Antídotos para no morir de realidad - Nathy Frate - E-Book

Antídotos para no morir de realidad E-Book

Nathy Frate

0,0
9,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¡Los antídotos! ¿Los necesitaste alguna vez? Supe que los antídotos eran momentáneos; sin embargo, me salvaban de la realidad. Cada antídoto es único e irrepetible, como lo son cada una de las personas. Algunos reaccionan de manera más rápida, más eficaz, más duradera; algunos son más nocivos que otros incluso. Los antídotos fueron necesarios en mi viaje hasta que armé mi propia crisálida y fue ahí que finalmente pude abandonarlos. Es que en la crisálida lo viejo muere; esa es la verdadera metamorfosis, la transformación. Las heridas de la infancia, profundas y duraderas, moldean nuestras identidades y nos instan a forjar máscaras, estratagemas sutiles para sortear los desafíos de la existencia y preservar nuestra integridad. Este viaje interior, con sus vueltas y revueltas, es la danza de la autenticidad que se entrelaza con la necesidad de sobrevivir y encontrar un atisbo de felicidad en este vasto teatro de la vida. Son los procesos, como pausas sagradas en nuestro viaje, los que se tornan esenciales. En esos instantes de quietud, nos permitimos reflexionar y transformarnos. Pues, en última instancia, la respuesta reside en nuestra capacidad de escucharnos a nosotros mismos, de sintonizar con la voz interna y actuar en armonía con nuestras más profundas creencias

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 361

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Frate, Débora Nathalia

Antídotos para no morir de realidad / Débora Nathalia Frate. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

332 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-750-2

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas Biográficas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Frate, Débora Nathalia

© 2024. Tinta Libre Ediciones

El cambio es la única cosa inmutable.

Arthur Schopenhauer

Antídotos para no morir de realidad

34

Las olas del mar golpean contra el acantilado; la arena ya perdió el calor del día.

El viento sopla fuerte, muy fuerte.

La luna; última noche de su fase llena y entrará esta madrugada a la fase lunar menguante. Tiene un sentido espiritual: este evento permite al individuo reflexionar sobre su vida y pensar en lo que quiere cambiar en ella.

Y acá estoy yo, sentada en plena oscuridad. Solo me ilumina la luna, que al mismo tiempo es iluminada por el sol.

Estoy un poco agotada del viaje y tengo el celular con algunas fotos del festejo; fue en un restaurante hermoso, invitación de mamá. Ella es una mujer positiva al extremo. Siempre quiso darme más de lo que podía y su lema para mi vida fue: “sé feliz”. ¡Qué responsabilidad tan enorme para mí! A pesar de sentir amor-odio por esa actitud tan positiva, es la persona más compañera de mi mundo.

Acá están también los dos seres más importantes de mi existencia en esta vida: mis hijos.

Así fue que cenamos, brindamos y todos a dormir…

Mi nombre es Maghalí, soy una mujer común y ¿normal?... Bueno, depende de tus parámetros de normalidad.

Soy maestra, de eso trabajo.

Mi hobby: relacionarme con cualquier ser humano que esté disponible para una charla. Suelo escuchar los problemas de todo el mundo e intentar solucionarlos. Aunque los míos, prefiero evitarlos.

Lo mejor que me pasó en la vida: ser mamá. Y lo peor: las despedidas.

Mi misión: encontrar el amor verdadero.

En la playa, algunos eligen ir de fiesta; otros, pescar. Hay quienes disfrutan del sol y por las noches duermen. Otros prefieren emborracharse en la playa oscura. Yo prefiero esto. Me estoy hospedando en un apartamento hermoso, miro a mi alrededor y pienso que este balcón es perfecto, y los sillones son muy cómodos, por cierto. Hoy por la tarde pasé una hora sentada aquí, haciendo una videollamada con mi psicóloga. Hago terapia desde hace un año y por nada del mundo suspendo una sesión, estoy descubriendo tantas cosas, transformando tanto.

Levanto la vista y ahí está el mar, lo tengo frente a mí. Me preparo el mate, me aseguro la soledad de la noche, todos están dormidos. El ruido de las olas que golpean. El viento lo siento fresco en mi cara bronceada por el sol del día.

Vine a este lugar a festejar mi cumpleaños número 34. Siento que no pude haber tomado una mejor decisión que esta.

Ver el mar y escuchar el sonido de las olas me tranquiliza y me transporta; me lleva a reflexionar acerca de mi vida, y hoy puedo confirmar que me siento en paz.

Ahora, me siento lista para vivir como deseo, como quiero, como me lo merezco. Porque, al fin y al cabo, todo lo que necesitaba era aprender a amarme, a respetarme, a escucharme, a priorizarme, a valorarme. Y lo conseguí. No fue magia, me costó muchas tormentas, terremotos y huracanes. Pero todos y cada uno de ellos valieron la pena, o la alegría.

Cierro los ojos y por un segundo tomo consciencia del aquí y ahora. Agradezco ese instante conmigo misma. Agradezco lo que soy, lo que tengo y lo que está por llegar. Soy consciente que todo momento es ahora.

Respiro…

Suelto…

Cebo el primer mate, mientras contemplo la oscuridad de esa playa. En un instante, me doy cuenta de que saltó el botón de pausa y la vida empezó a rebobinar, como esas radiocaseteras que con el botón rew toda la cinta del casete se enroscaba de un solo lado y comenzaba a sonar la primera canción del álbum. Si apretas play…

Etapa del huevo

La eclosión del huevo no tiene un tiempo fijo, depende de factores externos. Tras un tiempo, una larva sale del huevo, con un cuerpo que solo es capaz de moverse como si fuera una serpiente. Al nacer, la larva ya tiene alimento, puede comer tanto el huevo del que nace, como de la planta en la que ha nacido. Pareciera que esta etapa es fácil, pareciera que todo lo que necesita está a su alcance.

