Ante lo desconocido... La pandemia y el sistema mundo - Ignacio Ramonet - E-Book

Ante lo desconocido... La pandemia y el sistema mundo E-Book

Ignacio Ramonet

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En esta obra, Ignacio Ramonet (España), Atilio A. Boron (Argentina) y Abel Prieto Jiménez (Cuba), analizan de manera crítica la pandemia del coronavirus como un hecho social total, que afecta no solo a la economía y a la política. Son puesto sobre la mira la insostenibilidad del actual sistema neoliberal para enfrentar una crisis de esta magnitud y también conceptos tales como: cibervigilancia sanitaria, modelo ecodepredador, apoteosis de la información, capitalismo digital, desglobalización, exclusión social, revolución viral y nuevo sistema-mundo.

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Seitenzahl: 159

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Edición: María de los Ángeles Navarro González

Diseño interior y de cubierta: Seidel González Vázquez (6del)

Corrección y revisión del ebook: Ana Molina González

Composición: Idalmis Valdés Herrera

© Ignacio Ramonet, 2020

Abel Prieto, 2020

Atilio Boron, 2020

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2020

ISBN: 9789590622601

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar, por escrito,

su opinión acerca de este libro y de nuestras publicaciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43,

Playa, La Habana, Cuba. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Índice de contenido
Por Ignacio Ramonet
Un hecho social total
El coronavirus
Una pandemia muy anunciada
El modelo ecodepredador
Cibervigilancia sanitaria
El jabón y la máquina de coser
Sacrificando a los “demasiado viejos”
Héroes de nuestro tiempo
Apoteosis de la información
¿Hacia un capitalismo digital?
Economía: un baño de sangre
¿Desglobalizar?
Liderazgos
Futuros
Agradecimientos
Por Abel Prieto
El rey desnudo
Este sí, este no
Harakiri, malthusianismo, neoliberalismo
La cuarentena refuerza la injusticia,la discriminación, la exclusión social
Preguntas sobre el futuro
Fidel: “sembrar ideas, sembrar conciencia”
Por Atilio Boron
El mundo después de la pandemia: conjeturas y proyectos178
Historia y contexto actual
Una crisis largamente anunciada
¿Una revolución viral?
¿Protosocialismo?
Un nuevo sistema internacional
Conclusión
De los autores

Por Ignacio Ramonet

A Tony Martínez

Un hecho social total

Todo está yendo muy rápido. Ninguna pandemia fue nunca tan fulminante y de tal magnitud. Surgido hace apenas cien días en una lejana ciudad desconocida, un virus ha recorrido todo el planeta, y ha obligado a encerrarse en sus hogares a miles de millones de personas. Algo solo imaginable en las ficciones posapocalípticas…

A estas alturas, ya nadie ignora que la pandemia no es solo una crisis sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de hecho social total, en el sentido de que convulsa el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores.

La humanidad está viviendo —con miedo, sufrimiento y perplejidad— una experiencia inaugural. Verifica concretamente que aquella teoría del “fin de la historia” es una falacia… Descubriendo que la historia, en realidad, es impredecible. Nos hallamos ante una situación enigmática, sin precedentes.1 Nadie sabe interpretar y clarificar este extraño momento de tanta opacidad, cuando nuestras sociedades siguen temblando sobre sus bases como sacudidas por un cataclismo cósmico. Y no existen señales que nos ayuden a orientarnos… Un mundo se derrumba. Cuando todo termine, la vida ya no será igual.

Hace apenas unas semanas, decenas de protestas populares se habían generalizado a escala planetaria, de Hong Kong a Santiago de Chile, pasando por Teherán, Bagdad, Beirut, Argel, París, Barcelona y Bogotá. El nuevo coronavirus las ha ido apagando una a una a medida que se extendía, rápido y furioso, por el mundo… A las escenas de masas festivas ocupando calles y plazas suceden las insólitas imágenes de avenidas vacías, mudas, espectrales. Emblemas silenciosos que marcarán para siempre el recuerdo de este extraño momento.

Estamos padeciendo en nuestra propia existencia el famoso “efecto mariposa”: alguien, al otro lado del planeta, se come un extraño animal y, tres meses después, media humanidad se encuentra en cuarentena… Prueba de que el mundo es un sistema en el que todo elemento que lo compone, por insignificante que parezca, interactúa con otros y acaba por influenciar el conjunto.

