La verdad oculta - Linda Goodnight - E-Book
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La verdad oculta E-Book

LINDA GOODNIGHT

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Beschreibung

Kara Taylor era una madre soltera a la que la vida le estaba jugando una mala pasada. Su padre había tenido que vender el rancho familiar a causa del juego, y Kara tenía que enfrentarse al nuevo dueño para reclamar los derechos de su hijo. Pero daba la casualidad de que el nuevo dueño era Ty Murdock, el maldito vaquero que hacía mucho tiempo había dejado a Kara embarazada, sin saberlo. Kara soportaba relacionarse con aquel guapísimo demonio solo por el bien de su hijo. Pero...¿casarse con él? Pues precisamente esa era la asombrosa proposición de Ty: convertir al pequeño cowboy en su heredero. A Kara le resultaba muy difícil resistirse al encanto y al atractivo en estado puro de Ty estando tan cerca de él. Lo peor era que éll todavía no sabía que aquel niño era su hijo...¡y un secreto tan insignificante como aquel podría acarrear problemas tan grandes como el estado de Texas!

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Linda Goodnight

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La verdad oculta, n.º 1316 - julio 2015

Título original: For Her Child…

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7203-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

Su padre había vuelto a hacerlo.

Kara Dean Taylor apretó el volante de su coche mientras pasaba bajo el cartel de hierro oxidado en la entrada del rancho T.

Dos veces al año, el día de su aniversario y el día que su mujer murió, Pete Taylor se jugaba el rancho al póquer después de emborracharse. Afortunadamente, todo el mundo en Bootlick, Texas, sabía que a su padre se le iba un poco la cabeza cuando mezclaba el alcohol y el juego. Y, en cuanto se le pasaba la borrachera, el nuevo «propietario» volvía a vendérselo por unos dólares o una botella de cerveza.

Pero aquella vez había perdido el rancho jugando contra el hombre que Kara más despreciaba en el mundo. Nada más y nada menos que Ty Murdock… y el asqueroso no quería devolverlo.

Kara bajó del coche dando un portazo. Y se puso aún más furiosa cuando vio a su padre en el porche, con una sonrisa en los labios.

–Papá… –murmuró, echándose en sus brazos–. Dime que te he oído mal. Dime que no has perdido el rancho, que no va a quedárselo Ty Murdock.

–Lo ganó de forma honrada, hija.

–¡Ty Murdock no sabe lo que significa esa palabra! Y no puedo creer que vayas a darle el rancho tranquilamente, como si no valiera nada.

Solo mencionar aquel nombre despertaba en Kara todo tipo de pensamientos irracionales. Al decirlo, una imagen de los burlones ojos negros parecía reírse de ella.

–¿Qué voy a hacer? Tiene los documentos de propiedad en regla –suspiró Pete–. Las cosas han cambiado mucho por aquí, cariño. Lo sabrías si vinieras más a menudo.

Su padre se sintió muy dolido cuando abandonó el rancho unas semanas después de que su madre perdiera la batalla contra el cáncer. No lo entendió entonces y seguía sin entenderlo. Kara lo había defraudado cuando más la necesitaba y no pensaba volver a hacerlo.

Aquel rancho era parte de sus vidas y estaba decidida a conservarlo para su hijo.

Al pensar en Lane, su hijo de cinco años, sintió un extraño presentimiento. Estaba a punto de enfrentarse con el demonio y, aunque no lo sabía, Ty Murdock tenía el poder de destruirla.

Dándole a su padre un golpecito de consuelo en la espalda, entró en la casa y, apoyándose en la barra que separaba la cocina del comedor, respiró profundamente el olor a… ozonopino.

¿Pino? Kara abrió los ojos. Un momento. ¿Dónde estaba el olor a cuero y grasa de caballo?

Sorprendida, miró alrededor. La mesa y las sillas de roble habían sido reemplazadas por una mesa de caoba y sillas tapizadas.

–¡Papá!

–He intentado decírtelo –suspiró Pete.

–¿Dónde están tus cosas?

–Las he llevado al remolque.

–¿Qué haces viviendo en el remolque del capataz? No me digas que ese canalla de Murdock te ha echado de tu propia casa… Lo mataré con mis propias manos. Le romperé las piernas y no podrá montar a caballo, le… le…

–¿Me echarás encima el chocolate caliente, como hiciste en el instituto?

