No reclames al amor - Carla Crespo - E-Book
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No reclames al amor E-Book

Carla Crespo

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Beschreibung

Desde que dejó la universidad y empezó a trabajar como agente de pasaje en una línea aérea, el día a día de Tesa transcurre entre retrasos y cancelaciones. Los horarios intempestivos del aeropuerto la agotan, apenas tiene vida social, no llega a mileurista y vive colada por Roberto, un piloto que no le hace ni caso… aun así, es feliz con su rutina. Un día, tras un desagradable incidente con un pasajero que queda en lista de espera, su pequeño mundo se desmorona. Sin trabajo y sin expectativas de encontrar uno nuevo hace las maletas rumbo a la tierra de las oportunidades. Lo que no sabe es que lo peor está por llegar. Miguel, el encantador y atractivo joven que se ha sentado a su lado en el avión, ¡no es otro que el grosero pasajero del overbooking! Está dispuesta a olvidarse para siempre de él y a empezar de cero su vida en Boston cuando su nuevo amigo, Simone, lo invita a la fiesta de Halloween y, entonces, sucede lo inevitable: empieza a mirarlo con buenos ojos y donde antes había odio ahora hay ¿amor? ¿Será capaz Tesa de olvidar el incidente que cambió para siempre su vida? ¿Será capaz de perdonar a Miguel? Otros libros de esta autora: En un solo instante. "Con esta novela, pasé unas horas gratas, entretenida y sonriendo en el final por la dulzura que surgió de esas últimas páginas. El tema es original, la historia me mantuvo entretenida hasta el final." Leyendo Ando "Aquí tenemos una historia sencilla, muy ligera y entretenida. Les recomiendo esta novela para aquellos momentos en los que estén con ganas de leer algo tranquilo y light, para pasar un rato agradable." Muero por los libros. "La novela rebosa frescura en la escritura, es ágil, divertida y envolvente. Si el género romántico es lo tuyo, esta es tu novela. Si lo que le exiges a una historia es que esté bien contada, que te permita soñar, léela. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Seitenzahl: 258

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

www.harlequinibericaebooks.com

© 2013 Carla Crespo Usó. Todos los derechos reservados.

NO RECLAMES AL AMOR, N.º 7 - mayo 2013

Publicada originalmente por Harlequin Ibérica, S.A.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

HQÑ y logotipo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

I.S.B.N.: 978-84-687-3139-1

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: PIXATTITUDE/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

Prólogo

Capítulo 1. Overbooking

Capítulo 2. El revés

Capítulo 3. Yankilanda, ¡allá vamos!

Capítulo 4. Business class

Capítulo 5. Mi nueva vida bostoniana

Capítulo 6. El doctor Jekyll y Mr. Simone

Capítulo 7. La noche de Halloween

Capítulo 8. Un encuentro inesperado

Capítulo 9. La CITA

Capítulo 10. Acción de Gracias

Capítulo 11. La reclamación

Capítulo 12. Cena entre amigos

Capítulo 13. Ya te lo dije

Capítulo 14. Encajando las piezas del puzzle

Capítulo 15. Ahora es tarde

Capítulo 16. Como en las películas

Epílogo

Para Carlos,

Prólogo

Hoy ha sonado el despertador a las cuatro de la mañana. Sigo la rutina de todos los días. Gruño, me doy la vuelta, lo paro y lo atraso hasta las cuatro y diez. Finalmente lo apago y decido levantarme. Me ducho con ese gel de baño con aroma a vainilla que adoro. Creo que me están entrando ganas de desayunar de lo bien que huele. Me seco y me peino con una perfecta cola de caballo y un ligero toque de laca. Después, me pongo el uniforme —¡gracias a Dios no he de pensar en qué modelito ponerme!—, y, por último, me maquillo. A estas horas es extremadamente necesario, así que extiendo mis productos sobre el lavabo y me dispongo a aplicarme una buena base de Clinique y polvos traslúcidos, un toque de colorete de Nars, rímel de Helena Rubinstein, sombra de ojos suave y un poco de brillo en los labios.