El día que todo se derrumbó

Tenía 10 años, la vida era tan simple, yo era tan larva. Tenía todo, cuando no tenía nada.

Mientras caminábamos de vuelta a casa, a la salida del colegio, contábamos a mamá todo lo que habíamos vivido en nuestro día escolar. Ella siempre tenía tiempo para escucharnos a mi hermano Alberto y a mí. Cada tarde, llegábamos a casa y ahí estaba la merienda lista. Siempre repostería casera, recetas inventadas con lo que había en casa. No quiero exagerar, pero con harina y un huevo, mamá hacía la mejor receta del mundo.

Merienda, charla, mi programa favorito, y ¡llegaba papá! Era hermoso estar los cuatro juntos.

Una tarde, esa tarde, vino mi tío de visita. Me invitó a su casa a dormir, como solía hacer cada tanto. Era viernes y yo no tenía muchas ganas de ir, no sé bien por qué, porque siempre era un gran plan. Sin embargo, no pude decirle que no, no me animé. Así que preparé mi mochila y me fui.

El domingo a la noche, volví a casa. Mamá preparaba todo para el otro día que teníamos escuela. Mi hermano miraba la tele. Fui a mi habitación a dejar mis cosas y ahí estaba papá, subido a una escalera, cambiando una lamparita. Lo miré desde abajo y con los ojos llorosos, le dije:

—Hola, pa, perdón por irme.

—Pero no me tenés que pedir perdón, Magha. ¿La pasaste bien? —Bajó de la escalera y me dio un beso. Tocó la perilla de luz y todo se iluminó.

Yo tenía un sabor amargo por haberme ido; mi hermano me contó todo lo que habían hecho ese fin de semana. Yo me sentía cada vez peor, sentía culpa por no haberme quedado en casa.

Ese domingo, papá fue a mi cama, me tapó y puso la frazada debajo del colchón, como todas las noches; me dio un beso y todos nos dormimos.

Uno se cree inmune a todo. Y sí... no estamos preparados, ni nunca nos vamos a imaginar que un día te vas a levantar a las 9 de la mañana, con un poco de mal humor porque es lunes, y vas a descubrir que mamá no está. Está tu tía, que te dice que mamá fue a ver a papá porque se sentía mal.

Y vas a la escuela, con 10 años, con esa incertidumbre, porque te quieren proteger; pero no saber, no te protege. Porque te das cuenta y no podés descifrar el mensaje escondido.

Y volvés de la escuela y te empiezan a contar una historia. Una historia que vaya a saber una a quién se le ocurrió, pero es lo que pudieron hacer entre tanto dolor.

Las pelotitas

La historia de las pelotitas es la historia más absurda que vayas a conocer.

La historia de las pelotitas comenzó el día en el que mi papá tuvo un accidente cerebro vascular.

Cuando me contaron esta historia, no estaba enterada del motivo, solo sabía que papá se había descompuesto y que a partir de ese momento contábamos con diez pelotitas.

Me contaron que nueve de las diez pelotas eran buenas y, la décima, mala. Me estaban queriendo decir que mi papá tenía nueve posibilidades de diez de vivir. Así que, según la historia que mi mamá y mis tíos me contaban, el panorama no era tan malo. Pero sus caras no transmitían lo mismo. Sin embargo, yo confiaba en las nueve pelotitas positivas...

Conforme iban pasando los días, las pelotitas se convertían en negativas. Hasta que un día, sin darme cuenta, solo quedaba una posibilidad: un milagro, decían.

Mientras transcurría la historia de estas pelotitas, conocí seis santos y tres religiones. La gente me regalaba estampitas. Hasta me entregaron un rosario; me explicaron que yo tenía que rezar, mientras contaba las pelotitas. Confieso que no lo hice, supongo que fue demasiada información para mis pocos años y las pelotitas ya no eran de mi agrado.

Ir al colegio me salvaba. Mis mejores amigas, Nacha, Romi, Ceci y Pao, me hacían reír, me cuidaban; yo no sé qué hubiese hecho sin ellas.

Un día de octubre, fui a la casa de un tío a la salida del colegio. Ya estaba cansada de ir de un lado a otro. Comenzó a anochecer, el sol desapareció y con él… mi papá.

Nos llevaron a casa. Cuando llegamos, vi muchos vehículos en la puerta; eso llamó mi atención. Mi mamá se encontraba sentada en una silla; estaba entera, no se le caía ni una lágrima.

Había mucho movimiento: tíos, primos, gente... Entonces, yo pensé que, quizás, papá volvía a casa y eso era como un festejo, porque nadie lloraba.

Entonces hubo un silencio, mamá nos sentó a mi hermano Alberto y a mí sobre ella, uno en cada pierna, y nos dio la noticia: papá ya no iba a estar con nosotros.

No recuerdo sus palabras, solo recuerdo que ese día, se me vino el mundo encima.

Mis primos vivían en la casa del fondo. Ezequiel y Gonzalo son mis hermanos del alma, por eso siento que tengo tres hermanos. Ellos también habían perdido a su papá y el mío era como suyo también. Mi tía les dio la noticia a ellos. Corrimos a buscarnos: Alberto, Gonzalo, Ezequiel y yo; porque los cuatro sentíamos lo mismo. Nos encontramos a mitad de camino. Nos abrazamos tan tan fuerte que fue una confirmación de nuestra unión. En ese instante, nos dijimos: “más juntos que nunca”.

Ezequiel me abrazó y entre llantos me dijo:

—Mirá el cielo y elegí una estrella.

Señalé la que más brillaba. Él me explicó que cuando lo extrañe mucho, mire esa estrella, que ahí iba a estar mi papá, siempre.

Esa noche, jugamos a los videojuegos y parecía fácil no extrañar. Era triste, sí, pero se parecía a los días anteriores.

