Ardiente atracción - Un plan imperfecto - Brenda Jackson - E-Book

Ardiente atracción - Un plan imperfecto E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Ardiente atracción Hacía años, Canyon Westmoreland había dejado que un terrible malentendido se interpusiera entre Keisha Ashford y él, pero, cuando Keisha regresó a la ciudad con un niño de dos años, llegó el momento de aclarar las cosas de una vez por todas. Entre ellos todavía bullía una incandescente atracción y, en esa ocasión, nada impediría a Canyon conseguir lo que le pertenecía... ¡su mujer y su hijo! Un plan imperfecto Stern Westmoreland nunca había cometido un error… hasta que decidió ayudar a su mejor amiga, Jovonnie Jones, a hacerse un cambio de imagen… para otro hombre. A partir de ese momento, Stern decidió que la quería para sí mismo. La atracción entre ellos era innegable y solo había una forma de ponerla a prueba: pasar una larga y ardiente noche juntos como algo más que amigos.

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Seitenzahl: 324

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 226 - septiembre 2020

 

© 2013 Brenda Streater Jackson

Ardiente atracción

Título original: Canyon

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2013 Brenda Streater Jackson

Un plan imperfecto

Título original: Stern

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013 y 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-626-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Ardiente atracción

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Un plan imperfecto

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Canyon Westmoreland tuvo la tentación de salir del coche para estirar las piernas, pero decidió no hacerlo. Si había aprendido algo de las series policíacas era que, cuando uno estaba de vigilancia, no debía hacer nada que pudiera delatarlo. Había que hacerse notar lo menos posible. Y él estaba de vigilancia, dispuesto a averiguar de una vez por todas por qué Keisha Ashford se negaba a verlo.

Sabía muy bien que lo odiaba porque creía que la había traicionado con otra mujer. Y sabía que esa era la razón por la que se había ido de la ciudad hacía tres años, cortando toda relación con él. También por eso, cuando había vuelto a Denver, se había creído con derecho a actuar como si él no existiera.

Pero Canyon ya estaba harto de aguantar esa situación.

Ambos eran abogados corporativos, una profesión que los había unido en un principio y seguía haciendo que se vieran en muchas ocasiones. Desde que ella había vuelto a Denver, hacía diez meses, se habían sentado frente a frente en la mesa de negociaciones más de una vez. Y a él le molestaba que Keisha se comportara como si no se conocieran.

Varias veces, había intentado acercarse a ella para aclarar las cosas, aunque solo fuera para poder cerrar de una vez el capítulo de su relación. Sin embargo, ella nunca había querido escucharlo.

Pero eso iba a cambiar. Canyon se negaba a dejar que siguiera pensando que la había traicionado.

Por eso, había ido hasta su despacho de abogados y había aparcado delante. Planeaba seguirla a casa y enfrentarse a ella. Al fin, tendrían la conversación de la que ella había estado tratando de escapar.

Sus hermanos, Stern y Riley, le habían advertido de que Keisha podía llamar a la policía si se sentía acosada. Pero Canyon solo quería hablar con ella.

Se miró el reloj. No estaba seguro de a qué hora salía ella de trabajar. Llevaba más de una hora allí parado. Había salido temprano de su trabajo en la compañía familiar, Blue Ridge Land Management, para asegurarse de que Keisha no se le escaparía.

Cuando se inclinó para cambiar de canal en la radio, le sonó el móvil. Al ver que era su hermano, frunció el ceño.

–¿Qué quieres, Stern?

–Solo llamaba para ver si te han arrestado.

–No me van a arrestar.

–No estés tan seguro. A las mujeres no les gusta que las espíen.

–No la estoy espiando –negó Canyon, apretando las manos contra el volante.

–¿Y cómo llamas a tu plan de esperar delante de su trabajo con la intención de seguirla a casa?

Canyon se removió en el asiento.

–No tendría que seguirla si me hubiera dicho dónde vive.

–Quizá no te lo dijo porque no quiere que lo sepas. Su casa es su territorio y puede que no le guste que lo invadas.

Canyon estaba a punto de responderle que le daba igual que a ella no le gustara, cuando vio que Keisha salía del edificio con otra mujer. Estaban charlando y sonriendo, en dirección a sus coches. Las dos eran bonitas, pero él tenía los ojos puestos solo en Keisha. Al verla, pensó lo mismo que la primera vez que se habían encontrado. Era increíblemente bella.

Seguía teniendo una piel morena y cremosa, nariz respingona y enormes ojos negros. Y seguía llevando el pelo largo, liso y suelto con raya en medio. Al mirar sus jugosos labios, recordó su sabor y el deseo se disparó.

Sin embargo, algo había cambiado en su figura. ¿Era su imaginación o tenía más curvas de lo que recordaba?

Removiéndose en su asiento, pensó que había cosas que no cambiaban, como su deseo por una mujer que no lo soportaba.