Soy azafata. Pero yo no vuelo, no. Mi trabajo está en el aeropuerto; entre retrasos, cancelaciones, pérdidas de maletas, excesos de equipaje y overbooking. Llevo uniforme sí, pero mi trabajo no es nada sofisticado. Pañuelo rojo o pañuelo azul. Unas vivimos rodeadas de pasajeros enfadados mientras las otras vuelan de aquí para allá, toman café con atractivos pilotos y coquetean con hombres de negocios. Los mismos hombres de negocios que a nosotras nos miran con cara de malas pulgas si les decimos que no quedan asientos en salida de emergencia o que el vuelo se retrasará unos minutos.

Aun así, adoro mi trabajo. Por eso, cojo el bolso, salgo de casa y me dirijo al coche. Un pequeño Fiat 500 descapotable de color blanco, el único capricho que me he concedido en los últimos años y que está aparcado en el garaje. Entro y enciendo la radio. Subo el volumen y canto con Duffy.

Esperemos que hoy sea un buen día.

Capítulo 1Overbooking

—Buenas tardes caballero, ¿adónde vuela? —pregunto amablemente sin levantar la vista del ordenador mientras cojo el DNI que el pasajero ha dejado sobre el mostrador.

Solo son las siete de la mañana y siento que ya llevo una eternidad en el aeropuerto. Desgraciadamente, la realidad es otra. Me quedan seis interminables horas antes de poder volver a casa y tumbarme a descansar en el sofá. Odio madrugar. Odio las colas. Y odio... Dejo de quejarme en silencio para fijarme en el atractivo pasajero que tengo frente a mí. Tiene el cabello de color castaño, tirando a rojizo, aunque sin llegar a ser pelirrojo y ligeramente ondulado. Debe de ser el típico pasajero que vuela por negocios. Es más que obvio, porque va trajeado y lleva el pelo engominado. Aunque alguna empresa debe de irle mal, porque su expresión es bastante seria. ¡Puede que hasta vaya a despedir a alguien!

—A Madrid, en el vuelo de las ocho —dice secamente. Se gira impaciente hacia la pantalla de información de salidas—. Espero que no esté retrasado, tengo un compromiso al que no puedo faltar —añade.

Compruebo que el vuelo va puntual y así se lo comunico.

—El vuelo está en hora, caballero. Salvo que hubiera algún imprevisto no debería retrasarse.

—Ya —repiquetea con los dedos sobre el mostrador. Veo que está impaciente, mejor me doy prisa por despacharlo.

—¿Va a facturar equipaje? —Los mostradores son tan altos que no veo si lleva algo.

—¿Es que ve alguna maleta a mi alrededor, señorita? —contesta impertinente.

—Disculpe. Enseguida le doy su tarjeta de embarque. —El tío es un impresentable. Guapo pero maleducado. Ahora sí estoy convencida de que va a Madrid para despedir a alguien. Me compadezco de sus empleados. Desgraciadamente tengo que ser educada y aguantar. Lo mejor será sonreír y callar.

Es en ese instante cuando la máquina me emite la tarjeta de embarque y lo veo. Dos letras bien grandes: SB.

¡Toma ya! Está en lista de espera: standby en inglés. El vuelo va lleno y este tipo es overbooking. De todas las personas a las que he facturado justo tenía que tocarle al más agradable.

Tomo aire y me preparo para soltarle el discurso acerca de la sobreventa de billetes.

—Caballero, no sé si sabe lo que es el overbooking. Se trata de la venta legal de hasta el diez por ciento de las plazas... —me interrumpo al ver como se gira y fija su inquisidora mirada en mí. Vuelvo a inspirar y continúo—: Está usted en lista de espera... Debemos esperar al embarque y, si finalmente no tiene plaza en este vuelo, le asignaremos el siguiente y se le dará una compensación económica.

Está completamente callado. Y no acierto a descifrar su expresión para saber si se lo va a tomar bien o mal. ¿Pero qué digo? ¡Pues claro que se lo va a tomar mal! Lo que pasa es que no tiene cara de cabreo, más bien parece angustiado.

—¿A qué hora sale el siguiente? —pregunta todo lo educadamente que puede. Se nota que se está conteniendo.

