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¿Renunciarías a tus sueños por amor? Si hay una persona a la que Alicia guarda rencor, ese es Felipe: su antiguo profesor de la universidad. La persona que le dijo que no sería capaz de convertirse en intérprete de conferencias. Diez años después, cuando lo ha conseguido con creces, ambos se reencuentran de manera inesperada. Felipe siempre sintió algo por su alumna, pero sus ambiciones se interpusieron en su camino, ahora está dispuesto a reconquistarla. Sin embargo, las cosas no serán tan sencillas porque ambos tienen visiones distintas de la vida: el atractivo intérprete ha dejado atrás todas sus ilusiones para conformarse con la sencilla rutina que tiene en Valencia, mientras que Alicia desea convertirse en intérprete para las Naciones Unidas. Sus maneras de ver el mundo, tan diferentes, los alejarán. ¿Por qué Felipe no quiere dejar su ciudad natal para convertirse en el profesional que siempre soñó? Y Alicia, ¿elegirá perseguir su sueño o se decantará por luchar por el amor verdadero?
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Seitenzahl: 310
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Carla Crespo Usó
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor en V.O., n.º 112 - octubre 2016
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-687-8744-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
Reconocimiento
Si te ha gustado este libro…
Para mamá porque, como decía Mafalda,
La primera vez que vi a Alicia supe que era alguien especial. Tenía el cabello castaño claro y cortado en melenita a la altura de la barbilla. Unas gafas de pasta de estilo nerd ocultaban unos ojos grandes de un llamativo e inusual color miel.
Era alta y desgarbada. Llevaba unos vaqueros claros y una sudadera gris, dos tallas más grande, que ocultaba su delgaducha figura. No pude evitar sonreír al fijarme en el estampado que lucía la prenda: Mafalda. El famoso personaje de las tiras cómicas de Quino. Esbocé de nuevo una sonrisa al pensar en mi nombre. Justo el del mejor amigo de la conocida niña argentina.
El resto de los alumnos de tercero de carrera entraron también al aula, pero mis ojos no podían apartarse de la insignificante chica. Sentada dentro de una de las cabinas, ojeaba unos apuntes sin levantar la mirada.
Tenía toda la pinta de ser de esas personas incapaces de hablar en público: inseguras y con un grado de timidez extremo. Puede que fuera una excelente traductora pero, solo con verla, ya se podía adivinar que no tenía madera de intérprete. Me jugaba lo que fuera a que aprobaría la asignatura a duras penas.
Mónica, la profesora a la que yo iba a sustituir, no me había comentado nada, pero mi instinto no solía fallar.
¡Quien me lo iba a decir! No podía estar más equivocado.
Cuando a lo largo de aquella clase me puse a escuchar a través de los cascos las interpretaciones de los alumnos, fruncí el ceño. De los treinta que tenía en el aula había escuchado por lo menos a dos tercios: alguno no lo hacía mal del todo pero, en general, aquello no era lo suyo.
«¿Qué tal se le daría a la chica de la camiseta de Mafalda?».
Mi fe en aquella jovencita era tan poca que la había dejado para el final. Cogí el bolígrafo y la libreta dispuesto a apuntar sus fallos y presioné el botón para activar su canal y poder oírla.
Una voz dulce y melodiosa sonó al otro lado de los cascos. Una voz que interpretaba con el tono y el ritmo de una profesional. Una voz que, además, estaba transmitiendo el mensaje original a la perfección.
No podía ser…
Miré la pantalla del ordenador para asegurarme de que no me había equivocado y estaba oyendo a otra alumna. No, era la misma chica por la que yo no había dado un duro.
Levanté la cabeza y fijé mis ojos en ella que, concentrada y con la mirada perdida, interpretaba con tranquilidad y sin saberse escuchada.
De pronto, se percató de que yo, el nuevo profesor, la estaba oyendo y, como por arte de magia, la maravillosa intervención se quebró.
Lo que hasta ese momento había sido absoluta perfección se transformó en un cúmulo de despropósitos.
Abrió sus grandes ojos y me miró también, sabedora del cambio que había dado su trabajo en el momento en el que se había dado cuenta de que alguien al otro lado de los cascos la escuchaba.
Vaya, vaya, vaya. En algo había acertado. Tenía miedo escénico. Pero había talento. ¡Y tanto que lo había! Solo debía ayudarla a superar sus inseguridades. Si lo lograba, sin duda sería una magnífica profesional.
Y así fue como Mafalda, como la bauticé en ese momento, se convirtió en mi proyecto personal.
Era un flechazo en cabina.
Diez años más tarde…
Sabía que aquello era una mala idea. Era cierto que llevaba soltera una eternidad, pero resolverlo de aquel modo… le parecía ridículo, ¡no estaba tan desesperada! ¿O sí?