Angustiados, los ciudadanos vuelven sus ojos hacia la ciencia y los científicos —como antaño hacia la religión— implorando el descubrimiento de una vacuna salvadora cuyo proceso requerirá largos meses. Porque el sistema inmunitario humano necesita tiempo para producir anticuerpos, y algunos efectos secundarios peligrosos pueden tardar en manifestarse…

La gente busca también refugio y protección en el Estado que, tras la pandemia, podría regresar con fuerza en detrimento del Mercado. En general, el miedo colectivo cuanto más traumático más aviva el deseo de Estado, de Autoridad, de Orientación. En cambio, las organizaciones internacionales y multilaterales de todo tipo (la Organización de Naciones Unidas [ONU], la Cruz Roja Internacional, el Grupo de los 7 [G7], el Grupo de los 20 [G20], el Fondo Monetario Internacional [FMI], la Organización del Tratado del Atlántico Norte [OTAN], el Banco Mundial [BM], la Organización de Estados Americanos [OEA], la Organización Mundial del Comercio [OMC], etc.) no han estado a la altura de la tragedia, por su silencio o por su incongruencia. El planeta descubre, estupefacto, que no hay comandante a bordo… Desacreditada por su complicidad estructural con las multinacionales farmacéuticas,2 la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha carecido de suficiente autoridad para asumir, como le correspondía, la conducción de la lucha global contra la nueva plaga.

Mientras tanto, los Gobiernos asisten impotentes a la irrefrenable diseminación por todos los continentes3 de esta peste nueva. Contra la cual no hay ni vacuna ni medicamento ni cura ni tratamiento que elimine el virus del organismo…4 Y eso va a durar…5 Mientras el germen siga presente en algún país, las reinfecciones serán inevitables y cíclicas. Lo más probable es que esta epidemia no logre pararse antes de que el microbio haya contagiado a 60% de la humanidad.

Lo que parecía distópico y propio de dictaduras de ciencia ficción se ha vuelto “normal”. Se multa a la gente por salir de su casa a estirar las piernas, o por pasear su perro. Aceptamos que nuestro móvil nos vigile y nos denuncie a las autoridades. Y se está proponiendo que quien salga a la calle sin su teléfono sea sancionado y castigado con prisión.

El largo autismo neoliberal es ampliamente criticado, en particular, a causa de sus políticas devastadoras de privatización a ultranza de los sistemas públicos de salud que han resultado criminales, y se revelan absurdas. Como ha dicho Yuval Noah Harari: “Los Gobiernos que ahorraron gastos en los últimos años recortando los servicios de salud, ahora gastarán mucho más a causa de la epidemia”.6 Los gritos de agonía de los miles de enfermos muertos por no disponer de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) condenan por largo tiempo a los fanáticos de las privatizaciones, de los recortes y de las políticas austeritarias.

Se habla ahora abiertamente de nacionalizar, de relocalizar, de reindustrializar, de soberanía farmacéutica y sanitaria. Se vuelve a usar una palabra que los neoliberales estigmatizaron, acorralaron y desterraron: solidaridad. La economía mundial se encuentra paralizada por la primera cuarentena global de la historia. En el mundo entero hay crisis, a la vez, de la demanda y de la oferta. Unos ciento setenta países (de los ciento noventa y cinco que existen) tendrán un crecimiento negativo en 2020. O sea, una peor tragedia económica que la Gran Recesión de 1929. Millones de empresarios y de trabajadores se preguntan si morirán del virus o de la quiebra y del paro.

David Beasley, director ejecutivo del Programa Alimentario Mundial (PAM), ha alertado sobre la situación catastrófica que se avecina: “Estamos al borde de una ‘pandemia de desnutrición’. El número de personas que sufren de hambre severa podría duplicarse de aquí a final de año, superando la cifra de 250 millones de personas…”.7 Nadie sabe quién se ocupará del campo, si se perderán las cosechas, si faltarán los alimentos, si regresaremos al racionamiento… El apocalipsis está golpeando a nuestra puerta.