Lo compruebo en el ordenador. A las tres de la tarde. Dios. Ahora sí la va a montar. Ánimo Tesa, valor y al toro.

—No hay ningún otro vuelo hasta las tres de la...

—¿Qué? —vocifera. Ni siquiera me deja terminar la frase—. ¿Cómo que el próximo vuelo es a las tres de la tarde? Tengo que estar en Madrid a las diez. Es urgente. Tengo una cita a la que no puedo faltar. Llevo un billete en clase business y ya tenía asiento asignado. Si estaba facturado... ¿cómo es posible que esté en overbooking?

¡Ja! No es cierto, no lo estaba. Si hubiera venido antes o se hubiera facturado por Internet ahora tendría su plaza...

—¿Me puede decir cómo puede ser tan inepta de darme una plaza en lista de espera cuando yo ya tenía número de asiento? —dice con sorna.

Esto es el colmo. Puedo soportar que se enfaden por no subir al vuelo, pero no consiento que me digan que no sé hacer mi trabajo. Eso sí que no. Noto que estoy empezando a calentarme y tengo miedo de estallar y responderle. No puedo hacerlo aunque sea un maleducado, es un cliente. Y ya sabemos quién tiene siempre la razón...

—Caballero, mi compañera le confirmará en la puerta de embarque si tiene plaza o no. Si finalmente no sube al avión, pase por la ventanilla de venta de billetes para que le cambien el vuelo y le paguen la indemnización. Muchas gracias —le digo con firmeza mientras le doy la tarjeta de embarque—. ¡Siguiente, por favor!

—¿Pretende dejarme con la palabra en la boca? ¿Esa es su manera de trabajar? No dude que pienso poner una reclamación tanto por la sobreventa como por su comportamiento. ¿Sabe que he pagado cuatrocientos euros por ese billete? —me grita acalorado—. No tiene ni idea de lo importante que es que llegue a tiempo a Madrid, no tiene ni idea...

Lo escucho pero no quiero ni mirarlo. Levanto la vista y sonrío a los dos pasajeros que tengo frente a mí.

—Buenos días, ¿adónde vuelan?

Aunque se me hace un poco larga, la mañana finalmente va pasando y antes de que me dé cuenta ya es hora de irse a casa. Tengo sueño y me siento bastante cansada, por no hablar de mi estado de ánimo. He tenido una mañana de perros y una queja tras otra. Caso aparte el del impresentable del overbooking. La verdad es que me importa bien poco como haya terminado. Generalmente me sabe mal que a la gente le pasen estas cosas, no estoy a favor de que las compañías aérea puedan vender un diez por ciento más de billetes y se deje a gente en tierra, pero cuando lo pagan conmigo, como si fuera yo la que me quedo el dinero de su billete, y me chillan a mí, lo siento, pero se me acaba la pena.

Pena debería de darles yo, que no llego ni a mileurista, que me levanto a las tres y media de la mañana para ir a trabajar y que libro uno de cada tres fines de semana. Y de los días festivos mejor no hablamos. En los últimos años, creo que he pasado más Navidades en el aeropuerto que con mi familia. En fin, por lo que a hoy respecta, al menos el turno ha terminado.

Abro la taquilla y cojo el bolso. Saco un pequeño espejito de maquillaje y me miro. Dios, ¿he estado atendiendo a la gente con estas pintas? Tengo el maquillaje lleno de brillos y los ojos rojos, por no hablar de la diferencia entre el tono de color de mi cara y el del cuello. ¡Y al colorete ni mentarlo! ¡Si parezco un payaso! Eso es lo que pasa cuando te maquillas a las tres y media de la mañana antes de haberte puesto las lentillas. Supongo que lo lógico es ponerse las lentillas primero, pero esta mañana tenía los ojos tan hinchados por el sueño que he pensado que cinco minutitos más les irían bien. Error. Los ojos siguen igual de hinchados y rojos y ahora, encima, parezco una muñeca pepona que viene de darse rayos uva solamente en la cara. Puff, será mejor que me vaya ya a casa, no me apetece que nadie más me vea con estas pintas.

