El misterio del príncipe - Linda Goodnight - E-Book

El misterio del príncipe E-Book

LINDA GOODNIGHT

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Beschreibung

Jazmín Identidad Secreta 3 Obligada a tomarse un descanso después de varios contratiempos, la investigadora Carly Carpenter veía aquellas vacaciones como un castigo. Pero entonces conoció a aquel dios rubio que era Luc Gardner, un hombre tan seguro de sí mismo y tan misterioso que despertó la curiosidad de Carly. Estar entre los brazos de Luc no suponía ningún esfuerzo, pero descubrir que por sus venas corría sangre real fue para ella una bendición y una maldición al mismo tiempo. Era la ocasión ideal para demostrar sus dotes como investigadora. Pero si revelaba que Luc era el príncipe europeo que había huido, lo perdería para siempre...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2006 Linda Goodnight

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El misterio del príncipe, n.º 3 - abril 2023

Título original: Prince Incognito

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 9788467192407

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ASOMADO al balcón, Carson Benedict estaba observando con gesto torvo los terrenos del rancho para turistas que llevaba su apellido. Era el día de su cumpleaños, pero no estaba resultando precisamente feliz, y Teddi, su hermana, era la culpable.

En ese momento estaba intentando hacerlo comulgar con otra de sus ridículas ideas para convertir el rancho en un negocio más próspero. Y de todas, aquélla sin duda se llevaba la palma.

–Mira estos números, Carson –le dijo agitando el grueso libro de cuentas–. Tenemos que hacer algo rápido o iremos a la quiebra.

–Tampoco nos va tan mal.

«Ni muy bien», reconoció a regañadientes para sus adentros.

–Este verano hemos vuelto a tener poquísimos huéspedes. Los ranchos para turistas están perdiendo su atractivo; el romanticismo nostálgico del Viejo Oeste está pasado de moda. Necesitamos algo que sea innovador, algo acorde con los tiempos.

Carson reprimió un gruñido de exasperación antes de girarse sobre los talones para cruzar las puertas cristaleras, abiertas de par en par, y entrar de nuevo en su despacho.

–¿Y crees que convertir el rancho en un nidito de amor va a solucionar nuestros problemas?

–¿Qué quieres? Tampoco te gustó la idea de montar un balneario zen donde la gente pudiera venir a relajarse y meditar –contestó ella yendo detrás de él–. Además, el amor lo cura todo. El amor… y la aromaterapia.

Carson no pudo evitar soltar una carcajada. Su hermana pequeña era una adepta de esa tontería de la Nueva Era que promulgaba la paz, el amor, y las terapias alternativas.

–Mira, Teddi, esto es un rancho serio, no una casa de citas.

Bastante le había fastidiado ya haber tenido que convertirlo en un rancho para turistas. Lo único que le faltaría sería tener paseándose por allí a parejitas haciéndose arrumacos.

–Oh, por favor… –dijo ella poniendo los ojos en blanco–. No se trataría de eso. ¿Te acuerdas de la serie Vacaciones en el mar, ésa en la que hacían cruceros y en cada episodio se enamoraba alguien? Pues esto sería algo parecido: «El Rancho del Amor»… un lugar en el que los solteros puedan encontrar a su media naranja.

–No.

–¿Pero por qué no? Ahora mismo es lo que está haciendo furor, Carson: en Internet, en las universidades, en las iglesias… hasta hay agencias que se dedican a buscarte pareja.

–Me da igual.

–Muy bien; perfecto –dijo su hermana con los brazos en jarras–. Deja que nos endeudemos más aún; deja que el primo Arnold acabe comprándonos los terrenos para construir aquí un centro comercial.

Cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó en la pared. Carson sabía que aquello no significaba que se hubiese rendido; que seguiría machacándolo con ese rollo del amor hasta que lo convenciese o se tirase por el balcón.

Dejó escapar un pesado suspiro. Por mucho que le costase reconocerlo era cierto que el negocio iba mal. Había creído que convertir el rancho familiar en un rancho para turistas, recurriendo al gancho del Salvaje Oeste podría salvarlos de la ruina, pero Teddi tenía razón; no había funcionado.

–Piensa en otra cosa… cualquier cosa menos eso del «Rancho del Amor».

–El que Suzy te dejara por Brad Holder y sus pozos de petróleo no es motivo para que eches pestes sobre el amor.