No estaba muy segura de por qué había accedido a seguir a Lidia hasta el pub y mucho menos por qué se había prestado a que la maquillase y vistiera a su antojo. Ahora estaba muerta de vergüenza.
Sujetó del brazo a su amiga cuando ya estaba abriendo la puerta del local.
–¿No prefieres que vayamos tú y yo a tomar algo a otro sitio más tranquilo?
Lidia se volvió hacia ella y frunció el ceño.
–¿Ya te estás rajando? –La miró de arriba abajo con aprobación, satisfecha por su elección del conjunto.
–Sí.
–Ni en broma. Hemos venido y nos quedamos. No me he esmerado tanto en prepararte para nada.
Alicia sonrió y, esta vez, fue ella la que miró con desaprobación a su amiga.
–Por Dios, si casi no me atrevía a salir a la calle con este vestido que me has puesto. No sé si estirármelo para arriba para taparme un poco el escote o para abajo a ver si consigo que parezca que llevo algo más que un cinturón.
Lidia la miró dubitativa antes de responder:
–¡Pero si estás que rompes! Para un día que vamos a conseguir que los hombres se fijen en ti…
–En cambio, en ti, siempre se fijan todos.
Lidia dio una vuelta sobre sí misma para mostrarle a su amiga el provocativo conjunto que lucía. Ella se había arreglado a conciencia y se había puesto el vestido rojo que solía utilizar cuando quería «salir a matar». Si quería llamar la atención de los neandertales que estaban de fiesta más le valía entrarles por los ojos. Agarró a su amiga del brazo y la arrastró por la puerta del bar.
Alicia solo pensaba en trabajo, trabajo y más trabajo y siempre le ponía como excusa que no tenía ropa sexy para ir de fiesta. Bien, eso ya no era un problema.
Era la noche de los bailes latinos y ese día las chicas entraban gratis al local. Era una forma de atraer a los hombres y conseguir que ellos se gastasen los cuartos pagando una entrada y luego invitando a copas y chupitos. El reagueton a todo volumen invadía cada rincón del lugar y era difícil mantener una conversación. Aun así, Alicia se sentó en un taburete en la barra y se pidió un gintonic. Que Lidia bailase cuanto quisiera, ella ya había hecho bastante con no salir corriendo de allí.
Suspiró, dio un trago a su copa y se preparó para lo que estaba por llegar.
Sabía con toda certeza que iban a empezar a acercársele hombres para pedirle que bailase con ellos. De hecho, Lidia ya estaba meneando el esqueleto y rozándose descaradamente con un atractivo chico de ojos negros, perilla y nariz prominente. Lástima que estuviera tan oscuro en aquel local, no podía verle bien la cara. Sacudió la cabeza. Ni hablar. No pensaba entrar en ese juego. Tenía claro que sería difícil negarles la palabra, pero en algo iba a mantenerse firme: nada de bailes.
Estaba en lo cierto. Poco a poco, algunos hombres se acercaron a ella y, ante su negativa a lucir palmito al son de la música, optaron por intentar entrarle dándole conversación. La cantidad de comentarios estúpidos que iban a hacerle aquellos tíos cuando le preguntasen a qué se dedicaba y les dijera que era traductora e intérprete era interminable… Había escuchado cientos de veces la misma cantinela.
–¿Trabajas como actriz? –preguntó el primero en acercarse a ella, un banquero que al parecer solo sabía hablar de la bolsa y por lo visto no conocía la profesión de intérprete de conferencias.
Los minutos le parecieron horas cuando le dio una master class sobre las acciones y, al tratar de explicarle su trabajo, descubrió que, una vez superado el entusiasmo inicial al pensarse que se dedicaba al mundo del cine, parecía más preocupado de sí mismo que de prestarle un mínimo de atención.
El tipo número dos era comercial y, uno de tantos, de los que pensaban que cualquiera que supiera un poco de inglés podía ejercer de traductor.
–Yo tengo una prima que estudió un verano en Londres y ahora me traduce todo.
–¿Ah, sí? –Lo que le faltaba. Que encima de menospreciar su trabajo le pareciera de lo más normal que alguien que no estaba preparado para ejercitarlo lo hiciera y, para más inri, cobrando en negro.
Y encima no la había invitado ni a una copa. Tacaño.
–¿Y cómo se dice cigüeñal en inglés?
El tercer hombre que se le había acercado debía de creer que ser traductora consistía en ser un diccionario con patas. ¿Cómo iba ella a saber que se decía crankshaft si sus conocimientos mecánicos eran nulos y ni siquiera sabía lo que significaba en español? Pero claro, el rudo hombretón que tenía delante era dueño de un taller de coches y esto era lo único que le interesaba.
