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Sally ha encontrado serenidad y bienestar en la India, trabajando en una ONG. Nada la hace más feliz que sentirse útil y rodearse de niños. Ha dejado atrás su pasado como maestra en Boston… y también su sueño de ser madre. Con el corazón roto, la hermosa y decidida Sally ha salido adelante, y poco a poco vuelve a disfrutar de la vida. Tiene suerte de tener a su lado a alguien tan maravilloso como el doctor Ethan, un médico australiano de sonrisa arrebatadora. Pero algo en su corazón le dice que aún no está preparada para una nueva relación. Y la razón tiene nombre propio: Thomas. Thomas y sus penetrantes ojos azules. Thomas, que tardó tanto en declararse, cuando estaba claro que estaban hechos el uno para el otro. Thomas, el hombre que la enloquecía con sus caricias y promesas, el que le hizo vivir instantes de dicha perfecta y luego la sumió en el abismo de la desesperación. Porque desapareció justo cuando más lo necesitaba, cuando acababa de quedarse embarazada y su sueño de tener una familia se alzaba, por fin, nítido ante ella. Tuvo que comenzar una nueva vida en el otro lado del mundo para intentar olvidarlo. Pero lo que Sally no sabe es que los kilómetros no son un obstáculo para el verdadero amor… "Un amor entre las dunas ha supuesto saturarme de una infinidad de sentimientos, he sentido un sinfín de estados; amor, ilusión, rabia, pena, desamparo, pasión, delirio… tantos que no pude dejar de leer hasta que llegué al final." Las lecturas de Isabel "En mi opinión, una lectura ideal, como siempre con las novelas de Carla Crespo, sencilla pero entretenida y capaz de transmitir en momentos emociones." 3, 2, 1… ¡Ocio! "Un chick lit fresco y actual." El mundo de Lady Mosaico. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!
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Seitenzahl: 245
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Carla Crespo Usó
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un amor entre las dunas, n.º 90 - octubre 2015
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Fotolia.
I.S.B.N.: 978-84-687-7230-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Cita
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
Agradecimientos
Si te ha gustado este libro…
Todo lo que no se da, se pierde.
P
Sally se despertó al escuchar el sonido de la alarma y, como cada mañana desde que había llegado a la India, respiró hondo y cogió aire antes de enfrentarse a un nuevo día que seguro la haría sentirse tan plena como los anteriores. Hacía más de medio año que había dejado Boston para empezar de cero en aquel país. Lo había abandonado todo para dedicarse en cuerpo y alma a los habitantes de aquella región rural del sur de la India: el distrito de Anantapur en Andhra Pradesh. Y si había algo de lo que se había dado cuenta desde el momento en el que había llegado, era que muchos, dando poco, podían hacer cosas realmente extraordinarias. Para esas personas, cualquier pequeña ayuda que se les diera era un mundo.
En esa zona, donde vivían las castas más desfavorecidas del país y las condiciones de vida eran muy precarias, las familias ni siquiera disponían de hogares adecuados. No fue hasta los años 90 que la vivienda se consideró un derecho básico de la sociedad en la India, pero, aun así, en esas poblaciones rurales esto no siempre se cumplía.
La fundación en la que Sally colaboraba trabajaba para mejorar las condiciones de sus habitantes, siempre desde el respeto a su cultura y sus costumbres. Gran parte de la labor que llevaban a cabo era la construcción de una colonia de viviendas. Se trataba de casas sencillas, que se edificaban utilizando materiales disponibles en la zona y que armonizaban con el entorno tanto en su tamaño como en su forma. Para quienes en ellas moraban, suponían un antes y un después en sus vidas. Los resguardaban de las lluvias monzónicas, del intenso calor y los protegían contra animales peligrosos, como serpientes o escorpiones. El mayor cambio que suponía la entrega de una de estas casas era, ante todo, la integración social.
Los nuevos hogares eran una gran ayuda y contribuían a darle a la gente una vida digna, además de reforzar su autoestima, pues aumentaba el sentimiento de pertenencia a una comunidad. Este logro daba paso a una mayor implicación en tareas tan cotidianas e importantes como acudir a los servicios sanitarios o llevar a los niños a la escuela. Escuela que también había construido la fundación, y de la que ahora Sally era maestra de inglés.
