Amor traidor - Caricias muy íntimas - Stella Bagwell - E-Book

Amor traidor - Caricias muy íntimas E-Book

Stella Bagwell

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Beschreibung

Amor traidor La periodista Juliet Madsen había sufrido varios desengaños amorosos y, de hecho, había huido de Dallas y se había instalado en un pueblecito de Texas huyendo del amor, pero no contaba con conocer al ganadero Matt Sánchez. Matt era inteligente, sensual, leal a su familia y muy entregado a su hija adolescente, cualidades que ella siempre había buscado en un hombre. El problema era que su jefe le había pedido que escribiera un artículo sacando a la luz ciertos trapos sucios de la familia de Matt y Juliet sabía que si él se enteraba, ella perdería lo que siempre había querido tener: una familia. Caricias muy íntimas Para Lily Tanner los hombres atractivos eran como los dulces: deliciosos, irresistibles y peligrosamente adictivos. Como Nick Malone, su nuevo vecino, toda una tentación para chuparse los dedos... Sin embargo, después de un matrimonio horrible, Lily no quería saber nada más de los hombres. Aunque no le quedó más remedio que ayudar a Nick cuando éste se vio acosado por todas las mujeres del vecindario. El plan de Nick era muy simple: hacerse pasar por su pareja para contener a sus admiradoras. Pero sus métodos, a base de íntimas y profusas caricias, estaban causando estragos en la férrea determinación de Lily.

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Seitenzahl: 436

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 470 - julio 2024

 

© 2007 Stella Bagwell

Amor traidor

Título original: The Rancher’s Request

 

© 2009 Teresa Hill

Caricias muy íntimas

Título original: Single Mom Seeks...

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales,

utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina

Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-056-3

Índice

 

Créditos

Amor traidor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

 

Caricias muy íntimas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

A MATT Sánchez no le gustaban nada las bodas porque cualquier ceremonia sentimental le recordaba todo lo que podía ir mal en la vida de una persona. Normalmente, procuraba no acudir a ningún evento social en el que hubiera implicado un vestido blanco, lanzamiento de arroz y mujeres llorando de emoción.

Pese a todo, había tenido que ir a aquella boda ya que la novia era su prima y la quería mucho. Aunque, en realidad, habría preferido ensillar a su caballo preferido y salir a dar un paseo por el rancho, no podía faltar en el día más importante para ella.

Gracias a Dios, la ceremonia había terminado hacía más de una hora. Ahora, la casa principal del rancho Sandbur estaba llena de invitados y de familiares. Algunos habían ido desde nuevo México. Todos tenían tarta y champán y la cerveza y el ponche corrían como el río San Antonio tras las lluvias de primavera.

Habían retirado las alfombras del salón y el suelo de madera reluciente albergaba a parejas que bailaban al son de una orquesta de cuatro instrumentos. La música, la risa y las conversaciones se mezclaban, resonaban en las estancias, rebotaban en los techos de madera y llenaban todos los rincones de la casa.

En otra época del año, la celebración se hubiera hecho fuera, al aire libre, bajo los centenarios robles, pero estaban en febrero y en el sur de Texas podía hacer frío. Normalmente, el tiempo en aquella época del año era espléndido, hacía sol y las temperaturas eran suaves, pero había ocasiones en las que soplaban vientos del norte y la tía Geraldine, que había ayudado a Raine a organizar la boda, le había dicho que era mejor no arriesgarse.

Matt hubiera dado cualquier cosa por encontrar un lugar tranquilo y solitario en el que aparcar sus botas hasta que hubiera terminado tanto griterío y tanta fiesta, hasta el momento en el que volvería a ser el director general del rancho.

—¿Qué te pasa, Matt? ¡No pareces muy contento de estar por aquí!

La pregunta se la había hecho su primo Lex, que acababa de abandonar la pista de baile, donde había bailado con una pelirroja con mucha energía. De todos los miembros de la familia, Lex era probablemente el más sociable. Se trataba de un hombre alto y rubio que gustaba mucho a las mujeres.

—Hay demasiado ruido —contestó Matt alzando la voz para que su primo pudiera oírlo—. Nuestros nuevos primos de Nuevo México se van a creer que somos gallinas.

El otro hombre se rió.

—No, gallinas no somos, pero sí somos texanos y nos gusta gritar y a mí me parece que los nuevos miembros de la familia se lo están pasando en grande.

Apenas hacía un mes que Matt se había enterado de que Darla, la madre de Raine, había estado casada con un miembro de la familia Ketchum de Nuevo México. Todos se habían sorprendido mucho al saber que tenían un montón de primos a los que no conocían. Ahora, habían tenido oportunidad, durante los últimos días, de conocerse. Matt estaba encantado de tener familiares nuevos, pero también era cierto que iba a estar todavía más encantado cuando se hubieran ido y el rancho quedase de nuevo sumido en la tranquilidad que lo caracterizaba.

Matt se llevó la mano al cuello, a la corbata. No recordaba la última vez que se había puesto un traje y, si por él fuera, iba a tardar mucho en ponerse otro, pues se sentía aprisionado.

—Debe de ser que me estoy haciendo mayor porque todas estas cosas me ponen de los nervios —comentó en tono gruñón.

—Pero si sólo tienes treinta y nueve años, Matt —comentó su primo poniendo los ojos en blanco—. Deberías estar bailando con las guapísimas mujeres que hay en la fiesta. Quién sabe, a lo mejor tienes suerte y una de ellas te seduce. Todos sabemos que tú no vas a dar el primer paso, nunca lo has hecho.

Si cualquier otra persona le hubiera dicho algo así, le habría metido el puño en la boca, pero Lex era como un hermano, así que Matt se limitó a mirarlo de reojo.

—No necesito a ninguna mujer para bailar… ni para ninguna otra cosa.

—Ya. ¿Cuántas veces me habrás dicho eso?

Afortunadamente para Matt, una mujer castaña se acercó a ellos en aquel momento y agarró a su primo del brazo.

—Ven aquí, guapísimo —le dijo sonriente—. Ya hablaréis de vuestras cosas mañana. ¡Llevo un buen rato esperando para bailar contigo!

Matt los observó mientras bailaban y, luego, decidió que ya había aguantado suficiente. No se tenía por una persona antisocial, pues le gustaba la gente, pero nunca se había sentido cómodo en las bodas.

Desde que Erica había muerto, se le hacía muy difícil imaginarse abrazando a otra mujer y bailando con ella.

Imposible.

Matt decidió ir a la cocina por una taza de café para ver si se podía ir fuera sin que nadie se diera cuenta y esperar allí a que todo hubiera terminado.