Estoy a punto de largarme cuando por la puerta entra María, una de mis compañeras de trabajo y, también, de mis mejores amigas. Nos conocimos cuando yo empecé como agente de pasaje en la compañía. Ella ya llevaba un par de años trabajando aquí y fue un gran apoyo para mí los primeros meses. No se molestaba si le preguntaba cosas obvias; obvias para ella, porque a mí, en aquel momento, me sonaban a chino. Además, siempre me ayudaba cuando tenía algún conflicto con un pasajero. Y es que, he de reconocer que, si bien ahora sé exactamente qué tengo que hacer en cada momento, los primeros meses que pasé en el aeropuerto fueron un auténtico caos y hubo días en los que me fui a casa llorando a moco tendido. Pero ella siempre estuvo ahí. María tiene más paciencia con las nuevas que el santo Job. Estoy convencida de que pronto la ascenderán a supervisora.

La verdad es que con los horarios intempestivos que tenemos en este trabajo —¡hay días que entro a trabajar a las tres de la mañana o salgo de trabajar a las dos!— y currando los fines de semana, la vida social se desestabiliza un poco, por no decir que, literalmente, desaparece. Se esfuma.

La mayoría de la gente con la que habías tratado hasta entonces, como los amigos del colegio o de la universidad, sale los fines de semana pero cuando tú empiezas a trabajar sábados y domingos y a librar martes y miércoles, ¿con quién quedas para tomar algo? ¡Pues está claro! Con los compañeros del trabajo.

Al principio María y yo hablábamos de temas relacionados con el aeropuerto: si había habido un retraso, si algún pasajero se había enfadado o si una supervisora nos había echado la bronca... cosas así. Pero poco a poco fuimos charlando de otras cosas: qué película ir a ver, qué maquillaje comprar o, al cabo de unos pocos meses, qué chico nos gustaba. En el caso de María, uno nuevo cada semana y en el mío, siempre el mismo. Nos hicimos inseparables. Hasta cambiábamos los turnos con otras compañeras para coincidir.

—Espérame y nos vamos juntas hacia el parking —me dice sonriendo.

La observo con detenimiento y me percato de que no está tan alegre como parece. Tiene los ojos rojos, como si hubiera llorado, y se nota que la sonrisa es forzada.

—¿María, te pasa algo? —pregunto inquieta. Es una persona muy alegre, de esas que nunca se preocupan por nada ni se toman las cosas en serio. Creo que no la he visto llorar en la vida, así que algo le pasa.

—No, no... estoy bien —dice intentando aparentar tranquilidad.

Como no quiero insistir, recogemos nuestras cosas en silencio y salimos del aeropuerto. Una vez que estamos en la calle lo intento otra vez porque no me quedo tranquila.

—En serio, ¿estás segura de que no te pasa nada?

—Bueno —dice poniendo una expresión que no creo haber visto nunca en su cara—, es por Pablo...

—¿Qué pasa con él? —Pablo es el nuevo novio de María, apenas llevan juntos un par de meses.

—Nada, que se ha ido esta mañana a Madrid y...

—¿A Madrid? —inquiero asombrada— ¡Vaya! ¿En uno de nuestros vuelos? ¡Pues eso habrá sido un milagro! Sí hoy iban todos llenos. ¡Y con overbooking! Que me lo digan a mí... no sabes la que me ha montado un pasajero.

—Pues sí, en un vuelo nuestro —afirma tajante—. Pero esa no es la cuestión, Tesa. ¿Qué importa ahora el overbooking? La cuestión es que se va a quedar unos días allí por temas de trabajo. Tenía que ir a preparar algunas cosas de la exposición que inaugura. Y, no sé por qué, de repente, al despedirlo, me he puesto un poco sentimental y me ha dado por llorar... quizá haya sido porque no ha querido que fuera con él. Quiere sorprenderme cuando la inaugure.

La miro realmente sorprendida.

—¡No puedo creerlo! ¿Tú llorando porque vas a echar de menos a un tío? Pues sí que te ha dado fuerte esta vez...

