La propuesta - Calor intenso - Brenda Jackson - E-Book
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La propuesta - Calor intenso E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

La propuesta Brenda Jackson Cuando conoció a Bella Bostwick, Jason Westmoreland la deseó tanto como a la tierra que ésta había heredado. De hacerle la propuesta adecuada, podría tener a la belleza sureña en su cama y las escrituras en sus manos. Un matrimonio de conveniencia no era lo que Bella tenía en mente cuando dejó Savannah, pero pronto descubrió que por acostarse con Jason bien merecía la pena. Calor intenso Brenda Jackson Aunque la aventura que el doctor Micah Westmoreland había tenido hacía mucho tiempo con Kalina Daniels había terminado demasiado repentinamente, sabía que ella no lo había olvidado. Y ahora que estaban trabajando codo con codo, no podía ignorar las chispas que todavía saltaban entre los dos. En aquella ocasión, Micah no se plantearía sus motivos, sino que se limitaría a hacerla suya.

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Seitenzahl: 355

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47Editado por Harlequin Ibérica.

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 203 - Mayo 2019

 

© 2011 Brenda Streater Jackson

La propuesta

Título original: The Proposal

 

© 2012 Brenda Streater Jackson

Calor intenso

Título original: Feeling the HeatPublicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011 y 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 9788413079561

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

La propuesta

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Calor intenso

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

–Buenas noches, señorita. Me llamo Jason Westmoreland y quisiera darle la bienvenida a Denver.

Antes de que llegara a girarse, aquella voz profunda y masculina hizo que a Bella Bostwick se le encogiera el estómago. Entonces alzó la vista hasta encontrase con sus ojos y prácticamente tuvo que obligarse a respirar. Era el hombre más apuesto que había visto jamás.

Durante un momento, fue incapaz de hablar ni de controlar los ojos, que se pasearon por su cuerpo disfrutando de todo lo que en él encontraron. Era alto, medía más de uno ochenta, y tenía los ojos de color marrón oscuro, los pómulos marcados y la mandíbula cincelada. Pero nada podía ser más atractivo que sus labios y la forma que éstos tenían. Eran sensuales. Suntuosos.

Había dicho que era un Westmoreland, y como era un baile a beneficio de la Fundación Westmoreland, pensó que él era uno de esos Westmoreland.

Asió la mano que él le tendía y, en cuanto lo hizo, chispas de calor le recorrieron la espalda.

–Y yo me llamo Elizabeth Bostwick, pero prefiero que me llamen Bella.

Él amplió la sonrisa lo suficiente como para que a Bella le hirviese la sangre en las venas.

–Hola, Bella.

La forma en que pronunció su nombre le resultó tremendamente atractiva. Pensó que tenía una sonrisa embriagadora y decididamente contagiosa, razón por la que no le costó devolvérsela.

–Hola, Jason.

–Antes que nada, quiero que aceptes mis condolencias por la muerte de tu abuelo.

–Gracias.

–Y espero que ambos podamos conversar sobre el rancho que acabas de heredar. Si decides venderlo, me gustaría hacerte una oferta que incluya tanto el rancho como a Hercules.

Bella inspiró con fuerza. Su abuelo, Herman Bostwick, había fallecido el mes anterior y le había dejado sus tierras y un semental muy preciado. Había visto el caballo cuando vino a la ciudad para la lectura del testamento y tenía que admitir que era muy hermoso. Acababa de regresar a Denver desde Savannah el día anterior para resolver más trámites legales relacionados con la finca de su abuelo.

–Todavía no he decidido lo que voy a hacer con el rancho y ni con el ganado, pero si acabo por vender, tendré en cuenta tu interés. Aun así, he de advertirte que según mi tío Kenneth hay otras personas interesadas.

–Sí, eso no lo dudo.

Apenas había acabado la frase cuando el tío de Bella apareció de pronto a su lado.

–Westmoreland.

–Sr. Bostwick.

Bella percibió enseguida una rivalidad subyacente entre los dos hombres, que se hizo más obvio cuando su tío dijo en tono cortante:

–Es hora de irse, Bella.

–¿Irse? Pero si acabamos de llegar, tío Kenneth.

Su tío le sonrió y la tomó del brazo.

–Sí, querida, pero llegaste ayer a la ciudad y has estado muy ocupada resolviendo asuntos de negocios.

Con una ceja arqueada miró a su tío abuelo, cuya existencia había conocido hacía tan sólo unas semanas.

–Buenas noches, Westmoreland. Voy a llevar a mi sobrina a casa.

Apenas pudo despedirse de su anfitrión antes de que su tío la condujese hasta la puerta. Conforme avanzaban hacia la salida, no pudo evitar volverse y se topó con la mirada de Jason. A juzgar por su dureza, no le había gustado la brusquedad de su tío. Y entonces descubrió que volvía a sonreír y no pudo evitar devolverle la sonrisa. ¿Estaba flirteando con ella? ¿O era ella la que flirteaba con él?

–Jason Westmoreland es alguien con quien no debes intimar, Bella –dijo Kenneth Bostwick en tono áspero al ver el intercambio de insinuaciones entre ambos.

–¿Por qué?

–Quiere las tierras de Herman. No merece la pena conocer a ninguno de los Westmoreland. Creen que pueden hacer lo que les venga en gana en esta zona –interrumpió los pensamientos de Bella al decir–: Son muchos y tienen muchas tierras a las afueras de la ciudad.

