Pasión desatada - Brenda Jackson - E-Book
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Pasión desatada E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Descubrió las pasiones que hasta entonces habían permanecido dormidas. Megan Westmoreland buscaba respuestas sobre el pasado de su familia. Y el detective privado Rico Claiborne no solo era el hombre adecuado para encontrarlas, sino el único que podía ofrecerle apoyo y consuelo cuando la terrible verdad saliera a la luz. Pero en él iba a encontrar algo más que comprensión… Por primera vez en su vida, Megan estaba preparada para vivir la pasión salvaje de Texas.

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Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Brenda Streater Jackson

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Pasión desatada, n.º 1994 - agosto 2014

Título original: Texas Wild

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4571-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

Un hermoso día de junio

–¡Cielos! ¿Quién es ese hombre que llega tarde a la boda?

–Ni idea, pero me alegra que haya venido al banquete.

–Mirad qué cuerpo…

–Y esos andares…

–Debería llevar un letrero de advertencia: «Peligro de achicharramiento».

Un grupo de invitadas a la boda susurraba entre ellas mientras se comían con los ojos al hombre alto y arrebatadoramente atractivo que se había acercado a los primos de la familia Westmoreland. El banquete que se celebraba en los jardines de Micah Manor estaba en su apogeo, pero todas las mujeres que habían asistido a la boda de Micah Westmoreland con Kalina Daniels tenían la mirada fija en un solo hombre.

El hombre que acababa de llegar.

–Por amor de Dios, ¿alguien puede decirme quién es? –suplicó en voz baja Vickie Morrow, una de las mejores amigas de Kalina–. La mayoría de los invitados está emparentado contigo –le dijo a Megan Westmoreland–, así que dinos, ¿es otro primo de la familia?

Megan estaba observando al hombre con el mismo interés que el resto de mujeres.

–No, no es pariente mío. Nunca lo había visto. Seguramente sea algún amigo de Hollywood de mis primos, ya que parece conocerlos.

–Pues yo quiero estar cuando se hagan las presentaciones –le susurró al oído Marla Ford, otra amiga de Kalina–. Haz que sea posible.

Megan se echó a reír.

–Veré qué puedo hacer.

–Chicas, no miréis ahora, pero se ha girado y está mirando hacia aquí –dijo Marla–. Megan, tu hermano Zane le está señalando a una de nosotras… Espero que sea yo –segundos después puso una mueca de decepción–. Eres tú a quien señala, Megan.

Marla debía de estar confundida.

–Sí, mira cómo te está examinando –le susurró Vickie–. Es como si el resto de nosotras no existiera. Señor, ojalá un hombre me mirara así…

Megan se encontró con la mirada del desconocido. Sus amigas tenían razón. Solo parecía fijarse en ella. Y en el momento en que sus ojos conectaron algo ocurrió. Fue como si el calor que transmitía su mirada le abrasara la piel y le encendiera la sangre. Nunca en toda su vida había sentido algo tan intenso.

Una atracción instantánea.

El corazón se le desbocó en el pecho y todo cuanto la rodeaba pareció desvanecerse. Todo salvo la música que interpretaba la orquesta y que los envolvió a ella y al desconocido en una burbuja donde nadie más existía.

La mano con que sostenía la copa de vino empezó a sudarle. Una llama desconocida había prendido en su interior. La llama del deseo. Tan fuerte que no se podía ignorar ni sofocar. ¿Cómo era posible que un desconocido la afectase de aquella manera? Por primera vez en sus veintisiete años supo lo que era sentirse atraída de verdad por alguien. Como anestesióloga conocía muy bien el funcionamiento del cuerpo humano, pero nunca se había preocupado mucho por el suyo o por la reacción que tendría ante un hombre. Al menos ante aquel hombre en particular, quienquiera que fuese. Era una reacción tan interesante como desconcertante.

–Le gustas, Megan.

Las palabras de Vickie le recordaron que no estaba sola. Rompió el contacto visual con el hombre y tragó saliva mientras se volvía hacia Vickie.

–Tonterías. No me conoce ni yo lo conozco.

–¿Y eso qué importa? Lo que acaba de ocurrir entre los dos se llama atracción sexual a primera vista, algo que todos hemos sentido alguna vez. Casi se pueden ver las llamas que arden entre vosotros.

Megan respiró profundamente mientras las otras mujeres asentían y corroboraban lo que Vickie había dicho. Volvió a mirar al desconocido, quien siguió manteniéndole la mirada hasta que su primo Riley le dio unos golpecitos en el hombro para llamar su atención. Y cuando Savannah y Jessica, las mujeres de Durango y Chase, se acercaron a él, Megan vio que les sonreía y abrazaba.

Fue en ese momento cuando supo quién era aquel hombre. Era Rico Claiborne, el hermano de Jessica y Savannah, el detective privado que vivía en Filadelfia. El hombre al que Megan había contratado unos meses antes para indagar en el pasado de su bisabuelo.

Rico Claiborne se alegraba de ver a sus hermanas, pero la mujer que Zane le había señalado, la misma que lo había contratado por teléfono unos meses antes, seguía acaparando su atención por mucho que él fingiera lo contrario.

La doctora Megan Westmoreland.

Ella había reanudado la conversación con sus amigas y ya no lo miraba. Mejor así, pues Rico necesitaba ubicarse. Había algo en ella que la hacía destacar entre el resto, incluso antes de que Zane le dijera que la mujer del vestido rosa era su hermana Megan.

Era realmente atractiva, y todo el cuerpo de Rico había respondido a su mirada. No era una simple mirada de interés, sino más bien de confusión y perplejidad. Era evidente que se sentía tan desconcertada como él. Nunca había sentido una atracción tan fuerte por nadie, y el hecho de que fuese la misma mujer que lo había contratado para investigar a Raphel Westmoreland complicaba bastante la situación.

Dos meses atrás había accedido a ocuparse del caso, pero explicando que no podría empezar hasta haber resuelto sus otros casos pendientes. Ella lo había entendido y Rico pensó que podría matar dos pájaros de un tiro asistiendo a la boda de Micah y conociendo en persona a la prima de Micah. Pero no contaba con sentir una atracción tan fuerte e instantánea hacia ella.

Sus cuñados y los recién casados se acercaron y se pusieron a hablar animadamente, pero Rico solo escuchaba a medias mientras lanzaba miradas furtivas a Megan. Era inevitable que alguna de sus hermanas acabara dándose cuenta de su distracción

–Ya conoces a Megan, ¿no? –le dijo Savannah con un brillo de curiosidad en los ojos–. Tengo entendido que te contrató para investigar la historia de Raphel.

–No nos han presentado oficialmente, aunque hemos hablado por teléfono unas cuantas veces –respondió él, agarrando una copa de la bandeja que portaba un camarero. Necesitaba un trago para calmarse. Megan Westmoreland era tan sexy que solo de mirarla le ardía todo el cuerpo–. Zane me dijo quién era hace unos minutos –añadió con la esperanza de saciar la curiosidad de su hermana.

–En ese caso te la presentaré –sugirió ella con una sonrisa.

Rico tomó un sorbo de su copa y pensó en decirle a Savannah que prefería esperar un poco, pero enseguida decidió que sería mejor acabar cuanto antes.

–Está bien.

Savannah lo condujo al grupo de mujeres que lo miraban con interés, pero Rico solo tenía ojos para una. Y supo que ella sentía la misma atracción que él.

Afortunadamente no tendrían que trabajar juntos. Rico solo tendría que mantenerla informada de los progresos de la investigación, lo que sería bastante sencillo.

Sí, decidió mientras se acercaba a ella. Viendo la reacción que le provocaba, cuanto más distancia pusiera entre él y Megan Westmoreland, mejor.

Capítulo Uno

Tres meses después

–Doctora Westmoreland, hay alguien que quiere verla.

Megan miró el reloj y frunció el ceño. Tenía que estar en el quirófano dentro de una hora y le gustaría tomarse antes un sándwich y un refresco.

–¿Quién es, Grace? –preguntó por el interfono. Grace Elsberry estudiaba en la universidad y trabajaba a media jornada como auxiliar administrativa en el departamento de anestesiología del hospital de la Universidad de Colorado.

