Amigos muy íntimos - Diana Hamilton - E-Book

Amigos muy íntimos E-Book

Diana Hamilton

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Beschreibung

James Carter estaba decidido a casarse, así que cuando su novia lo abandonó, decidió proponerle matrimonio a Matilda Trent. Para esta supuso una tremenda sorpresa, pero amaba secretamente a James y aceptó, pretendiendo demostrarle que podía ser para él más que una esposa de conveniencia. El resultado fue un niño que nacería en Navidad. Pero antes de que Matilda pudiera decirle a James que estaba embarazada, descubrió la razón por la que él había roto con su ex novia. James nunca había querido ser padre…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2000 Carol Hamilton Dyke

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amigos muy íntimos, n.º 1191- enero 2021

Título original: The Christmas Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-124-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ASÍ QUE estas van a ser tus habituales navidades tranquilas —dijo Dawn desde las profundidades del sillón de orejas donde estaba sentada—. ¡Pobrecilla! Realmente deberías aprender a divertirte, Matts. Nunca se sabe, es posible que hasta te guste.

Su suave y bonita boca hizo un mohín de disgusto mientras agitaba su atractivo cuerpo con una excitación apenas contenida. Mattie miró a su mejor amiga y se preguntó si su madre no la habría querido si fuera más como Dawn, bonita y atractiva, animada y alegre en vez de…

Apartó ese pensamiento. Eso ya era pasado. Su madre había muerto hacía nueve años, cuando Mattie tenía solo dieciséis años y no servía de nada seguir dándole vueltas al pasado, nada lo traería de nuevo ni lo modificaría.

—Tu casa debe estar ya llena —dijo sonriendo.

Se daba cuenta de la excitación de su amiga y la entendía. Se puso sus gafas y miró su libro de cocina. Sobre todo en Navidad, la Vieja Rectoría, al otro lado del pueblo de Sussex, que siempre parecía una postal, era como un imán para la gran y poco complicada familia que los padres de Dawn habían creado. La gran casa se llenaría de niños, risas y amor.

Y eso en contraste con la austera grandiosidad de la casa donde estaban, el hogar que compartía con su padre viudo.

—Estará todo el mundo —dijo Dawn.

Luego levantó la mano izquierda y miró la brillante esmeralda que llevaba en el dedo anular.

—Además de Frank y sus padres —añadió—. Llegarán mañana, la víspera de Navidad, así que estás invitada a almorzar el día de Navidad. Tráete a tu padre, como la señora Flax no está, así no tendrás que cocinar. Y no aceptaré un no por respuesta. No puedo esperar a presentarle mi novio a mi mejor amiga.

—Lo siento. Pero James va a pasar las fiestas aquí, ha llamado esta mañana para decirlo.

El corazón se le retorció dolorosamente. James debía estar sintiéndose fatal. Sus planes para la Navidad debían haber sido mucho más glamorosos, más románticos que pasar unos días tranquilos allí.

—Ya sé que me vas a decir que lo lleve también, pero no creo que esté de humor para fiestas, no, teniendo en cuenta las circunstancias.

Sabía que su amiga insistiría, así que siguió con la receta que estaba haciendo.

Pero lejos de insistir, Dawn dijo:

—¡Vaya! ¿Se aproxima una temporada de lágrimas?

—No creo que James Carter sepa llorar.

En todos los años que lo conocía, primero como hijo del socio de su padre y luego como sucesor del mismo cuando este murió hacía once años, ocupando ese puesto con solo veinticinco años, nunca lo había visto mostrar ninguna emoción fuerte. Siempre se mostraba muy seguro de sí mismo, completamente controlado. Parecía vivir en un mundo en el que nada lo podía tocar.

Pero en ese momento debía estar dolido. Ser públicamente rechazado por la mujer con la que había pretendido casarse debía ser una experiencia dolorosa. Sin embargo, conociéndolo tan bien como lo conocía, estaba segura de que no lo demostraría.

—Bueno, él no mostrará sus sentimientos en público —admitió Dawn—. Pero como sus padres están muertos, tu padre y tú sois lo más cercano a una familia que tiene, así que os puede llorar en el hombro. Y supongo que su ego debe estar bastante afectado. Quiero decir que, hace un par de meses, leíamos todos esos cotilleos acerca de la boda del año, la suya con Fiona Campbell-Blair, la buena pareja que parecían hacer y lo embelesados que parecían estar el uno con el otro, para que luego, hace menos de una semana, la chica anuncie que lo deja porque él no alcanza sus altas expectativas, eso debe haberlo dejado absolutamente destrozado.

—Probablemente —respondió Mattie deseando que su amiga lo dejara ya.