Al otro día me desperté y fui al colegio. Sí, fue mi decisión y la respetaron. Mis compañeros me esperaban con cartas, y yo no estaba triste. Sentí culpa por eso.

No recuerdo más nada. Solo noches. Muchas noches en las que mi hermano lloraba, mi mamá preparaba el mate y pasábamos horas de la madrugada recordando a papá.

Las pelotitas resultaron ser todas negativas. Como las frutas en un cajón: una está podrida y terminan pudriéndose todas. Me enojé con Dios y todos los santos. Me enojé muchos años, pero no lloré. No me salía... Mi hermano lo extrañaba más, mi mamá escuchaba música, y yo me daba cuenta de que le cantaba esas canciones a mi papá (“Lo dejaría todo porque te quedaras, mi credo, mi pasado, mi religión”).

Entonces, yo no iba a llorar. No podía llorar. No podía ser como las pelotitas, había que ser positiva.

Pasaron seis años. Todo se veía más complicado; faltaba papá, mamá trabajaba todo el día, nosotros tuvimos que empezar a salir solos, porque ella no nos podía llevar al colegio ni a ningún lado. La plata no alcanzaba, mamá todavía conservaba el don de inventar recetas con dos ingredientes. Contábamos las monedas para poder viajar hasta el colegio. Algunas personas de mi familia se convirtieron en héroes y nos ayudaron un montón con lo que podían.

En un abrir y cerrar de ojos, yo ya tenía 16 años, y, para ese entonces, hacía rato que me manejaba sola.

Un día, le escribí una carta a papá en el colegio y a la salida, necesité ir al cementerio. Leí la carta y me sentí muy cerca de él. La dejé en su tumba y me fui. Me hizo bien, así que lo visité otra vez y le hablé. Al otro día, me llevé un lápiz labial. Me pinté la boca y llené esa casita de cerámica y la cruz con besos. Y al día siguiente, tenía que estudiar Geografía, tendría pronto un examen complicado. Fui a estudiar con él, me senté en la tumba y empecé a leer en voz alta. Saqué mi carpeta y resumí todo el texto. Aprobé.

Llegó el fin de semana y pensé que lo ideal era limpiar ese lugar, así que me fui con un balde y un trapo al cementerio. Dejé brilloso ese espacio, aunque dejé mucho barro alrededor. Le di un beso a la cruz y me fui.

Llegó el lunes, ya era común para mí ir al cementerio. Nadie lo sabía, nadie me controlaba, ¿a nadie le importaba? Ese lunes, salí del colegio y ya no me estaba sintiendo cómoda, creí que estaba teniendo una conducta que no parecía normal.

Ese lunes lloré como nunca antes había llorado, lloré hasta quedarme dormida sobre la tumba. Y cuando me desperté, solo habían pasado unos minutos, pero me bastaron para descansar. Me arreglé un poco el pelo y le dije a papá que ya no iba a volver nunca más, porque necesitaba empezar a vivir. Que lo iba a llevar conmigo, en cada momento.

Agarré mi mochila, le di un beso a esa cruz helada, y me fui para no volver, nunca más. Porque ahí no está. Está conmigo, muy dentro de mí.

El abandono

Cuando conocés el dolor desde temprana edad, el mundo te parece absurdo... y los problemas que parecían ser importantes hasta ese momento, ahora te parecen una pavada.

Cuando perdí a mi papá con apenas 10 años, creía que contaba con un conocimiento que ninguno de mis amigos podía comprender. Y que me daba una herramienta única, una que solo yo conocía. Ese limbo entre la vida y la muerte.

Yo sabía de qué se trataba la muerte y, por añadidura, entendía cómo vivir. Pero ¿qué pude haber comprendido con tan poquitos años?

Hace poco reconocí mi herida más profunda. Tengo entendido que hay heridas claves que se pueden dar en la infancia, de una u otra manera, en mayor o menor medida.

¿La mía? El abandono.

¿Qué es la herida por abandono? Son los efectos que nos deja vivir un abandono a temprana edad. Este puede ser físico o emocional y se da por parte de nuestros cuidadores principales.

Por lo general, se producen las heridas del abandono cuando el progenitor del sexo opuesto es quien abandona. ¡Justo!

Aunque manejamos la idea de abandono con la típica imagen del padre que se va de la casa y abandona a una familia por intereses propios, en realidad, hay abandonos de diferentes índoles. Y el abandono puede ser físico, del padre o de la madre, pero también emocional cuando, teniéndolos enfrente, no están.

Las heridas en la infancia generan máscaras que son usadas por la persona como un método de protección inconsciente y automática. La máscara de las personas con heridas de abandono, generalmente se relacionan con la dependencia emocional. Mientras más grandes sean las heridas por abandono, mayor será la dependencia emocional que se presente.

Esta dependencia se manifiesta mediante carencias afectivas, que se intentan llenar con otras personas y la manera en la que se establecen relaciones.

Ahora comienzo a comprender todo. Ahora, siendo adulta, comprendo que tenía una máscara, no una herramienta. Ahora entiendo que no tenía más conocimiento que los demás, solo tenía una coraza, un escudo protector.

Es como tener el rompecabezas casi armado, quedan algunas ideas y dudas sueltas, pero están prácticamente todas las fichas de mi personalidadacomodadas.

¡Los antídotos! ¿Los necesitaste alguna vez?

Adicción como antídoto (o antídoto como adicción)

Hay adicciones para todos los gustos: sustancias, comida, tabaco y otras hierbas, juego, sexo, trabajo, religión, compras. Algunas adicciones son inimaginables, por ejemplo, comer tierra o masticar hielo.

Mi adicción: las citas.