Incluso los pasillos estaban llenos de gente que charlaba en animados grupos. Haciendo un esfuerzo para abrirse paso entre la muchedumbre, llegó a la cocina para encontrarse con que aquella habitación de la casa estaba tan llena de gente como las demás.

Claro, la cocina era el cuartel general de los camareros que se había contratado para la celebración, que no paraban de servir bebidas y comida. Al llegar, Matt se paró y buscó a Cook, la cocinera que se había hecho cargo de aquel lugar durante toda la vida. Se trataba de una mujer de más de setenta años, que todavía tenía mucha energía. Por ello, Matt esperaba encontrarla organizando a los demás y trabajando con energía y lo sorprendió verla sentada en una silla con una taza de café en la mano.

Mientras se acercaba a ella, pensó que era normal, que tarde o temprano aquella mujer tendría que comenzar a sentirse vieja. La idea no le gustaba en absoluto porque Cook era como una abuela para él y para sus primos y no se quería imaginar el rancho sin ella.

Mientras se servía una taza de café, Matt escuchó la conversación que Cook estaba teniendo con una mujer más joven.

—Lo cierto es que a mí no me ha interesado nunca el dinero. No es que no me guste, entiéndeme, pero nunca le he visto la utilidad. Yo tengo todo lo que necesito aquí, en el rancho, no me hace falta ir por ahí buscando tesoros. Los Saddler y los Sánchez me tratan como a una reina.

—No lo dudo, pero sería emocionante encontrar dinero enterrado en el rancho, ¿no le parece? He oído que podría tratarse de un millón de dólares —contestó la joven.

Matt puso atención mientras se servía la leche y esperaba la respuesta de Cook, que no se hizo esperar en forma de bufido. Al girarse, Matt vio que la joven con la que estaba hablando la cocinera era una mujer a la que no había visto nunca. Tenía el pelo rubio claro recogido en la nuca, llevaba unos pendientes de bisutería imitando diamantes tan largos que le caían por el cuello y un vestido de tirantes de terciopelo azul oscuro.

Su piel sonrosada tenía rasgos perfectos. Desde luego, era una mujer muy bella, pero era evidente que metía las narices donde no debía.

—¡Bah! —exclamó Cook haciendo un gesto despectivo con la mano en el aire—. La señorita Sara tenía mucho más dinero antes de que Nate muriera, pero no creo que lo enterrara. ¿Por qué iba a hacer algo tan estúpido?

—¿Sabe usted algo de la muerte de su marido? —le preguntó la rubia—. Ha habido rumores durante años.

—Exacto, sólo rumores —interrumpió Matt metiéndose en la conversación.

La rubia lo miró con sus perfectos labios color de fresa formando una o.

—Matt, te presento a la señorita Juliet Madsen —le dijo Cook—. Trabaja en el periódico de Goliad.

Matt la miró con escepticismo.

—Soy Matt Sánchez, señorita Juliet y creo que usted y yo deberíamos tener una pequeña conversación. ¿Nos perdonas, Cook?

—Claro, tengo que volver al trabajo —se despidió la cocinera.

—No, no te muevas de donde estás, termínate tu café tranquilamente y descansa. No vamos a tardar mucho en volver —contestó Matt mirando a la inoportuna invitada.

Juliet se puso en pie y siguió al recién llegado a través de la cocina y hasta el porche trasero. Mientras lo hacía, sintió que el corazón le latía aceleradamente, pues aquel hombre tenía unas piernas larguísimas, una espalda bien ancha y el pelo negro. Se había fijado en él antes, durante la ceremonia. Para ser sincera, no había podido quitarle ojo de encima.

Era de una belleza espectacular y con sólo mirarlo sentía descargas eléctricas por la columna vertebral. Después de la ceremonia se había enterado de que era familia de la novia, el hijo mayor de Elizabeth y Mingo Sánchez.

Matt cerró la puerta y Juliet miró a su alrededor. Se encontraban en el patio trasero, que estaba parcialmente cubierto por una pérgola de madera cubierta por una parra. Por encima del entramado, el sol intentaba abrirse paso entre las nubes. Hacía frío y Juliet se abrazó a sí misma para entrar en calor mientras esperaba a que Matt hablara.

—Para empezar, no sé quién la ha invitado a la boda —comentó Matt.

—¿Por qué? ¿Le molesta mi presencia aquí, señor Sánchez? Para que lo sepa, Geraldine Saddler me invitó amablemente a venir para cubrir el evento para la Fannin Review. ¿Algún problema? —contestó Juliet decidiendo que la mejor defensa era un buen ataque.

Matt se metió las manos en los bolsillos del pantalón mientras avanzaba hacia ella y Juliet se lo agradeció porque aquel hombre tenía unas manos muy grandes, unas manos que no podría olvidar si la tocara. Claro que no creía que fuera a hacerlo. Más bien, parecía furioso.

—No, no tengo ningún problema con que escriba usted sobre la boda, pero no era de eso de lo que estaba hablando con Cook.

Juliet se sonrojó. La había pillado. ¿Qué podía decir para no parecer una reportera sin escrúpulos y metomentodo?

—Estaba charlando con la cocinera y el tema del rumor del tesoro que está enterrado en el rancho salió a colación.

Matt fijó sus ojos verdes en ella y Juliet se dio cuenta de que en sus veinticinco años jamás se había enfrentado a un hombre así y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no darse la vuelta y salir corriendo de allí.

—Sí, claro, seguro que ese tema de conversación salió así de repente —comentó Matt con sarcasmo.

Juliet se mojó los labios e intentó recuperar la compostura.

—Bueno, no exactamente. Estábamos hablando del rancho, pero, por supuesto, no voy a escribir sobre ello.

—Ya, claro —se burló Matt dando un paso más hacia ella.

Juliet se fijó entonces en sus rasgos, en su mandíbula cuadrada y en sus labios cincelados y decidió que no era un hombre exactamente guapo, pero sí increíblemente sensual y peligroso.

La estaba mirando de manera tan intensa que Juliet se sentía como si estuviera acariciándola de verdad. Desde luego, ya la había desnudado con la mirada.

—¿Pasa algo porque hable de la leyenda del dinero de Sara Ketchum?

—Pasa que Sara Ketchum era mi abuela y no quiero que nadie escriba sobre ella y, menos, para la Fannin Review.

Juliet intentó adoptar una expresión inocente. Al fin y al cabo, no había obtenido ninguna información de Cook y, aunque así hubiera sido, no estaba segura de que la habría utilizado. Le había advertido a su editor que no le gustaba meterse en la vida personal de la gente. Para empezar, porque podrían producirse incidentes como el que se estaba produciendo en aquellos momentos.

—¿Cree que eso era lo que estaba haciendo, intentar obtener información para la revista?

—Pues claro.

Era evidente que eso era lo que estaba haciendo. Aquella mujer era culpable. Aun así, tuvo el descaro de encogerse de hombros. Con aquel vestido de tirantes que llevaba lo más probable era que se estuviera helando de frío. Matt se encontró mirando de nuevo su escote y tuvo que hacer un esfuerzo para volver a mirarla a los ojos. Iba vestida exactamente igual que cualquier otra invitada, pero era diferente. Su cuerpo grande y voluptuoso habría llamado la atención de cualquiera de los presentes.

—A lo mejor es que me interesa la historia a nivel personal —sugirió.

Matt decidió que aquella mujer no era de por allí, la delataba su acento. Era evidente que era del norte del estado de Texas y también era evidente que no le interesaba su familia sino su trabajo.

—¿De dónde es usted? —le preguntó de repente.

La aludida enarcó las cejas.

—Vivo en Goliad.

Goliad era una población situada a aproximadamente veinte minutos al este del rancho.

—Sí, pero no es usted de por aquí.

—No, soy de Dallas, pero vivo aquí desde hace unos meses, me trasladé para trabajar para la revista.

—Pues alguien debería haberle advertido que a la gente de por aquí no nos gusta que otros se aprovechen de nuestra hospitalidad.

—Eso no es…

—No se moleste en negarlo, señorita Madsen. Los dos sabemos que estaba usted intentando obtener información y ya le digo desde ahora mismo que no hay historia y, aunque la hubiera, no permitiría que usted se acercara. ¿Ha quedado todo claro?

—No sé quién es exactamente usted en este rancho, pero ya estoy harta —le espetó Juliet—. No he cometido ningún delito. Todo el mundo en Goliad sabe que Nate y Sara Ketchum tenían una relación digamos… complicada y, como el asesinato de Nate nunca se resolvió, sigue despertando interés.

—Eso es lo que usted cree.

—No, eso es lo que cree mi editor, que está convencido de que de esa historia se puede sacar un artículo muy bueno. Yo he intentado quitarle la idea de la cabeza, pero me ha insistido para que haga preguntas —admitió Juliet—. Lo siento, yo sólo hago mi trabajo.

—Y lo hace muy bien —contestó Matt sin apiadarse de ella lo más mínimo.

Juliet volvió a enfadarse. Comprendía que a aquel hombre no le hiciera ninguna gracia que se pusiera a hacer preguntas sobre su familia, pero también podía mostrarse un poco más comprensivo.

—Claro, ¿qué va a saber usted sobre esas cosas? Es obvio que nunca ha necesitado trabajar.

Matt siempre se preguntaba por qué la gente de fuera se creía que el Sandbur se llevaba solo. Aquella gente no se imaginaba el trabajo tan duro que había que llevar a cabo para que aquel rancho fuera uno de los mejores del Estado. Claro que tampoco podía esperar que aquella mujer lo entendiera. Seguramente, se habría educado en un colegio privado de Dallas y seguro que jamás había metido aquellas manos de manicura perfecta en un fregadero con platos sucios.

—Usted tampoco parece que acabe de llegar del gueto, señorita Madsen. Para que lo sepa, todo lo que tengo lo he ganado con mi trabajo.

—¿Y cree que yo no? —le espetó Juliet elevando el mentón en actitud desafiante.

—No tengo ni idea —contestó Matt.

—¡Efectivamente, porque no me conoce de nada y aunque sea usted el gran jefe por aquí no tiene derecho a insultarme! —exclamó Juliet poniéndole el dedo índice en el centro del pecho.

Matt se lo agarró con fuerza y se lo retiró.

—Da igual quién sea yo, pero usted ha venido a mi casa haciéndose pasar por quien no es… —protestó Matt.

—¡Eso no es verdad! —lo interrumpió Juliet de manera acalorada—. ¡Es usted un bastardo odioso!

Matt sonrió.

—¿De verdad? ¿Le parezco odioso por proteger a mi familia de una basura como usted?

—¿Ba-su-ra? —repitió Juliet indignada.

Al instante, levantó la mano para abofetearlo, pero Matt la agarró de la muñeca, impidiéndole que se moviera, y la miró furioso.

—Muy mal, señorita Madsen —le dijo.

El brillo de sus ojos verdes hizo que Juliet sintiera una descarga eléctrica. De repente, no podía respirar ni moverse.

—Suélteme.

—¿Para que? ¿Para que vuelva a intentar pegarme?

A Juliet se le pasó entonces por la cabeza pegarle una patada, pero no le dio tiempo porque, en un abrir y cerrar de ojos, se dio cuenta de que sus cuerpos se estaban tocando. El contacto estaba siendo tan intenso que Juliet apenas podía hablar. Tampoco hubiera podido porque Matt se estaba inclinando sobre ella para besarla. Juliet se sintió como un ratoncillo vulnerable en las garras de halcón cuando Matt se apoderó de su boca y ella no se pudo ni mover. Notó el calor que irradiaba su cuerpo y sintió que toda su piel se ponía incandescente.

El beso terminó igual de abruptamente que había comenzado, Matt dio un paso atrás y puso distancia entre ellos. Juliet se quedó mirándolo fijamente, furibunda, pero él no desvió la mirada.

—Espero que esto le sirva de lección —le dijo Matt.

Juliet pensó que era una pena que aquel hombre tan atractivo utilizara su sensualidad de aquella manera.

—¿Qué tipo de lección? —le espetó intentando disimular la zozobra que le había causado el beso.

—El mensaje es claro: déjenos a mí y a mi familia en paz.

Juliet se dijo que no le había dolido, pero lo cierto era que aquellas palabras tan frías habían abierto en ella una herida antigua causada por todas las veces en las que había sido rechazada.

—Si el resto de su familia es tan desagradable como usted, no creo que me cueste —le dijo echando los hombros hacia atrás—. Ahora, si me perdona, señor Sánchez, me voy dentro porque aquí hace mucho frío y no hay ningún caballero que me preste su chaqueta.

Con la sangre hirviéndole en las venas, Matt se quedó mirándola mientras se giraba sobre sus delicados tacones y volvía a entrar en la casa.

Maldición. No debería haber ido una periodista a la boda y le hubiera gustado preguntarle a su tía Geraldine por qué demonios la había invitado, pero no lo iba a hacer porque no le quería dar tanta importancia, no quería volver a pensar en aquella mujer de Dallas que le había hecho perder la cabeza y a la que había besado.

En el interior de la casa, Juliet se dirigió al baño y, tras cerrar la puerta, se apoyó en el lavabo y se miró al espejo. Al verse, se horrorizó, pues estaba muy pálida. Lo único que tenía color en su rostro eran sus labios, que habían quedado enrojecidos como consecuencia del beso que le había dado Matt Sánchez.

Juliet se pasó los dedos por el pelo con cuidado para peinarse un poco, pues se le habían soltado varios rizos, y se dijo a sí misma que no debería haberse enfurecido por un simple beso porque no era la primera vez que la besaban.

«No, pero nunca me habían besado de esa manera. Durante unos segundos, me he encontrado queriendo más», pensó.

Disgustada consigo misma, se colocó los tirantes del vestido, abrió la puerta y volvió a la fiesta. Una vez en el salón, un hombre detrás de otro la invitaron a bailar. La música era animada y a Juliet le encantaba bailar, pero se encontró con que no se podía concentrar en las conversaciones de los hombres con los que estaba bailando.

Lo estaba buscando a él.

Al cabo de un rato, decidió que no le apetecía seguir en aquella fiesta, así que se dirigió a la cocina a recoger su bolso, que había dejado bajo la mesa mientras hablaba con Cook. Ya había conseguido lo que había ido a buscar, así que se podía ir a casa.

Al llegar a la cocina, encontró a la cocinera haciendo otro ponche, se despidió de ella, recogió sus cosas y salió. Ya le daría las gracias a Geraldine Saddler por correo electrónico.

Una vez fuera de la enorme casa estilo hacienda, Juliet vio que el cielo estaba encapotado. Hacía más frío, pues soplaba viento, lo que la obligó a taparse bien con la estola de terciopelo que llevaba.

Estaba tan concentrada en llegar a su vehículo que estuvo a punto de tropezar con una niña que estaba sentada en las vías del tren que había enterradas junto al aparcamiento. Se trataba de una niña que llevaba un vestido largo rosa y el pelo, castaño y largo, suelto a la espalda. De no haber sido porque no tenía expresión facial, le habría parecido adorable.

—Hola —la saludó sintiendo curiosidad.

¿Qué haría allí fuera ella sola?

La chica, que debía de tener unos doce o trece años, levantó la mirada hacia ella.

—Hola —murmuró.

—¿Por qué no estás dentro disfrutando de la fiesta?

—¿Y usted? —contestó la muchacha alisándose la falda.

Juliet se sentó a su lado, pues era evidente que aquella niña emanaba tristeza, un sentimiento con el que Juliet estaba muy familiarizada. No estaba dispuesta a dejarla allí sola hasta haber descubierto por qué se encontraba así.

—Yo me he ido de la fiesta porque no conozco a nadie y no se me da bien hablar con desconocidos, así que me voy a casa —le explicó.

—Pues yo conozco a todo el mundo menos a usted —contestó la niña mirándola con sus enormes ojos marrones—. ¿Es familia del novio?

—No, me llamo Juliet Madsen y soy periodista. He venido para escribir un artículo sobre la boda.

—Ah —murmuró la niña perdiendo el interés—. Entonces ya sabrá que mi padre era uno de los testigos. Seguro que tiene ya todos sus nombres y esas cosas.

—Sí. ¿Cómo se llama tu padre?

—Matt Sánchez, es el director del rancho. ¿Lo sabía? Por cierto, yo me llamo Gracia.

Juliet se quedó muy sorprendida al enterarse de que Matt Sánchez tenía una hija aunque lo cierto era que aquel hombre debía de rondar la cuarentena y eso quería decir que había tenido mucho tiempo para formar una familia. Sin embargo, la había besado y… bueno, Juliet no había pensado ni por un momento en que su esposa estuviera por allí. ¿Y si hubiera aparecido de repente y los hubiera sorprendido? La idea la hizo sulfurarse de rabia y de vergüenza.

—No, no sabía que tu padre era el director del rancho. Supongo que estarás muy orgullosa de él.

La niña se encogió de hombros.

—Está siempre muy ocupado.

Aquella simple frase decía mucho y a Juliet le hizo recordar su infancia, recordó que nunca veía a su padre aunque lo necesitara. Lo cierto era que la indiferencia de Hugh Madsen le había producido una herida que nunca había sanado.

—Sí, los hombres suelen estar demasiado ocupados —le dijo—. Ese vestido que llevas es precioso. ¿Lo has elegido tú o te ha ayudado tu madre?

La niña apartó la mirada.

—Lo he elegido yo porque mi madre murió hace años.

Juliet sintió al instante compasión por la pequeña. Mirarla era como verse a sí misma doce años atrás y, sin pensarlo, le apartó un mechón de pelo del hombro.

—Mi madre murió cuando yo tenía ocho años, así que entiendo perfectamente lo que has sentido. Es horrible.

Gracia giró la cabeza hacia ella de nuevo y la miró sorprendida.

—¿Tu madre también se murió? ¿De verdad? ¿De qué?

Juliet sintió que el corazón se le encogía al recordar a su madre. Eva Madsen había sido una mujer amable y cariñosa que había convertido el mundo en un lugar mágico para su hija a través de sus sonrisas y de su amor. Cuando había muerto de cáncer, la vida de Juliet había dejado de ser la misma.

—Estuvo muy enferma durante mucho tiempo y murió.

—Ah. Mi madre se cayó del caballo un día y se murió de repente.

Juliet se encontró preguntándose cómo habría afectado aquella tragedia a Matt. Parecía un hombre fuerte y duro y no se lo podía imaginar de duelo, pero cada persona vivía la pérdida de un ser querido como podía y, a lo mejor, aquel hombre todavía sufría.

—Lo siento, Gracia. A veces, a la gente buena le ocurren cosas malas.

La niña asintió muy solemne, como si ya hubiera aceptado esa realidad.

—¿Tienes madrastra?

—No, sólo tengo a mi padre porque tampoco tengo hermanos.

—Yo, tampoco —le confesó la pequeña—. Por eso no me apetecía estar en la fiesta… por lo de la boda y todo eso… mi padre no…

—¡Gracia, menos mal que estás aquí! ¡Llevo buscándote un buen rato!

La voz de Matt interrumpió las palabras de su hija, que se giró junto con Juliet hacia él. El vaquero llegaba visiblemente consternado y, al ver a Juliet, la miró enfurecido.

—¿Qué demonios hace usted con mi hija? —le espetó mientras la aludida se ponía en pie.

Juliet se dijo que no debía volver a albergar sentimientos de compasión por aquel hombre. Ojalá le hubiera podido cruzar la cara de un bofetón. Habría sido un gran placer.