Esa era ahora su nueva vida. Había huido de su acomodada y triste existencia para encontrar la paz y la alegría enseñando a aquellos niños. Se pasó la mano por el cabello, que ya le llegaba por los hombros. ¡Cuánto le había crecido a lo largo de aquel tiempo!
Un año repleto de cambios y de acontecimientos que la habían marcado para siempre. Lo había dejado todo atrás: su casa, su familia, sus amigos… y a Thomas.
El estómago se le revolvió, como siempre que pensaba en él y en todo lo que había sucedido antes de su marcha. Lo apartó deprisa de su mente, pues los recuerdos de lo que había podido ser, y no había sido, le causaban demasiado dolor.
Por suerte, antes de caer en un agujero demasiado profundo, había logrado sacar fuerzas y había tomado una decisión que había cambiado por completo su existencia. La felicidad que le proporcionaba ser maestra de aquellos niños era difícil de igualar y ese sentimiento había arrinconado a otros que le causaban malestar.
Además, allí también había conocido al doctor Ethan…
Un año antes
Charlotte se asomó al porche de su casa de Cape Cod con una preciosa y rolliza niña en brazos. Sintió la brisa del mar en la cara y sonrió al ver a William correr por la playa. Al día siguiente saldría publicada su nueva novela y necesitaba despejar la mente. Estaba nervioso, como si fuera lo primero que escribía y, en cierto modo, lo era.
Miró el reloj. Era casi la hora. Sus invitados debían de estar a punto de llegar. El cumpleaños de la pequeña Emma era al día siguiente. De hecho, habían elegido el día para la publicación del libro en su honor y, como sería un día muy atareado, habían adelantado la celebración de la pequeña a aquella tarde.
Llamó a Will para que entrase en casa y se duchase. No podía aparecer todo sudoroso ante sus amigos.
—Date prisa, cariño, estarán al caer.
Él le dio un apasionado beso en los labios a modo de respuesta mientras apagaba el iPod y se quitaba los cascos.
—Will, no hay tiempo.
—Está bien, está bien, pero esta noche me resarciré… —dijo bromista. Luego se acercó a su pequeña y le dio un cariñoso beso en la mejilla—. Seré rápido.
Una hora más tarde, la pequeña casita de la playa estaba abarrotada de gente: Thomas, Mary Ann, la madre de William, Sally, Henry y hasta la tía Susan. Todos querían agasajar a la pequeña en su primer cumpleaños.
Los regalos se amontonaban junto a la chimenea y Emma, que apenas hacía unos días que había dado sus primeros pasos, se acercó a ellos y trató de rasgar el papel. Pese a su corta edad parecía entender que eran para ella. Mary Ann corría tras la chiquilla para evitar que los abriera.
Sally y Thomas, padrinos de la criatura, sonrieron. ¡Era un diablillo! Parecían haber entablado una bonita amistad y, por su profesión de abogados, también él y Henry congeniaban.
Por su parte, tanto la madre del escritor como la tía Susan estaban encantadas con el papel de abuelas y, aunque la distancia no les permitía ver a su nieta tanto como hubiesen querido, cada vez que surgía la ocasión se desplazaban hasta la Costa Este para visitarla. En el caso de Susan, esto era más sorprendente si cabe, pero los trágicos sucesos acontecidos en St. Andrews le habían hecho comprender que la familia era más importante que el trabajo.
—Muchas gracias a todos por venir —dijo Charlotte mientras entraba en la sala con una apetitosa tarta de chocolate entre las manos y una velita encendida encima.
William apagó las luces y todos cantaron el tradicional Cumpleaños feliz mientras Emma se esforzaba por soplar y apagar el fuego. Minutos más tarde, cuando todos comían y charlaban alegremente, Charlotte se giró hacia el escritor.
—¿Ahora?
Él asintió y se puso en pie, captando la atención de los asistentes a la celebración.
—Amigos, hay algo que Charlotte y yo queremos anunciaros —tragó saliva. Estaba emocionado: después de su boda y del nacimiento de su hija, era probable que esto fuera lo más importante que su mujer y él hubieran hecho juntos.
—¡Vais a darle un hermanito a Emma! —exclamó Thomas.
La pareja se miró con complicidad.
—No, pero no vas desencaminado. Este nuevo proyecto en el que Charlotte y yo nos enfrascamos cuando comenzamos nuestra vida en común ha sido casi como un parto.
—Mañana os presentaremos a nuestra nueva criatura.
Todos se miraron extrañados, ¿a qué se referían?
Charlotte rio al ver las miradas de confusión y decidió desvelar el misterio:
—Mañana saldrá a la venta la nueva novela de William.
—Y de Charlotte —puntualizó él—. La hemos escrito de manera conjunta y estamos muy satisfechos con el resultado.
En un arrebato, abrazó a su mujer delante de todos sus amigos, la estrechó con fuerza entre sus brazos y la besó.
Definitivamente, aquella joven pelirroja y atractiva que había puesto su mundo patas arriba cuando apareció en su casa le había cambiado la vida.
—Gracias —le susurró al oído.
Ella se apartó de él lo justo para poder mirarlo de frente.
—¿Por qué?
—Por haberle dado a mi historia el final feliz que me prometiste y que yo no parecía capaz de escribir.
—Te equivocas, Will, esto no es el final. Es el principio.
William la besó en los labios con ternura y pasión. Charlotte lo era todo para él, y ese último año había sido más feliz que en toda su vida.
Sin dejar de darle vueltas a la frase de su mujer, observó interesado a su hermano y a Sally. Se llevaban tan bien. Habían conectado desde el primer momento. Antes, incluso, de verse en persona. Cuando él estaba secuestrado en su mansión de St. Andrews, Charlotte, Thomas y Sally se habían organizado para ir a buscarlo sin saber lo que realmente le ocurría y, en la primera conversación que ambos mantuvieron, y que fue por teléfono, la chispa saltó entre ellos.
Thomas se lo había confesado semanas después del trágico suceso, que se había saldado con la muerte de su primera mujer y con su propia liberación.
En palabras de su hermano: «Desde Alice, nadie había hecho que me palpitara el corazón. Sin embargo, con Sally…». La amiga de su esposa era una mujer divertida, rebosante de optimismo y muy directa. Era un calco de Thomas y, por lo visto, aunque el dicho decía que eran los polos opuestos los que se atraían, parecía ser que los polos iguales también. Quizá esta fuera la excepción que confirmase la regla.
—Tienes razón, cariño —señaló con la cabeza a la parejita, que charlaba animadamente mientras jugaba con su sobrina—. Puede que sea el principio, al menos para ellos.
Charlotte se giró, esperanzada, hacia su cuñado y su mejor amiga.
—Oh, Will, ¿tú crees? No sé… hace ya mucho que se conocen y se llevan muy bien, pero nunca ha pasado nada.
—Bueno, mi hermano desde luego está loco por Sally. La verdad, no sé porque no se lanza. ¿No era él el loco del amor?
—Puede que después de la pérdida de Alice no le sea tan sencillo. Al fin y al cabo, fue su primer amor.
—¡Y de momento el único!
—Veremos qué pasa.
—Sí, veremos… pero si no da el paso tendré que hacerlo por él.
—¡Por Dios, Will! No puedo creer que seas el mismo hombre que conocí en una cafetería de St. Andrews. ¡Ahora eres todo un cupido!
—No exageres —frunció el ceño ante el apelativo que su mujer le daba—. Solo quiero que sea feliz, como yo. Él me hizo ver que no podía dejarte escapar, ¿sabes? Cuando te marchaste a Boston por la enfermedad de tu abuela, él me hizo comprender que, si te quería, debía ir contigo. Me convenció para darle una oportunidad al amor.
Ella le dio un suave beso en la nariz y le sonrió a su marido. Le resultaba duro recordar la muerte de su abuela. Se acordaba de ella a diario, ¿cómo no hacerlo, si junto a ella había decorado esa casa en la que ahora ellos vivían? Los últimos días que había pasado a su lado en Boston habían sido agotadores, pero gracias a la ayuda de sus amigos Sally y Henry y la extraordinaria aparición de William todo había sido más llevadero.
—No sabes cómo me alegro de que lo hicieras.
A modo de respuesta, él la estrechó con más fuerza entre sus brazos y la besó con pasión, sin importarle que estuvieran rodeados por todos sus amigos y familiares.