A Carson le hirvió la sangre cuando Teddi sacó a colación a su ex mujer y al tipo por el que lo había abandonado. Al pronunciar sus votos ante el altar Suzy había dicho que lo amaría hasta que la muerte los separase, pero la llama de su amor se había apagado mucho antes… tan pronto como sus finanzas habían empezado a rodar cuesta abajo.

–Mira, lo mejor será que lo dejemos para otro momento. La discusión se ha terminado –le dijo irritado a su hermana.

Tenía un presupuesto que cuadrar, ganado que sacrificar, y una estúpida fiesta de cumpleaños de la que no se iba a poder escapar.

–De eso nada –replicó Teddi poniendo los brazos en jarras. Era casi tan cabezota como él–. Este rancho también es mi hogar, y el impedir que se hunda es algo que me concierne a mí tanto como a ti. El único modo de tener más visitantes es haciendo algo con gancho… ¿y qué podría resultarle a la gente más atractivo que la posibilidad de encontrar el amor?

–No lo sé; ¿beberse una botella de arsénico?

Teddi lo miró con los ojos entornados.

–De modo que es eso, ¿no?

Oh-oh… Carson la temía cada vez que le lanzaba esa mirada de «a mí no me engañas».

–¿Qué?

–Lo que te pasa, querido hermano… es que estás asustado.

Carson frunció el entrecejo.

–¿De qué?

–De esa palabrita de tres letras: a-m-o-r.

–¡Qué tontería! No sé de dónde sacas esas ideas.

–No es una tontería. De hecho no es que te dé miedo; es que te aterra.

–Te digo que no.

–Pues yo te digo que sí –insistió ella cruzándose de brazos.

Estaba empezando a enfadarlo de verdad. Para él, un ranchero, un hombre duro… el que alguien insinuase siquiera que le tenía miedo a algo era casi un insulto.

–No, no es cierto; lo que ocurre es que he tenido una mala experiencia, no que me asuste el amor.

–Demuéstralo –lo desafió ella.

–¿Cómo?

–Si quieres que te crea tendrás que hacer que dos de nuestros huéspedes se enamoren.

–Ni hablar.

–¿Lo ves? –lo picó ella muy ufana–; te niegas porque sabes que fracasarías.

Carson apretó los dientes, herido en su ego masculino.

–¿Nos apostamos algo a que no?

–¿Para qué? Sabes que vas a perder.

–Te digo que no.

–Muy bien. En ese caso… te desafío a que hagas que se enamoren los dos primeros huéspedes solteros que recibamos este mes.

–¿Y si lo consigo?

–Si lo consigues no volveré a mencionar lo de «El Rancho del Amor»; pero si pierdes… tendrás que dejarme llevar a cabo mi idea.

Una sonrisa fanfarrona se dibujó en los labios de Carson.

–Hecho.

Teddi profirió un gritito de entusiasmo antes de arrojarse a su cuello en un abrazo que casi lo derribó.

–Esto va a ser genial –dijo–. De hecho hasta te ayudaré.

–Eh, espera un momento… –murmuró él receloso–. ¿Por qué ibas a ayudarme si quieres que pierda la apuesta?

–Porque cuando compruebes por ti mismo el poder del amor estoy segura de que cambiarás de opinión respecto a mi idea.

Carson contrajo el rostro.

–Creía que habías dicho que si perdías te rendirías y te olvidarías de eso de «El Rancho del Amor».

–Y lo haré… –respondió ella con una sonrisa maliciosa– si aún te sigue pareciendo una mala idea cuando hayamos logrado que se enamoren dos huéspedes. Claro que todavía no hemos decidido a quiénes vamos a intentar emparejar… –dijo poniéndose a pasear por el despacho.

Carson casi se podía imaginar un montón de ruedecillas dentadas dando vueltas dentro de su cabeza. –… pero se me está ocurriendo que tenemos a un hombre guapísimo que sería perfecto… –murmuró su hermana.

A Carson se le pusieron las orejas tiesas. ¿No estaría pensando en…?

–Si te refieres a Luc, olvídalo.

Teddi se detuvo y lo miró curiosa.

–¿Por qué? Está soltero, ¿no?

Sí, era soltero, pero al invitar a su amigo a pasar allí el verano Carson le había prometido que tendría privacidad; no que le encontraría una esposa.

–Porque no y ya está –dijo tajante.