—Le dije que no se acercara a mi familia, señorita Madsen, y mi hija…

—¡Papá! —exclamó Gracia poniéndose en pie rápidamente y mirándolo avergonzada—. ¿Pero qué haces? Juliet es mi amiga y…

Matt se acercó a su hija y le puso la mano en el hombro.

—Juliet no es tu amiga, ni siquiera la conoces.

La niña miró a Juliet con dolor y a continuación le dedicó a su padre una mirada cargada de lágrimas.

—Sí, sí que es mi amiga, así que deja de tratarla así —le gritó—. ¡Nunca quieres que tenga amigas!

Dicho aquello, salió corriendo hacia la casa. Juliet tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ir tras ella. Era evidente que Gracia necesitaba consuelo y comprensión, dos cosas que no iba a obtener de su padre, pero tampoco era su responsabilidad.

—¿Se siente mejor ahora que ha conseguido alejarla de la periodista diabólica?

Matt giró la cabeza hacia ella de nuevo.

—¿Ha visto lo que ha hecho? La estaba buscando para hacernos las fotografías. Ahora va a salir en todas con los ojos rojos. Muchas gracias —contestó Matt apretando los dientes.

Olvidando lo que había sucedido la última vez que se había acercado a él, Juliet dio un paso al frente.

—Su hija y yo estábamos muy bien hasta que ha aparecido usted. Lo que pasa es que estaba tan concentrado en insultarme que no le ha importado hacerle daño o avergonzarla. ¡Es usted un cretino!

—No sé lo que quiere decir esa palabra, pero…

—¡Quiere decir que es un idiota mental! —lo interrumpió Juliet acaloradamente—. Por si no se ha dado cuenta, su hija está sufriendo. Debería dedicarle más tiempo a ella y menos a esconder los trapo sucios de su familia —le espetó Juliet girándose y yéndose hacia su coche.

—¡En mi familia no hay trapos sucios! —gritó Matt a sus espaldas.

Juliet se paró y se giró hacia él.

—Todo el mundo tiene trapo sucios. Incluso usted.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LO intenté, señor Gilbert, pero el señor Sánchez prácticamente me echó del rancho. Me dejó muy claro que no quiere que se publique ningún tipo de artículo sobre su familia y yo creo, sinceramente, que nos podrían poner una demanda si se nos ocurre publicar algo sobre la leyenda del dinero enterrado o sobre el asesinato del anterior propietario —le dijo Juliet a su jefe, intentando hacerle entrar en razón.

Era lunes por la mañana, habían pasado solamente dos días desde la boda, y el editor del Fannin Review se paseaba por el despacho de Juliet como un león enjaulado. No le había hecho ninguna gracia que no hubiera podido obtener información de primera mano sobre el dinero que supuestamente había enterrado la anterior propietaria del rancho para que su marido no le pusiera la mano encima.

Claro que David Gilbert siempre estaba enfadado por algo. Se trataba de un hombre próximo a cumplir los sesenta años, de aspecto frágil y ceño fruncido perpetuamente que había tenido que hacerse cargo del periódico semanal cuando su padre había muerto de manera inesperada unas semanas antes de retirarse. Juliet tenía muy claro que aquel hombre hubiera deseado estar en cualquier otro lugar menos en aquel trabajo.

—Que se atreva –le dijo—. El hecho de que su familia sea la más rica del condado de Goliad no significa que pueda impedir que la prensa haga su trabajo. El público tiene derecho a enterarse de cuestiones que son de interés general. La prensa tiene derecho a informar.

—No estoy muy segura, señor Gilbert, de que el dinero de su familia sea información de interés general ni de que tengamos derecho a meternos en los asuntos privados de su familia. Podría llevarnos a juicio.

Su jefe dejó de pasearse y la miró.

—Muy bien. Aquí lo estaré esperando. Mientras tanto, a ver qué encuentra. Mire en los archivos antiguos, seguro que hay algo sobre la muerte de Nate Ketchum. Seguro que se cubrió la noticia del asesinato en su momento.

En cualquier otro momento, Juliet se habría mostrado encantada de trabajar en una historia así, que involucraba amor, dinero, asesinato y a una de las familias más ricas de la zona. A los lectores les encantaban las cosas así, pero, aparte de su encontronazo con Matt, se había ido de la boda con la impresión de que tanto los Sánchez como Saddler eran buena gente y ella no quería hacerles daño ni que se enfadaran con ella.

—No estoy segura de…

—Pues más vale que lo esté. Las cifras de ventas han bajado y necesitamos algo que las haga subir, así que le doy dos semanas para que escriba algo sobre este tema.

—¿Dos semanas? —protestó Juliet.

—Me parece a mí que esta idea no le gusta demasiado —la amenazó su jefe acercándose a su mesa.

¿Gustarle? No, claro que no. Aquel asunto le daba náuseas. Seguro que, si su jefe tuviera que vérselas con Matt Sánchez, no estaría tan dispuesto a escribir sobre su familia.

—Lo que pasa es que no estoy segura de que esto esté bien.

Su jefe enarcó las cejas. Evidentemente, no se podía creer que una subordinada lo estuviera desafiando.

—Mire, Madsen, está usted sobrecualificada para este trabajo, así que no hace falta que le diga que no tendría por qué estar pagando el sueldo de una periodista cuando no me costaría nada encontrar a cualquier persona que fuera capaz de poner dos palabras seguidas para formar una frase. Si no quiere seguir trabajando aquí, ya se puede ir volviendo al Dallas Morning News.

¿Y tener que volver a ver a Michael? No, imposible. Aquel hombre la había engañado y no estaba dispuesta a volver a trabajar con él cuando le había roto el corazón y cuando la tentación de volverse a perder entre sus brazos era demasiado fuerte.

No, aquel hombre no era para ella, no le hacía ningún bien. Exactamente igual que el novio que había tenido antes que él. Aquellos dos hombres habían sido la gran razón para que Juliet hubiera aceptado aquel trabajucho en una ciudad sin importancia.

Quería olvidar todas las relaciones espantosas que había tenido.

—No hay problema, señor Gilbert, tendrá el artículo en dos semanas —le prometió a su jefe disimulando su enfado.

—Muy bien —contestó el editor saliendo de su despacho.

Una vez a solas, Juliet maldijo a aquel hombre que no sabía nada sobre cómo dirigir un periódico y que se veía ahora en aquella tesitura por ser hijo único. La verdad era que su padre hubiera hecho mejor en vender la publicación.

Lo cierto era que, si quisiera, podría recoger sus cosas e irse, pero le gustaba aquel lugar en el que llevaba unos meses viviendo, en el que tenía amigos y una casa que le encantaba. La gente de por allí era buena gente, excepto Matt Sánchez, y le gustaba el ritmo de aquella pequeña ciudad, muy diferente al de Dallas.