Hacía ya largo rato que todos sus amigos se habían ido a dormir. Charlotte y William habían preparado las habitaciones de invitados para acogerlos durante el fin de semana largo, del cual aquel viernes era solo el inicio. El cumpleaños de la pequeña no era más que una excusa para reunir a familia y amigos y pasar unos días felices.
Estaban en junio y el tiempo comenzaba a ser cálido. Daba gusto salir de la ciudad y disfrutar de la calma de la playa. A Sally le encantaba dormirse con el suave murmullo de las olas y, cuando sentía que necesitaba desconectar, venía a la casita de la playa a pasar un fin de semana con sus amigos. Eran muy generosos y siempre era bien recibida.
Sin embargo, ese fin de semana, ni el sonido del mar ni el aroma a salitre la relajaban. Y toda la culpa era de Thomas.
Thomas.
Ese hombre del que se había enamorado perdidamente desde que lo vio por primera vez en el aeropuerto de Edimburgo. Habían conectado al instante. ¡Eran tan parecidos! Thomas siempre veía el lado bueno de las cosas, era de los que pensaba que las cosas terminaban arreglándose antes o después, tenía tanta energía. Era de esas personas que, a pesar de los palos que les ha dado la vida, saben encontrar un rayo de esperanza y seguir adelante con la mejor cara.
En el caso de Thomas, que había perdido a su mujer el mismo día en que dio a luz a su preciosa hija, ese rayo de esperanza había sido Mary Ann. Vivía por y para ella. Su hija se había convertido en la mujer de su vida. Una adorable y habladora adolescente que caía bien a todo el mundo y que era el ojito derecho de su padre.
Puede que por eso Sally no se atreviera a decirle todo lo que sentía por él. No porque temiese caerle mal a la chiquilla, pues la adoraba. Era porque, precisamente, por todo lo que había vivido, tenía ciertas dudas de que quisiera volver a tener una relación seria. Justo lo contrario que ella.
Estaba harta de ligues y relaciones esporádicas que no llevaban a nada. Quería formar una familia, y quería formarla con Thomas. Tenía claro que era el hombre de su vida.
Suspiró y se apoyó contra la barandilla de la terraza.
—¿Todo bien? —la voz de Thomas provenía de la puerta del porche. —Es tarde.
—Sí. Me apetecía estar a solas un rato. Ha sido una tarde de lo más ajetreada. ¿Y tú? ¿Qué haces todavía despierto?
—Me he quedado trabajando un rato. Entre los dos días que pierdo por los vuelos y el fin de semana aquí voy a tener mucho trabajo atrasado cuando vuelva. Tengo un caso importante y quería adelantar. Pero se me cierran los ojos. Estaba a punto de irme a dormir cuando he visto que seguías fuera.
—Cómo sois los abogados, eres igualito que Henry.
Él sonrió.
—Por eso nos llevamos tan bien —se acercó a ella—. ¿No puedes dormir?
—No. Llevo aquí desde que se han retirado todos. Me gusta la paz que se respira aquí, sentir la brisa del mar en la cara, el olor a salitre…
—Estás hecha toda una poeta.
—Cuando una es profesora, termina siendo casi de todo.
—Ya me imagino. Debe ser complicado mantener a todos esos chiquillos a raya.
—No te negaré que hay días peores que otros —confesó—, pero en general me encanta estar con ellos. Es cuestión de combinar la firmeza con el cariño. Coger ese punto justo en el que te adoran, pero también te tienen el respeto suficiente como para saber cuándo se están pasando.
—¡Así que eres toda una sargento! —bromeó Thomas.
—¡Qué va! En realidad soy una inocentona, pero lo intento disimular.
Ambos se quedaron callados mirando la playa. Hacía mucho que se gustaban. Ambos lo sabían. Pero, por algún extraño motivo, no se atrevían a dar el paso. Sin embargo, aquel día Thomas se atrevió a avanzar un poco.
—¿Te apetece que demos un paseo?
—Creí que estabas rendido.
—No tanto como para no dar un paseo a la luz de la luna contigo.
—¡Eres un romántico!
—Sabes que siempre lo he sido. De los dos hermanos, Will siempre era el que no creía en el amor; y yo, el defensor del amor verdadero —suspiró, recordando a su difunta esposa—. Ha pasado mucho tiempo desde que lo sentí por última vez, pero —la tomó de la mano y tiró con suavidad para que lo siguiera hacia la playa— puede que hoy sea un buen día para ponerle remedio.
Sally sintió como se sonrojaba y respiró aliviada de que la oscuridad no la delatase. Apretó su mano contra la de Thomas y siguió sus pasos.
Bajaron las escaleras del porche y se descalzaron. Mientras Sally terminaba de desabrocharse las sandalias de cuña que llevaba Thomas no podía dejar de pensar en lo mucho que había pensado en ella en los últimos meses.
La había visto por última vez en el bautizo de su sobrina, de la que ambos eran padrinos, pero de eso había pasado más de medio año. Solían hablar por teléfono e intercambiaban largos emails. Eran amigos, pero eso iba a cambiar. Iba a darle una nueva oportunidad al amor. Siempre que ella estuviera dispuesta, ¡claro está!
Era tan hermosa. Era menuda y delgada y estaba seguro de que cabría a la perfección entre sus brazos. Llevaba el pelo corto y escalonado, lo que le daba un toque moderno. Y, aunque ahora no se distinguía, era de color castaño oscuro. Ese tono oscuro de su cabello contrastaba con unos ojos azules que recordaban a los del propio Thomas
Caminaron ilusionados por el sendero que atravesaba las dunas y daba a parar a la playa. Parecían dos adolescentes que disfrutan de su amor en una noche de verano. Se acercaron hasta la orilla y Sally metió los pies en el agua todavía helada del inicio del verano.
—Vaya, vaya, tú y tu amiga tenéis algo en común —profirió Thomas, haciendo alusión a lo mucho que le gustaba a Charlotte pasear por la orilla de la playa de St. Andrews—. Parece que os gusta tentar a la suerte. Sal, te vas a resfriar.
—No voy a resfriarme, Tommy. Hace una temperatura estupenda.
Se acercó a ella y la agarró de la cintura, feliz de que lo llamara por su diminutivo.
—¿Estás segura de que no hace frío?
—No.
Él la atrajo hacia él y hundió su cara en el cuello de ella.
—Yo puedo darte calor —le susurró, juguetón, al oído.
Sally se apartó con brusquedad y lo miró muy seria.
—Thomas, no me gustan los juegos. Ya estoy harta de ligues, yo…
Thomas se acercó a ella y la abrazó de nuevo.
—Ahora no te apartarás de mí, Sally Hope —dijo, sujetándola con firmeza—. Sé muy bien lo que quieres. Te conozco más de lo que piensas. Sé que buscas una relación estable y te diré que, si me dejas, eso es lo que yo voy a darte.
—Thomas, vives al otro lado del charco, ¿puedes explicarme cómo pretendes hacerlo?
—Todavía no he pensado en los detalles —se inclinó y la besó con delicadeza en los labios—, pero te aseguro que lo que yo quiero de ti no es una aventura de una noche. Significas mucho más para mí. Desde aquel día en que le arrebataste a Charlotte el teléfono de las manos y te hiciste cargo de la situación no hago más que pensar en ti.
Sally le devolvió el beso, recreándose en sus labios. Thomas tenía unos labios gruesos y carnosos que la volvían loca. Poder saborearlos era algo con lo que había soñado miles de noches.
—Pienso en ti como solo he pensado en una única mujer. Déjame que te lo demuestre.
Iluminados solamente por la suave luz de la luna, se desnudaron el uno al otro con lentitud, recreándose en cada parte del cuerpo que dejaban al descubierto. El vestido de lino de Sally y la camisa y el pantalón de Thomas cayeron al suelo, dejándolos a ambos solamente en ropa interior.
—Ven —pidió Sally, atrayéndolo hacia el mar que estaba en completa calma—. Verás como no está tan fría —coqueteó.
—No creo que pueda tener frío estando a tu lado.
Thomas siguió sus indicaciones y se sumergió en el agua con ella. Estaba tan acalorado que le pareció que el agua estaba tan cálida como la de una bañera. Sally le pasó las manos por el cuello y le rodeó el cuerpo con las piernas, pegándose a él. Thomas aceptó gustoso el avance y la besó de nuevo, esta vez devorándola con ansia.
Al cabo de unos minutos, Thomas se separó ligeramente de ella y la observó ensimismado. Con el cabello revuelto y enmarañado por sus caricias estaba todavía más hermosa. La cogió entre sus brazos y cargó con ella camino de la arena.