–¿Cerca de donde vivía mi abuelo?

–Sí. De hecho, las tierras de Jason Westmoreland son anejas a las de Herman.

–¿De verdad? –sonrió encantada al pensar que Jason Westmoreland vivía en una finca pegada a las tierras que acababa de heredar. Técnicamente, eso lo convertía en su vecino. «No me extraña que quiera comprar la finca», pensó.

–Está muy bien que quieras vender las tierras de Herman, pero yo no se las vendería a él bajo ninguna circunstancia.

Bella se tornó seria cuando su tío le abrió la puerta para que entrase en el coche.

–Todavía no he decidido lo que voy a hacer con el rancho, tío Kenneth –le recordó.

Él se rió.

–¿Qué es lo que tienes que decidir? No tienes ni idea de cómo se lleva un rancho. Una mujer de tu delicadeza, tu educación y tu refinamiento donde debe estar es en Savannah, y no aquí en Denver intentando administrar un rancho de cuarenta hectáreas y soportando crudos inviernos. Como te dije antes, conozco a alguien que quiere comprar la finca y el ganado –sobre todo el semental, Hercules. Ofrece mucho dinero. Piensa en todos los zapatos, vestidos y sombreros que podrás comprarte, por no hablar de una casa estupenda cerca del océano Atlántico.

Bella no dijo nada. Pensó que no era el momento adecuado para decirle que, en lo que a ella respectaba, había mucho que decidir porque ninguna de las cosas que había mencionado le importaba en absoluto. Se negaba a tomar una decisión tan rápida sobre su herencia.

Cuando el coche de su tío salía del aparcamiento, ella se reclinó en el asiento de piel y recordó el momento exacto en que su mirada se había cruzado con la de Jason Westmoreland.

Había habido entre ambos una conexión que sin duda no iba a olvidar jamás.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Un mes más tarde

 

–¿Sabéis que la nieta de Herman Bostwick ha vuelto a Denver y se corre el rumor de que piensa quedarse?

Jason Westmoreland agudizó el oído al captar la conversación entre su cuñada Pam y las mujeres de sus primos, Chloe y Lucia. Estaba en casa de su hermano Dillon, tirado en el suelo del salón jugando con su sobrino Denver, de seis meses.

Aunque las mujeres se habían retirado al comedor para sentarse a charlar, se escuchaba fácilmente lo que decían y él pensó que no había razón para no hacerlo. Sobre todo porque hablaban sobre una mujer que le había llamado la atención en cuanto la conoció en el baile benéfico del mes anterior. Una mujer en la que no había parado de pensar desde entonces.

–Se llama Elizabeth, pero la llaman Bella –estaba diciendo Lucia, que acababa de casarse con su primo Derringer–. El otro día vino a la tienda de pinturas de papá y os aseguro que es una belleza. Está como fuera de contexto aquí en Denver: una auténtica belleza sureña entre un puñado de matones.

–Y he oído que pretende llevar el rancho ella sola. Su tío Kenneth le ha dicho que no piensa mover un dedo para ayudarle –dijo Pam, indignada–. Qué hombre más egoísta. Contaba con que le vendiera la finca a Myers Smith, que le había prometido un montón de dinero si se cerraba el trato. Al parecer, todo el mundo quiere hacerse con esas tierras, sobre todo con Hercules, el semental.

«Entre ellos, yo», pensó Jason mientras hacía rodar una pelota hacia su sobrino sin dejar de prestarles atención. No sabía que Bella Bostwick había regresado a Denver y se preguntaba si ella recordaba que estaba interesado en la finca y en Hercules. Esperaba que así fuera. Luego su pensamiento se desvió hacia Kenneth Bostwick. No le sorprendía su actitud. Siempre había actuado como si tuviera algún derecho sobre la finca, razón por la que Kenneth y Herman nunca se habían llevado bien. Y desde el fallecimiento de Herman, Kenneth había hecho saber en la ciudad que pensaba que la tierra heredada por Bella debía ser suya. Evidentemente, Herman no lo había visto así, porque se lo había dejado todo en su testamento a la nieta a la que nunca conoció.

–Bueno, espero que tenga cuidado a la hora de escoger quién le ayudará a llevar el rancho. Está claro que una mujer tan hermosa es capaz de atraer a hordas de hombres, y algunos no serán de fiar –dijo Chloe.

A Jason no le gustó la idea de que atrajese a ningún hombre y no entendió del todo por qué reaccionaba así. Lucia tenía razón al decir que Bella era muy guapa. Le había cautivado totalmente nada más verla. Y le había quedado claro que Kenneth Bostwick no quería que nadie se acercara a su sobrina.

Jason nunca le había gustado a Kenneth y éste había envidiado su relación con el anciano Herman Bostwick. La mayoría de la gente del lugar pensaba que Herman era una persona mezquina y arisca, pero Jason no opinaba igual. Nunca olvidaría una vez en que se escapó de su casa a las once y pasó la noche escondido en el granero de Bostwick. El anciano lo descubrió a la mañana siguiente y lo llevó de vuelta a casa con sus padres. Pero antes le ofreció un copioso desayuno, y lo llevó a recoger huevos al gallinero y a ordeñar a las vacas. Fue entonces cuando descubrió que Herman Bostwick no era tan mezquino como la gente pensaba. De hecho, no era más que un anciano solitario.

