnake dependían de ello y de ella. La visión de Kati Winslow, ángel custodio de los niños necesitados, se le proyectó en la mente.

–Desde luego que firmaré los documentos. Este es un contrato de negocios –temblando como un flan, ella le lanzó una nueva carnada–. También firmaré un contrato prenupcial aclarando que tampoco tengo derecho a ninguno de tus bienes materiales.

–Estás chiflada, ¿lo sabías?

Aferrándose al respaldo de uno de los sillones de cuero, ella se quedó allí haciendo un esfuerzo. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Aquella era la única forma de conseguir el sueño de su vida.

–No estoy loca, solo desesperada, como tú. Ambos necesitamos algo del otro. Esta es la perfecta solución.

–Yo no diría que el término correcto es «perfecta» –dijo él, con ironía.

–Pues bueno –dijo ella, encogiéndose de hombros con simulada indiferencia–, quizá puedas encontrar otra niñera para el niño. Agarró su bolso y miró la puerta, como si fuera a irse.

El gemir del bebé se hizo más alto.

–¡No! –gritó Colt, alargando la mano para tomarla del brazo y haciendo ademán de entregarle al crío, que se removía, inquieto–. Por favor. Tres semanas es mi límite. Tú eres la única persona que ha aceptado el trabajo, con o sin condiciones.

Soltándose suavemente de la mano que la sujetaba con fuerza, Kati retrocedió un paso, negándose a agarrar al bebé. No era algo fácil de hacer, considerando lo mucho que en niño la necesitaba y la forma patética en que Colt se lo pedía, pero casi lo tenía dominado. No podía echarse atrás ahora.

–¿Y? ¿Entonces, qué?

–No puedo casarme con una mujer así como así. ¿Y si no me gusta el trabajo que haces con Evan? –su mirada se posó sobre el niño, que se removía en sus brazos–. ¿Y si eres una niñera desastrosa? ¿Qué te parece un período de prueba?

–¿Qué quieres decir con eso?

–Que te vengas a vivir con nosotros unas semanas hasta que veamos cómo van las cosas. Si tu trabajo es satisfactorio y Evan sigue conmigo, yo... –pareció atragantarse con las palabras.

–¿Te casarás conmigo?

–Sí. Eso.

–¿Te comprometes a ponerlo por escrito?

En contra de su voluntad, Colt no tuvo más remedio que sonreír. Ella había utilizado sus mismas palabras para atacarlo. El hecho de que fuese preciosa no impedía que fuese lista. Aunque no tan lista como él, que tenía un montón de experiencia esquivando trampas para cazar solteros.

La necesitaría como máximo unas semanas. Para entonces, Natosha Parker habría aparecido y la señorita Kati Winslow de patitas en la calle. Mientras tanto, él podría volver al trabajo y dormir una noche entera de un tirón. Evan recibiría el cuidado que se merecía en vez de los torpes intentos de un vaquero exhausto y un viejo marinero. Aquella chiflada tenía razón. Era la perfecta solución.

–Sí, firmaré el condenado papel.

Le volvió a pasar el bebé y esta vez ella sí que lo recibió, casi sin creerse que se había salido con la suya. Colt se dirigió a la mesa y comenzó a escribir en una hoja.

Con las piernas temblándole tanto que casi no se podía tener de pie, Kati se volvió a sentar en el sofá y hundió el rostro en el cuello del bebé. Lo había logrado. Colt Garret se iba a casar con ella. Finalmente tendría niños que mimar y un sitio propio.

El bebé gimió suavemente, recordándole la parte más importante del acuerdo. Apoyándoselo contra el hombro, le dio golpecitos y lo meció hasta que él se tranquilizó y se durmió. Era tan indefenso e inocente que sintió cómo la recorría una enorme oleada de deseos de protegerlo. «Lo siento, bebé, siento haberte utilizado de esta forma. Te prometo que me portaré bien contigo».

–Aquí tienes, señorita Kati –dijo Colt, alargándole el contrato–: