Amor sin frenos - Serrano - E-Book

Amor sin frenos E-Book

Serrano

0,0

Beschreibung

Noelia tenía en Marcos a su mejor amigo, a la persona en quien depositar toda su confianza. En su alocada juventud, solo pensaban en las carreras de motos y en divertirse, pero un día, un accidente lo cambiaría todo, convirtiéndola en una mujer dura y hermética. Del amor al odio solo hay un paso, y Noelia siente todo el dolor de la traición cuando Marcos desaparece de su vida sin dar explicaciones. Cuando cinco años después, Marcos decide regresar, los recuerdos del pasado golpean a Noelia y una atracción arrolladora que jamás pensó sentir por el que fuera su mejor amigo, hace que su mundo se tambalee. Nada es tan complicado como perdonar y olvidar, más aún cuando los secretos del pasado salen a la luz y hacen sangrar viejas heridas que jamás sanaron.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 311

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Amorsin frenos

Priscila Serrano

Primera edición digital: Marzo 2022

Título Original: Amor sin frenos

©Priscila Serrano, 2022

©EditorialRomantic Ediciones, 2022

www.romantic-ediciones.com

Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

ISBN: 978-84-18616-79-2

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Epílogo

Sentirse libre no es una opción, ser libre sí lo es.

Prólogo

Año 2002

Mi padre me estaba apurando desde hacía más de media hora y mi pequeña maleta nocerraba.¿Seríaquetenía tantas cosasomásbieneraqueestabaretrasandoelviaje?

Nos íbamos a Madrid. Mi padre era arquitecto, y allí tenía a su mejor amigo de launiversidad, quien le ofreció un puesto más interesante que el que tenía en Tenerife. Nome hacía mucha gracia eso de tener que irme lejos de mi tía, de mis amigos y de micolegio,pero, claro, soloeraunaniñapequeñaque teníaquehacercaso de papi.

Contaba con trece años y vivía sola con él, ya que a mi madre ni siquiera llegué aconocerla, pues una noche cogió sus cosas y se marchó cuando yo tenía un año. Así queno, no recordaba nada de ella. Lo único que me quedó de ella fue mi tía Lidia, suhermana.Ybueno,eran idénticas,asíquepodríadecirquesí, sabía cómoerami madre.

—Noelia,¿necesitasayuda,cariño?—mepreguntómitía,entrandoenmihabitación.

Suspirando,medilavueltaymesentéen micama.Mislágrimasnotardaronenhacersevisibles, mi tía se acercó y me estrechó entre sus brazos para darme ese calor que aveces una niña necesita porque no tiene a una madre que se lo haga. Aunque mi padresiempre estuviera pendiente de mí, trabajaba demasiado, y claro, allí estaba ella,cuidándomedía y nocheeinclusoquedándoseconmigo hasta unasemana.

—No quiero irme, tía Lidia —sollocé sin parar—. Te voy a echar mucho de menos. Meharásmuchafalta.

Sentíquealguien seacercabaymiréparaverquién era.Mi padre,con lágrimasen losojos,nos mirabadesdesu gran altura.

—No tendrás que echarla de menos porque se viene con nosotros. ¿Aceptas vivirconmigo?Bueno, con nosotros—lepropuso él, nervioso.

Siempre supe que ellos tenían algo, pero jamás demostraron nada delante de mí, y loagradecí,yaque,aunque nomehubieseimportadoesarelación,lohabríavistoextraño.

Mi tía se quedó muda sin saber qué decir, pero al final, viendo mi cara de felicidad,asintió.

***

—¿Te gusta tu nueva habitación? —se interesó mi padre con una pequeña sonrisa,enseñándomelacasa.

Era enorme, demasiado para mi gusto, pero si él era feliz, yo también, y más ahora, quenome separaríademi tíanunca.

Asentí, mirando todo a mi alrededor. Mi padre se había esmerado tanto en arreglar midormitorio para que se pareciera a la de Tenerife que incluso lloré de alegría. Todo eraigual: la cama de madera blanca, el ropero y las mesillas de noche del mismo color, loscuadros de Londres… Ese era mi sueño, viajar allí y a muchos sitios más, pero Londreserami lugarfavorito y, sin duda, unocon el que soñabaparaquedarme avivir.

Todo era igual, incluso tenía la misma colcha, esa que mi abuela tejió con todos losparches que yo coleccionaba. Esos parches eran de los países que quería conocer, ytenía una gran colección. Antes de morir la terminó y me la dio en mi doceavocumpleaños.Meses después, nos dejó.

—Me encanta, papá. Muchas gracias —respondí, abrazándolo. Me alzó y me dio unbesoen la frente.

—Venga, arréglate un poco, que vamos a cenar en casa de mi amigo Mauricio. ¿Sabíasque tiene un hijo dos años mayor que tú? Puede que os hagáis amigos —mencionó, y yoasentínerviosa.

Me había dicho tantas veces lo de ese chico que ya no sabía cómo iba a reaccionarcuandoestuvieradelante deél.Mehacíalaloca,comosinomehubieseenterado,yesque, realmente, nunca había tenido un amigo masculino, siempre amigas, y tener unoahoraeranuevo paramí.

Salió de mi habitación y me cambié de ropa, poniéndome unos vaqueros anchos y unacamisa más holgada que la que llevaba. Me calcé mis deportivas y recogí mi melenarubia en una coleta alta. Parecía una alemana y, aunque mi padre era de Tenerife, yohabía salido a mi madre, que sí lo era. Ellos se conocieron en unas vacaciones quedisfrutó mi madre con su familia, y desde entonces se enamoraron. Pero cuando yo nací todocambió, y si no hubierasidopor mi tía, no sabríadóndeestaríamoslos dos.

Cuando estuve arreglada, salí de mi habitación, bajé las escaleras y ya me esperaban enlapuertadelagranmansión. Sonreí alverlos tanjuntos, yellos se dieroncuenta demiscejas alzadas y mi nariz arrugada. Eso solo significaba que los había pillado, por eso elmotivo de mi gesto. Siempre lo hacía cuando me ponía nerviosa, y en ese momento loestaba.

—¿Vamos?

Asintieron y salimos de la casa. Nos montamos en el coche de mi padre y arrancó.Minutos después, ya estábamos en la casa de su amigo Mauricio, y digo «minutosdespués»porquerealmenteéramoscasivecinos.Vivíamostancercaquepodíaespiarlosatodos desdemi balcón.

Salimos del coche. Un hombre de la misma edad que mi padre, junto con una mujerbastanteguapayunniñoquememiraba conunacaramuygraciosa,nosesperaba enlasescaleras. Nos acercamos. El niño no dejaba de mirarme. Me estaba poniendo nerviosa,ymi padrelo sabía.

—Hola, Mauri —saludó a su amigo con un efusivo abrazo. Se separó de él y saludó a lamujer—: Susana, ¿qué tal estás? —Después de separarse de ella, vino a por mí y mepuso justo delante de esos tres desconocidos—. Esta es mi princesa. Noelia, ellos sonMauricio,Susanay su hijo Marcos.

Al decir su nombre, sonreí. Después de saludar a sus padres, me acerqué al pequeño pijoy le dije:

—¿Dóndeestátu mono Amedio?

El niño, en vez de cabrearse, soltó una carcajada, descolocándome por completo. Esedíacomprendí que seríamos amigos, los mejoresamigos.

1

Enlaactualidad

—Noelia, vamos de una vez. ¿No ves que llegamos tarde? —me apremió mi tía Lidia,parada en la puerta.

Yo iba caminando, arrastrando los pies. No tenía ganas de ir a esa maldita fiesta en laqueunseñoritoque nisiquiera recordaba cumplíaveinticuatroaños.¿Quémásmedaba? Ni que fuera alguien importante para mí; aunque, según mi tía, lo fue muchosañosatrás,cuandoéramosunoscríos.Porlovisto,siempreestábamosjuntos,peroyonomeacordaba,oesoqueríaaparentar.Condecirquenorecordabasunombre… Aver,era…Carlos. No,eseno.

¡Ah,sí!Marcos.

—Que sí, que ya voy —le respondí, parándome justo delante de ella—. ¿De verdadtengo que ir? —le pregunté, arrugando la nariz. Siempre lo hacía para salirme con lamía,aunqueúltimamenteno me servíademucho.

—Ya sabes que sí. Ese chico fue tu mejor amigo y ha estado fuera mucho tiempo. Lomás lógico es que vayas tanto a recibirlo como a su fiesta de cumpleaños —me explicó,poniendo sus manos en mis hombros—. Además, no sé de qué te quejas. Cuando eraisunos adolescentes con las hormonas descolocadas, contabas las horas para que sehiciera de día y volver a verlo. Querías un día sin fin, ¿recuerdas? —expresó, intentadohacerqueentrara en razón.

Era complicado recordar algo que quise olvidar, que me obligaron a olvidar, porque élse fue sin despedirse de mí, como si no le importara nuestra amistad, por eso no queríanisiquieraverlo. No se merecía mi presenciaensu cumpleaños.

Mi tía seguía mirándome con cara de perro abandonado y bufé exasperada.Yalo habíaconseguido.

—Estábien, iré, peronome pidasquele hable—ledije.

—Pero… —Levanté un dedo y lo moví de un lado a otro, indicándole que no—. Estábien. ¡Hay que ver el carácter que tienes! Te pareces a tu padre. — Habló y calló almismotiempo, pues hizo querecordaseami padre.

Una lágrima resbaló por mi mejilla y me la sequé enseguida. Me había prometido queno iba a llorar más, que se quedaría en un bello recuerdo. Él murió cuando yo teníadiecisiete años, y de mi madre seguía sin saber nada, así que solo tenía a mi tía, y laverdades queconellaeramuyfeliz. Sepreocupabapormí entodo momentoy siemprefue la madre que nunca tuve. Con ella nunca sentí el vacío de no tener una. Por eso laqueríatanto.

Meacerquéaellay lediun fuerteabrazo.

—¿Yesto?—Suvozsonó temblorosa.

—Nada,solo quete quiero—le respondí,y medio unbeso enla mejilla.

Después de eso, salimos de casa, nos montamos en su coche y pusimos rumbo a la casade Marcos y su familia. No vivían muy lejos de nosotras, pero como no sabíamos hastaquéhoraestaríamos en lafiesta, fuimos en coche.

Tras la muerte de mi padre nos quedamos en Madrid, podríamos haber regresado aTenerife, pero nos gustaba vivir allí, ya estábamos acostumbradas y teníamos una buenacasaquenos dejó. Yateníamos nuestravida hechaallí.

En el coche íbamos en silencio. No hubo mucho que decir ni tampoco mucho tiempo, yaquevivíamos tancercaqueno nosdio tiempode escucharni unacancióndelaradio.

Minutosdespuésestábamosdelantede lacasaenlaquepaséhorasyhoras.Nosabrieron la cancela y metimos el coche en el interior de la parcela. Era grande, un chalécon un gran terreno delante, donde tenían el parque en el que jugábamos. No podía decirqueno lo recordaba, puesto quealgunas cosas síquemevenían ala mente.

Cuando mi tía aparcó, nos bajamos del coche y el padre de Marcos fue a recibirnos.Mauricio nos trataba como si fuéramos familia. Para él siempre fui su sobrina, pues eraelmejor amigo demi padrey le juró quemecuidaría.

—Hola,miniña.Penséquenovendrías. Nosabeslas ganasquetieneMarcosdeverte.Nohaparado dehablardeti…

—Noexageres,papá—habló alguiendetrásdeMauricio sindejarloterminar.

Su padre se apartó y me dejó ver al hombre en el que se había convertido Marcos. Micuerpo se quedó anclado al suelo. No podía articular palabra, no podía dejar de mirarlo,ni éltampoco amí.

Marcos se acercó y me abrazó. Sentí sus brazos rodear mi cintura y yo continué entrance.

—Tenía muchas ganas de verte, Noe —susurró en mi oído, haciendo que mi cuerpo seestremecierapor completo. No sabíaquéme pasaba. Jamáshabíasentido eso.

—Yo…Yono…—balbuceé,separándomede él.

Mesentíaabrumadaycabreada;cabreadaconmigomisma,porquenoqueríaverlo. Noquería acordarme de él, y mucho menos sentir lo que estaba sintiendo como si mehubiera enamorado a primera vista. Marcos me miró con el ceño fruncido y lamandíbula desencajada. Lo ignoré y caminé hasta el interior de la casa. Escuché cómomi tía se disculpaba con él y me cabreé con ella por ser tan tonta. No tenía que darleexplicaciones aeseniñomimado.

Cuandoentré, la madredeMarcos, Susana, seacercó amí conunatiernasonrisaybesómi mejilla. Hacía bastante que no la veía, pero como a todos. La verdad es que yopasabamucho tiempo metidaentrelas cuatro paredesdemi habitación estudiando.

Quería terminar la carrera de Filología; quería ser escritora, dedicarme a ello. Ya teníavarias novelas escritas, pero no me había atrevido a mandarlas a ninguna editorial pormiedo al rechazo de estas. Eran novelas muy bonitas, de las que te enamorabas alinstante, o porlo menos eralo que mepasabaamí.

Salí al jardín una vez que Susana me dejó, pues se ponía a hablar y no había quien laparase. Allí había bastantes personas, y a la mitad ni los conocía. También había chicasde mi universidad, y me asqueé al verlas. Eran las típicas que van a lo que van. Entreellas, estaba mi amiga Celia cohibida y con necesidad de ayuda para poder salir delcirculo;parecían unascotorras quenola dejabanni hablar.

Meacerquéy, disculpándomeconsarcasmo,agarrédelbrazoamiamigaylasaqué.Mesonrió agradecida y nos fuimos a una de las mesas para poder sentarnos, charlar ytomarnosalgo.

—Gracias. No las aguantaba más. Son muy estúpidas y sin cerebro. ¿Te puedes creerqueDanielahavenido solo paratirarseaMarcos?Es unaestúpidaquesecreemierday no llega ni a peo. Desde luego, lo que hay que oír… —me explicó, haciéndome reír,aunquela ideadeDanielay Marcos no mehacíani puñeteragracia.

—Quehagaloquequiera. Total,Marcosestá soltero,oesomehan dicho.

Celia asintió, reprimiendo una sonrisa de arpía, y nos echamos vino en las copas quehabíaen la mesa. Amí no megustabademasiado,pero afaltadepan, buenas sontortas.

Mi mirada viajó hasta la puerta, donde estaba Marcos, tan reluciente como siempre, consu típica sonrisa de chico malo y esos ojos pícaros que siempre me volvieron loca. Sinembargo, antes era diferente. Antes éramos amigos, y ahora… Ahora no sabía qué mepasaba.

Sus ojos se clavaron en los míos y tuve que girar la cara para que no se diera cuenta deque estaba babeando mientras lo observaba. Celia miró hacia donde mis ojos habíanestado clavados durante unos minutos y suspiró, viendo cómo él caminaba decididohacia nosotras. Me levanté para irme. No quería ni tenía ganas de hablar con él, ymuchomenos dediscutir, queeralo queseguramente íbamos a hacer.

—Noe,porfavor,¿por quéno quiereshablarconmigo? —me preguntó.

Pero no le respondí, sino que salí corriendo en dirección al otro lado de la casa, dondeestaba la piscina. Me senté en una de las hamacas y apoyé la espalda en el respaldar. Mimirada subió al cielo. Quería hablar con mi ángel, con ese ángel que desde arriba mecuidaba y me escuchaba siempre: mi padre. Lo echaba mucho de menos y lo necesitabademasiado.

—Papá, ¿me oyes? —suspiré—. ¿Te puedes creer que después de tanto tiempo vuelvecomo si nada? —Cualquiera que me hubiese visto habría dicho que estaba loca, pero medabaigual. Yo sabía quemi padreme escuchaba.

Mis ojos seguían clavados en el cielo oscuro de la noche. Estaba lleno de estrellas, y esome hizo recordar cuando mi padre me dijo que, si él faltase algún día, solo tenía quemirarhaciael cielo ybuscar la estrellamásresplandeciente, yeseseríaél.

—Después de tantos años, viene y pretende que sigamos como cuando éramos niños.Peroyono puedo. Yo…Yono séquéme pasa.

—Tepasalo que amí —escuché amiespalda.

Sobresaltada, me di la vuelta. Era Marcos. Se acercaba a mí sigiloso, despacio, como situviera miedo a que lo dejara de nuevo con la palabra en la boca. Sus ojos azulesbrillaban bajo la luz de la luna, y no había cosa más bonita que hubiera visto en toda mivida. Negué, echando la mirada al frente, y cuando vio que no me iría, se acercó y sesentóenlahamacajustoamilado,como siempre,comono tendríaquehaber cambiado.

Estábamos en silencio, y mis suspiros hacían que él sonriera. Lo miré por un momento ymedeleité repasando superfecto perfil,sus labios carnosos.

«Tengoquedejar depensar así»,meregañéensilencio.

—Noe, yo… Lo siento por todo. No quise irme así, pero tenía que hacerlo —sedisculpó,pero nome creíani una palabra.

—¿No pudiste despedirte? No te creo —le respondí cabreada—. ¿Sabes?, te llamé. Eldía que te fuiste, te llamé, y no me respondiste al teléfono. Y, luego, ni un mensaje niunallamada. Yahoravuelvesy pretendes quesigamos igualque antes.

Marcos abrió los ojos, sorprendido, como si acabara de enterarse de aquella llamada quele hice ese día. Lo llamé porque mi tía me dijo que se iba, que sus padres lo mandaban aestudiar fuera. Ese día sufrí demasiado. Él era mi único apoyo, el único que meescuchaba en mis largas noches de insomnio mientras repasaba el día en el que mi padremurió; esas noches, por teléfono, en los que no podía salir de casa porque estabaenfermo.El mismo queperdí amipadre, tambiénloperdí a él,y eso medolióaún más.

Antes del accidente, íbamos a la cabaña que nuestros padres construyeron para quetuviéramos esa intimidad de «hermanos» que ellos creían o, más bien, querían quetuviéramos. Pero yo nunca vi a Marcos como a un hermano. Para mí siempre fue miamigo, mi mejor amigo. Y ahora lo tenía delante, después de cinco años. No sabía cómomirarlo, sobre todo después de irse días después de la muerte de mi padre, así, sindecirmenaday enaquelmomento en elque tantolo necesitaba.

Mi cuerpo reaccionó completamente diferente al tenerlo cerca, como si mi amigo noestuviera y en cambio tuviera delante a un hombre, a ese que me negué a ver cuandoéramos adolescentes. ¿Sería porque me gustaba? No lo creía, y de ser así, no creía queyole gustaseaél.

—Yo no tenía ni idea de que me habías llamado —me comentó después de unossegundosdesilencio,enlosquenuestrasmiradasseguíanclavadasla unaenlaotra—.

Mipadrenuncamedijonada,aunquerealmentelaculpabledemipartidafuemimadre.Peroeso es otrahistoria.

Minarizsearrugóaraíz demiceñofruncidoy lovisonreírconnostalgia.

—¿Dequéteríes?¿Tengomonosenlacara?—le pregunté,fingiendocabreo.Exacto,fingiendo,porqueyani siquierasabía porquéestabacabreada.

—Sigues arrugando la nariz, y ahora te ves mucho más hermosa que hace años —declaró, poniéndome nerviosa al mismo tiempo que mis mejillas se teñían de rojo—.Eh,lo siento. No hequerido importunarte.

—Nopasanada.

Me levanté con la intención de largarme de una vez de su lado, pero él no me dejó y mecogiódel brazo, provocando quemi cuerpocayerajusto encimadel suyo.

«Joderconelvino»,pensé.

Nos miramos y nos quedamos en silencio; no hacía falta ni una palabra más. En esemomento no éramos Marcos y Noelia, «los amigos inseparables». Éramos un hombre yuna mujer que, por motivos inexplicables, se atraían.Pero ¿hasta dónde íbamos allegar?

Y como si Marcos estuviera esperando esa pregunta, pegó sus labios a los míos,besándome por primera vez en los labios y llevándome al mismo cielo, pero también alinfierno,porqueme quemaba. Sus labios ardían, y eso no era posible.

Me separé de él y, levantándome bruscamente, lo golpeé, dándole un puñetazo en superfiladanarizyprovocandosucaídadeespaldasalcéspedreciénregado.Selevantóhecho una furia, pues el señorito se había empapado la ropa bien planchadita quellevaba.Yo reí alocadaalverlo así. Ni quelo hubiesetirado alapiscina.

«Noes malaidea», pensé.

—¿Quéhaces?—bramófueradesí.

—¿Yo?No,¿quéhacestú?Queseala última vezquetus labios sepegan alos míos.

¡Dios, qué asco, pero si somos como hermanos! —exclamé, fingiendo que no me habíagustado,aunqueenrealidad me había encantadoelpuñeterobeso.

—Somos como hermanos, pero no es así. Y no ha parecido que te haya dado tanto ascocuandoestábamosbesándonos.Tehagustadotantocomo amí…—Secallódepronto.

—No tienes remedio… —Me di la vuelta para irme, pero me giré antes de largarme deuna vez. Tenía que decirle cuatro cosas bien dichas—: Te fuiste sin decirme nada, en elpeor momento que estaba pasando, y ahora vienes y me besas. ¿Qué coño te pasa,Marcos? ¡No eres el mismo!—alcéla voz.

—Tú tampoco eres la misma. Y… perdóname por irme así, pero no tuve más remedioquehacerlo.

—¿No tuviste más remedio? ¡Dime de una puta vez por qué no tuviste más remedio! —gritémás cabreada.

—Nopuedodecírtelo —merespondió,ysediolavuelta.

Caminó hasta su casa y se metió en el interior, dejándome sin saber qué hacer ni quémásdecir.Mesenté denuevoen lahamaca,yallí, echédenuevolacabeza haciaatrás ymirélas estrellas.Necesitabatantohablarcon mi padre… Necesitabatantoami

amigo… Pero él no lo era. No era el mismo Marcos, y ese beso que me había dado eraalgoque nuncahabríahecho aquelniño. ¿Quélehabía pasadopara cambiartanto?

2

La fiesta la pasé en el mismo lugar toda la maldita noche, o por lo menos hasta que mecansé de mirar las estrellas. Casi me quedé dormida, y si no hubiese sido por mi tía quefueabuscarme,aún seguiríaallí recostada.

En toda la noche no volví a ver a Marcos. Según mi tía, no lo vio nadie más desde queentró en su casa. Por lo visto, se metió en su habitación y no salió, cosa que en parte mepreocupó, porque, al fin y al cabo, lo quería demasiado. Era mi mejor amigo, aunqueahora nos mirásemos de otra manera. Nosotros jamás podríamos tener nada, ya quesiemprehabría algo quenos recordasequeéramos solo eso: amigos.

***

Por la mañana me levanté a las siete. Tenía que estudiar para los exámenes finales ydespués tenía clases a las once. En poco tiempo terminaría y solo me quedaría lagraduación. Por fin terminaba mi carrera, aunque después haría algún máster u otrocursomás.Queríaestarpreparadaparaelmundoeditorial,que eraelqueyo buscaba.

¿Meatreveríaalgunavezaenseñaralguna demisnovelas?

Tenía concretamente cinco. Era una saga, y me había costado mucho terminarla. Esosaños, en los que había tenido tanto tiempo libre gracias a que mi mejor amigo me dejótirada, habían ayudado a que mis novelas cogieran vida propia, dejándolas preparadasparadaresesalto.

Estaba en mi habitación, con los ojos pegados al libro, y escuché cómo tocaban a lapuerta.Mitíaasomólacabezaylesonreíalverla con elpelorecogidoenuncoco altoymalhecho.

—¿Yaestásdespierta?—mepreguntó, yseñaléellibro.

—Tengoexamen encuatrohoras, ysabesquesonlosúltimos —lerespondí.

Entró, se sentó en mi cama y me giré en la silla del escritorio. Sus ojos me miraban conun sarcasmo extraño, cosa que era raro hasta para ella. Mi tía no era de las que hacíanbromas o sarcasmos. Si tenía que decirte algo, lo soltaba sin más, y en ese momento meextrañaba que estuviera mirándome así, como si quisiera decirme algo pero no seatreviera,así que melevanté y mesenté asu lado.

—¡Venga,suéltaloya!—exclamé,encogiendomishombros.

—¿Te besó anoche? —me preguntó de pronto, y mis mejillas se pusieron rojas sinpoderevitarlo.

—¿Dequéestáshablando?

—DeMarcos, ynotehagasla loca,quetusmejillas tehan delatado.

—¿Quién te lo ha dicho? —Me levanté de la cama y caminé hasta mi ventana, nerviosa.Minariz noparabade arrugarseentodo momentoymi tíasoltó unagran carcajada—.

¿Yahoradequéteríes? Desdeluego queestás loca.

—Me lo ha contado Susana. Por lo visto, anoche fue a la habitación de Marcos parasaber qué le pasaba y se lo contó, pero no sé nada más, así que no me preguntes —declaró—. Una cosa sí te voy a decir. —Asentí y me acerqué a ella de nuevo—. ¿Tegusta?

¿Megustaba?No sabíaquéresponder aeso.Y sime gustaba,eraalgo que primeroteníaque averiguar, pero no dejaría que llegara a más. Ya había perdido a mi amigo, peroahora que estaba allí de nuevo, quería volver a tener lo que tuvimos, y el beso de lanoche anterior lo había complicado todo, por lo menos para mí; aunque, por lo que mitíaestabacontándome, paraél también.

—No,nomegusta—ledije,autoconvenciéndome.

—¿Y porquéhas tardado tanto en responder?

—No saques conclusiones equivocadas, tía —le respondí. Cogí mi bolso, metí el libroenél y ledi un beso.

—¿Yate vas?—seextrañó.

—Sí,aquíno puedoconcentrarme—repliqué,y salídemihabitación.

Ya abajo, salí de casa y me dirigí hasta el coche de mi tía. Antes de entrar, sentí unapresencia detrás de mí. Me di la vuelta y estampé mi bolso en su cabeza, sin darmecuenta de quién era. Cuando se levantó del suelo y vi su cara, me reí a carcajadas. Desdeluego,con elpuñetazo delanocheanteriory el bolsazodeahora,lo teníaamoratado.

—¿Te has propuesto dejarme sin cara? —Señaló su rostro mientras se aproximabalentamentehaciamí.

—Y como sigas acercándote, te dejo sin pelotas —lo amenacé, alzando una cejainsolente.

—Noterecordabatan bruta,Noe.

Susonrisillameestabaponiendo delos nervios.

—Niyoati tangilipollas,Marquitos.

Me di la vuelta, abrí el coche y me metí. Antes de arrancar, se sentó en el asiento delcopiloto,cabreándomeaúnmás.¿Porquéeratan estúpido?Parecíaquenomeconocía,y mi carácter por las mañanas era el de la niña de El exorcista. Lo miré incrédula y élalzó las cejas de manera despectiva. Así que, si el niño quería jugar, pues jugaríamos.Arranqué el coche y pisé a fondo, haciéndole recordar nuestras escapadas a las carrerasdemotos.

Estaba acostada en mi cama. La noche estaba siendo muy larga y mi padre habíasalido a cenar con mi tía, aunque ella iba de acompañante. Tenía una cena de negociosy, claro, no iba a ir solo, así que le propuse que se lo pidiera a ella y aceptó. Se creíanque era tonta y que no me daba cuenta de que estaban juntos. Ya no era una niñapequeña.Tenía dieciséisaños para queestuvierancon engaños.

De pronto, escuché el silbido de Marcos. Me levanté como un resorte y corrí hasta mibalcón. Y allí estaba, vestido con sus vaqueros ajustados y rasgados, su cazadora negray una camiseta blanca simple. Parecía un chico malo, y en cierto modo sí lo era, perosolo para las personas que no lo conocían, porque él solo enseñaba su verdadero yoconmigo.

—¿Quéhaces aquía estashoras?—le preguntésonriendo comouna tonta.

Mi amigocada vezestabamás guapo.Rubio, ojosazules,cara dechicomalo,actituddechicomaloyuncielode amigo.Eraelprototipo que podríahacerquemeenamorase locamente, y si no fuera porque éramos los mejores amigos, ya habría caídorendidaanteél, y él lo sabía.

—Vengoarescatarte,mi bellaprincesa.

Me carcajeé y entré en mi habitación. Segundos después, salí de mi casa y me abracé aél. Me agarré como si fuera un mono. Le cantaba la canción de «El mono Amedio», delosdibujosdeMarco.Él sereíaacarcajadaspormisocurrenciasybesabami cabeza mientras me alzaba. Marcos era un chico bastante alto, y por eso me cogía cualmuñecadetrapo, puesyo era bajita ydelgada. Desdeluego, eratoda un hada.

Me llevó hasta su moto y me subió en ella. Luego se subió él y arrancó la burra, comoél la llamaba. La ponía a muchos kilómetros, tantos que los árboles pasaban pornuestro lado y ni siquiera los veía. Me llevaba a las carreras ilegales de motos. Laverdades queyo no corría, pero sí iba detrás deél.

Esas carreras me daban mucho miedo. Marcos era muy bueno en ello y por eso medaba tanto pánico, porque había chicos que lo odiaban ya que siempre ganaba. Medecíana mí que yoerasu talismán, puesto quelos díasqueyo no iba, perdía.

Llegamos y nos bajamos para ver a quién le tocaba en ese momento. Me cogió de lamano, fingiendo para todos esos chicos que yo era su novia. Mayormente lo hacía paraque las chicas no se acercaran a él, pero aun así lo hacían. Incluso había veces que meabrazaba o me daba besos en el cuello, pero nunca en los labios. Hubo un momento enel que me metí tanto en el papel que, cuando vi que una chica se acercó a él, la cogí delpelo y la separé de mi hombre, gritándole. Ese día juramos que no nos pegaríamostanto,pues no queríamos confundir nuestra amistad.

—Menos mal que habéis llegado —nos dijo mi amiga Celia cuando se acercó anosotros.Era la única quesabía queMarcos yyono éramos más queamigos.

—¿Porqué? ¿Quépasa?—seinteresóMarcos, extrañado.

—Porque el gilipollas de Daniel está apostando a que te ganará esta noche, perohaciendo trampas. Eso no lo ha dicho en alto claramente, pero ya sabéis que suhermanopequeñoyyo somos amigos, ymelo ha dicho—explicó.

—¿Quéte hadicho exactamente? —lepregunté,mirandohacia el cobardedeDaniel.

Ese chico se la pasaba molestando a Marcos, y todo porque un día me pidió salir, ycomo me negué y Marcos le pegó un puñetazo, nos la tenía jurada. Pero ese día ledaríamossu merecido y ganaríamos la carrera, costaselo que costase.

—Quiereentretener a Marcos paraque, mientras, su amigoRomán os corte losfrenos.

—Seráhijo deputa. ¿Pretendequetengamos unaccidente? Estono sevaaquedarasí. —garantizóMarcos, soltándosedemimano. Seacercó aDanielysetiróencima deél. Celia y yo corrimos a su encuentro e intentamos separarlo de él. Marcos estaba ciegodefuria, yno era para menos, pero aquella no era la salida.

Cuando conseguí separarlo, hice que me mirase, y vi algo en sus ojos que nunca habíavisto. El miedo recorría su cuerpo entero, y me sentí mal, muy mal. Tiré de él y me subíen la moto. Marcos lo hizo detrás y arranqué. Yo sabía manejar, pero nadie lo sabía, yesanochelo iba a demostrar.

Condujehasta Daniel yle grité:

—¡Venga,cobarde,arreglemos estocomo sabemos!

—¿Túmevas aganar? No mehagasreír, pequeña —escupió, incorporándose.

—¿Quépretendes,Noe?—susurróMarcosenmioído.

—Ganarle—le respondí a miamigo, yvolví a miraral malnacido de Daniel—.Venga.

¿Nomedigasquetienesmiedo? Tereto, Daniel, y te voya ganar.

Después de decirle eso, se subió en su moto y condujimos hasta la raya de salida. Miamiga Celia cogió el pañuelo de su cabeza y nos dio paso para comenzar la carrera. Alprincipio dejé que Daniel se confiara y pensara que me iba a ganar. Marcos estaba quetrinaba cada vez que en la curva dejaba que Daniel me pasara, pero yo sabía lo quehacía, y cuando menos se lo esperase, allí estaría yo para acelerar y ganar esa putacarrera.

Minutos después, yo iba perdiendo aposta, claro está, y Daniel me sonreía consuficiencia, así que ya era hora de acelerar y dar paso al truquito que había aprendidoviendolascarrerasdemotosporlasnoches.Aceleréy,justoenlacurva,metumbécasienel asfalto, pasando porel lado izquierdo deDaniel,que memiraba incrédulo.

Marcos me apretó tanto la cintura que pensé que me dejaría una marca. Lo pasé, claroque lo pasé, y ese desconcierto por parte de mi contrincante fue el que me hizoganadora.Lleguéala metadespués decuatrovueltas ytodos vitorearonmi nombre.

Me bajé de la moto y Marcos lo hizo después de mí. Me cogió en brazos y me apretócontrasu pecho, asustado.

—No vuelvas a hacerme esto sin avisarme, por favor —me dijo con la cabeza escondidaenmi cuello, yasentí.

—Lapróximavezte avisarécontiempo.

—¡¿Quieres bajar la velocidad de una vez, Noelia?! —gritó con notable miedo en suvoz.

—¡No!

—Pero¿quécoño tepasa?¿Pretendes quenosmatemos?

Y con esa pregunta, aflojé la velocidad. Los recuerdos del accidente de mi padre medieron de lleno, haciendo que soltase el volante. Marcos lo cogió como pudo, pero nopudo evitar que nos estampáramos contra un árbol. Por lo menos ya no iba a tantavelocidady no nos hicimos nada,peroel cochehabríaquemirarlo.

—¡Joder!—gritó, bajándose.

Yomequedésentada, con lamiradaperdiday sin dejarderecordar.

—Papá,papá—susurrémientrasMarcosabríala puertayme sacabadelcocheentresusbrazos.Meapretócontra ély acarició mi pelo acunándome.

Recordar el día en el que mi padre murió me descolocaba. Lo vivía como si hubierapasado el día anterior. Os preguntareis por qué lo vivía así. Pues porque yo estuve allí.Yo tuve el accidente, y fue el peor día de mi vida, porque fue por mi culpa. Mi padremurió por mi culpa, por mi maldita culpa, y eso era algo que no podría borrar de mimentejamás.

3

Me sentí en paz con sus brazos rodeando mi pequeño cuerpo, y así mi corazón dejó depalpitar al borde del colapso. Los malditos recuerdos de aquel día y todo lo de despuéshacían que odiara mi vida. ¿Cómo podía estar entre sus brazos después de su abandono?No lo sabía, pero lo necesitaba. Necesitaba aMarcos tanto que dolía, y aqueldía,cuandolo perdí aél también, perdí mi vida.

Necesitaba saber por qué no me dejaban verlo, por qué no fue a verme al hospital.Estuve ingresada durante una semana, y él, mi mejor amigo, no fue. Solo hablábamosporteléfono.Medecíaqueestaba enfermoy queporeso noibaaverme.Entonces, díasdespués, se fue sin decir adiós, sin darme una explicación. No lo entendía, y no meentendía a mí misma por estar juntos de nuevo y dejar que siguiéramos igual, como sinada hubiera pasado entre nosotros, como si esos años solo hubieran sido días, horas,minutoso segundos en nuestravida.

Me separé de él, cabreada conmigo misma por ser tan estúpida, y Marcos intentóacercarseamí, pero mealejé.No ibaadejarqueentraraen mi vida otravezcomosinada, y mucho menos iba a dejar que entrara en mi corazón como pretendía y estabaconsiguiendo.

—Notealejes,por favor—mesuplicóconlavozentrecortada.

—Déjame en paz, Marcos, y vete. Vete de nuevo, y esta vez no vuelvas —sollocécabreada.

—No me iré. Esta vez no me iré, y nunca más lo haré… Ya te he pedido perdón. ¿Quémásquieres quehaga?—sesinceró muy cercademí.

—Que me digas por qué te fuiste. ¿Acaso es algo tan fuerte que ni a mí puedesdecírmelo?

—Nopuedo, Noelia,nopuedosiquierarecordarlo.Y, porfavor, tepido queno insistas

—merespondió. Sedio lavuelta, dandoporterminadaesaabsurdadiscusión.

—Está bien… A partir de hoy, olvida que existo, olvida que fuimos amigos. Olvídame,comotú me obligasteaolvidarte, y eso seguiréhaciendo.

Micorazónlatíatemeroso,ytodoporquedeseaba quesedieralavueltay negaratodoloque le estaba diciendo. Pero no lo hizo, así que me metí en el coche y conseguíarrancarlo.

Miré a Marcos antes de salir del campo, dándole la última oportunidad, y al ver sunegativa,memarchédeallísinganasdehablarmás,singanasdevivirsiquiera.Élhabía vuelto a su hogar, pero yo había muerto con su llegada. Conduje sin dejar depensar en él y seguí dándole vueltas al asunto, intentando comprenderlo, pero no llegabaaningúnpunto;simplemente,noentendíaelporquédesusecreto.¿Cómodefuerteseríaparaquenoconfiara en mí?

Tenía que averiguarlo, y si para eso tenía que hablar con su madre, lo haría, pero meenteraríadeesemaldito secreto.

***