En Dallas estaba el único pariente que tenía, su padre, pero cualquier desconocido de la calle le daba más cariño que su progenitor, así que estaba más o menos sola y tenía derecho a vivir donde le diera la gana.

Juliet se dedicó a leer las notas que había tomado sobre la boda que se había celebrado en el Sandbur y, tres horas después, cuando hizo un descanso para comer, tenía el artículo terminado. Sólo le quedaban unos cuantos retoques y estaría listo.

Así que se fue a su restaurante favorito, el Cattle Call Café, que solamente estaba a tres manzanas del periódico. Se trataba de un edificio de ladrillo rojo del siglo XIX que estaba situado en la calle principal.

Como aquel día no había feria de ganado, tampoco había mucha gente, así que Juliet se sentó en un taburete de vinilo rojo y esperó.

—¡Hola, Juliet! Ahora mismo te atiendo —le dijo Angie Duncan.

Aquella camarera, madre soltera que trabajaba desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde y que sacaba tiempo además para estudiar una carrera universitaria, tenía a Juliet anonadada, pues siempre estaba de buen humor.

—¿Qué vas a tomar?

—Me gustaría tomarme una hamburguesa con mucho queso y bien grasienta, acompañada por un buen montón de aros de cebolla y un batido de vainilla —contestó Juliet.

—Pero, en realidad, te vas a tomar una ensalada con un vaso de té con hielo sin azúcar, ¿verdad? —le preguntó su amiga.

—Sí —suspiró Juliet.

La camarera se alejó hacia la cocina para hacer el pedido. Una vez a solas, Juliet se encontró mirando a su alrededor para ver quién andaba por allí. Sólo un par de parejas y un chico joven. De repente, se preguntó si Matt Sánchez iría por aquella cafetería de vez en cuando.

No, seguramente no porque él era rico y aquel local era para gente de clase media y baja. Perfecto porque Juliet no tenía ninguna intención de codearse con él.

¿Por qué demonios no podía dejar de pensar en aquel hombre? Desde que la había besado, no había podido volver a pensar con claridad.

—Pareces alterada —comentó la camarera—. ¿Qué pasa? ¿el señor Gilbert te ha estado persiguiendo por la oficina?

—No, claro que no, ese hombre no tiene suficiente testosterona como para hacer ese tipo de cosas —contestó Juliet—. Seguro que su esposa y él duermen en habitaciones separadas.

—Menos mal para ella —se rió Angie.

—Quiere que le escriba un artículo sobre una cosa que yo no quiero —le confió Juliet—. Cuando se lo he dado a entender, ha amenazado con despedirme.

—Vaya. ¿Y sobre qué es el artículo?

—Sobre la historia personal de una familia de aquí. el señor Gilbert cree que le interesaría a los lectores, pero yo creo que nos daría muchos problemas y que no merecería la pena.

Por suerte, Angie fue lo suficientemente prudente como para no preguntarle más detalles.

—¿Y qué tal la boda? —le preguntó cambiando de tema.

—Muy bien, la casa estaba llena de flores —contestó Juliet—. Flores de verdad. Además, había música en directo, montones de comida, de champán y mucho baile. Te aseguro que nunca había visto tantos diamantes y visones juntos.

—Madre mía, ¿te imaginas una boda así? En mi caso es imposible, como de ciencia-ficción —comentó la camarera en tono soñador.

—Para mí, también —contestó Juliet.

—¿Cómo dices eso? Tú eres guapísima y no te costaría nada casarte con un hombre rico si quisieras.

—Ya he salido con unos cuantos y he cubierto mi cupo de errores —contestó Juliet poniendo los ojos en blanco.

—¿Cómo? ¿Tú has salido con…?

En aquel momento, sonó la campana que indicaba que la comida de Juliet ya estaba lista y Angie fue por ella e interrumpió lo que le iba decir.

—Angie, ¿conoces a los Sánchez y a los Saddler? —le preguntó Juliet cuando volvió.

—No, no los conozco personalmente. He visto a algunos de ellos, pero nada más. Mercedes y Nicolette vienen por aquí de vez en cuando y también Lex y Cordero.

Las cuatro personas que Angie acababa de mencionar eran primos. De eso, se había enterado Juliet en la boda. También se había enterado de que el Sandbur era propiedad de dos hermanas: Geraldine Saddler y Elizabeth Sánchez. La segunda había muerto y la primera estaba prácticamente jubilada, así que actualmente eran sus hijos quienes se hacían cargo de la multimillonaria propiedad.

—¿Y Matt Sánchez nunca viene por aquí? —continuó Juliet pinchando un trozo de lechuga.

—No que yo sepa —contestó Angie—. Por lo que me han dicho, es un ermitaño.

—¿De verdad?

—Sí. Eso me dijo un amigo que trabajaba en el Sandbur. Jamás lo ha visto salir del rancho para nada.

—Bueno, será porque tiene muchas cosas que hacer por allí.

Por ejemplo, insultar a las mujeres.

—Yo diría, más bien, que fue a raíz de perder a su mujer. Ella murió hace unos años y, por lo que dice la gente, no ha vuelto a ser el mismo. Yo no lo conozco, así que no sé si es cierto. Lo que te estoy contando es lo que les he oído decir a los demás —le explicó la camarera—. ¿Por qué me preguntas por él?

Eso, ¿por qué preguntaba por él? No debería ni siquiera pensar en él, pero no podía quitárselo de la cabeza. Qué locura.

—Simple curiosidad. Estaba en la boda y me pareció… bueno, diferente a los demás hombres de la familia.

—Pues a mí el que me encanta es su hermano, Cordero —le confió Angie—. Es guapísimo.

—Vaya, Angie, nunca te había oído hablar así de un hombre —se sorprendió Juliet.

La camarera se encogió de hombros.

—Cuando Jubal me dejó para casarse con la niña rica de ciudad, creí que iba a odiar a los hombres para siempre, pero cuando ha parecido el adecuado…

—Ya te lo he dicho otras veces. No creo que el padre de tu hija se habría casado con otra si hubiera sabido que estabas embarazada —le dijo Juliet—. Te aseguro que no entiendo por qué no se lo dijiste.

—¡Porque no quería que se casara conmigo por estar embarazada, ya te lo he dicho muchas veces!

—Aun así, debería saber que tiene una hija de tres años.

Angie desvió la mirada y se puso a limpiar la encimera aunque estaba impoluta.