Jason había vuelto a visitar a Herman de vez en cuando a lo largo de los años y había estado presente la noche que nació Hercules. Nada más ver al potro supo que sería especial. Y Herman le había dicho incluso que un día sería suyo. Herman había muerto mientras dormía hacía unos meses y ahora su rancho y todo lo que éste contenía, incluyendo a Hercules, pertenecía a su nieta. Todos habían asumido que vendería la propiedad, pero, por lo que estaba escuchando, ella se había mudado a Denver desde Savannah.

Deseó con todas sus fuerzas que hubiese reflexionado sobre su decisión. Los inviernos de Colorado eran muy duros, sobre todo en Denver. Y llevar una finca tan grande como la que había heredado no era siquiera tarea fácil para un ranchero experimentado, así que no quería ni pensar cómo sería para alguien que no sabía nada del tema. Si decidía que Marvin Allen siguiese siendo el capataz no iba a costarle tanto, pero aun así, el rancho tenía numerosos trabajadores y algunos hombres no aceptan órdenes de una mujer sin experiencia así como así.

–Creo que, como vecinos, deberíamos ir a visitarla y a darle la bienvenida. Podemos decirle además que, si necesita algo, puede contar con nosotros –dijo Pam, interrumpiendo sus pensamientos.

–Estamos de acuerdo –dijeron Lucia y Chloe.

Él no pudo evitar coincidir con ellas. Era lo correcto y tenía intención de hacerlo. Aunque hubiese perdido la oportunidad de hacerse con el rancho, todavía ansiaba conseguir a Hercules.

Pero, sobre todo, quería conocer mejor a Bella Bostwick.

 

 

Bella salió al porche de la casa y contempló las montañas que se extendían ante ella. Aquella panorámica la dejó sin respiración y le recordó por qué había desafiado a su familia y se había mudado allí hacía dos semanas.

Sus padres eran sobreprotectores y habían intentado disuadirla de lo que consideraban una decisión estúpida por su parte, ya que por encima de todo no querían perderla de vista. Pero a ella ya le había parecido lo suficientemente duro que un chófer la llevara al colegio a diario y un guardaespaldas la siguiera a todas partes hasta que hubo cumplido veintiún años.

Y lo triste es que no había sabido de la existencia de su abuelo hasta que le notificaron la lectura de su testamento. No le habían avisado a tiempo para que asistiese al funeral y en parte todavía estaba molesta con sus padres por habérselo ocultado.

No sabía que había abierto una brecha permanente entre padre e hijo, pero fuera cual fuese la contienda entre ambos, no debía haberla incluido a ella. Tenía todo el derecho a conocer a Herman Bostwick y lo había perdido.

Antes de marcharse de Savannah le había recordado a sus padres que tenía veinticinco años y que era lo suficientemente mayor como para tomar sus propias decisiones. Y tanto el fondo fiduciario que sus abuelos maternos habían establecido como el rancho que acababa de heredar de su abuelo paterno le facilitaban enormemente la tarea. Era la primera vez en su vida que tenía algo realmente suyo.

Sería mucho pedir que David y Melissa Bostwick vieran las cosas de ese modo y le habían dejado claro que no era así. No le sorprendería que en ese preciso instante estuviesen visitando a su abogado para buscar un modo de obligarla a volver a Savannah. Pero tenía noticias que darles: aquél era su hogar y tenía intención de quedarse.

Si ellos tuvieran voz y voto, ella estaría en Savannah, comprometida con Hugh Pierce. La mayoría de las mujeres considerarían a Hugh, por su atractivo y su riqueza, un buen partido. Y si ella lo pensaba dos veces, también podría verlo así. Pero ése era el problema: que tenía que pensarlo dos veces. Habían salido juntos en muchas ocasiones pero nunca había surgido una conexión entre ambos y ninguna chispa de entusiasmo por parte de ella. Había intentado explicárselo a sus padres con toda la delicadeza del mundo, pero ellos no habían dejado de imponérselo a la menor ocasión, lo que demostraba lo autoritarios que podían llegar a ser.

Y hablando de autoridad… su tío Kenneth se había convertido en otro problema. Tenía cincuenta años, era el hermanastro de su abuelo y ella lo había conocido en su primer viaje a Denver para la lectura del testamento. Él pensaba que iba a heredar el rancho y se había sentido muy decepcionado al descubrir lo contrario. También esperaba que ella lo vendiese todo y, cuando había decidido no hacerlo, se había enfadado y le había dicho que su amabilidad se había terminado, que no movería un dedo para ayudarla y que deseaba que descubrirse de la peor de las maneras que había cometido un error.

Sentada en la hamaca del porche, pensó que no se había equivocado al decidir hacer su vida allí. Se había enamorado de la finca y no le había costado llegar a la conclusión de que, aunque le habían negado la oportunidad de conocer a su abuelo en vida, conectaría con él a su muerte al aceptar su regalo. Una parte de ella sentía que, aunque nunca se habían conocido, él había adivinado de algún modo la infancia tan desgraciada que había tenido y le estaba ofreciendo la oportunidad de disfrutar de una vida adulta más feliz.

Iba a volver a entrar en la casa para seguir empaquetando las cosas de su abuelo cuando vio a lo lejos a alguien que se acercaba a caballo. Conforme el jinete se aproximaba, lo reconoció y sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Era Jason Westmoreland.

