Amor en familia - Catherine Spencer - E-Book

Amor en familia E-Book

Catherine Spencer

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Beschreibung

Pierce Warner se estaba acostumbrando a los cambios en su una vez organizada vida, ahora que era el responsable del hijo de su primo. Aparte de tener a un niño de cuatro años corriendo por toda su lujosa casa, también estaba teniendo que empezar a aceptar las órdenes de la hermosa pero terca nueva niñera. Y pronto, además de hacer de padre, empezó a pensar en otro papel: el de marido de Nicole. ¿Querría seguir casándose con ella cuando descubriera que no le había contado un importante secreto... algo que podría explicar la buena relación que tenía con el niño?

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Catherine Spencer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor en familia, n.º 1031 - marzo 2021

Título original: A Nanny in the Family

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-589-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DEBERÍA hacer un día triste y lluvioso, con los árboles goteando como las lágrimas que ella había estado derramando toda la noche. Pero en vez de eso, hacía un día precioso, con el sol iluminando los jardines llenos de geranios y rosas tempranas.

Incluso la casa parecía sonreír, con sus paredes rosas y brillantes ventanales. Cuatro elegantes chimeneas se elevaban hacía el cielo azul y la puerta brillaba cegadoramente. ¿O era la amenaza de más lágrimas lo que la hizo parpadear cuando salió del coche?

De repente, se abrió la puerta de la casa y apareció una mujer de mediana edad. Se detuvo un momento y le habló a alguien que no estaba a la vista en el interior de la casa.

Nicole pensó que tenía todo el aspecto de una niñera; un poco regordeta, competente y alegre. Lo último que Tommy necesitaba en esos momentos de su vida era a una mujer inmersa en su propio dolor.

Parpadeó de nuevo y apartó la mirada. La voz del teléfono le había dicho que estuviera allí a las dos, y así lo había hecho ella con toda exactitud. Tenía un par de minutos para prepararse para el más difícil papel de su vida. ¿Cómo podía una persona apartar un dolor tan próximo aunque fuera por un momento? ¿Cómo iba a poder dejarlo escondido detrás de una fachada de serena capacidad?

La otra solicitante bajó las escaleras con un gran bolso en la mano. La saludó con la cabeza cuando pasó a su lado y siguió andando.

Esa mujer le parecía perfecta para el puesto. Bajo sus cuidados, Tommy aprendería a que le gustaran los guisantes y las espinacas. Cuando llorara preguntando por sus padres, lo sentaría en ese amplio regazo y lo consolaría. Pero eso no sería suficiente, sólo ella, Nicole, podría entender su pérdida y sólo ella lo podía compensar por ello.

La puerta siguió abierta y apareció otra mujer, mayor y más esbelta. Nicole se miró en el espejo retrovisor y agradeció haberse puesto el colirio para aliviar sus ojos enrojecidos. No podía permitirse tener mal aspecto.

–Usted debe de ser la joven que ha llamado esta mañana. ¿La señorita Bennett? –dijo la mujer con un leve acento británico–. Está bien que haya llegado a tiempo. El Comandante espera puntualidad.

Esas palabras la llenaron de temor y la hicieron pensar en un militar anciano y autoritario. Y Tommy tenía sólo cuatro años. ¡Pobre niño!

–¿Han venido muchas más solicitantes para el trabajo? –preguntó rápidamente.

–Sólo tres, me temo –dijo la mujer agitando la cabeza–. Usted es nuestra última esperanza, a no ser que aparezca alguna otra inesperadamente. El Comandante Warner está un poco agobiado por haber perdido a su primo tan trágicamente y por tener que hacer de padre para el niño tan de repente.

La mujer se sacó un pañuelo de papel del bolsillo del delantal y se enjugó una lágrima.

Nicole deseó en silencio que no llorara, porque si no ella iba a empezar también y no iban a parar.

–Tengo entendido que el Comandante Warner no tiene hijos propios, ¿no es así?

–¡Cielos, no! –exclamó la mujer–. Ni siquiera está casado, ¡Aunque no porque no lo deseen algunas! Hasta ahora, sólo había ejercido el papel de tío del niño. Aunque no es que sea exactamente su tío, sino más bien su primo segundo. ¿Pero qué importa eso? Lo importante es que se tienen el uno al otro. De lo contrario, no sé cómo habrían pasado estos horribles momentos. Venga por aquí, querida. El Comandante la entrevistará en la biblioteca.

Nicole siguió a la mujer por un largo pasillo con las paredes cubiertas de paneles de madera y el suelo de alfombras.

–La señorita Bennett está aquí, Comandante.

–Gracias, Janet. Hazla pasar.

La voz era profunda y rica, de alguna manera contraria a la impresión autoritaria que se había formado de él Nicole.

La mujer sonrió a Nicole animándola, luego se volvió y salió de allí.

Nicole deseó que no la dejara sola.

–¿Está usted ahí, señorita Bennett? –dijo la voz, un poco impacientemente esta vez, sugiriendo que había acero bajo tanto terciopelo.

–Sí –dijo ella entrando en la habitación.

–Entonces haga el favor de entrar.

Esta vez el acero de esa voz fue inequívoco. Alguna duda más por su parte y la entrevista podría terminar antes de empezar. Entró en la biblioteca rogando que todo fuera bien.

El hombre que se levantó de detrás de una mesa de trabajo victoriana para ofrecerle la mano no se parecía en nada a la imagen que se había hecho de él. De treinta y tantos años, alto y con los hombros anchos, con unos devastadores ojos azules y una barbilla como tallada en granito, parecía un artista de cine.

En cualquier otro momento, Nicole se habría imaginado el potencial romántico de semejante espécimen. Pero como estaban las cosas, él sólo significaba un medio y, por lo que a ella se refería, bien podría tener dos cabezas.

–¿Cómo está usted? Yo soy Pierce Warner –dijo mientras le daba la mano breve, pero firmemente–. Por favor, siéntese, señorita Bennett.

–Gracias –respondió ella, nerviosa como una adolescente.

La última vez que había estado tan nerviosa, fue cuando tuvo su entrevista final en la clínica. La tinta de su certificado de enfermera apenas se había secado por aquel entonces. Pero eso fue hacía seis años y creía que ya había superado la incertidumbre que la había asaltado entonces.

Había cuidado a niños con enfermedades terminales, había consolado a sus padres y, aunque muchas veces le había parecido que se le iba a romper el corazón, siempre había logrado controlar sus emociones. ¿Entonces por qué estaba tan nerviosa ahora?

–Hábleme de usted, señorita Bennett –le dijo el Comandante mirándola fijamente.

–Bueno –respondió ella secándose las manos en la falda–. Soy nueva en la zona.

–Eso le parece relevante, ¿no?

–Sí… hum, ¡no! Bueno, lo que quiero decir es que espero que hable con mis anteriores jefes, pero acabo de venirme a vivir a la costa oeste, así que no le puedo ofrecer ningún nombre local. Pero tengo buenas referencias.

Buscó entonces en su bolso y sacó el sobre que contenía sus cartas de recomendación y referencias y se lo ofreció.

Él lo dejó a un lado y entrelazó los dedos sobre la mesa.

–En estos momentos, estoy más interesado en oír por qué cree usted que es la persona más cualificada para el puesto de niñera en mi casa.

Ella respiró largamente, esperando que la próxima vez que abriera la boca diera una mejor impresión. Pero una vez más, según su opinión, dijo algo equivocado.

–Bueno, yo preferiría decirle directamente que nunca antes he sido niñera.

Él entornó los párpados como si hubiera visto un barco enemigo en el horizonte.

–Eso sí que me parece relevante. ¿Le importaría explicarme entonces por qué se está molestando entonces en hacernos perder el tiempo a los dos?

–Porque tengo mucha experiencia en el trato con niños, sobre todo en los que están bajo estrés. Y soy muy consciente de que su…

–Siga, señorita Bennett.

¿Podría él ver la forma en que estaba retorciendo las manos en su regazo?

–Sé que su familia se ha enfrentado recientemente a una tragedia terrible, como resultado de la cual su ahijado ha perdido a sus dos padres. Permítame ofrecerle mis mas profundas condolencias.

Él inclinó la cabeza en un gesto de aceptación. Una respuesta fría y casi displicente, si un músculo de su barbilla no hubiera traicionado sus emociones.

–He pedido una excedencia en mi anterior trabajo para venir a Oregón y estar cerca de mi familia –añadió ella acercándose tanto a la verdad como se atrevió–. De todas maneras, necesito ganarme la vida, así que, cuando supe que usted estaba buscando una niñera a tiempo completo, pensé que era un trabajo que podía llevar a cabo. Soy enfermera especializada en pediatría, Comandante Warner. Durante los últimos tres años he estado trabajando exclusivamente en la unidad de cuidados intensivos de mi hospital. Las enfermeras que trabajamos allí estamos muy acostumbradas a la muerte y aprendemos a tratar con tacto y compasión con la gente que la sufre de cerca. Si no es así, no duramos mucho. Puedo ayudar a su ahijado en estos momentos difíciles y puedo empezar a cuidarlo inmediatamente.

Por primera vez, el Comandante pareció un poco impresionado.

–¿Qué edad tiene usted? –le preguntó.

–Veintinueve.

–La madre de Tommy acababa de cumplir los veintiocho –dijo dándose la vuelta y mirando por la ventana que tenía detrás.

«Lo sé», pensó Nicole. «Era dieciocho meses más joven que yo. Su cumpleaños fue en febrero».

Pero en vez de eso, le dijo:

–Creo que puede ser mejor que lo cuide alguien cercano a la edad de su madre.

–Estoy de acuerdo –respondió él y se volvió de nuevo, tomó el sobre y extendió por la mesa su contenido–. ¿Se da cuenta de que va a tener que venirse a vivir aquí? ¿De que no va a tener mucho tiempo para pasarlo con su familia? La necesito aquí por lo menos cinco días a la semana.

El alivio casi la hizo descuidarse. No podía decirle que ella preferiría trabajar todo el día siete días a la semana.

–Por supuesto.

–Es posible que no pueda dormir mucho. Tom ha llorado por su madre todas las noches.

–Soy enfermera. Dormir mal es algo habitual en mi trabajo.

–La respuesta al anuncio que puse ha sido muy decepcionante. La mujer a la que he visto esta mañana temprano, no era mucho más que una niña. La que vino antes que usted, se había pasado once años con la misma familia y habría sido ideal para el trabajo, pero no podría empezar con él hasta finales de mes.

Nicole contuvo la respiración, sintiendo la victoria. Entonces, en alguna parte de la casa, el grito de un niño rompió el silencio.

–No creo que pueda esperar tanto tiempo –dijo el Comandante–. Supongo que debería leer estas referencias. ¿O son sólo la palabrería habitual?

–Eso es algo que usted debería decidir.

–Muy bien –respondió él encogiéndose de hombros–. ¿Desea un café o algo fresco, señorita Bennett?

–Un vaso de agua estaría bien.

La sonrisa de él le produjo unos inesperados hoyuelos en las mejillas.

–Creo que podemos conseguirle algo mejor que eso. Haré que Janet le lleve algo al patio.

Afuera, la vista le cortó la respiración a Nicole. Sobre un acantilado, la casa daba a una playa por un sendero de grava que conectaba varias terrazas. Una escalera similar a la que había delante de la casa daba a una piscina excavada en una depresión natural de la roca, todo ello rodeado de flores. Abajo, el océano se juntaba con el cielo en el horizonte.

Janet apareció con una bandeja en las manos.

–Bonita vista, ¿verdad? –dijo dejando la bandeja en una mesa bajo una sombrilla–. Se siente la paz hasta en lo más profundo.

A Nicole no le pareció así. Estaba llena de dolor. Para ella, aquella belleza y tranquilidad eran casi una afrenta.

Janet le sirvió algo en un vaso largo.

–¿Cómo ha ido la entrevista?

–No estoy segura. Espero conseguir el trabajo.

–Bueno, querida. Le puedo decir que el Comandante no se molestaría en entretener a alguien aquí si no diera la talla. Si pensara que está perdiendo el tiempo con usted, ahora ya habría salido por la puerta. Pruebe esta limonada. Es natural.

–Gracias.

–Y le he traído también un plato de galletas. Por si quiere comer algo mientras espera.

Había desayunado hacía ya mucho tiempo y la noche anterior no había cenado, pero pensar en comida le daba náuseas. Aun así, por educación, tomó una galleta y dijo:

–Lo que realmente me gustaría sería conocer al pequeño. ¿Cree que podría hacerlo salir para que nos conozcamos?

Ya había vuelto a meter la pata. Janet retrocedió como si le hubiera hecho una proposición indecente.

–Oh, eso no lo puedo hacer, querida –exclamó anonadada–. Eso es cosa del Comandante, y si decide que es usted la mejor para el trabajo.

«Pero es mi sobrino y necesito verlo», pensó Nicole. necesitaba tenerlo en brazos, besarlo. Necesitaba saber que no se sentía solo y abandonado.

Janet se arregló el delantal y suspiró.

–Espero que él se decida rápidamente. No me importa decírselo a usted, pero estoy muy agobiada de trabajo tratando de llevar la casa y cuidando de Tommy al mismo tiempo. Es un buen niño, pero ya sabe usted que, a esa edad, un niño sólo está tranquilo cuando se duerme.

–¿Dónde está ahora?

–Dormido. Todas las tardes se echa la siesta durante una media hora. Estoy segura de que el Comandante lo traerá para que lo conozca, si le gusta lo que le digan de usted.

–¿Lo que le digan?

Janet se acercó y le dijo en confianza:

–Estaba llamando por teléfono cuando yo le llevé su limonada y oí que mencionaba su nombre.

El agotamiento debía de estar apoderándose de ella y no pudo evitar reírse un poco ante la idea del Comandante bebiendo limonada. ¿No sería más de su estilo una pinta de ron?

–¿Por qué lo llama el Comandante?

–Ése es su rango. Está en la Armada, ¿no lo sabía? Ahora trabaja diseñando barcos de guerra, porque tiene mal la espalda, pero fue un disgusto para él cuando tuvo que dejar el servicio activo. Sabía que quería ser marino desde que tenía la edad de Tommy. Aprendió a navegar a vela antes de los ocho años y se pasaba todo el tiempo en el puerto deportivo. Se sabía el nombre y el modelo de todos los barcos que había allí. Tan pronto como tuvo la edad suficiente, entró en la Academia Naval y, después de eso, la gloria. Es algo así como el héroe local, se podría decir.

Se acercó de nuevo a ella, como si fuera a compartir un secreto, revelado sólo a unos pocos.

–Debería ver las medallas que tiene. Estuvo en la Guerra del Golfo, ya sabe. Allí fue donde lo hirieron. Fue rescatando a uno de sus hombres de una explosión; lo condecoraron por su valor.

–Ya que estás, ¿por qué no le dices también la talla de zapatos que uso, Janet? –dijo el objeto de su conversación sonriendo.

Sus ojos eran más azules que el cielo, pensó Nicole. Y su sonrisa era deslumbrante.

–¡Oh, Comandante! –exclamó Janet ruborizándose como una colegiala–. No lo he oído salir.

–Me imagino –dijo él y se dirigió a Nicole–. Tráigase dentro la limonada y seguiremos hablando, señorita Bennett.

¿Decía él «por favor» o «gracias» alguna vez? ¿O era que estaba tan acostumbrado a dar órdenes que ni se le ocurría?

–¿Por qué no me ha dicho que trabajó en la Clínica Mayo? –le dijo él tan pronto como estuvieron sentados de nuevo en la biblioteca.

Nicole no lo pudo evitar y le preguntó antes de pensarlo:

–Eso le parece relevante, ¿no?

Él no sonrió exactamente ante esa audacia, pero los ojos le brillaron, divertidos.

–Si estuviera en la Armada, señorita Bennett, la reconvendría por insubordinación. He de preguntarme qué es lo que le atrae de este trabajo. Debe saber que está mucho más que cualificada para él.

–Sobre el papel, tal vez. Pero necesito un cambio.

–¿Y eso?

–Cualquier enfermera que trabaje en una unidad de cuidados intensivos le dirá que es muy normal acabar quemada profesionalmente. Puede pensar que terminamos siendo indiferentes a la muerte, pero no es así. Y, cuando los afectados son niños pequeños, el estrés es particularmente intenso.

Hizo una pausa, odiando el hecho de que estuviera a punto de añadir otra mentira a las que ya le había contado y deseó poder decirle toda la verdad. Pero era demasiado pronto y el riesgo era demasiado grande, así que añadió:

–Pensé que era el momento de darme un descanso.

–Se lo agradezco, señorita Bennett, y la comprendo. Pero mi principal prioridad es el bienestar de mi ahijado y me pregunto si será capaz de llenar sus necesidades emocionales. En estos momentos, necesita mucho apoyo emocional. ¿Cómo va a proporcionárselo teniendo en cuenta que acaba de admitir que está usted misma en un estado emocional un tanto frágil?

–Que necesite un cambio no altera el hecho de que ame a los niños –dijo ella, agradeciendo poder ser completamente sincera de nuevo–. Y puede estar seguro de que siempre pondré por delante los intereses de su ahijado.

–Eso espero.

Ella lo miró entonces, esperanzada.

–¿Me está diciendo que he conseguido el trabajo?

–Todavía no. Antes de tomar esa decisión, creo que debería conocer a Tom.

«¡Sí!»

–Eso estaría bien. Tenemos que ver antes cómo nos llevamos.

¡Como si hubiera alguna duda de que no lo fuera a adorar a primera vista!

–Lo traeré –dijo el Comandante al tiempo que le pasaba de nuevo el sobre con las referencias–. Puede que sea un poco tímido con usted. Ha visto a muchos desconocidos esta última semana y, evidentemente, está confundido, pero estoy seguro de que usted lo comprenderá.

–Por supuesto.

Entonces, él se marchó y la dejó sola. Dándose cuenta de lo difícil que le estaba resultando contener sus emociones y de que el Comandante se daría cuenta de cualquier movimiento en falso, Nicole utilizó ese tiempo para recomponer su compostura. Tenía una cosa clara, no importaba lo que le costara, debía aparentar calma y tranquilidad si quería convencerlo fuera de toda duda de que ella era la mejor niñera para Tommy.

Creía que lo había logrado. Pensó en todos esos años trabajando en el hospital la ponían en buen lugar. Después de todo, Tommy era un niño saludable, no un pobre niño sin futuro. Pero cuando se abrió la puerta y vio al niño que llevaba en brazos el Comandante, se olvidó de todo; de su profesionalidad, de su investigación, de sus mentiras. De todo.

–Este es Tom, señorita Bennett.

En vez de decir algo racional, como «hola» o algo parecido, se llevó los dedos a la boca para que no le temblaran los labios y susurró:

–¡Oh! Sabía que sería guapo, pero no tenía ni idea de que fuera tan perfecto.

–Espera a que la despierte a las cinco de la mañana tres días seguidos antes de decir eso –dijo el Comandante dejando al niño en el suelo.

El niño se apoyó contra la pierna de su tío y miró a Nicole con unos ojos grandes y solemnes. El sueño se le notaba en la cara y tenía el cabello mojado por un lado por el sudor. Llevaba en la mano una manta pequeña.

La necesidad de abrazarlo, de acercarse ese pequeño cuerpo al corazón fue casi imposible de soportar. Pero no se atrevió a ceder a esa necesidad, estaba demasiado cerca de ponerse a llorar y destruir la imagen que tanto le había costado componer. Se volvió, buscó un pañuelo de papel en el bolso y se sonó la nariz.

–Perdón –dijo–. Creía que iba a estornudar.

–¿Está acatarrada?

–No. Estoy muy bien de salud –dijo y luego sonrió a Tommy–. Hola, yo soy Nicole.

–Hola –respondió el niño.

–Tienes una manta muy bonita. ¿Te la llevas a la cama?

–Sí. Es mi mantita.

–Es una manta, Tom –dijo amablemente el Comandante–. Los niños grandes no hablan como los pequeños. Deja que vea como le das la mano a la señorita Bennett.

¡Estaba muy claro que ese hombre tenía tanta idea de cómo hablarle a un niño de cuatro años como la que ella tenía de hablarle a un orangután!

–¿Por qué no me enseñas el jardín? Si a tu tío no le importa…

–En absoluto –dijo el Comandante–. Eso les dará la oportunidad de conocerse mejor. Ve a enseñarle el jardín a la señorita Bennett, Tom.

–De acuerdo. Pero no a la piscina. No puedo ir allí. Va contra las reglas.

–No a la piscina –repitió ella–. Yo prefiero ver las flores.

El niño lo pensó por un momento y luego se adelantó y la tomó de la mano.