–Pues tiene que ser él; es el primer huésped soltero que nos ha llegado este mes. Ése era el trato.

Justo en ese momento se oyó fuera la puerta de un coche cerrándose, y Teddi corrió al balcón. Asomó la cabeza por entre las cortinas y luego se giró sobre los talones y palmeó entusiasmada como una cría.

–Ahí abajo tenemos a una chica joven que nos viene como caída del cielo –dijo–. Por el modo en que va vestida no parece muy femenina… pero es una chica al fin y al cabo, así que servirá. Iré a darle la bienvenida.

Besó a su hermano en la mejilla, corrió a la puerta, y la abrió con tal ímpetu que su hermano dio un respingo. Sin embargo, antes de salir se detuvo con la mano aún en el picaporte y se volvió hacia él.

–Recuerda que hemos hecho una apuesta –le advirtió señalándolo con el índice–; ahora no puedes echarte atrás. Sería muy mal karma y alteraría el equilibrio cósmico del rancho.

«El equilibrio cósmico», repitió Carson sarcástico para sus adentros cuando se hubo marchado. El equilibrio cósmico del rancho ya estaba alterado. Sin embargo no tenía por costumbre faltar a su palabra. Estaba a punto de disparar a su pobre amigo las flechas envenenadas de Cupido. En fin… todo fuera por evitar que su hermana convirtiera el rancho de su familia en «El Rancho del Amor».

Capítulo 1

 

 

 

 

 

REPRIMIENDO un gemido de desesperación, Carly Carpenter abrió el maletero de su coche y sacó de él su escaso equipaje, su portátil, y una bolsita de mano donde iba su principal herramienta de trabajo, su grabadora.

Pensándolo mejor, sin embargo, dejó la bolsita. ¿A quién iba a espiar en Maribella, Oklahoma?

Levantó la vista hacia la casa de tres plantas que se alzaba en medio de aquel rancho de cuatro mil hectáreas, preguntándose por qué habría tenido que exiliarla su hermana Meg a un sitio como ése.

Obviamente no había dicho que fuera un exilio, pero ella sabía que lo era. Su cuñado Eric, marido de su hermana y dueño de la Investigaciones Wright, para la que trabajaba, la habría despedido en el acto si Meg no hubiese decidido alejarla de allí hasta que las cosas se calmasen.

–Por un error de nada… –masculló irritada entre dientes.

En la oscuridad de la noche no había visto esa maceta debajo de la ventana ni se había dado cuenta de que la ventana estaba abierta. En aquel momento había estado demasiado entusiasmada con la posibilidad de descubrir finalmente a Sam Kensel como para fijarse en esos detalles.

Aquel tipo había demandado a su empresa porque supuestamente un accidente laboral lo había dejado incapacitado de por vida, pero al investigarlo a petición de la compañía Carly lo había pillado haciendo pesas en su casa, sin el collarín, y con la silla de ruedas doblada en un rincón.

Ella se había acercado de puntillas a la ventana, cámara en ristre para poder sacar unas cuantas fotografías… y había tropezado con la dichosa maceta, cayendo de bruces a través de la ventana abierta.

De acuerdo que había echado a perder una investigación de varios meses, que su cuñado había perdido mucho dinero y que aquello había supuesto un golpe para su reputación, pero… ¿acaso era culpa suya que a alguien se le hubiese ocurrido poner una maceta justo debajo de la ventana? Además, ¿no era ya bastante castigo la vergüenza que sentía por su torpeza?

Cerró el maletero con mal genio, y su mala suerte quiso que al hacerlo se le quedara pillada la manga de la camisa vaquera que llevaba a modo de chaqueta. Resoplando, tiró con fuerza para soltarla… y la rasgó. Bajó deprimida la vista a la prenda que había tomado prestada a su padre. Le gustaba la ropa grande; la hacía sentirse menos desgarbada de lo que era con su metro ochenta.

Quizá no fuese muy a la moda, pero no le importaba. Ella era detective… o al menos era lo que quería llegar a ser; no tenía tiempo para hacerse la manicura, ni para salir a comprarse trapitos, ni mucho menos para pasarse las tardes en una peluquería. Con recogerse cada mañana su melena castaña con una goma elástica le sobraba.

Su trabajo era su vida y era lo que se le daba bien… por mucho que su cuñado no estuviese de acuerdo. Tenía que lograr volver a congraciarse con él y sabía que la mejor manera sería resolver un caso, pero… ¿cómo iba a conseguir un caso allí, donde sólo había pasto y ganado?