—A lo mejor, algún día se lo digo —contestó—. ¿Quieres algo más? Lo digo porque Reynolds está mirando para acá. Supongo que estará esperando su café.

—No, no quiero nada más. Me voy a terminar la ensalada y me vuelvo al trabajo —contestó Juliet.

Mientras se terminaba la ensalada, Juliet se dijo que no debería haberle dado ningún consejo a Angie, pues la camarera no se lo había pedido en ningún momento. Y ella era la persona menos indicada en el mundo para ir por ahí dando consejos a los demás sobre su vida amorosa.

Ella siempre había elegido mal a los hombres y lo peor era que nunca se había dado cuenta de lo mal que los elegía hasta que ya le habían roto el corazón.

«No sé elegir a los hombres».

Debería tatuarse aquella frase en el brazo para no olvidar el sufrimiento que la había impulsado a abandonar Dallas. Aquello tendría que haber sido más que suficiente para olvidarse de Matt Sánchez y del beso que le había dado, pero no podía olvidarse del ranchero.

 

 

Dos días después, el señor Gilbert le pidió a Juliet que escribiera un emocionante artículo sobre una fiesta de cumpleaños que se iba a celebrar en una residencia de ancianos en la que uno de ellos cumplía ciento tres años. La homenajeada había trabajado muchos años en el Ayuntamiento y siempre había hecho obras de caridad, así que había que cubrir su cumpleaños.

Aquella tarde, mientras conducía hacia la residencia, Juliet se preguntó por enésima vez si no estaba perdiendo el tiempo en aquella pequeña ciudad y en aquel diminuto periódico en el que sólo se cubrían eventos sociales locales. Era una buena periodista acostumbrada a escribir artículos sobre sucesos o sobre política, pero el ritmo de la ciudad la había agotado y la presión de las fechas de entrega en el trabajo le había causado una úlcera estomacal.

Si su padre se hubiera dignado a hablar con ella cinco minutos le habría dicho que estaba tirando a la basura años de trabajo y de estudio para terminar escribiendo sobre nacimientos, muertes y bodas, pero Juliet no habría aceptado los cinco minutos de Hugh Madsen aunque su padre se los hubiera dado, exactamente igual que no había aceptado su dinero para ir a la universidad.

Juliet recordaba que su padre no estaba nunca en casa. Ya antes de que su madre muriera, siempre tenía algún negocio entre manos, siempre estaba pensando cómo hacer dinero. De vez en cuando, lo conseguía, pero, al poco tiempo, ya estaba en bancarrota de nuevo.

Ni siquiera cuando su esposa había enfermado había conseguido cambiar. Por muchas promesas que les había hecho a su mujer y a su hija, había seguido con aquel ritmo de vida. Juliet estaba convencida de que su madre había muerto porque se le había partido el corazón y no por el cáncer. Simplemente, había perdido el interés y no había querido seguir luchando por vivir.

Una vez en la residencia de ancianos, Juliet entrevistó a la homenajeada e hizo unas cuantas fotografías de la mujer con su familia y con sus amigos. El personal de la residencia había colocado globos de colores y guirnaldas por todas partes y las parejas mayores bailaban al ritmo de la música de sus tiempos.

Aquello hizo que Juliet recuperara un poco la esperanza. A lo mejor, para cuando llegara a aquella edad habría conseguido conocer al amor de su vida.

Juliet estaba caminando por un pasillo cuando pasó ante la puerta de un residente. Se trataba de un hombre mayor de pelo oscuro que estaba sentado en una silla de ruedas. Había una niña sentada leyendo. La voz de la niña era dulce y clara y se le hacía familiar, así que Juliet se paró y vio sorprendida que se trataba de Gracia Sánchez.

La última vez que la había visto, la pequeña se había ido llorando muy disgustada, así que Juliet llamó a la puerta para saludarla y asegurarse de que había superado el vergonzoso incidente.

—Perdón por interrumpir, Gracia, pero te he visto y quería saludarte —le dijo.

—¡Juliet! —exclamó la niña poniéndose en pie a toda velocidad, corriendo hacia ella y abrazándola de la cintura.

Juliet se quedó tan sorprendida por aquella inesperada muestra de cariño que, por un momento, se quedó sin palabras.

—¡Creía que no iba a volver a verte! —exclamó la niña tomándola de la mano.

Juliet sonrió. Gracia llevaba unos vaqueros azules y una camiseta amarilla y parecía una niña normal y corriente y no la niña triste que había visto la última vez.

—La verdad es que no hubiera esperado encontrarte aquí —contestó Juliet—. ¿Estás visitando a un pariente?

—Sí, a mi abuelo, Mingo Sánchez —le explicó la pequeña—. Le gusta que le lea la Biblia, así que vengo de vez en cuando después del colegio.

Juliet no sabía cuántos años tenía el aludido. No tenía demasiadas arrugas, pero tenía los labios hacia abajo en un gesto que los envejecía. Además, una profunda cicatriz le recorría la cabeza. Juliet se preguntó si lo habrían operado.

—¿Lleva mucho tiempo aquí?

—Dos o tres años, no lo sé exactamente —contestó Gracia—. Tuvo un accidente. ¿Quieres entrar y saludarlo?

Juliet dudó. Por una parte, no se le daban muy bien los minusválidos y, por otra, sospechaba que, si Matt se enterara de que estaba cerca de su padre, no le haría ninguna gracia. Aun así, no quería herir los sentimientos de la niña.

—Muy bien —accedió.

—El abuelo no habla, pero entiende todo lo que le dices —le explicó Gracia llevándola hacia el hombre de la silla de ruedas, con el que habló en español.

Cuando terminó, el hombre alargó una mano lentamente. Juliet dio un paso al frente y se la estrechó.

—Hola, señor Sánchez. Me llamo Juliet y soy amiga de su nieta.

El hombre asintió y consiguió guiñarle un ojo. Aquel gesto le hizo pensar a Juliet que Mingo Sánchez no se parecía a su hijo en absoluto.

—Ya le había hablado de ti y también le había contado que papá fue muy maleducado contigo el otro día —añadió Gracia.

Juliet se sonrojó de pies a cabeza.

—No tendrías que haberlo hecho. Eso ya está olvidado —le dijo deseando que así fuera.

—¿Tú también has venido a ver a alguien? —le preguntó Gracia.

—No, he venido a escribir un artículo para el periódico —contestó Juliet.

—Ah, así que, ¿tienes que volver al trabajo?

—Sí.

—Vaya, entonces, ¿no podemos ir a tomar un refresco? Papá no tiene que venir a buscarme hasta dentro de media hora.

Eso quería decir que Juliet tenía tiempo de sobra para irse antes de que apareciera Matt por allí.

