Aprende a escuchar tu cuerpo - Quim Vicent - E-Book

Aprende a escuchar tu cuerpo E-Book

Quim Vicent

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Beschreibung

La salud suele depender de factores que podemos comprender y mejorar. Incluso en muchas ocasiones, podemos mejorarla cambiando nuestros hábitos. Todo esta relacionado: la manera de caminar, de respirar, la postura o una mala oclusión dental son síntomas de algo más profundo, y pueden ser causa o consecuencia de problemas de salud. En este libro, Quim Vicent nos explica la importancia de una gestación y un parto correctos, cómo detectar problemas de manera precoz y evitar la sobrediagnosticación, el valor del tratamiento integral, cómo envejecer bien y cómo alimentarse correctamente.

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© Quim Vicent, 2018.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: ODBO278

ISBN: 9788491181538

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

PRÓLOGO, POR IOSU DE LA TORRE

APRENDER DE LA VIDA

APRENDE A ESCUCHAR TU CUERPO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. EL ARTE DE ESCUCHAR EL CUERPO CON LAS MANOS

CAPÍTULO 2. NACER: EL PARTO Y LA SALUD

CAPÍTULO 3. CRECER. SALUD, POSTURA Y PSICOMOTRICIDAD

CAPÍTULO 4. MODER. LA RELACIÓN ENTRE LA BOCA Y LA POSTURA

CAPÍTULO 5. SENTIR. EL MOMENTO DE DESINTOXICARSE

CAPÍTULO 6. CAMBIAR LA ALIMENTACIÓN

CAPÍTULO 7. ACEPTARSE A UNO MISMO

CAPÍTULO 8. CUIDAR NUESTRO CUERPO

APÉNDICE CON TRES EJERCICIOS

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

LIBRO DEDICADO A MI HIJA ARIADNA, SIEMPRE HAREMOS EL CAMINO JUNTOS...

Y A MI GRAN AMIGO JOSÉ M. BATLLE; ESTAS PALABRAS TAMBIÉN SON PARA TI,

ALLÁ DONDE ME ESTÉS ESCUCHANDO.

El camino más corto hacia la verdad se denomina evidencia.

MICHEL STEPHAN

Las terapias no holísticas desperdician la oportunidad que nos ofrecen las enfermedades de sanarnos.

QUIM VICENT

Nunca se llega al punto de dar por finalizada una investigación completamente. Nunca. Siempre habrá algo más que aprender.

Big fish, TIM BURTON (2003)

PRÓLOGO

Un dolor intenso nacía desde la nuca, se extendía por las cervicales y viajaba recorriendo el hombro y el antebrazo hasta explosionar en la muñeca. Tenía la sensación de que nunca desaparecería. Octubre de 2011. Siempre octubre. La tortura comenzó en agosto, tras una noche de insomnio en un sofá en casa de mis suegros para no molestar el sueño de mi hijo Àlex, entonces un bebé a punto de cumplir dos añitos.

Durante todas aquellas semanas aguanté el dolor con el estúpido convencimiento de que ya se pasaría, de que con unos analgésicos lo olvidaría. Debía de vivir muy agobiado porque decidí buscar ayuda en una de esas amigas con una agenda plena de buenos, exclusivos, contactos. Como en aquel adagio, Roser Tiana, mi conseguidora, es uno de esos personajes que en uno o dos pasos puede abrirte la casa de Obama. Yo no necesitaba al presidente de EE.UU. Roser me llevó a alguien mucho más importante, al menos para mis huesos y articulaciones. Quim Vicent, Joaquim Vicent Sardinero. Yo le llamo dottore, intentando ponerle acento piamontés o valdostano. Dottore. «La vida son momentos»: esta es una de las máximas de Quim. Ponerme en sus manos y en las de su equipo fue uno de esos momentos para guardar.

Quim Vicent me devolvió a la normalidad. En pocas semanas sus manos fueron el remedio para salvarme. No exagero. Recuerdo que tuve la sensación de que aquel sufrimiento nunca me abandonaría. La habilidad para restablecer la armonía corporal y las terapias para eliminar el dolor significaron algo parecido al final abierto de Casablanca: el inicio de una buena amistad, aunque ni Quim es el capitán Louis Renault ni yo mucho menos Ricky Blaine. O al revés.