Sin embargo, había habido un tiempo en que ella sí lo había soportado. Canyon nunca había creído que estaría listo para sentar la cabeza antes de los treinta y cinco años, pero se había enamorado de Keisha de pies a cabeza y había estado dispuesto a pedirle que se casara con él…

Soltando un suspiro, siguió observándola, deteniéndose en sus largas piernas, las mismas que lo habían abrazado mientras habían hecho el amor…

–Canyon, ¿estás ahí?

–Sí, aquí estoy –repuso él. Casi se había olvidado de Stern–. Pero tengo que irme. Keisha acaba de salir y tengo que seguirla.

–Ten cuidado, hermano. Hace mucho tiempo que un Westmoreland no va a la cárcel. Seguro que lo recuerdas.

Canyon respiró hondo. ¿Cómo podía olvidarlo? Solo había habido un Westmoreland en la cárcel. De adolescente, su hermano Brisbane no dejaba de meterse en problemas. En el presente, sin embargo, se había convertido en un hombre responsable y formaba parte de la marina americana.

–No llegaré tan lejos, Stern. No soy una amenaza para Keisha. Solo quiero hablar con ella.

–Antes tampoco eras una amenaza para ella y estuvo a punto de pedir una orden de alejamiento. Mira, Canyon, no es asunto mío pero…

–Lo sé, lo sé, Stern. No quieres que haga nada para avergonzar a la familia.

Keisha se había separado de su compañera y se dirigía sola a su coche. Seguía teniendo esa forma de andar tan sexy. Parecía una mezcla entre modelo de alta costura y profesional de prestigio, con sus tacones altos y un maletín en la mano.

–¡Canyon!

–Te llamaré luego, Stern –se despidió él y colgó.

Keisha se metió en su coche, sin verlo. Cuando hubo salido del aparcamiento, Canyon se dispuso a seguirla, pero un coche negro arrancó y salió disparado también, interponiéndose.

–Diablos –murmuró él, pisando el freno.

Para no perder a Keisha, Canyon arrancó detrás del coche negro, que parecía estar siguiéndola también.

Como abogado, sabía que, a veces, los clientes de la parte contraria no quedaban satisfechos con la decisión del juez y querían expresar su desacuerdo. Tal vez era eso lo que estaba pasando.

Su instinto protector entró en acción cuando Keisha dobló una esquina y tomó la carretera que salía del pueblo, y el coche negro también lo hizo. No podía ver si el conductor era hombre o mujer, porque tenía cristales tintados. Pero si podía leer la matrícula.

Canyon apretó un botón en el volante.

–Sí, señor Westmoreland, ¿en qué puedo ayudarle?

–Hola, Samuel. Por favor, pásame con Pete Higgins.

Pete, el mejor amigo de su primo Derringer, trabajaba en la jefatura de policía de Denver.

–Un momento –repuso Samuel, su asistente personal.

–Higgins al habla.

–Pete, soy Canyon. Necesito que compruebes un número de matrícula.

–¿Por qué?

–Están siguiendo a una mujer.

–¿Y tú cómo lo sabes?

Canyon se mordió la lengua para no maldecir. Estaba a punto de perder la paciencia.

–Lo sé porque yo también la estoy siguiendo.

–Ah. ¿Y por qué la estás siguiendo?

Canyon siempre había admirado la tranquila forma de ser de Pete. En ese momento, la odió.

–Mira, Pete…

–No, mira tú, Canyon. Nadie debería seguir a una mujer, ni tú ni nadie. Eso se llama acoso y puede denunciarte. ¿Cuál es la matrícula?

Nervioso, Canyon le dio los números, preguntándose cómo era posible que Keisha no se diera cuenta de que la estaban siguiendo dos vehículos.

–Vaya, qué interesante –murmuró Pete.

–¿Qué?

–Es una matrícula robada.

–¿Robada?

El conductor del coche negro era lo bastante listo como para no acercarse demasiado a Keisha. Aunque, al parecer, tampoco se había dado cuenta de que lo seguía un tercero.

–Sí. Según nuestra base de datos, pertenece a un coche que ha sido robado esta mañana. ¿Dónde estás?

–Ahora mismo estoy en la intersección entre Firestone y Tinsel, en dirección a Purcell Park.

–¿La mujer lleva un coche caro y nuevo?

–Sí, parece que sí. ¿Por qué?

–Estoy pensando que igual quieren robárselo. Voy para allá. No hagas nada estúpido hasta que llegue.

Canyon miró al cielo. ¿Significaba eso que podía hacer algo estúpido cuando Pete llegara?

Solo de pensar en que alguien acosara a Keisha se ponía furioso, aunque él estuviera haciendo eso mismo. La gran diferencia era que él no pretendía lastimarla. No podía decir lo mismo del conductor del otro coche.

Lo primero que había que evitar era que el acosador supiera dónde vivía Keisha, caviló él. Si ella estaba yendo a casa, no tenía tiempo para esperar a Pete, pues la jefatura estaba en la otra punta de la ciudad.

En ese momento, Canyon tomó una decisión.

Se ocuparía de la situación él solo.

 

 

Keisha se movía al ritmo de la música de la radio del coche. Le encantaba ese canal, donde ponían sus canciones favoritas todo el día, sin anuncios. Y ese día, necesitaba distraerse.

Había tenido un mal día, todo había empezado a las diez, en el juzgado. Apenas había tenido tiempo para comer antes de tener que regresar para otro caso. Alrededor de las tres, había llegado a su oficina para asistir a una reunión. Al menos, era viernes.

Sin embargo, tampoco iba a poder descansar mucho el fin de semana. Aunque no debía desanimarse. Había ganado tres casos esa semana y sus jefes, Leonard Spivey y Adam Whitlock, estaban contentos con ella.

Hacía tres años, a Leonard le había disgustado que se hubiera mudado a Texas y hubiera avisado solo con una semana de antelación. Pero, como había sido una de las mejores abogadas de la firma, le había dado buenas referencias… y la había recibido con los brazos abiertos cuando había regresado a Denver.

A veces, las cosas sucedían por algo. Cuando se había mudado a Texas, no había tardado mucho en encontrar otro empleo, en Austin. Y, si no hubiera vuelto a su hogar, no se habría enterado de que su madre padecía cáncer de pecho.

Por suerte, Keisha había podido acompañarla en los momentos difíciles. Siempre se habían llevado bien. Lynn Ashford era una mujer fuerte e independiente, madre soltera. Después de que el padre de Keisha hubiera negado su paternidad, Lynn se había ido de Austin y se había establecido con su hija en Baton Rouge.

Había vivido muchos momentos difíciles en la infancia. Para compensar la situación, su madre había tenido dos empleos y había dejado a Keisha al cuidado de su abuela. Al haber sido testigo de lo mucho que su madre había trabajado para salir adelante sin ayuda de un hombre, había comprendido que, si era necesario, ella podía hacer lo mismo.

Con el corazón encogido, Keisha pensó en el hombre que se lo había demostrado.

Canyon Westmoreland.

Se había enamorado de él desde el primer día, pero su amor había muerto cuando había descubierto que él le había sido infiel. Ella podía tolerar muchas cosas, pero la infidelidad no era una de ellas. No era posible mantener una relación sin confianza… Ni siquiera una relación que ella había creído tan prometedora. Sin embargo, era obvio que se había equivocado.

Después de tres años, Keisha había vuelto a Denver. El escándalo que había salpicado al despacho de abogados para el que trabajaba en Austin la había obligado a ello. Echaba de menos a su madre, pero al menos, al regresar al despacho de Spivey y Whitlock, había sabido que no tendría que empezar desde abajo. Necesitaba el dinero y ya no podía pensar solo en sí misma. De todas maneras, para evitar encontrarse con Canyon, se había establecido en una casa en la otra punta de la ciudad.

Keisha conocía la historia de los padres y los tíos de Canyon, que habían muerto en un accidente de avión y habían dejado quince huérfanos, muchos de ellos menores de dieciséis años. Manteniéndose unida, lo que había quedado de la familia Westmoreland había superado los tiempos difíciles y, en la actualidad, estaba disfrutando de su fortuna, gracias al éxito de la empresa de gestión de terrenos Blue Ridge.

Los padres de Canyon habían tenido siete hijos: Dillon, Micah, Jason, Riley, Canyon, Stern y Brisbane. Sus tíos habían tenido ocho, cinco chicos: Ramsey, Zane, Derringer, y los gemelos Aiden y Adrian; y tres chicas: Megan, Gemma y Bailey. Por lo que Keisha sabía, la mayoría de los Westmoreland había ido a la universidad y tenían buenos puestos de trabajo. Ocho de ellos trabajaban para la empresa familiar. Ella los había conocido a casi todos cuando había asistido al baile de los Westmoreland. La fiesta era un evento destacado en la ciudad y los beneficios que sacaban iban destinados a organizaciones benéficas.

Entonces, Keisha no pudo evitar pensar en él. Lo había amado con toda su alma y había creído que él la correspondía. Le había abierto su corazón y su hogar. Él se había mudado a vivir con ella después de haber salido juntos seis meses. Y ella había asumido que su relación había ido viento en popa. Pero había sido un error.

El sonido de un claxon la hizo mirar por el espejo retrovisor. ¿Qué sucedía?

Los conductores de dos coches que había detrás de ella parecían estar luchando por sacarse el uno al otro de la carretera.

Como lo último que necesitaba era verse implicada en una pelea de gallitos que querían ser los amos del asfalto, aceleró y los dejó atrás.

Entonces, miró el reloj. Estaba ansiosa por llegar a su destino y encontrarse con la persona que la estaba esperando.

 

 

El coche negro aceleró y desapareció de allí. Aunque Canyon se había acercado mucho a él, los cristales tintados le habían impedido ver al conductor o a la conductora.

Cuando volvió a posar la atención en la carretera, vio que Keisha tomaba un desvío. Continuó siguiéndola a cierta distancia, sin querer que ella lo viera.

Entonces, la vio parar delante de una guardería. Frunció el ceño. ¿Por qué iba ella a ir a una guardería? Quizá estaba haciendo un favor a alguna compañera recogiendo a su hijo o, tal vez, se había ofrecido a hacer de canguro.

Deteniendo el coche, la observó acercarse a la puerta con una gran sonrisa. Sin duda, debía de estar contenta porque se acercaba el fin de semana. Era una suerte que estuviera de buen humor, pensó. Así, tal vez, no se enfadaría al descubrir que la había seguido a casa. Embobado, se quedó contemplando su contoneo hasta que la perdió de vista.

Entonces, le sonó el móvil. Canyon esperaba que no fuera Stern de nuevo. Al mirar la pantalla, vio que era su prima Bailey, la más joven de la familia Westmoreland.

–Hola, Bay, ¿qué tal? –saludó Canyon.

–Zane ha vuelto hoy.

Su primo Zane se había ido de la ciudad hacía tres semanas. Él había pensado que estaba en viaje de negocios, pero luego había descubierto que estaba corriendo detrás de una mujer con la que había salido, llamada Channing Hastings. Se rumoreaba que Zane volvía a casa con una alianza en el dedo.

–¿Se ha casado?

–Todavía, no. Channing y él están planeando la boda para Navidad.

–Nunca pensé que vería a Zane sentar la cabeza.

–Bueno, yo me alegro de que haya entrado en razón –comentó Bailey–. No te olvides de que esta noche hemos quedado.

Todos los viernes, los Westmoreland se reunían en casa de Dillon. Las mujeres hacían la comida y, después, los hombres se enfrascaban en una partida de póquer.

–Puede que llegue un poco tarde –avisó Canyon. No sabía cuánto tiempo iba a necesitar para hablar con Keisha. Si ella iba a hacer de canguro, tendría que seguirla a casa para ver dónde vivía y volver otro día. Además, tenía que advertirle de que otra persona la había estado siguiendo.

–¿Por qué?

–¿Por qué qué? –preguntó Canyon, frunciendo el ceño.

–¿Por qué vas a llegar tarde? Dillon me ha dicho que hoy has salido temprano del trabajo.

En vez de responderle, Canyon dio unos golpecitos con el dedo en el auricular.

–Se está yendo la cobertura. Hablamos luego.

Después de colgar, Canyon vio salir a Keisha. Ella seguía sonriendo, lo que era buena señal. Y estaba hablando con un niño de unos dos años que llevaba de la mano.

Contemplando al pequeño, pensó que parecía el doble del hijo de Dillon. Una extraña sensación se apoderó de él mientras seguía observando al niño, que sonreía tanto como ella.

Entonces, Canyon contuvo el aliento. Solo había una razón que explicara por qué se parecía tanto a un Westmoreland, pensó, aferrándose al volante.

Sin pensarlo, se quitó el cinturón, salió del coche y se acercó a Keisha. Ella se quedó paralizada con una extraña expresión, mezcla de sorpresa, culpa y remordimiento. Duró poco porque, al instante, el rostro se le tintó de fiereza mientras ponía el brazo por encima al niño con gesto protector.

–¿Qué estás haciendo aquí, Canyon?

Él se detuvo delante de ella, lleno de furia. Posó los ojos de nuevo en el pequeño que, sin duda, debía de ser su hijo y lo miraba con desconfianza, agarrado a su madre.

–¿Podrías explicarme por qué no me has dicho que tenía un hijo? –inquirió él con ojos ardiendo de rabia.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Keisha tomó aliento mientras pensaba qué podía decir. Por el tono de voz de Canyon, intuyó que más le valía pensar en algo rápido. A menudo, se había preguntado cómo reaccionaría él cuando descubriera que tenía un hijo. ¿Negaría su paternidad como el padre de ella había hecho?

–¿Qué hubiera cambiado eso? –preguntó ella a su vez.

Canyon la miró sorprendido un instante.

–Muchas cosas –afirmó él–. Ahora quiero saber por qué no me lo dijiste.

Por la forma en que su hijo se agarraba a su falda, era obvio que sentía que algo iba mal. Además, el pequeño solía ponerse muy nervioso en presencia de extraños.

–Tengo que llevar a Beau a casa y…

–¿Beau?

–Sí. Mi hijo se llama Beau Ashford –señaló ella, levantando la barbilla.

–No por mucho tiempo –murmuró él, furioso.

Ella respiró hondo.

–Como te he dicho, Canyon, tengo que llevar a Beau a casa para prepararle la cena y…

–Bien. Me incluyo en tus planes –le interrumpió.

–Mira, Canyon, yo…

Keisha se calló al ver salir a Pauline Sampson, la directora de la guardería. Pauline había sido una de sus primeras clientas en el despacho de abogados y también era muy amiga de Joan, la mujer del señor Spivey. La mujer se estaba acercando a ellos con cara de preocupación y un toque de curiosidad.

–Keisha, te he visto desde la ventana. Solo quería asegurarme de que todo va bien –señaló Pauline.

Fuera como fuera, Keisha no tenía intención de contárselo a Pauline.

–Sí, todo va bien.

Comprendiendo que Keisha no iba a presentarlos, Canyon le tendió la mano a la otra mujer.

–¿Cómo estás, Pauline? Soy Canyon Westmoreland, el padre de Beau.

–¿Westmoreland? –preguntó Pauline, arqueando las cejas.