Como en toda adicción, el progreso es paulatino, casi que es imperceptible. Cuando te diste cuenta, ya no podés parar. Las adicciones siempre nos hacen mal, y lo sabemos, pero no podemos evitarlas, estamos atrapados y no vemos la forma de salir.

Ahí me encontraba otra vez... peinándome y decidiendo qué ropa iba a usar para la próxima cita, buscando un candidato que más o menos se asemeje a mi tipo de hombre: siempre con barba, soy casi pogonofílica. ¿Quién me iba a rechazar? Nunca tuve miedo al rechazo. Si, al fin y al cabo, ellos estaban más rotos que yo.

No sé si fue intuición, suerte, el inconsciente o la energía que atraemos, pero todos los hombres que vi, estaban vulnerables. Todos detrás de sus propias máscaras, a modo de coraza irrompible.

La primera vez que entré al mundo de las citas en internet,tenía 12 años.

Mi mamá se hizo muy amiga de la familia de un compañero mío del colegio, nos acompañaban y compartíamos muchos momentos juntos. Ellos solían ir al bingo y, como pagaban todo, mi mamá iba a probar suerte, quizás comíamos más días de la semana o cocinaba con más de dos ingredientes.

A mi amigo Luis y a mí nos dejaban en una especie de guardería de preadolescentes y, como también me lo regalaban, yo aceptaba.

En ese entonces, allá por el año 1999, existían los cíbers, un lugar donde la gente tenía acceso a computadoras e internet, porque no cualquiera tenía una computadora en su casa. Ahí descubrí que había un chat donde podías conversar con personas de diferentes lugares del mundo.

Teniendo en cuenta que toda conducta placentera es susceptible de convertirse en una adicción, aquí la dopamina, que es la hormona del placer, aparece como protagonista de esta sensación. Las aplicaciones tienen un alto nivel adictivo porque generan un circuito de recompensa. Además, esto es a modo de escape porque sirve para huir de los sentimientos de soledad y mantenerse en contacto con más gente, y así evitar la depresión. El antídoto justo. Lo que necesitaba…

Elegí la máscara que mejor me quedaba para tapar mi herida de abandono, esa que me funciona mejor como coraza, y así salí a la vida.

Así aprendí a vincularme... porque así me funcionó.

Día por medio

La escuela es el segundo grado de socialización de un individuo. El primero, claro, es el hogar, el seno familiar.

Cuando ingresamos al mundo de la escolarización, nos encontramos con realidades diferentes, y es ahí donde formamos nuestra personalidad.

Cuando tenía 6 años, por haber ido al odontólogo y no llorar, mis papás me regalaron un diario íntimo. Ese diario tenía candado y llave, y era de color beige, parecía un diario antiguo. En sus hojas, había plasmados dibujos de osos marrones que se veían por debajo de mi letra cursiva recién aprendida. Lo más lindo, cuando lo abrías, tenía perfume; todavía puedo sentir ese aroma en mi memoria.

Es un diario que conservo como uno de mis mayores tesoros. En él están expresadas todas las emociones de una niña de 6 años y, a medida que fui creciendo, el diario también lo hacía, mientras mis emociones se iban transformando.

No solo mis emociones, también cambiaban los personajes. Cada dos páginas, aparece un nuevo amor. Es literal cuando cuento que cambiaba de novio día por medio.

Yo estaba enamorada de todos, pero de a uno a la vez; en realidad, veía el encanto de todos esos niños que yo, al crecer entre cuentos de hadas, les asignaba el rol de príncipes.

Hasta que, de pronto, cerca de cumplir mis 12 años, un chico ocupó unas 20 páginas de mi diario. Casualmente, él era amigo de mi hermano. Lo veía solo en los recreos del colegio. En uno de esos tantos, un amigo de él, se acercó a decirme que Juan “gustaba de mí”. Con toda la inocencia de una niña de 11 años, le dije, en secreto, que a mí también me gustaba. Al recreo siguiente se acercó él, Juan. Tuvimos una charla un tanto incómoda, a decir verdad.

Los días siguientes, conversamos en todos los recreos, me repartía un rato entre mis amigas y él. Un viernes hacían un baile en el colegio, juntaban plata para un campamento. Y como Juan era uno de los organizadores, me invitó.

El día del baile me puse la mejor ropa que tenía en mi placard, aunque prefiero no describirla. Un desastre, pero yo pensaba que estaba muy bien.

Estaban todos mis compañeros. Parecía un día más de colegio, pero con música, con gaseosas que vendían los padres y eran las 7 de la tarde de un sábado.

En un momento de la noche, mientras sonaba un cuarteto de Rodrigo, Juan me invitó a bailar. Luego, me propuso ir a tomar un vaso de gaseosa porque hacía mucho calor. Así que fuimos al patio de la escuela. Nuestra escuela era hermosa; tenía bancos de plaza, bebederos de pájaros, muchos árboles. Sentados en uno de esos bancos, mientras tomábamos un refresco, me preguntó si quería ser su novia. Yo sonreí con timidez y, claro, le respondí que sí.

Se acercó y me dio un beso. Yo había practicado muchas veces, en el espejo, cómo dar un beso. Pero ese fue apenas un toque de labios. Yo quedé impactada, realmente impresionada, ese había sido mi primer beso.

Estaba muy nerviosa, me levanté y me fui corriendo adonde estaban mis amigas a contarles que Juan me había dado un beso. Ninguna lo podía creer. Yo saltaba de felicidad, y Nacha, Ceci y Romi me abrazaban y saltaban conmigo. Resultaba que ahora tenía un novio de verdad, que me había besado.

Fue una noche mágica, de esas que no te olvidás nunca más en la vida. De esas que cada vez que la recordás, te sale una sonrisa en la cara inevitable, porque te genera una ternura indescriptible.

Conforme pasaban los días, todo el mundo sabía que nosotros éramos novios. Bueno… nuestro mundo, el colegio.