La única lucecita de esperanza es que, con el planeta en modo pausa, el medioambiente ha tenido un respiro. El aire es más transparente, la vegetación más expansiva, la vida animal más libre. Ha retrocedido la contaminación atmosférica que cada año mata a millones de personas. De pronto, lavada del mugre de la polución, la naturaleza ha vuelto a lucir tan hermosa… Como si el ultimátum a la Tierra que nos lanza el coronavirus fuese también una desesperada alerta final en nuestra suicidaria ruta hacia el cambio climático: ¡Ojo! Próxima parada: colapso.

En la escena geopolítica, la espectacular irrupción de un actor desconocido —el nuevo coronavirus— ha desbaratado por completo el tablero de ajedrez del sistema-mundo. En todos los frentes de guerra —Libia, Siria, Yemen, Afganistán, Sahel, Gaza, etc.—, los combates se han suspendido… La peste ha impuesto de facto, con más autoridad que el propio Consejo de Seguridad, una efectiva Pax Coronavírica…

En política internacional, la pavorosa gestión de esta crisis por el presidente Donald Trump asesta un golpe muy duro al liderazgo mundial de Estados Unidos, que no ha sabido ayudarse entre ellos, ni ayudar a nadie. China, en cambio, después de un comienzo errático en el combate contra la nueva plaga, ha conseguido recobrarse, enviar ayuda a un centenar de países, y parece sobreponerse al mayor trauma sufrido por la humanidad desde hace siglos. El devenir del nuevo orden mundial podría estar jugándose en estos momentos…

De todos modos, la impactante realidad es que las potencias más poderosas y las tecnologías más sofisticadas han resultado incapaces de frenar la expansión mundial de la covid-19,8 enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV-2,9 el nuevo gran asesino planetario.

El coronavirus

La cifra de víctimas no cesa de crecer… A la hora en que redactamos estas líneas, el número de fallecidos supera los ciento cincuenta mil… El de los contagiados sobrepasa los dos millones y medio… Y los confinados en sus viviendas son más de cuatro mil millones… Esto último tampoco había ocurrido jamás… Las palabras “confinamiento” y “cuarentena”, que parecían pertenecer a tiempos olvidados y al léxico medieval, se han convertido en vocablos usuales. Los que mejor ilustran finalmente nuestra actual anormal normalidad.

Hay controversia, al más alto nivel,10 sobre el origen de este virus aparecido en Wuhan (Hubei, China). Como no se ha identificado todavía al “paciente cero”,11 o sea, el primer contagio de animal a humano, varias especulaciones circulan. Por una parte, autoridades de Pekín acusaron al Ejército estadounidense de haber fabricado el germen en un laboratorio militar de Fort Detrick (Frederick, Maryland) como arma bacteriológica para frenar el ascenso chino en el mundo, y de haberlo dispersado en China con ocasión de los Juegos Militares Mundiales, una competición disputada en octubre de 2019, precisamente… en Wuhan.12 Por otra parte, en Estados Unidos, el propio presidente Trump incriminó repetidas veces a Pekín,13 después de que el influyente senador republicano de Arkansas, Tom Cotton, presentado a veces como el próximo director de la Central Intelligence Agency (CIA), culpara a científicos militares chinos14 de haber producido el nuevo germen en un laboratorio “de virología y bioseguridad” localizado también… en Wuhan.15

Ampliamente difundidas por los adeptos conspiracionistas de las “teorías del complot” de ambos bandos, estas versiones contradictorias (hay otras)16 han circulado mucho por las redes sociales.17 Tienen escaso fundamento. Estudios científicos solventes descartan que el nuevo coronavirus sea un arma biológica de diseño liberada intencionadamente o por accidente:18 “Nuestros análisis demuestran claramente que el SARS-CoV-2 no es una construcción de laboratorio ni un virus deliberadamente manipulado”,19 afirmó de forma tajante el profesor de la Universidad de Sydney (Australia), Edward C. Holmes, el mejor experto mundial del nuevo patógeno.