Cuando llegas a la consulta de la Clínica Arvila Magna, te entregas. El dottore Vicent establece un diálogo con tu cuerpo. Te relajas sobre la camilla. Y el cuerpo se manifiesta.

«Todo está conectado» es otra de sus máximas. Todo está conectado. El cuerpo y la mente. Las muelas y el nervio ciático. El cráneo y el metatarso. La boca y el ano. No se espanten y lean, avancen por las páginas de «El código mágico», donde Quim Vicent relata su experiencia y conocimiento con la exquisita habilidad con la que trata a los pacientes. Con capítulos importantes en su biografía, conduce al lector a un universo fascinante, el del propio cuerpo.

El osteópata ayuda conocerse mejor a uno mismo. Unas manos sabias diagnostican, descubren puntos insospechados y conexiones sorprendentes. El tendón psoas ya es de la familia. ¿Qué decir del plexofrénico y sus vínculos digestivos? Articulaciones óseas (la columna es capital), musculares y vísceras delatan y emiten señales que no podía imaginar.

Una leve presión torácica, una molestia en el costado, un dolor agudo atrincherado en los intestinos, ese bazo que rechina, un crujir de huesos... Están ahí, están contigo, te acompañan hasta que el experto pone orden.

Recuerdo con agrado aquellas primeras citas con Quim Vicent. Se abrió una puerta al alivio, a mejorar la salud. Al abandonar aquel hermoso edificio modernista de Pau Claris saltaba los escalones de dos en dos, teniendo un plan para mejorar, y aparcar ese dolor intenso que nacía en la nuca y reventaba en la muñeca.

Las suyas son unas manos sabias que te ponen a punto.

IOSU DE LA TORRE

APRENDER DE LA VIDA

Mi vida se derrumbó por completo a los treinta y tres años. Tenía dos opciones: caer en el pozo para siempre o pensar qué podía hacer para remontar la ruina y sacar adelante a mi familia. Me decidí por la segunda opción y la única forma de conseguirlo ha sido no volver a pensar en el dinero, nunca más, dejar de dar importancia a lo material y pensar que todo se colocaría en su sitio. Eso sí, pagué un peaje muy caro: mucho tiempo fuera de casa, trabajando de sol a sol (más de doce horas al día) y con la firme convicción de seguir formándome para conseguir ofrecer a mis pacientes una visión integradora de la salud. Sé lo que es enfermar, sé lo que es caer y sé lo que es renacer y ser feliz, pero sobre todo quiero que comprendas que tú también puedes hacerlo.

Un día, saliendo de trabajar de mi antiguo despacho de osteopatía en el centro de Barcelona, de repente sonó mi teléfono, justo cuando entraba en parking. Era una amiga mía, también paciente, a la que había rehabilitado de una hernia discal. Le noté la voz muy apagada, no en vano estaba anunciándome que su marido se moría.

Me quedé perplejo ante la noticia. A Alexander (un nombre ficticio) lo veía asiduamente porque acompañaba a su esposa a sus sesiones de rehabilitación conmigo. Además, era una persona con un carácter expansivo, como si dominara el mundo con una facilidad sorprendente, y lo más significativo: ofrecía tanta seguridad a su entorno que era difícil no apegarse a él.

Manteniendo la calma para tranquilizar a Agatha (nombre ficticio), le pedí que me explicara brevemente el motivo de la grave afirmación que acababa de pronunciar: «Mi marido se muere». Alexander padecía una hepatitis C, y había desarrollado un hepatocarcinoma de tal gravedad que los médicos de un hospital oncológico de referencia le habían dado seis meses de vida. Era el atardecer de un viernes; le dije que el lunes a primera hora trajera todas las pruebas que tuvieran a la consulta y que intentaría hablar con algunos amigos para poder ayudarlo si era posible.