Una chica, Gaby, estaba muy enamorada de Juan. Por supuesto que yo la odiaba, por supuesto que no dejaba que se acercara a mi novio. Y por supuesto que ella se acercó y “me lo robó”, según dice mi diario íntimo.

Claro que Juan me lo negó, él quería tenernos a las dos. Todos mis compañeros, los de Juan, incluso los de Gaby, me mostraban la realidad.

Él quedó en evidencia, ella quedó como una maldita. Y yo me sentía una tonta.

Mi diario tiene escrito un “Juan te odio” que ocupa toda una página.

No conocía de antídotos hasta ese entonces. Así que estuve triste un buen tiempo.

Mi diario íntimo está desteñido con lágrimas (no tengo dudas de que la tristeza se me pasó tratando de tener puntería para que la lágrima cayera justo en el mensaje “te odio”). Esa había sido una decepción, mi primera decepción. Un novio que me duró una semana y dos besos.

Lo peor era que tenía que seguir viéndolo y también a ella. Aunque a Gaby también le duró una semana, pero no sé cuántos besos.

Juan quiso volver a ser mi novio. Así como lo cuento, vino y me dijo:

—¿Querés ser mi novia otra vez? —. Pero a mí ya me gustaba otro chico y mi diario íntimo lo sabía, solo él.

“Elías, te amo” se puede leer en las siguientes páginas. Elías había sido mi compañero en jardín de infantes, en sala de 3 años. Eso me lo contó mi mamá, yo no lo recordaba. Él iba al turno mañana en mi escuela; yo, a la tarde. Pero participamos juntos en un taller de teatro. Ahí fue que comenzamos a compartir tardes y charlas. Me pidió el número de teléfono de mi casa y, algunas noches, nos llamábamos.

Una tarde de primavera, después del taller de teatro, me propuso acompañarme. Así que caminamos unas cuadras. En la esquina, antes de llegar a mi casa, me besó. Era un sueño hecho realidad, era justo como yo lo había deseado.

También fue mi novio, pero con él ya nos besábamos de otra manera. Compartimos muchos momentos: juntadas con amigos, salidas (siempre de día), obras de teatro, caminatas de la mano, ratos en la plaza…

La verdad, no recuerdo por qué dejamos de ser novios. Pero lo recuerdo con mucho cariño. Y también me genera ternura recordarlo.

Y así, durante mi escolaridad pasaron otros tantos que, si debiera detenerme a contar cada una de esas historias, siento que necesitaría una vida más. Pero los tengo contados, en realidad, los conté recién leyendo mi diario íntimo. Entre la primaria y secundaria, me gustaron 103 chicos. Novios fueron 10. Y 25 fueron historias muy cortas o de un día.

Ahora, estoy observando cómo Juan, el chico de mi primer beso, está hamacando a mi hijo. Hoy es el cumpleaños de Alberto, mi hermano, y estamos por comer un asado. Juan, después de tantos años, sigue siendo su amigo.

Es fascinante descubrir cómo el destino tiene para cada quien un camino marcado, es gracioso verlo a Juan con mi hijo, es hermoso recordarlo con tal cariño e inocencia, y al mismo tiempo mirarlo y vernos en lugares tan distintos.

Me da ternura ver a Juan. Me da alegría poder seguir encontrándonos cada tanto. Me acerca, me transporta a un lugar de inocencia: la niñez.

Amor infante

Comencé a chatear con alguien que tenía un nick algo extraño, me contó que se llamaba Darío y que tenía 11 años, dos menos que yo. Hablamos un rato, pero se me terminaba el tiempo en el cíber, así que me pidió el número de teléfono de casa; es que no existían los celulares. Me quedé pensando quién estaría del otro lado de la pantalla...

Esa noche sonó el teléfono. Él había caminado hasta un teléfono público para llamarme porque no podía dejar de pensar en mí.

Hablamos todas las fichas que él había podido comprar para el teléfono y me dijo que pronto iba a tener noticias de él. Darío no tenía teléfono en su casa, yo tenía que esperar a que él consiguiera plata para poder comunicarse.

Así pasaron los meses hasta que un día me dio la noticia de que me estaba llamando desde su casa. Las charlas comenzaron a ser cada vez más y más seguidas y pensamos en la posibilidad de vernos. Pero vivía a 70 kilómetros y éramos dos niños.

Un sábado de diciembre por la tarde, no recuerdo de qué día, estábamos mi mamá y yo en la estación de tren de mi ciudad de Buenos Aires esperando a Darío y a su tía, quien lo acompañaba para vernos. Lo vi desde lejos. Él era perfecto, tenía el pelo rubio casi ceniza, un poco despeinado y unos ojazos celestes que brillaban de tal manera que, al mirarlo, me sentía en el cielo.

Fuimos a un bar y tomamos una gaseosa en una mesa solos, toda una aventura. Me dijo que estaba enamorado de mí, y nos agarramos la mano. Ya no recuerdo la charla, supongo que hablamos de la tarea del cole y a qué jugaba cada uno. Seguro le habré contado que jugaba a ser maestra.

Lo que sí recuerdo fuerte es la despedida. Quería quedarme con él, no podía pensar que quizás pasaría mucho tiempo sin verlo. Nos abrazamos muy muy fuerte y subió al tren. Mi mamá y su tía nos miraban con tal ternura que podía darme cuenta de que lo que estaba pasando era tan real, tan lindo. Esa noche me llamó y prometimos volver a vernos.

Pasaron quince días, en los que hablamos por teléfono, sin poder encontrarnos personalmente con Dario, dependíamos de alguien que nos llevara a ver al otro. Y como él había venido la primera vez, esa vuelta me invitó a su casa... ¡Un tren y dos colectivos para llegar! Casi tres horas de viaje. Mi mamá y mi hermano me acompañaron.