–Sí, Westmoreland –respondió él con una sonrisa arrebatadora, la misma que le hacía ganar casos en al juzgado.

–¿Eres pariente de Dillon Westmoreland? –inquirió Pauline con interés.

–Sí, es mi hermano mayor.

–El mundo es un pañuelo. Sí que te pareces a él. Dillon y yo fuimos juntos al instituto –comentó Pauline, sonriente.

–Sí, el mundo es un pañuelo –repitió él y se miró el reloj–. Si nos disculpas, Pauline, Keisha y yo tenemos que llevar a Beau a casa para cenar.

–Claro, lo entiendo –repuso la otra mujer con una sonrisa, y se dirigió a Keisha–: Buen fin de semana.

–Lo mismo digo, Pauline.

Cuando se hubieron quedado solos de nuevo, Canyon se agachó y tomó a Beau en brazos. Keisha soltó un grito sofocado, dispuesta a advertirle de que a su hijo no le gustaban los extraños. Pero se quedó boquiabierta y muda al ver que el pequeño le rodeaba el cuello con sus bracitos.

–Yo lo llevaré al coche –se ofreció Canyon.

–Puede ir andando.

–Lo sé. Pero quiero llevarlo en brazos. Dame ese gusto.

Keisha no quería darle ningún gusto. No quería tener nada que ver con él. Si Canyon pensaba que iba a poder hacer lo que quisiera con Beau, se equivocaba. Él ya había hecho su elección hacía tres años.

Entonces, recordó las palabras de su madre cuando le había comunicado que estaba embarazada. Lynn le había advertido que no diera por hecho que Canyon iba a ser como Kenneth Drew. Su madre pensaba que todos los hombres tenían el derecho a saber si tenían un hijo, por eso ella se lo había dicho a Kenneth. Y solo había empezado a excluirlo de su vida familiar cuando Kenneth se había negado a reconocer a su hija.

Lynn pensaba que Keisha no le había dado a Canyon la oportunidad de aceptar o rechazar a su hijo. Pero Keisha no estaba de acuerdo. El saber que su padre la había rechazado la había atormentado toda la infancia y parte de la edad adulta. Por eso, había decidido no arriesgarse a que su hijo pasara por la misma experiencia.

Cuando llegaron al coche, ella abrió la puerta y se apartó para que Canyon colocara al niño en su asiento. Sorprendida, observó cómo Beau protestaba e intentaba volver a los brazos de su padre.

–Parece que le gustas –murmuró ella, sin mucho entusiasmo.

–Es un Westmoreland.

Keisha no dijo nada. Parecía que él estaba pensando en ponerle su apellido. Sin embargo, era ella quien decidiría qué derechos quería darle respecto a su hijo.

–A partir de ahora, no estaré lejos de ti, compañero –le dijo Canyon a Beau.

Como si el niño lo hubiera entendido, miró a su padre y le preguntó cómo se llamaba.

–Papá –dijo Canyon, alto y claro.

–Papá –repitió el pequeño.

–Sí, papá –volvió a decir Canyon con una sonrisa. Tras cerrar la puerta del coche, se giró hacia Keisha.

–Dillon tiene un hijo llamado Denver que es un poco mayor que Beau. Se parecen.

–¿Quién?

–Denver y Beau. Aunque Denver es un poco más alto, si los pusieras juntos apenas podrías diferenciarlos.

Keisha se encogió de hombros. Ella reconocería a su hijo en cualquier parte. Además, no creía que los dos niños se parecieran tanto.

–Ya que insistes en que hablemos hoy, puedes seguirme a casa. Pero no pienso romper mi rutina con Beau por ti.

–Ni yo quiero que lo hagas.

Cuando ella iba a subirse al coche, Canyon la tocó. Al instante, su cuerpo subió de temperatura. Al parecer, tres años sin tener contacto con él no la habían hecho inmune a la poderosa química que había entre ellos.

–¿Keisha?

–¿Qué? –preguntó ella con el pulso acelerado.

–¿Hay alguna razón para que alguien te esté siguiendo?

–¿Por qué lo dices? –replicó ella, frunciendo el ceño.

–Hoy te empecé a seguir desde tu oficina, pero no fui el único. Un coche negro salió delante de mí y te siguió durante un par de kilómetros. Intenté llamar su atención poniéndome a su lado para obligarle a parar. No sé si era un hombre o una mujer, porque tenía cristales tintados. En vez de parar, hizo un rápido giro en la siguiente intersección y desapareció.

Keisha recordó cuando había mirado por el retrovisor y había visto dos coches que parecían estar tratando de adelantarse el uno al otro.

–¿Tu coche es rojo?

–Sí.

–Escuché el sonido de un claxon y te vi intentando sacar al coche negro de la carretera. Pensé que no eran más que dos conductores haciendo el tonto.

–No, solo quería descubrir por qué te seguía. Hasta he llamado a la policía para informar de ello.

–¿La policía?

–Sí. Pete Higgins es jefe de policía y amigo de Derringer. Él comprobó la matrícula del coche que te seguía y me dijo que era robado. Hace un rato me ha telefoneado para informarme de que están buscándolo.