Kara se quedó inmóvil. Estaba de espaldas a la puerta, pero había reconocido la voz que la perseguía en sueños. Ronca, profunda y sexy, con un cierto timbre burlón, aquel sonido la hizo sentir escalofríos. Y tuvo que apretar los dientes antes de enfrentarse con su enemigo.

Pete levantó una mano en señal de advertencia.

–Un momento, Kara Dean. Mudarme al remolque ha sido idea mía. Este chico es un demonio jugando al póquer, pero no echaría a un viejo de su casa.

–Este «chico» es un hombre de treinta años que nos ha robado el rancho.

–Kara, por favor, si aún no he cumplido veintinueve… No me hagas más viejo –sonrió Ty.

Ella no estaba preparada para la oleada de emociones que despertaba su presencia. Allí estaba, tan chulo como siempre, apoyado en el quicio de la puerta. Sonriendo, con aquellos labios que eran un pecado y que Kara recordaba tan bien.

Las hermosas facciones masculinas que la derretían por dentro cuando era una adolescente habían mejorado con la edad. Era alto, fibroso, moreno… y parecía lo que era: una estrella del rodeo. Nadie estaba más guapo con unos vaqueros gastados y un sombrero Stetson que Ty Murdock.

Era guapísimo y Kara hubiera deseado arrancarle los ojos.

–Vaya, la manzana podrida ha vuelto –murmuró.

–Yo podría decir lo mismo de ti –sonrió él.

Eso la enfureció aún más. ¿Cómo podía parecer tan tranquilo cuando ella estaba a punto de explotar?

–Esta es mi casa.

La respuesta de Ty fue una sonrisa de autosuficiencia. Estaba claro que se consideraba el nuevo propietario del rancho T. Con un gesto típico de as del rodeo, se quitó el sombrero y lo tiró sobre un horrible perchero adornado con cuernos de alce que su padre se negaba a jubilar. Después, se sentó en un taburete como si fuera el dueño de la casa.

Pero no era el dueño.

Ty Murdock ya le había robado suficiente. No pensaba dejar que se quedara con el rancho.

La tensión podía cortarse con un cuchillo, sobre todo por parte de Kara, que estaba más furiosa que un toro el día del rodeo.

–Eres un ladrón, Murdock.

–Yo también estoy encantado de volver a verte, Kara –sonrió él, imperturbable.

Ella sabía que Ty escondía bien sus emociones, pero no pensaba dejar que se saliera con la suya.

–Te has aprovechado de mi padre.

–No es verdad –intervino Pete–. Un as le gana a un dos de tréboles en cualquier parte.

Kara lo veía todo rojo. Estaba a punto de matar a alguien. Pero no sabía a quién matar antes, a su padre o a aquel cerdo de Ty Murdock.

–Papá, por favor… Si tú no te atreves con este matón, deja que lo haga yo.

Después de decirlo se arrepintió. Había avergonzado a su padre. Pero antes de que pudiera disculparse, Pete se acercó a la puerta.

–Me voy al remolque. Cuando termines de gritar… te espero allí. Sally está haciendo la comida.

Pete cerró de un portazo y Kara parpadeó, confusa.

¿Quién demonios era Sally?

–¿Quieres un café? –preguntó Ty, entrando en la cocina para tomar la cafetera–. Aún no he podido comprar zarzaparrilla.

Eso la hizo parpadear aún más. ¿Recordaba su bebida favorita?

Entre el extraño anuncio de su padre y el sorprendente comportamiento amistoso de Ty Murdock, se sentía como un borracho en medio de un huracán.

No era así como había planeado encontrarse con él. No debía estar ofreciéndole tranquilamente un café. No debía haber recordado cuál era su refresco favorito.

Se suponía que Ty Murdock era el canalla que la dejó deshecha en lágrimas mientras se iba a buscar fama y fortuna en el mundo del rodeo. Era un cerdo, un mentiroso y un mujeriego que se había liado con Shannon Sullivan en cuanto ella se dio la vuelta.

El recuerdo seguía fresco en su memoria: estaban apoyados en el jeep de Ty una fresca mañana de junio y él intentaba consolarla, apartando de su cara los rizos rubios.

–Tengo que irme, Kara. Mucha gente en el pueblo está esperando que meta la pata, que muestre la sangre de los Murdock. Esta es mi oportunidad de probar que están equivocados, es mi oportunidad de ser algo en la vida. Tengo que ser algo más que el ayudante de tu padre.

–Pero algún día el rancho será mío y podremos compartirlo. No serás el ayudante de nadie –sollozó ella.