Se pasó el rato que duró la copa a la que le había invitado ejerciendo de diccionario andante. Y, mientras tanto, Lidia seguía bailando, esta vez con un hombre distinto.
Alicia se preguntó dónde estaría el atractivo hombre de ojos negros, pero aunque recorrió el local con la mirada no logró encontrarlo.
Un cuarto interrumpió sus pensamientos ofreciéndose a invitarla a un chupito que rechazó porque ya llevaba dos copas y, al día siguiente, tenía que trabajar. A este, solo le interesaba saber si había conocido a algún famoso. Y, más concretamente, si alguna vez había sido intérprete de Beckham o Bale. En realidad, el único tema de conversación que tenía este cuarto hombre era el fútbol y, para colmo de los colmos, era un madridista declarado. No iba a salir bien seguro.
Al quinto candidato que se le acercó, un informático de manual, le parecía que su trabajo no tenía futuro. Con los adelantos del traductor de Google Translator y los avances de la tecnología pronto no solo no harían falta los traductores sino tampoco los intérpretes.
Alicia observó su copa vacía y cerró los ojos. Tenía tantas, tantas ganas de marcharse a casa.
Una canción más y le diría a Lidia que se largaba.
Al fin y al cabo, estaba muy ocupada bailando y restregándose con medio local. No la necesitaba para nada.
Ella tenía que descansar. Al día siguiente tenía un congreso importante y quería repasar el glosario que se había preparado. La temática de la conferencia era la informática y el software libre y no era una experta en el tema.
Suspiró y cerró los ojos de nuevo tratando de relajarse. Cuando los abrió, descubrió frente a ella dos ojos oscuros que la miraban divertidos.
Le pareció todavía más guapo que cuando lo había visto bailando con su amiga. Aunque le era familiar y no sabía por qué. Sin embargo, cuando él acercó la boca a su oído y, rozándole la mejilla con su barba, la llamó por el mote con el que la había bautizado en la universidad supo al instante quién era. ¿Cómo había podido no reconocerlo?
Esa voz era inconfundible.
La había escuchado día tras día a través de los cascos en sus clases de interpretación simultánea.
–¿Felipe Estévez?
¿Qué demonios hacía su antiguo profesor en un local de baile latino? No le pegaba nada. Aunque, después de haberle visto moverse al compás de Lidia tuvo que reconocer que no se le daba nada mal.
–Llevo observándote toda la noche, por lo visto te lo has pasado en grande tratando de explicarle a esta gente a qué te dedicas –ironizó.
–Imagino que entonces te habrá sorprendido ver que al fin conseguí convertirme en intérprete, ¿no?
Las palabras de su profesor la habían perseguido varios años, sin embargo, con trabajo y esfuerzo había logrado su propósito.
–Lo cierto es que no, Alicia Ballester. –Enfatizó cada una de las sílabas de su nombre igual que ella había hecho al reconocerlo–. Recuerdo con exactitud lo que te dije en tu último año de carrera y nunca dije que no fueras a hacerlo.
Ella puso los ojos en blanco.
–Te reproduzco literalmente: «Pienso que eres una chica inteligente y con facilidad para interpretar, pero si no superas tu inseguridad a la hora de hablar en público, te tendrás que dedicar a otra cosa. Siento mucho ser tan rudo, pero suavizar la realidad no te haría ningún bien».
–¡Vaya! Palabra por palabra… veo que mi mensaje te caló hondo… Después de todos estos años, ¿sigues enfadada?
Alicia frunció el ceño y levantó la barbilla, indignada. Siempre había sido un presuntuoso y estaba claro que eso no había cambiado.
–¿Quién te has creído que eres para hablarme con esa condescendencia? Yo ya no soy tu alumna…
–Cierto.
–De hecho, soy intérprete profesional –replicó altiva.
–Lo que no entiendo es por qué te molestaste –se defendió él–. Mis palabras tenían una única finalidad y esa era que superaras tus miedos y dieras todo lo que yo sabía que podías dar.
–Por favor… ¿tan ingenua crees que soy? Ya no soy ninguna cría.
–No, no lo eres –contestó Felipe mientras le daba un repaso de arriba abajo y se decía a sí mismo que, desde luego, no lo era. No había ni rastro en ella de la chiquilla apocada que se escondía bajo gruesas sudaderas y gafas de pasta. No es que entonces no hubiera sido guapa, pero es que ahora era una mujer de lo más sexy. Su perfecto corte de pelo long bob, su maquillaje y ese genio que se gastaba lo estaban poniendo a cien. Por no hablar del vestidito que llevaba…
Alicia se percató de la mirada lujuriosa que le estaba propinando y eso no hizo más que acrecentar su mal humor. A buenas horas se había dejado disfrazar. Lo mejor sería largarse.
–Disculpa que no me quede a disfrutar de tu compañía pero mañana he de madrugar –giró la muñeca para ver la hora que marcaba el reloj–, voy a interpretar en el congreso de Joomla, software libre. ¿Te suena?
Felipe quiso responderle que no sabía cuánto le sonaba, pero ella ya estaba en la puerta y no tenía pinta de querer seguir charlando.
–¡Ha sido un placer, nos veremos antes de lo que piensas! –gritó.
«Más quisieras», pensó Alicia.
Al día siguiente, Alicia se despertó exhausta y, al mirarse al espejo descubrió dos enormes surcos negros bajo sus ojos.
«Maldito Felipe».
Se había pasado la noche dando vueltas en la cama. Las dos copas y los chupitos no habían ayudado a que conciliase el sueño y la presencia de su antiguo profesor en aquel bar mucho menos. Hacía años que no sabía nada de él, ¿por qué habían tenido que rencontrarse la noche anterior? Lo apartó de su mente, diciéndose que no tenía que volver a verlo, aquello había sido una desgraciada casualidad, y que si habían pasado años sin saber nada de él, probablemente pasarían unos cuantos más hasta que el destino volviera a ponerlo en su camino.
Odiaba la informática y el dichoso congreso de Joomla la ponía nerviosa, presentarse a hacer el trabajo sin apenas haber dormido no jugaba a su favor.
Se fue a la cocina y puso en marcha su cafetera italiana. Aunque tenía una máquina Nespresso, apenas la utilizaba. Le gustaba como su vieja cafetera inundaba la casa del característico y amargo olor. Se sirvió una taza humeante de café con leche y se la bebió. Le gustaba tomar las bebidas muy calientes.
Luego se dio una ducha rápida, se recogió el pelo en una coleta de caballo, se maquilló con sutileza para ocultar las ojeras, cogió sus trastos y salió de casa.
Tras un viaje en tranvía en el que dormitó casi todo el camino, llegó a la Politécnica. A paso veloz, entró en la sala de conferencias de la universidad donde no encontró a su compañera de cabina, sino a la persona que le había robado el sueño.
–¿Otra vez tú? –Las palabras salieron de su boca antes de que tuviera tiempo de pararse a pensarlas siquiera. Por lo visto, el destino se había dado prisa en repetir la jugada.
El joven de cabello castaño oscuro que estaba sentado en una de las sillas de la cabina de interpretación probando los canales se quitó los cascos y se giró hacia ella.
–¿No te enseñaron tus maestros a saludar como Dios manda? –inquirió burlón.
Ella entornó los ojos, resopló y dejó caer su bolso sobre la silla. Solo le faltaba tener que seguir aguantando sus gracias, como si lo de anoche no hubiese sido ya una broma pesada.
Felipe observó divertido a la malhumorada joven. No había ido allí para fastidiarla. La compañera de cabina de Alicia se había puesto enferma, le había llamado para que la sustituyese y, por lo visto, no había avisado a su amiga.
Se trataba de un congreso de larga duración y era imposible que una sola persona estuviera interpretando tantas horas seguidas. Claro que el destino parecía querer jugarle una mala pasada porque encontrársela en el pub después de tanto tiempo sin verse y justo la noche antes de que fueran a coincidir…
Cuando aceptó el encargo, sabía que el reencuentro con su antigua alumna no sería fácil, pero la conversación que habían mantenido la noche anterior solo había empeorado las cosas. Ahora iba a tener de pareja a una mujer irascible y ese no era el panorama ideal para lo que se les avecinaba.
Les esperaba una larga jornada laboral, encerrados entre las cuatro paredes de la diminuta cabina de interpretación. Sentados, sus cuerpos casi podían rozarse y la tensión se palpaba en el aire.
Alicia se sentó y colocó con esmero todos sus trastos sobre la mesa mientras Felipe comprobaba que los diferentes canales de audio funcionaban correctamente. No quería sorpresas de última hora cuando la conferencia hubiera empezado.
Observó de reojo al que, en otro tiempo, fue su profesor favorito. El que le ponía buenas notas y el que la animaba a mejorar para convertirse en intérprete de conferencias.
Estaba claro que con el paso de los años no había perdido ni un ápice de su atractivo. Nerviosa, se pasó la mano por su melena castaño claro y fijó la mirada en el escenario de la sala Paraninfo de la Universidad Politécnica de Valencia. Sería mejor pensar en lo que era, en verdad, importante.