Según me había contado, tenía una historia familiar complicada. Yo solo recuerdo que la abuela vivía con él y que tenía un perro chihuahua. Nos esperaron con una merienda y salimos a recorrer el barrio él, yo y… mi hermano. ¡Mi hermano! Alberto tenía 10 años y juntos planearon jugar al ring raje. Es un juego en el que tocás timbre en una casa y salís corriendo. A mí ya me parecía bastante infantil, pero se ve que a ellos les divertía.

Casi llegaba la noche y teníamos que volver, yo ya no sentía que había compatibilidad porque no me había gustado el juego del ring raje. Nos despedimos de la familia y emprendimos viaje a casa. Mamá me contaba que algunas cosas no le gustaron. Yo volvía callada. Pensando en que tal vez, el amor de mi vida podría estar más cerca de mi hogar.

Seguimos hablando por teléfono un buen tiempo y un día me dijo que tenía una sorpresa. Yo no manejo la ansiedad, así que insistí, yo quería saber y… ¡lo supe! Había ido con su tía a una joyería a señar alianzas de compromiso. Me pareció hermoso, pero era un montón. Apenas nos habíamos dado algunos besos... y como no supe qué hacer, resolví diciéndole que no las compre porque ya no quería estar con él.

Llovía, lloramos, me pidió por favor que no lo dejara y corté el teléfono.

Veintidós años después, en medio de mi adicción por las citas, me acordé de esta historia, decidí buscarlo en las redes sociales (hoy es más fácil poder comunicarte con quien quieras) y ahí lo vi, con una niña hermosa con unos ojos celestes que brillan igual que los de él. Y le hablé. Me contó su historia, le conté la mía. Me confesó que había empezado a escribir y compartió conmigo textos que le daban mucha vergüenza, porque no los había visto nadie. Me encantaron y se lo dije. Pero los días nos empezaron a hacer invisibles y dejamos de hablar.

Pienso… Qué lindo verlo tan hombre. Me pregunto por qué la vida nos encuentra en determinados momentos y no en otros… Elijo creer que todo se da en el momento adecuado para aprender algo de esa experiencia.

Érase un amigo

Las charlas con Rodrigo eran de las más hermosas, él era un chico tan dulce y nunca tuvimos otra intención más que una amistad. Cuando yo me sentía triste, su voz en el teléfono era todo lo que necesitaba para encontrar la calma. Durante un año nos conocimos de maneravirtual, ni siquiera vimos alguna foto del otro, éramos perfectos anónimos, teníamos 13 años los dos.

Con mi mamá siempre tuve una comunicación muy fluida. Y yo le contaba que tenía muchas ganas de conocer a Rodrigo.

¡Un día me dio la sorpresa! Había contratado un auto para que me llevara a conocer a Rodrigo: me esperaba y me llevaba de vuelta a casa, con la única condición de que mi primo sería como mi guardaespaldas.

Mi dependencia vincular se hacía cada vez más intensa. Había encontrado la forma de vincularme y conseguir herramientas para que personas desconocidas me contengan. Esto se convertía en una adicción. Cada vez necesitaba más personas en mi vida y en el mundo de internet, el acceso a comunidades está a un solo clic de distancia.

Me puse la mejor ropa que tenía en ese momento: una remera algo desteñida y un jardinero de jean que alguien me había donado. El pelo suelto y ondulado, y bastante frizado, por cierto, que marcaba fuertemente mi desarreglo por falta de recursos. Así, bajé del auto que me llevó a 100 kilómetros de mi hogar.Y ahí lo vi a Rodrigo, sentado en el banco de una plaza, peinado con gel a lo tanguero, un pantalón de jean bastante tiro alto y una remera con una estampa de una banda de rock, un estilo bastante peculiar. Pero a ninguno de los dos nos importó más que fundirnos en un abrazo. Uno de esos abrazos que te hacen sentir menos roto.

Él sabía mi historia y yo sabía que él tenía una familia que parecía hermosa, completa, pero quenadie se preocupaba por él, al menos,así él lo sentía. Pasamos toda la tarde en esa plaza, tenía dos horas para quedarme con él; y mientras charlábamos, sentados en ese banco del que no nos movimos, vi a mi primo detrás de un árbol haciéndome señas de que había llegado la hora de irnos. Nos despedimos sabiendo que no volveríamos a vernos. No sé por qué, pero lo sabíamos.

Verlo fue un antídoto. Despuésde ese encuentro, el vacío volvió, la soledad se sintió más fuerte que antes.

Necesitaba otra dosis. Había poco tiempo.

El jefe del mundo vs. Uno real

Una foto de él practicando esquí acuático, apenas se veía su cara, pero decidí aceptar su solicitud de chat privado, me parecía interesante ese deporte. Su carta de presentación se vería así:

Él es Nacho. Edad:13 años. ¿Su misión? Ser jefe del mundo.

Nuestro primer encuentro fue algo extraño. Como siempre, quien me acompañaba a todas mis citas era mi primo Ezequiel y, esa vez, su novia como invitada de honor. Llegamos al lugar acordado, en la ciudad de la furia, pleno centro de Capital Federal, nosotros tan de barrio que las avenidas y edificios nos parecían fabulosos.

Lo vi de lejos esperándome, en una galería de tatuajes y piercings. Nos presentamos los cuatro y nos dividimos con la condición de que en dos horas nos volvíamos a encontrar en el mismo lugar.

¿Cuál fue el plan? Acompañarlo a hacerse un piercing. Yo no estaba muy acostumbrada a esas cosas, tenía 14 años y no tenía más que un aro en cada oreja, que me lo hicieron sin mi consentimiento al nacer. Estaba bastante impresionada. Pero salimos de ahí y nos fuimos a un bar, donde ahí sí pudimos charlar y tomar un trago, un whiscola (fuerte y amargo para mi gusto). El tiempo pasó rápido y volvimos a encontrarnos con Ezequiel, que seguro ya me estaba esperando, porque peleábamos un montón, pero me cuidaba en la misma medida.