–Algún día… –murmuró Ty, con los ojos humedecidos–. Ya no soy un crío y, con un poco de suerte, solo me quedan diez años en el mundo del rodeo. Tú y yo tenemos toda la vida para estar juntos, cielo. Cuando deje el rodeo y tenga algo de dinero ahorrado convertiremos este rancho en el mejor del estado.

–Si me quisieras, te quedarías.

–Kara, te quiero –susurró él, con una voz ronca de emoción–. Por eso tengo que irme. Por favor, entiéndelo.

Pero Kara no lo entendió.

Ty entró en el jeep y se alejó, dejándola en el camino, deshecha en lágrimas. Le había dado un ultimátum: ella o el rodeo. Al final, Ty Murdock eligió el rodeo y las mujeres, como su padre.

El recuerdo era como un puño que apretaba su corazón.

Ty había puesto una taza de café sobre la repisa y Kara intentó llevársela a los labios, pero le temblaban las manos. Nunca más volvería a dejarse engañar por un hombre. Y menos por uno como él.

–Este es el rancho de mi familia y quiero que me lo devuelvas.

–¿Por qué? –preguntó Ty, mirándola a los ojos–. Si tanto te importa este sitio, ¿por qué te fuiste a vivir a Oklahoma, dejando solo a tu padre?

Kara se mordió los labios para no replicar lo que hubiera deseado. ¿Cómo se atrevía a cuestionar su lealtad? Él no sabía las noches que había llorado en el diminuto apartamento de Oklahoma, escuchando el ruido de los coches, las sirenas… sonidos tan poco familiares para alguien acostumbrado a la vida en el campo. No podía saber cuánto había echado de menos el rancho, cómo deseaba estar con su padre. Ni con qué desesperación lo necesitaba a él.

–Tenía mis razones para irme a la ciudad –contestó.

–Sí. Me dijeron que te habías casado y divorciado –suspiró Ty–. Pete me enseñó una fotografía de tu hijo.

Aunque nada en su comportamiento decía que sospechase, Kara se quedó petrificada. Tuvo que tragar saliva antes de hablar:

–Mi vida personal no es asunto tuyo.

–Solía serlo.

–Eso fue hace mucho tiempo.

«Antes de que eligieras el rodeo por encima de la mujer a la que, supuestamente, amabas».

«Antes de que permitieras que tus fans compartieran el amor que me habías prometido solo a mí».

«Antes de que tuviera a tu hijo yo sola».

Kara recordó entonces a una cría de diecinueve años muerta de miedo. La vio apoyándose en el lavabo al descubrir que la prueba de embarazo había dado positiva.

Recordó el olor de los huevos fritos la primera mañana que tuvo náuseas, los pies hinchados, las veinte horas de parto sin nadie que apretase su mano, sin nadie para celebrar el nacimiento de su hijo…

Kara Dean Taylor nunca volvería a pasar por eso.

–Tendrás que perdonarme, pero no estoy interesada en recuerdos nostálgicos.

–Quizá yo sí –dijo él, sonriendo. Aunque sus ojos parecían muy serios–. Dejamos muchas cosas sin terminar.

Si no fuera tan triste, Kara habría soltado una carcajada. Desde luego que dejaron muchas cosas sin terminar, pero no lo que Ty imaginaba. Seguramente se refería a algún revolcón… pero había aprendido mucho. No solo con Ty, sino con Josh Riddley, el hombre que fue su marido solo el tiempo suficiente para proteger a su hijo de especulaciones y para que Pete no supiera que su única hija le había fallado.

Se engañó a sí misma y engañó a Josh, queriendo creer que estaban juntos por amor, cuando solo era desesperación. Él descubrió la verdad enseguida, como ella había descubierto la propensión de su marido a ponerse violento cuando bebía.

En realidad, habría sido más fácil soportar la desilusión de Pete que vivir con Josh, pero después de lo que había sufrido para proteger su secreto, no quería hacerle daño a su padre.

Pete Taylor era un hombre anticuado y no habría podido ir al pueblo con la cabeza bien alta si hubiera sabido que su hija se había quedado embarazada antes de casarse.

Los dos hombres de su vida le habían hecho daño. Josh Riddley machacó su espíritu, pero aquel vaquero alto y sexy hizo algo mucho peor: le había roto el corazón.

Kara contuvo un suspiro. Algunas mujeres eligen siempre al hombre equivocado, pero ella se llevaba la palma. Le había pasado dos veces, pero no volvería a ocurrir nunca más.