¡Odiaba pensar en James herido y deseaba agarrar por el elegante cuello a Fiona! No se podía imaginar a ninguna mujer que no estuviera loca dejando a un hombre tan masculino como James Carter.

—Mira —dijo—. ¿Por qué no haces café?

Lo que fuera con tal de detener aquella conversación.

Miró de nuevo el libro de cocina y empezó a poner mantequilla en la harina.

—Estoy tratando de hacer unos bizcochos. ¡Me gustaría que la señora Flax no hubiera decidido tomarse sus vacaciones anuales justo ahora!

Cuando su ama de llaves les había anunciado que quería pasar unas vacaciones de invierno al sol con su hermana, no les había parecido mal. Al padre de Mattie no le gustaban las navidades después de que su esposa, la madre de Mattie, los hubiera dejado hacía ya años, así que se tomaban esas fechas como otras cualquiera. Pero como James estaría con ellos, ella iba a tener que hacer todos los preparativos.

—Dalo por hecho.

Dawn se levantó y se acercó a la mesa donde estaba trabajando Mattie.

—La receta dice que tienes que añadirle agua, pero sale mucho mejor con huevo batido. ¿Quieres que me ocupe yo? Llevo ayudando a mi madre en la cocina casi desde que nací y tú no eres más que una académica. Con cerebro, pero completamente inútil cuando se trata de llevar a cabo algo práctico.

—Entonces, ya es hora de que cambie —respondió Mattie.

Resistió el impulso de agarrar el recipiente y apretárselo contra el pecho. Tenía el suficiente sentido común para darse cuenta de que lo que le decía su amiga era cierto, pero con sus propias manos podía y le proporcionaría a James unas navidades como estaban mandadas.

Mientras Dawn llenaba la cafetera, Mattie la miró. A pesar de que solo las separaban en edad unas semanas, a veces ella se sentía mil años mayor que la alegre Dawn. Algo que se vio reforzado cuando Dawn le dijo por encima del hombro:

—Juega bien tus cartas, Matts, y lo puedes atrapar al rebote.

Mattie sintió un fuerte dolor que la recorría, seguido por una ira que la hizo decir :

—¡Dawn, a veces hablas como una niña estúpida de diez años!

James Carter no se molestaría en mirar dos veces a la plana e insignificante Matilda Trent. A él le gustaban las hermosas y elegantes. Mujeres como su ex novia, que destacaban entre una multitud, no las que pasaban desapercibidas. Dawn tenía que saber eso, ¿cómo podía no saberlo?

—Si tú lo dices —dijo su amiga mientras servía el café—. Pero, piénsalo. Antes de que yo me fuera a trabajar a Richmond, vosotros dos estabais muy unidos, lo que significa, por supuesto, que yo lo vi casi tan a menudo como tú. Contigo él siempre parecía protector, amable. Es difícil decirlo, pero había una gran cantidad de afecto. Y después de ser dejado por esa cabeza hueca de clase alta, seguro que apreciará a alguien inteligente, leal, agradable y tranquila. Tú ya te enamoraste de él hace once años, cuando tenías catorce, así que ve a por él, Matts.

¿Tranquila? ¡Estaba histérica! Dawn le había clavado un cuchillo en las costillas y lo estaba retorciendo. Era demasiado insensible para darse cuenta del daño que le estaba haciendo.

—Me enamoré de él al mismo tiempo que tú lo hiciste de nuestro profesor de ciencias, ¿recuerdas? ¡Y lo olvidé antes de que tú cambiaras tu eterna devoción de un cantante pop a otro! Así que déjalo, ¿quieres?

Pero el problema era que estaba mintiendo, ella no lo había olvidado en absoluto. Lo había intentado, pero sus sentimientos por James, mantenidos en secreto, no habían dejado de crecer y profundizarse.

 

 

James salió de su Jaguar y lo cerró. En el cielo había un millón de estrellas. Respiró profundamente el frío aire de la noche invernal y empezó a relajarse. A pesar del torbellino que era su vida, aún podía reconocer la magia de la víspera de Navidad. Era curioso…

Se veía luz en dos de las ventanas, pero el resto de Barrington House estaba a oscuras. Durante el camino desde Londres se había preguntado si sería inteligente pasar las fiestas con los Trent. Pero una vez allí, en medio del silencio, supo que había hecho bien en ir a pasar dos o tres días.

Después del drama de la semana anterior, eso era lo que necesitaba. Aún sentía el sabor amargo de la escena final con la mujer con la que había decidido casarse. Y por lo que había sucedido, podía entender por qué Fiona había hablado con la prensa, aún cuando deplorara la forma en que había hecho pública su ruptura.