Bella se preguntó por qué vendría a visitarla. Le había comentado su interés por la finca y por Hercules. ¿Habría ido a convencerla de que se había equivocado al mudarse allí, tal y como habían hecho su tío y sus padres? ¿Intentaría insistir en que le vendiese la finca y el caballo? Si ése era el caso, su respuesta iba a ser la misma que había dado a los demás. Iba a quedarse y Hercules seguiría siendo suyo hasta que decidiese lo contrario.

–Hola, Bella.

–Jason –ella alzó la vista hacia los ojos marrones que la observaban y pudo jurar que irradiaban calor. El tono de su voz le provocó un hormigueo en la piel igual que el de aquella otra noche–. ¿A qué se debe esta visita?

–Tengo entendido que has decidido probar como ranchera.

Ella alzó la cabeza, sabiendo lo que vendría después.

–Así es. ¿Algún problema?

–No, en absoluto –dijo él con soltura–. La decisión es tuya. Sin embargo, estoy seguro de que sabes que no te va a resultar fácil.

–Sí, soy consciente de ello. ¿Alguna otra cosa que quieras decirme?

–Sí. Somos vecinos, así que, si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en decírmelo.

Ella se sorprendió. ¿Le estaba ofreciendo su ayuda?

–¿Estás siendo agradable porque sigues queriendo comprar a Hercules? Porque si es así, debes saber que todavía no he tomado una decisión al respecto.

Él se puso serio y su mirada se volvió ruda.

–La razón por la que estoy siendo agradable es que me tengo por una persona amable. Y en cuanto a Hercules, sí, sigo queriendo comprarlo, pero eso no tiene nada que ver con mi ofrecimiento.

Bella vio que le había ofendido y se arrepintió de inmediato. Normalmente no era tan desconfiada con la gente, pero se mostraba susceptible cuando se hablaba de la propiedad del rancho porque tenía a mucha gente en su contra.

–Quizá no debería haberme precipitado en mis conclusiones.

–Sí, quizás.

Todas las células de su cuerpo empezaron a estremecerse bajo la intensa mirada de Jason. En ese momento supo que su ofrecimiento había sido sincero. No entendía bien cómo podía saberlo, pero así era.

–Reconozco mi error y te pido disculpas –dijo.

–Disculpas aceptadas.

–Gracias –y como quería recuperar la buena sintonía que tenía con él, le preguntó–: ¿Cómo te va, Jason?

–No me puedo quejar –sus facciones se relajaron y desmontó del enorme caballo como si fuese la cosa más fácil del mundo.

«Yo tampoco me puedo quejar», pensó ella, al ver que subía las escaleras del porche. Cuando lo tuvo delante, se quedó sin habla. Algo que sólo pudo describir como un deseo ardiente y fluido se apoderó de ella, impidiéndole respirar, porque él mantenía la mirada fija en sus ojos tal y como lo había hecho en el baile.

–¿Y tú qué tal, Bella?

Ella parpadeó al darse cuenta de que le estaba hablando.

–¿Cómo? ¿Yo? –la forma en que Jason sonrió le hizo pensar en cosas que no debía, como en lo mucho que le gustaría besar aquella sonrisa.

–¿Cómo has pasado estos días… aparte de ocupada? –preguntó él.

Bella inspiró con fuerza y le dijo:

–Han sido unos días de mucho ajetreo, a veces de auténtica locura.

–Ya me imagino. Y lo de antes lo decía en serio. Si alguna vez necesitas ayuda, dímelo.

–Muchas gracias por el ofrecimiento –ella había visto el desvío hacia su rancho. Había allí un cartel que decía: Casa de Jason. Y por lo que había conseguido adivinar entre los árboles, era un rancho enorme con una hermosa casa de dos plantas.

De pronto recordó sus modales y le dijo:

–Estaba a punto de tomar un té. ¿Te apetece?

Él se apoyó en un poste y su sonrisa se hizo más grande.

–¿Té?

–Sí.

Ella supuso que él lo encontraba divertido. Lo último que podría apetecerle a un vaquero después de montar era una taza de té. Seguramente una cerveza fría hubiese sido más de su agrado, pero era lo único que no tenía en la nevera.

–Si no te apetece, lo entenderé –le dijo ella.

–Una taza de té me irá bien.

–¿Estás seguro?

–Sí, segurísimo.

–Estupendo –abrió la puerta y él la siguió al interior de la casa.

 

 

Jason pensó que estaba guapísima, pero es que, además, Bella Bostwick olía muy bien. Deseó encontrar una forma de ignorar el calor que le inundó al percibir el aroma de su cuerpo.

–Siéntate, Jason, te traeré el té.

–De acuerdo.

La vio meterse en la cocina, pero en lugar de sentarse, se quedó de pie contemplando los cambios que se habían hecho en la vivienda. Inspiró con fuerza al recordar la última vez que vio a Herman Bostwick con vida. Fue un mes antes de su muerte. Jason había ido a ver cómo estaba y a montar a Hercules. Era una de las pocas personas que podía hacerlo, porque Herman había decidido que fuese él quien domase al caballo.

Había bajado la vista para examinar el dibujo de la alfombra cuando la oyó entrar en la habitación. Al levantar la mirada, parte de él deseó no haberlo hecho. La media melena rizada que enmarcaba su rostro convertía en suave al tacto su piel caoba y realzaba sus ojos color avellana.