Ninguna de las relaciones amorosas de María, al menos que yo recuerde, le ha durado más de tres meses y nunca la he visto deprimida por ello. Va saltando de chico en chico y suele ser ella quien se cansa de ellos. Es muy independiente y nunca ha sido lo que yo llamo una «novia lapa», de esas que quieren estar todo el día pegadas a su pareja... por eso me extraña este repentino ataque. Pero es verdad que parece que va en serio y puede que Pablo sea para ella algo más que un simple ligue.

—Bueno, siempre hay una primera vez, ¿no? —responde recomponiéndose—. En fin, ¿para qué voy a amargarme? Para una vez que salgo con un tío como Dios manda no me voy a deprimir porque tenga que irse a trabajar unos pocos días a otra ciudad, ¿verdad?

—Tienes razón. No tienes derecho a quejarte, al menos tú sales con alguien. Yo no soy capaz ni de ligar una noche —suspiro.

—Claro, pero por una razón bastante simple: ¡no sales por las noches! —exclama María alzando los brazos al aire.

—Ni por las tardes, ni por las mañanas... ¿Y quién puede salir con los horarios de mierda que tenemos? —Al hacer esta pregunta sonrío porque ya sé la respuesta: María. Ella es capaz de salir toda la noche aunque tenga turno de mañana al día siguiente—. Vale, tú eres capaz de hacerlo. Pero sabes que yo necesito dormir ocho horas para sentirme una persona normal. No quiero ni imaginar cuántas capas de maquillaje necesitaría yo si durmiera tan poco como tú.

—Pues creo que hoy ya te has puesto unas cuantas —bromea—. En serio, estarías estupenda. ¿No ves cómo tengo el cutis? No hace falta que te explique mi secreto ¿verdad? —Sonríe pícara—. De todas formas, qué más da, aunque salieras por ahí no querrías hablar con nadie. A ti solo te interesa el piloto ese, el morenazo.

No sé qué responderle. Es cierto que no salgo mucho porque los cambios horarios y los madrugones me matan, pero no puedo negar que hace ya mucho tiempo que me gusta y que, por muchos chicos que conozca, ninguno llega a interesarme de verdad. Sí, lo asumo, estoy totalmente colgada por él.

Lo conocí al poco de empezar a trabajar en la compañía. Era el primer día que tenía turno de noches y estaba fuera, en la pista. No sé cómo, pero terminé coordinando las salidas de dos vuelos a la vez. Uno de los dos lo tenía controlado. Estaba en un parking cercano a nuestras oficinas y tenía todos los servicios a pie de avión: catering, cuba para repostar, rampa cargando maletas. No tenía de qué preocuparme, iba todo rodado. Pero el otro no me resultó tan fácil. Como decía, era mi primera noche en el aeropuerto y todavía no conocía bien la pista así que no sabía dónde estaba cada parking. Empecé a dar vueltas con el coche por la plataforma, pero no había manera. ¡No encontraba el avión! Sé que parece increíble que una persona no pueda ver algo tan grande pero aquella noche, por más vueltas que daba, ¡no lo encontraba!

Si la escala del vuelo era de veinticinco minutos ¡yo ya me había comido la mitad del tiempo conduciendo por la pista! Estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer. En ese momento escuché la voz de mi supervisora por el walkie. Aún recuerdo sus gritos cuando le dije que no encontraba el avión. Me puse roja como un tomate de pensar que todos los compañeros que estaban en la misma emisora la estaban escuchando. La vergüenza me hizo ponerme las pilas y, a los pocos segundos, vi unas plazas de parking hacia el fondo de la pista a las que yo ni me había acercado y en las que había un pequeño reactor con el logo de la compañía. Tenía el motor y las luces encendidas. Ese era el que yo estaba buscando.

Me apresuré hasta el avión y subí por la escalerilla tan rápido que embestí al comandante. ¡Eso ya era lo último que me podía pasar! Solamente me faltaba comerme una bronca de otro prepotente. Pero no. Al levantar la mirada me encontré una sonrisa amable y al tío más guapo que había conocido en mi vida: alto, moreno, con unos labios carnosos y unos preciosos ojos verdes. Me quedé paralizada. Incapaz de pronunciar siquiera una disculpa.