Aunque Keisha solo había visto a Derringer Westmoreland una vez, había oído muchas cosas de él. Antes de casarse, había tenido reputación de mujeriego, como muchos de los hombres de su familia.

–Bueno, no tengo ni idea de por qué iban a querer seguirme. ¿Por qué me seguías tú?

–Porque he intentado hablar contigo durante meses y siempre te negabas. Ahora sé por qué.

–Hablaremos después –repuso ella.

–Iré detrás de ti.

Hasta que Canyon no se hubo subido al coche y se hubo puesto el cinturón, no asimiló lo que había descubierto en los últimos veinte minutos.

Tenía un hijo. Un hijo del que no había sabido nada hasta ese momento.

 

 

Con el corazón a galope tendido, Keisha salió del aparcamiento. Pensó en lo que Canyon le había dicho del otro coche. No tenía sentido que nadie la siguiera. Ninguno de los casos en los que había estado trabajando era tan grave como para que alguien quisiera acosarla.

Llevaba un coche nuevo, un modelo que era muy popular. ¿Quizá habían querido robárselo?, se preguntó con un escalofrío.

Al instante, entonces, pensó en lo rápido que Canyon había aceptado a su hijo.

No había pedido un test de ADN para verificar su paternidad. Solo había afirmado que se parecía mucho al hijo de Dillon. ¿Tendría algún interés oculto? Bueno, no lo sabría hasta que no hablaran.

Tomando aliento, Keisha miró por el espejo retrovisor y sus ojos se encontraron con los de Canyon. ¿Por qué tenía que mirarla de esa manera? La intensidad de la mirada le hacía subir la temperatura y estremecerse. Aferrándose al volante, emprendió el camino a casa.

Canyon siempre había tenido la habilidad de calarle muy hondo. Entonces, sin poder evitarlo, Keisha recordó la primera vez que se habían visto, hacía cuatro años…

 

–Disculpa, ¿está ocupado este asiento?

Keisha había levantado la vista de lo que estaba leyendo. Al ver al imponente hombre que estaba delante de ella, se le aceleró el pulso.

Era muy alto y tenía piel morena y ojos oscuros, una mandíbula fuerte y jugosos labios. Tras examinar su rostro, ella había posado los ojos en sus anchos hombros y en aquel cuerpazo vestido con traje de chaqueta.

–Bueno, ¿lo está? –había insistido él con voz profunda y sensual.

–¿Qué? –había dicho ella, humedeciéndose los labios.

–¿Está ocupado el asiento? Parece el único libre.

–No, no está ocupado –había respondido ella, mirando a su alrededor en el abarrotado comedor de los juzgados.

–¿Te importa si me siento?

Keisha había tenido que morderse la lengua para no contestarle que podía hacer lo que quisiera con ella.

–No, no me importa.

–Soy Canyon Westmoreland –se presentó él, tendiéndole la mano–. ¿Y tú?

–Keisha Ashford –había respondido ella, antes de estrecharle la mano.

En ese instante, su cuerpo había subido de temperatura y el comedor pareció quedarse en silencio, como si estuvieran solos los dos. Cuando sus ojos se habían encontrado, ella se había quedado sin respiración.

Entonces, el sonido de un tenedor cayéndose le había hecho salir de su ensimismamiento y darse cuenta de que Canyon todavía no le había soltado la mano. Ella la había apartado.

–Dime, Keisha, ¿eres abogada o procuradora?

–¿Qué más da?

–A mí me da igual. Solo sé que estoy sentado con una mujer hermosa y no pienso quejarme de nada.

Keisha sonrió ante el cumplido. Se había fijado en el dedo anular de él, que no tenía alianza.

–Soy abogada.

–Yo también –respondió él.

–Ya lo había adivinado. Tienes toda la pinta.

Canyon se había inclinado hacia ella, envolviéndola con su embriagador aroma masculino.

–¿Por qué no quedamos después para que puedas explicarme qué quieres decir con eso?

En cualquier otra situación y con cualquier otra persona, Keisha habría rechazado un acercamiento tan directo. Pero, por alguna razón, ese día no lo había hecho.

–Canyon es un nombre poco común –había comentado ella, sin querer responder a su pregunta.

–Según mis padres, no. Fui concebido en el Cañón de Colorado, por eso me llamaron así, cañón en inglés. Creo que lo pasaron muy bien esa noche.

–¿Eso te dijeron tus padres?

–No, pero de vez en cuando bromeaban entre ellos sobre el tema. Durante años, les traje muy buenos recuerdos.

–¿Y ahora no?

–No lo sé. Mis padres murieron en un accidente de avión hace quince años –había respondido él con expresión triste.

–Lo siento.

–Gracias. Bueno, ¿qué me dices de quedar después para tomar algo? Podemos ir a Woody´s. No está lejos de aquí –había sugerido él–. Sobre las cinco, si te parece. Con suerte, los dos ganaremos los casos que tenemos esta tarde y tendremos algo que celebrar.

–Sí, me gustaría. Allí estaré.

–Bien. Estoy deseando que lleguen las cinco –había dicho él con una sonrisa cautivadora.