–Yo tengo un jardín en casa –le dijo–. He plantado cosas y luego las he regado.

–¿Sí?

–Sí, y han salido hasta árboles.

–¿Tom? –intervino el Comandante–. ¿Recuerdas lo que hemos hablado de no exagerar? Aténte a los hechos, por favor.

Nicole pensó que iba a tener que ponerse una mordaza si ésa era la idea de ese hombre de cómo tratar a un niño de cuatro años. Le apretó la mano al niño para darle seguridad.

Pero eso no lo consoló.

–Sólo estaba bromeando –dijo y toda la animación desapareció de su rostro–. Mamá se reía cuando yo bromeaba con ella. Quiero ver a mi mamá. ¿Puedo irme a casa ahora?

–No para de pedirme eso –dijo el Comandante con un destello de pánico en la mirada–. Y no sé qué decirle.

–Dado que tantas ganas tiene de atenerse a los hechos, tal vez debiera decirle la verdad –dijo y luego se volvió a su sobrino–. Ahora estás viviendo aquí, Tommy, pero alguna vez podemos ir a ver tu casa, si quieres.

–¿Estará allí mi mamá?

A Nicole se le hizo un nudo en la garganta.

–No, Tommy. Pero tal vez podamos encontrar una foto suya.

–Oh. ¿Y una de papá también?

–Claro.

El niño levantó la cabeza y la sonrió..

–Las flores son rojas –le dijo.

Agradeciendo que el niño cambiara de conversación antes de que le fallaran los nervios, Nicole le dijo:

–¿Todas?

–Y amarillas y azules. Y rosas y negras.

–¿Negras? –respondió ella dejándose llevar fuera–. No creo que nunca antes haya visto flores negras. Muéstramelas.

–No hay flores negras, Tom –intervino el Comandante–. No debes decir mentiras.

¡Por favor! Nicole hizo girar los ojos en sus órbitas y se preguntó si ese hombre se acordaría de lo que era ser niño y estar en mundo lleno de maravillas, limitado sólo por su imaginación.

–Azules. Me fascinan las flores azules.

–¿Te fascinan? –dijo Nicole riéndose por primera vez desde hacía mucho tiempo.

–A veces utiliza unas palabras muy adultas –dijo el Comandante–. Luego, por alguna razón, vuelve a hablar como un niño, cosa que he de admitir que encuentro sorprendente.

–Todos lo hacen a esta edad, Comandante. No es nada raro, y dejará de hacerlo mucho antes si no le damos mucha importancia.

–Supongo que tiene razón.

–La tengo. Confíe en mí, he tratado con suficientes niños de su edad como para saberlo.

Él inclinó la cabeza y se sacó una llave del bolsillo.

–Los voy a dejar solos para que se conozcan mejor. Si quiere bajar a la playa, va a necesitar esto para abrir la puerta. Por favor, asegúrese de que luego la vuelve a cerrar. No quiero que el niño vaya a bajar sin darnos cuenta. Las olas son bastante traidoras.

Luego, los observó mientras bajaban antes de entrar de nuevo en la casa cuando la voz de una mujer que no era Janet lo llamó. Después, Nicole oyó una risa femenina. ¿Quién sería?

Esperaba que fuera la mujer con la que estuviera saliendo o comprometido. Cuanto más ocupado estuviera con otros asuntos, menos interferiría en su relación con Tommy.

Miró al niño que tenía a su lado y el corazón se le llenó de amor. Era rubio y tenía los ojos azules, como su madre.

Deseó abrazarlo fuertemente, besarlo y decirle que lo quería, pero se recordó a sí misma que, aunque ella lo sabía todo de él, ese niño no sabía nada de ella. Semejante despliegue de afecto lo haría sentirse incómodo y eso era lo último que ella deseaba.

Cuando llegaron al final del camino y las escaleras, Tommy se soltó y corrió a la arena.

–Yo lo cuidaré, Arlene –susurró ella sin apartar de él los ojos–. A ti y a mí nos quitaron veinticinco años de saber que éramos hermanas, pero yo me aseguraré de que tu hijo nunca te olvide. Tu hijo estará a salvo conmigo.

Ésa era la promesa más sagrada que había hecho en toda su vida, y que pretendía mantener a cualquier coste.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

BUENO, por fin han vuelto.