–Tómate unas vacaciones; descansa; recupera energías –le había dicho su hermana, poniéndole en la mano el folleto de aquel rancho para turistas–. Dame un poco de tiempo para quitarle el enfado a Eric.

Y ésa era la razón por la que estaba allí, con una manga rasgada y su amor propio magullado, condenada al exilio en el rancho Benedict por un espacio indeterminado de tiempo. Su hermana Meg le había dicho que no volviese a casa hasta que ella se lo dijese.

Con la maleta en una mano y el maletín del portátil en la otra, Carly se acercó a la casa, que parecía sacada de una película de John Wayne.

La puerta estaba abierta, así que pasó sin llamar y se encontró en un inmenso vestíbulo. En la pared había colgado un retrato antiguo de un hombre con cara de pocos amigos y cabello muy repeinado, y una mujer con la misma expresión avinagrada que debía de ser su esposa. ¿Por qué habrían puesto un cuadro así precisamente a la entrada de la casa?, se preguntó Carly. No le daba a uno la impresión de ser bienvenido.

Por el rabillo del ojo vio a su derecha un área despejada con una mesa de recepción, y con la mirada fija aún en la desagradable pareja se volvió hacia esa dirección… para darse de bruces con el pecho de un hombre alto y fuerte. Carly alzó la cabeza y se encontró con un rostro parecido al de las esculturas griegas, de proporciones perfectas, que la dejó sin aliento.

–Hola –la saludó el hombre con una sonrisa encantadora.

Carly se dio cuenta de que se había quedado boquiabierta y cerró la boca antes de balbucir un «lo siento» y dar un paso atrás.

–De verdad que lo siento –repitió–; a veces soy tan patosa… pero es que estaba mirando ese cuadro y…

El desconocido se quitó el sombrero vaquero que llevaba y Carly tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la boca cerrada. Tenía pelo de chico malo, la clase de pelo que volvía locas a las mujeres: ondulado, rebelde… y también un poco largo. Esos mechones rubios oscuros parecían una fantasía hecha realidad, y de pronto sintió un deseo ridículo de tocarlos, peinarlos con los dedos.

–Por lo que me han dicho son antepasados de los dueños actuales del rancho –dijo él–; quienes construyeron esta casa. El retrato se pintó con motivo de su boda.

Carly volvió a mirar el espantoso cuadro y contrajo el rostro.

–No puede decirse que hicieran muy buena pareja, ¿verdad?

El hombre se rió.

–Pues según me han contado parece que fueron muy felices juntos.

–No lo dudo, pero por sus caras cualquiera lo diría. Espero que los Benedict actuales no se les parezcan.

–Son unas personas estupendas; de una hospitalidad extraordinaria.

–Me alegra oír eso, porque no creo que me gustase tener que ver caras como ésas en cada comida.

–¿Significa eso que va a hospedarse usted aquí?

Carly llevaba un rato notando algo raro en su acento, y en ese momento volvió a notarlo.

La verdad era que parecía enteramente un vaquero, pero estaban en un rancho para turistas y cualquiera podía comprar un sombrero y unas botas de cowboy.

–Sí, voy a quedarme una temporada –contestó.

De hecho se consideraba más prisionera que huésped de aquel lugar.

–Me da la impresión de que la idea no la entusiasma.

–Es una larga historia –respondió ella.

Sí, una historia demasiado humillante como para compartirla con nadie, y mucho menos con un hombre con tanta clase y tan guapo que parecía un modelo.

Se agachó para recoger sus maletas, pero él fue más rápido que ella.

–Permítame.

Carly lo miró de hito en hito mientras levantaba las maletas con una facilidad pasmosa. Era imposible que fuese un vaquero; la gente del campo no usaba ese lenguaje tan refinado. Ni caminaban con tanta elegancia ni tan erguidos, añadió para sus adentros al verlo echar a andar hacia el área de recepción.

No, era alguien con estudios y probablemente con dinero, alguien que pertenecía a un mundo más sofisticado que aquél; se le notaba a la legua. Carly frunció los labios. Los hombres así solían tener muchos humos. Sin duda en ese momento estaría pensando que ya la tenía en el bote.

Subiéndose la manga rasgada, que acababa de caérsele otra vez, lo siguió hasta la mesa de recepción. Tras ella había una mujer pequeña y menuda.