Necesitaba dejar atrás todo ese episodio humillante y doloroso, y allí lo podría hacer.

Con los años, esa casa había sido como un segundo hogar para él, como antes lo había sido para su padre, que prefería hablar de negocios durante una cena civilizada o en un largo fin de semana con Edward Trent, su socio en la que era ahora una gran empresa constructora.

No era por la casa en sí misma, ya que era un poco demasiado sobría para su gusto, más una especie de museo de la perfección tradicional que una casa para vivir. Ni tampoco era por la compañía de su socio por lo que había ido esta vez.

Era por Mattie. Su presencia poco exigente era exactamente lo que necesitaba.

Frunció el ceño. Admitir eso no le hacía mucha gracia. Había aprendido a ser autosuficiente desde muy joven. No quería necesitar lo que otro ser vivo le pudiera dar.

Pero la gran inteligencia de ella lo estimulaba, su serenidad lo tranquilizaba, y sus defectos, tales como su completa incapacidad para hacer cualquier cosa práctica, le divertía. Ella había tardado meses en aprender a usar el procesador de textos que por fin la había convencido de que instalara, y había aprobado el examen de conducir a la novena. Incluso ella era la persona que conocía que peor conducía.

Estaba su refrescante falta de vanidad femenina, tenía que ser la mujer menos consciente de su forma de vestir y de su sexualidad.

Y eso era lo que él necesitaba realmente, la compañía de una mujer que no se dedicara a proponerle retos sexuales, que no lo atrajera físicamente y que no quisiera hacerlo.

Ratón. La dureza de sus labios se suavizó levemente. El querido y viejo ratón de biblioteca.

Tomó su bolsa de viaje y se acercó a la puerta principal, preguntándose si ella seguiría enfrascada en la traducción de ese libro técnico del italiano, alemán o lo que fuera, o si lo habría terminado ya.

Confiaba en que fuera lo último. Sabía que ella no necesitaba trabajar, ya que tenía dinero más que suficiente, pero cuando tenía un proyecto entre manos, no lo dejaba hasta que estuviera terminado. En cuanto le abriera la puerta, se lo preguntaría.

Pero fue su socio el que le abrió. Para ser un hombre de sesenta años, casi no tenía arrugas en la cara y solo su cabello gris y una cierta gordura delataban su edad. Y sus ojos revelaban a su vez la vergüenza.

Edward Trent no se sentía cómodo con las emociones. Si tenía alguna la mantenía firmemente oculta y esperaba que todo el mundo con quien estuviera en contacto hiciera lo mismo. James era igual en ese aspecto y, seguramente, era por eso por lo que se llevaban tan bien.

—Me alegro de que me des cobijo por uno o dos días —dijo James—. Siento la necesidad de tranquilizarme por un tiempo. Pero no te voy a aburrir con todos los detalles desagradables, así que sugiero que dejemos todo el tema de mi pública ruptura a un lado y corramos un tupido velo.

—Es lo mejor —dijo Edward y suspiró aliviado—. Aunque antes de que lo dejemos, he de decirte que estás mejor así. Como ya sabes, Mattie y yo la conocíamos solo de una vez y ambos estuvimos de acuerdo en que no era lo bastante buena para ti. Es cierto que era de buena familia. Y sería una buena anfitriona, cosa que ahora que te has hecho con las riendas de la empresa, es algo que necesitas. Pero era egoísta y dura. Nunca habría funcionado. Una vez dicho esto, ¿Quieres ir a refrescarte un poco a tu habitación o te tomas algo conmigo antes de cenar?

—Prefiero tomarme algo.

Dejó su bolsa al pie de la gran escalera que daba al piso superior y siguió a Edward hasta el salón.

¡Así que Mattie había pensado que Fiona no era suficientemente buena para él! ¿Y qué sabía ella al respecto? En su opinión, la hija de su socio no vivía en el mundo real. Su vida se limitaba a esa torre de marfil aislada, dedicada solo a su trabajo. Era completamente inocente, ignorante de lo que pasaba entre los hombres y mujeres adultos y sexualmente activos.

No tenía ningún derecho a emitir juicios.

Por lo que él sabía, Mattie no tenía ninguna vida sexual, así que, ¿cómo podía entender el ansia de un hombre por poseer a una mujer tan hermosa, tan provocativa como era Fiona.

Se dio cuenta de que seguía con el ceño fruncido y se obligó a relajarse mientras aceptaba el whisky de malta que le ofreció Edward. Luego ambos se sentaron y él preguntó:

—¿Dónde está Mattie?