–Vamos a dejar una cosa clara, Murdock. No hay nada sin terminar entre los dos –le espetó, dejando la taza de golpe sobre la barra.

Lo hizo con tanta fuerza que el café se salió y, nerviosa, entró en la cocina para buscar un paño.

Pero Ty se interpuso en su camino.

–Si fueras un caballero, me darías algo para limpiar el café.

Él se cruzó de brazos, sonriendo. Su postura era un reto, como diciéndole: «atrévete a acercarte, atrévete a mostrar que no hay nada sin terminar entre tú y yo».

Estupendo. Le demostraría que era absolutamente inmune a sus encantos.

Armada con su traición y seis años de lágrimas, Kara se inclinó para buscar un paño en el cajón. Pero él se movió un poco y, de repente, rozó su torso con los labios.

Estaba pegada al hombre que más odiaba en el mundo. Y olía de maravilla. Olía como habían olido su ropa y su piel mucho después de que se hubiera ido de Bootlick.

Kara tuvo que apretar los dientes para controlar la ola de emociones que la agitaba.

–Dame el maldito trapo, Murdock.

–Dame el trapo, dame el rancho… ¿Quiere algo más la princesa?

Era tan fuerte, tan cálido, tan masculino. Por un segundo, Kara sintió la absurda tentación de dejarse caer en sus brazos…

Afortunadamente, Ty le tiró de la coleta y el hechizo se rompió. Ella dio un paso atrás, ofendida. ¿Cómo se atrevía a tocarla? ¿Y por qué había respondido de esa forma al tenerlo cerca?

Furiosa, salió de la cocina apretando los puños. Había jugado con ella una vez, pero no volvería a hacerlo.

–No has cambiado nada, Murdock. Sigues siendo el mismo egoísta de siempre. Ya puedes montar en tu caballo y alejarte de aquí… pero antes deja los documentos de propiedad del rancho sobre la mesa.

–Siento decepcionarte, cariño, pero no pienso ir a ninguna parte.

–Entonces te llevaré a los tribunales.

–No puedes hacerlo. El rancho estaba a nombre de tu padre.

–Mi padre quería que mi hijo lo heredase.

–Es posible. Pero para eso deberías haber vivido aquí. Un niño que se cría en la ciudad no puede dirigir un rancho.

–Le estoy enseñando.

–¿Cómo? ¿Viendo episodios de Bonanza?

–Lane puede montar mejor que cualquier niño de su edad.

Y cada vez que lo veía montando a caballo se le encogía el corazón. Ty le había robado la oportunidad de crecer en un rancho, igual que ella.

–¿Y su padre? ¿Él no tiene nada que decir?

Kara se mordió los labios.

–Lane no ha tenido contacto con esa especie de padre desde el día que se fue. No tiene nada que decir sobre la vida de mi hijo.

Ty la miró, pensativo.

–Parece que fue un divorcio amargo.

–Tan amargo que mi hijo no lleva su apellido. Lane es mío y solo mío. Los dos somos Taylor y los Taylor siempre han sido propietarios de este rancho. Por eso no pienso marcharme hasta que lo haya recuperado.

–Muy bien, cariño –sonrió él, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón–. Pues espero que hayas traído tu cepillo de dientes, porque vas a tener que quedarte mucho tiempo.

Capítulo 2

 

 

Ty enjuagó las tazas de café antes de dejarlas sobre la repisa. Seis años viviendo fuera de casa le habían enseñado que hay que limpiar lo que se ensucia y reparar lo que se estropea porque nadie más lo haría por él.

Y esa era la razón por la que había vuelto al rancho Ty: para arreglar lo que había estropeado seis años antes.

El problema era que se había encontrado con un problema más grave.

Jamás habría imaginado que tendría en la mano los documentos de propiedad del rancho en el que trabajaba todos los veranos cuando era un crío. Había vuelto pensando en comprar una propiedad, pero no pensaba que sería el rancho T.

Ty conocía bien la propensión de Pete Taylor a jugarse el rancho cuando se emborrachaba, pero pensaba devolvérselo por la mañana.

Y entonces Pete le contó la verdad: el rancho estaba hipotecado y si no se lo quedaba él se lo quedaría el banco.

Sabía lo terrible que podría ser eso para un hombre tan orgulloso como él. Que toda la comarca supiera que estaba arruinado lo hundiría por completo. Y que lo supiera su hija le rompería el corazón.