–Está como un queso –susurró Grace–. Es idéntico a Brad Cooper, pero más moreno.

Megan ahogó un gemido, invadida por una corriente de calor. Intuía de quién podía tratarse y se preparó para que Grace confirmara sus sospechas.

–Dice que se llama Rico Claiborne… Y hace honor a su hombre, ya me entiende –añadió bajando aún más la voz.

Sí, Megan la entendía muy bien. Aquel hombre era tan irresistible que deberían detenerlo por suponer una amenaza para la sociedad.

–Hazlo pasar.

–¿Está de broma? Lo acompañaré yo personalmente a su consulta, doctora Westmoreland.

Megan sacudió la cabeza. ¿Cuándo fue la última vez que Grace se molestó en acompañar a alguien a su consulta?

La puerta se abrió y apareció Grace con una sonrisa de oreja a oreja, acompañando a Rico Claiborne.

Megan se levantó para saludarlo. Rico era alto, debía de rondar el metro noventa y cinco, tenía el pelo castaño oscuro y unos bonitos ojos color avellana. Su imponente físico irradiaba una fuerza y una seguridad arrolladoras. Parecía un modelo, a pesar de ir informalmente vestido con un jersey y unos vaqueros. Habían hablado por teléfono unas cuantas veces, pero solo se habían visto en una ocasión, tres meses antes, en la boda de su primo Micah. Le había causado una impresión tan fuerte que desde entonces no había dejado de pensar en él. Con suerte ya habría acabado el caso que lo había tenido ocupado y estuviera listo para empezar a ocuparse del suyo.

–Rico… me alegro de volver a verte –le sonrió y le ofreció la mano. Grace tenía razón. Era como Brad Cooper, y sus rasgos mestizos le conferían un bonito tono canela a su piel.

–Lo mismo digo, Megan –respondió él, estrechándole la mano.

El calor que Megan había sentido minutos antes se intensificó con el contacto físico, pero hizo un esfuerzo por ignorarlo.

–¿Qué te trae por Dénver?

Él se metió las manos en los bolsillos.

–He llegado esta mañana para asistir al juicio de un caso del que me ocupé el año pasado, y pensé que sería una buena ocasión para pasar a saludarte y decirte que ya estoy trabajando en tu caso. No me gusta presentarme sin avisar, pero te llamé al móvil y no recibí respuesta.

–Se ha pasado toda la mañana en el quirófano.

Los dos se giraron hacia Grace, quien seguía parada en la puerta, sonriendo y comiéndose a Rico con los ojos.

–Gracias, Grace. Eso es todo –le dijo Megan.

–¿Seguro? –preguntó Grace sin ocultar su decepción.

–Completamente. Te llamaré si te necesito.

–Está bien –Grace se marchó, cerrando la puerta tras ella, y Megan se volvió hacia Rico. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver que la estaba mirando. Nunca había experimentado una atracción tan fuerte por nadie. Y al tenerlo allí, en su despacho, recordó por qué se había quedado tan prendada de él en la boda de su primo.

Aquel hombre rezumaba sensualidad y virilidad por los cuatro costados.

–¿Quieres sentarte? Parece que se trata de algo importante –volvió a ocupar el sillón tras la mesa, ansiosa por escuchar lo que Rico tenía que decir y por sofocar la reacción emocional que él le provocaba.

Unos años antes su familia había descubierto que su bisabuelo, Raphel Stern Westmoreland, no había sido hijo único como siempre habían creído, sino que tenía un hermano gemelo, Reginald Scott Westmoreland. Todo empezó cuando un anciano que vivía en Atlanta llamado James Westmoreland, nieto de Reginald, se puso a investigar su árbol genealógico y descubrió una conexión con los Westmoreland que vivían en Dénver… la familia de Megan. La investigación posterior reveló que Raphel se había convertido con veintidós años en la oveja negra de la familia tras fugarse con la mujer del predicador y no volver a dar señales de vida. Había recorrido varios estados, incluyendo Texas, Wyoming, Kansas y Nebraska, antes de instalarse en Colorado. Se descubrió además que había estado con varias mujeres a lo largo de su recorrido, y que al parecer se había casado con cada una de ellas. De ser cierto seguramente había más Westmoreland de los que nada sabían ni Megan ni su familia, y eso fue lo que llevó al primo mayor de Megan, Dillon, a investigar a las otras esposas de su bisabuelo.