—Necesito sacarte del agua para disfrutar de ti como te mereces —gruñó en su oído—. ¿Has visto De aquí a la eternidad?
Sally asintió, recordando el famoso beso entre Deborah Kerr y Burt Lancaster.
—Pues eso no va a ser nada comparado con lo que va a pasar aquí.
Thomas recogió su camisa y la extendió sobre la arena para tumbar a Sally sobre ella.
Ella lo miraba expectante. Apoyada sobre los codos e inmóvil, decidió esperar a que, esta vez, fuera él quien llevara la voz cantante. Thomas se arrodilló junto a ella, mirándola fijamente, y Sally no pudo evitar que un escalofrío le recorriera el cuerpo. Thomas aún no la había tocado pero, viendo el fuego que había en sus ojos, se estremecía al pensar en lo que iba a suceder a continuación.
—Ya no puedo esperar más.
Thomas le quitó el sujetador, empapado tras su pequeño baño, y acarició sus pechos firmes y menudos.
—Llevo más de un año soñando con esto —murmuró con voz ronca de deseo.
Ella arqueó la espalda hacia atrás, disfrutando de las caricias y gimió a modo de respuesta, a lo que Thomas reaccionó introduciéndose uno de sus senos en la boca y lamiéndolo con avidez.
Thomas continuó abriéndose camino para, esta vez, quitarle la parte de abajo. Sally se dejó hacer, entregada. Las manos de Thomas recorrían los rincones más íntimos de su cuerpo proporcionándole un placer que nadie le había dado. Se sentía muy tranquila con él y no sentía ni un ápice de vergüenza, cosa que le había sucedido en otras relaciones anteriores. Quizá fuera por la complicidad que ambos tenían gracias a su ya sólida amistad.
Sally apartó las manos de Thomas y enroscó sus piernas alrededor de sus caderas, dejándole claro lo que quería. Estaba tan excitada que le costaba hablar.
—Thomas…
—¿Sí, Sally? —apenas podía respirar.
—No me hagas esperar más —suplicó.
Thomas respondió a su petición hundiéndose en ella poco a poco, pero Sally, impaciente, lo atrajo con fuerza hacia ella. Se tumbó por completo sobre la arena y sintió el peso del cuerpo de Thomas caer sobre el suyo, excitándose todavía más. Se movieron al unísono mirándose a los ojos, perdiéndose el uno en el otro y olvidando todo cuanto había a su alrededor hasta que ambos estallaron en una ola de placer.
Cayeron rendidos y permanecieron abrazados durante unos minutos, sin hablar, reviviendo cada uno en su mente los últimos acontecimientos.
Thomas acarició la corta melena de Sally, enredando uno de sus dedos en un mechón de pelo y mirándola embobado. Hacía muchos años que no se sentía tan pleno. ¿Cómo había podido tardar tanto en dar el paso? Ahora por fin tendría todo lo que necesitaba para ser feliz, a su hija Mary Ann y a Sally, la mujer que había hecho que volviera a enamorarse.
Sally cerró los ojos, disfrutando de los mimos, y dejó vagar su mente imaginando un futuro con Thomas. Tendrían que reorganizar sus vidas y uno de los dos debería cambiar de ciudad, pero estaba segura de que todo aquello se solucionaría sin grandes complicaciones. Querían estar juntos, y ella tenía la firme convicción de que cuando dos personas se querían nada era imposible.
Thomas se incorporó y miró el reloj.
—Es tarde, será mejor que regresemos —comentó mientras la ayudaba a ponerse en pie y, sin disimulo, se la comía con los ojos.
—¿Ves algo que te guste?
—Todo. Pero espero poder observarlo con mayor detenimiento en mi habitación. Vamos.
Ambos se dirigieron a la casa, con los dedos entrelazados y una leve sonrisa de satisfacción en los labios. Recogieron el calzado en silencio y entraron en la pintoresca casa de madera blanca para subir con cuidado las escaleras que llevaban a las habitaciones y perderse en el dormitorio que Charlotte había preparado para él.
—Qué suerte que empieces ahora tus vacaciones —musitó medio dormido Thomas a la mañana siguiente—. Después de una noche como la que hemos pasado no soportaría estar separado de ti tanto tiempo.