Por desgracia, le resultó muy complicado centrarse en los largos y tediosos discursos de los conferenciantes. Hacía mucho calor y la presencia masculina que tenía al lado no hacía más que incrementar esa sensación.
A buen seguro que le estaba demostrando a Felipe que sus palabras habían sido acertadas porque no estaba siendo uno de sus mejores días. Resultaba imposible concentrarse sabiendo que dos ojos negros la miraban fijamente a la espera de que cometiera un error.
Felipe no podía apartar la mirada de la angelical cara de Alicia. Estaba nerviosa, cierto, pero a pesar de la presión que sabía que su presencia le provocaba estaba haciendo un buen trabajo. No es que le sorprendiera, había sido su alumna más aventajada, pero la inseguridad y la poca fe que a veces tenía en sí misma le habían hecho dudar de que pudiera dedicarse a aquello de forma profesional.
Estaba claro que se había equivocado. La jovencita a la que le temblaba la voz cuando tenía que hablar frente a sus compañeros había desaparecido siendo reemplazada por una mujer capaz de comerse el mundo. Al menos, eso era lo que aparentaba.
Si no hubiera sido quien era, la noche anterior hubiera tratado de conquistarla.
Unas horas más tarde ambos dejaron, agotados, los cascos sobre la mesa. Alicia dio un sorbo a la tercera botella de agua mineral que había abierto en lo que iba de jornada. Tenía la boca seca y pastosa de tanto hablar y la mente saturada por el esfuerzo.
En cambio Felipe estaba como si nada. Su aspecto era impecable y no parecía cansado en absoluto. Aquello la irritó sobremanera. Aquel tipo era de lo más repelente… prácticamente perfecto en todo.
Si tenía algún defecto, ese era el de la arrogancia.
Vale, era un engreído, hasta él lo admitía. La humildad no era una de sus cualidades. Pero quizás por una única vez pudiera bajarse de su pedestal y admitir que se había equivocado.
Al fin y al cabo, era de valientes admitir una derrota. Y él no era ningún cobarde.
Puede que en otro tiempo hubiera tenido dudas acerca de la capacidad de su alumna pero acababa de dejarle bien claro que se había equivocado. De pleno. Lo menos que podía hacer era bajarse del burro y pedirle perdón.
Alicia se abrochó el abrigo y le tendió la mano a modo de despedida. No quería ser grosera. Iba a retirarla cuando los dedos de Felipe la sujetaron con firmeza, impidiendo que se alejara, y no pudo evitar que un escalofrío recorriera su cuerpo.
–Espera.
–¿Qué quieres?
–Me gustaría disculparme.
–¿Por qué? –inquirió suspicaz. Tenía mucho por lo que pedirle perdón.
–Por lo que te dije hace años. Hoy me has dejado con la boca abierta, has hecho un magnífico trabajo.
Ella le miró escéptica y trató de soltarse.
–¿Estás siendo irónico? Porque si es así…
–¿Te estoy pidiendo perdón y crees que me estoy burlando? ¿Qué clase de persona crees que soy?
–De las que rompen en pedazos los sueños y las ilusiones de sus alumnas –siseó dolida. Le había hecho daño en muchos aspectos.
Felipe apretó con fuerza la mano de Alicia, no iba a marcharse sin escucharle. Además, le gustaba sentir el tacto de su cálida piel contra la suya.
–Dame una oportunidad para demostrarte que no soy así –suplicó–. Dame una cita.
Aunque le costaba admitirlo, se moría por pasar más tiempo con Felipe. Eso sí, no pensaba dejar que él se diera cuenta. Había sufrido demasiado por su culpa.
–De acuerdo –replicó muy seria–. Te ofrezco un desayuno de trabajo. Nada más. ¿Lo tomas o lo dejas?
–¿Se puede saber por qué te largaste ayer sin decir nada? –preguntó malhumorada Lidia–. Me dejaste tirada…
Alicia sonrió al imaginar a su amiga haciendo un mohín al otro lado de la línea. Lo suyo era quejarse por todo.
–Ah, ¿eso quiere decir que te diste cuenta de que me marché?
Silencio al otro lado del teléfono.
–Y yo que pensaba que estabas tan cegada por tus propios movimientos de cadera que no te darías cuenta… –ironizó.
–¡Vale, vale! Me has pillado –confesó Lidia en un susurro–. No me percaté de que ya no estabas hasta que decidí que iba a seguir con mis movimientos de cadera en, um, un lugar más íntimo y quise ir a buscarte para decírtelo. Lo malo es que mi acompañante no estuvo por la labor y me tuve que volver sola. Podías haberme avisado de que ibas a seguir la fiesta en otra parte.
–Yo no seguí la fiesta en ningún sitio, Lidia.