Sus investigaciones lo llevaron a Gamble, Wyoming, donde, además de conocer a su futura esposa, descubrió que las dos primeras mujeres relacionadas con Raphel no habían estado casadas con él. Simplemente Raphel las había ayudado de algún modo u otro. El posterior matrimonio y paternidad de Dillon le impidieron continuar con sus investigaciones, y Megan decidió entonces contratar a Rico, recomendado por sus hermanos y primos.

Megan lo vio ocupar un asiento. Aquel hombre era demasiado sexy para poder describirlo. Ella estaba acostumbrada a rodearse de hombres guapos y atractivos. Todos sus hermanos y primos lo eran. Pero la atracción que Rico le despertaba empezaba a resultar inquietante.

–Finalmente he podido averiguar algo sobre Clarice Riggins –dijo él.

Un atisbo de esperanza brotó en Megan. Se rumoreaba que Clarice había sido la tercera esposa de su bisabuelo.

–¿Cómo? ¿Dónde?

–Seguí las huellas hasta un pequeño pueblo de Texas, al otro lado de Austin, llamado Forbes.

–¿Forbes? ¿En Texas?

–Sí. Saldré para allá el jueves por la mañana. Había pensado en marcharme hoy mismo, pero tus hermanos y primos quieren que me quede con ellos un par de días.

A Megan no le sorprendió. Los Westmoreland se repartían entre cuatro estados: Colorado, Georgia, Montana y Texas, pero los hombres de la familia se reunían a menudo para ir de caza, hablar de negocios o jugar a las cartas. Al ser cuñado de dos de ellos, Rico participaba con frecuencia en esos encuentros.

–¿Qué has descubierto hasta ahora de ella?

–Hay constancia de que tuvo un hijo. No sabemos si fue niño o niña, pero sí se sabe que nació vivo.

Megan sintió una corriente de excitación por las venas. Si Clarice había dado a luz podría significar que había más primos desconocidos por alguna parte. Cualquiera que viviese en Dénver sabía lo importante que era la familia para los Westmoreland.

–Esto podría ser un gran descubrimiento –repuso, pensativa–. ¿Se lo has dicho a alguien más?

Él negó con la cabeza, sonriendo.

–No. Tú fuiste quien me contrató, de modo que debes ser la primera en saber el resultado de mis pesquisas.

Ella asintió.

–No se lo digas a nadie todavía. No quiero que nadie se cree falsas esperanzas. Puedes decir que vas a Texas siguiendo una pista, pero por el momento nada más.

Había quince Westmoreland en Dénver. Doce hombres y tres mujeres. Los padres de Megan, al igual que sus tíos, habían muerto en un accidente aéreo años atrás, dejando a Dillon y a Ramsey, el hermano mayor de Megan, a cargo de todo. No había sido fácil, pero consiguieron salir adelante y todos acabaron graduándose en la universidad, salvo los dos menores, Bane y Bailey. Bane se había alistado en la Marina, y Bailey, quien al principio había rehusado a seguir estudiando, estaba a menos de un año de conseguir un título universitario.

En cuanto a Megan, nunca había albergado la menor duda sobre su futuro. Siempre supo que iría a la universidad y que llegaría a ser anestesista, desde que con seis años le extirparon las amígdalas y conoció al hombre que la anestesió. Después de la operación fue a visitarla varias veces, la invitó a tomar helados y le habló de su trabajo. Megan era demasiado pequeña para pronunciar correctamente la extraña palabra, pero desde aquellos momentos se sintió fascinada por la anestesiología.

Claro que todo el mundo necesitaba tomarse un descanso de vez en cuando, y ella no era una excepción. Los recortes en el presupuesto obligaban a trabajar mucho más por mucho menos, y Megan estaba al límite de su resistencia. Era hora de relajarse un poco y reponer fuerzas. Bailey se había marchado aquella mañana a Charlotte para visitar a su primo Quade, su esposa Cheyenne y sus trillizos, y Megan se había sentido tentada de ir con ella aprovechando que le quedaban bastantes días de vacaciones. También había pensado en ir a Montana, donde vivían otros Westmoreland. Una cosa buena de tener una familia numerosa tan repartida era que siempre había algún sitio al que ir.