Ignoramos aún muchas cosas de este agente infeccioso: no sabemos, por ejemplo, si ya ha mutado o si va a mutar… Ni por qué infecta más a los hombres que a las mujeres. Ni cuáles son los determinantes que hacen que dos personas de características semejantes —jóvenes, sanas, sin patologías asociadas— desarrollen formas opuestas de la enfermedad, leve una, grave o mortal la otra. Ni por qué los niños casi nunca tienen formas graves de la infección. Ni si los enfermos curados siguen transmitiendo la plaga, ni si quedan realmente inmunizados…

Pero existe un amplio acuerdo entre los investigadores internacionales20 para reconocer que este nuevo germen ha surgido del mismo modo que otros anteriormente: saltando de un animal a los seres humanos… Murciélagos, pájaros y varios mamíferos (en particular los cerdos) albergan naturalmente múltiples coronavirus. En los humanos, hay siete tipos de coronavirus conocidos que pueden infectarnos. Cuatro de ellos causan diversas variedades del resfriado común. Y otros tres, de aparición reciente, producen trastornos mucho más letales como el síndrome respiratorio agudo y severo (SARS), emergido en 2002; el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), surgido en 2012; y, por último, esta nueva enfermedad, la covid-19, causada por el SARS-CoV-2, cuyo primer brote se detectó, como ya dijimos, en el mercado de mariscos de Wuhan en diciembre de 2019. Este nuevo germen tendría al murciélago como “huésped original” y a otro animal aún no formalmente identificado —¿el pangolín?—,21 como “huésped intermedio” desde el cual, después de volverse particularmente peligroso, habría saltado a los humanos.

Lo que no se acaba de entender es ¿por qué, si ya convivimos con otros seis coronavirus y los tenemos globalmente controlados, este nuevo patógeno ha provocado tal colosal pandemia? ¿Qué tiene de particular este germen? ¿Por qué su rapidez de infectación ha desbordado las previsiones de las mejores autoridades sanitarias del mundo?

Sin duda, como se ha repetido mucho, condiciones ajenas al virus como la velocidad actual de las comunicaciones, la hipermovilidad y la intensidad de los intercambios en la era de la globalización han favorecido su propagación. Obvio. Pero entonces, ¿por qué el SARS en 2002 o el MERS en 2012, también causados por nuevos coronavirus, no se “globalizaron” de igual manera en todo el planeta?

Para responder a estas preguntas, lo primero que hay que recordar es que “los virus son inquietantes porque no están vivos ni muertos. No están vivos porque no pueden reproducirse por sí mismos. No están muertos porque pueden entrar en nuestras células, secuestrar su maquinaria y replicarse. Y en eso son eficaces y sofisticados porque llevan millones de años desarrollando nuevas maneras de burlar nuestro sistema inmune”.22 Pero lo que distingue específicamente al SARS-CoV-2 de otros virus asesinos es precisamente su estrategia de irradiación silenciosa. O sea, su capacidad de propagarse sin levantar sospechas, ni siquiera en su propia víctima. Por lo menos durante los primeros días del contagio, en los que la persona infectada no presenta ningún síntoma de la enfermedad.

Ignoramos con certeza por qué el virus viaja tan rápidamente, pero lo que sabemos es que desde el momento en que penetra —por los ojos, la nariz o la boca— en el cuerpo de su víctima ya comienza a replicarse de modo exponencial… Según la investigadora Isabel Sola, del Centro Nacional de Biotecnología de España: “Una vez dentro de la primera célula humana, cada coronavirus genera hasta 100 000 copias de sí mismo en menos de 24 horas…”.23 Pero, además, otro rasgo singular y astuto de este patógeno es que, al invadir un cuerpo humano, concentra su primer ataque, cuando aún es indetectable, en el tracto respiratorio superior de la persona infectada, desde la nariz a la garganta, donde se replica con frenética intensidad. Desde ese momento, ya esa persona —que no siente nada— se convierte en una potente bomba bacteriológica y empieza a diseminar masivamente en su entorno —simplemente al hablar o al respirar— el virus letal…

Esta es la característica principal, la fatal singularidad del nuevo coronavirus. En China, hasta 86% de los contagios se debieron a personas asintomáticas, sin signos detectables de la infección. En la Universidad de Oxford, un grupo de investigadores demostró que hasta la mitad de los contagios por el SARS-CoV-2 se debe a individuos no diagnosticados y sin síntomas aparentes.