–¿Ah, no? –inquirió confusa.
–No.
–Y entonces… –Lidia buscó las palabras adecuadas–, ¿por qué te fuiste con el de los ojos negros?
Alicia no respondió.
–Sí, mujer, con ese que trabajaba de intérprete, como tú. Bailé con él al principio de la noche.
–Qué yo, ¿qué? –preguntó escandalizada–. No me fui con nadie. Me vine directa a casa. Hoy tenía mucho trabajo.
–Es verdad, hoy tenías ese congreso de informática que tantos quebraderos de cabeza te estaba dando, ¿no?
–¡Ayyyyyyy! –suspiró Alicia.
–¿Qué pasa? ¿No te ha salido bien? –No es que Lidia pensara en serio que Alicia no había hecho correctamente su trabajo, pero la notaba tan rara que no sabía a qué podía deberse.
–No es eso… es que… –¿Por dónde empezar?
–Comienza por el comienzo –murmuró su amiga como si le hubiese leído la mente.
–Está bien. El tío ese de los ojos negros era Felipe Estévez. Mi antiguo profesor de interpretación.
–¿Del que estabas enamorada en la universidad? ¿Tu amor platónico? ¿El que quiso tirar por tierra tus sueños de convertirte en intérprete?
Alicia esbozó una leve sonrisa ante la riada de preguntas.
–El mismo que viste y calza.
–¡¡Vaya tela!!
–Es una buena manera de resumirlo. Pero eso no es todo.
–¿No?
–Esta mañana me lo he encontrado en la cabina.
–¿Cómo que en la cabina? ¿Es que no tienes móvil? –Lidia no entendía nada.
–En la cabina de interpretación, mujer, ¡no en una de teléfono! Parece que el destino la ha tomado conmigo. He debido de cabrear a alguien ahí arriba. –Señaló al cielo a pesar de que su amiga no podía verla–. El caso es que ayer coincidimos de casualidad en los bailes latinos pero me cabreó tanto que me largué.
–Mira que tienes mal genio.
–Y hoy, al entrar en la cabina, me lo he encontrado ahí sentado.
–Pero, ¿tu compañera de interpretación no es Marisa? –preguntó Lidia sin comprender nada.
–Sí –se lamentó–, pero algo le ha pasado y, en vez de decírmelo a mí para que yo me buscara un nuevo compañero ha decidido buscarlo por su cuenta y ha elegido al menos apropiado. Ya hablaré con ella cuando esté menos enfadada.
Lidia no pudo por menos que estar de acuerdo con esa afirmación, no sentía mucho aprecio por Marisa.
–Total, que entre lo poco que me gustaba el tema del congreso y que he tenido sus dos ojos pegados a mi cogote todo el día no veas el estrés que llevo. Estoy histérica.
–No me extraña… pero, bueno, piensa que ya ha pasado y que no tienes que volver a verlo. Aunque es una pena porque está bien bueno –añadió entre risas.
Alicia se balanceó de un lado al otro, sopesando como decírselo a su amiga.
–En realidad sí.
–¿Cómo?
–Hemos quedado mañana.
–¿¿¿Qué??? ¿Tú? ¿Le has dado una cita? –No podía creerlo.
–No exactamente. Va a ser un desayuno de trabajo.
A Lidia le entró la risa floja.
–Anda que, ¡si al final va a resultar que fue buena idea llevarte conmigo a los bailes latinos!
No podía haber elegido un lugar mejor para su brunch con Felipe. La Petite Brioche tenía todo lo que a ella le gustaba: un ambiente vintage muy acogedor, comida de calidad y estaba en el centro. Además, era un sitio al que iba con asiduidad, las camareras la conocían y quedar ahí con su antiguo profesor era como jugar en casa. Estaba en un entorno en el que se sentía cómoda y eso hacía que los nervios no la invadieran del todo.
Felipe le había gustado desde que oyó por primera vez su voz a través de los cascos de la cabina de interpretación de la universidad. Estaban a mitad de curso y la profesora que les daba clase tuvo que coger una baja laboral por enfermedad. Recordaba haber entrado en el aula, haberse sentado en su sitio y quedado a la espera de escuchar la voz de Mónica. Sin embargo, y para su sorpresa, lo que llegó a sus oídos fue una voz suave y acaramelada pero a la vez varonil. Pasaron unos segundos hasta que levantó la mirada y se encontró con sus profundos ojos negros, pero en ese brevísimo instante en el que lo escuchó, cayó rendida a sus pies. Por no hablar de que los nervios hicieron que su interpretación fuera la peor de la historia.
Claro está, que era un amor platónico. O, al menos, lo fue al principio.