Era una mujer refinada, pero él percibía en ella una fuerza interior a tener en cuenta. Se lo había demostrado al suponer que había ido a verla para poner en cuestión su cordura al mudarse allí. Pero quizá era él quien debía cuestionarse su propia cordura por no convencerla de que regresara al lugar del que había venido. Por muy buenas intenciones que tuviese, no estaba hecha para ser ranchera, no con aquellas manos suaves y las uñas arregladas.

Supuso que debía existir algún tipo de conflicto interno que la había llevado a decidirse a dirigir el rancho. En ese momento decidió que haría todo lo posible por ayudarla a hacerlo con éxito. Y mientras ella posaba la bandeja del té en la mesa, supo que, entretanto, deseaba además conocerla mejor.

–Es una infusión de hierbas. ¿Quieres que traiga algo para endulzarla? –preguntó Bella.

–No –negó él con rotundidad, a pesar de no estar muy seguro.

Aún seguía de pie cuando ella cruzó la habitación para acercarle su taza de té, y a cada paso que daba, él tenía que expulsar el aire de sus pulmones. Era de una belleza apabullante, pero al mismo tiempo resultaba tranquilizadora. ¿Qué edad tendría y qué estaría haciendo allí, en mitad de ningún sitio e intentando dirigir un rancho?

–Aquí tienes, Jason.

Le gustó el modo en que pronunciaba su nombre. Cuando agarró la taza, sus manos se rozaron e, inmediatamente, sintió una punzada en el estómago.

–Gracias –dijo. Pensó que tenía que apartarse y no dejar que Bella Bostwick invadiera su espacio, pero al mismo tiempo deseaba que se quedase allí.

–De nada. Sugiero que nos sentemos o acabaré con dolor de cuello de tanto alzar la cabeza para mirarte.

Jason pensó que sentarse con una mujer en su salón para tomar el té y conversar era una de las locuras más grandes que había hecho jamás. Pero lo estaba haciendo y, en ese momento, no podía imaginar otro lugar en el que pudiera sentirse mejor.

 

 

–Háblame de ti, Jason –se oyó decir, deseosa de saber del hombre que parecía ocupar tanto espacio en su salón como en su cabeza.

–Soy un Westmoreland –respondió él con una sonrisa.

–¿Y qué significa ser un Westmoreland? –preguntó mientras se sentaba sobre las piernas para acomodarse aún más en el asiento.

–Somos muchos, quince en total –dijo Jason.

–¿Quince?

–Sí. Sin contar las tres cuñadas y el marido australiano de una prima. En nuestro árbol genealógico se nos conoce como los Westmoreland de Denver.

–¿Significa eso que hay más en otras partes del país?

–Sí, hay una rama procedente de Atlanta. Allí tenemos quince primos. La mayoría estaban en el baile.

Ella sonrió divertida. Recordó haber pensado en lo mucho que se parecían todos. Jason había sido el único al que había podido ver de cerca, el único con el que había mantenido una conversación antes de que su tío la sacara casi a la fuerza de la fiesta.

–Mi tío Kenneth y tú no os lleváis muy bien.

Si aquella afirmación sorprendió a Jason, no se reflejó en su rostro.

–No, nunca nos hemos llevado bien –dijo como si la idea no le molestase. De hecho, lo prefería así–. Nunca hemos estado de acuerdo en una serie de cosas, no sabría decirte exactamente por qué.

–¿Y qué me dices de mi abuelo? ¿Te llevabas bien con él?

–Así es. Herman y yo teníamos una muy buena relación, que comenzó siendo yo un niño. Me enseñó muchas cosas sobre cómo llevar un rancho y yo disfrutaba mucho de nuestras charlas.

–¿Te comentó alguna vez que tenía una nieta?

–No, pero tampoco sabía que tenía un hijo. El único familiar suyo al que conocía era Kenneth, y Herman y él mantenían una relación un tanto tirante.

Ella asintió. Había oído que su padre se había marchado de casa a los diecisiete años para ingresar en la universidad y no había regresado jamás. Su tío Kenneth afirmaba que no estaba seguro de si las discrepancias habían surgido siendo él mismo todavía un niño. David Bostwick había amasado su fortuna en la Costa Este, primero como promotor inmobiliario y luego como inversor en todo tipo de negocios lucrativos. Así había conocido a su madre, una joven de la alta sociedad de Savannah, hija de un armador y diez años mayor que él. El matrimonio se había basado más en un incremento de sus respectivas fortunas que en el amor. Bella sabía que tanto su padre como su madre habían mantenido discretas aventuras.

En cuanto a Kenneth Bostwick, sabía que el padre viudo de Herman, de setenta años de edad, se había casado con una joven de treinta y tantos años cuyo único hijo era Kenneth. Bella dedujo por ciertos comentarios que había logrado escuchar de la hija de Kenneth, Elyse, que Kenneth y Herman nunca se habían llevado bien porque éste pensaba que Belinda, la madre de Kenneth, no era más que una cazafortunas que se había casado con un hombre que podía ser su abuelo.

–Aquí todo el mundo se sorprendió al saber que Herman tenía una nieta.

Bella rió por lo bajo.

–Sí, para mí también fue una sorpresa descubrir que tenía un abuelo.

–¿No sabías de la existencia de Herman?