Solo una minoría de contagiados padece el segundo ataque del germen, concentrado esta vez en los pulmones, de manera similar al SARS de 2002 (aunque la carga viral del nuevo coronavirus es mil veces superior a la del SARS), provocando neumonías que pueden llegar a ser letales, sobre todo en personas mayores de 65 años con enfermedades crónicas.

Como el número de contagiados es masivo y simultáneo, esta minoría —que representa 15% de todos los infectados— es la que acudirá a los hospitales y puede alcanzar con celeridad cifras muy elevadas según el volumen de población… Como lo hemos visto en China, Irán, Italia, España, Francia, Reino Unido o Estados Unidos, basta con que varios miles de personas acudan al mismo tiempo a las urgencias de los hospitales para colapsar todo el sistema sanitario de cualquier país por muy desarrollado que sea…24

En Wuhan, Teherán, Milán, Madrid, París, Londres o Nueva York, médicos y enfermeros se vieron pronto totalmente sobrepasados. Faltaron mascarillas, gel desinfectante, material de protección para el personal sanitario, camas en las UCI, respiradores, etc. En varias ciudades (Wuhan, Madrid, Nueva York), las autoridades, desbordadas, tuvieron que echar mano de las fuerzas armadas o de voluntarios civiles para construir a toda velocidad hospitales improvisados de miles de camas. En casi todas partes, las autoridades confesaron que no habían previsto semejante avalancha de enfermos, un continuo tsunami de pacientes en estado grave…25 

Una pandemia muy anunciada

Ante el alud de críticas por lo que la opinión pública percibió como una “mala gestión” de la pandemia, algunos gobernantes argumentaron también que la celeridad del ataque pandémico les había pillado por sorpresa… Donald Trump, por ejemplo, no dudó en afirmar repetidas veces —cuando se produjeron en su país las primeras muertes por coronavirus, meses después de China o de Europa— que “nadie sabía que habría una pandemia o una epidemia de esta proporción”, y que se trataba de un “problema imprevisible”, “algo que nadie esperaba”, “surgido de ninguna parte”…26

Se pueden decir muchas cosas para explicar la escasa preparación de las autoridades ante este brutal azote, pero el argumento de la sorpresa no es de recibo. Primero, porque hay un proverbio famoso en salud pública: “Los brotes son inevitables, las epidemias no”. Segundo, porque decenas de autores de ficción y de ciencia ficción —desde James Graham Ballard a Stephen King, pasando por Cormac McCarthy o el cineasta Steven Soderbergh en su película Contagio (2011)— describieron en detalle la pesadilla sanitaria apocalíptica que amenazaba al mundo. Tercero, porque personalidades visionarias —Rosa Luxemburgo, Gandhi, Fidel Castro, Hans Jonas, Ivan Illich, Jürgen Habermas— avisaron, desde hace tiempo, que el saqueo y el pillaje del medioambiente podrían tener consecuencias sanitarias nefastas. Cuarto, porque epidemias recientes como el SARS de 2002, la gripe aviar de 2005,27 la gripe porcina de 200928 y el MERS de 2012, ya habían alcanzado niveles de pandemia incontenibles en algunos casos y habían causado miles de muertos en todo el planeta. Quinto, porque cuando se produjo la primera muerte por el nuevo coronavirus en Estados Unidos, el 10 de marzo de 2020 en Nueva Jersey, hacía casi tres meses —como ya hemos dicho— que la epidemia había estallado en Wuhan y había desbordado rápidamente todo el sistema sanitario, tanto en China como en varias naciones europeas; o sea, hubo tiempo para prepararse. Y sexto, porque decenas de prospectivistas y varios informes recientes habían lanzado advertencias muy serias sobre la inminencia del surgimiento de algún tipo de nuevo virus que podría causar algo así como la madre de todas las epidemias.

El más importante quizás de estos análisis fue presentado, en noviembre de 2008, por el National Intelligence Council (NIC), la oficina de anticipación geopolítica de la CIA, que publicó para la Casa Blanca un informe titulado Global Trends 2025: A Transformed World.29 Este documento resultaba de la puesta en común —revisada por las agencias de inteligencia de Estados Unidos— de estudios elaborados por unos dos mil quinientos expertos independientes de universidades de unos treinta y cinco países de Europa, China, India, África, América Latina, mundo árabe-musulmán, etcétera.