Entiendo que, delante de un momento tan desesperado, Agatha se agarró a la propuesta como a un clavo ardiendo. Pasaron muy pocos minutos hasta que llamé a mi mentor, Michel Stephan, explicándole el caso de Alexander. Aparte de sus extensos conocimientos, el doctor Stephan también había superado un hepatocarcinoma grado III. Con la amistad que nos unía, Michel no dudó en venir a Barcelona (en ese momento vivía en Logroño, pasando poco tiempo en consulta y más dedicado a la investigación y a su famoso silicio orgánico).

El mismo lunes por la noche visitábamos a Alexander. Lo sometimos a una dieta muy estricta, a respirar cada hora con un aparato de Bol d’Air Jaquier (oxigenación biocatalítica) y a una suplementación específica y, evidentemente, seguimos todas las directrices marcadas por sus médicos del oncológico.

Los seis meses de vida fueron sumando y recuerdo una grabación que hizo Alexander en su móvil en una de sus visitas al hospital especializado, en la cual el médico no entendía la gran evolución de su enfermedad.

Nuestra amistad se fue intensificando. Nuestro contacto era diario; visto en perspectiva, debo reconocer que me involucré demasiado en ese caso clínico. Pero ¿qué no se haría por un amigo en un trance tan extremo?

En una de las conversaciones con Alexander, le comenté que estaba pensando vender mi piso, ubicado en un pueblo cercano a Barcelona, para vivir en una casa. En esa época vivía con mi mujer y mi hija de seis años. Alexander, sin dudarlo, me dijo que de eso se encargaría él. Constructor de profesión, con una confianza desmesurada, era difícil no entregar aquel proyecto a un amigo. Parecía un cuento de hadas... Compramos un terreno muy grande con espacio para construir dos casas, con la idea de vender una y, con los beneficios de la venta, construir la mía. Así fue, salió el terreno y los compradores que se convertirían en mis nuevos vecinos. Mi amigo estaba escapando de la muerte, yo podría mejorar las posibilidades de mi familia... el gran premio estaba por llegar.

Mi dedicación a la osteopatía era total, y mis despachos en el centro se habían quedado pequeños. Con mi característica impetuosidad no tardé en encontrar un piso en una prestigiosa calle de la ciudad, un piso modernista, con una gran escalera de entrada. Estaba dando pasos agigantados en poco tiempo, con una mezcla de imprudencia, irresponsabilidad o inmadurez. Construir dos casas y hacer un cambio de despacho al mismo tiempo, arrastrando todos mis miedos, no parecía muy prudente para un joven padre de familia.

Se cumplieron los pronósticos menos deseados: toda aquella prosperidad de Alexander, toda aquella seguridad y fortaleza que demostraba, parecían deshacerse por momentos, o, como mucha gente dice, nunca existieron. Hubo indicios y pruebas de que en realidad era un auténtico timador; había terminado así con todos los últimos clientes que había tenido, pero en ese momento era muy difícil dar marcha atrás.

A día de hoy prefiero pensar que se le complicaron mucho las cosas, que nunca tuvo la intención de perjudicarme. De todo aquel montaje que implicaba que solo tenía que hipotecar una parte de mi casa, me quedó ni más ni menos que un millón de euros a deber en los siguientes cuarenta años. En pleno cambio de despacho, con una familia que mantener, una auténtica ruina económica y una amistad que naufragó. Recibí muchas presiones para demandar a Alexander, porque al hacer dos casas me había convertido en promotor y como ninguno de los industriales habían cobrado, me podían reclamar el dinero que yo ya había pagado al constructor. Había caído en un pozo y no sabía cómo salir de él, pero lo logré. A pesar de todo, todavía me sentía con fuerza. Dejé de pensar en el dinero y me concentré en trabajar. Los años de estudio, de trabajo, de dedicación a mi profesión no habían sido en vano: los pacientes confiaron en mí y, poco a poco, las cosas empezaron a mejorar.

En estos momentos escribo desde el comedor de la famosa casa, consciente de que la vida a veces te enseña lo más importante del modo más crudo. Alexander acabó sucumbiendo a la enfermedad.