Nunca se planteó algo más que adorarlo desde la distancia. Su voz la encandilaba y sus ojos la hipnotizaban pero, sobre todo, lo admiraba. Admiraba su profesionalidad. Admiraba su ambición. Admiraba su inteligencia. Pero ya dicen que el amor es ciego… y, en su caso, nunca se percató de lo orgulloso de sí mismo que se encontraba.
Era un engreído. Un perfecto Narciso que solo veía sus virtudes y los defectos de los demás, pero se dio cuenta cuando ya fue demasiado tarde y el daño ya estaba hecho.
Alicia nunca olvidaría la noche en la que empezó a odiarlo. Y luego, sus hirientes palabras habían sido la guinda del pastel.
Ella, que había soñado toda su vida con convertirse en intérprete de conferencias y que pensaba que él la animaría a cumplir su sueño, había hecho todo lo contrario. Hacerlo trizas. Por Dios, era la que mejores notas sacaba de toda su clase, si ella no estaba preparada, ¿quién lo estaría? ¡Ni que fuera el único intérprete del mundo!
Había guardado muy mal recuerdo de él todos esos años y, en cierto modo, el odio que había empezado a sentir por Felipe la había impulsado más si cabe a mejorar y finalmente había logrado su objetivo.
Ahora, que se veía como una igual, se sentía capacitada para volver a hablar con él porque, a pesar del dolor en los años pasados, seguía sintiendo un hormigueo en el estómago cuando lo veía y no había podido resistirse a pasar más tiempo a su lado.
Le había pedido disculpas y había admitido su error. Uno de tantos. ¿Puede que no fuera tan malo como había creído?
Pronto lo sabría.
Todavía era temprano, así que se sentó en una mesa junto a la ventana y se pidió un café con leche para hacer tiempo. Dio un pequeño sorbo y, cuando el dulce líquido la reconfortó, trató de dejar la mente en blanco.
A pesar de no ser ya su profesor, Felipe Estévez seguía poniéndola nerviosa, si es que ese era el adjetivo que describía lo que sentía cuando estaba con él.
Felipe se había despertado temprano esa mañana y se había arreglado con esmero. Llevaba unos chinos azul marino y una camisa blanca. Siempre se sentía más seguro de sí mismo cuando tenía buen aspecto y, aunque él no era de los que se ponían nerviosos, el día anterior se había percatado de que la mera presencia de Alicia hacía que le temblasen las piernas. Quién lo hubiera dicho.
Lo cierto es que gran parte de esa seguridad en sí mismo, de ese egocentrismo, no era más que pura fachada. Un muro infranqueable que no permitía que nadie conociese al verdadero Felipe.
Pero Alicia le ponía nervioso. Igual que sabía que él la ponía a ella. A pesar de esa animadversión que parecía sentir por él, había algo más.
Algo que él también sentía. Algo que ya había sentido cuando escuchó su melódica voz a través de sus cascos. Algo que, como profesor y alumna, no podían permitirse.
Algo que había estropeado, entre otras cosas, con sus desafortunadas afirmaciones.
Suspiró mientras se terminaba de peinar el cabello húmedo. Arrepentirse no tenía sentido. El pasado no podía cambiarse. Por suerte, el futuro aún no estaba escrito.
Salió de casa y apresuró el paso. No quería llegar tarde y volver a cabrear a su antigua alumna.
Desde la calle vio que Alicia estaba sentada junto a la ventana, se pasó la mano por el pelo, cogió aire y entró decidido en el local. «Fuerza y honor», pensó. Si Alicia estaba guerrera otra vez, iban a hacerle falta.
–Buenos días, princesa.
Alicia levantó la mirada del café cuando escuchó su voz y no pudo evitar sonreír ante la frase de la afamada película de Benigni. Casi había olvidado lo cinéfilo que era.
–Sayonara, baby –respondió entre risas.
–Eh, ¿ya me estás echando? –exclamó Felipe al tiempo que se sentaba–, ¿o es que no se te ha ocurrido una frase mejor?
–Lo segundo –admitió a regañadientes mientras le hacía un gesto con la mano a la chica que estaba tras el mostrador para indicarle que ya podía tomarles nota–. Por lo visto la cafeína todavía no ha obrado su efecto y, teniendo en cuenta que los últimos días han sido la mar de moviditos…
–Uy, parece que eso va por mí.
–Voy a tener que reponer fuerzas. Yo tomaré otro café con leche, un zumo de naranja, el quiche de jamón y queso y un muffin de chocolate. –Esto último lo dijo dirigiéndose a la camarera que ya estaba junto a ellos.
–¡Fiuuuuuu! –silbó Felipe a lo que su antigua alumna respondió con una mirada asesina–. Yo quiero una Coca Cola y un pepito.