–No. Mi padre tenía casi cuarenta años cuando se casó con mi madre y ya tenía cincuenta cuando yo era una adolescente. Como nunca los mencionó, asumí que habían fallecido. No supe de Herman hasta que me citaron para la lectura del testamento. Mis padres ni siquiera me comentaron nada sobre el funeral. Ellos asistieron a la ceremonia, pero me habían dicho que se iban de la ciudad por un asunto de negocios. Fue a su vuelta cuando me anunciaron que el abogado de Herman les había aconsejado que yo asistiese al cabo de una semana a la lectura del testamento. No hace falta que diga que me disgustó que mis padres me ocultaran algo así durante tantos años. Pensaba que la enemistad entre mi padre y mi abuelo no tenía por qué haberme incluido a mí. Me invadió un enorme sentimiento de pérdida por no haber conocido a Herman Bostwick.

Jason asintió.

–A veces podía llegar a ser todo un caso, créeme.

–Háblame de él. Quisiera saber más del abuelo al que nunca conocí.

–Me sería imposible contártelo todo en un día.

–Entonces vuelve otro día a tomar el té y hablamos, si te parece bien.

Ella se mantuvo expectante, aunque pensaba que seguramente Jason tenía muchas más cosas que hacer con su tiempo aparte de sentarse con ella a tomar el té. Era probable que un hombre como él tuviese otras cosas en mente cuando estaba con alguien del sexo opuesto.

–Sí, me parece bien. De hecho, me encantaría.

Ella suspiró aliviada para sus adentros, sintiéndose de pronto aturdida, encantada.

–Bueno, será mejor que vuelva al trabajo.

–¿A qué te dedicas? –preguntó ella sin pensarlo.

–Comparto con varios de mis primos un negocio de cría y entrenamiento de caballos.

Le tendió la taza vacía, y entonces sus manos se rozaron y Bella se estremeció al tiempo que notaba que él había sentido lo mismo.

–Gracias por el té, Bella.

–De nada. Vuelve cuando quieras.

Él la miro a los ojos y sostuvo la mirada por un instante.

–Lo haré.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

El martes de la semana siguiente, Bella fue en coche a la ciudad a comprar electrodomésticos nuevos para la cocina. Quizá la adquisición de una cocina y un frigorífico no supongan mucho para algunos, pero para ella era la primera vez y estaba expectante. Además, así olvidaría la llamada que había recibido de su abogado a primera hora de la mañana.

Antes había hablado con sus padres y la conversación le había resultado agotadora. Su padre había insistido en que vendiese el rancho y volviese a casa de inmediato. Al colgar el teléfono, se había sentido más dispuesta que nunca a mantenerse lo más alejada posible de Savannah.

Llevaba tan sólo tres semanas en el rancho, pero el sabor de la libertad, el poder hacer lo que quisiera y cuando quisiera era un lujo al que se negaba a renunciar.

Luego pasó a pensar en otra cosa, o, mejor dicho, en otra persona. Jason Westmoreland. Cumpliendo su palabra, se había pasado hacía unos días a tomar el té con ella. La conversación fue muy agradable y él le contó más cosas sobre su abuelo. Supo que Jason y Herman habían mantenido una relación muy cercana y en parte se alegró al pensar que Jason había contribuido a aliviar la soledad de su abuelo.

Aunque su padre se había negado a contarle las razones que le llevaron a marcharse de casa, esperaba descubrirlo por sí misma. Su abuelo había escrito varios diarios y tenía intención de empezar a leerlos esa misma semana.

Jason también le resolvió sus dudas sobre cómo llevar el rancho y le aseguró que su capataz había trabajado para su abuelo durante varios años y conocía su oficio. Aunque la visita de Jason fue breve, ella la disfrutó enormemente.

Había conocido a algunos de los miembros de su familia, concretamente a las mujeres, ya que hacía un par de días se habían presentado en su casa con regalos de bienvenida al vecindario. Pamela, Chloe y Lucia eran Westmoreland por matrimonio y Megan y Bailey de nacimiento. Le hablaron de Gemma, la hermana de Megan y Bailey, que se había casado a primeros de ese año, se había trasladado a Australia y esperaba su primer hijo.

Las mujeres la habían invitado a cenar a casa de Pamela el viernes para que conociese al resto de la familia. Le pareció que la invitación era un gesto muy amable por su parte. A ellas les sorprendió que conociese ya a Jason porque él no les había comentado nada al respecto.

No estaba segura de por qué no lo había hecho, cuando era evidente que los Westmoreland eran una familia muy unida, pero supuso que los hombres tienden a mantener sus actividades en privado y no las comparten con nadie. Él le había dicho que iba a pasar de nuevo al día siguiente a tomar el té y ella esperaba ansiosa su visita.

Era obvio que entre ambos seguía existiendo una fuerte atracción, pero Jason siempre se comportaba como un caballero. Se sentaba frente a Bella con las piernas extendidas y tomaba el té mientras ella le hablaba. Bella intentaba no acaparar la conversación, pero descubrió que él era alguien con quien podía hablar y que escuchaba lo que tenía que decir.

Y Jason le había hablado de sí mismo. Bella supo que tenía treinta y cuatro años y que se había licenciado por la Universidad de Denver. También le contó que sus padres y sus tíos habían muerto en un accidente de avión cuando él tenía dieciocho años, dejando huérfanos a catorce hermanos y primos. Le habló lleno de admiración de cómo Dillon, su hermano mayor, y su primo Ramsey se habían propuesto mantener unida a la familia y lo habían logrado.