—Lo siento, Gracia, pero tengo que volver al trabajo, pero, si a tu abuelo le parece bien, me puedes acompañar al coche.

—Bueno, no es lo mismo que tomarnos un refresco, pero es mejor que nada —contestó la niña.

A continuación, volvió a hablar en español con su abuelo, al que le dijo que estaría de vuelta en unos minutos. Juliet se despidió del hombre y salieron las dos de la habitación.

—Siempre que vengo a ver al abuelo me pongo triste —le explicó Gracia una vez en el pasillo—. Me gustaría que se pusiera bien y que volviera al rancho porque era mi mejor amigo. Salíamos a montar a caballo juntos. De hecho, estaba entrenando un caballo para mí, para que pudiera competir, pero ahora… —se interrumpió con un suspiro—. Bueno, ahora espero que pueda volver a casa algún día.

—¿Y no hay nadie más en el rancho que pueda entrenar un caballo para ti?

—Claro que sí, pero no sería lo mismo. Yo quiero que lo entrene mi abuelo porque es el mejor. Ha entrenado a muchos campeones. El equipo somos Traveler, él y yo.

—Entiendo —comentó Juliet—. Rezaré por él. A veces, es la mejor medicina.

—Eso es lo que dice Cook también, pero mi padre no cree en la oración. Va a misa, pero nunca sonríe en la iglesia. Siempre está enfadado. Yo creo que es porque mi madre murió y el abuelo está así.

Juliet no supo qué decir. Las palabras de Gracia habían dejado expuesto el dolor de Matt Sánchez y Juliet se sentía como si hubiera entrado en terreno privado sin invitación.

—A veces, cuesta ser feliz cuando las cosas no van bien. En esos momentos, precisamente, debemos tener esperanza, debemos pensar que todo mejorará.

—Yo creo lo mismo —contestó la pequeña—. Yo no voy a dejar de creer nunca que mi abuelo va a volver a caminar y a hablar —añadió sonriendo y cambiando de tema de repente—. ¿Vives en la ciudad?

—Sí, vivo a las afueras, en una casa pequeña y vieja, pero que me gusta —le explicó Juliet abriendo las puertas que daban al aparcamiento—. Puedes venir cuando quieras si tu padre te deja —la invitó sinceramente aunque dudaba mucho que Matt la fuera a dejar.

—Me encantaría. ¿Tienes animales?

—Un gato. Un persa gordo al que le encantan los mimos.

—¡Yo también tengo un gato! —exclamó Gracia—. Se llama Sam, es siamés y tiene el rabo cortado. Le encanta cazar pájaros y Cook dice que le va a poner un cascabel para que no pueda acercarse a los gorriones que hay en el jardín. Papá dice que no sería justo para Sam ponerle un cascabel porque cazar pájaros es su instinto natural. Suele decir algo así como que siempre hay peces grandes y peces pequeños.

Sí, y a Juliet le había tocado ser el pequeño.

 

 

Unos metros más allá, Matt Sánchez apagó el motor de su furgoneta. Como de costumbre, tenía prisa. Un comprador de ganado había quedado en ir al rancho en menos de una hora, así que iba a tener que salir a toda velocidad para llegar a tiempo.

Le tendría que haber pedido a Cordero que hubiera ido a recoger a Gracia. Así, de paso, su hermano pequeño habría ido a ver a su padre un poco, pero también era cierto que su padre esperaba ver aparecer a su hijo mayor y que lo único que tenía en aquellos momentos eran las visitas de sus amigos y de su familia, así que se alegraba de haber ido.

Sin embargo, de repente al ver a su hija en compañía de aquella mujer de Dallas, no se alegró tanto. ¿Qué demonios hacía allí? ¿Por qué demonios estaba de nuevo con su hija? Su primera reacción fue interrumpir la conversación que estaba teniendo lugar entre ellas, pero no quería que su hija volviera enfadarse con él.

Todavía le echaba en cara el incidente del día de la boda. No quería volver a avergonzarla. Lo cierto era que Juliet Madsen había acertado en aquel punto. Además de avergonzarla, había pensado más en sí mismo que en los sentimientos de Gracia.

Su hija había estado sin hablarle durante dos días y Matt se había dado cuenta de que lo había hecho mal, pero jamás lo admitiría ante la rubia, pues, seguramente, se reiría de él.

Sin darse cuenta, se encontró mirándola de arriba abajo, admirando su maravilloso cuerpo, apreciándolo, disfrutando de sus curvas.

Aunque no lo quisiera reconocer, aquella mujer lo excitaba sobremanera. Cada vez que la veía, la deseaba al instante. Aquello no tenía sentido. Desde que Erica había muerto, no había vuelto a desear a ninguna mujer.

No había podido olvidarse de sus labios desde que se habían besado. Habían pasado tres días desde aquello y se daba cuenta de que había sido un gran error hacerlo, pero no podía olvidarse del suceso y lo peor era que una parte de él no quería olvidarse.

Mientras observaba cómo Juliet y Gracia se abrazaban y se despedían con un beso en la mejilla, sintió una mezcla de sentimientos. El primero, fue dolor. Siempre había intentado ser un buen padre para su hija, sobre todo desde la muerte de su madre, pero lo cierto era que Gracia se estaba alejando de él.

Matt se quedó mirando cómo su hija volvía a entrar en el interior de la residencia. Entonces salió de la furgoneta y cerró la puerta. Al hacerlo, Juliet se giró hacia él. Al verla así, en toda su belleza, Matt tragó saliva.

—Buenas tardes, señorita Madsen —la saludó.

—Buenas tardes, señor Sánchez —contestó ella.

—Qué curioso que nos encontremos aquí.

—Sí, el mundo es muy pequeño —contestó Juliet apartándose unos mechones de pelo del rostro.

—He visto que se ha encontrado con mi hija.

—Sí, estaba trabajando en la residencia esta tarde y nos hemos encontrado por casualidad —contestó Juliet echando los hombros hacia atrás.

—Sí, seguro.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Seguro que no sabía que mi padre estaba ingresado aquí —contestó Matt con sarcasmo.

—Pues no, la verdad es que no lo sabía. Iba andando por el pasillo y he visto a Gracia.

—Me gustaría poder creerla.

—Crea lo que quiera, señor Sánchez, pero quiero que sepa que ni usted ni su familia me interesan tanto. Bueno, dígale a Gracia que ha sido un placer volver a verla —le espetó caminando hacia su coche.

—¿Adónde va? —le preguntó Matt furioso porque lo dejara allí plantado.

—Resulta que trabajo, señor Sánchez, y tengo que volver a la redacción.