Me dijo que no me agobiase, que el avión no se retrasaría. Y no sé cómo lo hizo, pero se las arregló para que el vuelo saliera en hora. Con una facilidad pasmosa, me fue dando instrucciones. Porque con los nervios que yo llevaba tenía la mente en blanco y era incapaz de pensar qué servicios pedir. Pero él fue repasándolo todo con calma y yo fui solicitando todo lo necesario conforme me lo indicaba. Llamé al catering para que vinieran a cargar las comidas y a la cuba para poner gasolina. Él me autorizó a que embarcáramos con aviso a bomberos para que el pasaje fuera subiendo mientras se llenaba el depósito para ganar tiempo. Si repostas mientras sube la gente tienes que avisar a los bomberos del aeropuerto, por seguridad.

Cuando me quise dar cuenta, el pasaje estaba a bordo, el depósito lleno, el catering servido y las maletas cargadas. Se despidió de mí con una sonrisa seductora. Y yo, sonrojada y avergonzada bajé las escaleras del avión a toda prisa. Al llegar a la oficina y, ordenando los papeles que me había llevado de la cabina encontré algo escrito que también me hizo sonreír a mí: Roberto 687 542 987.

Como me niego a admitir que no hago más que pensar en él, todavía estoy pensando qué responderle a María cuando veo que ya hemos llegado al aparcamiento. Salvada por la campana.

—¿Bueno, nos vemos mañana? —le pregunto mientras abro mi coche.

—No, tengo turno de tarde. Creo que no volvemos a coincidir hasta después de mis días libres. Que te sea leve el madrugón —dice mientras entra en el suyo y se despide de mí con la mano.

—Gracias. —Me siento en el coche y suspiro. Ha sido una mañana larga y pesada. Ahora solo quiero ir a casa, comer y echarme una siesta bien larga. Arranco el motor. Espero aguantar despierta hasta llegar.

Capítulo 2El revés

Han pasado quince días desde mi altercado con el pasajero del overbooking y desde entonces mis mañanas —sí, excepto los cuatro días libres que he tenido, todos los demás me ha tocado madrugar— han sido bastante tranquilas. Ha habido algún retraso que otro, pero, en general, no he tenido grandes enfrentamientos con los pasajeros. Es más, casi diría que he tenido suerte. El otro día, por ejemplo, facturé a un tipo bastante pijo que llevaba una botella de champán Mumm y, evidentemente, no pudo pasarla por el filtro de seguridad. ¡La gente todavía no tiene en cuenta que no se pueden llevar líquidos de más de cien mililitros! En fin, la cuestión es que fue de lo más agradable y, ya que él no podía llevársela, ¡me la regaló! Tengo que reconocer que soy bastante clásica y, en el fondo, pienso que no hay nada como un buen Moët, pero no soy de las que hacen ascos a los regalos.

La tengo en casa, esperando que haya algún evento importante para abrirla. Aunque, para ser del todo sinceros, últimamente en mi vida hay pocos acontecimientos. Podríamos decir que mi vida es rutinaria. Sí, esa sería la palabra. De hecho, desde que terminé la universidad lo más impactante que he hecho ha sido independizarme e irme a vivir a sola. Eso sí, a un piso que es de mis padres y en el que me dejan vivir mientras pague todos los gastos porque, con lo que gano, no me llegaría para sobrevivir y pagar un alquiler... ¡Ah! Y empezar a trabajar en el aeropuerto. Por lo demás mi vida se resume en: NADA.

Madrugo, voy a trabajar, vuelvo a casa, duermo, madrugo, voy a trabajar, vuelvo a casa, duermo, madrugo... ¿Es necesario que siga? ¡Si hasta mis fines de semana siguen el mismo patrón! Mi vida social está al nivel de mi vida amorosa: o sea, bajo mínimos. La mayoría de mis amigas de la universidad ya se han casado y algunas de ellas ¡hasta tienen hijos! Las pocas que siguen solteras suelen querer salir los fines de semana o irse de vacaciones en verano. Dos cosas que, trabajando en una línea aérea, resultan bastante difíciles. Yo libro entre semana y suelo cogerme las vacaciones en temporada baja. ¡Tengo suerte si puedo cogerlas en junio o septiembre! Por eso la mayoría de ellas ya no me incluye en sus planes. Es una pérdida de tiempo llamar a alguien constantemente para salir y que siempre te diga que no, así que ahora ni siquiera me llaman.