APRENDE A

ESCUCHAR TU CUERPO

INTRODUCCIÓN

Para mí, la vida es felicidad. Hemos venido al mundo básicamente a disfrutar: la vida son momentos. Estoy tan seducido por este concepto que lo tengo estampado en la pared de la sala de espera de la clínica: «La vida son momentos». El momento anterior no existe y el futuro no ha llegado aún, la vida es un presente y, si la vives con la máxima intensidad, la puedes sentir con muchísima felicidad.

No voy a negar la existencia de obstáculos que nos dificultan el ser felices, pero hay que saberlos comprender como contrastes necesarios y respetar su función formativa y los tiempos de duelo. No debemos ir arrastrándonos, no debemos dejarnos parasitar por el victimismo, hay que disfrutar cada momento. Todo se vuelve más interesante si comprendes que la vida son momentos. Nunca nada es comparable, aunque lo parezca, a vivir en y para el presente. Hay cosas no resueltas porque nos aferramos al pasado y al miedo al futuro y todo esto carga nuestra mochila emocional hasta llegar al desequilibrio físico. Quiero ayudarte a identificar el dolor o el malestar como un mecanismo para cambiar de estilo de vida y para descubrir la grandiosidad de tus propios momentos vitales. La salud es mucho más que la ausencia de enfermedad, y la enfermedad puede ser un puente, un camino, no el destino final.

Me llamo Joaquim Vicent; los amigos me llaman Quim. Si has abierto este libro es porque tienes curiosidad. Si yo lo he escrito es porque a mí también me empujan las ganas de saber. He aprendido cosas que seguramente te pueden servir. He obtenido cierta relevancia en los medios de comunicación por afirmaciones como «Las hernias discales no deberían operarse», «Las fibromialgias y cualquier dolor articular no necesitan fármacos como único tratamiento» o que «La hiperactividad infantil o trastorno por déficit de atención (TDAH) se trata farmacológicamente por ignorancia de las verdaderas causas y el desconocimiento de los tratamientos apropiados». El texto que tienes en las manos me permite explicarme y explicarte a ti también.

Hace ya años que estudié Osteopatía y, de hecho, logré obtener la máxima acreditación en este ámbito. A día de hoy, y como espero hacer hasta mi último minuto, sigo formándome de muchas maneras, también de la mano de los alumnos y pacientes: para mí, la formación continuada es una obligación de todo profesional, sea o no de la salud. La vida académica y el rigor de las ciencias son fundamentales para ser osteópata, pero hay infinidad de cosas que se aprenden mucho mejor en consulta y con la generosidad de los pacientes y los desafíos que nos plantean. Ha llegado un punto en mi existencia en el que me siento dispuesto a compartir con vosotros varias de mis certezas. Algunas pueden parecer obviedades, pero os pido que las contextualicéis porque es el día a día lo que las dota de sentido. Otras son novedades, o hasta donde yo sé, no las he encontrado en otras voces. Pero mi principal objetivo es intentar provocarte para que llegues a tus propias conclusiones.

Un componente importante de la felicidad es estar enamorado de la profesión que uno ejerce. Los afectos y la vida personal son lo principal, ¿qué duda cabe?, pero en el trabajo uno también puede sacar lo mejor de sí porque se siente útil y tiene la posibilidad de disfrutar de grandes resultados.

Mi vocación parte de una motivación muy íntima: la enfermedad de la que falleció un familiar cercano, justo en la época en que debía decidir qué hacer con mi vida, me impulsó a entrar en el mundo de la salud. No quise introducirme de cualquier manera, sino entendiendo el cuerpo humano como una unidad integral. La noción de alianza de cuerpo-mente parte de la base de que nunca hay división; se trata de una unidad integral que defiendo con total convencimiento. Todo conflicto que entra en nuestro cuerpo debería poder expresarse, drenarse y resolverse de alguna manera no enfermiza. Un problema no zanjado puede transformarse en dolor, en falta de energía, imposibilidad de tener nuevas relaciones, un bajón en el rendimiento escolar o las futuras relaciones de nuestros hijos... Todo está conectado, y cuesta distinguir el propio conflicto del dolor. Para mí, resulta fundamental dejar claro que no hay enfermedades, sino pacientes. Las generalizaciones y las etiquetas son útiles hasta cierto punto, pero hay que apartarlas en la consulta para descubrir a la persona con toda su riqueza.

El códico mágico

Toda persona tiene un código mágico, y una de las cualidades que más he trabajado en mi profesión es saber descifrar este código. Conocer esa especie de secuencia permitirá un cambio en lo más profundo de su ser, donde la parte consciente actúa para poder esconder las emociones perturbadas a lo largo del tiempo, dando la posibilidad de que algo (una frase, una manipulación sutil) permita que el propio universo se mueva para que cambie algo de su vida. Nunca, jamás, seremos nosotros los hacedores de este cambio, solo seremos el circuito para este cambio. Resulta difícil de transmitir, como la conciencia, que a todo el mundo le llega pero no todos la ven; por lo tanto os puedo asegurar que nuestros tejidos hablan y nos dicen todo aquello que muchas veces no sabemos ni que existe. He aprendido a escuchar ese lenguaje y a descifrarlo.

Reivindico la escucha con los oídos y gracias a la osteopatía también he desarrollado la capacidad de escuchar con las manos. La mayor parte de los seres humanos no sabemos escuchar. Fijaos en cualquier conversación: la gente suele responder antes de que el otro acabe su frase, es decir, la respuesta está preestablecida independientemente de lo que el otro diga. Tenemos necesidad de ser escuchados. Escuchar, para mí, es fusionarme con el paciente, poner mis manos encima de ella o de él y hacer un solo circuito, respetar lo que el cuerpo necesita sin alimentar mi ego de hacedor terapéutico. Nosotros no cambiamos nada, solo damos la información necesaria para que el cuerpo cambie por sí solo.

Cuando voy a buscar a la sala de espera a un paciente, lo acompaño a mi despacho con una mano en su espalda, haciendo la primera escucha y, después, una vez se ha acomodado, intento empatizar hasta que esa persona tenga claro que he entendido su problema. Hago preguntas que reformulan respuestas dadas, observo el lenguaje no verbal, no me ciño a un guion, sería absurdo. La conversación fluye o no, iluminando, cuando hay suerte, rincones muchas veces inexplorados. No soy inquisitivo, el respeto muchas veces es el detonante de una generosidad ilimitada. La ausencia de juicio ante las experiencias o decisiones tomadas acompaña a la empatía, seguida muy de cerca por la técnica. Ese relato personal es la primera instancia en que el consultante ha sido escuchado, pero lo más importante es la segunda escucha, aquella que se produce con el tejido del paciente, la intuición y la sensibilidad.

Mis pacientes y yo también debemos compartir espacios de silencio, algo imprescindible para ambos. Todo el que pasa por mi camilla tiene que esforzarse por percibir lo que pasa en su cuerpo. Cuanto más consiga la conexión del paciente con sí mismo, más profunda será la terapia y mejor trabajo hará su médico interno y, sobre todo, más duradero. Un síntoma de que la relación terapéutica va por buen camino es la ausencia de incomodidad en los silencios.

Cuando una persona se pone en mis manos me debo a ella plenamente, y el tiempo compartido es un tiempo y un espacio en los que lo que él o ella es constituye lo más importante. Ambos, consultante y terapeuta, recreamos un periodo de plenitud de presencia o mindfulness.

Una vez hemos trabajado juntos creando un relato de preocupaciones, causas, síntomas y deseos, el paciente vuelve a estar en sus propias manos. La cesión de la responsabilidad en la salud del paciente ha de ser pasar muy fugazmente por las manos de los profesionales. No debemos infantilizar a las personas ni generar dependencias, sino empoderarlas para que mejoren y sean también prescriptoras de buenos hábitos.

No os voy a mentir: los osteópatas no somos magos. Nuestra actuación no puede suplir el trabajo que el propio paciente decide desarrollar en su vida. No podemos tomar decisiones por ellos ni convertirnos en sus guardianes.