Keisha tragó saliva, observando cómo él la recorría con su ardiente mirada.

–Y yo… –había murmurado ella.

 

–Mami.

Keisha volvió de golpe al presente al oír la voz de su hijo. Beau había estado ocupado jugando hasta ese momento. Ese día, parecía más callado de lo habitual. Keisha se preguntó si la presencia de Canyon tenía algo que ver con eso.

–Dime, Beau.

–¿Papá se ha ido?

Keisha reconoció un inconfundible tono de decepción en su voz. El niño ya lo había pasado bastante mal al mudarse a Denver y separarse de su abuela, con quien habían vivido en Texas.

–No, viene detrás de nosotros.

–¿Por qué? –preguntó Beau, tratando de girarse para verlo–. ¿Por qué no viene con nosotros en nuestro coche?

–Porque tiene su propio coche –repuso ella, pensando que iba a tener que hablar con su hijo en serio más adelante sobre Canyon.

–¿Viene a casa con nosotros?

–Sí. Pero él tiene su propia casa también.

–Tiene su casa.

El niño no dijo nada más y siguió jugando. Cuando llegara, le daría un baño, luego la cena y le dejaría jugar un poco antes de llevarlo a la cama, pensó Keisha. En lo relativo a dormir, tenía suerte. Beau no daba ninguna guerra a la hora de acostarse.

Mirando por el retrovisor, sus ojos volvieron a cruzarse con los de Canyon.

Ella ya no lo amaba. Estaba segura. Su amor no se había disipado de inmediato, sino poco a poco. Solo de pensar que había planeado contarle que estaba embarazada justo cuando había regresado a casa pronto y se lo había encontrado con Bonita…

Keisha apartó la mirada y se concentró en la carretera. Aquella noche, cuando había descubierto que la engañaba, había decidido hacer lo mismo.

Momentos después, llegaron a su casa. Estaba en una urbanización nueva y casi todos los vecinos eran parejas con hijos, también había algunas madres solteras. Eran todos muy amigables y a ella le encantaba vivir allí.

Keisha aparcó y salió del coche. Canyon salió también.

–Me gustaría que pudiéramos hablar en otro momento –le dijo ella, antes de ayudar a salir a su hijo.

–No siempre puede uno tener lo que quiere, Keisha.

Frustrada y molesta, ella se inclinó para abrir la puerta trasera y sacar a Beau.

–Yo lo hago –se ofreció Canyon.

Ella se apartó para dejarle paso, pues no quería hacer una escena delante del niño. Sin embargo, pretendía dejarle muy claro cuando hablaran que, aunque fuera el padre de Beau, no permitiría que se hiciera con el control de sus vidas.

Entonces, se dirigió a la puerta de su casa, seguida por Canyon, que llevaba a Beau en brazos. Tuvo la tentación de recordarle, una vez más, que su hijo sabía andar, pero decidió contenerse.

En cuanto abrió la puerta, supo que algo iba mal. Para empezar, no sonó la alarma de seguridad. Cuando entró y miró a su alrededor, soltó un grito, horrorizada.

Alguien había entrado en su casa.

 

 

Canyon entró en acción de inmediato.

–Toma a Beau y vuelve al coche –dijo él, entregándole a Beau. Acto seguido, llamó a Pete–: Canyon al habla. Alguien ha entrado en la casa de la mujer a la que estaban siguiendo antes.

–¿Cuál es la dirección? Estoy en la zona. No toques nada.

Cuando Canyon se giró, vio que Keisha no lo había obedecido y seguía allí, como debía de haber imaginado.

–¿Cuál es la dirección? –preguntó él, pero ella estaba paralizada, en estado de shock–. ¿Keisha?

–¿Sí?

–¿Cuál es tu dirección?

Keisha consiguió balbucear el número de su casa.

–La casa está desordenada, mami –murmuró Beau.

–Salgamos, Keisha. La policía está de camino –le dijo él con suavidad, observando lo conmocionada que estaba–. No podemos tocar nada hasta que lleguen.

Keisha iba a protestar, pero cerró la boca. Canyon se había parado delante de ella a propósito, para impedirle ver cómo estaba todo. Sin embargo, al abrir la puerta, había podido ver el estado del salón. No quería ni imaginarse cómo estaría el resto de la casa. ¿Qué le habrían robado?

–¿Keisha?

–¿Sí? –repuso ella, haciendo un gran esfuerzo para hablar.

–Vamos al coche.

Titubeando, ella comprendió que era lo más razonable. No quería que su hijo se preocupara.

–Vamos a jugar, mami –dijo Beau al sentarse en el coche, y le entregó su juguete favorito.

Mientras, Canyon se quedó fuera, hablando por el móvil.

 

 

–Sí, Keisha está bien, Dil –le dijo Canyon a su hermano mayor. Le había hecho un rápido resumen de lo que acababa de pasar, incluyendo el hecho de que tenía un hijo.

–Han venido todos a cenar. ¿Qué quieres que les diga? –preguntó Dillon–. Imagino que querrás ser tú quien les dé la noticia de que tienes un hijo.