De repente le asaltó un pensamiento que le hizo mirar a Rico. Sus miradas se sostuvieron unos segundos más de lo necesario, hasta que ella bajó la vista al calendario que tenía en la mesa y soltó lentamente el aire. Por alguna razón tenía el presentimiento de que Rico estaba a punto de descubrir algo importante, y ella quería estar presente cuando lo hiciera. Si se quedaba en Dénver mientras él iba a Texas, se volvería loca esperando sus noticias.

–Te marchas a Texas dentro de dos días, ¿no?

Él arqueó una ceja.

–Sí, esa es la idea.

Megan se recostó en el sillón.

–Acabo de tomar una decisión.

–¿Qué decisión?

Ella sonrió.

–He decidido ir contigo.

Había muchas cosas que Rico no sabía, pero si de algo estaba completamente seguro era de que bajo ningún concepto iría con Megan Westmoreland a ninguna parte. Ya era bastante difícil estar a solas con ella en aquella consulta. Estar pegado a ella en un avión sería una auténtica tortura.

Le había gustado, y mucho, nada más verla en la boda de Micah. Había llegado tarde por culpa de un caso, y apenas había tenido tiempo para felicitar a los novios antes de que partieran de luna de miel. Megan lo había contratado un mes antes, pero nunca se habían visto en persona y lo primero que hizo al llegar al banquete fue pedirle a Zane que le dijera quién era.

En cuanto sus miradas se encontraron sintió un deseo como nunca había sentido. Aturdido, la había recorrido con la mirada, centímetro a centímetro, apreciando hasta el último detalle, desde su exuberante melena oscura y rizada hasta la tonalidad cremosa de su piel perfecta, desde las esculturales formas que se adivinaban bajo su vestido de dama de honor hasta los zapatos de tacón plateados. Su belleza lo había dejado absolutamente anonadado, a él, que con treinta y seis años creía ser demasiado mayor para sentir una atracción semejante por una mujer. Había estado con bastantes mujeres, y Megan parecía muy joven, ni siquiera treinta años. Pero la edad no había menguado un ápice su interés, y había continuado mirándola fijamente hasta que uno de sus primos le llamó la atención. Y desde entonces había seguido pensando en ella.

–Se lo comunicaré a mis jefes para que me busquen un sustituto mientras estoy fuera –dijo ella, interrumpiendo sus pensamientos–. Para mañana solo hay previstas unas pocas operaciones, y supongo que estaremos de vuelta en una semana más o menos.

Evidentemente, había malinterpretado su silencio y creía que él estaba conforme con que lo acompañase a Texas.

–Lo siento, Megan, pero no puedes venir conmigo. Tengo por regla trabajar solo.

La expresión que vio en su rostro le dijo que no se rendiría fácilmente. Ningún problema. Tenía dos hermanas menores y sabía cómo tratar a una mujer testaruda.

–Seguro que puedes romper esa regla por esta sola vez.

Él sacudió la cabeza.

–Lo siento pero no puedo.

Ella se cruzó de brazos.

–Dame otra razón por la que no pueda acompañarte, aparte de que prefieres trabajar en solitario.

Él también se cruzó de brazos.

–No hay otra razón. Como ya te dicho, trabajo solo –en realidad sí que tenía un buen motivo, pero no iba a decírselo.

–¿Por qué lo pones tan difícil?

–¿Y tú? –replicó él.

–Yo no lo estoy poniendo difícil. Se trata de mi bisabuelo.

–Lo sé muy bien. Hablamos mucho antes de que accediera a ocuparme del caso, y recuerdo haberte dicho que te conseguiría la información deseada… haciendo las cosas a mi manera.

Ella se mordió el labio, seguramente recordando aquella conversación. Rico no pudo evitar mirarla a los ojos, que eran como dos hermosas esferas oscuras.

–Soy tu cliente y como tal te exijo que me lleves contigo –declaró con firmeza.