–Hola; soy Carly Carpenter. Hice una reserva por teléfono.

La mujer, que llevaba en el pecho una plaquita con su nombre, Macy, se puso unas enormes gafas de pasta negra.

–Oh, sí, la estábamos esperando –le dijo sacando de una carpeta un impreso que puso sobre la mesa–. Sólo tiene que firmar esto. Su habitación está en la segunda planta, y es el número… –murmuró volviéndose hacia el cuadro de llaves–… tres –dijo girándose de nuevo hacia ella con una sonrisa y una llave en la mano que le tendió–. Está justo al final del pasillo, pasada la del señor Gardner; creo que ya se conocen.

–Em… bueno, no nos hemos presentado todavía, pero sí.

El hombre dejó el equipaje de Carly en el suelo y extendió una mano a la par que le dedicaba una de esas sonrisas deslumbrantes.

–Luc Gardner –dijo.

Carly le estrechó la mano y al hacerlo sintió cómo un curioso cosquilleo le subía por el brazo.

–Carly Carpenter; más conocida como «Carly, la patosa» –contestó–. No es usted americano, ¿verdad?

–Me ha pillado –respondió él sonriendo.

A pesar de la sonrisa a Carly le pareció advertir cierto recelo en su mirada, pero en ese momento una mujer bajó por las escaleras a su derecha, desviando su atención. El cabello, largo y rizado, le caía sobre los hombros, y de sus orejas colgaban unos pendientes de cristal con forma de pirámides que bailaban sin cesar.

–Hola, Luc –saludó al apuesto extranjero–. Qué tierno por tu parte ayudarla con las maletas. No sé dónde diablos puede haberse metido Josh. Seguro que está por ahí, jugando a los cowboys, en vez de estar donde tiene que estar, atendiendo a los huéspedes. Para algo es el botones… –se volvió hacia Carly y le tendió la mano–. Soy Teddi Benedict; y supongo que tú serás Carly Carpenter. ¿No te importa que te tutee, verdad?; eres tan joven… –añadió mientras Carly le estrechaba aturdida la mano–. ¿Te ha hablado Macy de la barbacoa de esta noche y de la excursión a caballo de mañana?

–Em… No –balbució Carly, y Luc negó con la cabeza.

–Hoy es el cumpleaños de mi hermano –le explicó Teddi–, y para celebrarlo vamos a hacer una barbacoa a las siete. Espero que te unas a nosotros; así podrías conocer al resto de los empleados del rancho y a los otros huéspedes.

–Oh, sí, claro que iré… –balbució Carly.

Justo lo que le faltaba, pensó para sus adentros: tener que socializar cuando lo único que tenía ganas de hacer era quedarse en su habitación, lamentándose por su mala suerte.

–Estupendo; pues aquí tienes –respondió Teddi con una sonrisa, al tiempo que le daba un papel impreso.

Carly le echó un vistazo. Parecía un horario.

–Todo lo que necesitas saber está ahí –le dijo Teddi antes de volverse hacia el extranjero–. Luc, tesoro, ¿te importaría acompañar a Carly y subirle el equipaje?

–Oh, no es necesario, de verdad –balbució Carly atropelladamente.

Pero aquel hombre guapísimo con sonrisa de cine y cuerpo de atleta estaba ya tomando de nuevo sus maletas.

–Será un placer –dijo.

Sin duda aquello era una exageración, pero Carly no pudo menos que sentirse halagada por su caballerosidad.

Su curiosidad de detective… o al menos ésa era la excusa que se dio a sí misma… la llevó a seguirlo con la mirada mientras se encaminaba hacia las escaleras con esas piernas largas y fuertes enfundadas en aquellos vaqueros que le quedaban perfectos.

«Dios, qué calor hace aquí…..», pensó tirándose del cuello de la camiseta.

Cuando llegaron a la habitación en el piso de arriba el extranjero se detuvo y dejó las maletas en el suelo.

–Era la número tres, ¿verdad? –le preguntó volviéndose.

–Sí.

El extranjero extendió la mano y Carly se quedó mirándola como una tonta hasta que comprendió que quería que le diera la llave para abrirle la puerta. Halagada, se la entregó.

–Gracias… aunque no era necesario –le dijo mientras él la introducía en la cerradura y la giraba–; podría haberlo hecho yo.