–Sí –afirmó Canyon, tomando aliento–. Pete está de camino. Cuando terminemos aquí, Keisha y Beau vendrán conmigo hasta que sepamos quién ha hecho esto y por qué. Dejaré mi coche aquí, así que voy a necesitar que alguien lo recoja y lo lleve a mi casa después.

–Yo puedo hacerlo. ¿Pero crees que Keisha aceptará ir contigo?

Canyon se frotó la cara con frustrado. Lo más probable era que ella no quisiera. Keisha había heredado su independencia de la madre soltera que la había criado. No le gustaba depender de nadie. Pero, en ese caso, las cosas eran distintas. Tenía que pensar en el bienestar de su hijo.

El hijo de los dos.

–No, Dil, no lo aceptará con facilidad. Pero estoy convencido de que lo que ha pasado en su casa y el coche que la seguía están relacionados. Espero que se atenga a razones, pensando en Beau.

En ese instante, llegaron tres coches patrulla.

–Ha llegado Pete. Te llamaré luego, Dil.

 

 

Keisha miraba al policía, presa de la confusión.

–¿Cómo que venían buscándome a mí?

Pete se apoyó en la encimera de la cocina.

–Has comprobado que no te falta nada de valor, ni siquiera el vaso lleno de monedas de oro que tienes en tu cómoda. Mi conclusión es que la persona que ha hecho esto no ha robado nada porque lo que quiere es asustarte.

Eso no tenía sentido, pensó Keisha.

Por suerte, sus vecinos de al lado, que tenían un niño de la edad de Beau, se habían ofrecido a ocuparse de su hijo durante el interrogatorio. Con Canyon y Pete a su lado, había recorrido todas las habitaciones, que estaban destrozadas. Los intrusos habían dado la vuelta a sofás y sillones, habían tirado por el suelo los cojines y todas sus revistas. En la cocina, habían sacado la harina y la habían esparcido por el suelo. Ninguna habitación había quedado intacta… ni siquiera la de Beau. Habían roto algunos de sus juguetes favoritos. Y, en el dormitorio de ella, las ropas estaban esparcidas por el suelo, algunas rasgadas, además habían dejado abierto el grifo de la bañera para inundarlo todo.

Pete tenía razón. No faltaba nada de valor. Ni siquiera la colección de monedas que su madre le había regalado para Beau, ni los caros bolsos que guardaba en el armario, ni las televisiones de plasma. Lo único que el intruso había hecho había sido destrozarlo todo, como para advertirla de algo. Sin embargo, ella no tenía ni idea de qué se trataba.

–Piense bien, señorita Ashford. ¿Está trabajando en algún caso delicado? ¿Hay alguna razón para que alguien quiera asustarla?

A ella no se le ocurría ninguna. Tampoco pensaba que nadie quisiera vengarse de ella por su trabajo. Había ganado todos los casos en los últimos meses, excepto uno. Y ninguno de ellos había sido especialmente peliagudo.

–No se me ocurre nada, oficial.

Pete asintió y se guardó el cuaderno de notas en el bolsillo.

–Si le viene algo a la cabeza más tarde, hágamelo saber. Le entregaré el caso a un detective. También tenemos que investigar el coche que la seguía antes, del que me informó Canyon.

Keisha casi lo había olvidado.

–¿Crees que las dos cosas están relacionadas? –preguntó Canyon.

–Ahora mismo, Canyon, no descarto nada. Si no hubieras espantado al tipo que la seguía, tal vez habría podido averiguar algo. Pero supongo que es mucho esperar que un Westmoreland haga lo que se le dice.

Canyon se encogió de hombros, suspirando.

–¿Y ahora qué?

–Estamos buscando el vehículo. Voy a sacar vídeos de las cámaras que hay en los semáforos de la zona. Espero que nos revelen algo. Aunque ya sabemos que era un Ford negro robado, si tenemos una foto podemos determinar si tenía alguna marca que facilite su identificación. Quiero encontrar a la persona que hizo esto.

–Y yo.

Su tono amenazador llamó la atención de Pete y Keisha. Aunque, en cierto modo, a ella no le sorprendía su reacción. Había percibido que, mientras la había acompañado en su recorrido por la casa, Canyon había estado cada vez más furioso, sobre todo, cuando habían visto cómo había quedado el dormitorio de Beau.

–No le aconsejo que se quede aquí esta noche –señaló Pete, mirando a Keisha–. Quien hizo esto puede volver a burlar el sistema de seguridad.

–No se quedará aquí –se apresuró a decir Canyon, antes de que ella pudiera hablar–, se viene conmigo.

–Buena idea –observó Pete, dando el asunto por zanjado.

–Un momento. Me iré a un hotel.

–Nada de eso –negó Canyon.

–Claro que sí.

–No.

–Si no os importa, arreglad esos detalles entre vosotros –indicó Pete, aclarándose la garganta–. Si recuerda cualquier cosa, señorita Ashford, llámeme. De todos modos, el detective Ervin Render se pondrá en contacto con usted enseguida.

En cuanto Pete se hubo ido, Keisha se volvió hacia Canyon.