Mi trabajo consiste en que las personas con las que trato en consulta tengáis una relación más cercana con vosotros mismos. Conocerse y reconocer las propias emociones es parte de un tratamiento que se entrelaza con las manipulaciones del cuerpo, que se queja agobiado por la indigestión, precisamente, de emociones reprimidas. Muchas veces este trabajo paulatino e integrador rescata al paciente de una terapia parcial o muy invasiva en la que no se acaba de reconocer ni sentir protagonista. Un caso muy habitual es el de las intervenciones por hernias discales.

La Organización Mundial de la Salud ofrece unas cifras astronómicas de personas que en algún momento de su vida o incluso a lo largo de toda su existencia sufren dolor de espalda. Los que lo padecen saber que no se debe tomar a la ligera: el dolor de espalda interfiere con la calidad de vida y del trabajo y es el motivo de consulta médica más habitual. Según el Ministerio de Sanidad, el dolor de espalda lumbar encabeza la lista de los problemas de salud crónicos más frecuentes en nuestro país y se calcula que el 80 % de la población va a sufrir dolor de espalda en algún momento de su vida.

Los hallazgos radiológicos y de las tomografías axiales computarizadas o de los escáneres sugieren la realización de una intervención quirúrgica restauradora, pero en muchos casos otro tipo de tratamientos más holísticos ofrecen grandes resultados, evitando cicatrices, dolorosas rehabilitaciones y bajas laborales. Tenemos emociones relacionadas con el sistema nervioso simpático, como son el miedo, la rabia o el asco, y otras relacionadas con el sistema nervioso parasimpático, como la felicidad, la seguridad o la admiración. Llevamos siglos siendo considerados máquinas, pero seríamos máquinas inconmensurables de lectura fácil y compleja a la vez. Todos lloramos, padecemos, disfrutamos y sobrellevamos nuestras contradicciones. Es parte del desafiante proceso de vivir.

Tú, además de tener curiosidad, eres un ser complejo conformado en exclusiva por las experiencias vividas, la personalidad, las decisiones tomadas y las circunstancias. «Yo soy yo y mis circunstancias», decía el filósofo Ortega y Gasset. Me toca a mí decir que yo soy yo y mi boca, y mi postura, y mis síntomas, y los silencios que grita mi cuerpo. Este libro es como yo: sincero, espontáneo y vital. Voy a hacer un esfuerzo para que sea ameno y también esclarecedor. No todo lo que te diga te resonará, al menos ahora, pero sí que en tu manera de ser única y único hay unos puntos de confluencia con otras personas que podrán serte de utilidad. El ser humano es un ser orgánico, biológico, multifacético y casi insondable, pero comparte con su especie la necesidad de saber sobre sus orígenes y de mejorar su presente. Aunque no sepamos verlo, todo tiene un porqué. Vamos a tratar de atraparlo juntos.

Una de las mejores maneras de lograrlo es comprender que algunas cosas a las que apenas prestamos atención, porque las damos por hechas, pueden ser fuente de salud, pero también de enfermedad. Es el caso de la respiración. Estoy convencido que la salud va de la mano de la correcta oxigenación. A las células no les llega el oxígeno suficiente por múltiples causas y por tanto se generan múltiples disfunciones. Me propongo restablecer el flujo de intercambio metabólico y hacerlo atendiendo a la persona en su integridad, a la enfermedad en su especificidad y en su origen. Es increíble que dependamos tanto de algo a lo que prestamos tan poca atención.

Cuando respiramos de manera refleja, solo aprovechamos una pequeña parte de nuestra capacidad pulmonar. En cambio, si ponemos consciencia en el movimiento, conseguiremos respirar de manera profunda, dejando espacio para que el diafragma pueda subir y bajar sin obstáculos y que los pulmones se llenen por completo en cada inhalación y eliminar la máxima cantidad posible de dióxido de carbono. Esto nos asegura una oxigenación plena de los glóbulos rojos y los tejidos, lo que mejora todas nuestras funciones corporales.