Lo curioso es que yo me siento bastante feliz en esta monotonía. Me gusta mi trabajo y me llevo bien con mis compañeras. Somos como una pequeña familia y solemos quedar para salir a cenar, de copas o simplemente a tomar un café. Y es que si quieres salir a cenar un miércoles o irte de vacaciones en febrero lo mejor es hacerlo con alguien que tiene los mismos —y asquerosos— horarios que tú. Por eso no me quejo.

Estoy ensimismada, cuando suena el teléfono.

—¿Facturación? —respondo.

—¿Tesa? ¿Puedes venir un momento a mi despacho? —Es Lourdes, mi jefa, y su tono de voz es bastante serio. Me pregunto qué puedo haber hecho mal, si hoy ha ido todo como la seda...

—Claro, voy enseguida.

Me levanto, quito mi código del ordenador y le hago un gesto a la compañera del mostrador de al lado para que sepa que me ausento un momento. De camino al despacho le doy vueltas a lo que podrá querer comentarme Lourdes. Supongo que no debería darme buena espina eso de que te llamen al despacho de tu superior, pero en los cinco años que llevo trabajando en la compañía nunca he cometido un error grave. Es más, creo que la opinión generalizada entre mis supervisoras y mi jefa es que trabajo rápido y bien, que tengo capacidad para solventar los problemas, que ayudo a las compañeras siempre que puedo y que, habitualmente, soy paciente con los pasajeros. O sea, que para ser del todo sincera no creo que vaya a reñirme. No, tiene que ser otra cosa. Es posible que vaya a preguntarme si puede cambiarme algún turno o si le puedo hacer el favor de venir a trabajar en alguno de mis días libres porque alguna compañera se haya puesto enferma. No sería la primera vez.

O pensándolo mejor, una de mis supervisoras, Almudena, está embarazada y creo que tiene intención de pedirse un año de excedencia por maternidad... ¡A lo mejor quiere hacerme supervisora! Siempre había pensado que la próxima supervisora sería María. Lleva más tiempo que yo en la empresa, pero a veces es un poco locuela así que si no la hacen a ella hasta podría ser yo... Claro, ¡tiene que ser eso! Eso sí sería un cambio en mi vida. ¡Y para bien! Especialmente, en mi cuenta bancaria que dejaría de estar en descubierto. Vaya, parece que al final sí voy a poder abrir esa botella de champán... ¿Cómo he podido pensar que en mi vida nunca pasa nada interesante?

Llamo a la puerta con decisión y paso al despacho. Sorprendida me doy cuenta de que Lourdes no está sola. El jefe de Relaciones Laborales también está en el despacho. Mierda, eso no es buena señal.

Dos horas después estoy sentada en el coche frente al chalet de mis padres y las lágrimas me caen por las mejillas. Me he pasado media hora llamando al timbre y no hay nadie. ¿Por qué se me ocurriría venir aquí sin llamar primero? Mis padres probablemente están el gimnasio, paseando o tomando café. A saber a qué hora piensan aparecer. Por si fuera poco, no son capaces de descolgarme el móvil. No me extraña, mi padre siente aversión por el teléfono y cuando suena, piensa que le van a dar malas noticias. Hoy no se habría equivocado.

Así que aquí estoy, con el motor apagado y la radio encendida. El colmo sería que se me quedara el coche sin batería, pero si apago la música me voy a quedar sola con mis pensamientos por lo que prefiero seguir escuchando los interminables anuncios de los 40 Principales. Aunque tenga que pasarme el día de guardia en la puerta, he decidido esperar hasta que vuelvan, tengo que hablar con ellos.

Aún no puedo creerme lo que me ha pasado. No, no y no. No puedo creerlo. Por mucho que lo intente, no consigo asimilarlo.