–Luego cuando veas mi muffin vas a querer… –murmuró Alicia pensando en voz alta.
–¿Eso crees? –preguntó esbozando una sonrisa.
–¡Pues claro! Te va a faltar el dulce…
–Pero si ya tengo a un bombón delante.
–¡Ay, por Dios! No me seas cutre y ahórrate los piropos de albañil –replicó molesta.
Felipe cerró la boca al instante. Estaba claro que no iba a conseguir nada con las tonterías con las que normalmente encandilaba a algunas chicas. Alicia no era una persona a la que le gustasen las palabras vacías y carentes de sentimientos y, además, de sobra sabía que hasta que no le pidiese disculpas como era debido no pensaba reírle ni una sola gracia.
Carraspeó para aclararse la garganta ante su escrudriñadora mirada.
–¿Quieres contratarme como compañero de cabina? –bromeó sin poder evitarlo para tratar de relajar el ambiente antes de aclarar las cosas.
Ella permaneció callada unos instantes pensando en si responder con una bordería o no. Finalmente sonrió y le dijo, condescendiente:
–Podría planteármelo. Ayer no lo hiciste mal del todo.
Le gustaba sentir que dominaba la situación. Que era la que tenía la sartén por el mango y, aunque casi le temblaban las manos al verlo sentado ahí frente a ella adulándola y tratando de ganársela, no pensaba ni por asomo dejar que lo notase.
–Está bien.
Hubo un silencio incómodo en el que ambos se miraron sin saber qué decir, hasta que Felipe tomó la palabra.
–Mira, Alicia, seré claro. Cuando en tu último año de carrera te dije que si no superabas tu inseguridad no llegarías a convertirte en una buena intérprete no pretendía disuadirte de intentarlo. –Alicia enarcó una ceja, incapaz de ocultar su recelo–. Lo digo en serio. Siempre pensé que eras la alumna con más posibilidades de conseguirlo. Eras la que mejores notas obtenías, de las pocas que se sacaba las castañas del fuego cuando no dominaba el tema y casi la única con una capacidad innata para transmitir el mensaje original con soltura pero…
–Siempre hay un pero.
–Así es. Y no lo digo para cabrearte. Eras muy insegura. Eras, con diferencia, la que mejor interpretaba de la clase siempre y cuando el resto de gente estuviera a lo suyo y tuvieras la certeza de que nadie te escuchaba. En cambio, cuando lo hacías para el resto de compañeros…, los nervios te comían. No es que lo hicieras mal –sacudió la cabeza–, siempre has sabido defenderte bien, pero tus interpretaciones bajaban de nivel, y un profesional no puede permitirse eso. En un congreso, en una rueda de prensa, en una reunión o en cualquier situación en la que tuvieras que interpretar ibas a tener gente escuchándote y tenía miedo de que eso te bloqueara.
Ella asintió. No podía refutar nada de eso. Todo era cierto. Palabra por palabra. Aun así, eso no era todo lo que la hacía sentir resquemor por dentro. Había más.
–Si hubiera sabido que mis palabras iban a hacerte daño nunca las hubiera pronunciado. Tienes que creerme. –La miró con ojos suplicantes.
Aguardó esperanzado. Tenía que perdonarle. Lo que acababa de decirle era cierto. Aunque, en el fondo, tenía la corazonada de que, por mucho que aquello le hubiera dolido a Alicia en su momento, su recomendación había surtido efecto.
Se había enfadado tanto con él que, en su empeño por darle en las narices, por demostrarle que estaba equivocado, se había esforzado lo indecible para superar ese obstáculo.
Si el precio que había tenido que pagar para que ella lograse su sueño era que le odiase, pues que así fuera. Aunque, claro, puede que no le odiase solo por eso, pero, ese otro suceso, sería mejor no recordárselo.
–¿Crees que si yo no te hubiera dicho nada, te hubieras esforzado tanto por convertirte en la intérprete que eres hoy?
–¡Pues claro que sí! ¿Por quién me tomas? Yo siempre quise ser intérprete. Mucho antes de conocerte –puntualizó.
–Yo no he dicho eso.
–Lo has insinuado.
–Solo digo que el hecho de que pensaras que yo creía que no lo conseguirías te hizo esforzarte más. Tenías tantas ganas de demostrarme que estaba equivocado…
–Vale… –admitió con desgana.
–Entonces, ¿vas a seguir odiándome por eso?
Alicia le ofreció la mano.
–¿Tregua?
–Tregua. –Hizo una pequeña pausa y luego sonrió, burlón–: Y, siguiendo con el desayuno de trabajo, tu compañera de cabina, ¿cuánto tiempo dices que va a estar de baja?