La importancia de la respiración

Una persona adulta con un peso medio de 70 kilos suele tener un ritmo respiratorio de doce inhalaciones y espiraciones por minuto, así que al cabo del día habrá llevado a cabo unas 17.280 respiraciones. En ese periodo el aire inhalado tendrá un volumen de 8.640 litros, cifra que deberíamos reajustar esa cifra si se realiza una actividad deportiva prolongada e intensa o se produce una alteración emocional de las que quitan el aliento o de las que aceleran el ritmo cardiorrespiratorio. Si algo que hacemos tantas veces al día lo hacemos mal, ¿cómo podemos esperar que nuestro maravilloso organismo, por mucha capacidad que tenga de autorregulación, autosanación y homeostasis, pueda mantenerse sano?

El mayor antídoto contra la impulsividad, y contra las malas decisiones, es respirar. Las emociones, al inundarnos, limitan la capacidad de lectura e interpretación de los hechos. Por lo tanto, en demasiadas ocasiones optamos por llevar a cabo acciones erróneas u omitimos las apropiadas a tenor de la ignorancia de factores relevantes. Así que cuando decimos a alguien que se calme lo mejor que podemos sugerirle es que respire. Y que lo haga bien, de modo consciente, prestando atención a cada paso del arco respiratorio... a partir de ahí se calmará. Pero debemos tener en cuenta que tenemos varios diafragmas, y el bloqueo de al menos uno de ellos puede hacer que te sea complicado oxigenarte, en cuyo caso es importante que te pongas en manos de un buen profesional.

Otra fuente de conflicto que puede disminuir nuestra salud es la gestión del tiempo. Vamos todos como el famoso conejito mecánico de una vieja publicidad sobre pilas alcalinas. Las tareas con las que vamos armando nuestra cotidianidad son causa o efecto de una falta de reflexión sobre nosotros mismos y nuestras necesidades. No digo nada nuevo cuando lamento que las jornadas no tengan más de veinticuatro horas y los fines de semanas sean solo de dos días. Tampoco sobre cómo nos cuesta cada vez más desconectar, sobre todo gracias a los teléfonos inteligentes que parece que nos han convertido en sus asistentes en lugar de ser estos los que nos ayuden. Sí que es cierto que poder contar con una pequeña oficina entre las manos nos desengancha de un espacio físico concreto, pero mentalmente nos atrapa como al preso de los tebeos, con la bola de metal atada a los tobillos por un grillete.

Además de ajustar el cuerpo y despejar de bloqueos el necesario flujo natural, muchas veces en la consulta trabajamos con el manejo del propio tiempo, de la propia voluntad y los propios deseos. Como apuntaba hace unas líneas, el modo en que se respira dice mucho de cómo se vive. Una respiración incompleta, superficial, atropellada habla de ansia de cantidad y no de calidad, de número, pero no de eficacia. Tomar conciencia de la propia respiración tiene un efecto determinante en la autoconciencia. Vivimos proyectados hacia el futuro y hacia el pasado, pero el presente se nos escapa como el agua entre los dedos.

LAS CUATRO PATAS DE LA SALUD

La salud es una silla de cuatro patas, ningún soporte es más importante que otro y trabajan de manera interconectada:

• Postura-boca.

• Salud intestinal-salud hormonal.

• Sistema inmunitario.

• Emociones.

Cada persona tiene una base, unos cimientos que están sostenidos por estas patas; cualquiera de ellas puede desequilibrar o perturbar nuestra salud, pero si fallan dos patas, esta caerá seguro.

La postura de un paciente nos revela cosas sobre su situación emocional, pero las emociones no solo pueden ser perturbadas por experiencias vividas y no digeridas, sino también por una mala salud intestinal, que hace imposible que se genere un neurotransmisor fundamental para nuestro estado de ánimo: la serotonina, el 70-90 % de la cual se fabrica en nuestro intestino y sin la cual es difícil ser felices y tener seguridad en la vida.

Visualizar al paciente cuando está en la sala de espera ayuda mucho a prever parte de sus necesidades emocionales. Observar su postura en un momento de calma, si cruza o no las piernas, si tiene los hombros encorvados, si tiene la cabeza en extensión o flexión. Obviamente una primera visita requiere una exploración biográfica: qué dice, cómo lo dice y

Las cuatro patas de la salud.