No pudo evitar comparar esa familia tan numerosa con la suya, porque ella era hija única y, aunque quería a sus padres, no recordaba ni una sola ocasión en que hubiesen estado muy unidos.

Entró en el aparcamiento de una de las principales tiendas de electrodomésticos. Cuando regresara a casa, hablaría con el capataz para ver cómo iban las cosas. Jason le había dicho que esas reuniones eran necesarias y que tenía que mantenerse al tanto de todo lo que pasaba en el rancho.

En cuanto entró en la tienda fue atendida por un vendedor y no le llevó mucho tiempo hacer las compras que necesitaba porque sabía exactamente lo que quería.

–¿Bella?

Se giró y estaba allí, con unos vaqueros que se ajustaban a sus vigorosos muslos, una camisa azul y una chaqueta ligera de piel que realzaba la anchura de sus hombros.

–Jason, ¡qué sorpresa tan agradable! –le dijo con una sonrisa.

 

 

Fue también una sorpresa agradable para Jason. Había entrado en la tienda y, de inmediato, como un radar, había detectado su presencia y sólo tuvo que seguir el olor de su cuerpo para encontrarla.

–Lo mismo digo. He venido a comprar un calentador para el barracón –dijo, devolviéndole la sonrisa. Se metió las manos en los bolsillos porque, de otro modo, se habría sentido tentado de agarrarla y besarla. Deseaba besar a Bella, pero se contuvo. No quería precipitar las cosas ni que Bella pensara que se interesaba por ella porque quería comprar a Hercules, porque no era el caso. Su interés se basaba en el deseo y la necesidad.

–El otro día conocí a las mujeres de tu familia. Vinieron a hacerme una visita –dijo ella.

–¿Ah, sí?

–Sí.

Sabía que acabarían por hacerlo, porque habían hablado de ir a darte la bienvenida al vecindario.

–Son muy agradables –afirmó Bella.

–Yo también lo creo. ¿Has comprado todo lo que necesitas? –se preguntó si comería con él si se lo pidiese.

–Sí, a finales de esta semana me llevarán la nevera y la cocina. Estoy emocionada.

Jason no pudo evitar reírse, porque realmente lo estaba.

–¿Vas a quedarte un tiempo por la ciudad, Bella?

–Sí. Tengo una reunión con Marvin a última hora de la tarde. Voy a reunirme con él una vez a la semana, como sugeriste.

Él se alegró de que hubiese seguido su consejo.

–¿Te apetece comer conmigo? Hay un sitio cerca de aquí donde se come bastante bien.

–Me encantaría.

Jason sabía que a él también le encantaría. Llevaba pensándolo mucho tiempo, sobre todo por la noche, cuando le costaba conciliar el sueño. Nunca se había sentido tan atraído por ninguna otra mujer. Tenía algo. Algo que no podía controlar y que lo atraía hacia ella. Quería averiguar hasta dónde iba a llegar y dónde acabaría.

–Podemos ir en mi camioneta. Tu coche estará bien aquí aparcado hasta que volvamos.

–Muy bien.

Salieron juntos de la tienda y se dirigieron hacia la camioneta. Era un hermoso día de mayo pero, cuando Jason vio que ella se estremecía, imaginó que, en un día como aquél, en Savannah hacía una temperatura de más de veinticinco grados. En Denver, se mostraban encantados si en el mes de junio superaban los quince.

Se quitó la chaqueta y se la echó por los hombros.

–No hacía falta que hicieras eso.

Él sonrió.

–Sí hacía falta. No quiero que te resfríes por mi culpa.

Bella llevaba pantalón negro y un jersey de lana azul claro. Como siempre, su aspecto era muy femenino. Y además llevaba su chaqueta. Siguieron caminando y, al llegar a la camioneta, ella alzó la vista y sus miradas se encontraron. Jason sintió la electricidad que surgía entre los dos. Ella apartó los ojos rápidamente, como si le avergonzara lo evidente de la atracción que había entre ambos.

–¿Quieres que te devuelva la chaqueta? –preguntó ella en voz baja.

–No, quédatela. Me gusta que la lleves.

Ella se mordió el labio inferior.

–¿Por qué te gusta que la lleve?

–Porque es así. Y porque es mía y la llevas tú.

Bella estaba convencida de que no había nada más cautivador que la sensación de llevar la chaqueta de un hombre cuya existencia representaba la esencia de la masculinidad. La impregnaba del calor, el olor y el aura de Jason en todos los aspectos posibles. La inundaba de la necesidad de tener, saber y sentir más de Jason Westmoreland. Al mirarle a través de la ventanilla del coche mientras él sacaba el teléfono para reservar mesa en el restaurante, no pudo evitar sentir cómo la sangre se aceleraba en sus venas y un calor se aposentaba en su interior.

Observó como volvía a meterse el teléfono en el bolsillo, pasaba por delante de la camioneta y entraba en ella. Era el tipo de hombre con el que a una mujer le encantaría acurrucarse en una noche fría de Colorado. Sólo la idea de en estar con él frente a una chimenea encendida sería una fantasía hecha realidad para cualquier mujer… Y el mayor temor de Bella.