Nacho y yo no nos queríamos despegar, y ellos parecían estar a gusto en la gran ciudad. En la puerta de la bajada al subte, en un teléfono público, los cuatro comenzamos a idear un plan...

Llamé a casa y mamá me preguntó cómo la estaba pasando, así que empecé a detallar el encuentro tal como sucedió y le comenté que Nacho nos había invitado a un cumpleaños, que volvíamos cuando se hiciera de día para no viajar de noche en transporte público. Los tres me miraban expectantes, le pasé el teléfono a Ezequiel, quedaba un minuto de llamada, y escuché que él le dice que se quedara tranquila y cortó.

¡Wooow! ¡Un lugar re lindo! Luces, unas plantas hermosas, una cascada, música...

—Buenas noches, dos habitaciones, por favor.

Una cama preciosa, un control para manejar la intensidad de la luz, la música, una bañera, ¡nunca había tenido una bañera!

Todo era deslumbrante para mí, no solo era chica y nunca había entrado en un hotel de alojamiento, sino que además era pobre y nunca había dormido en un lugar tan lindo.

De pronto, me di cuenta de que estaba él, mirándome fascinado de lo emocionada que estaba yo jugando con las luces.

Acto seguido, nos besamos, no podía ser más perfecta la noche, bueno, sí… nos dormimos y, cuando despertamos, yo no sabía si llovía, si hacía frío, calor, pero fue un día, sin dudas, hermoso.

Nos despedimos sabiendo que era la primera vez de muchas otras que nos íbamos a ver. Nos dimos un abrazo de esos que te hacen dar cuenta de que ahí es...

Los días siguientes no podíamos dejar de hablar. Mi mamá se iba a trabajar y cuando volvía a la noche nosotros seguíamos con el teléfono en la oreja. Algunos días teníamos que manejar la intensidad, pero casi siempre hacíamos todo todo lo que teníamos que hacer con el teléfono en la oreja. Incluso en ocasiones ninguno hablaba, solo estábamos ahí, en silencio, quizás, pero ahí.

Lo extrañaba, nos extrañábamos. A la semana siguiente, nos volvimos a ver. Vino a mi ciudad, caminamos de la mano, le mostraba los “lugares históricos”, no había mucho para hacer.

Y así pasaron los meses, hablando por teléfono y viéndonos semana por medio. Nunca conocí a su familia, ni él a la mía. Aunque ambas sabían de nosotros.

Nos comprometimos, con anillo y todo. Sentimos el amor más puro y hermoso de todos.Digo el más hermoso porque nos amábamos con tal inocencia que es el día de hoy que a veces esincomprensible, porque ahora estamos desteñidos.

El vínculono sé cuánto duró, supongo que lo que duran las historias de amor que no tienen que ser...

Yo había dejado de tener bastante vida social por pasarme el día en un teléfono y eso me empezó a irritar, a tal punto que hoy me genera rechazo y ansiedad que me llamen por teléfono. ¡Lo detesto!

Mis amigos me notaron aislada y empezaron a insistir para que saliera con ellos, pero siempre elegía una excusa diferente.

Uno de los chicos de mi grupo de amigos, Franco, comenzó a acercarse con la idea de convencerme, y él me hacía reír mucho, la verdad. Venía a casa porque nos conocíamos desde los 6 años y mamá lo adoraba. Así que comenzó a hacerse habitual que él viniera por las tardecitas de verano a tomar mates conmigo, conversábamos un montón en el patio de casa. Pero cuando él se iba, yo tenía que hacer esa llamada con Nacho. Era el antídoto. Era necesario...

Un viernes, me pegaron un grito desde la vereda. Era Franco, con Luis y Cintia, mis mejores amigos. Ese día pensé en invitarlos a cenar y hacer algo con gente de verdad. Con de verdad me refiero a interactuar, verlos, abrazarlos.Yasífue, esa noche sentí que volví a ser yo con mis amigos. Pero algo extraño estaba pasando y podía percibirlo. Franco me miraba de una manera diferente y sentía que a mí me pasaba algo diferente. Quizás podría ser la exaltación del momento compartido. Luis y Cintia se fueron para mi habitación, porque así éramos siempre, compartíamos todo, incluso mi cama. Con Franco nos quedamos charlando en el patio, como siempre hacíamos.

—Sos hermosa —me dijo. Observé cómo sus ojos brillaban y se movían inquietos. Franco se acercaba cada vez más a mí, yo temblaba.El corazón parecía querer salir de mi cuerpo. Apenas rozó sus labios con los míos y me abrazó—. Dejame cuidarte —me dijo.

Lloré. No sé por qué, pero lloré. Creo que me emocionaba que alguien quisiera cuidar de mí. Nos besamos apasionadamente, él realmente podía darme lo que yo tanto quería.

Esa noche no llamé a Nacho. Tampoco necesité el antídoto. No tenía nada que buscar. Me saqué el anillo, un anillo de compromiso que, en realidad, ¿a qué me comprometía?

Nunca le dije nada a Nacho, pero dejamos de vernos y de hablar.

Con Franco nos veíamos todos los días. Empezamos la secundaria, íbamos juntos al colegio. Cuando salíamos, íbamos a mi casa o a la de él.

Nos pusimos de novios oficialmente. Era lo que siempre soñé, me encantaba.Compartíamos tiempo en familia, amigos en común, estudiábamos juntos. ¡Nos reíamos mucho! Era todo hermoso y yo me sentía tan feliz. Estaba enamorada de verdad y por primera vez sin buscarlo.