Sally bostezó y se desperezó. Siempre se despertaba con mucha energía, y aquel día se sentía capaz de todo. Lo bueno de ser profesora era que tenía todo un verano de largas vacaciones ante ella.
—Entonces, ¿quieres que vaya a Londres contigo?
—Por supuesto. A ser posible este domingo y en el mismo vuelo que yo… —se puso en pie de golpe, se acercó a ella y la abrazó por detrás.
Sally se dio la vuelta para mirarlo de frente.
—Thomas, me encantaría volver mañana contigo, pero creo que debería pasar por mi casa antes para organizar mis cosas.
—¿Qué cosas? Mi vuelo sale desde Boston, ¿no tenemos tiempo para pasar por tu piso, que hagas la maleta y viajemos juntos?
Ella sonrió.
—Cariño… has tardado más de un año en declararte, ¿no te sientes capaz de sobrevivir dos días sin mí?
Él la apretó con fuerza.
—No. No me siento capaz. Ahora que sé lo que me he estado perdiendo todo este tiempo no quiero perder ni un solo instante.
—De acuerdo. Pero será mejor que mañana salgamos temprano de aquí entonces.
—Tus deseos son órdenes.
—Así me gusta —replicó satisfecha—. Anda, vamos a desayunar con todos. ¡Espero que no noten nada!
—¿Qué dices? ¡Pienso proclamarlo a los cuatro vientos!
Sally sacudió la cabeza riendo. Thomas se había levantado feliz como un chiquillo el día de Navidad. Ojalá las cosas fueran siempre así.
Charlotte, William y el resto se encontraban ya en la cocina. Mary Ann estaba dándole el biberón a la pequeña Emma y parecía que no se le daba mal la tarea. La tía Susan y la señora Grant tomaban el té animadamente mientras Charlotte y William preparaban tortitas, beicon y huevos revueltos.
—¿Y Henry? —preguntó su hermana.
—Está fuera, en la terraza, leyendo la prensa —replicó Will—. ¿Por qué no sales y le dices que ya está listo el desayuno?
—Ahora mismo.
Sally salió al porche aliviada de no tener a Thomas al lado. Sabía que no iba a tardar ni dos segundos en contar la buena nueva y se moría de vergüenza solo de imaginarlo.
Vio que Henry estaba sentado en una vieja mecedora de madera, leyendo la prensa. No pudo menos que pensar que, aunque su hermano había superado el enamoramiento de Charlotte, todavía le resultaba un poco incómodo estar bajo el mismo techo que William. ¡Al fin y al cabo él había ocupado su lugar!
Sin embargo, Henry era lo suficientemente listo como para comprender que, por mucho cariño que hubiera sentido por Charlotte, no era el amor de su vida. Ahora que Sally por fin sentía que Thomas y ella iban a estar juntos deseaba compartir esa alegría con su hermano. Cuando él encontrase a alguien, la alegría sería completa.
—Buenos días, Henry —saludó.
—Hola, hermanita, ¿qué tal?
—El desayuno ya está listo, ¿vienes?
Él se puso en pie y le pasó el brazo por el hombro.
—¿Me estás ocultando algo, Sally? Te noto diferente.
—Vamos a la cocina. Me temo que no tardarás en enterarte
Entraron en la cocina y, de repente, se sintió nerviosa. ¿Thomas pensaba soltarlo así, sin más, a todo el mundo? ¿Cómo reaccionaría la hija de Thomas? ¿Y su madre? Se le revolvió el estómago. Ahora ya no sentía ganas de desayunar.
Antes de que pudiera decir algo, Charlotte se echó a sus brazos. ¡Por lo visto su querido Tommy no podía tener la boca cerrada ni un minuto! No se había esperado ni a que ella estuviera presente… Bueno, así se había ahorrado ese trago.
—¡Cómo me alegro, cuñada! —exclamó, enfatizando la última palabra.
Sally no pudo menos que esbozar una sonrisa. Habían sido tan buenas amigas durante tantos años… Siempre había deseado tener una hermana como ella y, aunque nunca había ocultado que deseaba que se convirtieran en cuñadas, la forma en la que el asunto se había resuelto era, cuando menos, curiosa.
Ella que siempre pensó que Charlotte terminaría con su hermano Henry y, ahora, en cambio, ambas salían con dos hombres que eran hermanos.