–¿Estás cómoda? –preguntó él, poniéndose un sombrero de ala ancha.

Ella lo miró, fijó la mirada en él por un instante y luego asintió.

–Sí, estoy bien, gracias.

–De nada.

Salió marcha atrás del aparcamiento sin decir una palabra, pero ella no dejó de fijarse en las manos que agarraban el volante. Eran grandes y fuertes, y ella imaginaba cómo la agarrarían. Ese pensamiento impregnó de calor cada célula, cada poro de su cuerpo, extendiéndose a sus huesos y haciendo que se rindiera a algo que nunca había experimentado con anterioridad.

Nunca antes le había preocupado ser virgen, y tampoco le preocupaba en ese momento, excepto por el hecho de que lo desconocido estaba sacando a la luz su lado más atrevido. Provocaba que anticipara cosas que no debía anticipar.

–Te veo muy callada, Bella –dijo Jason.

–Lo siento –respondió–. Estaba pensando en el viernes –decidió explicar.

–¿Viernes?

–Sí. Pamela me ha invitado a cenar.

–¿De verdad?

Bella detectó su tono de sorpresa.

–Sí. Dijo que sería la oportunidad perfecta para que los conociese a todos. Al parecer, todos mis vecinos son Westmoreland, sólo que tú eres el que vive más cerca.

–¿Y qué es lo que te preocupa tanto del viernes?

–La cantidad de miembros de tu familia que voy a conocer.

Él rió entre dientes.

–Sobrevivirás.

–Gracias por el voto de confianza. Háblame de ellos.

–Ya has conocido a los que creen que lo manejan todo, es decir, a las mujeres.

Ella se echó a reír.

–¿Acaso no es así?

–Las dejamos que se lo crean porque poco a poco nos van superando en número. Aunque Gemma está en Australia, sigue teniendo voz y voto. Cuando se le pide que opine, se pone del lado de las mujeres.

–¿Decidís las cosas por votación?

–Sí, creemos en la democracia. La última vez que lo hicimos fue para decidir dónde sería la cena de Navidad. Normalmente se celebra en casa de Dillon porque era la antigua casa familiar, pero estaban renovando la cocina, así que decidimos por votación ir a la de Ramsey.

–¿Todos tenéis casa?

–Sí. Al cumplir los veinticinco, todos heredamos cuarenta hectáreas. Me divirtió mucho bautizar mi finca.

–¿La tuya es Casa de Jason, verdad?

–Así es.

Mientras él le hablaba, el cuerpo de Bella había estado reaccionando al sonido de su voz como si tuviese el cometido de captar todos y cada uno de sus matices. Inspiró con fuerza y empezaron a conversar de nuevo, pero esta vez sobre la familia de ella. Él había sido sincero al hablarle de su familia, así que ella decidió serlo también sobre la suya.

–Mis padres y yo no estamos tan unidos y no recuerdo ningún momento en que lo estuviésemos. No están de acuerdo con que me haya trasladado aquí –dijo, preguntándose por qué quería compartir con él hasta el último detalle.

–¿Tienes más familia, primos?

–Mis padres eran hijos únicos. Tío Kenneth tiene un hijo y una hija, pero no he tenido contacto con ellos desde la lectura del testamento. El tío Kenneth sólo hablaba conmigo cuando pensaba que iba a vender el rancho y el ganado a su amigo.

Cuando la camioneta se detuvo frente a un enorme edificio, ella tuvo que secarse las lágrimas de lo mucho que se había reído con el relato de los líos en que se metía la menor de los Westmoreland.

–No puedo imaginar que tu prima Bailey –que a ella le parecía tan inocente– fuese tan camorrista de pequeña.

Jason se echó a reír.

–Eh, no te dejes engañar por ella. Los primos Aiden y Adrian están en Harvard y Bane se alistó en la Marina. Le pedimos a Bailey que se quedase en la universidad local para poder tenerla vigilada –se echó a reír y luego añadió–: Y aquello fue un error, porque al final fue ella la que empezó a controlarnos a nosotros.

Cuando Jason apagó el motor de la camioneta, ella contempló a través del parabrisas el edificio que se alzaba ante ellos.

–¿Pero esto es un restaurante?

–No. Es Blue Ridge Management, la compañía que mi padre y mi tío fundaron hace unos cuarenta años. Cuando ellos murieron, Dillon y Ramsey se hicieron cargo de la empresa, pero Ramsey decidió finalmente convertirse en criador de ovejas y Dillon es ahora el director ejecutivo. Mi hermano Riley tiene un puesto en la directiva. Mis primos Zane y Derringer, al igual que yo, estuvimos trabajando para la empresa cuando terminamos nuestros estudios universitarios, pero el año pasado decidimos montar Montana Westmoreland y dedicarnos a entrenar y criar caballos. Digamos que el trabajo de oficina nunca fue nuestro fuerte. Como Ramsey, preferimos trabajar al aire libre.

Ella asintió y siguió su mirada hasta el edificio.

–¿Y vamos a comer aquí?

–Sí, conservo aquí mi despacho y de vez en cuando vengo a hacer negocios. He avisado de que veníamos y la secretaria de Dillon ya se ha ocupado de prepararlo todo.

Poco después caminaban por el enorme vestíbulo de Blue Ridge Land Management. Tras detenerse en el control de seguridad, tomaron el ascensor para acceder a la planta de los ejecutivos.