Organizamos una salida a un parque de diversiones con todo el grupo del colegio. El viaje fue muy divertido y pasar tiempo con ellos a mí me hacía muy feliz.

A media tarde, sentí que alguien me observaba, caminé unos pasos y sentí que me seguían. Me di vuelta. ¿Nacho? Quedé helada. A lo lejos, vi a Franco que observaba la situación. Entonces, al ver que no había reacción de mi parte, se acercó, me agarró de la mano y me preguntó:

—¿Todo bien? —respondí que sí y me llevó con él.

No nos dijimos ni una palabra con Nacho. Sin embargo, le conté a Franco que era él. Arruinó esa salida, él se había enterado de la excursión y ¿fue hasta allá a verme? ¿Eso era bueno o era malo? Estaba desconcertada. Franco no se despegó de mi lado, cumplía con su palabra de cuidarme.

Llegada la noche, fuimos a un espectáculo de aguas danzantes con luces y música, hermoso. Ahí volví a ver a Nacho, con una mujer adulta que lo acompañaba, yo estaba entre la multitud, pero sé que me veía.Se acercó a la fuente de agua, me miró, sacósu anillo y lo tiró al agua. Desapareció entre la gente. Nunca más lo vi, ni volví a saber de él.

Volvimos a contactarnos con Nacho muchos años después, Franco ya no estaba en mi vida, nos reímos mucho recordando aquellas anécdotas, nuestros encuentros y nos llenó de ternura recordarnos tan inocentes. Puede pasar mucho tiempo sin que nos hablemos, pero él es de esas personas que sé que siempre van a tener un lugar privilegiado en mi vida, no solo por esa historia que es anecdótica, sino porque hay conexiones de las que uno no puede huir.

Mamá, llamame

El mundo de las citas a ciegas es un mundo lleno de incertidumbre. Quizás hasta ese momento no me había percatado de que, en ese mundo cibernético, también podías encontrarte con quien no es.

Pasamos tantas noches conversando… llamadas telefónicas, encuentros por chat. Una de las cosas más lindas que había hecho hasta ese momento había sido componer una canción para mí y prometer cantarla mirándome a los ojos. Fui a por ello, ya estaba lista.

Al lugar acordado, siempre llegoprimera. Tengo un problema de ansiedad, creo. Mi mamásiempre estaba al tanto de dónde estaba y con quién, y esa no era la excepción.

Observé que un chico estaba mirando inquieto. Tenía un celular en la mano. Vi que se acercó, pero no le di importancia porque no lo reconocía. Ese chico tenía más de 15 años y no, no era quien había visto en una foto.

Se acercó y me preguntó mi nombre. Pensé que quizás el destino había hecho un cambio. Tal vez el destino eratan caprichoso que iba a encontrarme con alguien y de repente tengo otro encuentro casual. ¡Pero estaba tan ilusionada con Andrés!

Y mientras pensaba en todo eso, el chico seguía esperando que respondiera cuál era mi nombre.

De pronto, escuché:

—¿Sos Magha?

—¿Vossos...?

—Andrés, un gusto —respondió entusiasmado.

Yo no lo podía creer, ese chico me había mentido, o Andrés había mandado a otro chico, a un amigo, quizás.

Entonces, me convertí en detective y empecé a preguntar algunas cosas que solo él y yo sabíamos. Y sí, respondió todo lo que le pregunté. Era Andrés… pero ¡no era el chico de la foto!

—¿Tomamos algo acá? —me preguntó.

Ya estaba ahí, la apariencia no debería importarme, al menos ese es mi discurso. Así que acepté, nos sentamos en una mesa y pedimos un café. Mientras charlábamos, me sentía totalmente estafada.

Cada vez sentía más bronca, ya no sabía si era porque realmente no me gustaba ni un poco, porque me mintió o porque había aceptado el café.

Me disculpé y fui al baño. Me excusé diciendo que como había llegado antes, había estado bastante tiempo esperando y tenía necesidades fisiológicas.

Él estaba de espaldas a la salida, por lo tanto, salí del bar y busqué un teléfono público. Mientras caminaba, pensaba qué hacer. Encontré un teléfono, llamé a mi casa y le pedí a mi mamá que llamara al celular que tenía en el bolsillo y que no servía para otra cosa más que para recibir llamadas. Le pedí que esperara diez minutos, así hacía a tiempo de volver al bar,sentarme a hablar dos palabras y que mi mamá me llamara “sorpresivamente”.

Me senté frente a él, suspiré.

—Nunca tuve la vejiga tan llena —le comenté.

Él se rio. Sonó mi celular. Atendí. Corté el teléfono y le conté la tragedia.

—Te acompaño —me dijo.

—No, no.Gracias, voy sola. Te pido mil disculpas por esto.

Dejé plata sobre la mesa. Nunca me gustó que me paguen todo. Y esa vez realmente merecía que pague yo.

Salí del bar. Respiré.

«Safé».

Empecé a caminar rápido, me dio miedo que me persiguiera. Miré para atrás... estaba en la puerta del bar mirándome cómo me iba casi corriendo. Levanté la mano y lo saludé. Él sonrió. Creo que se dio cuenta.

A veces los antídotos no funcionan, a veces nos quedamos con ese sabor amargo, con esa bronca de que algo no salió como esperábamos.

Hasta ese momento todas las citas habían salido bien, era hora de que alguna fuera un fracaso.

Esa cita pretendía ser al menos normal, ese antídoto no tuvo ni consecuencias siquiera, no sirvió.

Me fui a la casa de Nacha, ella también había tenido un mal día.

Coincidir en amor

Todos mis vínculos se daban en torno al colegio. Paola y yo éramos mejores amigas, inseparables, compartíamos todo y nos entendíamos con tan solo mirarnos. Ella ingresó al cole hacía un año y enseguida formó parte del grupo con Nacha, Romi, Ceci y yo.