—En la cocina —respondió Edward—. Me temo que tenemos la mala suerte de que la señora Flax haya decidido tomarse sus vacaciones precisamente ahora. Ya sabes que, fuera de su trabajo, Matilda es tan organizada como una niña de dos años.

James le dio un trago a su whisky. ¡Pobre Mattie! Sabía muy bien que, si no fuera por su presencia allí, ellos dos se habrían conformado con unos sándwiches o algunas latas mientras que no volviera el ama de llaves. No iba a permitir que ella se estresara demasiado, así que, a partir del día siguiente, la ayudaría. Esa decisión lo sorprendió, pero siguió decidido a hacerlo.

 

 

Mattie no estaba en la cocina, sino en su dormitorio, mirándose al espejo. Cuando oyó llegar a James, había sido muy consciente del mal aspecto que tenía con los vaqueros y la sudadera que había llevado durante todo el día en la cocina y el jardín, donde había estado un buen rato cortando muérdago para decorar el salón.

Pero lo cierto era que tampoco le parecía estar muy atractiva con la falda marrón y el jersey que se había puesto. Su cabello castaño seguía húmedo por la ducha que acababa de darse y parecía casi negro mientras se hacía su moño habitual. Estaba demasiado pálida y no podía hacer nada con el peculiar color amarillo de sus ojos.

Frunció el ceño, se volvió y recogió la ropa sucia. No serviría de nada maquillarse. Sabía que era fea, lo había sabido siempre. Y por mucho que se mirara al espejo, no alteraría una nariz muy corriente, una mandíbula demasiado ancha y una boca demasiado carnosa.

James no se percataría si fuera a cenar vestida con un saco. Él la llamaba a veces ratón. Y así era como la veía. Algo pequeño, tranquilo, gris. Insignificante. Lo sabía muy bien, ¿no? Había aceptado la dura realidad hacía años. Entonces, ¿a qué venía ahora esa especie de autocrítica?

Tenía que controlarse. James no había hecho nada nunca para animarla a que sintiera lo que sentía por él. Era, por suerte, completamente inconsciente de la profundidad de sus sentimientos. Tan profundos eran que ella nunca le había prestado atención a ningún otro hombre. Nunca se había visto tentada a seguir el ejemplo de sus amigas de la universidad y jamás había ligado con nadie.

En vez de seguir allí, pensando en lo que nunca podría ser, debería estar abajo, tratando de ser amable y comprensiva. Con un poco de suerte, eso serviría para calmar el dolor de su corazón roto.

Así que, ignorando estoicamente su dolor, levantó la barbilla, echó atrás los hombros y salió de su habitación.

 

 

—Por supuesto que te voy a ayudar a preparar el almuerzo —dijo James a la mañana siguiente—. No tengo ninguna intención de permanecer ocioso. Además, ninguno de los dos ha preparado nunca una auténtica comida de Navidad, así que el resultado puede ser divertido.

Mattie se mordió el labio. ¿Por qué tenía él que ser tan atractivo? ¿Es que siempre se le tenían que agitar las entrañas cada vez que estaba cerca de ella?

Él llevaba unos pantalones grises y un jersey negro de cachemira. Era la perfección masculina en persona, con unos ojos grises que contrastaban con sus largas pestañas y cejas tan negras como su cabello.

Tenía que pensar en cualquier otra cosa. En lo que fuera.

—Si te preocupa que vaya a repetir la actuación de la cena de anoche, no temas —dijo ella, sabiendo que había sido un completo desastre—. Lo cierto es que eso no se puede hacer peor.

Sacó de uno de los bolsillos del delantal las gafas que usaba para leer y se las puso en la nariz.

—La verdad es que me entró el pánico —continuó—. Lo hice todo mal, ya que es la señora Flax la que cocina siempre, y por eso yo no he tenido que aprender a hacerlo. Pero eso no significa que no pueda. Todo tiene que ser cosa de lógica y planificación. Así que anoche me senté e hice algunas listas y me leí algunos libros de cocina. Tengo todo planeado, hasta el último detalle.

Y por eso tenía ojeras, pero por lo menos había logrado quitarse de la cabeza que estaban durmiendo bajo el mismo techo. Aunque ella había dormido más bien poco.

—Estoy segura de que podrías pasar mejor la mañana con papá. Sé que está ansioso por hablar contigo de ese proyecto hotelero en España. ¿O era en Italia?

—En España —afirmó él—. Y puede esperar.

Ella tenía un aspecto muy hogareño, con el cabello recogido que dejaba ver claramente su rostro, sus graciosas gafas que se le deslizaban por la pequeña nariz, y sus serios ojos dorados. Estaba dedicando toda su impresionante inteligencia a lo que tenía entre manos.

¡Bravo, Mattie!