De repente, noto unos golpecitos en la ventanilla. Entonces me giro y los veo, me observan sorprendidos desde fuera. Por su indumentaria deduzco que vienen de pasear por el bosque de La Vallesa. Los dos llevan puestas sus botas de montaña y van cargados con unos palos de senderismo. Mis padres son de esa clase de personas que tratan de disfrutar cada momento y que, cuando las cosas vienen mal, siempre saben ver el lado positivo y buscar una solución. Por eso he venido a verlos. A ver si se les ocurre alguna...

Abro la puerta y salgo del coche.

—Mamá, papá, ¿qué tal? —Estoy haciendo esfuerzos por mantenerme tranquila y que no se me salten las lágrimas, pero tengo miedo de cogerme un berrinche antes de darles la noticia.

—Bien, hija, ¿y tú?

Mi madre sabe perfectamente que me pasa algo, pero me está dando tiempo para que se lo cuente. Es infalible para percatarse de mi estado de ánimo. Hasta por teléfono es capaz de saber si me pasa algo solo por mi tono de voz.

Mi padre abre la verja de casa y lo seguimos hasta el interior. Cinco minutos después los tres estamos sentados en el salón tomando un Nespresso. Mi padre necesita su Ristreto y su Ducados para charlar tranquilo.

Doy un pequeño sorbo y miro con detenimiento la taza. No sé si tomarme un cortado ha sido buena idea, ahora voy a ponerme más nerviosa. Si es eso posible. Pero teniendo en cuenta que mis padres no saben vivir sin momento de «café y cigarro», al menos ellos recibirán mejor la bomba.

—¿Os acordáis del tipo aquel que os comenté que me dio overbooking en un vuelo a Madrid hará quince días? —pregunto para ponerlos en antecedentes—. Uno que se cabreó a lo bestia.

Mi padre asiente y da un sorbo a su café, intuyendo que la historia que sigue no va a ser buena.

Estoy a punto de contarles lo que ha pasado, cuando noto que las lágrimas me vienen a los ojos y me doy cuenta de que voy a ser incapaz de pronunciar ni una sola palabra. Así que, hago un esfuerzo, me levanto y voy a la cocina a buscar mi bolso y saco de él unos folios. Regreso al salón y se los doy a mi padre.

—Es la carta de despido —logro decir antes de ponerme a llorar.

Mi madre se levanta y se sienta a mi lado para consolarme al tiempo que mi padre la lee detenidamente. Mientras tanto, lo único que yo hago es llorar desconsoladamente. Puede que termine nadando en mis propias lágrimas, como en esa escena de Alicia en el País de las Maravillas. Puff, y encima mañana voy a tener los ojos hinchados como un sapo y no podré ponerme las lentillas... Vaya, los daños colaterales del despido están empezando a jorobarme de verdad, odio ponerme las gafas. Tengo la nariz muy pequeña y se me caen.

Mi padre levanta la vista e interrumpe mis —estúpidos— pensamientos.

—Si no lo he entendido mal —dice con calma—, aquí dice que te despiden por haber desfacturado a un pasajero que viajaba en clase business y que ya tenía el asiento asignado. Dice que, al desfacturarlo, el pasajero dio overbooking y la empresa tuvo que indemnizarlo. ¿Es eso correcto?

Me apresuro a responder.

—A ver, eso es lo que dice la carta. Pero no es así, yo no lo desfacturé, lo único que hice fue facturarlo y dio overbooking, ¡no hice nada más! En serio. —Solo me faltaría que mis padres no me creyesen.

Mi madre me da un beso en la mejilla y me acaricia la espalda suavemente.

—No te pongas melodramática, hija, sabes que nosotros te creemos. —Lo dicho, es capaz de saber exactamente lo que pienso—. Pero no entendemos mucho de estas cosas y necesitamos que nos expliques cómo pueden llegar a pensar en la compañía que has sido tú quien lo desfacturó si no lo hiciste.

Cojo aire y me dispongo a dar una charla sobre cómo facturamos.

—A ver, cada una de nosotras tiene un sign-in.